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miércoles, 9 de marzo de 2016

Impulsos de madrugada

   Podría argumentar que no iba tan seguido a semejantes sitios pero no creo que tenga necesidad de decir nada sobre mis costumbres puesto que estas no son objeto de interés. El interés recae en una pareja, dos hombres a los que llamaré Klaus y Otto. Esos nombres se los di yo por una simple conclusión un tanto facilista: eran alemanes, o al menos eso fue lo que yo creí. Puede que hayan sido de otro lado y puede que ni siquiera fueran pareja de nada. De pronto eran solo amigos que compartían semejantes experiencias, como he visto que muchos otros lo hacen.

 El caso es que ese día, o más bien esa noche, nos encontrábamos todos en ese sitio oscuro y un tanto húmedo en el que hombres como nosotros a veces nos vemos las caras e incluso ni nos las vemos, porque no vamos a reconocernos sino a perdernos y a darle rienda suelta a sentimientos y pensamientos que nos dominan a veces más de lo que nos gustaría. Yo, víctima de aquel impulso del que los hombres solemos ser víctimas, llegué al lugar pasada la medianoche. Al comienzo no los vi pero luego no pude dejar de verlos.

 Otto era especialmente difícil de no ver y todo porque era el hombre más alto del lugar. Había otros altos y más grandes que él pero su delgadez, el modo en que caminaba como colgado de alguna parte y su altura coronada por una cabellera rubia, era difícil de no ver. Tengo que confesar que me le quedé mirando mucho tiempo y tal vez se dio cuenta de lo que hice después y simplemente no dijo nada. Pero lo dudo porque toda la noche lo único que vi fue su manera de estar amarrado como por una cadena a Klaus.

 Él tenía un cuerpo increíble e iba más que borracho. No sé a que hora podía haber bebido tanto pero no me sorprendía porque turistas como ellos siempre tienen dinero de sobra para los placeres de la vida, siempre poco para comida o alojamiento. El caso es que, con el pasar del tiempo, me di cuenta que eran inseparables. Pero no era una de esas parejas tiernas y amorosas que suelen haber por ahí. Se notaba que algo andaba mal pues Otto se negaba a ir con Klaus a ciertas partes y luego Otto parecía castigar a su pareja quedándose más tiempo, como diciéndole: “No es esto lo que querías?”.

 Este juego extraño entre los dos fue el que me hizo interesarme mucho en ellos. En Otto que siempre llevaba una vaso con licor en la mano pero no parecía estar borracho y Klaus que iba sin saber de donde era vecino y jamás parecía parar en la barra del bar. Fue ese comportamiento de ir y venir, de pruebas de resistencia hechas en un lugar que ciertamente no se prestaba para ese tipo de cosas, lo que me llevó a que, cuando fue hora de salir, los siguiera de lejos.

 Para mi fue imposible evitarlo. Salí yo primero y apenas lo hice fumé el primer cigarrillo del nuevo día aunque aún era de noche. Sentía frío pero el cigarrillo me calentaba la cara y poco a poco el resto del cuerpo. Pensaba en cuantas veces había decidido ya dejar ese vicio tan feo para siempre cuando del local salieron, dando tumbos y con dificultad, Otto y Klaus. Se despidieron en la puerta de otros amigos que yo ni me había molestado en mirar en toda la noche y solo los miré con interés, como si fuesen criaturas en una jaula de las que hubiese que aprender todo lo posible.

 Algo hablaron en su idioma, que creo era alemán. Y entonces empezaron a caminar, lenta y torpemente. Cuando no iban muy lejos fue que me decidí: tenía que seguirlos. No solo porque tenía la urgencia de saber donde se quedaban, si iban a seguir la noche o si en verdad eran pareja como claramente parecían. Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas que mis pies empezaron a moverse antes que mi cerebro hubiese dado el sí definitivo. Los seguí a cierta distancia, tratando de ignorar el frío. Era una suerte que yo no hubiese bebido casi, pues así podía estar más pendiente de todo.

 Bajamos la colina del barrio donde estaba el lugar del que habíamos salido y entonces dimos con una gran avenida. Allí había varias opciones, más aún en semejante ciudad tan noctambula, así que esperé. Para mi sorpresa, los dos extranjeros cruzaron la calle, ignorando olímpicamente las luces del semáforo y penetraron el barrio del otro lado. Esto me alcanzó a emocionar pues yo no vivía muy lejos de allí, una de las razones por las que había salido tan tarde.

 Caminamos un par de calles, en las que ellos jamás se giraron ni parecieron tener interés en nada más que en decirse cosas en su idioma, a veces susurradas y otras veces a grito entero. Pasamos la calle en la que yo vivía y seguimos de largo a otro barrio, este de calles más estrechas y que muchos decían era peligroso de noche. Yo me cerré mejor la chaqueta y me puse el gorro para que fuese menos reconocible. Por lo visto sentí por un momento que era una estrella famosa o algo por el estilo. Aunque también fue por el frío y para huir si había que hacerlo.

 Ellos seguían hablando y de pronto empezaron a pelear. Sus voces se alzaron más y más y yo tuve que meterme en la entrada de una tienda cerrada para ocultarme y que se dieran cuenta que tenían público. Por lo visto se dijeron cosas hirientes porque pude ver lágrimas en los ojos de Otto y Klaus con ojos brillantes, de rabia. Pero después, casi de inmediato, empezaron a besarse y pensé que iba a presenciar una escena para adultos en la mitad de una calle y con ese frío tan horrible. Pero no, solo se besaron con pasión y se cogieron de la mano.

 No los tuve que seguir mucho más. Resultaba que, borrachos como estaban, preferían cruzar este barrio para llegar al sector turístico que estaba del otro lado. Hacer toda la vuelta menos peligrosa requería de más concentración y tiempo y ellos no parecían tener ninguna. Cuando llegamos a una bonita avenida que de día los turistas llenaban hasta sus rincones más escondidos, ellos empezaron a caminar más rápidamente. Al cabo de unos cinco minutos entraron a un hotel grande, de esos que son antiguos y muy elegantes. Yo no entré, claro está, pero vi que los saludaba el chico de la recepción y que, antes de subir en el ascensor, Klaus le ponía una mano en el culo a Otto.

 Fue una decepción que la historia terminase allí. Yo buscaba algo más interesante, algo que llenara mi mente de imaginación y de posibilidades. Este final no correspondía a los personajes y por eso me quedé allí mirando al hotel como un tonto, hasta que un ruido me sacó de mi mente y el dio otro final a la historia.

 En la calle se podían escuchar los gemidos, de Otto sin duda. Me dio risa y a la vez tuve el impulso de entrar al hotel y al menos verlo por dentro. Quería, por alguna razón, hacerles saber que había estado allí y que los había seguido. Para que quedarme yo con ese secreto, con toda la diversión? No, no estábamos en una historia de espías en los años cincuenta ni en una de esas series con demasiadas chicas rubias norteamericanas. Esto era la realidad y en la realidad se puede hacer lo que uno quiera. Así que me puse en marcha.

 Cuando llegué a la recepción me di cuenta que no sabía que era lo que iba a decir , que me iba a inventar para poder llegar hasta la habitación que ni sabía cual era. Mis impulsos, de nuevo, me habían traicionado. Pero mis pies no se detuvieron. Cuando estuve frente al joven recepcionista abrí la boca y, como un pez, la cerré y la abrí y no dije nada. Él, sin embargo, me sonrió y me dijo que me esperaban ya y que subiera a la quinta planta, habitación 504. Yo asentí robóticamente y traté de sonreír pero solo logré una mueca fea.

 Subí, nervioso, y no sé porqué me dirigí a la 504 sin ponerme a pensar que podría esperarme allí ni con quien me habrían confundido. El hotel tenía una decoración que buscaba llamar la atención de su público exclusivo y eso me puso más nervioso mientras me dirigía a la habitación asignada. Cuando estuve frente a la puerta no se oía nada. Después una voz lejana y un rumor como de pasos arrastrándose. De pronto, la puerta se abrió de golpe, sin yo tener que ponerle una mano encima.

 El que me sonreía allí de pie, desnudo, era Otto. Y estaba sonriente y feliz. Vi a Klaus detrás, bailando o algo por el estilo. Otto me dijo, en un español machado y extraño, que llevaban esperándome un buen rato. Me hizo seguir tomándome la mano y cerrando la puerta suavemente.

Tengo que decirles, queridos amigos, que no olvido nada de esa noche o mejor, de ese día. Pues fue el inicio de una cadena de eventos que me llevarían a escribir este texto desde un sitio en el que jamás pensé encontrarme. Pero así son las cosas.

sábado, 20 de febrero de 2016

Mukbang

   Algunos jóvenes la miraban desde detrás de los congeladores de comida de mar. Susurraban y miraban. Ella, tratando de no hacer caso, miraba las bolsas de anillos de calamares e imaginaba si el contenido de la bolsa sería suficiente para solo uno de sus videos. Decidió comprar dos bolsas de las grandes, así le sobraría en vez de faltar, y siguió a la zona de pescado fresco. Esta era especialmente provocativa para Suni, que desde hace un buen tiempo quería hacer de nuevo algo de sushi fresco. Compró atún y anguila y cuando se dio vuelta fue que los vio de nuevo pero decidió esta vez sonreírles y reconocer que estaban allí.

 Como si hubiese sido una clave secreta, los jóvenes se le acercaron rápidamente y le confesaron que la conocían bien de Internet y de sus videos. Le confesaron cuales eran sus favoritos y le pidieron que por favor se tomara una foto con ellos. Ella no tenía muchas ganas, pues tampoco se sentía tan conocida para eso pero terminó cediendo para dar por terminado el asunto con rapidez. Ya había gente mirando y nunca le había gustado ser el centro de atención, irónicamente. Cuando se fueron, sintió un peso de encima pero también se sintió rara.

 No tenía sentido, pensaba Suni mientras empujaba su carrito hacia la zona de sopas y demás, que le diera vergüenza cosas como esa y vivía de hacer videos de comida y subirlos a YouTube. Lo hacía ya desde hacía varios meses y la paga que recibía era bastante buena. Claro que todavía tenía un trabajo común y corriente pero de todas maneras ese dinero de los videos le daba para pagar, por ejemplo, todos los servicios básicos de su hogar y eso ya era bastante.

 Suponía que era diferente estar frente a una cámara cocinando y comiendo que estar frente a la gente socializando y demás. La verdad es que no tenía muchos amigos y los que tenía no hablaban de ella mucho del tema. Solo al comienzo le preguntaron algunas cosas, como para verificar que todavía estaba bien de la cabeza, y cuando se dieron cuenta de que lo estaba simplemente dejaron de hacer preguntas. No sabía si veían sus videos y prefería no saberlo. Al fin y al cabo cuando pasaban el tiempo le gustaba hacer otra cosa y no volver a lo mismo.

 Tomó uno de cada tipo de fideos que habían en el lugar (camarones, curri, pescado, pollo,…) y luego fue por la caja de huevos que tanto le hacía falta, no solo para los videos sino para la vida diaria. Suni se dio cuenta que lo que llevaba en el carrito ya era suficiente y se dirigió a una de las cajas a pagar. El total fue bastante elevado pero lo podía pagar y la sensación ya no era nueva para ella, la de poder comprar algo sin tener que mirar mucho los precios. Su vida había cambiado en algo y solo por algunos videos.

 Cargó todo en el auto, que había comprado hacía poco de segunda mano, y se dirigió entonces hacia la tienda de electrodomésticos donde la esperaba un conocido de una de sus amigas. El acuerdo que habían conseguido era el de hacerle un descuento a Suni en una nueva cámara de video si ella le hacía propaganda a un pequeño negocio que el hombre estaba iniciando por su cuenta de reparación de equipos audiovisuales. Una vez allí ella acordó que serían promociones durante los videos de todo un mes y que pondría siempre todos los datos existentes pero que no prometía resultados, simplemente no se podía hacer responsable de sus suscriptores.

 El hombre estaba tan entusiasmado que aceptó sin vacilar y le entregó su nueva cámara, de última generación y con capacidad para grabar en alta definición. Suni lo sabía todo de cámaras en este punto, había aprendido como iluminar correctamente, como trabajar los colores y algo de sonido también. Había estudiado contaduría en la universidad y trabajaba en una empresa haciendo precisamente eso, tablas y tablas de números e interminables listas que nadie nunca entendería. Un trabajo aburrido. Y sin embargo sentía que tenía algo artístico que mostrar al mundo, siempre había sido así.

 Caminando de vuelta a su automóvil, recordó que cuando era pequeña le encantaba bailar siempre que estaban en casa de sus abuelos y tenía la tendencia, algo fastidiosa, de cantar siempre la misma canción todas las veces, una que había aprendido viendo una serie de dibujos animados que no sabía si todavía existía o si alguien conocía. El caso era que eso se convirtió en ser pintora en sus años adolescentes, nunca muy buena pero todo terminó cuando sus conservadores padres le exigieron una carrera de peso y de la que pudiera vivir cuando llegó ese momento. Ellos eligieron contaduría por ella.

 Suni aparcó justo a tiempo, ya cayendo la tarde, frente a un restaurante de comida estadounidense. Había quedado allí con dos chicas y un chico, ellos también famosos de la red. No los conocía muy bien y no podía decir que eran sus amigos pero se entendían bien y extrañamente podían comprenderse a otro nivel que sería difícil con sus amigos. Si ellos no querían hablar de lo que ella hacía pues esto tres eran el contrario por completo. Pasados cinco segundos del saludo inicial, empezaron a hablar de sus proyectos y de sus videos más reciente y de varias cosas graciosas que les había pasado preparando cada escena o editando. Una de las chicas tenía un vlog sobre su vida, la otra chica hacía videos de comedia y el chico, su vestimenta lo delataba, era fanático acérrimo de los videojuegos y el anime y de eso iban sus videos. Los tres eran tremendamente populares y creían que lo de Suni era la siguiente gran aventura en YouTube.

 Ella, tímida al comienzo, les explicaba que solo subía un solo video por semana para no complicarse las cosas y poder hacer mejores comidas y mejores presentaciones para la gente que la veía. Le preguntaron sin dudar que cuantos suscriptores tenía y ella, algo sonrosada, les confesó que ya eran más de trescientos mil. Todos ellos tenían cada uno mucho más que eso pero se alegraron por ella y pidieron con su cena cervezas para brindar por su éxito. Hablaron de lo extraño que era que a la gente le gustara ver video de gente comer y Suni teorizaba que era porque comer es algo tan social y que todos hacemos, que la gente simplemente se siente como en casa cuando alguien prende las hornillas, cocina y se alimenta.

 Una de las chicas lo calificó como algo “raro” y eso molestó un poco a Suni pero, mientras masticaba sus papas fritas y escuchaba al chico hablar de los nuevos videojuegos que le habían enviado de Japón, pensó que no tenía porque ofenderse. Al fin y al cabo era cierto. Ella no se sentía rara pues era quién se sentaba frente a la cámara y sonreía y cocinaba, olía los deliciosos aromas de la comida y explicaba a sus “televidentes” los sabores y las sutilezas del platillo que hubiese elegido. Incluso cuando comía comida rápida, le gustaba explicar bien qué era lo que tenía de particular y porqué había elegido lo que había elegido.

 Pero para los demás, para los que solo veían, si debía ser raro y ellos debían ser raros por verla pero la verdad eso no lo molestaba. Como había dicho, la gente tenía una relación extraña con la comida y si verla comer los hacía felices pues mejor que nada. Y encima había gente y empresas que la apoyaban con dinero. Ahora solo usaba una cierta marca de palillos y otra cierta marca de fideos y otra de arroz. Esa propaganda le daba el poder de hacer su show cada vez mejor. Show? Le pareció una palabra rara en la cual definir lo que hacía pero no le molestó.

 Se dieron besos y abrazos al terminar la cena y prometieron ver sus videos y reunirse de nuevo pronto. Suni condujo a su casa algo cansada pero también emocionada porque era la noche que había estado planeando desde hacía tanto. Cuando llegó a casa puso todo en la mesada, lo que había comprado y lo que ya tenía. Preparó la cámara y las luces que estaban todavía nuevas y entonces empezó a rodar. Hablaba desprendidamente, como si todos los que la fueran a ver fueran sus amigos más cercanos. Batía huevos y cocía arroz y cortaba aguacates y reía.

 Suni casi nunca reía y si sus amigos vieran sus videos, sabrían que hacerlos la hacía feliz. Porque al fin y al cabo eso era de lo que se trataba. No de cocinar ni de tener amigos ni de sentirse un poco menos sola en un mundo en el que lleno de gente nos sentimos todavía tan abandonados. Se trataba de hacer lo que le producía esa risa real, sincera.


 Horas después, fue guardando lo que había sobrado y descargó los archivos de video en la cámara. Por encima, supo que iba a ser uno de sus mejores videos. No solo porque la gente le había pedido sushi sino porque ese día se había desprendido de la pena, de la vergüenza de ser una de esas personas que son famosas por tan poco. ¿Pero quién juzga eso? A Suni le daba igual eso. Le hacía feliz pensar que alguien en algún lado compartía su entusiasmo y, por lo menos por esa noche, eso era suficiente para ella.

lunes, 11 de enero de 2016

Un día en la vida

   El sol todavía no había salido. El mundo estaba oscuro y casi todo la gente en la ciudad estaba durmiendo. Pero obviamente no toda. Hay quienes trabajan desde muy temprano en varios de los servicios que todos utilizamos diariamente pero también hay aquellas personas que simplemente se despiertan a las cinco de la mañana sin razón aparente. Así era Leo, a quién solo le gustaba que le dijeran Leo las personas que conocía, sus amigos y familia. Si alguien más lo saludaba diciéndole Leo, él simplemente corregía a la persona recordándole su nombre entero e incluso su apellido.

 Leo no ponía nunca alarma ni nada por el estilo. Simplemente se levantaba a las cinco de la mañana todos los días y pasaba la primera hora del día revisando que todo estuviera bien en su cuerpo y en sus asuntos para que nada lo sorprendiera a lo largo del día. Apenas abría los ojos se sentaba en el borde de su cama y empezaba a hacer sonidos extraños, a la vez que se tocaba la garganta con una mano y tomar algo de agua. A veces hacía gárgaras, a veces no. Revisaba que todo lo que necesitaba ese día estuviese en su maletín y también revisaba sus testículos para encontrar cáncer.

 En ocasiones, y si se sentía con muchas ganas, Leo hacía algo de ejercicio. Al menos quince minutos eran suficientes corriendo en su máquina o haciendo flexiones sobre un tapete que había comprado específicamente para eso. Despus de usar cualqueir aparato lo limpiaba y dejaba en las mejores condiciones posibles.  vez que se tocaba la garganta con una manés de usar cualquier aparato lo limpiaba y lo dejaba en las mejores condiciones posibles, como si no fuera suyo y el apartamento en el que vivía fuese una habitación de hotel que había que dejar impecable para el siguiente huésped.

 Su trabajo era de supervisor en una empresa de tecnología, donde hacían programación y cosas como esa. Él era muy bueno en lo que hacía y por eso tenía un buen puesto a pesar de ser relativamente joven. La verdad era que él estaba muy orgulloso tanto de su trabajo como de su habilidad en él y no dudaba en hablarle a cualquiera acerca de eso. Pero a la mayoría de la gente  no le interesaba mucho el tema, se aburrían fácil de él y se alejaban excusándose con alguna frase tonta.

 Leo tenía pocos amigos, gente que había aprendido a ver más allá de sus excentricidades y que lo consideraban un personaje al cual admirar y en el que podían confiar sin dudarlo. De hecho, entre su grupo de amigos, era considerado la mejor persona para guardar un secreto y también el mejor escuchando y poniendo atención a los problemas de los demás. Leo tenía esa rarísima cualidad de simplemente poder escuchar y, al terminar todo, poder repetir todo lo que se le había dicho y después nunca contárselo a nadie más así pudiese recitarlo todo como un poema. Esas características tan extrañas eran las que lo hacían ser un personaje muy querido entre las pocas personas que lo conocían.

 Eso sí, tenía diferentes gustos que ellos, para casi todo. No solo el hecho de levantarse tan temprano, que era muy poco común, sino también como vivía su vida. Después de esa hora de revisión, se metía a la ducha y cronometraba su tiempo dentro. El reloj siempre sonaba pasados cinco minutos y él siempre cerraba la llave apenas oía el timbre. Se había entrenado para usar el jabón, el champú y tal vez una esponja en ese espacio de tiempo. Después tenía otros cinco minutos para cepillarse los dientes y tal vez afeitarse. A eso le seguía ponerse la ropa adecuada, que elegía con mucho cuidado. Tenía un traje o conjunto definido para cada día de la semana pero variaba algunas cosas como las camisas o, su prenda favorita, las medias.

 Su regalo preferido eran medias. Mientras que todos los demás hombres que conocía se ofendían cuando sus novias o familiares les daban medias en Navidad, a Leo le fascinaba. Había tantos colores y estilos que simplemente le fascinaba recibir ese regalo. Tenía medias de colores muy clásicos como azul, marrón y blanco pero también muchas con estampados muy originales. Tenía de algodón, poliéster, lino e hilo y para hacer deporte, caminar, verano e invierno. Era sin duda su prenda predilecta y eso también lo sabía cualquiera que lo conociera.

 Las medias era lo primero que se ponía en la mañana. Le seguían los bóxer y luego la camisa, el pantalón y la chaqueta o abrigo del conjunto que hubiese elegido. Esta última prende a veces no se la ponía sino hasta después de desayunar. Lo mismo pasaba si la camisa que usaba era blanca, pues siempre tenía miedo a ensuciarse. Si eso pasaba en la mañana, de inmediato echaba la camisa a la lavadora y se ponía otra, incluso si la mancha era diminuta y nadie pudiese verla. El problema es que él la vería todo el día.

 En cosas así, pequeñas y que parecieran no tener importancia, Leo siempre había sido un poco obsesivo. No podía ver una mancha en nada porque se ponía a limpiarla y siempre se esforzaba para que todo en su casa estuviese debidamente presentado. Había ido varias veces a casa de amigos hombres y la gran mayoría eran siempre un desastre, en especial si compartían el apartamento con otros hombres. Le daba asco orinar en esos baños y sentarse en esa camas, nada más pensando en la cantidad de ácaros que pudiese haber.

 El domingo era para Leo el día de limpieza. Ese día, por unas 4 horas entre el desayuno y el almuerzo, se dedicaba a limpiar todo a profundidad. Y la verdad era que no solo lo hacía por asco o por sentir un deber sino también porque le gustaba hacerlo. Le gustaba sentir que todo cambiaba.

 Eso no aplicaba a su trabajo, al cual llegaba siempre en punto después de haber hecho un recorrido siempre calculado en autobús. No usaba su carro a menos que fuese absolutamente necesario pues no le gustaba gastar mucha gasolina. Además, lo compartía con su madre quién lo tenía la mayoría de las veces. Lo había comprado para ella pero ella había sido la de la idea de compartirlo, como una manera de sentirse menos comprometida a aceptar semejante regalo. Pero con el tiempo, lo usaba casi siempre.

A Leo le gustaba el autobús. Elegía la ruta que siempre estaba más vacía a esa hora. Se demoraba un poco más de lo normal pero no le importaba pues así podía ver más de las personas con las que compartía el recorrido. Le gustaba ver los malabares de las mujeres arreglándose con el movimiento del vehículo y algunas personas leyendo el periódico como si en verdad estuvieran leyendo algo importante. Niños casi no había y cuando había se notaba que iban al colegio o a una cita médica, eran las dos opciones seguras y era obvio siempre cual era la correcta.

 Le gustaba imaginarse la vida de cada una de esas personas y siempre buscaba por una en especial, por aquel personaje que él elegía como el personajes de la mañana. Alguien que pudiera pasar desapercibido fácilmente pero que tenía algo que lo o la diferenciaba de los demás, sin importar si era una prenda de vestir, una actitud o una manera de comportarse. Algo que los apartara era lo esencial para hacer casi un estudio de su existencia en el corto recorrido del bus.

 En la oficina, Leo era respetado y siempre tenía gente haciéndolo preguntas, incluso cuando no tenían nada que ver con el trabajo para el cual le pagaban. Igual le preguntaban pues todo el mundo sabía que Leo se las sabía todas y la verdad era que él estaba feliz de ayudar, estaba contento con que la gente apreciara su esfuerzo y conocimiento y por eso no dudaba nunca en ayudar cuando le fuese posible.

 A la hora del almuerzo, a veces salía con algún compañero. Pero sí tenía demasiado trabajo, pedía algo a la oficina y se quedaba allí arreglando cuentas y datos a la vez que comía con una servilleta de tela encima para evitar las manchas en su ropa. A veces así era más productivo, algo así como fuera de su elemento. Pero la verdad era que era muy difícil cogerlo fuera de su elemento pues siempre estaba preparado para todo.

En la tarde eran siempre las reuniones y esa clase de cosas y, como se dijo antes, venía siempre listo con todos los datos e información pertinentes. Todo a punto para que cualquier pregunta pudiese ser solucionada al instante y sin demora.


 Volvía casa, a veces tarde, a veces temprano. Eso dependía de su ánimo. Leía, veía una película o hacía algo relajante antes de dormir y cuando se acostaba pensaba en como su vida podría ser diferente y en lo que hacían sus personajes de la mañana en ese momento. Como serían sus personajes de noche? Estarían tan ansiosos como él? Tan preocupados a pesar de estar en un sitio tan sólido?

martes, 16 de junio de 2015

Un día complicado

   Al despertar, me di cuenta que todavía estaba allí, con sus piernas entrelazadas con las mías y su mano en debajo de mi camiseta, como si yo fuera su calentador personal. Lo primero que hice después de alegrarme, fue tomar su mano y apretarla con suavidad. Por alguna razón, la inseguridad o tal vez el alcohol, pensé que nada de lo que había sucedido era algo de verdad. Mejor dicho, creía que estaba tan mal que me lo había inventado todo mientras dormía. No hubiera sido la primera vez. Pero no era así. Estábamos juntos allí, abrazándonos más, sintiendo que estábamos allí. Era algo extraño, después de tanto tiempo de no vivir nada por el estilo. No había amor pero sí existía cierto cariño, cierta comprensión que era imposible de ignorar.

 Entonces sonó la alarma de mi celular y el momento terminó. Lo abracé y lo apreté suavemente para luego darle un beso en una mejilla. Enfrentándome al congelante clima de la mañana, salí de las cobijas y me dirigí rápidamente al baño. Abrí la llave de agua caliente y oriné antes de entrar y empezar a pensar en todo lo que tenía que hacer ese día. En el hotel, era mi turno de atender a los clientes en la recepción. El turno empezaba en hora y media y debía estar justo en el cambio de turno o sino el gerente me iba a despedir, como si ya no tuviera razones para odiarme. Además, debía supervisar un estúpido evento que iba a tener lugar en una de las salas de recepción y eso siempre era tedioso por el tipo de personas que asistían a semejantes centros de aburrimiento.

 Él entró en la ducha y me abrazó y entonces nos besamos. Otra vez, olvidé todo lo que pasaba en el día y en mi vida y me concentré solo en él. Me encantaba ver como sentía placer y como me lo demostraba con todo su cuerpo y con cada segundo que estábamos juntos. Cuando terminamos, hicimos lo que todo el mundo en la ducha y luego salimos. Él tenía que ir a su casa y luego tenía que ponerse a estudiar. Su posgrado no iba a terminarse solo. Lo felicité por ese compromiso y antes de separarnos en el ascensor le di un beso para que no me olvidara, algo que en mi mente sonó tan cursi como ahora mismo.

 Todo el camino pensé en él y en lo increíble que era habérmelo encontrado después de tantos años. No había sido a propósito y tal vez esa había sido la mejor parte de todo este asunto porque no teníamos realmente expectativas de nada. Lo que había pasado, había sido algo del momento, algo que solo ocurrió y nos dejamos llevar porque se sentía muy bien. Siempre me había gustado su piel y su sonrisa pero solo las había apreciado de lejos y por algunos segundos. Ahora había tenido todo eso solo para mí y debo decir que estaba más que feliz por haberlo conocido, porque antes no lo conocía de verdad. Es inevitable pensar que hubiese ocurrido si no hubiéramos conocido mejor entonces que ahora. Pero, al fin y al cabo, eso que importa?

 Llegué justo a tiempo y en el momento exacto que mi jefe entraba con algunos visitantes que parecían ser muy importantes. Me cambié rápidamente y cambiamos turno con Jorge, que no era mi amigo ni nada por el estilo. No era secreto que ambos queríamos que el otro saliera de allí pronto. Era de esas relaciones laborales donde no puedes ni mirar al idiota porque te arruina el día. Y nosotros teníamos que mirarnos todos los días para cambiar de turno. Como éramos siempre tres en recepción, había ese mismo número de cambios de turno a lo largo del día. No se hacía todo al tiempo para no perjudicar al cliente que casi nunca se daba cuenta de nada.

El hotel era uno de esos donde hay más ejecutivos que seres vivos en el área. Son personas realmente molestas, que piensan que solo porque están haciendo más dinero que los demás tienen prioridad en la vida antes que ningún otro. Las mujeres siempre se quejaban de algo y los hombres siempre tenían ese tono condescendiente que me había dado un día y otro ganas reales de partirles la cara. Pero así era la vida, unos arriba, otros abajo, y muchas veces mezclados. Porque el bar del hotel hacía maravillas y las cámaras de seguridad lo grababan todo. Cada fragmento de sus vidas en el hotel se veía allí, pro lo que a veces hacíamos apuestas entre nosotros, apostando quien se acostaría con quien o quien hacía que. Esa entretención se acabó con Jorge, que era uno de aquellos que le cuentan todo a sus superiores. Imbécil.

 El día empezó suave y después vino la conferencia que volvió al hotel en un lío completo. Gente iba y venía, había que darle identificaciones pero no se quedaban lo suficiente en un mismo sitio para poderles dar los carnet y después subían o iban y venían y los pobres guardias de seguridad no daban abasto, como tampoco nosotros que debíamos estar pendientes de todo porque la gente que se encargaba de los eventos estaba en huelga. Tuvimos que poner mesas, sillas y demás y esperar a que los desgraciados terminaran de hablar de cómo salvar al mundo con sus miserables empresas. Cuando terminaron, pensamos que todo ese lío iba a terminar pero no fue así.

 Yo estaba en el baño cuando oí gritos a lo lejos y unos sonidos sordos que pensé que eran algo que era imposible haber escuchado. Salí sin secarme las manos y me acerqué al lugar del evento. La puerta estaba cerrada con llave y no había ningún encargado del hotel afuera, como debía haber siempre. Por un momento me puso del mal genio porque era irresponsable no estar pendiente de los idiotas de la conferencia pero todo eso se fue al carajo cuando vi en el suelo una mancha que parecía negra y que estaba húmeda.  Me agaché a mirar que era. Era sangre. Entonces se oyó otro disparo, esta vez bastante claro, y corrí a la recepción. Los guardias habían despejado el lobby y una de mis compañeros hablaba con la policía. Cuando colgó le pregunté donde estaba nuestro otro compañero y ella solo empezó a llorar.

 Nunca he sido bueno para consolar a nadie así que no lo hice. Le pedí que se sentara y respirara mientras yo verificaba las cámaras de seguridad con uno de los guardias. Vimos que mi compañero de recepción estaba recostaba contra la puerta que estaba cerrada y que un hombre estaba subido en la mesa principal, con un arma en la mano. Lo más horrible de todo fue que, entre la multitud (unas cincuenta personas) pude ver varios cuerpos en el piso que no se estaban moviendo. El guardia me contó que el hombre había estado en el baño y simplemente entró disparando.

 Yo caí en cuenta de que habíamos entrado al mismo tiempo pero yo me había demorado más porque estaba leyendo un mensaje del hombre con el que había amanecido. Si hubiera estado más pendiente, lo hubiera podido ver con el arma. Seguramente la había puesto en uno de los cubículos. O tal vez hubiese sido mejor así. Al fin y al cabo el tipo ya había matado a algunos y yo hubiese podido ser el primero si lo hubiese descubierto antes que nadie. Justo entonces llegó la policía y nos dijo que desalojáramos todo el edificio, por lo que tuvimos que ir piso por piso y asegurarnos de que no hubiese nadie en los cuartos. Nos demorarnos un buen rato pero cuando estuvo la última persona fuera, se lo comunicamos a la policía.

 Mientras hacíamos nuestra parte, ellos no habían podido hablar con el hombre. Su presencia había hecho que matara a una mujer y si seguían insistiendo podría ser cada vez peor. El gerente llegó y por primera vez no tenía la cara de puño de siempre, sino que parecía estar cerca del colapso. Habló con el policía a cargo, quien le dijo que era una situación delicada y que ya habían contactado a las fuerzas especiales para lidiar con el hombre. En efecto, hombres que parecían soldados llegaron en breve y propusieron entrar por una salida de emergencia lateral y simplemente matar al tipo sin darle la oportunidad de pensar. Se organizaron y después de una hora, lo tenían todo planeado.

 Yo solo quería que terminara el día. Salí un rato y llamé a mi mamá que estaba preocupada y recibí una llamada de él. Oír su voz fue lo mejor del día y decidí no fingir que no estaba feliz de oírlo. Cuando colgué, se oyeron más tiros y otros sonidos que no pude entender. Al parecer el equipo especial de la policía había entrado ya pero cuando la puerta de la sala se abrió era evidente que las cosas no habían salido tan bien. El hombre había muerto, con un par de tiros en la cabeza. Llevaba un chaleco antibalas y se dieron cuenta muy tarde. Alcanzó a matar a otros cinco mientras terminaban con él. Las ambulancias llegaron y sacaron más de diez cuerpos de esa sala, uno de ellos nuestro compañero. El lugar quedó hecho un matadero. Suena desagradable porque era horrible. La policía le dijo al gerente que debían cerrar el hotel por un tiempo porque iba a haber una investigación y él solo asintió.


 Cuando volví a casa, lo primero que hice fue tomarme todo el contenido de  una botella llena de agua. Luego, me quité la ropa y me duché. Todo lo que había sucedido me hacía sentir sucio, como con asco. Afortunadamente nos iban a mandar a trabajar a otros hoteles de la cadena , así que todavía había un salario por el cual vivir. Pero mi cerebro siempre volvía a lo mismo: y qué si lo hubiese visto a tiempo, si lo hubiese detenido? Estaría vivo o muerte? Habría sido héroe o víctima? Antes de quedarme dormido, seguía pensando lo mismo hasta que olí su aroma en la almohada y entonces sonreí y tuve una noche sin sueños.