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miércoles, 17 de enero de 2018

El reencuentro (Parte 2)

   Federico no había exagerado cuando había contado su historia de vida. En las semanas siguientes a la visita a Román, este se había involucrado lentamente pero de manera bastante profunda en la vida de su antiguo romance de colegio. Lo había acompañado a un par de reuniones de alcohólicos anónimos y se sorprendió al ver lo emocionalmente cargadas que podían ser esas reuniones. Muchas personas se desahogaban y terminaban llorando desconsoladas, otros contaban sus historias como si fueran de alguien más.

 Román trató de mantenerse al margen, sentándose casi en la penumbra y solo escuchando. Al fin y al cabo era un lugar para que se reunieran aquellos que de verdad tenían problema con la bebida. Él solo venía de apoyo, o al menos eso se decía a si mismo porque la verdad no sabía muy bien que pintaba él en todo el asunto y menos aún cual era su rol en la vida de Federico. Habían pasado mucho tiempo juntos, después de años de no verse, pero no era como en esas épocas pasadas.

 A veces había algo de tensión, unas veces romántica y otras claramente sexual. Había instantes en que se quedaban sin decir palabra y solo se miraban o, al contrario, dejaban de mirarse pero se tomaban de la mano o se abrazaban en silencio. No era una relación muy común que digamos, eso estaba claro, pero Román sentía que si se ponía a pensar mucho en el asunto, no llegaría a ningún lado y probablemente terminara insatisfecho con la situación actual de su vida, en todo el contexto de la palabra.

 Es que por estar detrás de Federico, salvándolo de botellas de alcohol y yendo a sus reuniones y estando con él para que no enloqueciera, Román había empezado a descuidar su trabajo y su jefe ya le había advertido que su bajo rendimiento no era algo aceptable y que si seguía igual no habría de otra sino despedirlo por sus malos resultados. Cuando lo citó en su oficina para decirle eso, Román no sabía si reír o llorar. Claro que perdería su salario, su modo de vida, pero es que odiaba su trabajo.

 Después del colegio no había encontrado nada, por lo que siguió estudiando y así varios años, buscando cosas que aprender y que explorar, hasta que su padre le consiguió ese puesto como para que tuviera un salario estable y no llegara a viejo con deudas y sin tener una responsabilidad clara en la vida. Había terminado en ese lugar por qué sí y no porque tuviese nada que aportar de valor en ese espacio. La verdad era que Román a veces se sentía igual o peor de perdido que el mismo Federico. Incluso hubo una noche en que se lo confesó y Federico le respondió con un abrazo.

 El fin de semana del día de San Valentín fue especialmente difícil para Federico. Cuando Román llegó casi corriendo a su apartamento, lo encontró cubierto en lágrimas y habiendo bebido media botella de vodka. Su aliento era horrible y era más que evidente que no había bebido solo eso. Román pensaba que Federico estaba mucho mejor pero resultaba que todo era una fachada hecha de papel, que se podía venir abajo con nada. En este caso, habían sido los recuerdos del pasado.

 Entre hipos, lágrimas y la resistencia de Federico a revelar la cantidad de botellas que tenía en la casa, él mismo le reveló a Román que había tenido una novia muy especial por algunos años. Ella también había tratado de mantenerlo alejado de la bebida pero no lo logró y salió de su vida de repente, si ningún tipo de aviso o de advertencia. Simplemente desapareció un día y Federico jamás supo de ella hasta que contrató un detective que pudo ubicarla. Pero el pasado dolía mucho así que dejó todo como estaba.

 Sin embargo, le contó a Román que ella había sido su momento más feliz en la vida. Con ella se había planteado incluso tener una familia, con hijos y toda la cosa, una casa grande y perro. Todo lo habían hablado y hubo un tiempo en el que estaban seguros de que podrían lograrlo. Tan hábil era ella, que logró hacerlo tener un trabajo estable por un tiempo hasta que todo se vino abajo y por eso desapareció la mujer entre la neblina que era la vida de Federico, perdido todavía.

 Román no sintió nada en especial cuando le contó esa historia. En parte porque no entendía él que tenía que ver con todo eso y en parte porque Federico vomitó el alcohol encima suyo y tuvo que quitarse la ropa y ponerla a lavar mientras obligaba al dueño del apartamento a entrar a la ducha y darse un baño de agua fría para aclarar la mente. Era como tratar con un niño y Román entendió porque esa mujer había elegido desaparecer: solo quería tener una vida normal y lidiar con sus propios demonios.

 Como pudo, ayudó a Federico a cambiarse y a acostarse en su cama. Había sido extraño verlo desnudo por un momento, pero luego Román se dio cuenta de que la situación no tenía nada que ver con el pasado, con nada de lo que había ocurrido entre ellos o entre Federico y nadie más. Cuando una persona está enferma como él, no importa nada más que hacer que vuelva a estar sano o al menos en un estado en el que pueda tomar algunas decisiones claras sobre lo que quiere hacer. Cuando la ropa terminó de lavar, Román la colgó y se acostó en el sofá.

 Esa noche no durmió nada bien. Cuando despertó de golpe, tras dormir apenas unas tres horas, se apuró a buscar su billetera y demás pertenencias pero entonces una voz le recordó que era sábado y que no tenía porque apurarse. La voz era la de Federico, que parecía mucho más calmado que durante la noche anterior. Tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos y su piel era tan blanca que casi parecía ser transparente en algunas partes. Sin embargo, estaba allí de pie, haciendo el desayuno.

 Román se dijo que le había puesto una cobija encima por la noche y lo agradeció, porque el frío era mortal. Además, según el reloj de la cocina, no eran todavía las siete de la mañana. Jamás se despertaba tan temprano un fin de semana, ni siguiera estando enfermo. Pero como su sueño había sido tan intranquilo, no dudó en ponerse de pie y ayudar a Federico a poner todo en orden. Lo hicieron en silencio, sin decir nada sobre la noche anterior ni sobre nada de nada.

 Al sentarse a desayunar los huevos revueltos que habían cocinado, comieron también en silencio, lanzándose miradas cada cierto tiempo. De repente, Federico estiró la mano derecha y tomó la izquierda de Román. La apretó suavemente y así siguieron comiendo sin decir nada. Por supuesto, a Román le pasaron miles de cosas por la mente pero no quería enfocarse en ninguna de ellas. Estaba cansado y tenía hambre y solo quería reponer algo de fuerzas para no sentirse como una bolsa vacía.

 Cuando terminaron, lavaron los platos juntos y luego se miraron de nuevo, como si pudieran ver algo que nadie más podía en los ojos del otro. De nuevo, Federico le tomó la mano y llevó a Román hasta el sofá, donde se recostaron juntos y vieron la televisión hasta quedarse dormidos, abrazados. Se despertaron en la tarde, con el cuerpo algo menos adolorido y una sensación extraña, sentían que algo había pasado pero no estaban muy seguros de qué era o de cómo averiguarlo.

 Eventualmente, Román volvió a su casa y allí pudo pensar por un tiempo. Pero nada de lo que se le ocurría tenía sentido o simplemente le daba demasiados nervios concentrarse en cosas que no eran o que al menos él no sabía si eran o no eran realidad.


 Decidió simplemente hacer lo que se sentía correcto en cada momento y dejar de dudarlo todo. Tal vez era solo una necesidad que cada uno necesitaba satisfacer y pasaba que ambos estaban en el lugar y momento correctos. Román pensó que ciertamente había cosas peores que podían suceder.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Miércoles

   Su abrazo era todavía bastante apretado. Sus cuerpos desnudos estaban uno contra el otro y parecían ser piezas de un juego que encajaban a la perfección. Acababan de hacer el amor pero todavía les quedaba algo de energía para seguir dándose besos y sintiendo la piel del otro. Al rato se quedaron dormidos, así como estaban. Después se fueron acomodando en la cama para estar menos incómodos pero no se alejaron demasiado el uno del otro. El calor de sus cuerpos era ideal para soportar el frío de la mañana, que había cubierto de vaho la ventana de la habitación.

 El primero en despertarse fue Pedro. Tenía la costumbre, desde pequeño, de despertarse a las siete y media de la mañana. Nunca más temprano ni más tarde. El pequeño problema estaba en que hacía dos años no trabajaba en una oficina y podía despertarse a la hora que quisiera. Sin embargo, las viejas costumbres difícilmente mueren y despertarse temprano era una de ellas. No se puso nada de ropa para ir a la cocina y calentar el café y hacer un pan de tostadas. Otra cosa que no le gustaba era “desperdiciar” el tiempo haciendo el desayuno.

 Lo siguiente para él era comer en la sala mientras veía la televisión. Como su vida laboral iba marcada por su ritmo personal, Pedro no tenía necesidad de correr para ningún lado. Y como encima era tan temprano, pues podía decirse que se permitía tomarse todo el tiempo del mundo para cualquier cosa. Le gustaba ver el noticiero de la mañana para ver si algo más había ocurrido en el mundo tumultuoso en el que vivían. Por supuesto gente había muerto en algún lado, había guerra en otro y hambre en un país que conocía solo de nombre.

 Luego seguían las noticias de política, que solían ser las mismas todos los días. Las de deporte le interesaban un poco pues le gustaba el fútbol y lo practicaba cada que podía. Muchos fines de semana se reunía con sus amigos de infancia y jugaban un partido en una cancha alquilada. Era de césped artificial pero para el caso no importaba pues el punto era divertirse, comer algo y hablar tanto del presente como del pasado. A veces iban con sus respectivas parejas pero la verdad era que lo disfrutaban mucho más cuando eran solo los amigos.

 Cuando ya terminaba el noticiero, se iba desnudo como estaba al estudio y se sentaba entonces en su escritorio. Dependiendo del día se ponía a diseñar en el portátil o a terminar algún dibujo a mano que estuviera inconcluso. El trabajo que tenía era por pedido y le llegaba con frecuencia y bien remunerado pues cuando trabajaba había hecho excelentes contactos. Por eso ahora podía permitirse una vida más calmada con los mismos resultados laborales y hasta mejores. Ahora era su propio jefe y le iba mucho mejor que antes, se sentía más creativo como diseñador de interiores.

 Como a las nueve de la mañana se despertaba Daniel. Él era más bajito que Pedro y algo más ancho del cuerpo, sin decir que estuviera gordo ni nada así. De hecho siempre preguntaba si lo estaba pero Pedro le aseguraba que no era el caso. Pedro, por su parte, era bastante flaco. A diferencia de su pareja, Daniel sí trabajaba todos los días pero ese día precisamente era libre pues el restaurante donde era ayudante del chef estaba cerrado por inventario y afortunadamente no le tocaba hacer parte de esa tarea, al menos por esa ocasión.

 Sabía bien que lo habían dejado quedarse en casa porque le debían vacaciones, pero igual él las pediría completas pronto cuando se fueran con Pedro en Navidad a un viaje que habían planeado hacía mucho tiempo a Hawái. Era un destino que ambos morían por conocer y podían permitirse el dinero y el tiempo para por fin ir y conocer de primera mano todas esas hermosas playas, practicar surf, comer mariscos, quedarse en un buen hotel, pasear por las montañas y volcanes y descubrir todo lo que no supieran de esas islas.

 Daniel se sirvió jugo de naranja. El café no era de su gusto personal, salvo el olor que le encantaba. Su desayuno era un poco más elaborado que el de Pedro pero tampoco mucho más: cortaba algo de fruta y aparte untaba mermelada de arándanos a un par de tortitas de maíz. Normalmente le daba mucha hambre en la mañana. O, mejor dicho, le daba hambre durante todo el día. De pronto por eso era cocinero, pues desde siempre le había gustado la comida y prepararla. Desde pequeño les hacía postres e incluso cenas a su familia y ellos siempre lo apoyaron en su sueño.

 Se sentó en el sofá de la sala y, mientras comía su desayuno, veía dibujos animados. Le gustaba tener una buena razón para despertarse bien en la mañana y los dibujos animados siempre servían para eso. Para noticias las leía en internet a lo largo del día, no era su intención ver tristezas desde primera hora de la mañana. Comía despacio, disfrutando cada bocado mientras miraba las travesuras del gato y el ratón. Aprovechaba que no fuera una mañana normal, de esas en que tenía que apurarse y a veces ni tiempo para despedirse había.

 Terminado el desayuno iba a un pequeño cuartito que había al lado del baño, como un depósito, y de ahí sacaba uno de esos tapetes de yoga para hacer ejercicio. Hacia una rutina con ejercicios varios durante media hora. Para eso se ponía ropa apropiada pues ejercitarse desnudo podía ser bastante incómodo. Normalmente se ejercitaba de noche pero como era un día diferente pues aprovechó para hacerlo más temprano. Después de terminar, guardó el tapete y se dirigió a la habitación principal.

 Mejor dicho, entró al baño y se quitó su ropa deportiva. Abrió la llave de la ducha y dejó que el agua calentara por unos segundos. Ese tiempo era suficiente para untar de crema dental su cepillo. En la ducha se cepillaba los dientes y luego se enjabonaba el cuerpo, disfrutando el agua tibia. Se sentía muy rico y podía disfrutar de una ducha bien dada y no como le pasaba casi todos los días, en los que debía ducharse en cinco minutos y no importaba si el agua salía fría o caliente. Era algo a lo que se había acostumbrado y por eso ese día lo disfrutaba tanto.

 Pegó un ligero salto cuando, distraído por estar echándose champú en el pelo, sintió una mano en su cintura. Se lavó el pelo con rapidez y entonces se dio cuenta que era Pedro. Se besaron un rato, abrazados bajo la lluvia de la ducha. Después uno le pasó el jabón por el cuerpo al otro y terminaron haciendo el amor de nuevo allí mismo. En total, estuvieron en la ducha por una media hora. Era mucha más agua de la que se permitían gastar normalmente pero es que el día casi pedía que pasaran cosas así, diferentes a la rutina.

 Se limpiaron bien y luego salieron al mismo tiempo. Se secaron en la habitación, dándose besos y sin decir ni una palabra. La verdad era que llevaban tres años viviendo juntos y podían decir que el último año había sido el mejor para los dos. No solo Pedro había dejado por completo el trabajo de oficina, sino que Daniel había empezado a hacer lo que en verdad le gustaba en el trabajo y eso era la repostería. Llevaba años cocinando ensaladas y carnes y un sinfín de cosas pero ahora por fin estaba haciendo lo que en verdad le gustaba.

 Ese bienestar personal se traducía en una vida de pareja mucho mejor. Las peleas habían quedado atrás al igual que las confrontaciones por dinero o las tensiones causadas por razones que ahora les parecerían verdaderamente idiotas. Ahora no era raro que hiciesen el amor todo los días, que se besaran en silencio, sin decir nada. Cuando ya tuvieron la ropa puesta, Daniel le dijo a Pedro que cocinaría el almuerzo del día. Pedro dijo que compraría algunas películas por internet para ver más tarde. La idea era hacer de ese un día especial.


 Lo raro de todo era que solo era un miércoles, clavado allí a la mitad de la semana. Los dos días anteriores y los dos días después serían iguales que siempre, con trabajo, llegar tarde, no verse ni hablarse casi en el día. Solo el fin de semana era un descanso y a veces ni eso porque debían hacer ciertas vueltas esos días o visitar a sus familias. Ese miércoles era tan importante por eso mismo, porque era como una joya que no podían permitirse perder. Era su día para celebrar quienes eran juntos y por separado.

viernes, 15 de julio de 2016

Chica rebelde

   Laura aprovechó que no estaba en la casa para poder comer algo que en verdad le gustara. Se paseó por cada rincón del supermercado hasta que se decidió por un helado de crema. El sabor era almendras y su tamaño era pequeño, pues se hubiese sentido culpable de haber tomado algo mucho más grande. Apenas pagó y salió del lugar, le quitó el envoltorio a su helado y le dio el primer mordisco.

 Como esperaba, el sabor era delicioso. Además, la cubierta de chocolate del helado se había partido en varios deliciosos pedazos y cada uno de ellos sabía incluso mejor que el propio helado. Laura entonces se dio cuenta que algunas personas que caminaban por la calle la miraban como si fuese un bicho raro. No sabía si era por estar comiendo un helado o si es que la reconocían de algún lado y desaprobaban de su comportamiento. Fuese como fuese, pensó que lo mejor era sentarse en algún lugar y disfrutar en paz de su helado.

 Llegó a un pequeño parque y se sentó en la banca que tenía más cerca. El sol estaba empezando a bajar en el cielo y el calor que había hecho en días anteriores se estaba retirando lentamente. Las noches empezaban a ser cada vez más frescas. Laura siguió comiendo su helado, a la vez que miraba a la gente pasar por el parque, a algunos niños jugar con una pelota y a una pareja de ancianos discutir en una banca cercana . Hablaban de la pensión, o algo así.

 Apenas terminó el helado, Laura se sintió culpable. Al final, había incluso lamido el palito y había buscado en el envoltorio del helado por si algún pedacito de chocolate todavía estaba por ahí. No pasó mucho tiempo antes de que se sintiera culpable. Se sentía mal al haber hecho algo que tenía prohibido pero es que tenía tantas ganas que no pudo evitarlo. Además, era uno de los pocos días en los que la habían dejado sola y había tenido la oportunidad de vivir como alguien normal.

 Miró su celular y vio que tenía varias llamadas perdidas de Connie, su representante y la persona que normalmente debía cuidarla como si fuera su propia hija. Ese día no había podido estar pendiente porque se le había presentado otro trabajo. Confiaba en Laura y ahora ella había traicionado su confianza al escaparse después de una sesión de fotos como si fuera un niña pequeña.

 Pero así era como se sentía a diario Laura, como una niña a la que no dejan hacer nada sin el permiso expreso de sus padres y de otro poco de gente que no tenía que ver nada con ella. Ser una modelo no era nada fácil y menos aún cuando tenía tanto trabajo y su cara aparecía no solo en las portadas más importantes sino también en varias campañas publicitarias.

 Apenas había cumplido los dieciocho años, le habían llovido incluso más ofertas que antes. Hacía poco había participado en su primer comercial de una cerveza y la verdad es que la experiencia no le había gustado nada. Aunque el producto era hecho para las mujeres y todo había sido cuidado para que no fuera agresivo ni degradante, de todas maneras Laura sentía que algo no estaba bien con la manera como estaba haciendo las cosas.

 Por eso había salido corriendo después de la sesión de fotos, que solo eran para renovar su libro y tener algunas imágenes más frescas. Pero al terminar, sentía de nuevo que estaba ahogándose y la única manera de sentirse mejor era salir a la calle y sentirse como una persona normal. Era algo que no había hecho hacía mucho tiempo y le hacía falta pues todavía era muy joven y no podía concebir una vida en la que estuviese encerrada todo el tiempo como una prisionera.

 La casa en la que vivía, sin embargo, era un lugar hermoso y de muy buen gusto. No era nada desagradable. Era un casa moderna con varias habitaciones, unas diez en total, que compartían varias chicas que estuviesen siendo manejadas por la misma empresa. Laura era un caso especial porque la creían muy joven aún para pagarle un lugar sola así que la mantenían en la casa por esa razón. Las chicas con las que compartía eran de todos tipos y de muchos lugares distintos.

 Pero Laura sentía que, al final del día, no tenía nada en común con ninguna de ellas. Se sentía alejada de todo y muchas veces desconectada del mundo real. A pesar del dinero que ganaba y la popularidad que empezaba a acumular, Laura era de las pocas chicas que extrañaba tener un vida común y corriente, con clases en la universidad y amigos de todo tipo y fiestas y todo lo que hacen los chicos de su edad.

 Ella no se consideraba a si misma una chica normal. Desde una edad mu y temprana la cuidaba Connie, después de que sus padres la hubieran encomendado a ella. Siempre Laura sintió que la habían regalado, incluso cuando le decían que era lo mejor que le había pasado pues nunca tendría que pasar dificultades ni nada parecido. Su familia era pobre y sabía bien que había sido un milagro que la descubrieran en el  mundo donde vivía.

 La historia era triste. Su madre trabajaba en una tienda de ropa, haciendo un poco de ropa. Era de esas tiendas donde venden de todo, casi siempre en descuento. Su madre seguido no tenía con quien dejarla cuando no podía mandarla a la escuela por alguna razón. Fue en una de sus escapadas, que tenía desde pequeña, en las que Connie la salvó de cruzar una carretera sola y la descubrió como su modelo estrella.

 Laura sabía que Connie deseaba lo mejor para ella pero era claro que a veces se le olvidaba tener un poco de compasión. La hacía trabajar como una esclava, como si no hubiera más días del año para hacer cosas y ganar dinero. En un día estaba tomándose fotos y al otro en un comercial y al siguiente modelando ropa y después volando a Europa. Todo eso podía sonar muy bien pero Laura llevaba haciéndolo más de diez años y estaba cansada y aburrida.

 Apenas la llamó de nuevo, Laura contestó y, sin dejarla hablar, le dijo a Connie que estaba en un parque y que podría recogerla cuando quisiera. Se rendía por el día de hoy. Connie dijo que el transporte iba en camino pero que había algo más de lo que le quería hablar. Dijo que le enviaría una imagen apenas colgaran. Y así fue, mientras Laura caminaba a la calle para esperar por el coche, vio la foto que le habían enviado y no supo si reír o llorar o no hacer nada.

 Lo que sí hizo primero fue subir la mirada y dar un vistazo a su alrededor, a las personas que tenía cerca. Pero seguramente ya daba igual. La foto que Connie le había enviado era de ella comiendo el helado. En la imagen se notaba la pasión con la que comía y lo mucho que le había gustado. Ella no se había dado cuenta, pero en un momento se había manchado de chocolate en la nariz y alrededor de la boca. Se veía como una niña pequeña comiendo helado.

 Apenas llegó el coche se subió y no dijo nada al conductor ni él a ella. Se conocían bien y su relación se basaba en los silencios. Laura no miró la foto de nuevo pero sabía las consecuencias que tendría. Seguramente Connie la pondría en una exagerada dieta por un mes y restringiría sus salidas y trataría de que no vieran a Laura en la calle por una buena cantidad de tiempo para que la gente no la relacionara con esa imagen. Sabía que iba a ser todo un lío y que sería castigada de alguna manera.

 A pesar de ser muy joven, no se sentía hace mucho como una niña. Tampoco como una mujer hecha y derecha sino como alguien en la mitad, una persona que no termina de ubicarse en el espectro de la vida y tal vez era eso lo que la tenía tan preocupada, lo que la hacía hacer cosas que la alejaban de lo que era bueno para ella.


 De nuevo vibró su celular. Y no eran más fotos sino un mensaje de Connie. No era un regaño ni su nueva dieta. Era una propuesta de la compañía de los helados para que Laura fuese la imagen de la nueva línea de helados bajos en calorías. La joven no pudo evitar soltar una carcajada. Le parecía gracioso que incluso tratando, no pudiese ser una chica rebelde.

lunes, 16 de mayo de 2016

Pastelería

   El primer bocado era un pastelito pequeño. Tenía una base de galleta y el relleno era de crema de limón con naranja con un algo de espuma de adorno que era merengue hecho a mano. Esteban mordió la mitad y lo masticó lentamente, tratando de no dejar caer migas encima de la cama. Hizo un sonido que denotaba placer y entonces le alcanzó la mitad del pastelito a Diego, que lo miraba atentamente para saber cuál era su opinión. Diego dejó la mitad del pastelito en el plato que tenían al lado y esperó la respuesta.

-       Delicioso. – dijo Esteban.

 Diego sonrió ampliamente y le explicó que había demorado mucho tiempo buscando la receta ideal para la galleta, para que no fuera demasiado dura pero tampoco insípida. Esteban le dijo que lo había logrado pues el pastelito tenía mucho sabor y era algo que se podía ver comiendo todos los días. Lo dijo mirando directo a los ojos de Diego. Se miraron un momento antes de compartir un beso.

 Diego le puso una mano en el hombro a Esteban. Tenía un anillo en su dedo anular, algo muy rudimentario, liso, sin ningún tipo de joya o de marca. Esteban tenía uno exactamente igual. Los dos se separaron del beso y decidieron que era hora de levantarse definitivamente de la cama. Estaban sin ropa y era ya bastante tarde para no estar haciendo nada. El plato, que Diego puso en la mesa de noche, tenía varios pedazos de otros postres.

 Esteban se puso de pie primero pero entonces Diego lo tomó de la mano y lo jaló hacia sí mismo. Esteban casi se cae pero logró poner la rodilla en la cama para evitarlo. Tenía una rodilla a cada lado de Diego y se le quedó mirando como esperando una respuesta a esa acción. Diego le preguntó que le habían parecido, con toda honestidad, los postres que habían estado comiendo. Esteban le respondió que estaban muy ricos y que él único que no le había gustado era el de kiwi, un sabor que a él personalmente le desagradaba, pero no por eso estaba mal hecho.

 El pastelero, que venía trabajando hacía mucho tiempo para elaborar una lista de productos que pudiese vender a varios proveedores, lo abrazó, poniendo su cara sobre la panza de Esteban y dándole suaves besos. La verdad era que estaba muy nervioso pues se había metido en lo de la pastelería hacía muy poco y todavía no sabía como iba a resultar.

 Esteban lo tomó de la mano y lo llevó hasta el baño. Se metieron a la ducha juntos y compartieron allí un rato largo que aprovecharon para dejar de pensar en todo lo que había afuera de la ducha. La idea era solo estar los dos. Hubo muchos besos y mucho tacto pero la verdad era que Diego estaba distraído.

 Cuando salieron de la ducha, él se cambió primero de ropa y salió disparado al supermercado. No le dijo a su novio qué iba a hacer o porqué, solo tenía que seguir intentando para ver que podía inventarse. Al otro día debía presentar sus productos a una compañía que organizaba eventos de variada naturaleza. La idea era convencerlos de que sus postres eran los mejores para poner en bodas, bautizos, cumpleaños y hasta velorios. Ya había encontrado dos personas que lo ayudarían a hacer los pedidos completos y una cocina grande donde hacerlos.

 Mientras miraba cada producto en el supermercado, pensando las posibilidad que tenía, Esteban se quedó en casa. Se vistió con cualquier cosa y se puso a revisar su correo del trabajo en el portátil. Fue entonces cuando sonó el teléfono y era uno de los amigos de Diego. Fue entonces que Esteban se dio cuenta que su novio no había llevado el teléfono móvil con él al supermercado. Tuvo que tomar el mensaje, uno no muy agradable.

 Apenas llegó Diego tuvo que decirle, pues era mejor resolver los problemas apenas se presentaban y no después, no dejar pasar el tiempo. Uno de los amigos que iba a ayudar con la manufactura de los postres, había decidido retirarse del proyecto pues había tenido un problema con su trabajo y no podría usar tiempo extra para dedicarlo a otra cosa. Debía estar enfocado en su trabajo entonces no habría como ayudar.

 Diego lo llamó y habló con él por un buen rato pero al final se dio cuenta que no había manera de convencerlo. Solo tenía un ayudante y la cocina y eso podría no ser suficiente. Esteban lo animó diciendo que, tal vez, las primeras ordenes no serían tan grandes. Pero Diego le recordó que muchas veces eran para bodas y las bodas podían tener cientos de invitados, al menos así eran las que la compañía en cuestión organizaba.

 Esteban estaba seguro de que podría arreglárselas, al menos mientras empezaba. Además no era algo que comenzara al otro día. Tendría un poco de tiempo para conseguir más y seguro habría alguien con tantas personas sin empleo. El problema era el sueldo pues Diego no tenía como pagar uno de entrada pero Esteban lo convenció de que debía buscar alguien nuevo y no complicarse antes de intentar solucionar las cosas.

 Para distraerlo, Esteban preguntó que había en las bolsas que había dejado en el mostrador de la cocina. Uno a uno, sacó varios productos. Algunos eran comunes y corrientes como canela y azúcar pero otros no eran lo más usual como pitahayas, clavo de olor y unas frutas asiáticas que venían en una lata. Diego respondió que necesitaba inspiración y nuevos ingredientes podrían ayudar.

 Se veía preocupado y triste. No parecía ser solo por el hecho de que alguien se hubiese retirado de su empresa. Era algo más pero no hablaba de ello ni decía nada respecto a lo que le preocupaba. Esteban ya lo había notado en la ducha y ahora lo notaba en la pequeña sala del apartamento que compartían hacía menos de un año. Se le acercó a Diego mientras ordenaba sus ingredientes y le tomó la mano sin decir nada. Él dejó de mover las manos y entonces abrazó fuerte a Esteban sin decir nada.

 Cuando lo soltó, Esteban había sentido algo de lo que su prometido sentía. Había sido un abrazo extraño, como si al tocarse se hubiesen pasado lo que sentían y lo que pensaban. Era algo muy raro pero a la vez se sentía bien, aunque pesado. Esteban se limpió los ojos humedecidos y le dijo a su novio que debían empezar a cocinar pronto si querían que les alcanzara el día. Habían dormido mucho y ya eran casi las tres de la tarde.

 Diego sonrío. Esteban había entendido que necesitaba ayuda a pesar de que el no había sido capaz de decirlo a viva voz. En las siguientes dos horas la pequeña cocina se convirtió en un laboratorio con varios platos y recipientes llenos de cremas y espumas y diferentes tipos de dulces que irían en copa de galleta que se horneaban, bandeja tras bandeja, en el horno de la pareja. Prefirieron no pensar en el recibo del gas por el momento. Cruzarían ese puente cuando llegasen a él.

 Pasadas las cinco de la tarde, viendo que ya iban a terminar, Esteban pidió una pizza que llegó justo cuando estaban terminando de adornar los últimos pastelitos. Esteban la abrió de golpe en el sofá e inhaló el delicioso olor del pepperoni mezclado con las aceitunas. Le dijo a Diego que se sentara a comer y él obedeció, pero no sin antes mirar sus pequeñas creaciones. Había bandejas y bandejas con pastelitos de varios sabores e incluso había tratado de hacer panes pequeños con frutas exóticas y otros inventos.

 Estaba bastante contento con lo que veía y, sobre todo, porque había dado lo mejor de sí para inventar algo que a la gente le pudiese gustar y que pudiesen comprar cuando quisieran. Su sueño era tener una pastelería propia pero tenía que ahorrar primero para cumplir ese sueño. La mitad de su vida había estado perdido en cuanto a sus deseos para el futuro, por lo que tener a Esteban y a la pastelería, era casi un sueño hecho realidad para él.


 Se sentó en el sofá y tomó una porción de pizza. Esteban ya había comenzado. Al comienzo solo comieron, estaban hambrientos. Pero cada cierto tiempo compartían una sonrisa. Cuando empezaron a hablar de nuevo, se dieron cuenta de lo felices que estaban con sus vidas pues, a pesar de las complicaciones, eran lo que siempre habían querido.