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lunes, 4 de abril de 2016

Sarmacia

   Violeta había aprendido a usar las herramientas desde que era muy pequeña. Su madre, Celeste, les había enseñado a todas sus hojas algún oficio para que no dejaran decaer su hogar ni dependieran nunca de nadie más para su subsistencia. Alejadas de las rutas comerciales principales, las chicas nunca eran visitadas por ninguna nave, ni siquiera las que se perdían ocasionalmente. Hacía mucho tiempo, Celeste se había asegurado de blindar a sus hijas contra cualquier eventualidad. Creía que lo mejor para ellas era no estar en el paso de la civilización y simplemente vivir aparte.

 Eso no significaba que fueran atrasadas o que no supieran nada del mundo. Una vez por mes, una de ellas tomaba un módulo de aterrizaje e iba al planeta más cercano a comprar y vender algunas cosas. Vendían con frecuencia su talento para arreglar objetos, pues todas eran sensibles a los complejos mecanismos de la tecnología. A cambio, esperaban comida y repuestos.

 Solo las mayores estaban autorizadas para dejar la nave e ir al mercado. Las demás debían quedarse en la nave haciendo sus tareas, buscando así un equilibrio perfecto entre todas. Las más pequeñas residían todas en un cuarto enorme y eran cuidadas por el robot enfermera NR03, programado hace mucho tiempo para cuidar bebés y niños pero también para manejar laboratorios de genética. Había uno de ellos a bordo de la estación y gracias a él, la colonia seguía viva.

 El día que todo cambió para las chicas vino cuando tres de las mayores partieron para el planeta a comerciar sus talentos. No regresarían pronto pues eran muchos los repuestos que necesitaban y normalmente podía demorarse bastante tiempo el conseguir todo lo que necesitaban. Entonces el robot NR03 y algunas de las chicas eran las encargadas de cuidar a las demás.

 Una alerta amarilla se encendió en la estación espacial, despertándolas a todas y obligándolas a mirar por sus ventanillas. La mayoría no vio nada e inmediato. Las alertas de ese tipo casi nunca se escuchaban y todas sabían que debían ser muy cuidadosas a la hora de manejar una crisis de esa manera. Por fin, una de las chicas con mejor vista detectó el causante de la alarma: un objeto había entrado en su zona. Era pequeño y parecía estar echando humo. En la computadora pudieron enterarse de que el objeto había sido lanzado desde otro lugar, probablemente lejano.

 En esos casos, las reglas las obligaban a no hacer nada a menos que entraran en colisión con el objeto y este pequeño en llamas no era nada de qué preocuparse. Las que no podían dormir se quedaron a mirarlo y fueron las que alertaron a las demás que la pequeña nave quería acoplarse.

 Una de las mayores, Amarela, decidió bloquear el acoplamiento con pequeña nave que tenía forma de cápsula. Pero quien quiera que estuviera allí dentro, sabía cómo manejar una nave espacial y tenía más talento que ellas a la hora de desbloquear comandos. Amarela hizo lo mejor que pudo pero la nave finalmente se acopló y tuvieron que ir a la bahía de acoplamiento con armas y rodear el acceso. Celeste, desde su habitación, les encomendaba la protección del hogar.

 Se armaron de valor y de pistolas laser. Cuando la puerta se abrió, algo salió pero tan pronto lo hizo se cayó al piso, inconsciente. Por un momento, pensaron que se trataba de una de ellas, tal vez era una de las chicas que se habían ido al planeta a comerciar. Apuradas, decidieron recoger el cuerpo entre muchas y llevarlo hasta la enfermería donde NR03 y Carmín, la mejor de entre ellas en el arte de la medicina, podrían hacer algo para salvarle.

 Fue entonces que se dieron cuenta, al quitarle la ropa, quemada en algunas partes, que no era una de ellas. Es más, era el cuerpo de un hombre. Cuando Carmín lo dijo en voz alta, la palabra se extendió por toda la estación como pólvora y en segundos todas las habitantes, de las más pequeñas hasta Celeste, miraban por una vidrio grueso la intervención que hacían del cuerpo extranjero. Todas soltaron un gemido de asombro cuando NR03 le retiró los pantalones al hombre. Definitivamente eran diferentes.

 Carmín concluyó que había sido victima de algún ataque pues tenía bastantes moretones, huesos rotos y la piel quemada en algunos puntos. Además de eso, parecía no haber estado en un lugar muy higiénico pues su vello facial estaba por todas partes y era grasoso y parecía no haberse dado un baño en bastante tiempo.

 Dos voluntarias ayudaron a Carmín y a la robot a lavar el cuerpo del hombre para evitar contaminar la nave espacial que se conservaba sin contaminantes desde siempre. Era una de las reglas. Lo limpiaron bien, por todas partes y luego lo ducharon con una mezcla de químicos muy especial que buscaba eliminar cualquier infección superficial o matar microbios que pudieran quedar después del lavado normal.

 Lo pusieron en una habitación aparte y la aislaron para que solo las personas autorizadas pudiesen acercarse al hombre. No se despertaba por ningún medio y Celeste incluso auguró que moriría en poco tiempo. Los hombres eran seres débiles, exclamó, y por eso no vivía ni uno solo de ellos con ellas. No podían parecérseles de ninguna manera. Y fue lo único que dijo al respecto. Era evidente que ella sí había visto hombres antes, no como las demás.

 Todo el resto de la tripulación hablaba del hombre, de lo poco que había visto de su cuerpo y de las posibilidades de su supervivencia. Algunas decían que con tanta suciedad encima, era difícil que sobreviviera. Otras decían que habían notado músculos desarrollados en él, por lo que algo de fuerza debía de tener. De pronto estaban siendo injustas con él.

 Lo que todas se preguntaban, casi sin excepción, era porqué nunca habían visto un hombre. Carmín, quién lo cuidaba todos los días, se lo preguntaba mientras los miraba a los ojos cerrados y se daba cuenta que no eran tan diferentes el uno del otro.

 Habían hecho diferentes pruebas con él y habían concluido que se iba a recuperar de sus heridas. Sin embargo, seguían sin saber quién era o de donde había venido. Por precaución, sus brazos estaban amarrados a la cama donde respiraba suavemente. El día que se despertó, solo el robot NR03 estaba presente. El hombre le preguntó donde estaba y porqué la unidad enfermera parecía ser ligeramente anticuada.

 NR03 le respondió que no era anticuada y que era grosero referirse a ella de esa manera. El hombre se sorprendió al escuchar a un robot responderle de esa manera. Nunca decían más que frases lógicas, jamás respondían como seres humanos. Preguntó de nuevo donde estaba y la enfermera le comunicó que estaban en la estación espacial Sarmacia. El hombre jamás había escuchado de tal lugar. Preguntó porque estaba amarrado y le respondió que por su propio bien.

 El hombre empezó a pelear con las ataduras y se soltó con facilidad. Entonces NR03 sonó la alarma y en segundos tres de las más aptas guerreras de la estación se presentaron allí con solo sus manos y piernas en posición de ataque. El hombre pensó que bromeaban y se acercó a ellas sin cuidado alguno. El resultado fue resultar de nuevo en la cama, con otra costilla rota, el brazo en cabestrillo y el pie herido.

 Fue solo cuando llegaron, por fin, las mayores del mercado que se dieron cuenta que habían ignorado un detalle esencial acerca del hombre que tenían en frente: su nave. Dos mujeres entraron en ella con trajes espaciales y la revisaron de un lado a otro. Al comienzo no encontraron nada obvio pero entonces una de ellas encontró una marca en una de las paredes de la nave. Era el logo de una compañía o algo parecido.

 Celeste, viendo a sus hijas por un monitor, sabía bien qué era ese logo. Era la marca del lugar más vil y traicionero de la galaxia y una noticia desafortunada para todas ellas.


 Era la marca del planeta prisión Arkham, conocido en todos lados por ser un lugar oscuro y asqueroso en el que lo único que crecía era la locura y la venganza. El hombre debía ser uno de sus habitantes por lo que lo único que podían hacer con él era ejecutarlo. Pero ya era tarde. El hombre había destruido con una herramienta quirúrgica al robot NR03. Y ahora estaba suelto por la estación espacial. Nadie sabía si era asesino, violador o un simple ladrón. Pero no había que saberlo. Solo había que terminar con él antes de aprender más acerca de él.

lunes, 8 de febrero de 2016

Por una nariz

   Era ya una obsesión. Le encantaba tener que ir al hospital, ponerse esa bata ridículo y las pantuflas de papel y entrar en un quirófano acostada en una camilla, esperando la familiar sensación de la anestesia en su cuerpo. Oírla hablar de ello era desagradable. Su madre había decidido no hablarle más del tema y algunas de sus amigas simplemente terminaron la relación en ese punto. A nadie le gusta ver como la gente se somete a las cosas que ella se sometía, ni oír hablar de ellas siquiera, mucho menos como ella lo hacía que era como con admiración y una pasión desmesurada.

 Se había operado la nariz, por ejemplo, unas cuatro veces. La primera vez fue la única que tuvo sentido, pues siempre había tenido problemas para respirar pero después quiso ir modificándola según sus gustos cambiantes y como tenía el dinero para hacerlo nadie le decía nada. Julia, que era su nombre, trabajaba en el mundo de la moda como cazatalentos en una agencia de modelaje. Era una ironía de la vida que una persona tan modificada por los cirujanos creyera que tenía la mínima autoridad moral para decidir quién era lo suficientemente guapo para su agencia.

 Pero, de hecho, había sido su trabajo el que había influenciado esas decisiones desde el comienzo pues ella sabía qué era lo que buscaba en esas chicas que necesitaban en la agencia y pronto creyó que podría convertirse en una de ellas. Hay que decir que al comienzo intentó hacer por medio de medios más convencionales, como yendo al gimnasio y haciendo una dieta rigurosa. Pero eso no la ayudo mucho o al menos no de la manera que ella quería, que era rápida y con cambios profundos y no superficiales. Así que recurriría a lo superficial para cambiar profundamente, o eso pensó en el momento.

 Después de la nariz, vino la primera de las liposucciones que fracasó al año pues la dieta que había seguido no era la adecuada. Hubo muchas más liposucciones y no solo del vientre sino de los muslos y los brazos y las piernas y de todo lugar en el cuerpo en el que tenía grasa. Cuando se miraba en el espejo todas las mañanas, se veía con detenimiento y luego anotaba lo que no le gustaba. Sabía ver hasta los detalles más insignificantes, cosas que a nadie le importaría más que a ella. Pero haría que su cirujano supiera.

 El doctor Freeman era un hombre tan egocéntrico que en su consultorio parecía no caber nadie más sino él. Su manera de hablar, de vestir y de caminar estaban modeladas para hacer sentir a la persona que tenía como paciente que él tenía la razón y que sabía qué era lo que había que hacer. Y nadie desconfiaba ni decía nada pues el doctor era tan famoso por su trabajo que dudar de sus habilidades no tenía ningún sentido. Por supuesto, a Julia la encantó desde el primer momento.

 La relación paciente-doctor se prolongó por mucho tiempo y llegaron incluso a tener la confianza para criticar sin tapujos algunos detalles físicos el uno del otro y proponer maneras de corregirlo. Sí, el doctor también había pasado por el escalpelo varias veces y era algo sencillo de ver si se le quedaba uno mirando a su barbilla partida falsa a unos glúteos que obviamente no eran suyos de nacimiento. Ellos no se daban cuenta pero cuando salían la gente se les quedaba mirando. Julia muchas veces pensó que era envidia o tal vez admiración. Estaba más que equivocada.

 Al comienzo amigos y familia trataron de convencerla para que se detuviera con las operaciones. Eso fue después del aumento del tamaño de sus senos y de que comenzara a usar botox en su rostro. Ellos le decían que un día podría quedarle la cara paralizada permanentemente y quedaría como un monstruo. Una sobrina le mostró un video de una persona a la que le había pasado algo parecido y Julia ni le puso atención, siempre diciendo que lo ideal era tener al mejor médico posible y siempre saber que era lo que le estaba poniendo en el cuerpo.

 En eso tenía razón pero lo de ella era una obsesión. En un año estuvo casi todos los meses en el quirófano o en el consultorio. Si no se estaba llenando los labios de líquidos, entonces estaba con otra liposucción y si no era eso era algún blanqueamiento dental o sino algún nuevo procedimiento que hubiese descubierto recientemente. Porque Julia sabía mucho más que el paciente regular. Ella averiguaba y aprendía y valoraba y sabía todo lo que se podía saber del mundo de la cirugía estética. Incluso viajó con su medico a una conferencia al respecto.

 Ese viaje fue un autentico fracaso pues para la comunidad de médicos Freeman era un payaso que no tenía el más mínimo limite ni decoro posible. Desde sus comienzos había tenido una ética bastante reprobable, así que simplemente no les gustaba nada que estuviera por ahí como si todo estuviese muy bien. Muchos médicos no le dirigían la palabra y otros más trataron de hablar con Julia para tratar de hacerla entrar en razón respecto a su relación con él y su obsesión con los procedimientos. Pero eso fue imposible porque ella no quería saber de nadie.

 Las operaciones siguieron y Julia se fue aislando poco a poco, al limite de casi tener que renunciar a su trabajo. Esa fue la única vez que su médico le dio un consejo sensato pues le dijo que ese trabajo era su vida y su inspiración y que no podía dejarlo así como así. Fue él el que tuvo que empujarla a la vida esa vez y ver si podía retomar lo que había tenido seguro por tanto tiempo. Pero era algo difícil pues Julia había perdido todo sentido de orientación en el negocio.

 Cuando ya estuvo algo mejor empezaron los rumores, de parte de la prensa, de que Freeman atendía a varias de las mujeres de la mafia y el narcotráfico. Aunque los periódicos declaraban que esto en sí no era ilegal, acusaban al médico de aceptar dinero lavado en sangre de parte de sus clientas que eran las que mejor pagaban pues la culpa siempre las hacía pagar más que las demás. Este escandalo afectó bastante a Julia, incluso al punto que enfrentó al médico y le exigió saber si eso era cierto, si había aceptado dinero ganado quién sabe como.

 Pero en ese momento Julia empezó a derrumbarse pues se dio cuenta que la relación que tenía con él no era la que ella había pensado siempre. Ella pensaba que eran mejores amigos, que podían contarse cualquier secreto, que podrían aconsejarse durante tiempos buenos y malos, él la podría operar a ella para conseguir la máxima obra de arte y ella podría darle a él un cariño especial que él no tenía por ningún lado. No es algo seguro, pero puede incluso que Julia se hubiese enamorado de su médico.

 Pero él la puso en su sitio. Le aclaró que no eran nada y que ella no tenía el derecho ni el permiso ni nada para exigirle a él cuentas de ninguna clase. Él operaba a quién se le diera la gana (o mejor dicho a quién tuviera con que pagar) y hacía de su vida lo que quisiera. En ese arrebato de rabia, como tratando de hacerle ver a Julia que todo estaba mejor que mejor, le dijo que se veía seguido con una de esas mujeres y que ella sí era una mujer naturalmente bella y que con su cuerpo y su mente iban a ser millonarios o más.

 Julia tuvo un colapso nervioso ahí mismo y él tuvo que llevarla a un hospital, donde la dejó sola. Algunos familiares la visitaron pero porque se sentían obligados. Estaba ya casi sola. Fue estando allí, débil y perdiéndose cada vez más, que escuchó de los labios entrometidos de una enfermera que su médico se había escapado quién sabe para donde, justo cuando lo habían empezado a investigar por sus nexos con personas bastante peligrosas y por casos de operaciones mal hechas.


 La débil mujer cometió el error, en su convalecencia, de ir con otro médico a hacer un procedimiento especial para mejorar su mentón y la línea de la mandíbula. Se suponía que iba a ser algo simple. Antes de entrar, en la televisión anunciaron que un sicario había asesinado a Freeman a una mujer con la que estaba. Los habían acribillado en un hotel de mala muerte. A los minutos la vinieron a buscar y se la llevaron al quirófano. No se sabe muy bien si la mató la anestesia o si fue el procedimiento como tal. Incluso tal vez ya no tenía ganas de seguir viviendo. El caso es que se fue y nadie la olvidó pues ya nadie pensaba en ella. Julia era parte del pasado incluso antes de entrar en él.

jueves, 29 de octubre de 2015

Observatorio

   Javier y Marina habían sido siempre mejores amigos. Se habían conocido el primer semestre de la carrera y desde ese momento habían estado juntos, aprendiendo y tratando de alcanzar lo mejor en su campo. Habían estudiado física pura en la universidad y habían hecho, juntos, un máster en ciencias espaciales en Estados Unidos. Después, se habían separado un poco pero no demasiado, trabajando un poco por todas partes hasta que a Marina le ofrecieron un puesto en un observatorio y vio que había lugar para una persona más. Propuso a Javier y la entrevista fue tan bien que lo asignaron al mismo departamento que ella. De hecho, los dos tenía que quedarse tres noches a la semana para revisar los datos procesados y revisar los eventos en vivo que pudieran ocurrir.

 El observatorio, ubicado en la parte más alta de una seca y solitaria montaña, era el espacio perfecto para explorar los astros pues no había contaminación de ningún tipo. Incluso a simple vista se podían observar muchas estrellas, por lo que aficionados a veces se instalaban en las cercanías para hacer sus propias observaciones. Marina siempre recordaba a un hombre y su hijo que vivían en un pueblo cercano y con frecuencia venían a indagar sobre hechos que habían observado con su telescopio o que habían leído en internet. Siempre había alguien que les respondía con amabilidad y básicamente les daba una respuesta genérica para que se retiraran ya que en teoría, las personas extrañas al observatorio no podían entrar sin autorización.

 Una de esas noches que tenían que quedarse a hacer observaciones y verificaciones, Javier trajo hamburguesas con papas y refrescos y Marina trajo un litro de helado para compartir entre los dos. Lo metió en una nevera pequeña que había en el salón de empleados y se pusieron a trabajar al ritmo que se esperaba de ellos: ni muy lento, ni muy rápido. Eran las diez de la noche, así que nadie esperaba que ellos procesaran todo de una vez. Igual, había datos que todavía no se podían revisar correctamente ya que seguían siendo recolectados, bien sea por científicos o por sondas espaciales que necesitaban más tiempo para poder enviar a la Tierra sus descubrimientos, fuesen los que fuesen.

 Entre mordiscos a las hamburguesas, chistes y anécdotas de la farándula, Miranda y Javier se pasaban la noche de maravilla. Eran amigos, así que conocían todo del otro por lo que no había momentos incomodos o silencios largos y tediosos. Siempre había alguna risa y si se trataba de trabajo hacían lo mejor para ayudarse mutuamente y solucionar cualquier problema juntos. Esa noche lo hicieron varias veces, rectificando cifras y buscando en el historial del observatorio las observaciones pasadas y complementado datos recién ingresados. Pintaba como una típica noche en el observatorio, en las que nunca pasaba nada.

 De repente una de las luces empezó a brillar, una de esas luces que no parpadeaba nunca. Marina buscó en un manual lo que significaba y descubrió que era la señal de un evento en progreso. Apuntó el telescopio al lugar del evento, captado por otros observatorios y aparatos especiales, tecleando a una velocidad impresionante. Cuando terminó, el gigantesco aparato que estaba sobre ellos empezó a moverse lentamente, sin hacer casi ruido. Terminó su recorrido y entonces empezaron a trabajar a toda máquina para saber que era lo que había hecho parpadear aquella lucecita. Tras varios clics y movimientos bruscos, Javier se dio cuenta de lo que tenían en frente antes de que Marina pudiese certificarlo con los datos: era un asteroide, uno bastante grande.

 No era anormal que eso sucediera pero de todas maneras el shock no era menor. La ciencia estaba limitada por sus avances y no era imposible que un objeto tan grande se les hubiese es escapado a millones de científicos escudriñando el cielo. Además, según las observaciones, el objeto se había “cubierto” de forma que su trayectoria no lo delataba de manera evidente ante la tecnología humana. Con la boca algo abierta, Javier respiró, tecleó algo a velocidad extrema y esperó. Tomó una papa de las que tenía todavía junto a un pedazo de la hamburguesa y vio como la computadora hacía cálculos millones de veces más rápido que él. Marina hacía lo propio, buscando saber la naturaleza del objeto.

 No era sorpresa para nadie que el asteroide estuviese lleno de agua. Eso sí, estaba en forma de vapor y, más que todo, como hielo. Por su trayectoria, lo más probable es que el objeto viniese del cinturón de asteroides pero eso era una conclusión personal y tendría que probarla para ponerla en el informe que debían entregar apenas llegaran los demás en la mañana. Javier seguía esperando y llenaba su boca de papas pero casi ni masticaba, solo miraba la pantalla como si su vida dependiese de ello. Marina sabía lo que hacía y prefería no pensarlo mucho. Era toda una sorpresa que algo así hubiese pasado pues nunca descubrían nada que el publico pudiera ver y menos algo de ese impacto.

 Javier se sobresaltó al oír a lo lejos el timbre del observatorio. El sonido no había sido fuerte pero obviamente estaba tan absorto que cualquier cosa lo hubiese sacado de su trance. Marina se levantó y fue a mirar quién era, sin pensar mucho en lo extraño que era que alguien llamara ala puerta a semejante hora y en este lugar. Cuando abrió, su sorpresa fue reemplazada por fastidio. Y no era que padre e hijo fuesen tan molestos, pero la verdad no tenía ganas de hablar con ellos ahora. Sus nombres eran Tomás (el niño) y Fernando (el padre). Según se apresuraron a decir, habían venido corriendo al descubrir algo grande que querían compartir.

 Marina fue algo cruel pero práctica al decirles sin contemplaciones que sabía del asteroide y que lo estaban revisando en el momento. Padre e hijo, lejos de sentirse decepcionados, casi saltan en donde estaban de la dicha de haber acertado. Le preguntaron a Marina montones de cosas en un lapso tan corto de tiempo que el cerebro de la científica mandó todo directamente al bote de la basura. La verdad no era el momento y, cuando estaba a punto de echarlos de la manera más decente posible,  Javier pegó un gritó tan horrible que a Marina no le importó que la pareja la siguiera hasta su puesto de trabajo. Uno de los refrescos había caído al piso, mojándolo todo y esparciéndose como si fuese algo vivo. Pero Javier solo miraba la pantalla, lívido.

 Marina iba a reprenderlo por lo del refresco pero cuando miró la pantalla se tapó la boca y sus colores también se fueron. El padre le pidió al hijo que buscara algo con que limpiar mientras él ayudaba a los científicos. El niño, feliz de estaba aventura en la noche, corrió hacia el salón de empleados. El hombre trataba de preguntarles que pasaba pero lo único que pudo lograr fue que Javier y Marina despertasen de su trance y se pusieran a trabajar. Tecleaban como locos, escribiendo operaciones complejas, enviando correo electrónicos, haciendo simulaciones y demás. El padre y su hijo limpiaron el refresco y se sentaron en dos sillas rígidas detrás de los científicos, como para darles espacio sin tener que irse.

 Estuvieron calladas casi una hora, apenas susurrando algo o mirando por todos lados. Habían estado allí antes pero solo una vez cuando habían venido a una excursión autorizada. Cuando venían con noticias o algo muy de ellos, solo los dejaban pasar al recibidor y nunca más allá. Padre e hijo estaban felices y eso contrastaba de una manera brutal con los científicos, que no parecían tener tiempo ni para pensar en como se sentían. Finalmente dejaron de teclear y de moverse de un lado para otro. Se sentaron y se miraron el uno al otro, como si haciendo esto se estuviesen confirmado lo que ambos sabían, lo que ambos no podían refutar. De pronto los interrumpió un sonido que todos conocían.

 Era una video llamada y todos escucharon el saludo del profesor Allen, una famoso físico que trabajaba en uno de los mejores observatorios en las islas Canarias. El profesor llamaba para confirmar el descubrimiento de Marina y de Javier. Tomás y Fernando se acercaron un poco, sin saber si Allen los podía ver o no. En su laboratorio, que era más avanzado, había hecho los mismos cálculos y proyecciones y no había duda de que el asteroide viajaba en una ruta casi directa con la Tierra. No podían predecir un desastre pero entraba en las posibilidad con un porcentaje demasiado alto para los gustos de cualquiera. Allen les recomendó llamar a todo el mundo.


 Fernando abrazó a su hijo, quién había dejado a un lado su ánimo. Era obvio que ahora estaba asustado porque cualquiera podía entender las palabras de Allen. Javier y Marina no se molestaron en echarlos, padre e hijo se fueron por su cuenta, dejándolos para elaborar el informe y alertar a todos los observatorios posibles para que cada uno hiciese sus estimaciones. Para las seis de la mañana, su jefe lo sabía todo y los alabó por su labor y por sus esfuerzo y rapidez. Les dijo que fueran a descansar y volvieran en la noche. Los dos amigos compartían un vehículo pero no se dijeron nada en todo el recorrido hasta la casa de Javier. Allí, Marina lo abrazó fuerte pensando inevitablemente en lo que podría pasar. Y Javier le correspondió, suspirando una vez más.

domingo, 4 de octubre de 2015

Soledad

   La soledad es algo difícil de vivir y de sentir. Hay quienes la adoran y hay otros que la aborrecen. Es un sentimiento que pone a la gente a la defensiva o, por el contrario, los pone contra una pared y los debilita hasta que no saben quienes son. Es difícil manejar algo de ese estilo, algo que se transforma cuando quiere y nunca es lo que creemos que es. La soledad ha transformado a muchos en locos y a otros en genios, a unos en cascarones vacíos y a otros en la mejor versión de sí mismos. Es el sentimiento como tal el que provoca semejantes transformaciones o son sus efectos en el ser humanos los que empujan a este a ser una u otra cosa, a no permanecer en lo que han sido por un tiempo sino más bien transformarse al extremo de sus capacidades?

 No lo sé. Y tampoco lo sabía Juan que,  desde que su vida había dado un vuelco de ciento ochenta grados, no sabía que lado era el correcto para nada. Su familia había muerto trágicamente hacía un tiempo y no le quedaban sino algunos familiares amigables pero lejanos. Y por amores no había que preocuparse porque nunca había habido ninguno y era poco posible que lo hubiese en el futuro. Estaba completamente solo, recogiendo los pedazos de la vida que había tenido antes y tratando de hacer algo con todos ellos, pero la verdad era que nada se podía hacer, nada que no tuviera una sombra de recuerdos infinitos de su familia. Los podía ver todos los días y todos los días se le rompía el corazón un poco y era la maldita soledad la que lo hacía posible.

 Había heredado la casa de la familia, en la que todos habían crecido por tanto tiempo. Juan antes vivía en un apartamento pequeño que había conseguido cuando por fin se había podido independizar de la familia. Pero eso duró pocos meses antes de que sucediera lo que había ocurrido y antes de que Juan debiera ponerse en frente de todos los asuntos financieros de su familia. Nunca había pensado que la vida podía ser tan difícil pero ahora vivía el día a día pagando cosas que no eran de él, vendiendo otras, ignorando facturas, hablando con gente que conocían a su padre y que siempre decían las peores palabras de apoyo. Él no quería seguir escuchando sus estúpidas voces pero no tenía opción.

 El primer mes fue un infierno pues, cuando no estaba atendiendo un montón de problemas que no eran suyos, estaba llorando en algún rincón de la casa como un fantasma pero vivo. El dolor que sentía era inmenso, era imposible de calmar y de ignorar. Se sentía como algo que crecía por dentro, inflándose hasta adquirir dimensiones extraordinarias que empujaban a todos los órganos al extremo del cuerpo. Por eso, creía él, que sentía que no podía respirar con propiedad y que su corazón ya no bombeaba tanta sangre como debía. Incluso, un par de veces, perdió el conocimiento al instante, de tanto llorar.

 Cuando eso pasaba se despertaba como si nada en lugares en los que no recordaba haber estado. Su cara le dolía igual que su cuerpo y como casi siempre era de madrugada se arrastraba a si mismo a su cama y allí se quedaba dormido, con algo de dolor en su cuerpo. Era casi una rutina que sentía que estaba acabando con su cuerpo. Tanto era el dolor que tuvo que guardar todos los recuerdos de su familia y decidió vender el apartamento que tantos recuerdos guardaba para él. No podía seguir allí, torturándose porque sí. Debía encontrar una forma de parar el dolor, ese sentimiento de culpa que salía de la soledad que lo acosaba día tras días y en todos los rincones de la maldita ciudad.

 Porque no era solo en casa que se sentía así. Era también en la calle, afuera en el mundo donde había tantas personas y tanto ruido. Lo  que pasaba allí era potencialmente peor porque la gente le daba rabia. La soledad no solo lo hacía sentir mal sino que le sacaba una faceta de rabia, de resentimiento contra todas las demás personas que se atrevían a sonreír en el mundo cuando él no tenía ya la capacidad para hacer algo así. Trataba siempre de ir a lugares de comida rápida para que lo atendieran con celeridad y pudiese sentarse en una mesa pequeña para comer y luego irse. Si estaba en una tienda, iba directo a lo que necesitaba y si decidía curiosear lo hacía por los pasillos que estuvieran solos.

 Los pocos amigos que tenía se fueron alejando. Al parecer, su nueva actitud no les caía muy en gracia, cosa que a él poco o nada le importaba. La verdad era que esos amigos nunca habían sido muy importantes para él porque eran del trabajo, era gente con la que tenía ese único enlace en común y, como ya lo había cortado, ya no había nada que los uniera de verdad. Él descubrió que ellos eran tan aburridos como el resto de la humanidad y ellos descubrieron que el lado oscuro de Juan no les gustaba ni un poco y tampoco su poca voluntad para reírse de chistes malos o tomar cerveza hasta que estuviesen perdidos. Eso débiles lazos de amistad se rompieron con facilidad.

 Así que Juan de verdad estaba solo y no deseaba cambiarlo por nada del mundo. La razón era simple: el dolor, la angustia, la soledad… Todos esos sentimientos lo llenaban y lo empujaban hacia delante. Los recuerdos también y la rabia hacía su parte. Todos ellos lo hacían moverse, como si se tratase de una marioneta. Y él estaba dispuesto a seguir siendo esa marioneta de la vida, al menos hasta que no pudiese aguantarlo más. Siguió así por mucho tiempo después de la tragedia y consiguió incluso un trabajo solitario, entregando licor en tiendas de barrio en las noches. Era peligroso o eso decían pero a él le daba lo mismo. El peligro ahora era relativo para él y la verdad era que no le importaba.

Así siguió Juan con su descenso al infierno, sus lentos pasos hacia un destino que él conocía muy bien pero al que no tenía ni una pizca de ganas de evitar. La vida, en general, le daba ya un poco lo mismo y no le interesaba como o que fuese a ocurrir en el futuro. Para él, ya nada tenía verdadera importancia y su vida se había convertido en una de esas cosas que solo funcionan porque no tienen más remedio que seguir trabajando hasta que se dañen y colapsen solas. Esa era su idea, seguir adelante hasta que todo, por arte de la vida, se detuviera de una manera o de otra. No pensaba en los detalles de todo eso pero la verdad era que habían momentos, muchos momentos, en los que deseaba que lo que fuese a suceder pasara pronto.

 La soledad no solo se había tragado su tiempo y personalidad sino también su espíritu casi al completo. Las únicas veces que demostraba sentimientos diferentes a los de siempre era cuando veía fotos de su familia, que era una vez cada semana por lo menos. Entonces lloraba de nuevo, las pocas lágrimas que le quedaban, pero también sonreía por momentos y parecía entonces un ser humano completo, real y común y corriente. Pero esa ilusión no duraba mucho y rápidamente volvía a ser la sombra que había empezado a ser desde hacía mucho tiempo. Comía cada vez menos y casi no salía de la casa para nada.

 Para nadie fue sorpresa saber, no mucho tiempo después, que Juan había sido encontrado muerto en su casa. El olor fue lo que alertó a los vecinos quienes llamaron a la policía. Estos rompieron la puerta y encontraron el cuerpo sin vida de Juan en el baño. Se había metido a la bañera y allí se había cortado las venas y lo había hecho como solo quienes en verdad quieren morir lo hacen. Al parecer los sentimientos adentro de su cuerpo no estaba actuando con la suficiente velocidad y él había decidido darles un pequeño empujón. No hubo velación ni entierro, solo una cremación rápida y sus cenizas fueron dadas a familiares lejanos que las esparcieron por la tumba de los padres de Juan.

 Y como él lo había previsto, su vida no quedó impresa en el mundo. Su mayor miedo, incluso antes de lo que había ocurrido, siempre había sido morir sin dejar una huella, sin que nadie supiese que había existido. Pero en sus últimas horas se dio cuenta de que la visa humana en realidad no es tan valiosa como todos dicen, o sino se trataría por más medios de mejorarla y de hacerla más fuerte contra todo lo que atenta contra ella. Juan había perdido todas las fuerzas y, aunque no había pedido ayuda, nadie tampoco le dio una mano ni una mera palabra de aliento para que pudiese soportar el trago amargo de la muerte de sus padres.


 La soledad se lo llevó y nadie nunca supo nada más ni nada menos de él.