viernes, 20 de marzo de 2015

Un botánico en Borneo

   Podrá no parecer algo muy apasionante pero el mundo de las plantas es simplemente maravilloso. Hay tantas especies, tan variadas con brillantes colores y extraños comportamientos, que es imposible no enamorarse de alguna de ellas. Eso, al menos, era lo que pensaba Martín Jones, hijo de un renombrado naturalista británico y de una aguerrida luchadora por los derechos de los animales. Naturalmente, al conocerse sus padres, se habían enamorado al instante pero les tomó algún tiempo tener hijos. De hecho, Martín era el único.

 Había terminado hacía poco la carrera de biología y ahora estaba especializándose en botánica en Londres, desde donde había salido de viaje con un grupo de naturalistas de la universidad a la jungla de Borneo. Indonesia es el corazón de aquellos que aman las plantas. Martín quería conocer en persona un aro gigante, a veces llamadas flores cadáver por su asqueroso olor.  Estaba tan entusiasmado que en el avión hacia Jakarta solo leyó y releyó su libro sobre el tema y no dejó de acosar a todos los demás con todos los detalles de cada planta extraña que pensaba documentar. Además, quien sabe, podría descubrir alguna nueva especie.

 Ese era su sueño desde el comienzo. Hacer un aporte a la ciencia que lo pusiera en el mapa de los botánicos más destacados junto a muchos de sus ídolos y, por supuesto, junto a sus padres. Ellos todavía se dedicaban a amar la naturaleza, viajando por todo el mundo dando conferencias, trabajando para la televisión pública e incluso colaborando con documentalistas para diversos proyectos relacionado a la naturaleza. Mientras su hijo llegaba a Banjarmasin, ellos estaban en la tundra canadiense.

 Martín no tenía a nadie más sino a sus padres. De resto, solo tenía una tenía en Estados Unidos y otra en Japón. Su único tío había muerto en un accidente automovilístico y no había tenido hermanos. Tenía primos pero jamás los había visto y sus abuelos, por ambos padres, estaban muertos hacía ya buen tiempo aunque su padre siempre le contaba historias de su abuela paterna, una mujer que tejía su propia ropa, cazaba su comida y había vivido casi toda su vida como una pionera en el desierto de Mojave.

 Más que nada, lo que Martín quería era tener una vida igual que la de sus padres o que las de sus ídolos en el mundo de la ciencia. Todos hablaban de grandes aventuras y descubrimientos, de tantos tipos de vivencias que era difícil no querer lo mismo. Quería ser igual que todos ellos e incluso mejor, dejando una huella imborrable en la botánica. Este era su primer viaje serio, después de varias expediciones por su cuenta con la única compañía de Maxwell, un perro ovejero que había estado con él por muchos años. Pero el animal ya no estaba y debía afrontar este viaje como un profesional.

 Después de un largo y doloroso viaje por carretera, llegaron al borde de la selva donde fueron atendidos con amabilidad por una tribu que tenía su asentamiento a algunos metros de los primeros grandes árboles de la selva impenetrable. Como ya era tarde, Martín solo pudo oler la selva y para él fue suficiente para aguantar hasta el día siguiente. Comió la cena ofrecida por los indígenas y se acostó rápidamente, pensando en levantarse temprano para tener el mejor primer día posible.

 De hecho, fue su compañero quien lo levantó. Al parecer, Martín estaba más cansado de lo que había pensado y se les había hecho algo tarde. Por lo que pudo ver mientras se cambiaba, estaba lloviendo ligeramente pero no había nada de viento.  Cuando estuvieron todos listos, siguieron a uno de los guías locales y empezaron la larga caminata del día. Como habían comenzado tarde, iban a volver pasado el atardecer así que no podían demorarse más de lo necesario. Pasados los primeros minutos, varios de los científicos pudieron ver varias de las criaturas, sobre todo insectos así como árboles inmensos y flores hermosas. Martín apretaba tan fuerte el obturador de su cámara que se arriesgaba a fracturarse un dedo.

 Pero no importaba nada porque estaba en su elemento. O al menos lo estuvo hasta que, por estar tomando fotos al borde de una cañada, resbaló sobre una roca cubierta de musgo y se torció un tobillo. Trató de hacerse el valiente y lo primero que hizo fue revisar la cámara que no tenía ni un solo rasguño. En cambió él tenía la pierna sangrando porque se había cortado con una piedra afilada y, además, no podía caminar. El dolor era demasiado. Se disculpó con sus compañeros pero ellos le dijeron que era algo que solía pasar. El grupo decidió regresar, cuando no pasaba de la una de la tarde.

 Mientras una de las mujeres de la tribu atendía a Martín, los demás se dedicaron a clasificar su trabajo y a planear el día siguiente, que de paso iban a iniciar al as cuatro de la mañana para evitar perder tiempo. El joven botánico les prometió acompañarlos y, en efecto, fue el primero en levantarse al día siguiente. Pero no hubo manera de que los acompañara porque su tobillo se había hinchado y el dolor era peor que el día anterior. El grupo lo dejó con la tribu y Martín se sintió el fracaso más grande del mundo por no poder acompañarlos.

 Les había arruinado el primer día y no quería hacer lo mismo el segundo. Por eso no protestó pero se odió a si mismo por no poder hacer nada. Eran dos semanas en Borneo y cada día era esencial para clasificar y documentar pero como lo iba a hacer si no podía ni caminar. Uno de los hombres indígenas, que hablaba algo de inglés, le explicó que venía un médico en camino para atenderlo. Martín no quería pero sabía que no podía negarse, no estando tan lejos. Sabía que era un esfuerzo para el médico ir hasta allí y no quería hacer que alguien más perdiese su tiempo por su culpa.

 El médico llegó justo después del almuerzo. Lo revisó brevemente, le puso una inyección y le pidió dos días completos de descanso. Martín le dijo que necesitaba salir de expedición al día siguiente pero el médico le dijo que eso solo empeoraría su tobillo. Tenía que descansar y moverse lo menos posible. Cuando el grupo llegó pasada la tarde, todos muy contentos, Martín no quiso hablar con ninguno de ellos. Ronald trató de hablar con él pero el joven botánico se hizo el dormido. No quería ver en sus caras la alegría del día, no cuando los envidiaba tanto.

 Al día siguiente, el grupo se fue de nuevo. Martín solo se dio cuenta horas después, cuando se despertó. Decidió bañarse, cosa que no había hecho desde el día que había salido de casa. La mujer indígena que lo había ayudado antes le hacía señas para que no se moviera mucho pero el solo le sonreía y hacia señas de que todo iba a estar bien. La mujer le prestó una sillita de plástico y le mostró un sitio, detrás de las casas, donde podía bañarse con tres baldes llenos de agua que le trajo sin mayor dificultad. Él se lo agradeció y esperó a que estuviera lejos para quitarse la ropa.

 Siempre teniendo cuidado de su pie, se sentó sobre la sillita de plástico y se echó encima el primer baldado de agua. Estaba fría pero apenas para el calor que hacía tan temprano en cercanías de la selva. Mientras sacaba del pantalón un jabón pequeño que había traído de casa, notó los sonidos que salían de los altos árboles cercanos. Casi se cae de la sillita cuando, mientras se echaba jabón por las piernas, un animalito pequeño, parecido a un mono, salió de entre los árboles. Parecía buscar algo por el suelo. Martín se echó agua con cuidado para no asustarlo pero la criatura se volvió hacia él y lo miró un buen rato hasta que se cansó y se fue.

 Martín sonrió ante el particular evento. Se puso de pie como pudo, utilizó el jabón en sus partes intimas y en el resto del cuerpo y, cuando se dispuso a vaciar el último balde sobre su cabeza, vio que el animalito había vuelto con otros dos. Todos lo miraron a él y luego se dedicaron a husmear el suelo. Martín recordó algo y despacio se agachó a buscar en su bermuda a ver si lo que quería estaba allí. En efecto, había guardado una de sus cámaras desechables en uno de los muchos bolsillos. La sacó con cuidado y se sentó en la sillita de plástico.

 Los animalitos ni se inmutaron de los movimientos que hacía Martín y solo se dedicaron a buscar por el suelo. Uno de ellos por fin encontró una semilla y se la comió. Parecieron acelerar el paso a raíz de esto. Menos mal, la cámara no tenía flash. El acercamiento que se podía hacer no era el mejor pero los animalitos se veían. Martín les tomó varias fotos hasta que los animales lo notaron y uno de ellos se le acercó. Le tomó fotos estando a apenas dos metros. De repente, voltearon a mirar a la selva como si hubieran escuchado algo, que Martín no había oído. Al rato, penetraron la selva y no volvieron más.


 Martín estaba muy contento y solo se puso su bermuda para volver adonde la mujer y devolverle los baldes y la sillita. Quiso preguntarle si conocía a los animalitos pero ella no hablaba su idioma. Les contó a sus compañeros cuando volvieron, como una anécdota interesante y cómica pero ninguno de ellos río, de hecho un par lo miraron sombríamente. Al parecer, esos dos habían venido buscando a dichos animalitos, antes avistados pero nunca documentados con propiedad. Resultaba que Martín había hecho un descubrimiento científico y ni se había dado cuenta. Y por mucho tiempo, sus colegas se burlaron porque lo había hecho desnudo y mojado.

jueves, 19 de marzo de 2015

Aegean Cruise

   Maureen Sullivan ran to the railing and held her hat before the wind had a chance to blew it off her head. The city looked gorgeous from there and, as she soon realized, the cruiser had began to move. It was just perfect, feeling the wind on her face, the smell of the salt water and the beautiful city, which began turning on its lights for it was already late in the evening. Maureen stood there for several minutes until she heard the announcement of a special dinner to welcome all the passengers to this journey.

 Maureen then decided to go to her room and change clothes for dinner. When she got to her cabin, she went through her luggage and started hanging some dresses and taking out all the shoes she had. She loved to dress nicely as she hadn’t being able to do so for many years. The thing is that Maureen used to be a nun. Yes. She had her calling at an early age, after being a devoted catholic for all of her childhood. Now, when she thought about it, maybe she had been too young and should’ve thought this more thoroughly.

 She decided to put on a beautiful purple dress with a matching purse and green shoes. For a moment, Maureen thought she was going to look like an upside down eggplant, but then she decided to go for it. So what if people talked? That was better. This fifty two year old woman had not being able to use such rich colors back in the convent, and one of the things she looked forward as she left her former life was the use of many types of clothing and makeup. It seemed shallow but it was understandable after more than thirty years wearing always the same thing, and the same boring shoes.

 She arrived at the dining hall just in time, as every single passenger was making their way into their respective tables. Maureen thanked God she didn’t have to look for a seat but instead only ask one of the waiters where she was supposed to seat. They had electronic screens where they checked it. After receiving directions, Maureen asked the waiter where could she find one of those screens. She was fascinated by the invention.

 A few minutes later she was already siting between a Canadian couple and a lady from Moscow, who was a bit older than her. She started speaking in English to her and, to her surprise; the woman was fluent and very educated, telling her about her life in the Russian capital. Maureen didn’t want her to stop but the show had started on the stage they were facing and it was too good to miss.

 As she watched the dancers, it was almost impossible not to think what would she be doing if she had still being a nun. At this hour of the night, probably sleeping or trying to at least. She used to love knitting and to embroider to calm her nerves, which always seemed restless. The doctor, one that came to the convent once per month to check on all the sisters, had given her some pills to calm that restlessness but she had never taken a single one. Something deep inside told her that she didn’t need that because her impatience, that weird energy inside of her was what she needed to keep on living.

 Maybe it was because of this, or maybe not, but she started to have blood pressure problems just after learning that her mother and father had died. A horrible accident and half her family had disappeared, as if they had never existed. She still had a brother but he never went to the convent to visit her and talk. He had gone to college, got a great job abroad and the last thing she knew was that he had gotten married and had one child. As the dancers finished, she thought how much she would love to meet her nephew.

 Maureen went on talking to the Russian lady and learned that her name was Valentina and that she was actually from Yekaterinburg, a city located in the Ural mountains of central Russia. She told Maureen about the harsh winters when she would stay inside for many days and enjoy lots of sweets because her parents said chocolate helped resist the cold. Valentina also told her about the trips along the river in the spring, when the water was so still and the flowers blossomed all over.

 It was just magic listening to all of Valentina’s stories. She seemed like the kind of woman she would have liked to be: limitless, doing what she liked the most, enjoying her life fully. It isn’t that she had hated the convent or anything. Quite the opposite: she missed the sisterhood that she had left there. If there was something beautiful about being a nun, it was the fact that they took care of each other, every single day. But, nevertheless, she thought she would have liked to enjoy more of life, getting to do more things in life, experience new things.

 That’s why, with the money she had inherited all those years ago, she had decided to take this cruise. She knew that a trip would make her happy beyond anything she had ever known. Because there was one thing she missed the most and that was people. Yes, she did do a lot for many people on the convent but always going back to those four walls, always helping but not really relating. That was her reason for leaving. She argued that God must want more of all of us, not only helping and be good but to be interested for real, to be there for each other. And she didn’t feel that she was doing that so she left to do it on her own.

 But first, she had to do this trip. With Valentina, she toasted with champagne and was surprised at how nice it tasted. She had a couple more glasses and talked with her new friend about both their lives for hours, until the master of ceremonies took the stage to announce it was bedtime. The next day they were docking in Mykons and he advised everyone to have a good rest to enjoy a whole day in such a beautiful island. The two women complied and agreed to meet at the dock the following morning to scout the island and buy souvenirs to bring back home.

 That night, Maureen was sad. She couldn’t sleep wither so she took out a small notebook from her suitcase and a pencil. When she couldn’t sleep now, she would also draw. She was not very good and didn’t do any drawings of what she actually saw. She thought the world was too beautiful as it was to be rendered ugly by her hand. So what Maureen did was drawing things that came up in her mind. She liked to think of them as cartoons although she didn’t think any child would understand them.

 A child… Her nephew… That still hurt her so bad, being cut off from her family like that. She had called her brother after she left the convent. Her idea was to visit him first and them take the cruise but that wasn’t possible. Her brother told her she had decided to be cut off from them for a reason and now that their parents were gone, it didn’t make any sense to fuel a relationship that had been dead for so long. He argued that she had always thought of herself as special because of her devotion and that’s why she got to go away. For her brother, she had always been their parent’s favorite child and he had to live with that until he left the house.

 Maureen knew that, on the phone call, Brian had tried hard not to be rude because it wasn’t in him to be like that. But he stated clearly that he couldn’t just forget all about his past to rekindle a relationship with someone he was sure he didn’t know well. So she would never meet her nephew or at least not very soon. She drew at least three pages until she realized it was past 2 AM. She left her notebook and pencil on the bedside table and forced herself into a restless sleep.

 The following morning, she put on a nice flowery dress and sandals with a white hat and sunglasses to go down the dock and meet Valentina. She had not rested a bit but decided she couldn’t spoil her holiday just because of one bad night. The two women walked together along the beautiful streets and up and down stairs. They separated from the main group fast and explored many shops by themselves. They bought some presents and Valentina asked Maureen why she was taking so few. Maureen answered she was by herself now so it didn’t make any sense to buy many gifts.

 At lunchtime, Valentina decided to stop walking around and invited her new friend for brunch at a nice café overlooking the bay of Mykonos. They had all the entrées, as a way to taste the most of the local food. They had fun asking what it all was and, afterwards, going to the archeological museum were they discussed art and politics. It was fun for Maureen because she had so much in her mind about so many subjects but she had never been able to talk to anyone about it. She had a lot of fun with Valentina and when it was time to get back to the boat, they decided to have a few drinks at the cruise lounge on the top deck.


 When she got back to her cabin, Maureen had also decided to call her brother again. She did so disregarding any special fees. She didn’t care about prices or times. Maureen had to ask for forgiveness and try to get her family back to her because, if there was something to learn about her day with Valentina, it was that people are very important in everyone’s lives because they are the ones that make us feel alive. And who better to share your life with than your own family?

miércoles, 18 de marzo de 2015

Las caras de K

    Sin contemplaciones, sacó un revolver con silenciador de dentro de la chaqueta y le pegó dos tiros en la cabeza al hombre que estaba a punto de ponerse de pie. El cuerpo cayó, pesado, sobre el cemento, a tan solo unos pocos centímetros del arma que el hombre había utilizado para amenazar a sus prisioneros. Salvo que, en realidad, nunca habían sido prisioneros. K lo tenía todo controlado desde el principio pero no había dejado ver su confianza en ningún momento, optando por comportarse como lo haría cualquier otra persona secuestrada: con miedo, haciendo preguntas estúpidas y temblando. Se lo habían creído completo.

 En vez de acercarse al cuerpo, verificó su arma y se acercó a J, que estaba todavía amarrado. Él sí estaba muerto del susto de verdad y temblaba todavía pero no de los golpes que le había propinado el hombre que ahora yacía en el piso. No, ahora su terror había gravitado hacia la forma de K, que parecía actuar como si nada, como si fuese algo de todos los días ser secuestrado y matar a un hombre. Además, de donde había sacado el arma? Era obvio que los habían revisado después de llevárselos a la fuerza en esa calle oscura.

 K ayudó a J a levantarse de la silla y lo fue halando hasta la puerta principal de la bodega donde los habían tenido amarrados. J pensó llevarlos a una bodega era muy trillado pero prefirió quedarse con ese pensamiento para él mismo. Tenía más de una pregunta para K pero sabía que no era el momento de preguntar nada ya que todavía tenían que escapar, alejarse del sitio lo más pronto posible. Era de esperar que más hombre estuviesen en el área, precisamente para evitar un escape. Pero J sabía que iban a lograrlo. No era por una confianza que le naciera de la nada o de la inútil esperanza que uno tendría en esos casos. Era por K.

 En solo unos minutos, un chico bajito y sin el físico de los hombres que los vigilaban, se había librado de sus cuerdas y había peleado y asesinado a un hombre sin sudar ni siquiera una gota. Y ahora, lo llevaba a él, un hombre veinte años mayor, entre las cajas y los automóviles vacíos, escapando de sus captores. Esa expresión en el rostro de K era la que lo decía todo: no había miedo ni duda alguna en esa cara. Era como si cualquier sentimiento se le hubiera ido del cuerpo y pudiese hacer lo que quisiera.

 Tres hombres aparecieron pero en menos de un minuto yacían muertos de mano de K. Mientras J miraba como los cuerpos todavía se movían, K lo halaba con fuerza, como recordándole que su objetivo final todavía no se había logrado. Llegaron a una cerca y, con una habilidad sorprendente, K la escala y cayó sin hacer ruido al otro lado. Haciendo señas, le indicó a J que hiciese lo mismo pero no era tan fácil. Él no era tan ágil y le iba a tomar más tiempo. En efecto, cuando apenas estaba en la parte de arriba, otros dos hombres se acercaron. K los terminó con agilidad y haló, una vez más a J, que cayó de la cerca.

 Este empezó a quejarse pero K solo lo tomó del brazo, ignorando cada sílaba que salía de la boca de su compañero de secuestro. Se adentraron en un pequeño bosquecillo pantanoso, en el que no se dijo ni una sola palabra. K parecía estar escuchando algo pero J no oía absolutamente nada. Solo lo seguía porque parecía que el joven sabía lo que hacía pero no tenía ni idea si tenía razón o no.

 Después de pasar algunos charcos y rasguñarse las caras con ramas demasiado afiladas, salieron del bosquecillo a una carretera. A J se le iluminó la cara y corrió hacia la vía pero K lo retuvo y le indicó que no hiciese ruido y que tuviese paciencia. Caminaron entonces por el borde de la vía, medio ocultos por los árboles, hasta que se acercó un automóvil pequeño, manejado por una anciana. La mujer estaba casi encima del timón e iba muy lento, por lo que no fue difícil para ella verlos y detenerse para darles un aventón.

 Una vez más J quedó boquiabierto ante el cambio de K. Una vez en el automóvil, en el asiento del copiloto, se convirtió en el ser más dulce y amable que J jamás hubiese visto. La mujer quedó encantada y les preguntó porque estaban caminando por la carretera a lo que K respondió que su auto había tenido problemas. Su padre (refiriéndose a J) y él, habían intentado arreglarlo pero no habían logrado nada así que preferían ir a la ciudad y desde allí llamar a una grúa. Lamentablemente no tenían teléfonos celulares.

 Nada de todo esto le pareció extraño a la mujer, incluso cuando J pensaba que era un cuento demasiado rebuscado para que nadie lo creyera. Cuando la anciana y K empezaron a hablar de las mascotas de la mujer, J simplemente dejó de escucharlos y por fin respiró, después de varios días de no poder hacerlo con propiedad. Tal era su cansancio que se quedó dormido con rapidez y, por fortuna, no soñó con nada.

 Cuando despertó, el automóvil estaba estacionado en una calle iluminada, frente a un restaurante de comida rápida. Mientras se desperezaba, J vio que en el interior del lugar estaban la anciana y K, comiendo hamburguesa y riendo respecto a algún chiste o historia que se estarían contando. Sin duda era un chico extraño este tal K. Era un persona de demasiadas caras y, la verdad, era que eso a J no le gustaba nada. Que le aseguraba que K no estaba aliado con otra persona que también quisiese tener a J para algún fin extraño? Era todo muy raro.

 J llegó a la mesa donde estaban sus dos compañeros de viaje y los saludó. K lo recibió con una sonrisa y le brindó una hamburguesa con papas fritas que le habían guardado. La anciana le dijo que habían preferido no despertarlo ya que se notaba que necesita dormir. K le había contado que su padre sufría de insomnio y era casi un milagro que pudiese dormir tan bien. Mientras comía, la conversación siguió y J pudo notar por su cuenta que la mujer era un alma amable que se sentía sola. Había viajado desde lejos para visitar a una hija pero les confesó que lo había hecho sin avisar, cosa que a su hija seguramente no le iba a gustar nada. K le aseguró que todo saldría bien.

 Un par de horas después, se despidieron de la anciana y le agradecieron por toda su ayuda. Al fin y al cabo les había dado un aventón y les había gastado comida. K incluso le dio un beso en la mejilla antes de que se alejara en su pequeño carro rojo. Una vez, empezaron a caminar, K había vuelto a ser la piedra que J había conocido hacía ya unas dos semanas. Lo único que le dijo fue que tenía un sitio cerca y que allí estarían seguros.

 Entonces J se detuvo. K caminó un poco más hasta darse cuenta de que J no lo seguía. Se dio la vuelta para amenazarlo con la mirada pero esto no tuvo el efecto deseado. J le dijo que no iba a caminar un paso más sin saber que era todo lo que había estado pasando en los últimos días. Sí, él era un periodista con ciertos secretos de la mafia en su poder. Hasta podía entender su secuestro por esas razones pero no quién era K y cual era su motivación en todo este lío.

 Se habían conocido el día del secuestro. Se los llevaron al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo habían estado en el mismo lugar y nada más. En principio, ninguno sabía nada del otro o al menos eso creía J hasta que K se le acercó y le dijo que sabía muy bien quién era l.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ qui sab le acerceso cre m al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo hab no iba a camianr un paso m J no le guél. Tanto así que había asistido al lugar porque sabía que aunque podrían atentar contra él, debía conocer a J y protegerlo tanto como fuese posible.

 El hombre se quedó de piedra al oír esto porque no lo entendía del todo. Este chico, que había fingido por días ser alguien que no era, incluso siendo torturado con golpes y otras vejaciones, aseguraba que era una protección necesaria para evitar que a J que le pasara algo malo. Nada de todo eso tenía ningún sentido. Le preguntó a K quién lo había enviado pero le aseguró que lo sabría pronto, si venía con él y tenía paciencia.

 A regañadientes, J siguió a K hasta un barrio horrible, lleno de vagabundos y prostitutas. K entró a un edificio viejo y con olor a orina y él lo siguió. Subieron cuatro tramos de escaleras hasta llegar a un corredor oscuro por el que caminaron en silencio hasta llegar al fondo, donde un pequeña ventana cubierta de grasa  dejaba entrar algo de luz. De un zapato, K sacó una llave y abrió con ella una de las puertas cercanas a la ventana.

 Hizo pasar a J primero y luego entró él. K se dirigió pronto a una de las habitaciones,  sacando su arma y abriendo la puerta con fuerza. De pronto soltó algo de aire por la boca, como suprimiendo reírse.

-       Se nos adelantaron.
-       Porque?
-       Porque la persona que me mandó a protegerlo está muerta.

 K se retiró de la puerta pero no la cerró. J se acercó para ver de quien se trataba y soltó un gritó que alertó a más de uno en el piso de abajo. Se acerco al cuerpo que había en el suelo, pisando un charco de sangre. Le dio la vuelta y entonces empezó a llorar. Era nadie más ni nadie menos que su esposa y ahora estaba muerta.

 Y pronto lo estarían ellos porque al lugar se acercaban varios hombres dispuestos a hacer lo necesario para callar sus voces.