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jueves, 7 de enero de 2016

Desnudos en el canal

   El agua estaba muy fría. Al fin y al cabo el invierno se acercaba, o al menos eso era lo que decían los periódicos y las noticias en televisión. Pero el invierno nunca había llegado tan tarde ni sería nunca tan breve. Sin embargo, para él, el agua estaba muy fría y sentía como si pequeños cuchillos se le clavaran por todos lados. No era una sensación agradable pero al menos no estaba solo: K estaba con él. Ambos estaban completamente desnudo y flotaban al lado del muelle moviendo los brazos y las piernas, lo que los hacía parecer pulpos no muy diestros en el arte del nado.

 Fue solo un choque de una mano con otra lo que desencadenó, por fin, una conversación. No habían dicho una palabra cuando salieron de la casa con toallas y solo sus trajes de baño. Tampoco dijeron nada cuando, como si se hubieran puesto de acuerdo (y nadie recordaba haberlo hecho), se quitaron los trajes de baño y se lanzaron al agua sin más. Pero cuando las manos chocaron sin querer, las palabras empezaron a salir de sus bocas.

 No se conocían bien y empezaron a preguntarse cosas de la vida, detalles que en verdad no tienen importancia y banalidades que son interesantes solo para el que las pregunta y a veces ni eso. A ratos detenían la conversación y nadaban de verdad un rato, aprovechando la amplia extensión de agua que tenían en frente, así como el día que era uno de los pocos que ambos tenían libres. Era un domingo y por razones que no vale la pena aclarar, los dos estaban allí y se quedaron hasta entrada la noche.

 Salieron desnudos del agua subiendo por una escalerilla el muelle. Allí, en silencio de nuevo, dejaron que el agua resbalara por sus cuerpo y la brisa fría de la noche los secara por algunos minutos. No había luz en esa zona así que solo se escuchaban la respiración. Sin embargo, era obvio que una tensión iba creciendo entre ambos. Había algo que crecía, que parecía respirar allí con ellos y que ellos dos conocían y no negaban en lo más mínimo. Todo esto sin palabras.

 Al rato se pusieron los trajes de baño, se secaron un poco con las toallas y se dirigieron al edificio que había cerca que resultaba ser un hotel. Pidieron las llaves de sus respectivas habitaciones y no se despidieron ni reconocieron a viva voz nada de lo que había pasado ese día. Tan solo se separaron y nada más.

 Sobra decir que ambos pensaron, esa misma noche, sobre lo ocurrido y soñaron (tanto despiertos como dormidos) con el otro. K soñó con él y él con K y fueron sueños simples pero agradables, de esos que no cansan sino que en verdad ayudan a descansar el cuerpo, a relajar la mente y a tener una noche agradable.
Al otro día, K se fue primero, muy temprano en la mañana. El lunes era festivo pero él tenía que estar con su esposa y sus hijos. Se sentía culpable, mientras desayunaba, y pensaba en ellos peor al mismo tiempo pensaba en él y deseaba que apareciera en el comedor en cualquier momento. Pero eso no pasó y K supo que era lo mejor. Apenas terminó de comer se dirigió a la recepción y pidió un taxi que lo llevase al aeropuerto. Cuando estaba abordando el taxi, él se despertó.

 El vuelo fue una tortura para K. Eran solo dos horas pero todo el tiempo estuvo pensando en esas horas en el canal, esas horas sin ropa y de frente a alguien que creía conocer pero del que de verdad no sabía absolutamente nada. Se habían conocido hacía tanto tiempo, en circunstancias tan tontas como el colegio, que era tonto pensar que en verdad supiera algo de la persona que tenía en frente. Más aún considerando que dicha persona no se veía nada igual a como era en el pasado. Él había conocido a un tipo encorvado, tímido, regordete y decididamente conservador en todos los aspectos posibles.

 El hombre que había tenido en frente en el canal no era ese. Y por eso en el avión se preguntaba, una y otra vez, si tal vez esa persona no había sido alguien más. De pronto había sido un desconocido siguiendo el juego y queriendo ver hasta que punto podían llegar las cosas. Pero no llegaron mucho más allá de estar desnudos juntos en un lago así que K se alegraba… O eso creía.

 Lo que sí le ponía una sonrisa autentica en la cara a K era ver los pequeños rostros de sus hijos. Era un niño de seis y una niña de ocho años. Los amaba como a nadie más en el mundo, más que a la madre que él quería pero que ahora dudaba amar. Pero ella no podía saberlo así que la saludó de manera tan efusiva como a los niños, haciendo una actuación que nadie podía considerar falsa o exagerada.

 Le contó a los niños de los canales y de lo aburrido que había sido trabajar allí en esos días pero que algún día los llevaría pues era un sitio hermoso para nada y pasar un día entero en el agua. Esto lo dijo pensando en él, pensando en su cuerpo y en la poca luz que los iluminaba al final del día. Después de decirlo se sintió algo culpable, por lo que rellenó su boca de comida y dejó que su esposa le contara todo sobre los chismes que tenía acumulados del fin de semana.

 Pero K no escuchó mucho de lo que ella decía. Su culpa había empezado a carcomerle el alma y le hacía ver que, aunque la quería, ya no la amaba como lo había hecho hacía tantos años. Ahora ella se convertía en otra desconocida y él, K, también.

 Cuando él se levantó ese lunes festivo, escuchó un automóvil arrancar bajo su ventana. Eso era porque su cuarto estaba ubicado sobre la recepción. Pero nunca hubiese podido saber que ese automóvil era un taxi y que dentro iba K. Pero lo más importante es que así lo hubiese sabido, no le hubiese importado.

 Desnudo como había estado en el lago, así mismo se había acostado la noche anterior. Había despertado con las sabanas por la cintura por culpa de la calefacción, que apagó después de salir de un salto de la cama. Se miró en un espejo que había colgado detrás de la puerta de la habitación y fue entonces que recordó el día anterior.

 Él no confiaba que K supiese quién era en realidad pero eso daba un poco igual. Al fin y al cabo habían cruzado miradas varias veces el sábado y ambos parecían convencidos de saber quienes eran y lo que esperaban del otro. K, para él, había sido el ideal cuando estaba en el colegio. Resultaba que él no era el chico encorvado sino otro, que se hacía notar mucho menos y que siempre había odiado a K por su facilidad con todo, desde las matemáticas hasta las mujeres.

 Odiar no es una palabra muy grande en este caso pues ese era el verdadero sentimiento, eso era lo que corría por la sangre de él cada vez que veía a K destacarse en algo, lo que fuera. Pero al mismo tiempo quería ser él o al menos estar cerca de él. Esta obsesión extraña no duró mucho porque, como todos los jóvenes, él cambiaba de objeto de deseo con mucha frecuencia, cosa que aprendió a controlar mucho después.

 Sin embargo cuando vio a K en el hotel, se dio cuenta que había algo entre ambos, algo extraño. Fue así que le escribió una nota para que lo acompañara a nadar y allí lo sorprendió quitándose el bañador pero K hizo lo propio casi al mismo tiempo, cosa que a él le encantó.

 La conversación en el agua fue perfecta. Tonta y simple, puede ser, pero ideal. Era obvio que había querido hacer algo más en ese momento, con ambos tan indefensos en más de un sentido. Pero algo le dijo que era mejor reservarse todo eso para otra ocasión, si es que alguna vez había alguna.

 Fue cuando se estaban secando en el muelle que, el brillo de la luna rebotó en el anillo que había en una de las manos de K. Y entonces él decidió no proseguir con lo ocurrido y simplemente olvidarlo. Por eso si lo hubiese visto la mañana siguiente, igual lo hubiese dejado ir sin decirle nada. Él igual soñó con él y se permitió volverlo objeto de su deseo por un tiempo, hasta que el recuerdo se gastó.


 Nunca se volvieron a ver pero siempre se recordaron. K nunca dejó a su esposa ni a sus hijos y él nunca salió a correr por nadie en su vida. Ambos eran muy parecidos en sus convicciones y lo sabían por sus respuestas a las preguntas que se habían hecho. Una de las preguntas que K le hizo a él fue si repetiría esa misma experiencia otra vez. Dijo que sí. Él le devolvió la pregunta y K le respondió con un si mucho más rápido y contundente.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Tatuajes

   Nunca hubiese pensado que terminaría en la cama con él y mucho menos que me obsesionaría con algo tan típico hoy en día como sus tatuajes. Había visto otros antes, yo no tenía ninguno. Me parecían, en general, intrigantes pero nada que me volviera loco al instante o que me causara una respuesta demasiado obvia. Pero esta vez, por alguna razón, fue diferente. No sé si fue por la espontaneidad del descubrimiento, la simetría, el cuerpo del individuo o el hecho de que sentía haber cruzado una frontera que no debía o que no era mi deber cruzar.

 El caso es que cuando le ayudé a quitarse la camiseta esa noche, mis ojos quedaron prendados al instante del tatuaje en su costado derecho. A pesar de tener un cuerpo perfecto y de ser una persona que sentía que yo no merecía, olvidé todo eso por esa noche y me fijé solo en la tinta en su cuerpo. En el lado derecho, sobre el costado de la caja torácica, tenía un símbolo tatuado muy simple pero del tamaño preciso y como si hubiese sido escrito en su piel con pluma.

 No sé si él se dio cuenta, pero me pasé un buen rato besando su costado, pasando mi lengua sobre el tatuaje como si con eso fuese a absorber el conocimiento de lo que significaba el símbolo. Era algo tan simple, con un significado seguramente igual de simple, pero a mi eso me daba exactamente igual: en su cuerpo, en ese momento, después de ver sus delicados ojos cerrarse por el placer, ese tatuaje tan tonto era una revelación para mi.

 Para que no pareciera aburrido o que no sabía hacer nada más sino besar un costado de su cuerpo, me trasladé lentamente al otro costado. A él parecía no importarlo y fue en un momento, mirándolo, que me di cuenta que esos besos a él le gustaban más que a la mayoría de los hombres. Esos ojos cerrados indicaban una sensibilidad que no todo el mundo tenía, pues muchos preferían ir directo a cosas más obvias, ya vistas miles de veces en películas pornográficas. Estos besos no eran así.

 Cuando llegué al otro costado no pude evitar sonreír. Había otro tatuaje, del mismo tamaño que el anterior. La diferencia estaba en que este tenía un diseño un poco más complejo y tenía color. Además, para mi alegría, lo reconocí al instante. Creo que por eso dejé su cuerpo un momento y me dediqué a besarlo a él. Sentí una conexión que iba más allá de solo la relación sexual que estábamos teniendo o a punto de tener. Él era como yo, es decir, tenía gustos como los míos. Ese tatuaje me había transportado a mi infancia por ser el símbolo de un videojuego, por ser una marca en su cuerpo del tiempo y de la inocencia. Casi nos quedamos sin aliento después de besarnos entonces.

 Muchas veces es torpe cuando se llega a quitarle el pantalón a alguien, a menos que ya no lo tenga. Pero en ese momento, por alguna razón, nuestros ojos quedaron enganchados y mis manos siguieron haciendo lo que querían, despojándolo a él, con habilidad, de unos jeans de esos que se usan hoy en día, con la bota apretada y todo apretado.

 Cuando dejamos de mirarnos, se los quité con fuerza y entonces descubrí un tercer tatuaje. En ese momento ignoré sus tiernos pero sexis calzoncillos blancos. Decidí que era más interesante ese pez japonés que le trepaba el gemelo izquierdo, debajo de los poquísimos vellos que tenía. Mis manos, de nuevo, empezaron a actuar solas, independientes de mis ojos que no podían de mirar a ese pez y su curvatura, como parecía desaparecer detrás de esa pierna torneada, como parecía estar vivo con esos colores brillantes y hermosos.

 Mientras tanto mis manos lo tocaban todo pero yo seguía con la vista en su pierna. No sé si él se dio cuenta porque yo para ese punto había dejado de mirarlo a él. Ya no me importaba si se daba cuenta que su piel, que sus tatuajes mejor dicho, me obsesionaban y que hubiese podido quedarme esa y muchas noches más admirando cada milímetro de su cuerpo que estuviese cubierto por tinta.

 Le besé las piernas, le masajee los pies y las piernas y volví cerca de él y de su boca. Su sabor  era verdaderamente único y sumaba un detalle más, algo que simplemente mejoraba todo lo que acababa de ver. Este tipo tenía una cuerpo increíble, era alto, tenía una cara perfecta y sin embargo estaba allí, conmigo y mi cuerpo que no tenía nada que ver con el suyo. Mientras nos besábamos me molestaba que el trataba de tocar mi cuerpo pero se encontraba con que yo no era como él y por un momento me di cuenta que se abstuvo de seguir explorando.

 No separamos de nuevo y pensé que debía hacer lo que habíamos venido a hacer. Se podían hacer muchas cosas antes del sexo como tal pero si no se hacía siempre habría un cierto nivel de decepción, como cuando vas a un matrimonio y no hay pastel o te celebran tu cumpleaños y no hay regalos. Es incompleto. No quiero decir que siempre tenga que ser una experiencia completa pero es mucho más placentera si lo es.

 Bajé entonces a sus calzoncillos, que me hicieron sonreír, y empecé a bajarlos cuando vi otro tatuaje más. Era como estar en una isla del tesoro y descubrir que no había una solo punto marcado con una X sino mucho más, y todo con premio. Debajo del elástico del calzoncillo estaba su nombre. Quise reír porque me pareció curioso y también porque no conocía más de él que su nombre. Nunca me había molestado en averiguar más.

 Y sin embargo allí estábamos, yo a sus pies y él con una respiración rítmica, que aumentaba cada vez que besaba su tatuaje. Después terminé de bajarle los calzoncillos. En esa zona, como es de esperarse, me tomé el tiempo aunque debo decir que casi todo el tiempo estuve pensando en los tatuajes que había visto y en lo extraño que era que alguien pudiera tener tanta tinta en el cuerpo y no se le notara nunca. Era como si vistiera debajo de la ropa el uniforme de un superhéroe. Era el mismo nivel de poder, al menos para mi.

 Se podría decir que en mi mundo, hay hombres, claro, pero están divididos en grupos y niveles, otros siendo claramente mejor que otros a los ojos de la humanidad en general. Los hombres con tatuajes siempre eran más sensuales, más atrevidos, más salvajes y él no parecía ser la excepción, menos aún cuando podía ver con facilidad como su espalda se arqueaba con cualquier roce de la piel, haciendo brillar sus tatuajes con la luz ideal.

 Después de un rato nos besamos de nuevo. Fue en ese momento en que él quiso, y lo dijo con su boca y no con su cuerpo, que yo también me quitase la ropa. La luz era tenue pero no lo suficiente, no como me gustaba a mi que era casi a oscuras. Pero me quité todo nada más para complacerlo pues era lo justo. Al fin y al cabo había disfrutado su cuerpo por un buen rato antes y hubiese sido muy injusto de mi parte decirle que no a cualquier cosa que quisiera. Su deseo debía ser concedido.

 Como para evitar comentarios o que mirara más de la cuenta, le pedí que se pusiera de espaldas para apreciar el resto de su cuerpo. No fue sorpresa que debajo de la nuca tuviese otro tatuaje, esta vez un símbolo tribal en forma de ave. Lo besé, pero por alguna razón no tuvo el mismo encanto que los otros, parecía algo puesto allí por su yo inseguro, su adolescente que había pedido el mismo tatuaje que otros se habían hecho millones de veces antes.

 El resto de su cuerpo posterior estaba inmaculado, solo el ave y un pedacito del pez de la pierna rompían la blancura de su piel, cubierta en partes por pecas y en otras por vellos muy finos y casi inexistentes. Le besé la espalda y me sorprendió oírlo gemir. No sé si fue cruel de mi parte, pero me interrumpí en un momento y le pregunté porque no tenía un tatuaje en la espalda baja. Él se rió y solo dijo que yo debería ayudarle a conseguir el diseño ideal.

Esa propuesta me sonó a reto y, durante el resto de la noche, imaginé qué podría irle bien en esa zona, tan delicada y suave y torneada como el resto de su cuerpo que era simplemente perfecto.

 Lo hicimos todo y cuando terminamos, cuando nos poníamos la ropa, él me dijo que debería hacerme un tatuaje también. Según él había muchos lugares donde se verían bien. Distraído, le dije que seguramente habían muchos artistas excelentes en ese mundo pero él sonrió y me explicó que lo que quería decir era que mi cuerpo le encantaba y que un tatuaje lo adornaría perfectamente.


 Al instante me sonrojé. Nos besamos y nos separamos y yo me di cuenta que no le creí lo que había dicho, ni una cosa ni la otra, pues nunca creía en los halagos de ese tipo. Pero de todas maneras me produjo una sonrisa que se mantuvo varios días en mi rostro y que le agradecí en secreto.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Monstruo / Demonio

   Hay demonios en mis sueños. Hay identidades dobles y personajes que dejan la piel para convertirse en otros. Seres duales que me horrorizan, y me hacen gritar, pero de mi garganta no sale nada sino solo aire. En mis sueños hay cuartos oscuros y lugares a los que ni siquiera yo puedo entrar. Parece que incluso mi subconsciente prefiere alejarme de ciertas cosas que podrían causarme tal shock, que no sería capaz de recuperarme nunca.

 Como entró todo eso en mi mente? O es que acaso lo he tenido siempre, lo he heredado o simplemente está en mi código genético? La naturaleza pudo implantarme esas sombras, esos lugares remotos en mi cerebro. Pero porqué? Para qué? No logro entender nada y eso me pone mal, me hace dar vueltas en la cama, me hace dudar y me hace hacer cosas que normalmente nunca haría.

 A veces el dolor parece ser la única vía de escape pero soy muy cobarde para llegar a esos extremos y eso que mi subconsciente hace un trabajo espectacular dándome la dosis nocturna diaria de dolor y confusión. Que significa todo esto, si es que significa algo? Yo a Freud no le creo ni el apellido pero si los seres humanos somos capaces de soñar, por algo será… no?

 A mi me gustaría soñar con cosas diferentes, con mundo más calmados y más felices. Me gustaría soñar que por fin logro tomar de la mano a esa persona que todavía no conozco, que todavía no sé como se llama ni que apariencia tiene. Eso sí, ahí mi subconsciente me hace un favor, porque es mejor para mi no inventarme ese rostro ni sus complejidades. Solo sentir su mano junto a la mía, entrelazadas por siempre. Solo eso quisiera soñar y no en demonios.

 Habrá sido una película que vi recientemente o tal vez algo que comí? No lo sé pero si llego a saber la respuesta alguna vez, empezaré a hacer exactamente lo contrario. Es horrible como la única imagen que tengo es la de ese ser doble separándose, dejando de lado su carne, su ser físico para pasar a ser otro. No sé porqué mi cuerpo no me despertó. Tal vez la idea era que viera más para comprender algo que de todas manera no he entendido. De pronto hay algún código, algún misterio que debo resolver para entenderme mejor.

 Y eso me asusta más que nada. Me da miedo ver que más puede haber allí, oculto entre los pliegues neuronales, entre todos los recuerdos que guardo con aprecio. Odio, detesto imaginar que en un mar de memorias perfectas y alegres, descansen también las oscuridades más profundas de mi ser, las más impactantes y también las más indeseables. Creo que si las descubro, no podré más conmigo mismo.

 Me he dado asco antes pero esto podría ponerse peor. Si fumara, estaría fumando como loco y si me drogara, me metería algo que contrarrestara el efecto nocivo de estos sueños desquiciados. Aunque me cuidaría porque dicen que el alcohol y las drogas pueden hacer que todo se vea aún peor, aún más grande y amenazador y eso, seguramente, sería simplemente demasiado para mi.

 Lo mejor, creo yo, es salir a dar un paseo entre el viento frío, forzar por medios físicos la desaparición del recuerdo, a menos de forma consciente. Mientras camino y escucho mis pasos, porque no se oye ni se ve nadie más, voy pensando cuidadosamente en todas esas personas que me han hecho feliz y en esos momentos en los que he sonreído con sinceridad y he disfrutado de la vida sin limites de ninguna clase.

 Recuero varios momentos familiares como viajes y comidas y simples tarde con mi madre. Recuerdo las mascotas y el sabor de la comida así como las risas y los timbres de voz de cada uno. Me siento mejor pero al mismo me siento morir pues recordarlos así me hace imaginar que no estoy muy lejos de los últimos momentos de mi vida. Al fin y al cabo, no es algo imposible. Pero sería muy triste un final así, en una calle fría y gris en un país indiferente.

 Sigo caminando y recuerdo el placer. Desde el placer de ver una película favorita o de leer una historia que me llena el alma hasta el placer básico de la experiencia sexual. Los recuerdos son fáciles de reunir y los voy analizando uno a uno. Recuerdo entonces esos personajes, tan bien construidos que parecen reales, tan cercanos que parecen amigos perdidos. El olor de los libros viejos y el calor que emana de una película buena cuando la estas viendo.

 Y desde allí siento el recuerdo del sexo, del olor y del sabor y de todos los demás sentidos cuando están tan alerta de todo. Recuerdo el primer beso y los subsiguientes. Recuerdo los errores y también los aciertos y los momentos en que parecí ser otra persona al estar poseído por Eros y sus demás camaradas. Recuerdo habitaciones, la distribución de los objetos y el nivel de la luz. Es increíble como al esforzarme, puedo recordar tantas cosas, incluso la pasión de alguien que ya no tengo al lado.

 Es entonces que abro lo ojos y me doy cuenta que caminé más de la cuenta y que ahora ya no sé donde estoy. Es un barrio que se ve como todos pero simplemente no lo reconozco. Están los mismos edificios, copias de copias, y las tiendas  y todo lo demás pero no hay nadie y entonces me doy cuenta. Caigo al suelo y grito con todas las fuerza, golpeando el pavimento.

 Me despierto de golpe y maldigo a todos los dioses, no me importa que religión representen o que es o que se supone que cuidan. Los maldigo a todos y los condeno a revolcarse en sus estúpidas ideas y concepciones del mundo. Es por culpa de ellos que tengo esos laberintos en mi mente, es por su culpa que mi felicidad no puede estar completa pues mis mejores recuerdos ya están manchados por esa sombra que lo cubre todo y que es esa ciudad solitaria y ese hombre que se parte en dos.

 No… Lo veo de nuevo y mi estomago se remueve. Esta vez estoy muy despierto, porque siento la cabeza darme vuelta y las tripas queriéndose salir por donde puedan. Me echó en la cama y trato de respirar lentamente. Trato de no pensar en nada pero no lo logro. Ahora sí que necesito esa mano, ahora si que lo necesito a él pero a veces parece que jamás estará aquí cuando lo necesite.

 Así que arrugo las sabanas cogiéndolas con fuerza y respirando lentamente, con los ojos cerrados. No quiero dormir más pero si abro los ojos sentiré que arden y veré todo de nuevo como si estuviese de nuevo en el sueño y no quiero hacerlo. Sin embargo, y después de varios minutos de lucha, mi cuerpo se rinde, porque no es fuerte y no tiene como pelear.

 Sin embargo, y para mi sorpresa, duermo algunas horas y cuando me despierto me doy cuenta que no he tenido un solo sueño, que no he sudado luchando contra seres que no están, que no me duele la garganta de gritar sin sonido alguno. Me doy cuenta que estoy bien, aunque tengo algo de frío. Me pongo una chaqueta y esta vez sí salgo al mundo real y lo primero que hago, antes que nada, es ir a comer.

 El sabor es mucho más rico ahora, es como si todo lo estuviera probando por primera vez y eso que no es alta cocina sino una simple hamburguesa con papas fritas y refresco. Pero todo sabe como si fuera lo mejor del mundo y es una buena comida porque no solo me llena el estomago, que ha dejado de gruñir, sino que también me llena el alma y me deja contento, sonriendo incluso.

 Algunas personas me miran como si estuviese loco y la verdad es que no me importa. Me importa un bledo lo que piensen los que me miran. Solo yo sé que ahora me siento capaz de todo, me siento capaz de dejar la oscuridad atrás y de seguir adelante con mi vida, que podrá no ser emocionante o entretenida, ni siquiera estable, pero eso no importa. Es mía y es lo que tengo y me gusta tenerlo. Después de comer marcho de vuelta a casa y me prometo a mi mismo que no puedo dejar que lo que no conozco me gane siempre.


 Pero entonces, cuando lo analizo todo, me doy cuenta que todo eso todavía está allí y que en algún momento volverá. Porque, al fin y al cabo, hace parte de mi. No tengo un monstruo adentro sino que soy ese monstruo, soy ese demonio que e despierta cada mucho tiempo para recordarme que está ahí y que no planea irse a ninguna parte.

martes, 10 de noviembre de 2015

A sus pies

   El pobre de Jaime había trabajado en la tienda de zapatos por tanto tiempo, que los pies y el calzado se habían vuelto su vida. Ya era un hombre que pasaba de los cuarenta y no se había casado, no había tenido hijos y, para dejarlo claro, no se había realizado como persona. Claro, nunca había definido en verdad que era lo que quería hacer con su vida. A veces su sueño parecía inclinarse a ser dueño de una tienda y otra veces era ser podólogo y poder ver los pies que necesitaba ver. Porque el detalle era que los necesitaba. Había ido ya a una psicólogo que le había dejado en claro que lo suyo era un fetiche y bastante fuerte. Eso sí, le garantizó que no era algo dañino y que solo en algunas ocasiones podía volverse algo de verdad incontrolable.

 La tienda para la que trabajaba Jaime era enorme, una de las más grandes de la ciudad que era bastante pequeña aunque tenía una vida comercial activa por estar ubicada cerca de una frontera nacional. Venían extranjeros seguido y todo porque la mano de obra era allí más barata y los zapatos también. Jaime era tan dedicado y sabía tanto del tema que no era solo un vendedor sino que supervisaba todas las áreas. Ese era su máximo logro en la vida: su jefe tenía tan claro que le encantaban los pies, que había utilizado esa obsesión para convertirlo en un experto. Jaime sabía de zapatos deportivos, de mujer, para hombre, para niños y sabía todo también del pie humano: sus partes, las funciones de cada una de ellas y como estaban mejor en un calzado que otro.

 Muchos pensaban que su obsesión era algo meramente físico y que su respuesta era de la misma naturaleza pero la verdad era mucho más que eso. Él tipo sentía un placer más allá de su cuerpo al ayudar a alguien a encontrar un calzado perfecto y más aún cuando le ponía el calzado a quién fuera. Obviamente las mujeres le eran especialmente atractivas por su delicadeza pero también habían hombres que le habían llamado la atención. Su obsesión era tal, que la mantenía a raya coleccionando fotos de revistas donde encontrara los mejores pies que hubiese visto. Era algo privado y jamás se lo había mostrado a nadie y pensaba nunca hacerlo pues era su manera de mantener todo a raya.

 Un día, sin embargo, conoció a una mujer en el trabajo. Una de esas extranjeras que venían a comprar calzado. Si somos sinceros, la mujer era más bien normal de cara y de cuerpo, no era una belleza ni mucho menos. Pero, como cosa rara, Jaime quedó prendado de sus pies. Y ella, que no era tonta, se dio cuenta de esto y le llamó la atención así que decidió coquetearle, pasándole los pies suavemente por la pierna mientras le ponía un calzado que había pedido o modelando atractivamente frente a un espejo. Y se daba cuenta que su técnica daba resultado, a juzgar por la mirada de idiota de él.

 Cuando se decidió por un par, le pasó a Jaime su tarjeta y le dijo que le encantaría cenar con él antes de volver a casa al día siguiente. Le dijo en que hotel se quedaba, la habitación y que lo esperaría en el restaurante del hotel a las nueve de la noche. Jaime estaba casi al borde del colapso pues ninguna mujer se le había acercado así nunca. Él era consciente de que ella no era la típica belleza pero igual era atractiva y sabía usar lo que tenía. Lo que no le quedaba muy claro del todo era porqué se había fijado en él. Sabía que no era un buen partido para nadie y, a diferencia de ella, él no era atractivo y era muy torpe tratando de atraer la atención sobre si mismo. Lo había comprobado hacía años cuando era más joven y ahora ya era muy viejo para ponerse en esas.

 En todo caso, esa noche se puso su mejor ropa (que no era más que un traje apropiado para entierros) y buscó los mejores zapatos para acompañar. No solo sabía de calzado y de pies, también le gustaba ponerse lo mejor que hubiera. Había ahorrado toda su vida y tenía piezas de calzado de las mejores marcas, hechas con los cueros más finos. Para esa noche se puso un par de zapatos negro tinta de una marca italiana que se caracterizaba por las formas que recibían sus zapatos al ser cosidos. Casi todos los pares eran únicos por ello. Eran los más caros que Jaime tenía en su clóset y no dudó en ponérselos esa noche pues sabía que era una ocasión especial, aunque no sabía porqué.

 Cuando llegó al hotel, se dio cuenta que era bastante antes de las nueve. La buscó a ella y no estaba así que se sentó en el bar y pidió whisky en las rocas para darse un poco de valentía. Su poco cabello se lo había peinado sobre la parte calva de su cabeza y se había esforzado por lucir una piel algo menos grasosa de lo normal. Verse en uno espejo que había sobre el bar le resultó algo fuerte pues se dio cuenta que parecía un tonto, creyendo que una mujer se había fijado en él de una manera física. Seguramente ella quería hacer negocio con la tienda o algo por el estilo y lo necesitaba a él para facilitarle algunos datos o algo por el estilo. Estaba seguro de que algo así debía de ser.

 Ella entró cuando él no podía estar más al fondo en sus penas. Y lo vio al instante y lo saludó animadamente. Ella sonreía y llevaba un vestido azul con flores y los zapatos rojos de tacón que había comprado esa misma tarde. Le dijo a Jaime que habían sido una excelente elección pues le quedaban como guante. Los modeló para Jaime que se olvidó por un instante su miseria interna y se dedicó a contemplar tan bellos pies en tan bellos zapatos. Ella sonrió por fin y lo invitó a que tomaran asiento en la mesa que había reservado. Cuando llegaron a ella, había un par de velas encendidas y el mesero les ayudó a sentarse.

 Lo primero que hicieron fue pedir vino. Ella dijo que quería el mejor de la casa. Jaime entonces pensó que tenía dinero pero que no quería gastar demasiado pues tenía todos sus movimientos monetarios bastante bien controlados. Sabía que si gastaba mucho en una cosa, debía gastar menos en otras. Por un momento ese pensamiento lo alejó de ella, hasta que la mujer le tomó una mano y lo miró a los ojos. Jaime no supo que decir y ella visiblemente no iba a pronunciar palabra. El gesto fue interrumpido por el mesero que abrió la botella frente a ellos y les hizo degustarlo antes de servir propiamente. Les entregó las cartas y los dejó a elegir su cena de la noche. Jaime todavía estaba algo nervioso, mientras paseaba sus ojos por la sección de ensaladas.

 Al final, se decidieron por calamares rellenos para él y trucha al limón para ella. Compartieron una entrada de alcachofas, de las que Jaime casi no como por estar pendiente de que la mujer no hiciera de nuevo de las suyas. Era lo normal que las mujeres lo pusieran nervioso pero ahora estaba peor que nunca y se arrepentía de haber aceptado la invitación. Cuando las alcachofas por se terminaron y la mesa quedó libre, ella de nuevo le tomó la mano con sorpresiva habilidad y le dijo que le tenía una propuesta que sabía le iba a encantar. Le dijo que no iba a decir palabra, que solo tenía que leer. De su bolso sacó un celular y se lo pasó cuando mostraba lo que ella quería que él viera.

 Eran fotos de pies. De todos los tipos de pies posibles. Unos al lado de los otros, de todo tipo de personas, de tamaños y de características. Mientras él veía las imágenes ella le decía que trabajaba para una firma que quería hacer el mejor calzado en el mundo, para cada pie y de la mejor forma posible. Querían hacer obras de arte con su calzado, elevando el estatus de este accesorio para vestir al máximo. Desde chanclas hasta zapatillas para ballet, para hombres, mujeres y niños y todos los demás. No había limite en lo que querían hacer y todo tenía una base clara. Ella le apretó la mano que tenía libre y le dijo que lo necesitaban a él, necesitaban a alguien que comprendiera.

 La comida llegó y entonces hablaron más, y Jaime se abrió a ella como si no pudiera contenerse. Le habló de los arcos del pie, de la complejidad de los dedos y de la sensibilidad de las plantas. Le dijo que el calzado era lo que definía, por completo, la vestimenta de una persona más que ninguna otra cosa que tuviese encima. Y ella le dio la razón y el dijo que ellos ya tenían expertos en la parte física del pie. Pero necesitaban a alguien que los amara, que se dedicara de corazón a ellos, para que les ayudase a diseñar los mejores modelos para las mejores ocasiones, siempre siendo únicos y particulares.


 Ella explicó que lo habían encontrado hacía un tiempo, en parte por su trabajo y en parte por sus búsquedas en internet. Él iba a preguntar que si eso no era ilegal pero se frenó porque se dio cuenta que no le importaba. Por fin tenía frente de él esa oportunidad de ser alguien, de realizarse por completo como ser humano. Y no la iba a desaprovechar por tecnicismos tontos. Le dijo a la mujer que la ayudaría en lo que pudiera y que aunque no era un experto, le encantaría hacer parte del proyecto. Mientras les ponían la comida en frente, ella le tocó la cara y le dijo que de hecho él sí era un experto y que sabía que lo que harían sería arte puro pues el amor de él por la idea, era verdadero.