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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Suicidio

   Con mucha paciencia, lo fue preparando todo. Arregló sus cuentas pendientes, sus deudas, habló con quien había que hablar y trató de disfrutar lo mejor que pudo del poco dinero que tenía. Era más que suficiente para darse algunos gustos durante ese último mes, como ir a comer a los mejores restaurantes y viajar un poco. Con cada día que pasaba, su determinación no se veía afectada en lo más mínimo. Pensaba igual que en el día en el que se le había ocurrido todo y no creía que hubiese manera para que las cosas se echaran de para atrás.

 El día indicado, inició su día como siempre, excepto que salió muy temprano y su apartamento parecía listo para una mudanza. Se puso su mejor ropa, aunque no sabía muy bien si eso tenía sentido, y salió de su casa caminando con seguridad. De camino al punto elegido, pensó en todo lo que dejaba atrás, en todas las personas y en todos lo que nunca tendría la oportunidad de experimentar. No era que se estuviese echando para atrás sino que era casi imposible no tener un pequeño momento de reflexión momentos antes.

 Al llegar al lugar, lo hizo sin miramientos, sin dudarlo un segundo. No había cambiado de parecer, sus razones seguían siendo para él demasiado fuertes para no hacer las cosas como terminó haciéndolas. Trepó la barrera del puente con agilidad y algunos ocupantes de automóviles que pasaban por allí se dieron cuenta cuando estaba y de pronto ya no era así. Incluso hubo uno que frenó y salió del carro, corrió a la baranda metálica y miró hacia abajo como esperando un milagro. Pero nada parecido podía haber pasado. El hombre estaba muerto.

 El cuerpo fue recuperado del agua varias horas después de que el conductor llamara a la policía. Si hubiesen llegado al instante, tal vez lo hubiesen salvado aunque eso hubiese significado una vida de esas que no es una vida de verdad. Suena raro pero era mejor que estuviese muerto, como lo estaba. Pronto notificaron a la familia y todos sufrieron lo que debían sufrir pues así sucede siempre cuando alguien decide que este mundo es demasiado o muy poco para ellos. La familia organizó todo de forma rápida y muy privada de modo que muchos solo supieron de la muerte meses después.

 La policía tenía la obligación de hacer una investigación pero fue cerrada meses después porque jamás se encontró nada. No había nota suicida ni ningún indicio en redes sociales ni nada por el estilo que indicase que el hombre iba a cometer semejante cosa. Lo único era el pequeño apartamento listo para mudanza. La razón real para eso es que había dejado todo, legalmente, a su hermano menor. Nadie nunca lo había sabido pero eso tenía muchas razones, la principal siendo que él no quería tener nada que no fuera suyo.

 El apartamento había sido propiedad de sus padres pero ellos se lo habían dado un año atrás, para que viviera solo y así tratara de conseguir un trabajo. Ellos se encargarían de los gastos del lugar mientras él lograba ganar dinero, luego lo haría él como pasa con cualquiera. Pero el problema fue que nunca consiguió un trabajo. Iba a todas las entrevistas que podían existir pero jamás lo elegían para nada ni lo volvían a llamar. Era como si estuviese maldito o algo por el estilo. El caso es que el apartamento nunca se sintió como suyo y por eso quiso cederlo.

 La verdad era que él no sentí que se hubiese ganado nada en la vida. Había logros que había alcanzado, claro, como cualquier otro ser humano. Pero habían sido logros alcanzados por medio del dinero y no por su calidad como profesional ni nada por el estilo. Nunca había sido reconocido por su talento ni por su personalidad y, de un tiempo para acá, se dio cuenta de que ya no quería vivir a punta de mendigarle a sus padres o a cualquier otra persona. Simplemente no quería una vida en la que siempre fuera un fracaso evidente.

 Por eso había hecho lo que había hecho. Y estuvo seguro hasta el último instante. La policía cerró el caso sin mayores razones que asegurar por el lugar del hecho que había sido un suicidio. Pruebas como tal no existían pero, para ellos, no eran necesarias. Lo que había ocurrido era bastante evidente y era común no insistir demasiado en los suicidios pues la familia siempre estaba con mucho dolor y prolongar la investigación solo hacía que ese dolor fuese mucho más intenso de lo normal. Así que lo mejor era dejarlo así.

 Nunca le dijo a sus padres, ni a nadie en realidad, que él no sentía que fuese capaz de trabajar. No podía hacer nada que requiriera un contrato con un salario y reglas de juego establecidas. Mucho menos si el trabajo requería de su presencia en oficinas mejor construidas para gallinas que para seres humanos. Nunca sintió que su lugar estuviese en ninguno de los trabajos para los que se postulaba. Solo lo hacía porque sentía que esa era su responsabilidad como ser humano. Pero jamás estuvo ni ligeramente interesado por ninguno de esos puestos.

 Eso lo habían notado todas las personas que lo habían entrevistado en ese año durante el cual estuvo intentando ser contratado: a veces era demasiado sincero y a veces abiertamente hipócrita. A veces era muy tímido y otra intentaba tanto ser extrovertido que pasaba por alguien con serios problemas mentales. Además estaba su aspecto que jamás iba a ser ni remotamente parecido al de todos los demás hombres que tienen un trabajo estable como esos para los que se presentaba.

 Para cualquiera que hubiese querido ver las señales, allí estaban. Pero la verdad fue que nadie se interesó porque tenían sus propias vidas y porque pensaban que las cosas no podían ponerse peor. Ese siempre ha sido el error de muchos, al creer que todo es estable y siempre seguirá igual hasta el fin de los tiempos y obviamente las cosas no son así. Siempre hay señales o indicios, siempre hay alguna palabra o actitud o incluso la falta de ciertas cosas. No se trata de culpar a nadie sino de darse cuenta que siempre se puede prevenir.

 Pero de seguro el jamás se lo hubiese perdonado a nadie si lo hubiese “salvado” de ese destino. Como se ha dicho en varias ocasiones, él estaba muy seguro de lo que iba a hacer. Ese día caminó con determinación y no dudo ni por un segundo. ¿Como se hace para detener a alguien que no tiene ninguna duda de lo que está a punto de hacer? Tal vez sea algo posible pero no hay certeza acerca de si se puede detener y mucho menos de si se debe hacerlo. Porque siempre pensamos desde nuestro punto de vista pero jamás desde el de la persona que se suicida.

 No es algo simple, al contrario, es algo complicado que siempre será difícil de entender para la gente que está viva. Pero si en verdad se conoce a la persona, al difunto mejor dicho, de seguro se sabrá llegar al mismo lugar en el que estuvo esa persona para decidir lo que decidió, para vivir su vida en sus últimos días como él lo hizo. No es algo complicado ni supremamente imposible de entender. Se podría incluso decir que es uno de esos hechos de la vida, que suceden y simplemente no hay control sobre ello porque solo somos seres humanos.

 Él quería escapar del dolor, de la vergüenza, del cansancio y de muchas otras cosas que lo estaban presionando. Los ignorantes dirán que no tuvo la fuerza ni el empuje necesarios, dirán que fue débil y que escogió el camino de los cobardes. Muchos dirán que no hizo lo suficiente y que debió ser más fuerte de lo que era, entrenarse incluso para ser una persona diferente, si es que se había dado cuenta que ser él mismo no servía de nada. Algunos cambian así para evitar un desenlace igual al de él pero la verdad es que no saben nada.


 A veces hay personas que no pueden ser nadie más sino ellos mismos. A veces hay personas que simplemente no pueden lidiar con el mundo como es y no pueden ponerse un velo frente a los ojos como para que no duela tanto. Hay personas que no tienen la habilidad de mentirse a sí mismos, no pueden pelear cuando saben perfectamente que van a perder. Algunos toman el camino más difícil porque morir es de todos pero elegir la muerte jamás será de débiles sino, tal vez, todo lo contrario.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Esa casa por el parque

   En el barrio ya habían intentado deshacerse de ella varias veces. No una ni dos sino muchas más y por muchos años. Varias generaciones de vecinos habían llegado y luego se habían ido y ella todavía seguía allí, como desafiándolos a todos con su presencia. Todo el mundo la evitaba e incluso trataban de no mirarla cuando pasaban por la cuadra. Algunos hacían como que apreciaban el pavimento o el cielo. Otros sacaban sus celulares o ponían música y cerraban los ojos, al fin que el camino era derecho. Nadie quería verla ni por equivocación.

 Ella era una casa, como todas las otras. Bueno, eso era por afuera. Por dentro nadie sabía ya como lucía. Estaba claro que parte del techo se había caído hacía unos años por las lluvias y porque el lugar estaba tan en mal estado que no había soportado lo que todas las otras casas sí. El lugar estaba claramente maldito y cada vecino desde hacía unos cuarentas años repetía este hecho como si decirlo en voz alta los protegiera de ello pero obviamente una cosa no tenía nada que ver con la otra. Eso sí, el sitio era un símbolo del barrio.

 De hecho, del conjunto residencial de casas que habían construido hacía tantos años, era de las pocas casas que quedaban. Originalmente eran unas cincuenta casas, casi idénticas por dentro y por afuera. Había sido un proyecto ambicioso con el que habían dado hogar a muchas personas con pagos cómodos y prestamos y muchas otras facilidades de pago. Por eso, en su origen, había sido un barrio más bien humilde. Era un lugar extraño por eso y solo sus habitantes entraban en él y nadie más que ellos. Otros le tenían algo de miedo.

 El miedo de verdad surgió años después, con lo que le pasó a la familia Ruiz. Los vecinos nunca supieron todo con detalle pero el caso era que la madre, Celestina Ruiz, tomó un cuchillo de la cocina una noche y asesinó a su marido y a sus cinco hijos. Según la mejor amiga de ella, quién fue la primera en entrar a la casa luego de lo ocurrido, Celestina seguía sosteniendo el ensangrentado cuchillo mientras estaba en la mitad del patio de tender la ropa. El hedor a muerte, al parecer, era terrible. Algunas personas incluso decían que se podía oler todavía.

 Después de eso la casa estuvo vacante pro muchos años. La asociación de vecinos pagó una limpieza profunda, con variedad de químicos ahora prohibidos, y también le pagó a un sacerdote para que bendijera todo el lugar. Lo que había ocurrido allí nunca había sido completamente explicado y muchas personas estaban seguras de que algún demonio tenía algo que ver con ello. A la misa improvisada en la casa asistieron muchos curiosos que querían ver sangre y caos pero ya no había nada de eso sino un fuerte oler a desinfectante.

Desde entonces la gente quiso tumbar la casa y así ampliar el parque que quedaba justo al lado, pero eso nunca se pudo en ese entonces. La junta de vecinos lo tenía claro: su conjunto residencial se vería afectado integralmente si una de las casas originales era demolida. Tenían claro que si conservaban bien todo, la alcaldía podría darle estatus de patrimonio arquitectónico en el futuro y así los servicios básicos serían mucho más baratos, algo que a todo el mundo le vendría bien. Eso lo lograron hace apenas dos años pero no cambió nada.

 Incluso con ese descuento, la casa sigue estando abandonada. Encima que la gente ni la mira, obviamente nadie nunca ha entrado en mucho tiempo. Algunos niños traviesos se retan a entrar en ella pero ninguno a llegado nunca más allá de la reja perimetral. Y eso es porque una fuerza desconocida los controla y los hace dar media vuelta e irse. Uno de esos niños incluso se orinó encima frente a sus amigos después de tratar de meterse en la casa y las autoridades lo descartaron todo como inventos de un niño con problemas.

 Fueron uno diez años en los que la casa estuvo desocupada después de los asesinatos. Venderla era una prioridad para el consejo de vecinos de la época pues su lucha principal era por mantener la integridad de su pequeña comunidad. Contrataron los servicios de una inmobiliaria pero pronto tuvieron que cambiarla pues la mujer que mostraba la casa aseguró haber sido “tocada” un día después de mostrar la casa, cuando había decidido ir al baño antes de salir hacia su oficina. Nunca nadie supo si la mujer quiso decir que la habían atacado sexualmente o solo tocado, pero en fin.

 Fue después que, después de mucho trabajo, otra compañía inmobiliaria fue capaz de venderle la casas a los huéspedes aparentemente perfectos: eran dos azafatas y dos pilotos. Eran todos amigos y buscaban un lugar para vivir los días que tuvieran descanso. Eso pasaba cada dos semanas, a veces más, pero el punto era que les había gustado la casa pues el aeropuerto estaba más bien cerca. Era perfecto para ellos y se mudaron un día soleado en el que el barrio observaba, incluso cuando ellos no se dieron cuenta de ello. Todos estaban en alerta.

 Pero los días pasaron y los hombres y mujeres de la casa iban y venían sin problema por lo que muchos entendieron que la misa y la limpieza de hacía tiempo habían dado sus frutos. Ya todo estaba bien y los vecinos lentamente dejaron de hablar de la casa y de su pasado. Al menos hasta que un día vieron la noticia en la televisión de que uno de los pilotos y una de las azafatas habían muerto en un accidente aéreo. La causa, según dijeron, eran rayos caídos directamente sobre el aparato.

 A la gente le pareció raro y de nuevo empezaron a observar la casa pero para nada pues los inquilinos que quedaban se fueron por una razón simple: no tenían como pagar el alquiler sin sus compañeros. La gente creyó, de nuevo, que la casa quedaría sola por mucho tiempo después de eso. Pero se equivocaron pues no pasó ni un mes hasta que llegó la familia Robinson. Eran bastante amables y sonrientes. La familia estaba formada por el padre, la madre, un hijo adolescente, un niña pequeña y la madre de la mujer.  Parecían una familia feliz.

 La gente estuvo pendiente de ellos e incluso los invitaron a actividades del barrio, pensando que así de pronto no pasaría nada con ellos. Pero eso no evitó nada de lo que pasaría después. Todo empezó una noche de tormenta, cuando varios rayos impactaron la casa y casi la hacen arder. La lluvia lo impidió pero los vecinos estaban decididamente asustados. Los rayos no eran comunes y los hacía pensar en la tragedia aérea y en que de pronto sí estaba relacionada con la casa y lo que sea que tuviera en sus más oscuros rincones.

 Otra noche, se oyó un escandalo, cosas que se rompían y muebles lanzados contra las paredes. El ruido era tal que todo el mundo miraba por las ventanas. Salieron a la calle cuando los Robinson salieron corriendo a la calle en pijama. Estaban llorando y gritando, pues juraban haber sido testigos de algo demoniaco. Todos se había movido solo y decían que las paredes del cuarto de los niños había llorado sangre. La policía revisó y no encontró nada de eso pero sí vieron el desastre causado y los identificaron como vecinos problemáticos.

 Las noches de ruido y caos siguieron. El rumor era que todo pasaba en el cuarto de la niña pequeña. Un día llegó un coche negro y muchos dijeron haber visto a un sacerdote bajar de él. Esa semana fue intensa pues el ruido era mayor y alguna gente juró haber visto a los muertos de antes deambulando en la noche. Todo culminó una noche en la que los vecinos fueron despertados por el estruendo y luego una voz potente y ronca que los amenazaba de muerte. Cuando salieron a la calle a ver quien era, muchos aseguran haber visto a la niña flotar frente a la casa, hablando con esa voz.


 Los Robinson finalmente se fueron y eso fue lo último que se vio en esa casa. Poco a poco, el conjunto empezó a desvanecerse por la construcción de edificios y la salida de vecinos de hacía muchos años. Pocos de los vecinos originales seguían allí. Sin embargo, todo el mundo sabía de la casa y la ignoraban. Eso será al menos hasta mañana, cuando la casa amanezca en ruinas y el demonio que habita en ella haya decidido que es hora de cambiar de estrategia.

viernes, 21 de octubre de 2016

La muerte de Bigotes

   El viaje desde la veterinaria hasta la casa fue el más deprimente que jamás hubiesen hecho. Ninguno de los pasajeros de la camioneta hablaba, ni siquiera parecía que respiraran. Estaban tan tristes y tan confundidos, que no sabían que hacer o que decir o como actuar. Al fin y al cabo que se les había muerto su querido Bigotes, el gato con el que habían convivido por más de cinco años. No había muerto de vejez sino por una extraña enfermedad que el da a los de su especie. Habían tenido que tomar la decisión de ponerlo a dormir y eso los tenía pensativos a todos.

 En el asiento trasero, iba el pequeño Nico. Había llorado desde por la mañana, cuando encontró a Nico casi sin vida al lado de su plato de comida y agua. Todas las mañanas el niño tenía la costumbre de visitar al gato en su habitación al lado de la cocina. Lo encerraban allí por las noches porque ya había sucedido que se salía a la calle sin previo aviso y se pasaban un buen par de horas buscándolo por todos lados. Así que decidieron cerrar la puerta en la noche y así enseñarle a Bigotes que no podía irse adonde quisiera, cuando quisiera

 Pero eso no había ayudado esta vez. La enfermedad, al parecer, había avanzado lentamente por mucho tiempo y para cuando Nico lo encontró estaba en un estado en el que ya no se podía hacer nada por él. Fue difícil tatar de explicarle a Nico lo que pasaba. Lloraba tanto que no se dejaba explicar lo que sucedía y cuando dejaba de llorar parecía que las palabras no tenían sentido para él. Bigotes era su mejor amigo, dicho por él mismo. La verdad era que el gato y el niño sí tenían una conexión especial, poco común se podría decir.

 Cuando durmieron a Bigotes, Nico empezó a gritar y a patalear tan fuerte que muchas de las mascotas que esperaban ser atendidas tuvieron una pequeña crisis nerviosa por el ruido y el alboroto. El padre de Nico tuvo que sacarlo a la calle y allí calmarlo un poco. Quiso comprarle un helado o caramelos pero el niño se negó, llorando como si tuviera reservas eternas de lágrimas. Cuando volvieron adentro, ya todo estaba hecho y la veterinaria tuvo la buena idea de que el niño pudiese despedirse de su amiguito. Fue un momento muy duro para los padres y el resto de presentes.

 Tuvieron que esperan un rato más pues en el mismo lugar incineraban los cuerpos de las mascotas y daban los restos a la familia para que pudiesen enterrarlas o lanzarlas en algún lugar especial o lo que quisieran hacer. En el viaje de vuelta a casa, la cajita estuvo quieta en el asiento al lado del de Nico, que le echaba miradas a la cajita y parecía estar a punto de llorar de nuevo pero parecía controlarse y no lo hacía. Apenas llegaron a la casa, Nico subió corriendo a su cuarto y se encerró allí sin decir una palabra a sus padres.

 Ellos tomaron la cajita y la pusieron en el cuarto que había ocupado Bigotes. Incluso para ellos había sido una experiencia dura pues en muchos de los recuerdos más alegres de la familia, Bigotes había estado presente. Era la mascota de la familia y tenían miles de fotografías que lo probaban. Nico tenía solo ocho años y para él ese gato había estado allí toda su vida, compartiendo con él y jugando. Debía ser muy duro y los padres trataron de discutir como hacerle entender que era algo normal y que no podía ponerse triste por lo que había ocurrido.

 Al parecer, Bigotes tenía una enfermedad que atacaba a través de la sangre, haciendo que de un momento a otro no pudiese caminar ni hacer ningún movimiento brusco. Era como si el cuerpo se le apagara de un momento a otro. La veterinaria les explicó que era poco común pero que ya lo había visto ocurrir y no había manera de prevenirlo o de hacer nada para remediar la situación. La recomendación de cremarlo también fue de ella pues pensaba que podía ser lo mejor cuando se trataba de enfermedades tan extrañas como esa.

 Esa noche, Nico no quiso bajar a comer. Ni siquiera la promesa de dos bolas de helado con chicles fue suficiente para convencerlo. No quisieron entrar de golpe al cuarto porque querían respetar el duelo de su hijo pero cada cierto rato pasaban frente a la puerta y preguntaban si estaba bien. Él siempre respondía, con la voz desganada y claramente cansado y todavía muy afectado por lo que había pasado. Como era jueves, decidieron no mandarlo a la escuela el viernes y que tuviesen tres días para procesar su dolor por el gato.

 El viernes no salió pero por lo menos dejó que su madre le pusiera en el escritorio un plato con comida. Cuando ella lo buscó más tarde, no había comido casi nada y se la pasaba en el suelo haciendo nada o en la cama acostado sobre su pecho. Les rompía el corazón ver a su hijo así y estuvieron a punto de llamar a un psicólogo infantil pero el papá de Nico dijo que el luto era normal y que Nico debía procesarlo a su manera, sin apurarlo ni nada por el estilo. Debía ser él el que les dijera cuando estuviese listo.

 Para el sábado en la noche, Nico ya salió de su habitación y se quedó con ellos en la sala para ver una película. A propósito, su padre puso una que sabría que le gustaría y el niño se mantuvo entretenido lo que duró la película pero en ningún momento soltó una carcajada ni nada parecido. Pero estaba allí con ellos y eso era un avance. El fin de semana terminó de manera similar aunque cuando lo acostaron el domingo por la noche, Nico preguntó a sus padres que se sentía morir.

 La pregunta los cogió fuera de base. No debía haber sido así pero no sabían muy bien como responder. Tratando de ser cuidadosos, le explicaron al niño que las personas solo morían una vez y que por eso nadie sabía muy bien lo que se sentía. Además, no todos mueren igual entonces por eso era muy difícil responder la pregunta. Entonces, Nico preguntó si a Bigotes le había dolido la inyección de la doctora y ellos se apuraron a decir que no, que seguramente había sentido mucho sueño y que así había ocurrido todo. No preguntó nada más.

 Al otro día ya tenía escuela. Cuando llegó en la tarde parecía más alegre, más energético. Pidió tomar una leche con chocolate y poder ver dibujos animados antes de hacer las tareas. Todo el tiempo que estuvo en la sala se rió de las situaciones que veía y la madre quedó sorprendida. Todo se explicó al otro día, cuando tuvo que ir a la escuela y la profesora le contó que su hijo había preguntado en clase sobre la muerte. Al comienzo había sido difícil responder pues no era una pregunta que hiciese un niño de esa edad en la escuela.

 Pero según la profesora, fueron los compañeros de Nico los que empezaron a responder y a contar sus propias experiencias. La mayoría había tenido mascotas y habían pasado por situaciones parecidas. Los que no tenían mascota, habían tenido familiares que también habían enfermado y muerto y le explicaron a Nico cada una de sus experiencias. La profesora no intervino mucho pero se dio cuenta de que era el mejor espacio para el que niños tan jóvenes hablaran de lo que la muerte era para ellos y como la percibían en sus vidas.

 Cuando sonó la campana del recreo, los niños siguieron hablando del tema y ella tuvo que hacerlos salir para que tomaran aire y comieran algo. Muchos siguieron discutiendo durante el recreo pero cuando volvieron al salón de clase ya todo parecía haber sido hablado porque pudo retomar el tema original de la clase sin ningún problema. El punto era que Nico había superado la situación por el mismo, sin ayuda de nadie y haciendo las preguntas correctas y a las personas correctas. Era eso lo que necesitaba desde el comienzo.


 El fin de semana siguiente fue el entierro de las cenizas de Bigotes en el patio trasero de la casa. Nico no quiso lanzarlas porque quería tenerlo cerca. Sus padres estuvieron de acuerdo. El mismo cavó el huevo, echó las cenizas y tapó con tierra. Cada uno dijo algunas palabras y al final la madre plantó algunas semillas que prometió a Nico crecerían para ser flores hermosas que les recordarían a Bigotes para siempre. El niño sonrió y desde ese día maduró un poco.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Superhéroes

   Todo el mundo recordaba con claridad el día en que los superhéroes decidieron quitarse sus máscaras y revelar sus identidades. Fue algo increíblemente chocante pues sucedió casi al mismo tiempo en cada rincón del mundo. Al parecer, lo habían planeado así para que pudiesen estar todos untos en semejante momento tan difícil para cada uno de ellos. Al fin y a cabo, era su identidad la que estaba comprometida. Al revelar sus identidades, sabían bien que ponían en peligro a las personas que más querían en el mundo.

 El problema era que, desde que habían surgido hacía ya algunos años, la gente había empezado a perderles confianza, al punto de preferir no ser rescatados por ninguno de ellos, pues en muchas ocasiones la cantidad de daño que hacían era muy superior a la cantidad de ayuda que proporcionaban. Por supuesto, no era algo que hiciesen a propósito. Lo que pasaba es que había cada vez más héroes jóvenes y esto significaba que tenían menos experiencia de campo. Muchas veces no sabían muy bien que hacer y entonces ocurrían las tragedias.

 Los gobiernos fueron quienes se reunieron, a puerta cerrada, y decidieron que la única manera de que la gente estuviese a salvo todo el tiempo era manejar todo lo que tenía que ver con los superhéroes. Es decir, que ellos dejarían de involucrarse por su cuenta y pasarían a ser enviados especiales de cada uno de los gobiernos. Serían los cuerpos gubernamentales quienes asignarían a cada uno de los héroes a situaciones delicadas. De esta manera enfocarían sus esfuerzos y poderes en las situaciones donde más los necesitaban.

 El problema que veían los héroes era que, de esa manera, no podrían ayudar a la gente en misiones pequeñas y urgentes como alguien ahogándose o cosas por el estilo. Esperar a ser autorizado para actuar podría ser para muchos la diferencia entre la vida y la muerte. Además estaba el punto del registro, en el que los gobiernos instaban a los héroes a revelar su identidad para así eliminar el factor “vigilante” y tener una situación de confianza total entre las personas, los gobiernos y los superhéroes. Estos últimos, no estaban nada convencidos.

Hubo algunos que decidieron retirarse en ese mismo instante. Es decir que jamás ayudarían a nadie más porque no deseaban quitarse la máscara y revelar quienes eran. La mayoría de los que hicieron eso tenían razones de peso: durante sus muchos años de peleas, habían logrado establecerse en alguna parte y formar una familia, algo que la mayoría de héroes no se planteaba ni remotamente. No querían sacrificar algo que les había resultado tan difícil de conseguir y menos por un sistema que tenía más fallas que soluciones, según ellos.

 Los que no se retiraron de todas maneras eran bastantes. Muchos eran jóvenes y, o no entendían el alcance de lo que les pedían o simplemente no tenían nada que perder. Era algo trágico pero había muchos de ellos que no tenían familia. Sus poderes habían surgido de situaciones difíciles y algunos ya habían perdido todo lo que hubiesen querido conservar. Veían lo de revelar su identidad como un paso más y no como un problema o una solución. Mejor dicho, les daba igual.

 El día que revelaron sus identidades, la gente se sorprendió con muchos de ellos y con otros la reacción fue de apenas sorpresa. A muchos se les notaban sus cualidades de superhéroe pero otros en verdad fueron una sorpresa porque no parecían del tipo de persona que se sacrificaría por otros. Durante semanas se le puso atención a la noticia y casi todos los días se hablaba en los medios de alguno de ellos, sin su permiso. La excusa era acercar los héroes a la gente pero lo único que querían era vender periódicos y revistas a costa de otros.

 Los gobiernos acordaron premiar a cada uno de los héroes con medallas de servicio a la comunidad. De esa manera, pensaban que podían ponerlos completamente de su lado y tratar de opacar los comentarios que hacían en los medios de cada uno de ellos. En todo el mundo sucedió lo mismo y se notaba que no era algo que fuese a terminar en un futuro próximo. De la nada, la gente estaba obsesionada de nuevo con los superhéroes ahora que sabían quienes eran. Querían hacer parte de la discusión y por eso todos contaban sus historias que tuviesen que ver con uno de ellos.

 Era de esperarse que la participación de héroes en enfrentamientos o en misiones de salvamento se redujo considerablemente. Los gobiernos limitabas de manera tajante la participación de ninguno de ellos a menos que de verdad fuese necesario. Por eso cuando uno ellos ayudaba las cosas se ponían difíciles pues la gente se amasaba para tomar fotos y pedir autógrafos y no dejaban que el héroe en cuestión hiciese lo que debía hacer en el momento. Las personas siempre habían sido una distracción pero ahora era cada vez peor.

 Además estaba el acoso fuera de los campos de batalla. La gente se obsesionaba con los súper y lo que hacían era averiguar donde vivían y que hacían en su vida diaria. Aparecieron en internet miles de fotos de muchos superhéroes en varias situaciones, la mayoría una clara evidencia de invasión de privacidad. Muchos de ellos denunciaron el hecho pero los gobiernos les respondían que ahora eran propiedad del estado y también del pueblo por lo que no había nada de malo en que tuviesen seguidores, por muy insistentes que fuesen.

 El verdadero problema vino cuando grupos de personas que siempre habían odiado a los superhéroes se reunieron y decidieron actuar. Aunque de esos grupos había en todas partes, uno en particular debía ser notado. Eran más que todo hombres de zonas alejadas, no urbanas, que creían que los seres con poderes extraños eran algo así como acólitos del diablo. Por eso decidieron buscar en sus regiones a cualquiera de ellos y encontraron a un joven que solo había participado en algunas misiones pero que no tenía la experiencia de los héroes más conocidos.

Sin embargo, eso no le importó a la turba enfurecida. Lo rastrearon sin que él supiera nada y una noche invadieron su casa, ataron a sus padres y se los llevaron hacia el bosque. Durante toda la noche lo patearon, lo golpearon y lo azotaron con ramas para obligarlo a revelar sus poderes. Ellos no entendían, o no querían entender, que sus poderes eran de la mente como leer pensamientos y cosas por el estilo. Ni siquiera podía influenciar las mentes porque no tenía tanta práctica. La turba lo acosó hasta que el chico no resistió más y reveló un poder que no sabía que tenía.

 Algunos de los secuestradores resultaron heridos pero eso no fue lo más grave. El jefe del grupo se asustó terriblemente y lo primero que pensó, y que luego hizo, fue apuntar al chico con una pistola y dispararle toda una ronda de balas. Por supuesto, el joven con poderes murió al instante. Sin embargo el grupo se dio cuenta de que eso había sido mucho más de lo que se habían propuesto hacerle. Ellos solo querían acosarlo y hacer que se fuera de su región.

 Dejaron tirado el cuerpo en la mitad del bosque, esperando que nadie lo encontrara. Sin embargo, la familia fue encontrada amarrada y ellos denunciaron a la policía que uno de los suyos no estaban en la casa. No demoraron mucho en encontrarlo, todavía lleno de sangre y casi irreconocible por la cantidad de disparos. Al llegar la noticia a los medios, hubo revuelo instantáneo, sobre todo de los héroes que ahora vivían expuestos a que todo el mundo supiese quienes eran. Exigieron protección del gobierno y garantías pero los gobiernos eran lentos.


 Muchos decidieron volver al anonimato o renunciaron por completo a su carrera como superhéroes. Se perdieron entre los miles de millones de personas en el mundo y nunca más se supo de ellos. Lentamente empezaron a morir más personas por todas partes, pues nadie los rescataba de desastres naturales o ataques humanos. El mundo de los superhéroes ya no existía pues la misma gente lo había querido así- Y ahora se arrepentían pero eso ya no servía de nada. Era muy tarde pues esos seres especiales habían entendido que no eran más que ciudadanos de segunda clase.