viernes, 28 de octubre de 2016

Sangre como prueba

   El lugar estaba repleto de policías y de personal de varias entidades del gobierno. Era seguro que un apartamento tan pequeño, nunca había estado tan lleno de gente. Unos salían con bolsas, otros con papeles que acababan de llenar con la información que debían proveer. Los forenses eran los únicos que no habían salido desde el momento en el que habían entrado. El cuerpo que había en el lugar tenía que ser sacado de manera muy delicada pues se podrían comprometer pruebas si no se le daba el trato adecuado. Tenían que ser cuidadosos.

 Era el cuerpo de un hombre, de unos treinta años de edad. Estaba completamente desnudo aunque, alrededor de la cintura, tenía la marca del caucho de un bóxer, lo que quería decir que había tenido puesto uno no mucho antes de ser asesinado. Estaba en el centro de la sala de estar, estrellado contra una mesa de vidrio que se había roto en mil pedazos apenas el cuerpo había chocado con ella. Los pedazos habían volado a cada rincón del apartamento. El pobre hombre podía haber muerto por la pérdida de sangre o por el impacto, era difícil definirlo.

 Cuando habían llegado, ya todos los oficiales tenían los papeles del apartamento que ponían de propietario al hombre desnudo de la sala. Alguien había entrado en su casa y lo había asesinado con rabia. Era una escena horrible pues la alfombra blanca se había teñido de rojo y el olor a metal del hierro en la sangre era bastante fuerte. Uno de los ayudantes del equipo médico vomitó apenas entró al apartamento y tuvo que ser sacado al instante pues había comprometido la escena del crimen. No era fácil para gente nueva en el tema.

 La detective Martínez, en cambio, llevaba años trabajando en casos igual o mucho más violentos que ese. De hecho, este parecía un poco más fácil que otros pues parecía que habían robado algo y el propietario del lugar estaba muerto. Con solo atrapar a una persona, ya tendría resuelto el crimen. Era algo que no pasaba muy a menudo. Normalmente estos casos de asesinato tenían una y mil vueltas que a veces terminaban en lugares en los que nadie se hubiese esperado terminar. Así de difícil era la vida de un detective, contemplando a diario vidas que habían sido cortadas de tajo.

 La mujer caminó de nuevo hacia la habitación del apartamento y vio como los cajones y el armario habían sido casi destrozados, como por alguien que busca algo con desespero. La cama estaba destendida pero solo el cubrecama estaba en el suelo. No había rastro de sabanas por ningún lado. La detective corrió a la lavadora que había en la cocina y encontró que estaba encendida y las sábanas adentro todavía no habían secado por completo. Es decir, que alguien había puesto a lavarlas hacía relativamente poco y podía apostar que no había sido el dueño del lugar.

 Envió las sábanas al laboratorio y las hizo revisar. El agua caliente seguramente había destruido cualquier evidencia pero no se perdía nada con intentar. Mientras se llevaban la ropa de cama, la mujer volvió a la habitación y empezó a revisar cada rincón con mucho cuidado. Encontró varios pelos que guardó en una bolsita de plástico. Cuando los vio contra la luz de la mañana, se dio cuenta de algo que seguramente le diría una revisión a profundidad: no era el cabello del hombre de la sala. El de la bolsa estaba teñido de azul y el del hombre era completamente castaño.

También envió los cabellos al laboratorio y les dijo que lo hicieran rápido porque había cosas que no estaban claras respecto a todo lo que tenía que ver con ese apartamento. Lamentablemente, no había persona de seguridad en el edificio así que no había a quien preguntarle nada y como era una de esas viejas estructuras rehabilitadas del centro de la ciudad, no tenía cámaras de vigilancia todavía, solo en los niveles de parqueo y el hombre muerto no tenía ningún vehículo a su nombre. Había muy pocas maneras de resolver el misterio.

 Después de terminar con varias fotos del cuerpo y de cada una de las evidencias potenciales, los oficiales se llevaron todo en bolsas y los forenses, con el mayor cuidado posible, pusieron el cuerpo en una bolsa y se lo llevaron para revisión exhaustiva. La mujer detective se quedó un rato más, mirando por todos lados. El espejo roto del baño ya lo había visto y habían tomado la sangre que había en el suelo Probablemente el invasor había empujado la cabeza del hombre muerto contra el espejo, rompiéndolo y seguramente causándole alguna fractura.

 De resto no había mucho que ver. No habían fotos enmarcadas ni nada por el estilo. Justo cuando iba de salida, un oficial le informó a la detective que se había encontrado un portátil estrellado contra el suelo en la parte trasera del edificio. Era de suponer que quien hubiese entrado al apartamento, lo hubiese tirado por una ventana, la del baño que era la que daba para ese lado. Al preguntar si habían encontrado un celular, el oficial negó con la cabeza. Era muy inusual que alguien de la edad de la victima no tuviese un teléfono consigo.

 La mujer salió del edificio y tiró los guantes en el asiento del copiloto de la patrulla que manejaba. Se dirigió a la estación a hacer algo de papeleo y luego se encaminó a su casa, donde su marido y su hija estaban a punto de dormir. Había veces que no los veía tanto como quisiera. Persiguió a su pequeña por el cuarto, jugando un poco antes de acostarse a dormir. Cuando la estaba metiendo en la cama le vibró el celular pero no lo miró hasta que su hija estuviese dormida.

 Al parecer habían encontrado algunos pelos en las sabanas de la lavadora y eran de la misma persona que poseía los pelos que estaban en la habitación, Lo interesante, es que esa persona no era el dueño del apartamento. Martínez se disculpó con su marido y él la besó y la abrazó antes de irse. Le pidió que se cuidara y que le contase todo cuando pudiera. Sabía que eso la ayudaba a mantenerse cuerda con semejante trabajo. En cuestión de minutos estuvo en los laboratorios de la policía, donde también habían determinado que el hombre sí había muerto por desangramiento.

 Sin embargo, se habían encontrado en su cuerpo varios rastros de golpes, incluso costillas rotas. Alguien lo había golpeado y lo había lanzado contra la mesa, matándolo lentamente. La mujer suponía que tal vez el hombre había peleado con su atacante y por eso no estaba vestido. Su ropa interior habían sido encontrada en las sábanas y parecía que había estado manchada pero lo poco que quedaba no era suficiente para identificar nada. El asesino había sido cuidadoso de no dejar rastro. O casi porque en las sabanas si encontraron sangre.

 Pero al revisar con los aparatos, se dieron cuenta que no era la sangre del muerto sino de alguien más. Tal vez era del asesino. Pero cuando la trataron de contrastar con la base de datos de los servicios de salud, salió que era propiedad de un joven que no parecía tener la fuerza para luchar contra la victima. Además, según la revisión que habían hecho, la sangre estaba mezclada con algo más. Era semen lo que había en las sábanas con las manchas rojas y que la lavadora no había limpiado a fondo. Lo que tenían, sin embargo, había sido deteriorado por el agua y el detergente.

 Martínez reconstruyó lo que parecían ser los hechos: la victima había estado con alguien en su cama y lo había hecho sangrar. Pero eso no explicaba su muerte. Fue entonces cuando los forenses definieron que la muerte de la victima había ocurrido hacía unas quince horas. Por los ajustes de la lavadora y la humedad de las sabanas, saltaba a la vista que la victima ya estaba muerta cuando la ropa de cama fue manchada de semen y de sangre. Lo oído por los testigos lo comprobaba pues habían escuchado gritos y el estallar del portátil contra el suelo, algo más tarde.


 En ese computador encontraron fotos que aclararon un poco la investigación: el hombre muerto tenía muchas fotos de carácter romántico con el joven que habían encontrado por información del sistema de salud. Al parecer tenían una relación de hace meses. Pero si no había sido el occiso el que había tenido relaciones con el otro joven, ¿entonces quien había sido? Martínez suspiró y se dio cuenta de que estaba no solo contemplando un caso de asesinato sino, seguramente, también uno de violación.

jueves, 27 de octubre de 2016

In a second

   When she opened her eyes, she saw directly into the fire. The flames were in front of her, making her face feel warmer than she wanted to. As much as she wanted to move or get away, she just couldn’t move. Her body felt extremely heavy and her head felt really big, turning like crazy as she closed her eyes again and tried to convince herself she was not awake but sleeping, deep into one of her very crazy dreams. But she couldn’t do that either. It was all true. The flames danced in front of her and she could only look at them, feeling almost burned.

 Suddenly, she felt her body being pulled away from the car, which had being turned upside down. It hurt as the asphalt of the road caressed her skin and clothes. But she couldn’t complain. She couldn’t say a word even if she wanted to because of how weak she felt. Also, she was very dizzy and couldn’t quite understand what was happening. However, she kept her eyes opened because she just couldn’t close them anymore. The heat of the flames seemed far now and all she felt was the smell of it all, which was awful.

 Suddenly, the car exploded and several parts rained all over the place. One of them fell a bit too close to her face but she didn’t really mind at all. It was as if she was looking at a movie, at something she wasn’t really involved in. Her eyes were open the whole time and her brain worked so slowly she never really asked herself who had pulled her away from wreckage. She was just too shocked to think of anything. After a while, she felt very tired and decided to close her eyes for a moment. She fell asleep and only woke up many hours later in an ambulance.

 It was for long though. The only thing she saw was a very big needle and some blurry guy holding it. Or maybe it was a woman… She had no idea but she did now that a sudden pain invaded her body and then she was immersed again in the world of slumber. She dreamt about an ice cream shop she had loved as a child. Her father used to take her there in secret, as her mother was not very keen on sweets. They would ask for the ice cream and eat it in under thirty minutes, almost as a challenge to themselves before they had to head home.

 She woke up again many hours later, in a hospital bed. This time, the moment she opened her eyes, she felt the strongest headache she had ever felt. It seemed as if it was going to break her head into two parts. The pain was so awful that she screamed and in seconds two nurses came rushing in and injected what was probably a sedative on her IV. She calmed down but the headache was still there. She tried to tell them, tried to explain to them how much it hurt. But no words came out of her mouth. She couldn’t speak a word.

 When she woke up again, it was a very bright day outside. The light rushed into her room and she felt kind of happy to see the light after so much time spent in her dreams. However, her mind was still working slow, as well as her body. She was thankful because the headache had disappeared and she could at least look at the window without feeling a huge pain in her head. She looked on for a long time, so long in fact that the rays of sunlight changed angles as she stared at the world outside of which she couldn’t see very much.

 Outside, the sky was very blue and just a couple of thin clouds floated high above everything. Aside from that, she could only see some building, all made of bricks. She had no idea where she was or how but she was sure it was a safe place. Although, she did wanted to go back home as soon as possible. So much so, that she tried to get out of bed to have a better view of the window in order to know where in the city she was and if she could maybe walk home. She knew there was a hospital near her house, so maybe that was it.

 But when she attempted to move her legs, they didn’t respond. She attributed it to how slow her mind was running, so she decided to take a deep breath and then try again. But again, nothing happened. She looked at her legs and slowly touched them as much as she could. Her arms were not very long and they felt extremely weak, but she reached down as she could in order to verify what was going on. In that precise moment, a nurse entered the room and saw her. She then rushed back out, yelling someone’s name.

 The woman stopped trying to touch her legs and rested her body against the pillows. She felt exhausted and tried to think about what just happened: she couldn’t feel her legs. She couldn’t move them at all. Why wasn’t she reacting more violently to this revelation? Why didn’t she felt compelled to yell or cry or whatever? Her head felt like a balloon, filled with air that didn’t let her think of anything. She pulled her head back and closed her eyes, trying to get back to her last memory before the hospital. But that seemed to be almost impossible.

 The door opened again and this time it was a man dressed in those mint green uniforms that people often used in hospitals. She looked at him quietly, as he checked the machines around him. A nurse was behind him, taking notes. He then checked his patient by looking at her eyes and then checking her ears and skin. He asked for her to pull out her tongue but she didn’t seem to hear or understand what he had said. He tried again but she didn’t do anything.

 Then, he pulled out a very small bottle from his pocket, along with a syringe. He filled it with the liquid in the bottle and injected it directly into her arm. At first, she didn’t feel a thing. But then, it seemed as if whatever that liquid was, it worked as a way to shake people up in the most violent way possible. She suddenly felt pain and many thought rushed into her head. Everything seemed to be happening so fast. Sounds were loud, maybe too loud and the sunlight felt too bright. She covered her face and cried, trying to control what she was feeling.

 After a while, the pain and awkward feelings went away and she knew exactly where she was and what had happened. She was finally aware of everything and not in some sort of trance. Whatever the doctor had put in her bloodstream, it eliminated all the effects from the other shot she had received. She was no longer a peaceful lamb that couldn’t even think for herself. She was her again, with every single memory and pain possible. But she couldn’t remember why she was there. As much as she tried to remember, it seemed hidden somehow.

 The doctor asked her if she knew her name. The woman said it out loud, hearing her own voice for the first time in a while. Then, he asked if she could remember the reason why she was there. She indicated that she couldn’t and asked him to tell her because she was going mad trying to remember, trying to go back to at least a sound or an image or whatever that could help her remember. The doctor said she had been in a car crash, having been expelled out of the car by the force of the impact. That’s why she had some cuts all over.

 When he said it, she looked at her arms and realized that was true: she had small cuts on her skin. And suddenly she remembered the flames and someone pulling her away from them. She told this to the doctor and he asked her if she knew who had done that. She replied that she couldn’t remember a face but that it had probably been her husband. But then the doctor looked at the ground and got closer. He explained his patient that it was not possible that her husband had done it because he had died instantly in the crash.


 The news hit her hard. She started crying and was held by the doctor for a moment. When they separated, she looked at her legs and realized what had happened. She looked at the doctor and he nodded, words being useless at that point. She cried in silence and the doctor left with the nurse. It was a lot to take for her and she was going to need all the time in the world to adjust to the fact that, in a single second, her whole life had been turned upside down, almost destroying her in the process.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Modelo de...

   Desde siempre, lo llamaban para lo mismo. Ha pesar de tener una rutina bastante intensa de gimnasio, el trabajo para el que lo llamaban siempre era el mismo.  Se había esforzado por mucho tiempo para ser el mejor en lo que hacía, para poder presentar más de una cara de si mismo. Pero, por alguna razón, siempre lo contrataban para exactamente lo mismo. Como así era, trabajaba medio tiempo en un pequeño restaurante como ayudante de cocina pues esa era su profesión desde un comienzo, tiempo antes de intentar otros caminos.

 Raúl era inusualmente alto para el lugar donde había nacido y desde siempre la gente lo había mirado de manera diferente. No como si fuera un gigante ni nada parecido, sino porque sus movimientos eran algunas veces lentos y torpes. No era inusual que tuviese accidentes tontos con un frecuencia mucho más alta de lo normal. Lo único que hacía en esos casos era disculparse y tratar de que no sucediera de nuevo pero era bastante difícil evitarlo, en especial cuando muchas veces sentía que no tenía control sobre su cuerpo.

 Aunque la cocina había sido su primera pasión, la verdad era que hacía mucho tiempo había perdido el interés en ella. Al menos así había sido desde que, en un viaje al extranjero, un hombre lo había detenido para decirle que tenía pinta de modelo y que le encantaría tomarle algunas fotos para definir su perfil. En ese entonces viajaba con una novia a la que le pareció todo el encuentro muy gracioso y pensó que el hombre era o un charlatán o simplemente le estaba tomando del pelo a Raúl. Él fingió pensar lo mismo.

 La verdad era que la idea le había quedado sonando en la cabeza y por el resto del viaje estuvo mirando la tarjeta que el hombre le había dado. Al final, casi tenía el número memorizado. Pero no tuvo nunca un espacio de tiempo para poder ir a hablar con el hombre. Su ex estaba siempre encima de él, como si le diera miedo despegarse. Así que nunca fue a su cita con el hombre de la agencia de modelaje y su viaje terminó en una pelea por otra cosa con su novia. Poco después terminarían y una de las razones sería la poca fe de ella en él.

 Aunque se le daba bien lo de cortar y cocinar, desde ese viaje a Raúl se le había metido en la cabeza que sí podía ser modelo y que quería intentarlo pues sería un ingreso más de dinero que no le vendría nada mal. Eso era lo que se decía a si mismo pero la verdad era que quería saber si en verdad era tan guapo como para ser modelo. Nunca se había sentido especialmente atractivo y, aunque ahora se mataba en el gimnasio tres horas al día, no sentía que estuviese más cerca de su meta que cuando el tipo le ofreció su tarjeta la primera vez.

 Después de una búsqueda exhaustiva, Raúl decidió lanzarse e intentarlo. Buscó una agencia y pidió una cita. Tenía que pagar para que le tomaran fotos y lo consideraran, no era al revés. Ese día tuvo muchos nervios y se había asegurado de ejercitarse lo suficiente antes de asistir. Sus músculos estaban tensos y aún dolían del esfuerzo físico. EL fotógrafo no dijo nada al respecto. Las únicas veces que le dirigió la palabra fueron para decirle como posar, que hacer para la siguiente toma y nada más. Todo fue menos interesante y fascinante de lo que él esperaba.

 A la semana siguiente volvió para recoger sus fotos y para reunirse con un hombre que le diría cuales eran sus puntos fuertes y sus puntos débiles y si de hecho servía o no para el modelaje. Cuando llegó a la cita, se decepcionó mucho al ver que ya no hablaría con un hombre sino con una mujer. No era que Raúl fuese sexista ni nada por el estilo, sino que le intimidaba mucho más oír criticas de su físico de parte de una mujer que de un hombre. De alguna manera se sentía como si estuviese, una vez más, en una de sus relaciones fallidas.

 Sin embargo, la mujer no pudo ser más amable. Le comentó que en efecto su altura lo hacía bastante interesante para una gran variedad de proyectos, sobre todo en un país donde la gente era bastante pequeña. El inconveniente es que tendría que modelar ropa diseñada casi que para él o sino se vería como un tonto. Hablaron también de su físico y la mujer le confesó que aún le faltaba mucho por hacer en ese aspecto pero eso siempre se podía mejorar trabajando duro en el gimnasio con algo más de intensidad, lo que parecía ser casi imposible.

 Le dijo, además, algo que le pareció inusual y fue que sus manos y sus piernas eran ideales también para el modelaje. No eran excesivamente peludas y eran torneadas y bien definidas, con una piel suave y de un color bastante agradable que no era blanco pero tampoco de un moreno que no le quedara a su complexión. Le mostró varias de las fotos que le habían tomado para que viera lo que ella quería decir pero la verdad es que eso a Raúl le daba un poco lo mismo. Él lo que quería era ser modelo comercial y nada más.

 La reunión terminó con unas palabras de aliento y la entrega de las fotos. La mujer estaba segura que Raúl podía tener un futuro brillante en el mundo del modelaje si sabía aprovechar sus atributos y si se esforzaba mucho más en el trabajo de su cuerpo. Le dijo que enviaría copias de sus fotos a varios conocidos para ver si alguno de ellos estaría interesado en él como modelo. Al final le dio la mano y Raúl la estrechó con una sonrisa tensa: la verdad era que no sabía que pensar de la reunión.

 Días después, mientras cortaba montones de cebollas para la hora del almuerzo en el restaurante, Raúl recibió una llamada en su celular. Era la mujer de la academia que le contaba que un par de empresas estaban interesadas para trabajar con él. Raúl se emocionó bastante y la mujer le pidió que la visitara lo más pronto posible para contarle todos los detalles pues estaba algo ocupada y no podía contarlo todo por el teléfono. Él aceptó y casi no pudo dormir esa noche de la emoción. Parecía que su sueño estaba cada vez más cerca.

 Sin embargo, al otro día, su ánimo bajó de golpe cuando la mujer le explicó que el trabajo era para una empresa que hacía medias. Eran medias para todos los usos y le tomarían varias fotos. La paga era buena pero no increíble ni nada por el estilo. Ella le explicó que la mayoría de planos serían cerrados pero que era posible que un par de las fotos fueran para vallas y revistas, donde un cuerpo entero tenía mucho más sentido. Raúl lo pensó un momento pero la mujer lo convenció de que, para un primer trabajo, estaba mejor que bien.

  La sesión de fotos fue el fin de semana siguiente y Raúl se enamoró de todo lo que tenía que ver con el modelaje desde el primer momento. Le encantaban las luces, el sonido del obturador de la cámara y el silencio del fotógrafo con el que parecía establecer una conexión especial a la hora de posar. Eso sí, todas sus poses tenían que ver con sus piernas y con la gran variedad de medias que la empresa que lo había contratado hacía. Para las fotos, se puso todo ese día al menos unos cuarenta pares de medias, casi siempre sin zapatos.

 Fue divertida como primera experiencia y supuso que mucho más pasaría. Y así fue pero no de la manera en la que él lo estaba esperando. Lo primero es que la compañía de las medias lo siguió contratando con frecuencia pues estaban muy contentos con él. Siempre era para modelar en planos cerrados de sus piernas, pocas veces de cuerpo entero. Lo otro es que todas las ofertas que recibía eran para lo mismo o para zapatillas deportivas o zapatos de varios tipos. Pagaban muy bien y él aceptaba y se dejaba tomar todas las fotos pero su cara no aparecía en ninguna de ellas.


 En parte estaba orgulloso de si mismo pues había logrado convertirse en modelo y, al menos parcialmente, poder vivir de ello. Pero aumentar su rutina a cuatro horas diarias parecía no haber tenido efecto. Lo más cercano a su sueño fue cuando le tomaron una foto sin camiseta para unas zapatillas deportivas pero la foto nunca se publicó. En todo caso, siguió intentando pues sabía que lo tenía todo para triunfar. Había llegado hasta allí y nadie le iba a impedir seguir avanzando, no después de todo lo que había superado.

martes, 25 de octubre de 2016

Cheese, bullied

   Every single time she ate cheese, she suffered from stomach ache and the most awful and embarrassing case of gas that anyone could suffer. As many people with the same problem, Lila had learn to ask every time she ate in a restaurant if the meal she was about to ask for had any traces of cheese. Some people did the same with peanuts and others with other types of food, but her problem was with cheese. However, she did have to see cheese ever single day at home as everyone else was able to process it normally, so they ate it.

 She really didn’t like to be a nuisance, a problem of some kind. She knew it was very annoying for other people when she had to ask for traces of cheese. And when people didn’t want to understand what the problem was, it was extremely embarrassing to tell them what would happen if she ate just a small piece of cheese. She would go very red and her voice would tremble and every person would feel awkward because it seemed she was over sharing when she was just explaining how awful it was for her to eat something that could even kill her.

 Lila had discovered her condition in high school. It was one of the worst memories for her to remember. When she was a very little girl, she actually loved cheese and her mother would always put some string cheese on her lunchbox because she knew how much she adored it. Lila would eat it very slowly; enjoying every single piece as if it was some kind of delicacy that only a few people had access to. Her friends always thought it was something very weird but they never said anything about it, at least not back then.

 Years later, when she became a teenager, she still had much love for cheese. But it was one day in high school when they were presented with pasta for lunch and she decided to practically cover her plate with Parmesan cheese. Her friends laugh and she did it partially to be funny. When a teacher noticed what she was doing, he told her she had to eat that whole plate of food if she didn’t want to be taken to the principal’s office for wasting food and playing with it instead of eating like all the rest of the students.

 Lila accepted the challenge and ate the whole plate. The teacher watched her do it as well as her friends that applauded her once she was done. It was one of those really cool moments in school when teacher get served when they’re being impossible and just ridiculous. However, only five minutes after finishing or so, Lila began to feel really bad. She felt as if someone with a knife was cutting her stomach from the inside. It was awful. She tried to resist the pain for a while but she finally asked her teacher for permission to go to the nurse’s office.

 And just as she did so, she farted. It was loud and clear and charged with a foul smell that filled the rather small classroom. Every single person there complained and laughed and booed her. She had to run away, having the door behind her open. Her body had betrayed her in the most awful way possible and, to be honest, she didn’t even think about the nurse when she ran out of the room. She regretted leaving her backpack. What she really wanted to do was to go home and never come back to any of her classes for the rest of the year.

 However, that was not possible. She wandered around school until a teacher saw her. Then, she almost ran to the nurse’s office and told her what had happened. Nurse Holly obviously wanted to laugh but tried not to and instead told Lila to lay down in order to be properly examined. As it was obvious, her stomach was bloated. That and the foul gad indicated she had something to eat that wasn’t very well received by her stomach. The nurse asked her to remember what she had eaten so they could know what it was that caused it.

 Of course, the huge bowl of pasta came to her head fast. Nurse Holly said it could be either the cheese or the pasta because many people in the world weren’t able to eat either of them. So she gave the girl a pill for her ill stomach and told her to remain there for a while until it worked. Then, she could choose going back to class or going home. It was only an hour and a half to go to the end of the school day so there wasn’t much difference, she said. She clearly didn’t know how embarrassed Lila was about had just happened.

 Her mother came to pick her up and she wasn’t very happy about it as classes would finish in only an hour. She told her daughter she could’ve resisted a little bit more and just come on the school bus as every single day. She was obviously not very happy about having to pick her daughter in school because it disrupted her schedule. She was a realtor, selling properties in the area to people that wanted to live in one of the most well taken care of area of the city. She made a very nice living, so her daughter interrupting wasn’t the best thing to happen.

 When Lila arrived home, she quickly ran to her room and closed the door. Her mother didn’t understand how embarrassed and humiliated she felt after what happened. She had tried to explain but her mother was too busy with her things to actually hear her daughter speak for a couple of minutes. So Lila would rather just be alone in her room and suffer her stomachache there without anyone that would make her feel annoyed or underappreciated. After all she was teenager in her most difficult years.

 She didn’t really want to go to school the next day but her parents said that food poisoning was not an excuse to miss more than one day of school. And they were so strict that missing an hour was for them the same thing that missing a full day. So Lila had to hop in the school bus in the morning and from that point on she felt every single look on her. She could even hear the laughs and jokes but she tried hard not to care or, at least, not to be aware of everyone for the rest of the day. She just wanted every class to be fast so the day could finish soon.

 However, that rarely happens in high school. Her first subject was History and, for her, there wasn’t a more boring assignment. She normally wandered off in that class, drawing doodles on her notebook or passing little notes to her friends, normally talking about some boy or mocking the teacher. But this time, she wasn’t included in that activity. She noticed when one of the girls turned around, looked at her as if she was garbage and then passed the note to another girl sitting beside her. That felt even more humiliating that the fart.

 Her social life went in decline since that awful day. So much so than the following week, Lila didn’t have someone to sit with her at lunch. And then, the jokes got meaner and they weren’t whispered anymore but yelled in the hallways and everywhere a large crowd was inspired to laugh at her and imitate the sound of farts with hands and arms and mouths. It was very humiliating. Lila tried to talk with the principal but he dismissed her saying that she was imagining things, as people didn’t get bullied in his school. And then it became clear to her: she wasn’t the only one.

 Many others were bullied in school. Of course, not for the same things as her, but it did happen and more often than the school would admit. They teased a boy for being gay and a girl for not dressing “fashionable” enough. And of course, they teased people for being fat and others for being poor. So Lila decided to punch back and tried to talk with every single one of those who had been insulted, pushed around and called names. She wanted them all to be with her in order to do something that, she thought, would make things change.

 Her mother had sold a house to a very renowned news anchor and she had become friends with him. Lila convinced her mother to let her talk to him and her mother, seeing how insisting she was, accepted. The man thought it was a very important local subject and assigned someone to it. A week after, everyone in the city knew about how bullying was going rampant in schools for the stupidest reasons and how no one was doing anything to help. The report had serious consequences and all because of a plate full of cheese.