viernes, 7 de septiembre de 2018

Cambio climático


   Lo primero que hice al llegar a casa fue quitarme la ropa y echarla toda a la lavadora. Luego, en mi habitación, me puse unos pantalones cortos de una tela muy cómoda y una camiseta tipo esqueleto blanca que tenía para cuando tuviese que hacer manualidades en la casa. No me puse zapatos ni medias, estuve descalzo todo el rato mientras hacía la comida y veía un poco de televisión al mismo tiempo. Las imágenes que pasaban en la pantallas eran desoladoras pero no del todo increíbles.

 Incendios voraces arrasaban árboles y casas, por todas partes. Al comienzo era solo en países con mucho bosque, donde las temperaturas estivales se habían disparado de golpe. Pero ahora en todas partes, incluso en los países donde se suponía que debía estar haciendo frío. Y no solo habían incendios sino muertos por todas partes a causa del calor tan insoportable que hacía durante el día. Durante la noche las cosas se calmaban un poco pero todo el asunto había causado una epidemia importante de insomnio.

 Además ya se estaban reportando más casos de virus peligrosos en zonas en las que antes jamás se había oído mencionar nada por el estilo. Fue un poco chocante ver todas esas imágenes mientras cocinaba. Tanto así que, cuando serví mi comida en la mesa, tomé el control remoto y cambié a un canal en el que estuviesen hablando de otra cosa. No le puse más atención al televisor, solo me gustaba tener una voz en la casa, alguien que hablase en voz alta para yo no tener que hacerlo. Sería un poco raro hablar solo.

 Comí mi pasta con albóndigas en silencio, a vez mirando el celular y otras veces mirando al televisor como quien mira una ventana. Cuando acabé de comer, me limpié el sudor de la frente y pensé seriamente en ducharme antes de salir. Pero algo me indico que sería un desperdicio de agua, puesto que estaría sudando en pocos minutos. Tenía una cita a la cual asistir pero tanto lío con el clima me había bajado un poco el ánimo en cuanto a lo que se refiere a relaciones interpersonales. No parecían prioritarias.

 Sin embargo, mientras lavaba los platos, él me llamó. Me sentí un poco raro, como si estuviese de vuelta en la escuela. Usaba el celular solo para enviar mensajes y cosas por el estilo, pero casi nunca para hacer llamadas. El solo sonido del timbre me fastidiaba. Contesté porque vi su nombre en el centro de la pantalla brillante. No sé que tipo de voz utilicé o si me escuchaba tan abatido como me sentía. El caso es que reafirmamos la hora y el lugar de la cita, así que ya no tenía opción de echarme para atrás. No era que no quisiera verlo, pero la verdad no moría por salir a la calle.

 Lo bueno, y esto es relativo, es que la cita era para media hora después del anochecer. En teoría, la calle estaría menos cálida que en el día. Sin embargo, era viernes y eso significaba que todos los lugares estarían a reventar. Era gracioso que la gente se quejara del calor todos los días pero no pareciera tener ningún problema con meterse en una discoteca empacada con cientos de personas, todas moviéndose al mismo tiempo. Era casi masoquista pero nadie parecía reconocerlo. La gente puede ser muy extraña.

 Decidí no ducharme y dejar que me conociera como estaba. Se supone que hay que esforzarse cuando se tiene una cita o algo por el estilo pero la verdad es que no me daban muchas ganas de lucirme. Había que ser realista y nosotros lo que queríamos era algo más estable que una simple relación sexual. De hecho, ya habíamos intimado y sabíamos que nos entendíamos bien en ese aspecto pero queríamos intentar algo nuevo, algo diferente que pudiese tal vez ofrecernos algo que no teníamos ya y que nos urgía.

 Yo hacía mucho no tenía una relación estable con nadie e intentarlo parecía ser una aventura divertida. Sabía que no tenía porqué ser así pero parecía la persona apropiada para intentarlo. Sin embargo, con el calor que hacía, no venía mal que me conociera sudando y quejándome, como era yo en realidad mejor dicho. Me puse ropa igual de cómoda pero un poco más agradable a la vista, así como zapatos y medias que fueran con el calor que igual se sentía en las noches. Algo de perfume fue mi último toque antes de salir.

 No había llegado a la escalera cuando la vecina salió de su apartamento, quejándose de una cosa y de otra. Cuando me vio, dijo casi a gritos que habían quitado el agua. Yo, por supuesto, no tenía como haberme dado cuenta. Iba a devolverme a mirar, pero el tiempo estaba contado y no quería llegar tarde. Le dije a la vecina que seguramente era algo temporal, aunque no me creí ni media palabra de lo que dije. Ya habían reportado tuberías reventadas por el calor en otros puntos de la ciudad, así que se veía venir.

 Lo malo de verme con él a la hora acordada era que de todas maneras tenía que salir de día. Hice una nota mental para recordar ese error en el futuro y caminé con paso lento a la parada más cercana de buses. Esperé poco tiempo pero dejé pasar al primer bus porque iba hasta arriba de gente y era evidente que no estaba funcionando el aire acondicionado. El segundo bus, al que me subí, iba solo un poco menos lleno pero al menos sí tenía una temperatura agradable. Así que aguanté mientras llegaba a mi destino. Creo que cuando bajé, lo hice casi empujando y corriendo del desespero.

 Me arreglé un poco el pelo, viendo mi reflejo en el vidrio de una tienda, pero no tenía mucho caso intentarlo. Fue entonces cuando escuché una explosión que me hizo agacharme y sentir algo de miedo. Sin embargo, pronto tuve respuesta acerca de la proveniencia del ruido: se había tratado de las llantas delanteras de un taxi, que habían estallado debido a las altas temperaturas del pavimento. Mucha gente gritaba exageradamente, al ver como el asfalto se había derretido casi por completo.

 Yo me quedé mirando solo un rato, en el que olvidé por completo la razón que me había sacado de mi casa. Caminé hacia el lugar de la cita pensando en todo lo que había visto ese día y desde el comienzo de la ola de calor. Era horrible como parecía que todo había cambiado de golpe, sin aviso, y hacia un destino que parecía francamente horrible. No era solo algo de calor sino un peligro serio para todos. Por estar pensando en ello, casi cruzo un semáforo sin tener el paso. Los ruidos de las bocinas me devolvieron al mundo real.

 Cuando llegué, el ya estaba allí. Y creo que fue en ese momento en el que me di cuenta de que había tomado la decisión correcta. Vestía una camisa muy linda, de color azul con motivos florales. Llevaba también un pantalón corto blanco y zapatos del mismo color con medias azules como la camisa. Se había peinado bien pero, como yo, tenía el sudor marcado ya por todos lados, incluso en las exilas. Se veía apenado pero yo solo sonreí como un idiota y lo abracé cuando estuvimos bien cerca, el uno del otro.

 Me propuso comer un helado y asentí como un tonto. Empezamos a hablar e, inevitablemente, el tema fue el clima. Me contó que en el hogar para adultos mayores donde vivía su abuela ya habían muerto cinco ancianos y parecía que las cosas se podían poner peor. Visitaba a su abuela con frecuencia porque le quedaba cerca y porque tenía miedo de lo que le pudiese pasar. Se limpió en un momento el sudor y me miró entonces a los ojos. Su expresión era de una profunda preocupación. Me hizo sentir mucho en segundos.

 De golpe, la luz en la calle pareció titilar. Se hizo menos intensa, luego más intensa y luego se apagó y no se volvió a encender. La gente gritaba y reía y hablaba y nosotros no dijimos nada. Seguimos caminando, incluso sabiendo que lo hacíamos solo por hacer algo, por movernos.

 La heladería estaba rellena. Estaban casi regalándolo todo pues sin electricidad el negocio no podía funcionar. Como él era alto, fue capaz de pasar la multitud y tomar dos helados para nosotros. Cuando me dio el mío, respondí a un impulso y le di un beso en la mejilla. Él respondió, en la casi oscuridad.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Conviction


   I just had to do it. That’s what I talk the officer when they came to my home one sunny Saturday afternoon. The day had started so bright and beautiful, but my body somehow knew something else was going to happen. I had been living in that cottage for more than a year, never really feeling safe. And my past, my actions, had finally caught up to me. It was very scary but, at the same time, a relief. I didn’t have to keep running from everyone and I could finally breathe in relative peace, even if it was inside a cell.

 They came in and talked to me. We didn’t even tried bullshit, as we all knew what we were doing there. I wasn’t a danger to anyone, so they avoided using harsh language or force. They didn’t even use handcuffs. I asked why because, as you always see in TV shows, handcuffs are supposed to be mandatory. They said they would make an exception for me, because they didn’t really wanted to upset the villagers, they didn’t want them to know what was happening. The less they knew was best for everyone.

 It was clear they also wanted to avoid been noticed because they weren’t dressed like officers. They looked like a nice couple, touring the beautiful towns of the English countryside. But they weren’t a couple and I never knew if they were really nice or not. They just wanted to do it all without a fuss, avoiding any kind of commotion and, especially, any possibilities of the news leaking to the press. I guess they wanted to be the ones revealing to the world that I had been captured, without any resistance.

 They let me call a fellow villager, a friend I had made with time. I told her I would be leaving because of an emergency and that I would need her to take care of the plants and animals in the house for a while. I had two cats and a dog, as well as a very well cared garden with all kinds of flowers and herbs. It had been my everything for this time. She asked why I was leaving but I just insisted on the reason being an emergency. She didn’t say anything else, maybe understanding that I was, somehow, under pressure.

 We then walked out of the house, letting me close with the key and leaving it beneath the welcome mat. I didn’t grab a coat or a sweater, because what good would it be for me to do that if I was going to spend a long time in a cell. I hopped into the officers’ car and we rapidly drove off. I couldn’t get myself to turn around to look at my house for one last time. I broke right then and there, my eyes swelling up with tears that rolled down my cheeks. I didn’t clean my face until much later, preferring to taste the saltiness of the tears, to realize what was happening, to make it real.

 I fell asleep on the ride to the city. The officers told me they had to take me there first, to be processed and for a judge to see me. They would even give me a lawyer, but it was clear I wasn’t going to use one. The only thing I was clear about was that I was going to plead guilty and I would pay my sentence, no matter how long it was. I didn’t want to defend myself in front of anyone; I didn’t want a jury to get their nose into what had happened. The fastest way to put everything behind was just to accept my fate.

 The moment I woke up, I realized how life would change for me. As the car crossed the gates of the main police station, I started missing everything from my life before. I missed Paws the cat and the way he like to play on the window when it rained, thinking the water drops were small fish. I thought of Captain, my dog, and Cinderella, my other cat. The three of them had been my companions for a while, at nights and in moments I thought the only exit was killing myself, running directly into a truck passing by on the road.

 I would also miss my times in the garden, caring for the plants and the flowers and cutting and putting things on pots. It had been a lot of work but it was always fun and exciting. I learned a lot about life from those plants, a lot about myself and how I can be a better person. I thought of mentioning that to the judge but then I realized they wouldn’t care about what I had done while on the run. For them I was just another murderer that had to pay the price for what he had done, no matter how many plants or animals I loved.

 The officers finally put me on handcuffs and helped me down the car. We walked through various corridors and climbed up stairs. I thought the place was like a labyrinth and that it was an intentional thing on the part of the creator of that place in order to confuse anyone and make them feel anxious and insecure. It was kind of working, right to the point where they sat me down on a bench and asked me to stay put. Of course, I complied. There was no place I could be and running away made no sense at all.

 I waited for an hour or so before one of the officers came back and told me I had to stay overnight in a cell beneath the station. Apparently, not all papers had gone through and some others were needed for me to be properly sentenced. They guaranteed me it wouldn’t take more than a few hours but the judge was only available until the next day. So we took the elevator, he filled some more papers and I eventually got to a cell, alone in the dark. I couldn’t sleep at all, so I just waited, trying to avoid becoming insane. I realized how hard it was going to be for me, even doubting if I could endure through it.

 Thankfully, everything happened early in the day. I declared myself guilty in front of the judge and he revised the case carefully before stating his sentence: I was going to be in jail for ten years. My so-called lawyer was ecstatic, as she thought it was going to be way more than that. Apparently, I could have been sentenced to life in prison, but as I only killed one person and never really shown tendencies to indicate I would kill again or that I had killed before, they decided to be a little nicer to me.

 Yet, a ten-year sentence was still a lot. I was going to come out in my forties, without any real chance of getting a proper job. I would be more of an outcast that I had ever been, and that didn’t bother me at all. I knew it was not the norm but I thanked the judge before he left, before I was taken down to a van were they would carry me to prison. It took a while, more paper work, but we were on the road about two hours after my hearing. The trip was going to be pretty short, as the prison was not to far from the city.

 When I got there, I have to say every single detail seemed extremely important. I had my eyes wide open, as well as my ears. Apparently, it was a medium security prison. They gave me a uniform at the entrance and I had to strip down in order for some guard to do a cavity search and then watch me dress up. It was the most humiliating part of the whole process and I have to confess I wasn’t expecting something like that to happen. I just thought about the ocean, my flowers and my animals.

 More paperwork. Then, a big muscular guard took me through several corridors until we had reached the third yard. Some more paperwork and then another short walk, this time to my final destination. The cell was a little big larger than the one in a police station. I had a small window, a toilet, a sink and a bunk bed. I was kind of surprised to see someone lying down on the top, staring at me as I entered. The guard took off my handcuffs, closed the door and left me there with my cellmate.

 I didn’t want to speak first. Apparently he understood that, because he waited for a while, as I looked at my surroundings and then sat down on the lower bed, feeling the fabric of the blanket with my hands, its roughness and brutality. He then asked what I had had done to end up there with him.

 I told him, in a very clear voice, that I had assassinated my best friend’s father.  He asked why. So I told him, staring at the pearl white wall in front of me, that he had raped me repeatedly for years, so I decided to stab him in his sleep one night, when he least expected it. My cellmate felt silent. So did I.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Altiplano


   Las llamas pastaban por la llanura, sin importarles mucho lo que pasara a su alrededor. Bajaban la cabeza con calma y mordían una buena cantidad de pasto. A veces masticaban con la cabeza baja, otras veces lo hacían con la cabeza en alto, pero el caso es que comían y comían sin que nada ni nadie las molestara. La llanura en la que vivían tenía la más maravillosa vista, rodeada de montañas escarpadas con picos nevados y cañones estrechos que se extendían por varios kilómetros. Y la gran mayoría de los habitantes de la zona eran llamas.

 Eso a excepción de quienes hacían pastar a las llamas. Rascar era el nombre del pequeño niño indígena que debía cuidarlas mientras comían. Él era también quien las llevaba hasta la alta llanura y el que las tenía que dirigir hasta la finca una vez el día hubiese terminado. Era un ciclo eterno que él había heredado de su hermano mayor, que ahora ayudaba al padre a esquilar las llamas para vender sus preciosos pelajes en el mercado del pueblo más cercano, a unos ciento veinte kilómetros de allí.

 Rascar siempre había querido ayudar a su padre, desde su más tierna edad, y sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo. No era inusual que en una familia dedicada a las llamas todo el mundo cooperara. Su madre también hacía su parte, organizando los pelajes de manera que se vieran bien al venderlos, así como limpiando sus impurezas antes de llevarlos al pueblo. La única que no ayudaba era la bebé, que ya tendría su momento en el futuro.

 Lo que más le gustaba a Rascar de su trabajo era el elemento de exploración que iba con él. Claro que su padre le había indicado cuál era el campo donde las llamas debían alimentarse y también le había dicho que caminos tomar para llegar allí y cuales debía evitar a toda costa. Pero, en secreto, Rascar había empezado a explorar los alrededores del campo favorito de las llamas para encontrar otros lugares que tuviesen potencial para la misma actividad. Al fin y al cabo, su padre siempre hablaba de tener más llamas.

 Lamentablemente, las que tenían no parecían estar muy interesadas en tener descendencia y hacía apenas un año el único macho de la manada había muerto sin razón aparente. Sin él, era imposible esperar pequeñas llamas en el futuro y comprar un macho se salía por completo del presupuesto de la familia. Aunque ganaban bien con los pelajes, no era un ingreso tan bueno como para ponerse a comprar una cosa y otra. Al fin y al cabo había gastos que no se podían evitar, como la comida para la familia, la gasolina para el vehículo todoterreno que tenían, las vacunas obligatorias para las llamas y los demás animales de la granja y los gastos extra que pudiesen surgir.


 Y surgían siempre. Como aquella vez en que el hermano de Rascar se hizo un corte profundo en la pierna un día que arreglaba el vehículo de la familia. O siempre surgía algo con la bebé, que necesitaba de atención constante que se traducía en visitas frecuentes al médico. Esas visitas representaban gastos en más de una forma pero la familia hacía lo posible para seguir adelante, a pesar de cualquier cosa que les pudiese pasar. Ellos solo seguían sin ponerse a pensar que podría pasar más adelante. Dios proveería.

 Por eso Rascar pensaba que su ayuda era simplemente fundamental para que todos pudiesen tener una vida mejor en un futuro. Si él encontraba campos mejores para las llamas, las pieles serían de mejor calidad y podrían venderlas más caras. Incluso, y esta idea la había dado la madre en algún momento, podrían hacer negocio con alguna empresa o tienda de las ciudades más grandes. Venderle solo a un cliente de manera exclusiva, con un artículo de alta calidad, podría serles muy beneficioso.

 Sin embargo, y como había dicho el padre muchas veces, soñar nunca costaba nada excepto dolores de corazón y de cabeza. A veces había que mantener la cabeza en la realidad, en lo que tenían enfrente. Y la realidad era que todavía había muchas necesidades por cubrir y no había una formula mágica para hacerlo. Así que, por ahora, debían seguir adelante sin ponerse a soñar demasiado. Si alguna solución se presentaba frente a ellos, la analizarían en el momento, si es que se ocurría.

 Rascar se pasaba el rato allí en la llanura alta, mirando las montañas y haciendo precisamente lo que se suponía que no debía hacer: soñando. Sabía que existían muchas cosas más allá de las montañas, incluso más allá de las nubes que cubrían toda la región, pero no sabía si algún día podría conocer nada de eso. La verdad era que le gustaba mucho su vida como era pero no creía que tuviese nada de malo aprender de otros en otras partes, personas que tal vez  vivieran existencias parecidas a las de ellos.

 En uno de esos días de análisis de la existencia, Rascar decidió pasear por ahí, saltando sobre hilos de agua que bajaban hacia los cañones. No había muchos árboles por ahí, así que no había donde treparse a jugar. Pero sí podía saltar de piedra en piedra y tomar el agua más fresca del mundo. Fue entonces cuando escuchó algo y subió la cabeza de golpe. No era el sonido de un pájaro conocido ni los silbidos típicos del viento entre las montañas. No era una voz ni nada parecido. Era algo que nunca había escuchado.

 Lo vio justo antes de que se estrellara contra el piso. Se dio cuenta que el ruido había venido del objeto cayendo a toda velocidad al suelo. Por un momento, pensó que era algo pequeño pero cuando se acercó al lugar donde había dado a parar, se dio cuenta de que era algo grande. Se echó a reír cuando vio que se trataba de un osito de peluche. Casi tenía la cabeza arrancada del resto del cuerpo y parecía haberse quemado, tal vez por la caída.

 Estaba a punto de recogerlo del suelo cuando más sonidos invadieron el lugar. Las llamas se pusieron nerviosas y se agruparon todas en un mismo circulo compacto. Instintivamente, y recordando las palabras de su padre, Rascar se alejó del oso de peluche y corrió con sus animales. Se puso frente a ellas y miró al cielo, donde varias estelas de colores cruzaban bajo las nubes. Era ya tarde y el efecto era simplemente maravilloso. Al menos eso pensó el niño antes de darse cuenta de lo que pasaba.

 Cayeron más objetos, cerca y también lejos. Objetos de metal y objeto de plástico, más que nada. No todos eran tan lindos como el osito: había pantallas como de computadora y también almohadas y teléfonos. No tenían mucho de eso en la casa pero Rascar sabía como eran. Y también supo que lo que más hizo ruido fueron las sillas y los pedazos de metal más grandes. Tuvo que hacer que las llamas se retiraran hacia el camino, puesto que algunos de los pedazos caían muy cerca de todos ellos.

 Antes de emprender el camino de vuelta a casa, para contarles a sus padres lo que había visto, Rascar se devolvió por última vez. La verdad era que quería tomar el osito de peluche. Podría pedirle a su madre que lo arreglara con alguno de sus hilos y podría entonces quedárselo o compartirlo con su hermanita. Ellos no tenían muchos juguetes, o mejor dicho ninguno, en casa. No era algo que fuese necesario. Pero ese estaba allí tirado y no tenía ningún costo adicional para él. Sin embargo, cuando volvió, quiso no haberlo hecho.

 Había muchos más objetos tirados cerca del oso. Y uno de ellos hizo que Rascar gritara y saliera corriendo para reunirse con sus llamas. Estuve más rápido que nunca en casa, llorando cuando vio a su madre en la puerta, abrazándola con fuerza para sentir que podía confiar en ella.

 Estuvo conmocionado hasta que llegó el padre. Su mirada tenía un efecto particular, que calmaba al instante. El niño les contó lo que había visto, los objetos caer y al osito. Y les contó también lo que vio al volver por el muñeco. Era una cabeza humana con los ojos abiertos, sin cuerpo a la vista.

viernes, 31 de agosto de 2018

Crisis above


   Captain Kohl had been looking at the problem for a long while, but she wasn’t able to find a single way to fix it without endangering her whole crew. She even imagined going outside the ship and fixing the problem there, but there were already many problems with the oxygen levels and walking outside the ship didn’t help fixing any of those. She spent a whole night trying to come up with a plan, making drawing in paper and then tossing it to the other side of the room. She forbid anyone to even whisper around her.

 The next day, Kohl ordered the crew to gather in the main room. She also invited the guests they had received from the military unit they rescued a few days back because, after all, what was going to happen affected them too. She waited until they were all there and when they were, she only faced a big screen and pushed some buttons. All of a sudden, everyone could see themselves on the screen. The captain was recording, so she put herself in front of the camera and tried to look as calm as she could.

 The message was for Earth, so she greeted her senior officers and chief of mission. She stated the current status of the ship and also its location. She then proceeded to tell them about the accident they had been in, just after rescuing the military personnel they had decided to help. It had to be said that people on Earth had no idea that had happened, so she was also reporting a number of deaths and injuries. She tried to do it in a compassionate way but without really stopping too long to explain all the details.

 Kohl then did detail the most important aspect of her message: the rupture of several solar panels as well as the leakage in their main reactor unit. The chamber where it was housed was already contaminated with radioactivity, which had forced them to evacuate half of the ship, mainly engineering rooms that could be control remotely. However the leakage was persistent and the risks had taken a more serious note. If it couldn’t be stopped, the generator could explode and they could freeze to death in minutes.

 The crew gasped, as they had not thought the problem to be that serious. They thought they could fix it but it was clear that the captain thought there was no real chance of fixing the problem. She did stated that she had tried to come up with a novel idea to prevent what she feared most, but that she had concluded that it was an inevitability. The reactor was going to explode and they could do nothing about it. Before her crew could actually react to that, she declared to the camera that they would evacuate the ship immediately and land on the planet below. No one said a word, they didn’t even breathe.

 She finished the video by stating she would inform them of their success in a few hours. The captain then turned off the camera and then turned to her crew. The most affected by the news were the military, that tried to seem tough but they were visibly very close to crumbling. Her actual crew, her peers, just looked at her in disbelief. Someone asked if they really had to leave the ship, if there was really no other option. And she just nodded and declared it had been a very difficult decision to make.

 The next few hours saw the ship turned upside down. The captain had ordered everyone to pack whatever was necessary and then transport it to the lander that they had in order to land on asteroids. Because that was their original mission: they were going all around the solar system gathering information about asteroids. They landed on them and collected different kinds of data that could one day help understand many mysteries of the cosmos and even some of the remaining mysteries on Earth.

 So it was a priority to put the samples gathered on the lander first, as well as downloading their main computer into that vehicle. As they did that, the military people just stood aside, gathering their very few belongings and watching silently, waiting for the moment when they would be forced to jump on another transport in order to continue their journey. It seemed to never end for them and they were getting a little bit tired of that. They wanted to go home, some even obsessing with that prospect.

 When everything was almost ready, Kohl asked everyone t o gather around near the lander. She would explain the procedure to detach from the ship and then head for the planet they had nearby. It was Mars and they knew very well it could be hospitable if they landed on the right place. She was commenting this with her engineers and with the biologists when, all of a sudden, a gunshot could be heard and everyone froze on their spots. One of the soldiers, a man with very crazy eyes, was holding the gun.

 The captain turned to him and ordered to drop the gun. The man didn’t obey. He seemed to be somewhere else, maybe even high. The captain repeated her orders but the man ignored her, telling his comrades that they needed to stay put and wait for the army to come and get them. The other soldiers nodded, although some did look as scared as the rest of the crew at the sight of the gun. It had been a very big mistake not to check them before letting them in, but the situation had been so dire that the thought had not crossed anyone’s mind. Yet, the situation had been very strange.

 The scientific ship had received a distress call and, as they were so close, they had arrived in no time. The place where the military ship was floating around was not a common spot for any ships in the system. Actually, it was too far from any planets or moons and the military were usually assigned to taking care of military bases on such places. But there was nothing where they found them. Only the floating pieces of their ship and a few survivors unwilling to tell the whole story of what had happened to them.

 The truth was that they had been there to fulfill a secret mission concerning a very special kind of engine that the army was testing in secret. They had been sent to that spot in particular because they knew no ships would ever pass close by. It had been a miracle that the scientific ship had been passing not so far from them. Or at least that’s what they thought at first. Because with the firing of that gun, they soon realized there was no coincidence in anything that had happened, except in the crisis with their reactor.

 That had been a factor that the soldiers had not predicted. They did know how to hack unto computers, and it wasn’t hard for them to make the scientific ship deviate from their usual course into one that would put them directly on their path. That’s how they were saved. They had done that after their tests had been successful and a black hole had been formed artificially in the middle of nowhere. However, it had not been a black hole in the typical sense of the word. It was more like a portal, a door somewhere else.

 Apparently, something had gone horrible wrong with said portal. But the soldiers didn’t say another word. Actually, they weren’t able. One of the engineers toppled the man with the gun and a biologist sprayed the other military people with a special gas. The fainted in seconds and were dragged onto the lander. The captain thanked them for their bravery and kept the gun for herself, stating they had no idea if leaving it there was the best idea. One never knew what could happen once in the planet.

 They left shortly after. They landed on Mars about forty minutes after they had left, just on the outskirts of an abandoned colony. They could make things work again and then maybe asked for a rescue mission from Earth. It would be even easier than asking to rescue them in space.

 That night, they saw how their ship exploded over the Martian skies. The debris fell far away. They all felt strange, not only because it had been their home but also because they felt something was still amiss. Something was not right and  they needed to figure out what it was, fast. Before it was too late.