Mostrando las entradas con la etiqueta sentir. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta sentir. Mostrar todas las entradas

lunes, 2 de julio de 2018

Mundialista


   De pronto, un gruñido pareció salir de la mismísima tierra, como si algo oculto en las profundidades del planeta se hubiese despertado. Por supuesto, eso no era posible pero era la sensación que semejante sonido causó en quienes no habían estado poniendo mucha atención a los hechos del día. Aquellas personas que no tuviesen un televisor en frente seguramente habían sentido el estruendo colectivo que se expandió como una ola por el aire y la tierra, alcanzando a todos, al menos en las ciudades.

 Sin embargo, había algunas personas mucho más interesadas en la causa del sonido que las demás. En una oficina alejada, Mario miraba la pantalla de su computador que expectativa. Lo que veía era algo muy simple: un partido de fútbol, el deporte más popular en el planeta. Y eso no era algo que se pudiese debatir, era simplemente un hecho. Y por eso todo el país se había detenido durante un instante para ver que pasaba en un estadio en un país lejano, tan lejano que la diferencia horaria alcanzaba los dos dígitos.

 Mario veía el partido pero más que nada buscaba, entre tantas figuras corriendo de un lado a otro,  a una en especial. Miraba con cuidado los números de los jugadores y no descansó hasta por fin encontrar el que estaba buscando. Era el catorce, que resaltaba por su color rojo sobre un fondo negro. Arriba del número, en letras pequeñas, estaba escrito el apellido del jugador. En este caso era Martínez. Mario sonrió y se alegró de haber podido terminar la reunión en la que había estado antes de lo programado.

 No podía haber dicho que quería ver a su amante en la televisión. Primero, porque nadie sabía que a él le gustaran los hombres. Segundo, porque sería un poco increíble alardear por ahí que se está en una relación, cualquiera que sea, con alguien famoso. Y tercero, y tal vez más importante, el jugador número catorce estaba muy públicamente casado con una mujer y tenía dos hijos pequeños. En todas las revistas aparecía con ellos, feliz, con una sonrisa que alcanzaba a ocultar su verdad.

 Por eso Mario no podía forzar la reunión de ninguna manera obvia. Solo tenía que recurrir a los hechos que, afortunadamente, estaban a su favor. La reunión había sido convocada para verificar la cantidad de materiales que tenían y  resultaba apropiado que el cargamento que habían pedido justo había llegado al puerto a primera hora del día. Por eso la reunión solo trató temas más sencillos y pudo terminar mucho más rápido de lo planeado. Mario casi corre a su oficina para ver el final del partido, que afortunadamente el equipo nacional estaba ganando con dos goles a favor y ninguno en contra.

 Cuando dieron el silbatazo final, Mario pudo respirar y casi al mismo tiempo suspirar por el número catorce, que fue el primero en ser entrevistado por la cadena nacional que transmitía el partido. Estaba claramente cansado, sudando bastante y con la mirada algo perdida. Mario trataba de reconocer en él algo que hubiese visto antes, pero la verdad era que hasta ese día había evitado a toda costa ver los partidos en los que su amante participaba. Es más, jamás lo había visto jugar en ninguno de los equipos en los que había estado.

 Para Martínez eso siempre había sido algo gracioso pero en parte le había parecido atractivo acerca de Mario. Se habían conocido en una fiesta privada, de la cual habían salido juntos a una casa mucho más privada donde habían tenido una noche de sexo casual. Para Mario, eso había sido algo pasajero e increíble, algo que podría contar en el futuro a sus amigos o para alardear con ciertas personas. Cosas irreales.

 Sin embargo, durmió toda la noche con Martínez y al otro día se despertó mirando al jugador de futbol que seguía profundo. Solo lo observó un rato, hasta el momento en el que le pareció escuchar gente en alguna parte, cerca, y decidió que no podía arriesgarse. Se vistió de manera apresurada y salió como pudo de la enorme casa, corriendo por el jardín y luego saltando una cerca por su parte más baja. Le dio miedo que lo vinieran a detener algunos agentes de seguridad privada, pero eso no pasó.

 Pasaron semanas hasta que Martínez lo contactó por correo electrónico. Al comienzo tomó el mensaje como una broma, puesto que no tenía ningún sentido que una persona famosa enviara correos así como así, a cualquier persona, sin importar lo que había pasado antes. Mario borró el mensaje y decidió no ponerle atención. Llegaron algunos correos más pero los siguió borrando, cansándose de los bromistas que parecían no tener nada mejor que hacer que elaborar mensajes falsos.

 Fue cuando el futbolista apareció en su edificio un día que se dio cuenta que todo lo que había pasado hacía tantos días, todavía significaba algo. No solo para él sino también para el catorce, que había llegado con un guardaespaldas, convenciendo al portero que lo que venía a hablar con Mario era un tema de negocios muy importante y por eso la privacidad era lo primordial. Para sorpresa de todos, el vigilante cumplió su palabra de no decir nada, a cambio de un par de mercancía relacionada con la selección nacional, autografiada por el futbolista. Todo enviado a la casa del vigilante, casi al instante y con algunas sorpresas más por si eran necesarias.

 Esa vez, Martínez y Mario hablaron por largo rato. El futbolista le confesaba al otro que no había dejado de pensar en él desde esa noche de la fiesta y que se había sentido muy mal por no haber pensado en él cuando lo había llevado a la casa. No había calculado la cantidad de alcohol que había consumido y eso había causado que no se despertara a tiempo para poder ayudarlo a salir de la casa sin ser visto. Eso lo hacía sentir mal y se le notaba por su postura y su lenguaje físico, que hablaba mucho.

 Mario le dijo que no había problema pero la verdad pensaba en cual sería la mejor manera de cortar todo el asunto de una vez. Sí, había sido emocionante y muy placentero lo que había ocurrido, eso no se podía negar. Pero tampoco se podía negar el hecho de que, cada vez que hablaban de él en la televisión, siempre aparecían fotos de su mujer y sus hijos o incluso todos ellos aparecían como tal a su lado, como una gran familia feliz que nunca se aparta el uno del otro. Y para Mario eso era mucho más que incomodo.

 No solo era que no quería destruir una bonita unión familiar pero era más que todo el hecho de que no quería ser él el que causara semejante noticia a nivel nacional. Además, estaba el hecho de que él no había salido del closet ante todo el mundo, solo ante sus padres y algunos amigos, y la verdad no le sonaba muy buena la idea de que todo el país supiese que era homosexual y que, además, supieran que había sido la persona que había destruido una de las relaciones más celebradas por la gente.

 Sin embargo, y como siempre suele pasar, Martínez convenció a Mario para que pudieran seguir adelante con su relación. Aclaró que no era solo sobre el sexo, sino que también le interesaba poder llegar a conocer mucho mejor a Mario y poder hablar de él de cosas varias y compartir un poco de sus vidas, eventualmente. Mario sabía que eso no tenía ningún sentido, que no había ningún futuro en una relación que tenía que ser a escondidas. Pero se dio cuenta de su hipocresía, al no estar cómodo con ser abiertamente homosexual.

 Por eso le dijo a Martínez que sí, por eso tuvieron relaciones sexuales esa tarde y por eso hablaron por internet por mucho rato, a lo largo de todo el tiempo que Martínez tuvo para entrenar y prepararse para el evento más importante de toda su carrera como futbolista. Mario fue parte de todo eso.

 Por eso vio ese primer partido con alegría. Una alegría que le hizo doler el pecho porque sabía que no sería algo permanente. No se trataba de saber si las cosas iban o no a funcionar, sino de cuando dejarían de hacerlo y como sería ese final, para los dos. No podía terminar bien pero de resto, nada se sabía.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sentir no es tan fácil

   Desde arriba podía ver como el granizo se había acumulado sobre los tejados y en los parques. Todo parecía haber cambiado en contados minutos, porque la tormenta no había sido duradera pero sí bastante intensa. La baranda que cerraba la terraza estaba mojada y fría como el hielo pero no me importo poner mis manos allí y apretar con fuerza. Por alguna razón sentía mucha rabia, sentía que había algo que la naturaleza me quería decir, pero al no hablar en español, la cosa era difícil de descifrar.

 Estuve mirando la tormenta alejarse por varios minutos. Obviamente me mojé bastante porque, aunque el granizo ya había parado e incluso empezaba a derretirse, la lluvia permanecía, cerrando el paso de las nubes más fuertes, de las que estaban causando caos por toda la ciudad pero yo no lo sabía ni me importaba. ¿Porqué me iba a importar lo que le pasaba a cientos o miles de otras personas, si a esas personas no les importaba en lo más mínimo lo que le pudiese pasar a alguien como yo?

 Entré al apartamento y subí directamente al baño que había en el piso superior. Allí tomé la toalla que usaba todas las mañanas para secarme el cuerpo y la usé para secarme el pelo y el resto del cuerpo, pues había decidido pararme en la terraza sin nada de ropa. Había oído el rugir del granizo, la lluvia y el viento cuando me cambiaba y tomé la decisión consciente de salir así, desnudo, a ver que era lo que pasaba y el caos que había en el exterior. Me sentí libre, por un breve momento.

 Momentos después, ya seco y en silencio, con solo algunas gotas de lluvia cayendo contra el vidrio de la ventana, traté de volver a sentir esa libertad en mis huesos. Quise recrear ese increíble momento en el que mis pies tocaron el ladrillo congelado y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al sentir la violencia del agua que venía del cielo. No pude hacerlo tan bien como la naturaleza, aunque mi mente siempre se había caracterizado por su creatividad, pero sí sentí algo.

 Era algo profundo, muy adentro de mi mismo y no tenía nada que ver con lo que pasaba afuera, con la meteorología o con las personas que después se quejaban de haber sido golpeados por granizos del tamaño de pelotas o por los vidrios rotos en su casa. Eso que tenía por dentro también estaba roto pero había liberado algo nuevo, algo que sentí diferente y que sabía que jamás había sentido. Sin camiseta pues aún, sentí un calor recorrerme el cuerpo. Mi cuerpo completo se erizó en un segundo, como si un placer casi erótico se apoderara de mí.

 No duró nada, como mi breve mirada a la libertad. Era cruel, pensé, poder sentir algo así, tan potente y excitante, por solo un breve momento de la vida. Estaba seguro que había muchas personas en el mundo que jamás habían sentido nada por el estilo. No era que quisiera sentirme mejor que ellos sino que las cosas así eran. Por alguna razón yo había sido elegido para ser uno de los pocos que sentirían algo semejante en su vida y tengo que confesar que me hizo sentir especial.

 Tuve que echarme en la cama, así como estaba, con los ojos cerrados. Trataba de respirar correctamente, de controlar mi corazón y mis sentimientos. Estaba conmocionado pero no me podía dejar llevar por algo tan efímero. De pronto me estaba imaginando cosas y solo había sido algo más normal, como el viento frío que se colaba por alguna parte y se insertaba en el cuerpo como una daga congelada. No todo es tan increíble como quisiéramos que fuera. Por eso ya nadie se asombra con nada.

 Hemos descubierto que el universo que nos rodea no es tan fantástico como siempre habíamos pensado. Y no es que se así sino que también nos dimos cuenta de que solo somos seres humanos que jamás comprenderemos lo que está adentro y afuera de nuestros débiles cuerpos. Los misterios del universo son demasiado grandes y los que tenemos adentro son íntimos y podrían decir mucho más de nosotros mismos de lo que nos gustaría. Entonces preferimos no hablar de ello y ya está.

 Cuando por fin me levanté, pensé por un momento en salir de nuevo a la terraza pero me di cuenta al instante que el momento ya no estaba. No era algo que se pudiese hacer cuando quisiera, como una droga sintética. No sé que fue lo que sentí pero puedo asegurar que era mucho mejor que cualquier cosa que alguien pueda inventarse para neutralizar su mente y sus sentimientos. Era lo contrario, un potencializador de todo lo que somos capaces de sentir, de lo que nos hace humanos.

 Más tarde la casa se llenó de mi familia, como estaba siempre. El momento había sido casi perfecto y por eso todo ese día no pensé en nada más sino en esa corriente que me había pasado por todo el cuerpo, estimulándolo todo. Mis padres me preguntaron en que pensaba y porqué estaba tan raro y la verdad es que no pude darles una respuesta clara y convincente. Solo pude argumentar alguna tontería, improvisando algo en el momento para poder seguir pensando en ello en privado, en mi pequeña mente que se había visto inundada de pensamientos varios.

 Esa noche, ansioso por experimentarlo de nuevo, me quité toda la ropa y me acostó desnudo en mi cama. Cometí el error de tocarme, creyendo que eso alentaría el suceso de más temprano pero así no funcionan las cosas. Terminé estimulándome de una forma mucho más terrenal y humana, sintiendo puro placer y nada más. No tenía la gama de sentimientos y amplitud de consecuencias que había tenido el extraño evento que había vivido. Un orgasmo es otra cosa.

 Al otro día, lo pensé más y me di cuenta de que podría haber sido algo imaginado. Puede que nada de eso, ni lo que sentí ni lo que pensé, haya sido real. Era algo normal pensarlo puesto que lo que había ocurrido había tenido las mismas consecuencias que un sueño común y corriente: todo se iba desvaneciendo con el tiempo, como si no hubiese ocurrido. Ya no me acordaba como se había sentido exactamente, si había comenzado en algún punto y terminado en otro.

 Solo sabía que había ocurrido y por eso se volvió un asunto de fe. Un hombre que nunca había ido a una iglesia y que aborrecía a la religión por la esclavitud a la que sometía a la mente humana, pensaba ahora que la fe era la única manera de poder explicar lo que había ocurrido. Ese estimulo tan complejo y maravilloso había sido algo de otro mundo y si no podía creer en él, entonces simplemente no había nada en lo que pudiera creer. Por eso se convirtió casi en una religión para mí.

 Todos los días subsiguientes traté de desmenuzar cada pequeño momento de ese día, desde que oí la primera gota de lluvia en el vidrio de mi ventana hasta que pude respirar después de sentir ese choque eléctrico extraño que me había cruzado el cuerpo como nada que hubiese sentido jamás. Cada día agregaba detalles a mis notas y esa fue la única manera de mantener el recuerdo vivo, siempre con la esperanza de que todo se repitiera algún día, ojalá más pronto que tarde.

 Ya han pasado meses de eso y trato de forzar que pase. Salgo al balcón y me quedo allí por largas horas, a veces solo vestido de un pantalón corto para ver si la falta de ropa fue la culpable de todo. Trato mantener los ojos cerrados, para ver si eso ayuda.


 Me he causado más placeres carnales tratando de descifrar todo el asunto pero sé que no se trata de eso. Sé que no era un orgasmo y tampoco era amor, porque aunque no lo conozco, sé que si lo sintiera no tendría nada parecido con lo que me pasó ese día. Eso sí, también puede que todo esté en mi mente.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Bajo la ventisca

   Los tanques de combustible explotaron con fuerza, enviando una bola de fuego hacia el cielo que alumbró todo lo que estaba alrededor. El color ámbar que inundó el lugar nunca se había visto en semejante lugar tan remoto y nunca se volvería a ver. La pequeña casa hecha de tejas de zinc y placas prefabricadas, el único indicativo de que algo había existido en ese lugar, dejó de existir en unos pocos segundos, completamente consumida por el fuego abrasador.

 Desde una colina cercana, un joven sin pelo miraba la escena, fascinado por los colores de las llamas que ardieron por largo tiempo antes de que el frío las apagara a punta de copos de nieve. Él no pensó en las personas que había allí, en los kilómetros de túneles y niveles enterrados debajo del bosque de tundra. Todos habían muerto ya o al menos pensó que eso sería lo ideal. Vivir para morir encerrado era algo que nadie merecía, ni siquiera esas horribles personas que trabajaban allí.

 Las marcas de la tortura sistemática estaban por todo su cuerpo. No sabía cuando lo habían internado allí pero sentía que había sido hacía mucho tiempo. Su celda era completamente oscura, desprovista de cualquier tipo de luz. Estando bajo tierra, era imposible saber que día era o que hora del día estaba viviendo. Después de un tiempo simplemente no importaba. Había dejado de pensar en esas trivialidades hacía mucho tiempo. Solo quería evitar volverse loco.

 En eso había sido algo exitoso y un fracaso, al mismo tiempo. Si bien todavía conservaba partes de su pasado y tenía a veces ganas de pelear y de rebelarse, la mayoría del tiempo era como un muerto en vida. Las pruebas que le hacían, fuese físicas o puramente medicas, lo cansaban demasiado. Después de algo así nadie tenía muchas ganas de idear planes de escape o algo parecido. Solo quería morir o al menos ese era un deseo que se le había metido en la cabeza hacía mucho rato.

 Cuando su mente estaba algo más clara, cosa que pasaba cuando sus captores no lo sacaban de la celda en mucho tiempo, pensaba que era casi seguro que no estuviese solo en ese lugar y que, tal vez, estuviesen jugando con él a un nivel mucho más profundo de lo que pensaba. Se le había ocurrido que tal vez ellos hubiesen influenciado en su mente para pensar en lo que pensaba y que tal vez revisaran su mente todos los días por medio de algún aparato instalado allí adentro. Podía ser solo paranoia pero cualquier cosa le parecía posible en esos momentos.

 Estaba claro que no era él quién había iniciado el caos. Él solo supo que el sistema eléctrico falló y las puertas de todo el lugar se abrieron para dejar paso libre a una evacuación completa. Cuando se atrevió a salir, vio acercarse a él llamas de un color naranja intenso. Corrió hacia el lado opuesto, eventualmente encontrando unas escaleras. Supo que subir era lo mejor que podía hacer. Estaba descalzo, vistiendo una de esas batas de tela que se usan en los hospitales.

 En el último piso vio, horrorizado, que no había acceso a la salida. Esas puertas, por alguna razón, permanecían cerradas. La gente que todavía estaba adentro gritaba y corría sin sentido, de un lado a otro. Él no sabía por donde era salida, por lo que se quedó quieto sin saber que debía de hacer. Se escuchaban explosiones lejos de él, en algún lugar muy por debajo. Salir de la celda parecía haber sido una buena idea, a pesar de que apenas se había abierto la puerta, el miedo lo había invadido.

 El exterior, el mundo que le esperaba le daba pánico. De hecho, ver a la gente correr de un lado a otro, lo había hecho quedarse quieto. Podía parecer una tontería, pero no quería llamar su atención, para bien o para mal. No quería que ninguna de esas personas lo ayudaran pero tampoco quería que lo vieran y aprovecharan para llevárselo con ellos, tal vez a otro siniestro lugar parecido al que estaba por terminarse. Esperó a que no hubiese nadie cerca y corrió por un corredor solitario.

 No tenía como saberlo pero su idea había sido la correcta. De lado opuesto de la edificación había unas largas escaleras que servían de ruta para el incendio, que ya consumía los cuerpos de varias personas, tanto trabajadores del lugar como prisioneros. Del otro lado no había nadie porque no había una escalera parecida. Lo que había allí era el sistema de ventilación que era estrecho y tenía un olor a gas bastante desagradable. Él descubrió un acceso en un armario de la limpieza.

 Tuvo que utilizar la poca fuerza que tenía para arrancar la rejilla. Cuando por fin pudo soltarla, cayó al piso con fuerza. Eso lo aturdió por un momento pero fue entonces cuando escuchó una voz. Era una voz clara y ensordecedora. Le hizo doler la cabeza la potencia que tenía. Lo extraño era que la puerta seguía abierta y no veía a la persona que gritaba. Solo sabía que sentía que la cabeza le iba a explotar. La voz decía que cosas horribles, alimentadas por rabia y dolor, sentimientos que Él pudo sentir por todo su cuerpo, erizando cada vello de su cuerpo.

 A pesar del dolor, el hombre se puso de pie y usó más de su supuesta escasa fuerza para treparse al acceso de la ventilación. La voz parecía alejarse de su cabeza, lo que hizo más fácil trepar por el frío metal del tubo. La bata médica se le rajó en varias partes. Para cuando llegó a la parte superior, estaba desnudo y sangraba de al menos dos dedos. Sin embargo, el sentir el aire puro y frío del exterior, le hizo sentirse aliviado por primera vez en mucho tiempo. Era como si en verdad fuese libre.

 Se dejó caer junto a la salida de la ventilación, disimulada debajo de un matorral enorme, rodeado de grandes árboles. Desde allí no se podía ver nada de lo que pasaba debajo de él. Para cualquier persona que pasara por ese lugar, sería otro día en el bosque helado. Como pudo, el hombre se puso de pie y se dio cuenta de que moriría del frío allí afuera. Por un momento, mientras daba tumbo entre los árboles, quiso volver a su celda que también era fría pero no así. El pensamiento se mantuvo con él, por largo tiempo.

 Fue entonces que vio la cabaña de zinc, sola y oscura y supo que debía ser la entrada al lugar donde había estado encerrado. Había algunos cuerpos tirados cerca de la puerta que parecía estar muy bien cerrada. Él se acercó corriendo a uno de ellos y lo despojó del abrigo y las botas. Seguramente le servirían mucho más a él, era otro problema solucionado sin intención alguna de encontrar una solución. Se vistió como pudo y empezó a caminar colina arriba, alejándose de la casa.

 Luego de ver el hongo de fuego elevarse por los aires, dio la espalda al lugar y empezó a caminar lentamente, sobre el lomo de una cordillera baja que parecía extenderse por varios kilómetros. Fue un buen rato después que escuchó de nuevo la misma voz que había hecho que le doliera la cabeza. Pero esta vez no estaba cargada de rabia o de dolor sino de miedo, de un tristeza profunda que pedía ayuda. Era raro decirlo pero la voz parecía llorar suavemente hasta que se apagó.

 Él se quedó allí, esperando a volver a escuchar la voz. Pero no pasó nada. Solo podía escuchar el viento y en su cabeza no sentía nada más que una ligera migraña por haber vivido tantas cosas en un lapso de tiempo de comprimido. Era lo normal.


 Comenzó a caminar al sentir que el frío se hacía más intenso. Cerró el abrigo lo mejor que pudo y comenzó a caminar a buen ritmo, trazando una senda entre la blancura eterna del bosque. Pronto el viento barrería sus rastros y los de su prisión.

viernes, 27 de octubre de 2017

Sabor a enfermo

   Estar enfermo tiene un sabor. Es algo raro y francamente asqueroso de decir pero así es. Cuando algo raro pasa en el cuerpo, todo reacciona. Incluso se dice que hay gente que puede oler enfermedad en otros pero eso es más mito que nada, puesto que los seres humanos tiene un sistema olfatorio bastante pobre. Sin embargo, nuestro sentido del gusto es de lo más avanzado que hay en la naturaleza y por eso nos sirve tanto en la vida. El caso es que podemos saborear un malestar.

 Ese fue el sabor que tuvo Rafa desde el primer momento del día. Se había despertado bien temprano, como todos los días desde hacía unos veinte años. Se duchó rápidamente y mientras se estaba poniendo la ropa del día fue cuando sintió el sabor en su boca. Fue tal el gusto extraño que decidió cepillarse los dientes antes y después de desayunar, cosa que no hizo ninguna diferencia. El sabor permaneció durante horas, mientras llegaba en bus a su lugar de trabajo y durante toda la mañana.

 Trabajaba en uno de esos centros de recepción de llamadas en los que ayuda con varias cosas a personas al otro lado del mundo. Era un trabajo francamente cansino pero no pagaba mal y era lo único que Rafa había podido conseguir después de salir de la universidad. Era un poco molesto oír las voces de cientos de personas hablar al mismo tiempo. Por eso le gustaba bastante la idea de la compañía de proporcionar auriculares que cancelaran el ruido e hicieran de concentrarse una tarea más fácil.

 Ese día se levantó de su puesto apenas pudo y corrió a la cafetería por uno de esos cafés insípidos de máquina automática. Podía tomar uno más fresco pero había gente haciendo fila y no quería dejar el puesto demasiado tiempo solo. Era bien sabido que los supervisores se la pasaban todo el día rondando por cada piso y si no veían a uno de los trabajadores en su puesto, lo anotaban. Se iban a acumulando algo así como puntos en contra. Después de cierta cantidad de infracciones, la persona era despedida.

 Rafa no tenía ninguna. Siempre había llegado temprano, incluso los días en los que había menos carga, y se iba siempre después de la hora marcada para evitar cualquier problema. Era una vida repetitiva y francamente aburridora pero era la que tenía y no podía quejarse. Podía estar peor y suponía que había que agradecer que las cosas le hubiesen ido mejor que a muchos. Claro que quería mucho más para su vida pero todo eso estaba fuera de su alcance por ahora, muy lejos de donde estaba en ese momento de su vida. Tal vez en algún momento pero no entonces.

 El café de la máquina salió hirviendo pero así se lo tomó el joven, quemándose la lengua mientras subía lo más rápido que podía las escaleras para volver a su puesto de trabajo lo más pronto posible. Sabía que ya casi era una hora en punto y ese era el momento que con frecuencia usaban los supervisores para pasarse por cada piso revisando los puestos y el rendimiento general de los trabajadores. Por eso apuró el paso todo lo que pudo y llegó a su puesto de trabajo en el momento justo.

 Tomó lo último del pequeño vaso de papel y lo tiró en un cesto debajo de su escritorio. Mientras veía a una mujer algo mayor que él acercarse, se dio cuenta de que el gusto en la boca seguía. Peor aún, ahora se sentía más fuerte que antes y fue más fácil determinar que debía estar enfermo. Fue como invocar un demonio o algo por el estilo porque justo en ese momento empezó a sentir la nariz congestionada y un escalofrío que le recorrió la espalda desde la base del cuello hasta bien abajo.

 Su piel se erizó justo cuando la supervisora llegó a su cubículo. La mujer lo miró detenidamente y él le sonrió, pues no supo que más hacer en el momento. Sin embargo, agachó la cabeza rápidamente y contestó uno de las millones de llamadas que ese edificio recibía al día. Así prosiguió la tarde y, a medida que pasaban las horas, se empezó a sentir cada vez peor. La congestión nasal era cada vez peor, tanto que tuvo que sacar una caja de pañuelos que nunca usaba para poder trabajar bien.

 Horas antes de salir hacia su hogar, estornudó con tal fuerza que varios de sus compañeros se levantaron y preguntaron por encima de la separación existente si estaba bien. Era obvio que no porque su cara ahora estaba muy pálida y su semblante parecía haber desmejorado en cuestión de segundos. Por primera vez en su tiempo de trabajo en esa empresa, decidió salir un poco antes. En parte para evitar el montón de personas que salían a la vez, pero también para evitar la congestión en el transporte.

 Salir antes no importó mucho. Tuvo que ir en el bus como si fuera una sardina enlatada. Era horrible puesto que tenía que retener sus estornudos. La boca y la garganta se fueron secando y cuando faltaba poco para su parada, Rafa empezó a toser con mucha fuerza. Se tapó como pudo pero las personas a su alrededor lo miraban como si estuviese loco o algo parecido. Era como si ninguno de ellos jamás hubiese sufrido de un virus contagioso como el que él obviamente tenía adentro. Se bajó antes de lo debido porque estaba cansado de todo, solo quería acostarse en su cama.

 Llegó unos quince minutos después, más cansado de lo normal y sin ganas de hacer nada. Sin embargo, pensó que no sería mala idea comer algo antes de acostarse. Cocinar no era algo que le gustara pero lo hacía porque salía más barato llevar comida hecha en casa al trabajo que ponerse a comprar todos los días en la cafetería de la empresa. Pero no quería esforzarse demasiado, así que solo se hizo un sándwich con papas fritas de un paquete que alguien le había regalado en el supermercado.

 Se sirvió un vaso grande de jugo de naranja y confió que le sirviera de algo. Comió todo en unos minutos, parado en la cocina y luego fue derecho a la cama. Se quitó la ropa, la tiró al piso y tomó la pijama que ya debía de ser lavada. Pero en ese momento eso no le importó. Apagó la luz y se acostó sin más. Cerró los ojos y empezó a caer en el sueño cuando recordó que al otro día tenía que trabajar. El pensamiento le fastidió bastante pero, por suerte, el sueño fue más fuerte.

 Cuando despertó al otro día, el sabor que tenía en la boca era el peor que había sentido en su vida. Era difícil describir el sabor pero lo que sí sabía era que no era nada bueno. Era algo asqueroso. Ese análisis lo hizo todavía en cama, sin mover un solo musculo. La verdad es que todo el cuerpo le dolía bastante y no tenía ganas ni ánimos para moverse. Sin embargo, movió la mano para poder tomar su celular. Era muy temprano, faltaba todavía una hora para levantarse e ir al trabajo.

 El pensamiento le dio mucho fastidio. Había estado haciendo lo mismo por años y la verdad era que todavía no había notado ninguna remuneración de parte de la vida por siempre seguir al pie de la letra las reglas y los horarios y todo lo que había que hacer. Había estudiado como loco y luego había trabajado como nadie antes. Sin embargo, no tenía nada que mostrar de todo ese esfuerzo. Era como si todo lo que hiciese fuera en vano, no importa que acciones tomara.

 El sabor en su boca era cada vez peor. Se levantó algo fastidiado de la cama y caminó a la cocina. Se sirvió más jugo de naranja. Mientras bebía, miró la ventana de su pequeña sala y se dio cuenta que algunas gotas empezaban a caer con fuerza contra el vidrio.


 Sin hacer mucho alboroto, volvió a su cuarto en penumbra. Apagó el celular, dejó el vaso de jugo medio lleno en la mesita de noche y se metió a la cama rápidamente. Su último pensamiento antes de quedarse dormido fue que estar enfermo podía ser lo que necesitara justo en ese momento de su vida.