viernes, 27 de mayo de 2016

"Selfie" al abismo

   Primero fue una foto. Pero pensó que se veía muy oscuro. Luego fue otra en la que no creía haber abierto los ojos los suficiente. Después parecía que tenía ojeras y así por al menos una hora en una tarde. Era obvio que no tenía nada que hacer. Apuntaba el celular a su cara dando vueltas por toda la habitación, para ver cual era el lugar en el que la luz era óptima. Pero siendo un cuarto tan pequeño, eso de lo más óptimo simplemente no existía. Le tocó tomarse unas cuantas fotos, más que suficientes, por todas partes.

 Se tomó algunas de pie y otras sentado. En unas se tomaba el pelo y se lo echaba para atrás y otras trataba de que le quedara lo más “moderno” posible pero su cabello era completamente liso y no se dejaba hacer casi nada. Se tomó algunas fotos desde un ángulo abajo y otras desde arriba. Las primeras eran horrible pero las segundas se veían extrañas, como si estuviera asustado por algo.

 Para algunas se quedó como estaba pero luego se quitó la camiseta y al final se dio cuenta que no tenía nada de ropa puesta y que, de paso, había intentado varias prendar de vestir que tenía por ahí y que consideraba que lo hacían verse mejor. Al final de la hora tenía más de cien fotografía que revisó una por una, mirando que la luz estuviese bien y que se viese como una persona sexy pero también interesante. De las más de cien quedaron poco más de diez después de un largo proceso de eliminación. Para la hora de la cena, ya tenía la elegida.

 La subió a la red social justo antes de hacerse algo de comer. Dejó el celular de lado un buen rato, tratando de no pensar en la fotografía. Pero todo el tiempo pensaba si estaba gustando o si la gente simplemente no había respondido. Trató de leer después de la comida para no obsesionarse con la foto. Pero eso fracasó pronto y decidió ponerse a ver una película. Pero no había visto ni cinco minutos de la trama cuando tomó el celular y empezó a revisar.

 Muchas personas habían puesto que les gustaba. Tenía muchos corazones para su foto y algunos comentarios de personas que ni conocía. Eso lo hizo sonreír y sentirse un poco mejor consigo mismo. Esa tarde se había sentido bien en su cuerpo y había decidido tomarse las fotos. Además hacía poco que se había cortado el pelo y afeitado, por lo que pensaba que a más de una persona la gustaría así, más arreglado.

 No había subido ninguna foto en meses pero todos los días pensaba en fotos y en poses y en qué hacer pero no tenía el impulso para tomarse las fotos. Y, tal vez lo más importante, no sentía que se viera bien en ese momento. Se sentía feo y prefería no compartir eso con el resto del mundo. Si se sentía así, seguro eso se vería en las fotografías.

 Con la foto que subió estuvo contento por al menos una semana durante la cual su celular le avisaba cada cierto tiempo que tenía más corazones y uno que otro comentario. La mayoría de comentario se pasaban un poco de lo que a él le interesaba pero le de daba igual. Comentario era comentario y no tenía porqué denigrar ninguno. Se sentía contento de que las personas sintieran la necesidad de escribirle algo. Se sentía bien y era algo que nunca le ocurría, solo en el mundo virtual.

 En la vida real nadie lo miraba o al menos no que él se diese cuenta. Durante buena parte de ese año, se había esforzado como una mula para tener un cuerpo más en línea con lo que él pensaba que era lo ideal: quería los brazos más grandes, las piernas más torneadas y definidas, el abdomen marcado, el trasero más redondo y el pecho bien definido. Esa era su meta y había decidido hacer ejercicio para lograrlo pero la verdad era que lograr su meta era imposible.

 No era un buen atleta, lejos de eso. Intentó varias técnicas y deportes hasta que dio con unos aeróbicos que parecían funcionar o al menos lo hacían sudar bastante y sentía que usaba los músculos que quería lograr que la gente viera. Todos los días se ejercitaba y lo hizo así durante al menos seis meses. Cuando fue temporada para ir a la playa, decidió comprar los resultados a como estaba cuando había empezado y tuvo una respuesta un poco mixta.

 No podía negar que había perdido bastante peso, eso se notaba en las fotos de entonces comparadas con las más recientes. Además, había algunas prendas de ropa que antes le quedaban apretadas que ahora le entraban mucho mejor, sobrando un poco de espacio para poder respirar cómodamente. Eso, sin duda era bueno, pues perder peso debía indicar que estaba más flaco y por lo tanto más cerca de su meta.

 Pero cuando comparó su cuerpo de antes con el actual, se decepcionó bastante: no había cambios significativos excepto que su panza parecía menos prominente. Eso era todo. Los brazos seguían igual de delgados, las piernas igual de fofas y el abdomen cubierto de la grasa que se asienta en la panza. Fue un momento muy difícil pues pensaba que todo lo que había hecho llevaría a algún lado.

 Sin embargo, subió la comparación de las dos fotos y pronto muchos dijeron que se veía bien pero que debía seguir adelante para llegar a su meta, que al fin y al cabo era la de todos. Se metió a un gimnasio, algo con lo que nunca había estado cómodo y aumento el tiempo de ejercicio cada día. No había ni uno que no fuera al gimnasio a ejercitarse.

Como su trabajo era poco exigente, podía organizar su horario con facilidad alrededor de sus horas de ejercicio. Comenzó siendo una hora pero después se quedaba más tiempo: unos diez minutos, veinte, media hora y un día estuvo allí tres horas seguidas probando casi todo lo que el lugar tenía para ofrecer. El entrenador que lo asesoraba lo impulsaba a seguir adelante, a comer bien y a nunca parar. La idea era exigirse más pues notaba que nunca se había exigido lo suficiente.

 Ahora hacía flexiones y levantaba pesas. Luego corría o hacía bicicleta o más aeróbicos. Era un ritmo casi imposible de aguantar, ridículamente difícil de mantener. Llegó un día en el que se levantó exhausto y sus piernas no tenían la capacidad de mantener el peso del cuerpo erguido. Ese día se resbaló en la ducha y se golpeó en la cabeza, por lo que estuvo lejos del gimnasio por varios días. Aprovechó ese tiempo para subir las fotos de su cuerpo que era cada vez más definido y delgado.

 Comía poco y cuando comía era lo más saludable que hubiese a mano. A su familia ese punto fue el que los alertó de que algo no estaba bien pues él siempre había sido una persona que comía bien y le encantaba comer de todo. Cocinaba seguido y hacía platillos inventados por él. Pero eso ya no ocurría. Lo máximo era que se hacía uno de esos batidos de proteínas en los que el ingrediente principal es el apio.

 Pasados otros seis meses, se tomó algunas fotos nuevas y las subió sin esperar ni intentar nada. A todo el mundo le encantó su nuevo cuerpo, sus abdominales y sus brazos y todo lo que veían. Él se sentía exhausto pero por fin había logrado su objetivo. Al día siguiente decidió ir a la playa para mostrar su nuevo cuerpo.  Trató de elegir el lugar más adecuado de todos para que la gente lo viera y se acostó allí y esperó.

 Unos chicos que jugaban voleibol golpearon la pelota con fuerza y esta rodó hasta el cuerpo del chico. Cuando el jugador se disculpó por la pelota, se le quedó mirando y salió corriendo a buscar ayuda. El chico tenía los ojos abiertos debajo de los lentes oscuros pero no los movía. Su pecho tampoco subía y bajaba, como era lo normal. La ambulancia llegó en unos pocos minutos.


 Se le declaró muerto apenas llegó al hospital. Al comienzo se creyó que había sido un grave caso de insolación pero después de revisar el historial del hombre, se dieron cuenta que casi no tenía nutrientes en su cuerpo y casi se había consumido por completo a través del ejercicio y la dieta. Su obsesión con un cuerpo que él y otros creían perfecto, lo habían llevado directamente a la tumba. No habría más fotos ni corazones. No habría nada.

jueves, 26 de mayo de 2016

Rollercoasters

   The end of the lines was just next to a Mexican food stand, were many people ate, unaware that the line that was getting longer and longer had nothing to do with the food they were eating.

 The last two people to get to the line were a couple, a woman named Mel and a man named Jon. They had come to the park because they wanted to ride The Abomination, a very tall and long rollercoaster, built out of steel and wood at the same time. It was one of a kind and had landed the best reviews for a rollercoaster in a while.

 The couple had come all the way from another country just to have a go in the rollercoaster. The ride was supposed to last for a whole minute but the expected time in line was a bout two hours. That’s why the people from the park had to relocate some garbage bins and benches in order to put up a special place were people could make the line. It extended all over the park and it was cut at some places in order to let other visitors to the park move around with ease.

 In every place where the line was cut, there was a supervisor checking that every person in the line had a decent behavior and that no one got in line out of nowhere. If they discovered someone left or cut in front or behind their friends, there were taking out of the line very rapidly by the security agents of the park. So it was a very tense place.

 People would also have food in there. As many had backpacks, they brought everything they needed as they waited on line. The only thing they took care about was the amount of liquid they drank. It was hard because the sky was clear and the temperature had begun to rise dramatically. Yet, they didn’t want to have to go to the bathroom and then lose their seat, so everyone took very small sips and only if they felt really thirsty.

 Mel and Jon had drunk a lot of water before going to the park and had also eaten all that they could back in the hotel. They had complimentary breakfast so they stuffed themselves with everything and even brought some food in Mel’s purse in case they had the urge for something with sugar or to eat something after the long wait.

 They also had cards and videogames in their cellphones, which many were playing. Others decided to just chat with the people they had come in or they would simply eat because they had left their hotels early in order to be the first group in line. Needless to say that the first train that day had left with people that had camped outside the park, something that was supposedly forbidden but they had found the way to do it without the police arresting them or something.

 Jon was the one that had taken her girlfriend into the world of rollercoaster. Since being a young boy, he had been an enthusiast because they lived in a town with many rollercoasters, where people fro mall over came to ride them. So he thought there had to be something great about those structures and he eventually discovered there was, when he was finally able to ride all of them. The day he turned eighteen years old, he rode a rollercoaster called Dragon slayer. He was so happy that day that he celebrated his birthday right on the park with all his family and friends.

 Mel had never really been a fanatic of rollercoasters. She had rode some in her younger years but she had never really seen the interest of riding rollercoasters. When she met Jon, it was obvious he was a fanatic and, at first, it seemed there was going to be a problem about that because he was too obsessed the subject. What she did was taking him a away of all of that, at least for some time a week, in order for him to know there were other things in life he could be trying.

 That’s how she got him to try a variety of food they had never eaten, especially very spicy food. He got really hooked on that, to the point he bought a bottle of Tabasco every single time he went out to a supermarket. His parents noticed right away and asked him if he was ok and he answered that he was very happy with Mel. Instantly, they blamed her for every change his son showed in the next months, something she had to live with every single time she visited their home.

 Eventually, she got to convince them, by actions, that it was their son that had a problem. Everything obsessed him with an incredible ease. He grew attached to things in a matter of minutes after knowing them. It was amazing the amount of foreign food he brought home, the amount of sports he tried to be involved in and the way he got involved in every single thing.

 When Mel convinced him of playing volleyball with her and her friends, he grew extremely competitive after a single match. Even after hurting one of her friends after hitting her face, Jon’s enthusiasm wouldn’t go out. By the following week, he had already bought a net to put on his family’s backyard as well as an official volleyball and the proper attire to play the game. He started watching matches in TV, surprising his father who had never seen him enthusiastic about a sport.

The same thing happened to him with rollercoasters, with other sports such as basketball and softball, with spicy food, confectionery and even with the grooming of his dog Mordo. He grew to be obsessed with every single thing, driving people around him mad.

 Mel was the first to talk to his parents about it and, surprisingly, they agreed with her. It was obvious there was a problem to be solved and it had to be addressed before Jon was older, before he had to start working somewhere or prior to someone taking advantage for those obsessions, because he was sincere and innocent in some way when he had that uncontrollable rush to be into something. They all agreed they would help him overcome his problem.

The first difficult thing was to actually speak to him and tell him what they thought was happening and what they thought could be a good thing to do. He wasn’t really convinced but he listened to Mel when she asked him to go to a therapist she knew very well. It was the father of one of her best friends and he was a very well renowned professional that helped various types of people to improve their mental health by doing exercises and talking a lot.

 Not surprisingly, Jon got really hooked up with going to the shrink. He would be there thirty minutes earlier and would try for Dr. Bernstein to let him stay longer, as he thought it was very interesting how he dug into people’s minds with his knowledge. Mel was very disappointed at first. It was then when she realized it would probably be for the best if she ended up the relationship, no matter how much she loved Jon. The situation could drive her insane and she didn’t want that for her life.

 But then, something happened. As Jon had to talk about his problems, had to really dig deep into his past, his present and his thoughts on life, his enthusiasm begun to dwindle down after a full month going to visit Dr. Bernstein. When he came back from there, he would never talk a lot and would prefer to play his videogames or work to get his degree in engineering. He grew very quiet around that time and his parents got very worried and, again, blamed the girlfriend.

 Eventually, she was invited to join one of the appointments. It was the first time she saw Jon cry and the doctor explained him they had found the cause of his obsessions. It was simply because he needed things to be trustworthy, he needed to trust into objects that would always satisfy him. It was not a surprise, as he had always had problems dealing with people. He had few friends and he had met Mel practically by chance.

 So they visited the Abomination as a way of atoning all of those awful feelings he associated with people and with objects. The idea was for him to say goodbye to his obsessions and just live a life where he could like something without it becoming a huge thing in his life.


 After two hours in line, a bit hungry and dehydrated, they entered the car in the Abomination. They sat down and put on the safety bar down. Then, he took Mel’s hand and smiled. She hoped that was a good sign.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Caminar

   Los zapatos ya estaban atrás, hechos pedazos por lo duro del camino y porque era peor tenerlos puestos que no tener nada. Las medias también desaparecieron eventualmente, no mucho después. Su paso era lento pero constante, no había día que no caminara, no había día que no moviera su cuerpo hacia delante y planeara algo que hacer. Debía hacerlo o sino perdería la razón.

 Con frecuencia hablaba solo o fingía hablarle alguna persona que no estaba allí. Era algo necesario para que no se volviera loco. Eso podría parecer que no tenía sentido pero era mejor para él gritar decirlo todo en voz alta, para que sus ideas fueran lo más claras posibles y sus ganas no se vieran reducidas a nada por el clima y las diferentes cosas que pudiesen pasarlo en un día normal caminando por el mundo.

 Seguían habiendo animales y esos podían ser los encuentros más difíciles. Había algunos que parecían haber crecido. Ahora era más atemorizantes que antes y había que saber evitarlos. Si eso no era posible, había que saber como asustarlos para que se alejaran con rapidez o él pudiese alejarse con rapidez. Había osos y lobos y gatos salvajes e incluso animales más pequeños pero igual de agresivos. Al fin y al cabo la escasez de comida era general y a todos les tocaba tratar de encontrar comida en un mundo donde no quedaba mucho.

 Con el tiempo, además de los zapatos y las medias, perdió toda la demás ropa y solo se quedó con una chaqueta que había encontrado en uno de los muchos edificios abandonados. Le quedaba grande, llegándole hasta por encima de las rodillas. Era una chaqueta gruesa, que daba calor y tenía una superficie muy caliente en el interior. Era perfecta para dormir en la noche en sitios fríos o para evitar tocar el suelo cuando estaba cubierto de vidrios o de piedras.

 Gente ya no había o no parecía haber. Mucha había muerto en las revueltas del pasado y otros habían perecido después, por la falta de comida y de oportunidades de supervivencia. Porque en el mundo ya no había nada de lo de antes. El mundo conectado que había habido por tanto tiempo ya no existía y ahora tocaba conformarse con uno que apenas podía mantenerse vivo.

 Era difícil tener que viajar y caminar todo el tiempo, pero así eran las cosas y no tenía sentido quejarse de nada. Cuando empezó, todo era más difícil: lloraba seguido y pensaba que moriría después de unos días. Pero fue encontrando comida, fue planeando a partir de mapas viejos y del clima que cada vez era más cálido y pesado. Supo defenderse y solo siguió adelante, sin mirar atrás.

 Por supuesto, recordaba a sus padres, al resto de su familia, a sus amigos e incluso a esas personas que solo veía una vez a la semana en el supermercado o lugares por el estilo. Todo los días pensaba en todos ellos y se preguntaba que había pasado, como habrían sido sus últimos días en la Tierra. Esperaba que ninguno de ellos hubiese sufrido. Eso era lo único que uno podía esperar. De resto era difícil exigir mucho pues no había de donde ponerse quisquilloso.

 Los primeros meses se desplazó por todo su país únicamente, a veces siguiendo las carreteras y otras veces siguiendo los lindes marcados de muchos de los terrenos que habían pertenecido, alguna vez, a los poderosos. Se reía de eso. Se reía de la gente que había acumulado riquezas de todo tipo y ahora ya no estaba por ninguna parte. Estaban muertos y de nada les servía tener todo lo que habían tenido. A la muerte le da igual cuantas propiedades tiene alguien.

 La carretera era más fácil de recorred pero había el inconveniente de que muchos de los animales más agresivos se habían dado cuenta de lo mismo. No era extraño ver grupos de lobos pasearse campantes por la carretera, como si fueran vacaciones. Eran seres inteligentes y se daban cuenta de todo lo que el hombre había construido y trataban de sacarle provecho. No solo a las carreteras sino también a los campos que ahora eran lugares con hierba crecida pero mucho alimento sin controlar.

 Pero casi siempre llegaban primero los más rápidos y acababan con todo. Los tiempos de compartir y ser amable se habían terminado hacía mucho. Los pájaros acababan con un cultivo en unos pocos minutos y los lobos atacan a los animales menores y solo dejaban los huesos. El humano que viajaba descalzo muy pocas veces podía comer carne porque, además del problema de no encontrarla, estaba el lío para cocinar y que el humo no alertara a los depredadores.

 En esos casos, comía la carne cruda. El sabor era asqueroso al comienzo pero después se fue acostumbrando. Tenía que comer lo que había, lo que encontrara, o sino moriría de hambre y esa no era una opción que se planteara. Era algo extraño pero seguía echando para adelante, seguía pensando que valía la pena seguir viviendo.

 Era un mundo vuelto al revés, al borde del colapso total. Era algo que se podía ver todos los días, al atardecer, cuando las partículas de las explosiones nucleares flotaban en el aire y se veían allá arriba, como estacionadas, recordándole a la poca humanidad que había que su tiempo se había terminado.

 Sin embargo, él seguía adelante. Escalaba montañas y hacía los mayores esfuerzos para comer al menos una vez al día, fuesen bichos o carne cruda o solo plantas que otros animales no hubiesen atacado ya. Muchas veces tenía que parar y hacer una pausa en su vida salvaje. Al fin y al cabo, seguía siendo un ser humano. Seguía necesitando cosas que los humanos habían juzgado necesarias.

 Un ejemplo de ello era el baño. Se metía al menos dos veces a la semana en algún río o lago para quitarse la suciedad acumulada en la piel. Se limpiaba con hojas o con objetos que hubiese encontrado en el camino. En los bolsillos de la chaqueta guardaba pequeños tesoros, como una pequeña esponja de baño casi nueva, y los conservaba cerca como si fueran sus más grandes tesoros.

 Cuando estaba en el río, o donde fuese, usaba la esponja con cuidado y sentía, por algunos momentos, que volvía a ser un ser completamente civilizado. Sonreía y se imaginaba estando en uno de esos grandes baños en los que hombres y mujeres compartían anécdotas y noticias en el pasado. Eran baños agua caliente y con mucho vapor pero eran relajantes. De esos casi no había. En todo caso su imaginación era interrumpida siempre por algún aullido o algún otro sonido que le recordaba que el mundo ya no era el mismo.

 No lloraba. Era algo raro. No sabía si era que no podía o si no tenía razones reales para hacerlo. El caso es que no lo hacía nunca, así se golpeara en los pies o si se le clavaba una espina o un vidrio en alguna parte del cuerpo. No había lagrimas. Lo que había, era insultos y gritos. Porque se había dado cuenta que los animales todavía le tenían aprensión a la voz humana y cuando pensaban que había muchos cerca, simplemente no se acercaban. Al menos tenía una ventaja todavía y la usaba cuando estaba frustrado.

 Estarse moviendo todo el día era difícil. Hubiese querido poder quedarse en un solo sitio y vivir allí para siempre, tal vez incluso morir en un sitio de su elección. Pero, al parecer, ya no podría elegir nada en su vida. Le tocaba aceptar lo que había y seguir adelante. Ya no había felicidad ni tristeza. Todo era un sentimiento tibio, ahí en la mitad de todo en el que no había cabida para nada demasiado complejo.


 Alguna vez se encontró a otro ser humano. Estaba agonizando entre los escombros de una casa que parecía haberse venido abajo. Quien sabe cuanto había podido vivir ahí. Pero todo termina y así había terminado la pobre, sepultada por su propio hogar. Lo único que él hizo fue seguir caminando y no mirar atrás. No valía la pena.

martes, 24 de mayo de 2016

Moving

   Slowly, everything appeared to make its way to a box. It begin on a Monday and by Wednesday, most of the objects in the house were already in one of the many boxes. As the family had lived there for so long, there were many, many boxes, which piled up in some corners and then disappeared through the door, taken away by the men in blue who worked for the moving company.

 In one box it was all about CD’s and music and movies and others boxes were filled with books. Others held stacks of papers that were useful or not at all useful. The most precious objects were wrapped in plastic and then put in their respective box. That plastic was all over the house, the children having played with it. But, after Wednesday, children appeared to have been boxed too because they were nowhere to be seen.

 Their father had taken them with him in order to prepare everything in the new home. The idea was for them to arrive before any of the boxes did and help settle everything on the other side of the world. The woman, the mom, would stay behind making sure every single object in their house was properly treated and that nothing was left behind. They decided it should be her who stayed behind because she was more organized and more attentive to detail, so she could realize when something was being done wrong or if something had been left behind or anything like that.

 The day her husband and children left, she was free to cry for a good while in her room. She had loved that room since the first day there and was heartbroken they had do to leave. It was a silly thing to be so attached to a place but that’s what humans are like, we form very tight relationships with inanimate objects, with things that will inevitably change someday. We make our lives harder that way but we kind of love it. We do like to suffer over silly things.

 After crying like a fool, she decided it was best to get organized and make the process faster because she didn’t wanted to be away from her family for a long time. So Thursday morning she made a list of the boxes that were still in the house and the objects that hadn’t been wrapped or put away. None of their paintings had been taken care off, as well as some of the kitchen objects that she used quite often.

 It was so difficult to organize because they had so many things. Not only because they had bought them but they were also gifts and things that the families passed on. She realized they had things they hadn’t even seen in a couple of years and that was ridiculous. She had to work a lot to organize the process and to try for her family in the other side to have what they needed soon.

 The furniture was already there as well as the big appliances like the fridge and so on, but they didn’t have many of the basic things like cutlery or the children’s toys in order for them not to get bored. That hadn’t been planned correctly and the mother had to make it all as efficient as she could.

 By Saturday, the house was practically empty. There were only couples of boxes left, which were going to travel with her to the other side of the world. The trip would take her many hours and she would have to take two planes by herself, which seemed like a very horrible thing to do by herself. The truth was that she had always been with someone in her life, whether it was her parents or her husband or a friend or her children. Someone had always taken her hand when the turbulence hit the plane or when the car ride was getting too long.

She had to prepare for that mentally, as she would travel the very next day. On Saturday afternoon she put the boxes and her suitcases by the door and gave a last grand tour of her house. They had lived there since they had gotten married, twenty years earlier. They had seen the house many times from afar so, when it became available for rent, they launched themselves at it and tried by all means to be the ones to live there. There were many others interested and it was a long and annoying process but, at the end, they got the deal.

 As she walked through the living room, the kitchen and the bedrooms, she realized every major event in her life had taken place there or was connected to the house. Her wedding was only a month prior to moving and even on that day she dreamt about the house she was going to have and it was amazing how that house in her mind was similar to the real house she ended up living in.

 The birth of her two children had taken place while living there, as well as the death of her parents and the engagement of her brother and many other happy and sad moments. She had organized parties and had also stayed in on rainy days with her husband and just hugged and watched movies. She had played with her children, running around as if she was a child again and she had cried when life threw them a curveball.

 Her favorite part of the house was the backyard, a fairly nice extension of well cut grass that extended some meters away from the house. It was her favorite place because she loved to read there, to exercise, to play with her children and even to make love with her husband. Even if it was a place outside, it fell as a very private part of her world. She could be herself there and no one would know or care.

 On Sunday morning, she had a big breakfast on one of her favorite restaurants. She wanted to treat herself before leaving the city she had been living in for so many years, since she had been born. They had held a party to say goodbye a week earlier but she managed to visit a couple of very good friends again before living. She stood strong as she talked to them but when she got home she cried and realized how much her life was going to change.

 She had a couple more hours to spare so she grabbed the book she was reading at that moment and just laid down in the grass in the backyard. She put the book away very soon and just looked up, to the sky and then to the side, to the grass and the fence that separated her home from the others. She had no choice anymore, she had to go through with it and she had to try to enjoy the adventure because if she didn’t, being miserable would take a toll on her.

 Her transport arrived just in time. She made sure she had everything and gave one last look to the house before leaving, trying not to extend the pain for too long. The boxes were inside the taxi as well as her suitcases so they left for the airport in seconds. On the way there, she didn’t say a word. She wasn’t really the kind of person to talk to a stranger but right then, she wouldn’t have talked to a friend either.

 In the airport, she paid for the extra weight of her luggage and then passed through the emigration area. The man that checked her passport was very silent and she was thankful for that. He asked her what was her business in her destination and he told her, choking up a little, that she was moving there because of her husband’s work. The man nodded and put on the seal on her passport and let her pass.

 She went directly to the assigned door and sat down, as she felt heavy, she felt a horrible weight on her back that couldn’t be properly lifted. She wanted to cry and scream but she also knew that wouldn’t help at all because everything was done, there was no turning back in the decisions she and her husband had made a while ago. Things were as they were and they couldn’t be changed.


 The boarding procedure begun some minutes later and she was one of the last passengers to board. Her husband had paid for business class seats on both her flights, so she could be more relaxed because he knew her and wanted her to know she didn’t have to be uneasy. As she sat down, she took a deep breath and thought she was going to see her family very soon. They were buying a cake to celebrate being together and she was going to adapt quick, as it always happens.