Mostrando las entradas con la etiqueta joven. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta joven. Mostrar todas las entradas

domingo, 3 de mayo de 2015

Lo que pasó y lo que no

   Su foto era lo único que seguía existiendo, pero él ya no estaba aquí y yo no podía traerlo de vuelta. Era un caso perdido, un momento de mi vida que nunca volvería a tener y no podía permanecer allí. Tenía que avanzar. Pero como se avanza cuando has olvidado las razones por las que lo hacías? Ya no tiene sentido seguir adelante o ir de para atrás. Para que? Si siempre va a pasar lo mismo: las cosas van a salir mal o medianamente bien, por un tiempo, hasta que dejan de ser y luego todo es una mierda, una masa amorfa sin sentido que nadie quiere experimentar ni sentir.

 No lo amaba, no todavía, pero lo hubiera podido hacer. Era de esas personas con las que se sentía que se podía hacer algo además de tener sexo y besarse sin sentido. Se podía conversar y ser amigos, algo que jamás había sentido que yo pudiera ser con otro hombre. Siempre me había sentido menos que cualquier otro hombre y de pronto era por eso que evitaba, a toda costa, involucrarme mucho con alguno. Pero justo con el que sí hubiera querido involucrarme, ese se fue y no dejó rastro.

 Para qué conservaba su foto? No tenía sentido hacerlo y sin embargo la miraba cada cierto tiempo. De ningún modo me había enamorado de él pero me hacía sentir bien el hecho de tener un prospecto, una posibilidad de vivir algo por fin distinto, diferente y que tuviera la capacidad de cambiarme la vida. Por eso él había sido tan importante. No era porque no pudiera vivir sin él o algo por ese estilo. No, podía manejarlo todo muy bien si compañía. Pero siempre pensaba en lo que podía haber sido y eso era tortura suficiente.

 Me siento joven, más joven, pensando así. Como empezó todo esto? Ah… No lo recordaba. Con ese joven hace tanto tiempo, cuando ni siquiera entendía nada pero yo creía entender algo. Era alto y delgado, eso lo recuerdo. Lo malo era que no me conocía, solo de vista. Fue en los últimos días allí que me di cuenta que sus invitaciones a jugar deportes podían haber sido máscaras para algo más. Sencillamente era yo muy tímido para atreverme a decir “sí”, así fuera quién era.

 Era gordito para mi edad, en ese entonces pero no lo pensaba así. De hecho ni lo pensaba, creo que no era algo que tuviese en mente en el momento. Yo solo quería estar en paz y que me dejaran jugar mis juegos y hacer lo mío, aparte, sin interrupciones. Por eso las invitaciones del chico alto me molestaban tanto. No solo era timidez sino que lo sentía como una interrupción a mi vida desprovista de amigos verdaderos. Creo que los amigos de verdad solo se hacen cuando uno ya tiene peso en el pantalón, como dicen las mamás, cuando ya se sabe quién es uno o al menos se tiene una mejor idea.

 Perdí esa oportunidad. De pronto era muy pequeño o de pronto no pero lo cierto es que nunca sabré que hubiese pasado. Años después empezaría a salir, a ver a otras personas, a tratar de empezar ese eterno ritual de conocer personas y tratar de reconocer algo en ellas que me hiciese acercarme más y de pronto vivir nuevas experiencias.

 Mi primera cita fue en un parque. Fue extraño: me sentía incomodo y todo el tiempo quise salir corriendo. Era pequeño todavía y solo mucho tiempo después entiendo que me vi con alguien que era inadecuadamente mayor que yo. No, no era un señor hecho y derecho pero de todas maneras no era lo correcto. Menos mal no pasó nada y fue otra de esas personas con las que dejé de hablar. Después de eso, un par de años creo, fue que todo empezó, perdí mi virginidad (si es que se puede hablar de eso en el genero masculino) y empecé a conocer personas que valían el tiempo que pasaba con ellos y otros que no.

 Nunca sentí nada real con ninguno, solo las situaciones dramáticas y el poder de cambiar las cosas a mi favor. Sí, siempre he tenido un sentido bastante calculador de las cosas, porque sé que puedo torcer el sentido de todo a mi favor cuando quiero. Pero no siempre quiero y me aburrí pronto de las situaciones tontas y sin sentido en las que me vi envuelto en ese tiempo. No solo el sexo casual, que podía ser tan divertido como extremadamente aburridor. También el potencial romance, inexistente y estéril.

 No creo que sepa que es el amor. No sé si siquiera crea en el amor. La cosa es que tuve un par de oportunidades en las que pude haberlo experimentado pero no estoy seguro de que eso fuese lo que debía sentir y, si eso era el amor, me decepcionó bastante con el tiempo. Hubo personas que quise, mucho. No sé porque y de pronto las razones no fueron las mejores pero sé que mi cariño era verdadero. Era amor? No, no lo creo. Y, de nuevo, si lo era, que desperdicio.

 Fueron unos tres años, o tal vez dos, bastante activos para mi. Entonces ya era mayor de edad y tenía más idea de lo que quería de la vida o, al menos eso pensaba yo. El futuro me tenía sorpresas en ese frente pero el caso es que tuve una vida social extrañamente activa por un tiempo. Ya tenía los amigos verdaderos de los que les contaba antes y buscaba tener esa experiencia de la que todo el mundo se jacta, esos amores que cambian vida y duran y son tantas cosas y nada al mismo tiempo.

 Pero nada. Nunca apareció ese amor juvenil que es extraordinario y perfecto, a su manera. Esa juventud, siento, que ya pasó. No es que sea viejo pero la juventud es una etapa tan bien marcada que cualquiera sabe cuando empieza y cuando termina y a mi ya me dejó ese tren. Esto último que pasó fue ya habiendo terminado la juventud y tal vez por eso lo asumí de manera distinta. Si me hubiera pasado lo mismo hace unos años estoy seguro de que hubiera perdido la razón y hubiera llorado como loco por horas o días.

 En cambio, esta vez solo me dio rabia. Y me dio rabia porque fui la mejor persona posible y eso no fue suficiente. No estaba triste ni me culpé a mi mismo, no por el fracaso al menos. Solo tenía rabia porque las personas jamás pueden ser completamente decentes, siempre tiene que haber una manera de que te decepcionen y siempre lo hacen, tarde o temprano. De pronto él no era tan maduro o yo no lo era. No lo sé, las vidas siempre son tan diferentes que las medidas de la madurez pueden ser inútiles. Cada uno es un mundo, dicen por ahí.

 Después de todo eso sí tuve problemas pero no con otros sino conmigo mismo. Inconscientemente, este impasse me había llevado a pensar, allí dentro de mi cerebro, que en efecto no era capaz de nada. Ni de encontrar trabajo, ni de tener una vida “para mostrar” (y eso es lo que buscamos si somos honestos), ni podía mantener a alguien cerca de mí. Fue una depresión auto-diagnosticada porque dudo que un doctor pueda decirme mejor que yo mismo lo que sentí.

 Fue horrible y no quiero volver a ese momento y por eso mismo no puedo aferrarme a momentos. Borró esta foto de mi vida para no volver a situaciones que no me ayudan en nada, para no estar de nuevo en esos espacios que solo me amarran al suelo pero que no me dejan ir hacia delante. Y  reconozco que soy yo quién más impido mi propio avance, mi propio vuelo.

 Pero que puedo yo hacer? Que puedo hacer cuando todo parece depender de los demás? Que puedo inventarme para que el mundo me vea a mi y no a los demás? Porque eso es lo que pareciera que pasa. Y ya lo sé, y lo aprendí hace tiempo, que no tengo las fuerzas suficientes para luchar, para esforzarme más allá de lo normal. No puedo y la verdad es que tampoco quiero porque no creo que deba hacerlo. Porque tengo que ser yo el que vaya más allá cuando otros no hacen nada y sin embargo viven la vida que quisiera para mi?

 Lo sé. Sé que hay privilegiados y otros que no pero la verdad es que eso poco o nada me importa. Solo quiero cambiar, estar en otra parte, incluso en otra piel muchas veces. A veces odio mi propio aspecto y quisiera terminar las cosas pero… No, eso fue antes y no quiero volver allí. No voy a volver! Cada uno tenemos nuestra manera de caminar al abismo final y creo que todavía me queda mucho para descubrir el mío. Desafortunadamente no me ha tocado como a los demás, que parecen navegar por la vida como si tuviera el mapa para hacerlo con los ojos cerrados desde que tenían apenas cinco años de edad.


 Como sea. Ese no soy yo. Yo no soy ese ser perfecto, al menos en apariencia. Soy un ser de defectos, grandes y pronunciados pero nadie nunca dijo que yo, o la gente como yo, no tuviéramos derecho a atrevernos a más y, lo más importante, a soñar. Porque a veces es lo único que tenemos, así nos quite algo de fuerzas a través del tiempo. Prefiero eso… Lo prefiero a cualquier otra cosa.

jueves, 23 de abril de 2015

La realidad de las cosas

  Miguel Díaz era uno de los hombres más ricos del país. Pero no había trabajado ni una vez en su vida por nada de ello. Todo lo había heredado de sus padres, que habían muerto hacía poco en un accidente aeronáutico. Aunque lo ocultó durante los primeros días, no le importaba casi sus padres no estuviesen con él. Siempre los había resentido: niños ricos con todas las oportunidades que lo único que hacían era fingir día tras otro, cuando todo en el hogar era un desastre. Sus padres no se querían y él sabía muy bien los secretos de ambos, que ante la prensa y la sociedad se mostraban como una pareja perfecta.

 Ahora que estaban muertos, lo que más resentía Miguel era la responsabilidad que le habían puesto encima sus padres. Aunque más o menos la mitad del dinero había ido a parar a fondos y sociedades varias, los inmuebles y lo que quedaba del dinero, que no era poco, había sido para Miguel. Ninguna empresa había quedado a su nombre y todo había sido cedido a las personas que las manejaban, cosa que el agradecía. Los medios preguntaron e hicieron conjeturas al respecto pero a él no le importaba. Por fin sus padres habían hecho algo bien y no lo iba a discutir con nadie.

 Para ellos él era un fracaso. Apenas se había acabado la escuela había decidido convertirse en diseñador de modas y les pidió que lo dejaran ir a París para estudiar. Allí pasó cinco años en los que escasamente vio a sus padres, cosa que les agradeció. Hizo una vida a costa de su dinero pero cuando todo terminó se dio cuenta que el mundo de la moda no era lo suyo. No solamente porque no tenía talento alguno en cuanto al diseño, sino que se había aburrido de los niñitos que creían saber mucho y se las daban de diferentes y originales. Esa gente era la peor, la que creía ser algo que jamás llegaría a tener de cerca.

 Lo que sí le había gustado del mundo de la moda eran los excesos. Desde su llegada, había empezado a consumir más drogas y alcohol que nunca. Sabía que un hombre contratado por sus padres lo seguía para evitar bochornos al “buen nombre” de la familia pero eso poco o nada le importaba. Con sus nuevos amigos, iba y venía con bolsitas llenas de cocaína o éxtasis. Y como tenía dinero, nadie le decía nada y si algún policía cometía la brutalidad de detenerlo, perdía su trabajo al instante.

 Miguel era así desde antes, desde el colegio. Había fumado marihuana desde los quince años pero la había dejado rápidamente por ser una “distracción para los pobres”. Prefería la cocaína y toda clase de drogas sintéticas, combinadas habitualmente con las mejores marcas de whisky y vodka. No lo hacía tan seguido como quería porque si algo tenía Miguel era autocontrol. Le fascinaba, entre muchas cosas, ver a la gente caer ante los pies de las drogas. Le encantaba contemplar la debilidad humana. En algún momento creyó ser un sádico más pero no lo analizó mucho más allá que un simple pensamiento en una fiesta llena de diversión.

 A los quince también había empezado a tener relaciones sexuales y, de nuevo, era muy precavido con todo aunque lo hacía con frecuencia porque decía que era lo mejor para no sentirse aburrido. Ninguna de sus novias duró más que unos cuantos meses y todas quedaban felices de estar con él. No importaba si era bueno o malo en la cama, les importaba más que todo que gastaba lo que ellas quisieran, fueran joyas, vestidos o hasta automóviles. Participa en sesiones de sexo grupal, con máscaras, así como en masoquismo con hombres y mujeres. La verdad era que no se identificaba sexualmente como nada en particular ya que lo que le fascinaba, de nuevo, era ver a los demás.

 Pero esa vida se extinguió el día que sus estudios terminaron y tuvo que volver a casa a rendir cuentas. Fue un sermón de horas y horas, en el que su padre creía tener la ventaja moral, cuando él sabía bien que no la tenía. Lo mismo con su madre, vestida con los últimos diseños de las casas europeas. Mientras lo reprendían, le encantaba pensar lo divertido que era ver a su madre con esa ropa cuando sabía que era su manera de aprovechar el inerte matrimonio que tenía con un hombre que jamás había querido.

 El padre, Armando, era otro niño rico de una familia pudiente en la política y las finanzas del país. Le habían ofrecido ser ministro pero siempre se negó, dedicando su tiempo a sus varias empresas y a comprar otras por todo el país y el mundo. La gente lo veía como una buena persona porque construía colegios y proporcionaba tecnología a zona alejadas. Pero Miguel sabía que no lo hacía solo por la bondad de su falso corazón. Su padre tomaba uno que otro regalito de las zonas que visitaba y las usaba a su antojo. Pobres y tontas niñas atraídas por el dinero. Quien sabe donde estarían al día de hoy?

 Y su madre. Su respetable madre que no había sido más sino la hija de un banquero en bancarrota por culpa de su propia avaricia. Su madre era otra mujer desagradable por la que Miguel jamás había sentido nada. Su abuela era simplemente el demonio mismo y cuando murió el chico se sintió abiertamente feliz por lo que recibió una bofetada de su madre. Ella se creía una santa por haber sido regalada por su padre para casarse con Armando. La señora Gloria era perfecta ante la sociedad pero ella también gustaba de la compañía femenina, algo que Miguel había descubierto por casualidad.

 Al final del regaño, de  sermón interminable e innecesario de sus padres, él les recordó amablemente sus secretos y los amenazó abiertamente. Lo que él había hecho en París era de conocimiento público. Tal vez ellos lo hubieran ayudado a tapar pero el jamás había ocultado nada. Por ahí había hombres y mujeres que podían hablar de su hijo en la cama pero no habían dicho nada. Porque sería, les preguntó a sus padres. Por miedo? O por respeto?  El caso era que jamás dirían nada porque él había sido honesto desde el comienzo a diferencia de sus padres. Así que les exigió, no les pidió, les exigió que lo dejaran en paz y no se atrevieran a limitarlo en ningún aspecto.

 Y eso fue lo que pasó. De vuelta en el país, el chico siguió yendo a fiestas pero cada vez menos se drogaba. Tomaba bastante pero nada más. Poco a poco la realidad fue golpeando su mente con más fuerza y no había ningún producto sintético que pudiese hacer nada contra eso. Así que se pasaba los días en un apartamento de sus padres, al que raramente iban, y allí llevaba amigos o amantes y los miraba, como siempre lo había hecho. Fue así, con la hermosa vista desde el apartamento entre el bosque de las colinas, que descubrió su verdadero talento: el dibujo.

 Siempre que llevaba a alguien, fuese mujer u hombre, les pedía que se quitaran la ropa para él y los dejara dibujar sus cuerpos. Hizo varios retratos de esa manera. Obviamente, todavía tenía relaciones sexuales con ellos pero la relación con otros seres humanos cambió. Había descubierto que siempre le había gustado ver porque le fascinaba el movimiento, el comportamiento humano, los cambios. Así que dibujó y dibujó, sin descansar. Pasaba horas en el apartamento, solo, terminando algunas piezas y tratando de hacer otras sin ningún modelo, solo imaginando a un ser humano.

 El último pedido que le hizo a sus padres fue el de dinero para abrir una galería o por lo menos para organizar una exposición como él quería hacerla. Sin dudarlo, le dieron el dinero y él empezó a organizar todo cuando, en un vuelo en el que sus padres debían visitar juntos una de sus empresas en Madrid, el avión cayó al mar debido a una fuerte tormenta. Los cuerpo fueron recuperados después de tres semanas y cuando por fin los enterraron, Miguel todavía no había hecho nada con sus obras. Decidió esperar, ser paciente y organizar su nueva vida.

 Desgraciadamente así son las cosas, la muerte genera vida, es fertilizante puro para que abunden o crezcan otras formas de vida. Y eso fue lo que pasó con Miguel. La exposición se llevó a cabo seis meses después de la tragedia y, en un golpe de genialidad, el joven artista decidió dedicarla a sus padres, a su memoria y a su trabajo por el país. La gente se comió el cuento con las manos y Miguel vio, con placer, como compraban sus obras. Al comienzo pensó que solo era por su trabajo de mercadeo pero se dio cuenta que, de hecho, mucha gente había quedado fascinada con su trabajo. Incluso críticos que había invitado lo felicitaron y expresaron sus condolencias, al mismo tiempo.


 Los odiaba. Esa era la verdad. Pero después de tantos años ausentes, en los que ni siquiera lo voltearon a mirar, por fin sus padres habían hecho algo bueno por él. Su vida nunca sería la misma ya que el arte le brindó estabilidad, le trajo un pareja estable y el amor que jamás había sentido en su vida. Por una vez, habían hecho algo bien.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Las caras de K

    Sin contemplaciones, sacó un revolver con silenciador de dentro de la chaqueta y le pegó dos tiros en la cabeza al hombre que estaba a punto de ponerse de pie. El cuerpo cayó, pesado, sobre el cemento, a tan solo unos pocos centímetros del arma que el hombre había utilizado para amenazar a sus prisioneros. Salvo que, en realidad, nunca habían sido prisioneros. K lo tenía todo controlado desde el principio pero no había dejado ver su confianza en ningún momento, optando por comportarse como lo haría cualquier otra persona secuestrada: con miedo, haciendo preguntas estúpidas y temblando. Se lo habían creído completo.

 En vez de acercarse al cuerpo, verificó su arma y se acercó a J, que estaba todavía amarrado. Él sí estaba muerto del susto de verdad y temblaba todavía pero no de los golpes que le había propinado el hombre que ahora yacía en el piso. No, ahora su terror había gravitado hacia la forma de K, que parecía actuar como si nada, como si fuese algo de todos los días ser secuestrado y matar a un hombre. Además, de donde había sacado el arma? Era obvio que los habían revisado después de llevárselos a la fuerza en esa calle oscura.

 K ayudó a J a levantarse de la silla y lo fue halando hasta la puerta principal de la bodega donde los habían tenido amarrados. J pensó llevarlos a una bodega era muy trillado pero prefirió quedarse con ese pensamiento para él mismo. Tenía más de una pregunta para K pero sabía que no era el momento de preguntar nada ya que todavía tenían que escapar, alejarse del sitio lo más pronto posible. Era de esperar que más hombre estuviesen en el área, precisamente para evitar un escape. Pero J sabía que iban a lograrlo. No era por una confianza que le naciera de la nada o de la inútil esperanza que uno tendría en esos casos. Era por K.

 En solo unos minutos, un chico bajito y sin el físico de los hombres que los vigilaban, se había librado de sus cuerdas y había peleado y asesinado a un hombre sin sudar ni siquiera una gota. Y ahora, lo llevaba a él, un hombre veinte años mayor, entre las cajas y los automóviles vacíos, escapando de sus captores. Esa expresión en el rostro de K era la que lo decía todo: no había miedo ni duda alguna en esa cara. Era como si cualquier sentimiento se le hubiera ido del cuerpo y pudiese hacer lo que quisiera.

 Tres hombres aparecieron pero en menos de un minuto yacían muertos de mano de K. Mientras J miraba como los cuerpos todavía se movían, K lo halaba con fuerza, como recordándole que su objetivo final todavía no se había logrado. Llegaron a una cerca y, con una habilidad sorprendente, K la escala y cayó sin hacer ruido al otro lado. Haciendo señas, le indicó a J que hiciese lo mismo pero no era tan fácil. Él no era tan ágil y le iba a tomar más tiempo. En efecto, cuando apenas estaba en la parte de arriba, otros dos hombres se acercaron. K los terminó con agilidad y haló, una vez más a J, que cayó de la cerca.

 Este empezó a quejarse pero K solo lo tomó del brazo, ignorando cada sílaba que salía de la boca de su compañero de secuestro. Se adentraron en un pequeño bosquecillo pantanoso, en el que no se dijo ni una sola palabra. K parecía estar escuchando algo pero J no oía absolutamente nada. Solo lo seguía porque parecía que el joven sabía lo que hacía pero no tenía ni idea si tenía razón o no.

 Después de pasar algunos charcos y rasguñarse las caras con ramas demasiado afiladas, salieron del bosquecillo a una carretera. A J se le iluminó la cara y corrió hacia la vía pero K lo retuvo y le indicó que no hiciese ruido y que tuviese paciencia. Caminaron entonces por el borde de la vía, medio ocultos por los árboles, hasta que se acercó un automóvil pequeño, manejado por una anciana. La mujer estaba casi encima del timón e iba muy lento, por lo que no fue difícil para ella verlos y detenerse para darles un aventón.

 Una vez más J quedó boquiabierto ante el cambio de K. Una vez en el automóvil, en el asiento del copiloto, se convirtió en el ser más dulce y amable que J jamás hubiese visto. La mujer quedó encantada y les preguntó porque estaban caminando por la carretera a lo que K respondió que su auto había tenido problemas. Su padre (refiriéndose a J) y él, habían intentado arreglarlo pero no habían logrado nada así que preferían ir a la ciudad y desde allí llamar a una grúa. Lamentablemente no tenían teléfonos celulares.

 Nada de todo esto le pareció extraño a la mujer, incluso cuando J pensaba que era un cuento demasiado rebuscado para que nadie lo creyera. Cuando la anciana y K empezaron a hablar de las mascotas de la mujer, J simplemente dejó de escucharlos y por fin respiró, después de varios días de no poder hacerlo con propiedad. Tal era su cansancio que se quedó dormido con rapidez y, por fortuna, no soñó con nada.

 Cuando despertó, el automóvil estaba estacionado en una calle iluminada, frente a un restaurante de comida rápida. Mientras se desperezaba, J vio que en el interior del lugar estaban la anciana y K, comiendo hamburguesa y riendo respecto a algún chiste o historia que se estarían contando. Sin duda era un chico extraño este tal K. Era un persona de demasiadas caras y, la verdad, era que eso a J no le gustaba nada. Que le aseguraba que K no estaba aliado con otra persona que también quisiese tener a J para algún fin extraño? Era todo muy raro.

 J llegó a la mesa donde estaban sus dos compañeros de viaje y los saludó. K lo recibió con una sonrisa y le brindó una hamburguesa con papas fritas que le habían guardado. La anciana le dijo que habían preferido no despertarlo ya que se notaba que necesita dormir. K le había contado que su padre sufría de insomnio y era casi un milagro que pudiese dormir tan bien. Mientras comía, la conversación siguió y J pudo notar por su cuenta que la mujer era un alma amable que se sentía sola. Había viajado desde lejos para visitar a una hija pero les confesó que lo había hecho sin avisar, cosa que a su hija seguramente no le iba a gustar nada. K le aseguró que todo saldría bien.

 Un par de horas después, se despidieron de la anciana y le agradecieron por toda su ayuda. Al fin y al cabo les había dado un aventón y les había gastado comida. K incluso le dio un beso en la mejilla antes de que se alejara en su pequeño carro rojo. Una vez, empezaron a caminar, K había vuelto a ser la piedra que J había conocido hacía ya unas dos semanas. Lo único que le dijo fue que tenía un sitio cerca y que allí estarían seguros.

 Entonces J se detuvo. K caminó un poco más hasta darse cuenta de que J no lo seguía. Se dio la vuelta para amenazarlo con la mirada pero esto no tuvo el efecto deseado. J le dijo que no iba a caminar un paso más sin saber que era todo lo que había estado pasando en los últimos días. Sí, él era un periodista con ciertos secretos de la mafia en su poder. Hasta podía entender su secuestro por esas razones pero no quién era K y cual era su motivación en todo este lío.

 Se habían conocido el día del secuestro. Se los llevaron al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo habían estado en el mismo lugar y nada más. En principio, ninguno sabía nada del otro o al menos eso creía J hasta que K se le acercó y le dijo que sabía muy bien quién era l.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ qui sab le acerceso cre m al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo hab no iba a camianr un paso m J no le guél. Tanto así que había asistido al lugar porque sabía que aunque podrían atentar contra él, debía conocer a J y protegerlo tanto como fuese posible.

 El hombre se quedó de piedra al oír esto porque no lo entendía del todo. Este chico, que había fingido por días ser alguien que no era, incluso siendo torturado con golpes y otras vejaciones, aseguraba que era una protección necesaria para evitar que a J que le pasara algo malo. Nada de todo eso tenía ningún sentido. Le preguntó a K quién lo había enviado pero le aseguró que lo sabría pronto, si venía con él y tenía paciencia.

 A regañadientes, J siguió a K hasta un barrio horrible, lleno de vagabundos y prostitutas. K entró a un edificio viejo y con olor a orina y él lo siguió. Subieron cuatro tramos de escaleras hasta llegar a un corredor oscuro por el que caminaron en silencio hasta llegar al fondo, donde un pequeña ventana cubierta de grasa  dejaba entrar algo de luz. De un zapato, K sacó una llave y abrió con ella una de las puertas cercanas a la ventana.

 Hizo pasar a J primero y luego entró él. K se dirigió pronto a una de las habitaciones,  sacando su arma y abriendo la puerta con fuerza. De pronto soltó algo de aire por la boca, como suprimiendo reírse.

-       Se nos adelantaron.
-       Porque?
-       Porque la persona que me mandó a protegerlo está muerta.

 K se retiró de la puerta pero no la cerró. J se acercó para ver de quien se trataba y soltó un gritó que alertó a más de uno en el piso de abajo. Se acerco al cuerpo que había en el suelo, pisando un charco de sangre. Le dio la vuelta y entonces empezó a llorar. Era nadie más ni nadie menos que su esposa y ahora estaba muerta.

 Y pronto lo estarían ellos porque al lugar se acercaban varios hombres dispuestos a hacer lo necesario para callar sus voces.

jueves, 26 de febrero de 2015

Perdido y encontrado

   No hay nada como relajarse con el vaivén de las olas y eso lo sabía muy bien Ari Faz. Era un joven consentido, un niño rico que no tenía preocupación alguna en la vida y se la pasaba su juventud de balneario en balneario, de fiesta en fiesta, celebrando cualquier tontería que se le cruzase por la cabeza. Lo que más le gustaba celebrar era su vida, por la que siempre había estado agradecido.

 Sí, Ari era uno de esos niños ricos con más dinero del que se pudiese usar en una vida. Pero a diferencia de lo que muchos pensaban, agradecía a su padre y a su abuela por ello siempre que los veía. Con todos los miembros de su familia era muy especial y siempre se encargaba de organizar las vacaciones de verano, cuando todos los miembros de la familia se reunían para pasar las festividades. Esa era uno de sus más grandes tradiciones y preferían hacerlo en verano porque a fin de año preferían quedarse cerca de sus casas.

 Esta vez, Ari había elegido el hermoso puerto de Positano, relativamente cerca de Nápoles, en el sur de Italia. El lugar era ideal: clima perfecto, relativamente remoto y con todo lo que necesitaría la familia para pasarla bien. No por nada Ari flotaba pacíficamente sobre un colchón inflable, a un lado del yate de la familia. No estaban muy lejos de la costa pero así era mejor. El movimiento a veces era demasiado para la abuela y ella era a quien todos querían complacer.

 En ese momento, ella estaba hablando con la tía de Ari, Ágata. La mujer era detestable, por decir lo menos, y siempre era objeto de las burlas del padre de Ari, su hermano. Ágata siempre había sido demasiado snob, pretenciosa y clasista. Miraba los cercanos botes de pescadores con recelo, mientras que la abuela los miraba con interés y decía que alguna vez, cuando era joven, había conocido a un joven y guapo marinero.

 Pero Ari no escuchó nada de esa historia. No solo porque no estaba en la cubierta cuando la abuela la contó, sino porque un bote de la policía había sacudido su colchón inflable. Resultaba que el comandante local, un hombre delgado, algo amarillo, había decidido que debía presentarse ante la familia, y asegurarse de que todo sobre su estadía estuviera a pedir de boca. Después de todo, no era todos los días que una familia tan conocida y adinerada venía al puerto.

 Ari subió al yate justo cuando la abuela invitaba al comandante y sus acompañantes, dos oficiales, a quedarse para el almuerzo. El hombre se negaba pero era evidente que, al menos en parte, esa había sido su intención. Ari entornó lo ojos ante la escena. Luego se adentró en el bote y buscó donde cambiarse. Ya se había bronceado lo suficiente y no quería parecer uno de esos desesperados por tener la piel de otro color. Entró en una pequeña habitación, sacó la ropa de un closet empotrado en la pared. En el momento que se bajaba el traje de baño, escuchó un grito. Pero no hubo tiempo de reaccionar.

 La verdad es que fue un milagro o algo muy parecido. Eso era lo que pensaba Ari días después, tras despertarse en un hospital, adolorido, pero vivo. Todo era confuso y solo recordaba partes de lo sucedido: después del grito se sintió una fuerte explosión que voló parte de la cubierta del barco. Y entonces todo empezó a llenarse de agua y a hundirse.

 Alguien debía haberlo salvado porque estaba allí en el hospital, en Nápoles. Fue un choque horrible saber que varios miembros de su familia habían muerto en la explosión: su abuela, su padre, su tía y algunos otros. Su madre, afortunadamente, estaba con la hermana de Ari de compras en la ciudad en ese momento. Lo visitaron en el hospital pero era evidente que lo que más las afectaba era la muerte de su padre y no el estado de Ari.

 Días después pudo salir, en muletas. Un avión privado los llevó de vuelta a Londres, donde vivían. Con ellos viajó el cuerpo de su padre y su abuela, que fueron enterrados el día siguiente, en la casa de campo donde desde hacía años vivía la abuela, desde que el abuelo había muerto de cáncer.

 Era una casa grande y siempre había sido algo tenebrosa pero ahora lo parecía más. Estaba vacía, ya solo con los sirvientes necesarios para evitar su caída en el olvido. Pero la abuela era quien se había encargado de todo y ella ya no estaba.

 La responsabilidad de los negocios, por fortuna, recaían en la madre de Ari y luego lo harían en su hermana. Eran ambas mayores y mucho más aptas para encargarse. Su hermana era economista y él… Bueno, Ari no era nada más que un “playboy”. Uno que siempre había puesto a su familia primero pero ahora ya no había nada o eso sentía él. Su padre había sido un motor, un consejero y un amigo incondicional.

 Pero ahora ya no estaba. Ni él ni su abuela, esa gran mujer que había hecho de la familia lo que era. Ari nunca se había dado cuenta que sin ellos, él era aún menos que antes. Cayó en una depresión profunda, aumentada cientos de veces por la terapia física a la que debía de ser sometido. Odiaba las muletas y las estúpidas citas con el fisioterapeuta. Era todo inútil ya que sus piernas simplemente no eran las mismas.

 Además, y puede sonar como una tontería, Ari ya no se sentía físicamente atractivo. Era como si esa energía que tenía adentro se hubiera extinto con la explosión y consigo se hubiera llevado todo lo que hacía de él quien era, por poco que fuese. Pero su madre y hermana lo presionaron para seguir yendo, lo que no fue nada mejor. Simplemente se recluyó y empezó a consumir más alcohol del recomendable. Siempre había una botella cerca para acallar los pensamientos que había en su mente.

 Mucho de esos lo enviaban de vuelta al día de la explosión. La policía les había confirmado que los oficiales que habían abordado el yate no eran ningunos miembros de la fuerza pública. Eran asesinos que habían sacrificado sus propias vidas para extinguir las de otros. Ari era el único que los había visto y tuvo que responder miles de preguntas, más de una vez. Y ahora todo ello le revoloteaba en la cabeza. Lo sumía cada vez más en la oscuridad.

 Eso fue hasta que, durante una noche de especial dolor por su terapia forzada y después de tomar toda una botella de vodka, Ari recordara algo que nunca antes se había planteado. Allí, frente a él, flotaba un diseño, como un logo o un escudo. Lo había visto en el brazo de uno de los oficiales, que llevaba camisa corta en el bote. El diseño parecía un tridente pero estilizado de manera que parecía más una mano de tres dedos.

 Al día siguiente, investigó el significado de ese símbolo. No era que no confiara en la policía pero no quería esperanzarse con alguien que bien podía haber imaginado. O como se explicaba que en todo este tiempo no se hubiera acordado? O es que había reprimido el recuerdo de esa imagen, bloqueando los recuerdos de todo ese horrible día?

 La respuesta la encontró en un registro de los internos de una cárcel italiana. Había muchos mafiosos y narcotraficantes. Aparentemente, una mujer había hecho un documental respecto a la convivencia en esa cárcel, ya que era clasificada como una de las más peligrosas de Europa. Ari buscó el documental y, apenas habían pasado quince minutos, cuando vio el tatuaje en alta definición frente a sus ojos. Lo llevaba un hombre moreno y musculoso.

 La documentalista explicaba que el tridente era un símbolo de poder y era utilizado por una banda de sicarios que se dedicaban a trabajos bien pagados. El hombre moreno estaba allí por matar a un banquero y otro de sus compañeros por violar y asesinar a la esposa de un hombre de la bolsa.

 Ari dejó de ver el documental. Lo hizo porque su estomago estaba revuelto del asco y el dolor. Pero entonces se dio cuenta de algo: los sicarios matan por dinero. Alguien les paga para hacer lo que hacen. Alguien pagó por matar a su familia. Puede que no a todos pero a alguien en ese barco. Y esa persona estaba libre y la policía no estaba haciendo nada.

 Por primera vez, después de varios meses, Ari se sintió con propósito, impulsado por la rabia, el dolor y la sed de venganza. Tenía que encontrar a la persona que había pagado para matar a su familia. La policía había tenido su oportunidad. Ahora él estaba encargado de encontrar al responsable. Y para hacerlo, tenía que recuperarse y usar todos los recursos a su alcance.


 Su madre y su hermana vieron un gran cambio en el mes que siguió y fue aún más asombroso cuando Ari les pidió un puesto en la empresa de su padre. Ellas no sabían que allí, el chica empezaría su búsqueda de justicia.