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martes, 2 de diciembre de 2014

Fado de Lisboa

Era como estar en un sueño. Casi no había ruido, el clima era tibio y solo había un par de nubes paseándose por el cielo. Era el día perfecto para caminar, tomar fotos y conocer mejor la ciudad. Y eso era precisamente lo que Gabriela estaba haciendo.

Lisboa había sido una opción de última hora para sus vacaciones de semana santa. Había muchas opciones pero algunas más costosas que otras y al final de cuentas Lisboa era un destino no tan lejano y relativamente barato. Se estaba quedando en un pequeño hotel cerca del centro con todas las comodidades. Ella esperaba llegar a un lugar oscuro y feo pero resultó siendo un hotel con todo lo necesario y, lo mejor, limpio.

Era su primer día en la ciudad así que se había puesto sus zapatos más cómodos y ropa ligera. Hacía varias horas que caminaba y ya había tomado varias fotos y, ahora que estaba en un mirador, sentía un gran dolor de pies. Buscó entonces un restaurante y se sentó en la terraza, para así seguir viendo a la gente pasar y la calle antigua en la que estaba.

Para comer, pidió algo típico del país: la entrada fue un rico caldo verde, que aunque caliente, ayudaba a calmar el hambre que ahora sentía. Su estomago había empezado a hacer ruidos hace poco y el caldo ayudaba a calmarlo.

Entonces escucho música y miró adonde estaban tocando pero no lograba ubicarlos. El mesero le puso el siguiente plato, pastel de bacalao con ensalada y se dio cuenta de que ella escuchaba con atención la melancólica música que se escuchaba a lo lejos.

Con una mano, y al parecer dándose cuenta de que Gabriela no sabía portugués, le señaló una ventana en un edificio diagonal al restaurante. Desde allí podía ver solo a una mujer que estaba sentada y cantaba apasionadamente.

Gabriela le agradeció al señor y comenzó a comer lentamente, a la vez que escuchaba el canto del grupo musical que estaba en ese apartamento, seguramente ensayando. La verdad era que no necesitaban hacerlo ya que, para ella, se oían excelente. La música era melancólica pero apasionada y sensible al mismo tiempo.

Mientras comía el delicioso bacalao, trató de entender las palabras y, por lo que entendía, la canción iba sobre la ciudad, sus esquinas y rincones y sus historia rica en leyendas y mitos espectaculares. Parecía una postal perfecta escuchar la música, comer la comida y estar sentada allí.

Gabriela se había sentido sola desde hacía mucho tiempo. Hace unos meses había terminado una relación de un año y, sin su familia, había sido difícil seguir adelante normalmente. A veces se encontraba a si misma llorando desconsolada sin razón aparente. Ella lo explicaba diciéndose a si misma que no había hecho bien el proceso de dejar ir a la persona. A decir verdad ella solo había estado enamorada unos meses pero una infidelidad siempre duele aunque no lo culpaba por eso sino por la mentira.

En todo caso era algo del pasado y ahora debía enfrentarse a estar sin compañía permanente. No era buena haciendo amigos así que no tenía muchas personas con quienes pasar el rato. La mayoría vivían ocupados, incluso ya estaban casadas y con hijos, y ella comprendía que eso no dejaba mucho margen para salir con las amigas.

Este viaje era también uno más de sus intentos de adquirir otros intereses fuera del trabajo. Y de hecho también pensaba estudiar o de alguna forma cambiar su vida porque su trabajo la aburría de sobre manera y pensaba que esa no era forma de vivir, así la mayoría de gente viviera así.

Al terminar el bacalao, también terminó la banda su ensayo. El mesero vino con un pastel de Belém y la cuenta. Ella le agradeció y comió medio pastel de una vez porque ya era tarde y quería visitar al menos dos lugares más antes de volver al hotel.

En ese momento salieron del edificio los miembros de la banda. Algunos tomaron hacia el lado opuesto de la calle mientras la cantante y otros dos hombres caminaban hacia el restaurante. Gabriela los miró y la joven cantante le sonrió. Esto la animó a hablar.

 - Me gustó mucho su música.

No tenía ni idea si ellos habían entendido, porque por un momento solo la miraron, así como hizo una pareja que comía a un par de mesas de ella. Se sonrojó, sonrió a forma de saludo y le dio otro mordisco al pastel.

La cantante entonces habló con sus compañeros, quienes se fueron. Ella se acercó a Gabriela y habló en español, bastante acentuado:

 - Puedo? - dijo, señalando una silla.

Gabriela asintió y, lo primero que dijo, fue que le había encantado la última canción que habían practicado. No entendía toda la letra pero creía que sin duda era una muy buena melodía y transmitía muchos sentimientos.

La joven cantante, llamada Raquel, le contó que esa era su canción favorita y por eso la cantaba siempre al final. Le parecía que decía todo lo que había que decir de la ciudad. Ella había viajado por el mundo estudiando y cantando pero siempre volvía a su ciudad porque creía que había algo atractivo y escondido allí, muy especial.

Gabriela le confío que solo había estado allí un día pero que ya sentía lo que Raquel mencionaba. Entonces la joven cantante la invitó a su hogar para que conociese a su familia y prometió hacer de guía el resto de días.

Las dos se hicieron amigas con rapidez y Raquel resultó esencial para que Gabriela tomara una decisión que cambiaría toda su vida: sin pensarlo mucho, regresó a su hogar tras una semana de vacaciones, renunció a su empleo, tomó todas sus posesiones (que no eran muchas) y se mudó a Lisboa. Allí empezó a estudiar cocina, algo que siempre le había gustado pero no había tenido la valentía de asumir. Y Teresa fue su ayuda durante todo el proceso.

Meses después, relajándose en una playa, pensó en como habían sucedido las cosas. Todo había sido muy apresurado pero era evidente que había sido para lo mejor. Por primera vez en mucho tiempo era feliz, se sentía completa. Y eso era más importante que nada.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Regresa...

Y entonces recordé que ese saco era suyo. Se lo ponía todos los domingos, cuando no quería salir de casa y prefería quedarse para comer, ver películas y simplemente pasarlo bien y sin preocupaciones de ningún tipo.

Lo guardé, pues al momento de sacarlo del cajón me di cuenta del dolor que me causaría oler ese saco de nuevo, y pensar en él como alguien presente cuando no lo estaba. Tampoco estaba muerto pero para mí era casi lo mismo. En mis convicciones personales, era como estar muerto en vida, él y yo.

Nunca entendí sus razones para hacer lo que hizo y se lo dije. Discutimos decenas de veces sobre porque él tenía que ir a una guerra a la que nadie lo había llamado. Él decía que lo hacía por su país, por sus padres y por mi. Y yo le respondía que yo no necesitaba que él se convirtiera en un superhéroe de ningún tipo. Yo lo quería vivo y conmigo y no me importaba si eso sonaba egoísta de alguna manera. Ya había sido bastante difícil estar juntos y ahora lo dejaba todo para irse a matar gente quien sabe adonde.

Cuando le mencionaba la muerte, se enojaba aún más. Decía que era lo que tenía que hacer, lo que su padre y su hermano habían hecho en ocasiones anteriores. Ese día creo que me pasé pues dije algo de lo que me arrepentí casi al segundo: le dije que no valía la pena que se convirtiera en un asesino, tal vez de gente indefensa, solo para agradar a una familia que toda la vida había estado decepcionada de él.

Ese día sentí tanto dolor, tanto pesar, tanta rabia, que tuve que irme de casa para pasar la noche en casa de una amiga. Ella se veía preocupada y hablamos al respecto. Lloré porque no quería nunca recibir noticias de él, de su cuerpo inerte llegando en un avión y de saber que tal vez nunca más podría seguir con una vida que él se había labrado y que era lo que más admiraba de él.

Había hecho su propia empresa, diseñando todo tipo de artículos para el hogar. Todos los objetos eran únicos y su éxito era alucinante. Yo lo conocí a través de su negocio, ya que mi restaurante tenía una visión algo especial de la cocina y quise que todo fuera único e irrepetible. Y entonces conocí a alguien muy parecido a los objetos que hacía y peleé de la mano con él contra todo lo que hubo después.

Todo eso lo recordé durmiendo, o mejor intentando dormir, en el sofá cama de mi amiga. Lloré toda la noche y me pregunté porque la vida era de esa manera, porque las cosas nunca podían quedarse como estaban, siempre cambiando y rompiendo tanto lo bueno como lo malo.

Al día siguiente decidí volver a casa y, como era domingo, lo encontré tomando café y leyendo un libro que había empezado hacía mucho pero que no parecía estar cerca de terminar. Me le acerqué por atrás y le di un beso en la nuca sin decir nada más. En vez de hablar, decidí transmitir en ese beso todo el amor que sentía por él, la admiración, el respeto y la inmensa confianza que le tenía, a pesar de mis palabras sacadas del alma por el dolor de perderlo.

Ese día no hablamos de nada que tuviera relación con su decisión. Nos quedamos en casa e hicimos el amor, cocinamos juntos, hablamos de anécdotas cómicas de nuestros amigos o familiares y de temas varios como adonde iríamos en nuestras próximas vacaciones.

Al día siguiente se fue a trabajar y yo me quedé un rato, escribiéndole una carta y dejándosela en la almohada. No quería hablar más de algo que me dolía tanto, pero creo que todo lo que había dentro de mí quedo resumido en esas dos hojas que puse en un sobre postal sobre la cama.

Ese día no pude concentrarme mucho en el restaurante y decidí dejarlo todo en manos de mi ayudante. Tampoco quería verlo a él, no hasta que leyera mi carta y supiera su respuesta, su actitud. Fui a comer solo y luego a un parque y así traté de pasar el tiempo, tratando de no pensar pero pensando el triple.

Cuando llegué la carta ya no estaba. Me fui a la cama antes que él porque estaba cansado, de alguna manera. Sentía como si un elefante se me hubiese sentado encima y solo el sueño lo pudiese ahuyentar.

Al otro día, me sorprendió verlo a mi lado. Se despertó con una caricia mía y pude notar que tenía los ojos algo rojos y la nariz congestionada. Era obvio que había estado llorando. Solo nos abrazamos y no dijimos nada.

El par de meses siguientes fueron perfectos. Nunca me había dado cuenta en realidad de cuanto lo amo y cuanto lo necesito. Hicimos cosas que nunca habíamos compartido y nos conocimos como nunca antes, como si acabáramos de conocernos.

Incluso fuimos con su familia y con la mía y les explicamos nuestra situación. Lo hicimos porque nos dimos cuenta que habíamos vivido al margen de nuestras familias por mucho tiempo. Solo los veíamos cuando parecía ser necesario o en ocasiones especiales pero vimos que eso estaba mal. Nosotros nunca habíamos hecho nada malo y nunca les dimos a ellos la oportunidad de hablar, de decir algo.

Ambas ocasiones fueron memorables y lo amo ahora aún más por haberme casi forzado a hacerlo. Yo tenía miedo pero él no y me convenció y estoy feliz de que eso sucediera.

Hicimos una gran cena con todos, amigos y familiares, para despedirlo y desearle la mejor de la suertes. Por supuesto, lloré en algunos momentos porque todo parecía mejorar ahora, justo cuando la persona que más quería se iba lejos y no sabía cuando volvería ni en que estado.

Pero agobiarme con eso no tenía ningún sentido. Era un hombre capaz y bueno y no dudaba por un segundo que un arma jamás torcería su camino.

Después de que todos se fueran, compartimos una de las mejores noches de mi vida y traté de que fuera lo mismo para él, para que tuviera recuerdos que le impulsaran a seguir hasta volver.

Entre todos lo llevamos al aeropuerto y nos despedimos, uno por uno, todos llorando. Parecía que nunca lo fuéramos a ver de nuevo y eso no era así. Él volvería y seguiría haciendo de nuestra vida un paraíso.

Han pasado ya seis meses de su partida. Nos escribimos correos electrónicos cada día de por medio, contándonos absolutamente todo. Yo le mando fotos de la casa, nuestras mascotas, la familia y amigos y él hace lo propio, con fotos de comida y compañeros. Ayuda en la unidad médica y atiende heridos en zonas de combate. No sé si es mejor o peor de lo que yo imaginaba pero cada vez que leo lo que me escribe, lo oigo hablarme y lo siento más vivo que nunca y con ansias de volver.

Al oler su saco antes de guardarlo, recordé nuestros primeros días juntos y los sueños que teníamos como pareja pero también recordé el mutuo respeto que nos tenemos y que, aunque nada es para siempre, el final es solo uno y todavía no está aquí.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Al otro día

Había tomado tanto la noche anterior que no era una sorpresa que la cabeza me diera tantas vueltas. Parecía ser de noche todavía o al menos estar muy oscuro. No prendí ninguna luz para llegar hasta el baño, conocía mi pequeño apartamento lo suficiente para saber donde iba.

Adentro, oriné, me lavé la cara y giré el cuello un par de veces antes de volver a la cama. Antes de quedar dormido, mi último pensamiento fue en lo rica que se sentía la cama, más caliente que de costumbre.

Horas más tarde, casi al medio día, me desperté de nuevo. No tenía el más mínimo deseo de levantarme. Además era domingo, entonces no había necesidad de hacerlo. En pocos minutos, decidí que dormiría un par de horas más y luego pediría algún domicilio, algo rico para compensar los pésimos almuerzos (o falta de ellos) durante la semana.

Cerré los ojos pero no podía conciliar el sueño. De pronto ya había dormido lo suficiente... Fue entonces que oí algo que me asustó y me incorporé de golpe, quedando sentado en una esquina.

A mi lado, dormía otra persona. Era un hombre. Traté de recordar quien era pero no había caso. Había bebido tanto que no recordaba haber dejado a nadie dormir en mi casa, menos aún en mi cama.

Reconstruí la noche anterior en algunos segundos: con amigas y amigos habíamos decidido salir a bailar y tomar algo pero empezó a llover tan fuerte que preferimos dejarlo para después. Entonces tuve la idea de quedar mejor en mi casa, donde ya estaba la mitad de la gente, y hacer una fiesta pequeña.

En efecto, compramos bastante alcohol, algo de comida y bailamos todo tipo de música. Fue bastante agradable, en especial porque hacía mucho no veía a algunas personas y había notado que la amistad había resistido las pruebas del tiempo y de la distancia.

Pero entonces quién era ese hombre en mi cama? Decidí despertarlo. Sin duda era lo mejor. Incluso era posible que el hombre no supiera donde estaba y seguramente tendría algún lugar adonde ir.

Me levanté con cuidado y, al salir del cuarto, cerré de un portazo. Eso debía despertarlo. Caminé a la cocina y serví algo de café frío y lo puse a calentar. La cantidad era para dos, ya que seguramente mi compañero de cama lo necesitaría también.

Apenas serví el liquido, oí que la puerta de mi cuarto se abría y, para mi sorpresa, se cerraba la del baño. "Que frescura!", pensé yo en ese momento. Cómo era capaz de entrar al baño de un desconocido así como así? Hay que ver la gente lo descarada que puede ser.

Me senté a la barra, que cerraba la pequeña cocina, y empecé a tomar de mi taza. Al rato, salió el hombre y no pude evitar quedar con la boca abierta. Y no fue por su apariencia sino porque en ese mismo momento supe quien era. No era porque lo hubiese recordado sino porque había visto su foto.

 - Buenos días. - dijo él. Me sonrió. - Dormiste bien?

Cerré la boca y la abrí de nuevo para contestar pero no salió ni una palabra. Debí parecer un pescado muriendo o algo por el estilo. Él pareció no darse cuenta o solo ignoró la situación. Se acercó y cogió la otra taza de café. Tomó un sonoro sorbo y luego hizo un sonido, como si hubiera tomado algo particularmente refrescante.

 - Justo lo que necesitaba. No soy nada sin el café de la mañana.

"Al demonio", pensé.

 - Eres el hermano de Cristina.

Él me volteó a mirar y, de inmediato, pude notar que su actitud relajada había desaparecido. Me preguntó si me acordaba de él y le respondí con toda honestidad. De la foto, sí. Pero no de anoche.

 - No recuerdas? Llegué tarde y mi hermana nos presentó. Les conté que había discutido con mi  familia y no tenía donde quedarme y tu me ofreciste tu casa.

No lo podía creer. Que carajos me había pasado? Así de bebido estaba? Por un momento dudé en creerle pero el tipo parecía preocupado y no había un actor tan bueno como para fingir un malestar de ese tamaño.

 - Lo siento. Estabas... Mierda. Me voy, no te preocupes.
 - No!

La palabra salió de mi boca, sin pensarla. Él se detuvo en sus pasos y me miró, con unos ojos que parecían de historieta, grandes y suplicantes.

 - Ya estás aquí. Toma el café y puedes desayunar conmigo. Ya dormimos juntos entonces, que más  da.

Él chico asintió y pareció aliviado. Hice sandwiches para cada uno, en pan baguette, con jamón y queso y tomate y lechuga y de todo. Quedaron deliciosos y me lo agradeció mucho.

Durante el desayuno, le pregunté porque había discutido con sus padres. Me confesó que les había confesado que era homosexual y ellos no lo habían aceptado.
Yo conocía bien a Cristina y sabía que amaba a su hermano. Eran amigos. Pero su familia era muy devota, de ir a la iglesia todos los domingos, y francamente la situación del chico no me sorprendía.

Tomamos jugo de naranja también, que él sirvió. Me confesó que no sabía que hacer, adonde ir. Yo solo podía decirle que todo se arreglaría con el tiempo, que las cosas sabían como encajar casi solas.

 - Que bebí ayer?

Mario, ese era su nombre, se rió de mi pregunta.

 - De verdad no recuerdas nada?

Y así era. Él se puso de pie y empezó a mirar en unas bolsas. Estaban llenas de botellas. Había de whisky, aguardiente, vino y vodka.

 - Que asco.
 - Si no has vomitado es que tienes buen estomago. Además el desayuno ayuda.

Sonreí ante su comentario.

Terminamos de comer y entonces entramos al cuarto. En ese momento, nos dimos cuenta que habíamos comido en ropa interior y camiseta pero nadie dijo nada. Cada uno recogió su ropa. Lo vi ponerse el pantalón mientras yo guardaba lo mío y entonces tuve una idea.

Siempre me habían dicho que no me arriesgaba lo suficiente, que me gustaba hacer todo lo que era seguro y nunca lo que era loco o inesperado. Y entonces me di cuenta que tenía a la mano una oportunidad.

 - Que vas a hacer? - le pregunté.
 - Verme con mi hermana. Es lo único que se me ocurre.

Asentí, todavía pensando en mi idea.

 - Gracias por tu ayuda.
 - De nada.

Lo acompañé a la puerta y entonces nos miramos y fue extraño. Sentí algo raro, como si ese momento ya hubiera ocurrido. Pero eso no importaba.

 - Te quieres quedar?

No, eso sonó raro.

 - Quiero decir... Para hacer algo? Iba a quedarme en la casa y pedir algo y ver películas. No sé si sea  buena idea pero si quieres... Podemos llamar a...

 - Sí. Sí, quiero.

Sonrió más que antes y otra vez sentí lo mismo, como si ya lo hubiera visto antes.

Se quitó su chaqueta y nos sentamos en el sofá. Allí empezamos a hablar y casi nunca dejamos de hacerlo. Ese día comimos juntos, reímos y compartimos gustos. Hacía mucho no me sentía tan a gusto compartiendo tanto tiempo con alguien, mucho menos alguien que prácticamente no conocía.

Él era divertido, muy gracioso y con bastantes anécdotas. Y él, al parecer, creía que mi vida era interesante y siempre quería saber más. Todo se sentía bien.

En la noche lo invité, de nuevo, a quedarse en mi casa. Esa vez lo hice sobrio y le ofrecí mi sofá.

Cuando me despedí antes de ir a dormir, me pidió un momento y me confesó algo:

 - Ayer... Antes de acostarnos, me diste un beso. Pensé que... deberías saberlo.

Y sin pensarlo, le di uno nuevo y lo invité a dormir a mi cama otra vez. Sabía que me sentía así por alguna razón y esa era. Algo había en él que me hacía sentir extraño, pero de una manera muy agradable.

martes, 7 de octubre de 2014

Equilibrio

Sofya era la mejor en toda la competencia, de eso no había ninguna duda. En cada una de sus presentaciones se lucía con pasos cada vez más refinados, perfectos. Su cuerpo parecía hecho de plastilina o algún otro material maleable. Verla era increíble.

Su mayor seguidora era su madre. La niña había mostrado aptitudes desde pequeña y los profesores habían instruido a Katerina para que la niña aprendiera algún deporte donde pudiera sacar a la luz todo su potencial. Estuvo un año haciendo ballet pero la niña odiaba estar en grupos grandes, con otras niñas. Y Katerina detestaba sentarse con madres obsesionadas con sus sueños frustrados.

La niña se decidió entonces por la gimnasia rítmica, un deporte que podría practicar sola pero que pediría bastante de su cuerpo y de su disciplina. Pero así lo hizo, cumpliendo con todo lo que debía hacer. Sofya era dedicada y cuando entraba a competir, era como si no hubiera nada más en el mundo.

Su madre le preguntaba con frecuencia si estaba segura de que esto era lo que quería hacer y la pequeña siempre respondía que su sueño era estar en los Olímpicos. La madre estaba feliz pero puso reglas: no más de cierta cantidad de práctica a la semana y nada de competencias demasiado pesadas, al menos no hasta que fuera algo mayor.

Sofya resentía esta actitud de su madre, ya que ella creía que era un miedo de Katerina de ver a su hija fracasar o algo por el estilo. La verdad era que su madre quería que fuera una niña normal y disfrutara otros aspectos de la vida, no solo estar siempre metida en algún gimnasio o preocupada por su peso o aspecto.

Cuando podían, Katerina lleva a la niña con al centro comercial de compras, a jugar en el parque con su perrita Ariel o jugaban juegos de baile en la consola que tenían en casa. Todo para que Sofya no sintiera que debía hacer cosas sino que las hiciera cuando quisiera.

Pero el mundo de las competiciones lentamente fue tocando la mente de Sofya hasta que, a los dieciséis años, ya había desarrollado un serio problema sicológico. Nunca había sido de aquellas niñas con montones de amigas. De hecho Katerina no conocía ninguna amiguita de su hija, a parte de las chicas que iban al mismo gimnasio a entrenar.

Lo más grave era que Sofya había empezado a crecer y ahora se veía a si misma diferente. Veía a una chica con más busto y caderas y le era más difícil manejar su cuerpo en ciertas maniobras. Otras chicas seguían siendo delgadas y casi no tenían senos. Y eso le daba rabia.

Katerina se había dado cuenta un día, cuando había encontrado a su hija mirándose al espejo como si estuviera contemplando a alguien que nunca hubiera visto. Sin dudarlo, habló con ella y la relación que habían construido dio frutos cuando la niña le dijo exactamente que le molestaba.

La mujer le respondió que su cuerpo era más bello que el de las otras chicas y que tal vez ese era un nuevo reto para ella, manejar su cuerpo a través de los ejercicios más difíciles. Le propuso hablarlo con su entrenadora.

La mujer les dijo, sin pelos en la lengua, que todo era más fácil para una chica ligera, con menos carga. Pero que nada era imposible. Este era un deporte que solo se podía practicar hasta cierta edad, hasta que los huesos permitieran los difíciles giros y saltos.

Con la ayuda de Katerina, Sofya se sometió a una dieta para bajar de peso. Esto ayudó a hacer que la relación entre las dos fuera más estrecha y a que Sofya viera a su madre como quien era en realidad: una mujer dedicada a complacer a su hija, desde pequeña.

Ahora hablaban de chicos, del trabajo de Katerina en una inmobiliaria y de los entresijos de las competencias de gimnasia.

La joven, con permiso de su madre, empezó a practicar más seguido. Dejó a un lado sus estudios, habiendo prometido a su madre que sin importar el resultado, volvería al colegio apenas todo terminara.

Katerina ayudó a su hija con la música para su rutina y le aconsejó mezclar algunos pasos de baile moderno con los ejercicios. A la entrenadora y a su hija les encantó la idea.

Por fin llegó el día de la competencia nacional, que se llevaría a cabo en una ciudad costera. Katerina y su hija disfrutaron del hotel y de la playa antes del día de la competencia, prometiendo estar juntas pasara lo que pasara.

En la competencia, Sofya se lució ante los jueces, a quienes les encantó la música moderna y los pasos contemporáneos mezclados con rutinas de ejercicio complejas que Sofya pude ejecutar a la perfección, con disciplina y esfuerzo.

En la tabla general quedó tercera y eso la calificaba automáticamente para competir a nivel regional, con chicas de otros países del continente. Era un paso más hacia su sueño de llegar a las Olimpiadas.

Katerina la felicitó y le dijo que había tenido una idea: la ayudaría a estudiar bastante para poder graduarse lo más pronto posible, antes o después de las regionales. Creía que era básico estudiar y tener un respaldo.

Aunque en un principio Sofya se enojó ya que pensó que eso ponía a la luz cierta desconfianza de su madre, después entendió que ella solo quería lo mejor para su hija. Así que cuando la chica volvió a hablar con su madre, como siempre lo hacía, le dijo que quería estudiar arquitectura y que así su madre podría vender las casas que ella hiciera.

Esto alegró a Katerina, no por el hecho del trabajo y los estudios sino porque le hizo ver lo rápido que su hija había madurado. Estaba segura que Sofya sería una gran mujer en el futuro, capaz de tomar decisiones por su cuenta sin ayuda ni presiones de nadie. Sería una mujer libre y eso era lo que Katerina siempre había querido, tras sus muchos sacrificios y esfuerzos.