sábado, 28 de febrero de 2015

Historia de un mundo pequeño

   Esta es la historia de un hombrecito pequeño en un mundo gigante. No, no es una metáfora, es simplemente la realidad de la situación. Medía, a lo mucho, unos tres centímetros de altura y vivía entre las paredes o de un edificio de apartamentos. Antes, en la época que vivía con sus padres, vivía en una linda casita en un parque pero ese parque ya no existía y cada persona pequeña había tenido que hacer lo necesario para sobrevivir.

 Su nombre era Drax y ese había sido un nombre elegido por sus padres al vero escrito en una de las muchas botellas que los humanos tiraban en el parque. Drax vivía entre las paredes con su esposa Dasani. No tenían hijos y pensar en ello los ponía tristes. Pero los dos formaban un equipo formidable: tomando comida de los humanos, yendo y viniendo, mejorando su hogar y explorando nuevas posibilidades en el mundo.

 Era peligrosa la vida para unos seres tan pequeños. Podían ser pisados por cualquiera o destruidos por las mil y un máquinas que los seres humanos inventaban para hacer todo por ellos. Un día casi mueren molidos por una podadora pero un perro, esas criaturas peludas y babosas, los salvó justo a tiempo. Normalmente no interactuaban mucho con animales tan grandes pero en esa ocasión le agradecieron al cachorro con una galleta del supermercado.

 Ese era el lugar preferido de Dasani: había de todo para coger y llevar a casa y hacer nuevos tipos de alimentos para su esposo. Esa era otra de sus pasiones, sobre todo cuando no estaba explorando con su marido por el mundo. Si algo hacían bien los seres humanos, era cocinar, o eso pensaba ella. Eran creativos y a veces los olores penetraban tanto en el muro que vivían que era imposible no percibirlos. Y eso que los humanos con los que convivían no eran especialmente hábiles o no lo parecían al menos.

 La pareja no era nada de envidiar: un hombre y una mujer que parecían estar amargados todos los días de su existencia. Iban y venían todos los días pero no pareciera que hiciesen nada fuera de casa porque no traían nada ni comentaban nada nuevo. Drax y Dasani los “acompañaban” de vez en cuando, sobre todo para ver las noticias del mundo humano y una que otra película en la televisión.. Lastimosamente, la gente pequeña no había inventado esos mismos mecanismos para su tamaño por lo que era más sencillo así.

 Al menos una noche por semana, la pareja de seres pequeños se sentaban en la oscuridad de la cocina, adyacente a la sala de estar, y desde allí veían lo que los humanos estuvieran viendo en la televisión. Era entretenido estar sobre la caja de galletas, abrazados, viendo alguna película romántica. Comían algo de queso o algo dulce mientras pasaban las imágenes y luego se iban a dormir. Era para ellos la cita perfecta.

 Lo malo era cuando aparecían los humanos menores, o niños. Tenían dos y eran de los más fastidiosos que hubiesen visto nunca. En la calle, en el mundo exterior, habían visto otros. Incluso habían interactuado con bebés, que no podían decir nada e su existencia, por lo que siempre era entretenido. Además, a Dasani le encantaban los bebés y suponía que un bebé de su tamaño sería aún más hermoso.

Y lo habían intentado. Por mucho tiempo pero nada pasaba. Dasani terminó por creer que algo estaba mal con su cuerpo y simplemente dejaron de pensar en ello. Ayudaba el hecho de que los dos se amaran tanto y que el tener hijos no fuese un requisito fundamental para ser felices o para considerarse una familia. Igual, de vez en cuando, hablaban del tema, como si fuera algo muy lejano, una simple fantasía que supieran que jamás iba a ser realidad.

 Los niños humanos, los de la familia del apartamento cuyo muro habitaban, eran detestables. Eran lo que llaman adolescentes y eran sucios, mal hablados y sorprendentemente tercos. De vez en cuando alguno de los dos iba a las habitaciones de los niños humanos, a tomar prestada una media vieja para usar para fabricar diferentes cosas con su tela o para tomar cosas que solo estaban allí. Era una pesadilla por el desorden, el ruido, los olores,… Y ni la niña se diferenciaba del niño. Eran los dos igual de repulsivos para ellos.

 Ahora bien, hay algo que no se ha contado de esta historia: Drax y Dasani, desde la separación con sus respectivas familias, jamás habían vuelto a ver a ningún otro ser pequeño. Ni uno; ni en los muros, ni en el exterior, ni en los varios lugares que visitaban ocasionalmente para proporcionarse alimento, herramientas y demás. Simplemente no había ninguno o eso era lo que parecía. Era cierto, eso sí, que el mundo parecía crecer sin límites y tal vez por eso no encontraban a nadie. Pero después de tantos años, pensaban que era muy posible que fueran los últimos de sus especie, al menos por esos lados del mundo.

 Por eso exploraban cuanto podían, con cuidado y sin dejarse ver de los seres humanos. Formaban un equipo formidable encontrando nuevos lugares de donde podían proporcionarse comida y demás pero también encontrando aquellos lugares que los humanos no veían pero que seres como ellos podían considerar habitables.

 No fue una sino varias veces las que se salvaron por nada de ser asesinados, sea por animales salvajes o por estructuras viejas o simplemente porque por todos lados había seres humanos y eso siempre iba a ser un problema para gente tan pequeña.

 En un solo año, revisaron todos los muros del edificio de diez pisos en el que convivían con seres humanos. Su muro en especial, solo colindaba con una de las viviendas pero seguido pasaban por otros, fuera para explorar y salir del edificio y jamás habían visto nada más allá de las variadas subespecies de seres humanos que podía haber: gordos, flacos, feos, guapos, de varios tonos de piel, jóvenes, viejos, … Eran tan variados como ellos, o bueno, eso suponían porque ya habían empezado a olvidar como se veían los demás.

 Revisaron todo el edificio y no encontraron ni el más mínimo rastro de la existencia de nadie más en todo el lugar. Era cierto que su especie era muy buena en eso, en no dejar rastros de su particular vida pero incluso los más organizados olvidaban algún articulo o dejaban algún tipo de rastro que para un humano no sería importante pero para ellos sería más que evidente. Pero nunca encontraron nada y, como con lo del bebé, simplemente dejaron de buscar aunque la esperanza de ver más gente como ellos jamás moriría.

 Todo estuvo en calma, como siempre, hasta el día que robaron una cantidad especialmente grande de chocolate negro, cuyo sabor era para ellos lo mejor de este mundo. Casi nunca podían robarlo porque venía en cajas cerradas y hasta los humanos más tontos se darían cuenta con facilidad que algo extraño pasaba con ello. Pero ese día alguno humano tonto dejó caer una caja que se abrió al estrellarse al cielo, volando chocolate por todos lados. Un pedazo grande cayó cerca de donde ellos pasaban y, sin dudarlo, lo tomaron.

 Tenían que cruzar campo abierto para volver a su muro pero cuando lo hicieron se dieron cuenta que, cerca, había alguien que no lo estaba pasando muy bien que digamos. Se oían como gritos, pero no tan fuertes, como si la persona que gritaba ya no tuviera fuerzas para hacerlo. Aunque era un riesgo grande, Drax y Dasani corrieron hacia la voz porque hacía mucho no escuchaban nada así. Y no se trataba de un humano.

 Era un ser pequeño como ellos, una mujer joven. Y en su espalda llevaba un bulto que identificaron rápidamente como un bebe. Estaba siendo atacada por tres gusanos tijera, unas criaturas repulsivas que vivían entre el pasto. Afortunadamente, la pareja ya los conocía bien y sabían que hacer cuando los encontraban. Mientras Dasani protegía a la mujer, Drax atacaba a los bichos con piedras y bombas de olor. Después de un rato, los bichos se retiraron y los cuatro pequeños seres pudieron escapar.

 Ya en el muro, dieron de comer a la mujer y a su bebé, quien les contó su historia: su marido había desaparecido en su viaje en busca de un hogar y ella había quedado sola con el niño. Siguió los caminos humanos hasta ese parque y la habían atacado los bichos.


 Drax y Dasani le ofrecieron refugio y le prometieron encontrar a su marido. La mujer les agradeció pero le pareció extraño que, todo el tiempo, la pareja sonriera. De pronto no sabía que ellos eran la prueba de que ya no estaban solos y eso los hizo hasta llorar de la alegría.

viernes, 27 de febrero de 2015

The Killings

   Ten years had passed since the murders, ten years in which captain McCormick had not been able to get proper sleep. She had gotten a divorce and her children preferred to be away from her, although they called her sometimes. She thought that was more out of respect than because they actually cared about what happened to her. They were living their lives far away, with their own families and jobs. Her former husband had remarried and her children seemed to like their stepmother more than they liked her.

Or maybe it was the town. Maybe it was the things that  had happened there and her youngest son had seen some of them with his own eyes. She didn’t blame him for not coming back. Oddly enough, of her three children, he was the only one who called her regularly and not only on the holidays. She knew that he called out of fear of the past, thinking that what had happened may happen again one day.

 Captain McCormick still worked with the county police and she was proud too. After those horrible days, security had been strengthened and her county became an example for many others around the state. Samantha McCormick was proud that her work had done so much good but there’s always a case that hunts a policeman. There’s always that one unsolved case that hunts you to your death.

 It had begun during the state fair, when the bodies of two schoolteachers, both women, were found one morning in the middle of the rodeo ring. The corpses had been left in perfect state except for the eyes, which had been taken out. Besides that, everything seemed to be fine with them: no signs of extreme violence, no signs of rape or torture.

 Samantha looked for the murderer for at least a month until they found three more bodies, in the forest north of town. They were all male, various ages. They appeared to have been hanged but the heavy rain had made the tree branches weak and they had broken due to the weight of the dead men. At the moment, they thought both series of murders were not related but it was very uncommon for such a small county to have two murderers on the loose.

 Besides, because of the media, everyone got scared into thinking the streets were filled with murderers waiting for them to take a wrong step on the street. Some people left town and others barricaded them inside their houses. Some time later, a family was found burned to death inside their home and it was determined someone had initiated the fire by using the gas installation. It was then when Samantha began to think the murders were all related.

 It was impossible that three people were doing so much damage. Specially here, in a community were everyone knew each other and were strange behavior was easy to spot. Samantha had seen that private eye spirit in people before and it had never failed. She had been summoned many times by people thinking that their neighbor was a killer when in reality they were hiding affairs or just happened to be stealing money from their jobs.

 But this was different and, although many of her companions did not believe her, she was sure it was a mass murderer. Then, she was personally attacked. A man had taken her son and two other boys from outside the movie theater. She put every single policeman to work, scouting through the woods and the farmland to the south. Finally, they located tow of the boys still alive.  The third one had been killed with a gun in front of them and they claimed the murderer had told them he was going to eat them.

 Samantha sent all members of her family out of town, with her mother who lived in a big city far away. Only her husband stayed because he thought she was becoming increasingly obsessed with everything around the case and she was: that man had attacked her personally and she wasn’t going to let anyone to that to her. She couldn’t shake out the memory of her son trembling like mad, his eyes filled with tears and the blood covered shack where he and a his friends had been held hostage.

 Weeks after her children left town, police found the body of two elderly women. They had been left on one side of the road leading to some hot springs, which were really popular with tourists around the region. Then, everything stopped. They checked everyone’s house, every inch of the forest and the files, of the hot springs and every single public and private building in the county. Not only they did not found one more body, but also they didn’t found any suspects they could interrogate.

 Samantha got obsessed in the search for the culprits and would often drive all night around town to check on things, believing the murder or murderers might come out late at night to escape or kill again. But nothing happened. The only real change in her life was that her husband got fed up with her obsession and left her alone in town. She didn’t really care, at least not at the moment.

 She interrogated the kid that had been rescued with her son and, although she learned some new details about the kidnapping, she happened to be extremely harsh on the poor boy that kept weeping and was about to pass out by the end of her interview. The kid’s mother chased Samantha out, telling her to look for those mad men instead of harassing the only victims that happened to be alive.

 The head of the state police came to town to check on the mass killings investigation and decided to put someone else on the case and give Samantha a leave of absence to be with her family and get away from it all, at least for a few weeks. But she just couldn’t. She visited her children at her mother’s but it was then when they all realized nothing was going to be the same again.

 Her children were scared of her as she only sat on the living room, checking every single data on the killings on her computer. She did that every single day she stayed with her children and when her mother quarreled with her, telling Samantha she was no real mother if she cared mother about dead people than about her own children. Samantha responded that her job was to see that no one’s children; no one’s relatives will never be killed again. She stated that her job was first.

 This affirmation was hard on her children who decided to stop insisting on getting their mother back. To them, it was like her mother had been one more victim of the killings. They stayed behind when she went back to town and her mother only asked of her the necessary money to take care of the three children. Samantha did not argue and for the next seven years she sent money to her mother, no argument, no questions.

 She went back to solve the case, or so she thought, but she never got really far with it. Some of the evidence suddenly pointed towards a cult, a satanic group that had decided to settle in town and kill randomly and then leave, leaving no trace. It was the theory she backed after so many years, but the killings became a cold case, and unsolvable one.

 Every year Samantha attended a remembrance of the victims of the killings and many of the family members thanked her for never letting go of it all. They knew it had all been very hard on her too but they appreciated the fact that she was still looking for the person or persons that had committed such awful crimes.

 After ten years of the killings, people had begun to forget about it all. The county had become one of the safest places in the whole country and tourists poured in often to check out the hot springs, the food and the hospitality. She knew that some small groups came to visit the places were the murders took place but she didn’t mind, although she always suspected the murder could come back.


 But if he or they did, it never became obvious. People came and went and Samantha stood there for many more years. Even after her retirement, she would still try to solve the puzzle but she was never able to. She often cried, alone in her house. Not only because she felt so frustrated, not being able to go any far into the case. She also cried because the killer had not only killed those people but because he (or they) had destroyed many families, the spirit of a place and their hopes for the future. Samantha knew this to be a fact, from personal experience.

jueves, 26 de febrero de 2015

Perdido y encontrado

   No hay nada como relajarse con el vaivén de las olas y eso lo sabía muy bien Ari Faz. Era un joven consentido, un niño rico que no tenía preocupación alguna en la vida y se la pasaba su juventud de balneario en balneario, de fiesta en fiesta, celebrando cualquier tontería que se le cruzase por la cabeza. Lo que más le gustaba celebrar era su vida, por la que siempre había estado agradecido.

 Sí, Ari era uno de esos niños ricos con más dinero del que se pudiese usar en una vida. Pero a diferencia de lo que muchos pensaban, agradecía a su padre y a su abuela por ello siempre que los veía. Con todos los miembros de su familia era muy especial y siempre se encargaba de organizar las vacaciones de verano, cuando todos los miembros de la familia se reunían para pasar las festividades. Esa era uno de sus más grandes tradiciones y preferían hacerlo en verano porque a fin de año preferían quedarse cerca de sus casas.

 Esta vez, Ari había elegido el hermoso puerto de Positano, relativamente cerca de Nápoles, en el sur de Italia. El lugar era ideal: clima perfecto, relativamente remoto y con todo lo que necesitaría la familia para pasarla bien. No por nada Ari flotaba pacíficamente sobre un colchón inflable, a un lado del yate de la familia. No estaban muy lejos de la costa pero así era mejor. El movimiento a veces era demasiado para la abuela y ella era a quien todos querían complacer.

 En ese momento, ella estaba hablando con la tía de Ari, Ágata. La mujer era detestable, por decir lo menos, y siempre era objeto de las burlas del padre de Ari, su hermano. Ágata siempre había sido demasiado snob, pretenciosa y clasista. Miraba los cercanos botes de pescadores con recelo, mientras que la abuela los miraba con interés y decía que alguna vez, cuando era joven, había conocido a un joven y guapo marinero.

 Pero Ari no escuchó nada de esa historia. No solo porque no estaba en la cubierta cuando la abuela la contó, sino porque un bote de la policía había sacudido su colchón inflable. Resultaba que el comandante local, un hombre delgado, algo amarillo, había decidido que debía presentarse ante la familia, y asegurarse de que todo sobre su estadía estuviera a pedir de boca. Después de todo, no era todos los días que una familia tan conocida y adinerada venía al puerto.

 Ari subió al yate justo cuando la abuela invitaba al comandante y sus acompañantes, dos oficiales, a quedarse para el almuerzo. El hombre se negaba pero era evidente que, al menos en parte, esa había sido su intención. Ari entornó lo ojos ante la escena. Luego se adentró en el bote y buscó donde cambiarse. Ya se había bronceado lo suficiente y no quería parecer uno de esos desesperados por tener la piel de otro color. Entró en una pequeña habitación, sacó la ropa de un closet empotrado en la pared. En el momento que se bajaba el traje de baño, escuchó un grito. Pero no hubo tiempo de reaccionar.

 La verdad es que fue un milagro o algo muy parecido. Eso era lo que pensaba Ari días después, tras despertarse en un hospital, adolorido, pero vivo. Todo era confuso y solo recordaba partes de lo sucedido: después del grito se sintió una fuerte explosión que voló parte de la cubierta del barco. Y entonces todo empezó a llenarse de agua y a hundirse.

 Alguien debía haberlo salvado porque estaba allí en el hospital, en Nápoles. Fue un choque horrible saber que varios miembros de su familia habían muerto en la explosión: su abuela, su padre, su tía y algunos otros. Su madre, afortunadamente, estaba con la hermana de Ari de compras en la ciudad en ese momento. Lo visitaron en el hospital pero era evidente que lo que más las afectaba era la muerte de su padre y no el estado de Ari.

 Días después pudo salir, en muletas. Un avión privado los llevó de vuelta a Londres, donde vivían. Con ellos viajó el cuerpo de su padre y su abuela, que fueron enterrados el día siguiente, en la casa de campo donde desde hacía años vivía la abuela, desde que el abuelo había muerto de cáncer.

 Era una casa grande y siempre había sido algo tenebrosa pero ahora lo parecía más. Estaba vacía, ya solo con los sirvientes necesarios para evitar su caída en el olvido. Pero la abuela era quien se había encargado de todo y ella ya no estaba.

 La responsabilidad de los negocios, por fortuna, recaían en la madre de Ari y luego lo harían en su hermana. Eran ambas mayores y mucho más aptas para encargarse. Su hermana era economista y él… Bueno, Ari no era nada más que un “playboy”. Uno que siempre había puesto a su familia primero pero ahora ya no había nada o eso sentía él. Su padre había sido un motor, un consejero y un amigo incondicional.

 Pero ahora ya no estaba. Ni él ni su abuela, esa gran mujer que había hecho de la familia lo que era. Ari nunca se había dado cuenta que sin ellos, él era aún menos que antes. Cayó en una depresión profunda, aumentada cientos de veces por la terapia física a la que debía de ser sometido. Odiaba las muletas y las estúpidas citas con el fisioterapeuta. Era todo inútil ya que sus piernas simplemente no eran las mismas.

 Además, y puede sonar como una tontería, Ari ya no se sentía físicamente atractivo. Era como si esa energía que tenía adentro se hubiera extinto con la explosión y consigo se hubiera llevado todo lo que hacía de él quien era, por poco que fuese. Pero su madre y hermana lo presionaron para seguir yendo, lo que no fue nada mejor. Simplemente se recluyó y empezó a consumir más alcohol del recomendable. Siempre había una botella cerca para acallar los pensamientos que había en su mente.

 Mucho de esos lo enviaban de vuelta al día de la explosión. La policía les había confirmado que los oficiales que habían abordado el yate no eran ningunos miembros de la fuerza pública. Eran asesinos que habían sacrificado sus propias vidas para extinguir las de otros. Ari era el único que los había visto y tuvo que responder miles de preguntas, más de una vez. Y ahora todo ello le revoloteaba en la cabeza. Lo sumía cada vez más en la oscuridad.

 Eso fue hasta que, durante una noche de especial dolor por su terapia forzada y después de tomar toda una botella de vodka, Ari recordara algo que nunca antes se había planteado. Allí, frente a él, flotaba un diseño, como un logo o un escudo. Lo había visto en el brazo de uno de los oficiales, que llevaba camisa corta en el bote. El diseño parecía un tridente pero estilizado de manera que parecía más una mano de tres dedos.

 Al día siguiente, investigó el significado de ese símbolo. No era que no confiara en la policía pero no quería esperanzarse con alguien que bien podía haber imaginado. O como se explicaba que en todo este tiempo no se hubiera acordado? O es que había reprimido el recuerdo de esa imagen, bloqueando los recuerdos de todo ese horrible día?

 La respuesta la encontró en un registro de los internos de una cárcel italiana. Había muchos mafiosos y narcotraficantes. Aparentemente, una mujer había hecho un documental respecto a la convivencia en esa cárcel, ya que era clasificada como una de las más peligrosas de Europa. Ari buscó el documental y, apenas habían pasado quince minutos, cuando vio el tatuaje en alta definición frente a sus ojos. Lo llevaba un hombre moreno y musculoso.

 La documentalista explicaba que el tridente era un símbolo de poder y era utilizado por una banda de sicarios que se dedicaban a trabajos bien pagados. El hombre moreno estaba allí por matar a un banquero y otro de sus compañeros por violar y asesinar a la esposa de un hombre de la bolsa.

 Ari dejó de ver el documental. Lo hizo porque su estomago estaba revuelto del asco y el dolor. Pero entonces se dio cuenta de algo: los sicarios matan por dinero. Alguien les paga para hacer lo que hacen. Alguien pagó por matar a su familia. Puede que no a todos pero a alguien en ese barco. Y esa persona estaba libre y la policía no estaba haciendo nada.

 Por primera vez, después de varios meses, Ari se sintió con propósito, impulsado por la rabia, el dolor y la sed de venganza. Tenía que encontrar a la persona que había pagado para matar a su familia. La policía había tenido su oportunidad. Ahora él estaba encargado de encontrar al responsable. Y para hacerlo, tenía que recuperarse y usar todos los recursos a su alcance.


 Su madre y su hermana vieron un gran cambio en el mes que siguió y fue aún más asombroso cuando Ari les pidió un puesto en la empresa de su padre. Ellas no sabían que allí, el chica empezaría su búsqueda de justicia.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Somos capaces

   De que depende que no nos volvamos locos, que no perdamos la cordura en cualquier momento, incluso llevándonos a ser violentos e irresponsables, más allá de todo control? Es casi imposible en este mundo de hoy estar calmado todo el tiempo así como estar feliz cada segundo de existencia de este planeta. Simplemente no se sostiene algo así, se cae por su propio peso.

 Aunque, eso sí, me olvido de esa gente, pobre y tonta gente, que lo único que hace es ignorar la verdad, la realidad de las cosas, a menos que le pueda sacar provecho de alguna manera. Es una sociedad donde el sentido de comunidad se ha pervertido para solo querer decir complacer las estupidez de algunos y donde el sentido de individuo significa ahora alguien quién es único e incomparable, casi un dios solo por haber nacido ligeramente diferente a otro, que también es casi un dios.

 Hoy en día todos piensan que son especiales, que son hermosos y criaturas únicas y lo usan para creerse mejor que los demás, porque algunos siempre serán más especiales que otros. Para muchos, la vida es una constante competencia en la que no hay nunca un verdadero ganador ya que incluso si alguien muere no se le considera muerto sino “perdido”, como si existiese la mínima posibilidad de que dicha persona vuelva a la vida, como por arte de magia.

 Esa misma magia es la que no existe, o al menos no de la forma que quisiéramos. Somos seres especiales, claro. Pero eso no quiere decir que seamos únicos e incomparables. Lo que quiere decir es que tenemos una gran capacidad de reflexión, de creación y de descubrimiento. Tenemos las herramientas a la mano y podemos usarlas cuando mejor nos parezca pero simplemente no lo hacemos. Y no es porque no sepamos usarlas, porque también podemos dar ese paso. Es porque no queremos.

 Preferimos caminar por la vida comparándonos a los demás, librando batallas que son infinitas, que nunca van a terminar en nada porque no sirven de nada. Es por eso que el culto a la belleza es el fracaso más grande de la humanidad. Atención! No se trata de la belleza como fuente de inspiración artística, porque esa belleza va más allá de nosotros y no podemos sin contemplarla y amarla porque sabemos que está lejos.

 La belleza destructiva es la que ha sido prefabricada desde la revolución industrial, buscando crear un modelo, un ideal. No hay nada más detestable que la búsqueda de la perfección, ya que la perfección, y cualquier persona con ojos lo sabe, solo se puede encontrar en la naturaleza y no se puede replicar. Nosotros, como seres de la naturaleza, somos perfectos, pero no en la definición restringida que tienen hoy tantos de la belleza.

 El ser humano es perfecto en cuanto a que está bien construido, es una máquina biológica de gran calidad y, aunque podría ser mejorada, ni las más brillantes mentes podrían haber resuelto los varios problemas que la naturaleza fue resolviendo a través del tiempo, desde que se vislumbró la primera luz.

 Así que para que desgastarnos? Para que seguirnos mintiendo, tratando de ser “mejores”, cuando lo único que hacemos es causar más daño que nada. Sí, es posible que alguien alcance la belleza superficial. Pero eso no garantiza ningún tipo de felicidad y mucho menos una duradera. Además, causa daños en quienes nos rodean porque empiezan a haber afectaciones de la autoestima de otros. Vale la pena ser artificialmente atractivo cuando nadie es feliz con ello?

 Pero esa es solo una de tantas manera de perder la razón, sobre todo habiendo tantas cosas alrededor nuestro. Cosas que nos hacen sentir bien y otras que nos hacen sentir como si estuviéramos perdidos todo el tiempo.  Esta es la época de la humanidad, sin duda, en la que la gente se ha sentido más pérdida, menos en contacto con nada, más insegura e incapaz de crear nada que dure, ni que valga la pena.

 Algunos dirán que eso no es cierto y la verdad es que, por ahora, no hay como probar nada. Pero el tiempo dirá y él no perdona a nadie porque pasa sin tomar en cuenta nada. A veces ese mismo paso del tiempo es el que amenaza con hacernos saltar, con hacernos cometer actor fuera de control y de nuestros cabales.

 No es que tenga algo de malo dejarse ir. Todo el mundo lo hace alguna vez pero tomarlo como una costumbre, ser incapaz de controlar lo que se siente, es una de las debilidades humanas que más destrucción causan por todos lados. La gente cree que sentir es algo que pasa y ya, hay que experimentar y luego se verá que se hace. Pero así no es. Resulta que cuando se siente se puede responder ante ello.

 Debería negarme a sentir o dejarme llevar por ello? Debería tener ese sentimiento una consecuencia inmediata? Debería buscar la causa, lo que me hizo sentir lo que sentí? No hay respuestas absolutas, por supuesto. Pero lo que es cierto es que jamás se nos enseña a apreciar los sentimientos, tomarlos como nuestros y no como cosas que pasan sobre las que solo podemos sentarnos a esperar.

 No, me niego a sentir y no hacer nada. Me niego a sentir y quedarme ahí, paralizado por el miedo, el dolor o el apabullante amor que se puede llegar a sentir. Acciones simples, pensadas y consecuentes como un abrazo, un beso, un puño, una cachetada, un grito o incluso el llanto. Todas ellas son buenas porque significan que entendemos, que tenemos la capacidad de responder. Eso sí, para quienes son más fuertes, está la posibilidad de negar un sentimiento.  Nada más hay que mirar a quienes tienen temple de acero.

 Son aquellos que no lloran sino cuando deben, son los que no se doblegan ante las adversidades. Eso sí, hay veces que esa negación puede significar estupidez y es una línea muy delgada, casi invisible pero existe. El que recibe el sentimiento lo niega es alguien con coraje, con los reconocidos cojones. Pero si solo se niega a sentir o ignora lo que pasa, ese es un idiota y no merece ser reconocido como un valiente sino como un cobarde.

 Es difícil. La vida en sí lo es porque si fuera sencilla todos moriríamos del aburrimiento antes de llegar a hacer nada. Pero esa dificultad es la que a veces debemos disfrutar y, si lo hacemos bien, podemos incluso desafiarla. Ya no que ella nos controle a nosotros a su gusto sino que nosotros seamos los que dictan la pauta, los que dicen como se deben hacer las cosas y cuando. Ese control, ese poder, se puede conseguir pero requiere voluntad.

 Voluntad y coraje que no todos tenemos y es por eso que hay un estigma social contra la gente que es capaz de controlar su entorno. La mayoría de la sociedad se siente intimidada. Tonta e ignorante, hablan de quien controla todo como si fuese un brujo maldito, que lo único que hace es tratar de controlar la naturaleza y lo hace ignorando la inherente inutilidad del hombre. Inutilidad que solo existe en la mente de los que se dejan, porque afuera de nuestros cuerpos es verdad que todo es posible.

 Bueno, con ciertas condiciones, pero todo sí es posible. Puede que se requiera habilidad, tiempo y paciencia pero todo se puede lograr. La humanidad fue capaz, gracias a unos pocos, de tomar el control sobre algunos procesos naturales y los puso a su disposición. Así fue como se domesticaron animales y se logró la creación de asentamientos, aprovechando los ciclos de las cosechas.

 Somos capaces, todos. Pero es evidente que solo algunos lograran ese estado más allá de la comprensión de muchos, donde el control de la materia es inútil al lado del control de lo subyacente a nuestra humanidad. Toda mente brillante no es una mente poderosa, esa es otra cosa. Pero toda mente brillante, es capaz de hacernos caminar a través del oscuro umbral de la ignorancia. Solo tenemos que aceptar caminar. Nada más.


 Con tan solo quitarnos ese peso de la ignorancia, ese lastre imperdonable que no nos deja movernos a ningún lado, seremos capaces de movernos con más agilidad y darnos cuenta de todo lo que ofrece el mundo y no solo de lo que nos ofrecemos entre nosotros: superficialidades que, aunque confortantes, son innecesarias. Cuando nos quitamos la ignorancia de encima, somos capaces de entendernos mejor a nosotros mismos y, por lo tanto, a cualquier otro. Al fin y al cabo, todos somos producto de una naturaleza amable y persistente.