miércoles, 5 de abril de 2017

Experiment

   Suddenly, it was as if all the oxygen in the room had been extracted. David started coughing and then his knees made his body collapsed to the floor, unable to hold him any longer. He felt as if his weight was three times as much. The room around him, well lit only seconds before, suddenly became a dark place, more like a cave than a normal hotel bedroom. He tried to inhale through the nose but it didn’t work. He opened his mouth wide but that didn’t do anything either.

 If that was possible, his brain was hurting. It was as if someone was burning it inside of his skull. The coughing continued, with his hands against the floor, trying to breather once again. But nothing happened. That was what people in space must feel like when they have a bad space suit or when the ship is not working properly. His head started spinning and, in a matter of a few more seconds, David fell completely to one side, closing his eyes, stopping his attempts to breath.

 Hours later, he woke up. He wasn’t dead, which was good. He had a mask over his face, apparently supplying him all the oxygen he needed. His head was still spinning, but David tried to make sense of where he was. He looked to the right and saw nothing more than a table full of operating tools. The wall was made of metal and there didn’t seem to be any windows in the room. To the left, there was a door, also made of metal, in the middle of the wall. There was some sort of sound coming from the other side.

 In the right moment, David closed his eyes and tried to breath normally. The sounds he had heard were voices and they were apparently discussing him. As they entered the room, they commented on the health of the subject, that probably meaning him. For their tones, he could infer one of them was a woman and the other a man. They walked around him, probably staring at his body, sometimes saying something interesting and some other times just walking.

 One of them touched David in the head and it had required a lot from him in order not to scream. He didn’t really know why, but the touch of that person had triggered a horrible headache. It was as if he or she had fire on the tip of the chosen finger. They left after doing that, probably expecting to have an instant reaction and instead not getting anything. But as soon as they left, David opened his eyes, touched his head and realized it was still burning. Or at least that’s how it felt, as if he had been marked like cattle by however those people were.

 The point was, he didn’t want to know what else they had prepared for him. He stood up, got down the table he had been laid on and walked to the door. No sounds were coming from the other side so he opened it and ran out. There was a very long corridor but he just chose a direction in the moment and started running. Soon, he had to stop. All of a sudden, he felt very tired and the headache threatened to make a comeback, which wouldn’t help him at all right then.

 He was then more careful, walking along the hallway until he saw another door, which he opened. It was a closet. He was a about to close it when he realized there were several robes there, the kind doctors use. He hadn’t seen the people that had entered the room he was in, but they possibly had those robes on. So he entered the closet and put one over his body. He then realized that he wasn’t wearing his shirt, only his pants and shoes. It was very strange but he didn’t have an answer for that.

 David came out of the closet and started walking again, this time with a faster pace but without really running. He finally found a crossroads and it was there, from the distance, where he saw other people in robes, checking on some papers. The hallway they were standing on was much shorter, as on the other side there was a massive room, very white and bright. He would have wanted to know what that was all about but the real goal was to get out of there fast, before they noticed he had escaped.

 He checked at least five more doors along the way, finding only rooms just like the one he had been in and more closets. Finally, he ended up in a tiny open space, that had a very different door, this one made of glass, with one of those machines on the side were you put a card for the door to open. Obviously he had no card and he had no idea how to make the door open. His breathing started accelerating and, even as he tried to calm down, it didn’t work at all. It was as if something was inside of him.


 Suddenly, several men and women with robes surrounded David, as he collapsed on the floor completely. The headache was getting stronger. But instead of helping him to a bed or something, the people were just watching and using instruments to measure something over his body. They waved those things over him but then someone else appeared. Someone who’s voiced he recognized. But he couldn’t raise his head to look at the person, as the pain had grown too strong. David finally collapsed and the last thing he heard were the words “It was a success”.

lunes, 3 de abril de 2017

Día en la playa

   Apenas el suelo cambió, de ser negro asfalto a arena fina, me quité los zapatos y dejé respirar a mis pobres pies, cansados ya del largo recorrido. A diferencia de las pocas personas que visitaban la playa, yo no había ido en automóvil no en nada parecido. Mis pies me había paseado por todas partes durante los últimos meses y lo seguirían haciendo por algunos meses más. Era un viaje planeado hacía algún tiempo, casi como un retiro espiritual al que me sometí sin dudarlo.

 La arena blanca se sentía como pomada en mis pies. No era la hora de la arena caliente que quema sino de la que parece acariciarte con cada paso que das. Caminé algunos metros, pasando arbustos y árboles bajos, hasta llegar a ver por fin el mar. Ya lo había oído hacía rato pero era un gusto poderlo ver por fin. Era mi primer encuentro con él en el viaje y me emocionó verlo tan azul como siempre, tan calmado y masivo, con olas pequeñas que parecían saludarme como si me reconocieran.

 Cuando era pequeño me pasaba mucho tiempo en el mar. Vivíamos al lado de él y lo veía desde mi habitación, desde la mañana hasta la noche. Me fascinaba contemplar esa enorme mancha que se extendía hasta donde mis pequeños ojos podían ver. Me encanta imaginarme la cantidad de historias que encerraba ese misterioso lugar. Batallas enormes y amores privados, lugares remotos tal vez nunca vistos por el hombre y playas atestadas de gente en las grandes ciudades. Era como un amigo el mar.

 Mis pies pasaron de la arena al agua. Estaba fría, algo que me impactó pero a lo que me acostumbré rápidamente. Al fin y al cabo así era mejor pues el sol no tenía nubes que lo ocultaran y parecía querer quemar todo lo que tenía debajo. Mi cara ya estaba quemada, vivía con la nariz como un tomate. Pensé que lo mejor sería encontrar alguna palmera u otro árbol que me hiciese sombre pues ya había tenido más que suficiente con el sol que había recibido durante mi larga caminata.

 Pero caminé y caminé y solo vi arbustos bajos y plantas que escasamente podrían proveer de sombra a una lagartija. Me alejaba cada vez más del asfalto. La playa seguía y seguía, sin nada que la detuviera. Y como el sonido del agua era tan perfecto, mis pies siguieron moviéndose sin poner mucha atención. Pensaba en el pasado, el presento y el futuro, hasta que me di cuenta que había caminado por varios minutos y ya no había un alma en los alrededores. De todas maneras, ni me preocupé ni se me dio nada. Por fin encontré mi palmera y pude echarme a la arena.

 Las sandalias a un lado, la maleta pesada al otro. Me quité la camiseta y saqué de la maleta mi toalla, una que era gruesa y ya un poco vieja. La extendí en el suelo y me recosté sobre ella. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo cansado que estaba ya de caminar, de este viaje que parecía no tener fin. Me quejaba pero había sido yo mismo el creador del mismo, del recorrido y había pensado incluso en las paradas a hacer. Así que era mi culpa y no tenía mucho derecho a quejarme.

 Y no me quejaba, solo que mi cuerpo se sentía como si no pudiera volver a ponerme de pie nunca más. Los hombros, la espalda y las piernas no parecían querer volver a funcionar, estaban en huelga por pésimos tratos. De pronto fue el estomago que rugió, dando a entender que él tenía prioridad sobre muchos otros. Fue lo que me hice sentarme bien y sacar de la maleta una manzana y una galletas que había comprado el día anterior en un supermercado lleno de gente.

 Mientras comía, me quedé mirando el mar. Su sonido era tan suave y hermoso que, por un momento, pensé quedarme dormido. Pero no iba a suceder. Quería tener los ojos bien abiertos para no perderme nada de lo que pudiera pasar. No quería dejar de ver a los cangrejitos que iban de una lado a otro, sin acercarse mucho, a las gaviotas que volaban a ras del agua y a un pez juguetón que cada cierto tiempo saltaba fuera del agua, haciendo algo que la mayoría de otros peces no hacían ni de broma.

 Terminé la manzana y abrí el paquete de galletas. Decidí recostarme de nuevo, mientras masticaba una galleta. Miraba el cielo azul, sin fin, arriba mío y las hojas verdes de la palmera. Miré a un lado y al otro de la playa y me di cuenta de que estaba solo, completamente solo. Debía ser porque era entre semanas y por ser tan temprano. O de pronto el mundo me había dado un momento en privado con un lugar tan hermoso como eso. Prefería pensar que era esto último.

 Lentamente, me fui quedando dormido. El paquete de galletas abiertas quedó tirado a mi lado, sobre la toalla. Las gaviotas me pasaban por encima y los cangrejos cada vez cogían más confianza, caminando a centímetros de mi cabeza. Había colapsado del cansancio de varios meses. Creo que ni antes ni después, pude dormir de la misma manera como lo hice ese día, ni en la intemperie, ni en un hotel, ni en mi propia cama, que ya empezaba a extrañar demasiado. Creo que fue en ese momento, dormido, cuando decidí acortar mi viaje algunos días.

Al despertar, las galletas ya no estaban. El paquete había sido llevado por el viento lejos de mí.  O tal vez habían sido las mismas gaviotas que las habían tomado. Había algunas todavía paradas allí, cerca de donde el paquete de plástico temblaba por el soplido del viento. No me moví casi para ver la escena. No quería moverme mucho pues había descansado muy bien por un buen rato. No me había sentido tan reconfortado en un largo tiempo, incluso anterior al inicio del viaje.

 Por la sombra que hacía la palmera sobre mi cuerpo, pude darme cuenta de que habían pasado varias horas y ahora era más de mediodía. No tenía nada que hacer así que no me preocupe pero sabía que el sol se iba a poner mucho más picante ahora, igual que la arena a mi alrededor. Me incorporé y miré, de nuevo, al mar. Sin pensarlo dos veces, me puse de pie y me bajé la bermuda que tenía puesta. La hice a un lado y corrí como un niño hacia el agua, en calzoncillos.

 Estaba fría todavía pero pronto mi cuerpo se calentó por el contraste. Se sentía perfecto todo, era ideal para luego de haber dormido tan plácidamente. No me alejé mucho de la orilla por el miedo a que, de la nada, surgiera algún ladrón y se llevara lo poco que tenía encima. Nunca sobraba ser precavido. Pero no tenía que nadar lejos para disfrutar de ese hermoso lugar. Tanto era así que me di cuenta que estaba sonriendo como un tonto, sin razón aparente. Era la magia del lugar, en acción.

 Salí del agua tras unos veinte minutos. Dejé que el agua cayera al suelo por un buen rato antes de irme a sentar a la toalla. De hecho aproveché para recoger el envoltorio de las galletas, pues no quería que me multaran por dejar basura en semejante lugar tan inmaculado. Vi migajas de las galletas y pensé que ojalá les haya hecho buen provecho a las aves que se las habían comido. Mi estomago gruñó, protestando este tonto pensamiento mío. Pero él tenía que aprender que no siempre se tiene lo que se quiere.

 Me quedé en la playa hasta que el sol empezó a bajar. No hice más sino mirar a un lado y al otro, abrir bien los ojos para no perderme nada de lo que la naturaleza me daba a observar. Era un privilegio enorme y yo lo tenía muy en mente.


 Recogí mis cosas antes de las seis de la tarde. Caminé despacio hacia el asfalto, hacia el mundo de los hombres, adonde me dirigía para buscar donde descansar. Pero jamás lo haría como allí, en la playa, solo y en paz, con solo algunas aves jugando a mi lado.

viernes, 31 de marzo de 2017

Girls

   As far as she was concerned, her boss could just go and die t any moment. That mean fat bastard had always been a bother, making her work more hours just because he wanted it or because he had “special” clients. Those were always his buddies or some rich guys he wanted to be friends with in order to get money from them. It was really pathetic to see how he behaved in front of them, almost like a dog that only wants to please his master. It was pretty sad and disgusting.

 Of course, the currency he had was none other than what he called “his girls”. The fact that they were practically his slaves was obvious because of that awful pet name. He argued that they had all the freedoms just because they could come and go after twelve or more hours of work, but they all knew that he controlled almost every aspect of their life and if they misbehaved in some way, he was prepared to use a secret weapon he had just in case: their secrets and, most importantly, their families.

 All of the girls were from pretty modest families who had no idea they were taking their clothes off for money and sometimes, even more. That last part almost depended on the fat guy, who was the one who decided which one of the clients was worth his while, his “special” attention. However, that didn’t make the girls prostitutes, as they perceived no money from that activity, only for their dancing. And even in that case, the salary was miserable, not being good enough to live with.

 More than once, the girls planned their revenge and escape but it rarely went beyond words. The few times a woman did something to actually free herself from the tyranny of the job, she was them met with the fact that all of her family and friends, and their boyfriends if they had one, were told the truth via anonymous messages. It got even worse sometimes, when actual pictures and even videos were attached to those messages, to further humiliate the girl and make her be ashamed.

 Barbie, however, was not ashamed anymore. She had been there for a long time and, after so long, she had lost all contact with her family and friends. She had another name before entering the night world, she even had a career and the possibility of another life. But when everything went bad on her life, she was desperate and decided to exploit the fact that she had a nice body and attractive looks. The fat guy hired her instantly and now one could say that she was his top prize, always putting her on display like a piece of meat when his big clients came.

 Barbie did dream about another life, going back to her family’s house and hugging her mother. She also had a brother, way younger that her. He wouldn’t recognize him, even if he stared at her for a long time. She felt that life had happened so many years ago and now she was another person. Freedom was nothing that she craved. She knew that what the fat guy did to them was not right but she felt that place was a safe haven for all the girls, from even worse things that happened outside.

 Candy, her best friend in the business, had been raped days after she had decided to leave everything. She was alone, with no money and nothing going on for her, so a disgusting man just took advantage of that. The fat guy himself saved her from further harm and brought her back to the club, where she could be safe. They were rooms there for most of the girls; Barbie was one of the few who were able to leave any time she wanted. That was a special privilege because of her relevance.

 She knew very well how important she was there, in that dark world behind the velvet curtain, so she always tried to push her hand a little bit when the fat guy announced he had “special” clients coming over. Basically, she asked for more money and privileges for doing everything he wanted to be done. If the men wanted sex, she did it but it had to come for a price. That’s how she was able to improve all the girls lives in the club by buying them several things to make it all better like a coffee machine and a dog.

 She refused to live with them all in the club, as she know that been in another place made their realized who was boss there, after the fat guy at least. And none of the girls had problems with that or, at least, they didn’t say much about it. For them, it was much better if one of them had any kind of power. Thanks to that, some of them were able to write their families every so often and even, once every few months, visit them at home. That was a huge improvement from the past.


 But even like that, the girls still had to take their clothes off every day, for more hours than they were getting paid for. Sometimes it was full and some other times the only audience members were a couple of drunks and the waiter. They did more than dancing, making all of them loose all sense of romance, although some of them still thought about a prince charming that would one day come and rescue them from their lives. But Barbie was one that didn’t thought of that anymore. She just lived one day, and then the next, and then the next. It was easier that way.

miércoles, 29 de marzo de 2017

El mal estudiante

   La temporada de exámenes terminaba y así también lo hacía el año escolar. Era ya hora de descansar para retomar un par de mees después. Y no solamente era un descanso para los alumnos sino también para los profesores. Durante meses, habían corregido sinfín de trabajos y había tenido que mantener salones de clase enteros en orden. No era nada fácil cuando el número de alumnos era cercano a los treinta y siempre había alguno que era más difícil de manejar que los demás.

 En ese grupo estaba Carlos Martínez, hijo de uno de los hombres más ricos del país y con una personalidad que ninguno de los profesores podía soportar. Carlos no solo era del tipo de estudiante que interrumpe las clases con preguntas obvias o que se ríe por lo bajo y nunca confiesa porque lo hace, Carlos además era simplemente un pésimo estudiante. No estaba interesado en nada y se la pasaba con la cabeza en las nubes, cuando no estaba haciendo bromas pesadas.

 Sin embargo, los profesores no hacían nada respecto a su comportamiento y eso no era porque no quisieran sino porque no podían. El director del colegio protegía al niño Martínez como si fuera su propio hijo, incluso más. Eso era porque el padre del niño daba una gran cantidad de dinero al año para el mantenimiento de la escuela y la frecuente renovación de equipos y muchas otras cosas. No quería que nadie dañara esa relación económica tan importante, sin importar las consecuencias.

 Y la consecuencia directa era el hecho de no poder castigar a Carlos. Así literalmente se quedara dormido en clase, no podían hacer nada. Y el joven era tan descarado que incluso roncaba a veces, para mayor molestia de sus compañeros. Muchos de los otros padres de familia habían querido quejarse oficialmente, pero al saber quién era el niño, se frenaban y preferían no decir nada. No se trataba solo de miedo sino porque sabían bien lo del dinero que aportaba para todas las causas escolares.

 Cada año se celebrara un festival, donde los alumnos y los profesores participaban haciendo juegos y preparando comida. Así recaudaban dinero para una fundación infantil a la que apoyaban. Por alguna razón, el señor Martínez ayudaba al festival y no directamente a la fundación infantil, tenía que ver con algo de impuestos o algo por el estilo. El caso era que el festival siempre era un éxito rotundo gracias a su aporte económico: traía artistas reconocidos para que cantasen y los equipos para cocina y juegos eran de última tecnología, lo mejor de lo mejor.

 En cuanto a Carlos, a pesar de ser un fastidio para muchos de sus compañeros y profesores, tenía amigos que siempre estaban ahí para él. Muy pocos de verdad lo apreciaban a él como persona pero a él eso le daba igual. Desde que tenía noción de las cosas, sabía que la gente se comportaba rara alrededor de él a causa de su dinero. Muchos querían una parte y otros solo querían sentirse abrigados por una persona que tuviera todo ese poder económico. Se trataba de conveniencia.

 Todos los chicos querían que jugara en los equipos deportivos del colegio y todas las chicas vivían pendientes de fiestas y demás para poder invitarlo. O bueno, casi todos los chicos y las chicas, porque había algunos a los que simplemente no se les pasaba por la cabeza tener que estar pendientes de lo que hacía o no un niño mimado como Carlos. De hecho, algunas personas no ocultaban su desdén hacia él en lo más mínimo, lanzándole miradas matadoras en los pasillos.

 Pero los que querían estar con él eran siempre mayoría. Jugó en el equipo de futbol y el año siguiente en el de baloncesto y el siguiente en el de voleibol, hasta que un día se cansó de todo eso y decidió no volver a los deportes. Para su penúltimo año, el que acababa de terminar, no había estado con ningún equipo, ni siquiera los había ido a apoyar a los partidos. A Carlos todo eso ya no le importaba y estaba empezando a sentir que todos los aduladores eran un verdadero fastidio.

 Puede que fuera la edad o algo por el estilo, pero Carlos tuvo unas vacaciones que los cambiaron bastante. Como era la norma en su familia, las vacaciones eran él solo, a veces con sus abuelos, en algún hotel cinco estrellas de un país remoto. Lo bueno era que le había cogido el gusto a caminar y explorar y fue así como se dio cuenta de lo que quería para su vida. Quería vivir en paz consigo mismo, sin preocuparse de lo que unos u otros dijeran de él o hicieran por él.

 Fue un viaje largo, en el que nadó mucho, caminó aún más y se descubrió a si mismo. La realidad era que no era un flojo como él creía y apreciaba mucho cuando las personas eran más naturales con él. Además, descubrió que tenía un amor innato por lo manual, algo que quería seguir al convertirse en profesional en el futuro inmediato. Todas estas revelaciones se las quedó para sí mismo. Hablar con sus padres no era una solución a nada y no había nadie más con quien pudiese relajarse y hablar tranquilamente sin que la otra persona pensara en el dinero del señor Martínez.

 Cuando volvió al colegio, trató de que no se notara tanto que había cambiado. Pero desde el primer trimestre, sus notas y su comportamiento había tenido un cambio tan brusco, que era inevitable que la gente no se diera cuenta. Al comienzo fueron algunos de sus profesores y luego los compañeros que siempre lo habían tratado con resentimiento. Sin embargo, todo siguió igual porque la mejor manera para evitar problemas es no hacer escandalo con ningún cambio drástico.

 Así que todo siguió igual hasta el final de ese año escolar. Para entonces, Carlos ya no hablaba con nadie. La razón principal era que su cabeza estaba ya muy lejos, en un lugar donde su imaginación estaba activa y vibraba de felicidad. Sus notas fueron excelentes y algunos incluso lo felicitaron por la mejora. Pero nada más cambió, ni los que se habían mantenido al margen de su vida lo abrazaron por su cambio ni los aduladores dejaron de revolotear a su lado buscando dinero.

 Al terminar las clases, Carlos simplemente desapareció de las vidas de todos ellos. En casa, decidió hablar con sus padres a día siguiente de la graduación. Ellos no habían ido pues estaban de viaje pero apenas llegaron del aeropuerto, Carlos les pidió un momento para hablar. La solicitud era tan poco común, que su padre quiso saber de que se trataba al instante. No fue para él una sorpresa muy grata el sabor que su hijo quería ser carpintero y para eso estudiaría diseño industrial.

 No era la elección lo malo del asunto sino que Carlos era hijo único y sin él no habría nadie más que pudiese dirigir la empresa familiar, que poco o nada tenía que ver con hacer muebles, que era lo que Carlos quería hacer por el resto de sus días. La respuesta inmediata fue un no rotundo pero el chico aclaró que, después de sus estudios, pedía un año para ver si podía ser alguien en la vida con lo que había elegido. Si fallaba, estudiaría lo que su padre quisiera y tomaría su puesto en la empresa.

 Su padre lo pensó varios días hasta que le dijo que estaba de acuerdo. Le daba cuatros años para estudiar diseño y luego un año para ver si podía hacer su propio camino, a su manera y por sus propios medios. Carlos viajó a Europa a estudiar poco después.


 Sin embargo, cuando ya se cumplían los cuatro años de estudio, Carlos desapareció. Pero no sin antes dejar una nota en su apartamento, pagado por sus padres. Pedía perdón y decía que no tomaba nada de la familia, solo lo que tenía encima. Nunca supieron si fue exitoso o no, ni lo que fue de él.