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lunes, 4 de junio de 2018

Solo yo...


   Cuando estuvo frente a mi, lo único que pude hacer fue llorar. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos sin control alguno, rodando como cascadas por mis mejillas. Mis ojos se sintieron hinchados y pronto no pude ver mucho delante de mí, por lo que tuve que limpiarlos con la manga de la camisa, sin importar la cantidad de sangre que tenía por todas partes. Me acerqué un poco más y pude sentir el calor del cuerpo que estaba viendo. Era una escena que jamás había pensado ver de esa manera, algo muy extraño.

 Estaba presenciando mi primera relación sexual. Se sentía como si estuviese rodeado por una burbuja, una especie de capa delgada de plástico que me estuviese protegiendo de algún mal desconocido. Me había visto entrando por una puerta y besar a un chico que no había visto en muchos años. Ahora que lo veía, me parecía gracioso el hecho de que lo hubiese elegido precisamente a él como la primera persona con la que tendría sexo. Claro que en ese entonces creía que era “hacer el amor”, pero eso es lo de menos.

 Estuve mirándome un buen rato, mientras mi versión más joven parecía tener más brazos de lo normal. Se abrazaba con el otro chico y lo tocaba de una manera muy graciosa, algo inocente. No parecía estar presenciando una escena entre dos jóvenes a punto de hacer algo que yo conocía ya muy bien sino que parecía algo más extraño y menos familiar. Además se me hacía incluso gracioso y no podía dejar de sonreír. Era una situación demasiado extraña. Estar allí y al mismo tiempo no estar, era algo que no podía dejar pasar.

 Me limpié las manos tanto como pude en la ropa, mientras ellos hacían lo que yo sabía que habían hecho. Caí en cuenta entonces que estaba presenciando dos menores de edad en una situación comprometedora. ¿No era eso algo ilegal o peor que eso? Sin embargo, uno de ellos era yo y sabía muy bien como había terminado todo y no me refería solo a esa oscura tarde. Las cosas que habían pasado después habían definido, en buena parte, el tipo de persona que sería después, que soy ahora. Todo pasó rápidamente, ahora que lo pienso.

 Ellos se levantaron de golpe y se tomaron de la mano. De nuevo, todo se veía completamente inocente. Me di cuenta que, cuando empezaron a caminar hacia una de las habitaciones, la luz del lugar pareció seguirlos a ellos. No tenía otra cosa que hacer sino seguirlos de cerca y entrar a la habitación con ellos. Tan pronto entramos, siguieron besándose. Recuerdo bien que él mismo me había dicho que tenía que aprender como besar y eso era lo que estaba intentando hacer, me decía cómo debía de hacerlo para disfrutar más del momento y de la otra persona con la que estaba. En parte, tenía razón o eso creí entonces.

 Solté una carcajada cuando tomaron un caramelo y se besaron con el en la boca, y se lo pasaron de un lado a otro. Había olvidado por completo que eso era lo que habíamos hecho esa tarde. Después vino algo más asqueroso, que fue tomar un sorbo de champú para luego hacer lo mismo con él. Era como ponerle algo asqueroso a un momento precioso y a un sabor que ya estaba bastante bien. Los chicos jóvenes pueden ser muy asquerosos, eso lo sé muy bien ahora que he conocido mi buena parte de hombres en esta vida.

 Entonces, él me fue empujando sobre su cama y se inclinó encima mío. Mis nervios se notaban. Incluso entonces, debo decirlo, mi yo más joven se veía como un niño pequeño que no sabe lo que está pasando. Se besaron más y fue entonces cuando algo me desconcentró. Dejé de escucharlos por primera vez desde que había ingresado en ese estado extraño, puesto que algo de mi lado hizo un ruido extraño. Parecía un grito pero no supe bien que era porque no se repitió. Mientras tanto, el otro chico se había quitado la camiseta.

 Los volví a mirar pero mi interés se había visto corrompido por el breve grito que había escuchado. Había rasgado lo más profundo de mi mente y me había hecho pensar, por primera vez, que era posible que el estado en el que me encontraba podía ser resultado de algo que no debía alargarse demasiado. Tal vez era todo un truco, ver uno de mis recuerdos para distraerme y así seguir destruyendo lo que más quería del otro lado. Y ese otro lado es el presente, desde el que les escribo ahora. ¿Eso es bueno, no?

 Traté de mirarlos, como me quitaba mi ropa y la de él, como nos metíamos bajo las cobijas y nos tocábamos y besábamos y reíamos, como niños. Me di cuenta que, en ese entonces, yo era muy maduro de unas maneras y muy inmaduro de muchas otras. El sexo y todo lo que tenía que ver con la relación con mi cuerpo, estaba mucho más avanzado que en otros chicos de mi misma edad. Pero no tenía ni idea de las verdaderas consecuencias de mis actos, no sabía como las decisiones que tomaba me encaminaban a mi presente actual.

 De repente, cuando escuché el primer gemido del otro chico, un nuevo grito ahogó casi de inmediato ese sonido de placer. Esta vez se oía mucho más claro y era evidente que provenía de mi lado, de mi presente. Sentía que había algo que había olvidado, algo que había dejado de lado en el momento en el que había entrado en esta nube extraña que me había llevado al pasado, a un momento en el que no había pensado en mucho tiempo. ¿Porqué me había llevado esa cosa a ese recuerdo y no a otro? ¿Porqué quería hacerme ver algo que ya ni recordaba bien? ¿Cual era el punto de todo?

 Otra vez un nuevo grito. Esta vez el que gemía en la cama era yo y sabía muy bien porqué pero ya no me interesaba lo que pasaba allí. Me di cuenta, o mejor dicho, recordé la sangre que manchaba mi ropa, mi cara y mis manos. Y recordé también de donde había salido. Y el que gritó entonces fui yo y el grito que venía de afuera de esa burbuja temporal, también había sido mío. Porque seguía en ese campo de batalla, con el cielo rojo y mi mente colapsando.

 Varios morían cerca y lejos y supe bien que yo había sido responsable de muchas muertes en ese lugar. Sé que luchaba por algo más grande que mi mismo, que mi vida o que mi muerta. Estaba luchando para que todos pudiéramos tener una vida decente, una vida de verdad. Había dejado de lado la pistola y en mi cinto sentí un cuchillo bien afilado que no había visto ni sentido antes. Miré bien a mi alrededor y no vi a nadie cerca, solo voces lejanas y gritos y muchas explosiones. El olor a muerte se estaba expandiendo.

 No sé qué había causado mi regreso al pasado, no sé quién o que me había enviado allí para mantenerme distraído. Era obvio que algo sabían acerca de mi y habían creído que un recuerdo me detendría. Pero yo mismo pude sacarme de allí adentro, porque nadie más podría nunca ayudarme. Desde el comienzo había sabido que todo lo que había que hacer, tenía que hacerlo yo mismo, con mis propias manos. Había gente que creía en lo mismo que yo, pero para ir más lejos solo podría confiar en mi mismo. Nadie más podría hacerlo.

 Entonces se acercaron algunos enemigos y en menos de un minuto estuvieron en el suelo, cogiendo con ambas manos su cuello, tratando de respirar después de que les había hecho un corte profundo que solo significaba la muerte. No podía haber dudas y por eso solo yo podría avanzar lo suficiente. Solo yo podía caminar por ese campo como lo hice, solo yo podía usar mi cuerpo y mi mente para destruirlos, como también lo hice. Cuando llegué al otro lado, al lugar desde el que nos atacaban, la decisión fue sencilla.

 Mis acciones mataron a miles y me encarcelaron por ello. Había salvado a millones pero la ley era la ley y tenían que juzgarme. Muchos me acusaron de ser un genocida, un asesino sin compasión que había destruido sus amorosos hogares llenos de odio y desdén por todos los demás.

 Acepté mi destino, lo que dijo la ley, y por eso les escribo desde la cárcel. Creo que es una buena manera de hacer terapia, de reflexionar sobre lo que hice de joven y de adulto. No pienso, ni pretendo, que nadie me perdone. Solo espero que alguien alguna vez piense en mí y sepa todo lo que soy y fui.

viernes, 25 de mayo de 2018

El gato de mi casa


   Me serví una taza de café negro, como todas las mañanas, sin poner mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor. La luz del sol de la mañana entraba suavemente por la ventana, haciendo brillar sutilmente todos los objetos que había en el área, sobre todo aquellos hechos de vidrio o metal. Había un sonido suave, producido por el aire que soplaba afuera y hacía mover las ramas más altas de los árboles. Solo yo rompía el silencio, vertiendo el liquido negro en mi taza favorita, tomando un sorbo profundo y sabroso.

 Desperté por fin, puesto que había caminado desde mi cuarto sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y eso que dormía en el piso de arriba. La casa de mis padres, en la que había vivido mi infancia, era ahora mía. Obviamente no había pasado nada bueno para que así fueran las cosas, pero pensar en eso me hacía sentir demasiado triste, así que empecé a caminar, esperando que la mañana trajera algo nuevo a mi vida, algo diferente e inesperado que cambiara por completo mi visión de las cosas en ese momento.

 Me acerqué a la puerta que daba al pequeño patio. Se podía ver por entre el vidrio que el sol estaba calentando el pasto. Iba a ser un día hermoso, sin duda. Tomé un sorbo grande y traté de sentir con cada receptor nervioso el sabor del café y lo que causaba en mi cuerpo. Lo sentí llenar cada rincón de mi ser, casi como si fuera una poción capaz de curar hasta los cuerpos más trajinados. Se sentía como si de mi interior naciera un poder extraordinario que provenía de lo más profundo de mi mente, de un rincón desconocido.

 De repente, algo saltó en el pasto afuera. Era un gato, que se me había estado camuflando perfectamente en el pasto algo quemado del exterior. Además, no había sido cortado en un tiempo y eso le daba un sitio de escondite a muchas criaturas. Cuando saltó, no solo me eché para atrás regando algo de café en el suelo de madera, sino que vi como otro animal saltaba asustado y se encaramaba en el árbol más cercano, escapando del depredador a toda velocidad. La ardilla se había salvado por un pelo.

 Tuve que devolverme a la cocina a buscar un trapo para limpiar el desastre que había hecho. Limpié con cuidado para que el liquido no se filtrara por entre las tablas del suelo. Sabía que en algún momento la casa iba a tener problemas pues ya estaba vieja y seguramente necesitaría arreglos y reparaciones. Pero yo no tenía ni un solo centavo, eso sin contar el dinero que me habían dejado mis padres. Ese dinero estaba destinado a algo diferente, así que no podía disponer de él para la casa, así ella hubiese sido el tesoro más apreciado por mis padres, que tanto la habían cuidado a lo largo de sus vidas.

 Me quedé allí en el suelo, con el trapo húmedo en la mano, pensando en ellos. Recordé sus rostros y sus cuerpos yendo de un lado a otro de la casa, en tiempos en los que no había tenido nada porqué preocuparme. Los veía hacer sus cosas, mientras mis hermanos y yo jugábamos o hacíamos la tarea. Eran seres extraños para mí en ese tiempo y creo que lo siguen siendo ahora, pues me doy cuenta que jamás traté de conocerlos como gente, sino que siempre los traté como algo más allá de cualquier comprensión racional.

 Supongo que así es como todos los niños ven a sus padres, como seres que están en un lugar muy distinto, que hablan y piensan cosas que muchas veces no tienen nada de sentido. Salen con cosas de la nada, como vacaciones y citas al odontólogo, y después sorprenden con fiestas de cumpleaños y mascotas. Todo eso lo había tenido pero sentía que nunca podría saber quienes eran en realidad, que pensaban y que querían de la vida. Nunca serían seres humanos completos para mí, por mucho que intentara saberlo todo de ellos.

 Cuando me di cuenta, había estado en el suelo unos quince minutos. Tan distraído había estado, que no había notado que el gato que me había asustado estaba allí, adentro de la casa, mirándome de frente como si quisiera entender lo que estaba pensando. Le dije que estaba bien y me puse de pie. Luego me di cuenta que le había hablado a un gato y esperé que todo estuviese bien con mi mente. A ratos me parecía que podía estar a punto de perder la razón o al menos todo sentido de la realidad.

 Lavé el trapo con el que había limpiado el suelo, terminé mi café sobre el lavaplatos y me encaminé al baño. Necesitaba darme una ducha y hacer algo, lo que fuera. Afortunadamente era sábado y no tendría ninguna responsabilidad verdadera. No quería ir al trabajo para que la gente tuviese lástima de mi, ni quería tener que buscar papeles y ponerles sellos, cosas que me recordaban de la manera más brusca y horrible los últimos sucesos de mi vida. Abrí la llave de la ducha y esperé a que el agua se calentara.

 Estuve bajo el agua por unos cinco o seis minutos, hasta que escuché el sonido del gato. Pensé que estaría en mi cuarto rasguñando la cama o en la de mis padres… Asustado, corrí la cortina de un golpe y casi resbalo al ver que el gato estaba allí mismo. Como yo no había cerrado la puerta del baño, el animal me había seguido hasta allí sin problema. Estaba sentado al lado del montoncito que había hecho con mi ropa y me miraba de nuevo con esos ojos enormes, como preguntándose algo. Era francamente inquietante, así que cerré el agua, me envolví con una toalla y tomé al gato sin dudarlo.

  Para mi sorpresa, no me rasguñó ni hizo nada más sino mirarme directamente a los ojos. Era terriblemente incomodo, sobre todo al bajar las escaleras pues no podía mirar para otra parte. Cuando llegué a la puerta trasera, casi tuve que hacer malabares para poder abrirla y así echar al gato afuera. Cayó en sus cuatro patas sin mayor problema y se volteó a mirarme una vez más. Sus ojos enormes eran como dagas en mi  corazón. Por alguna razón, sentía que ese gato me juzgaba o al menos que esperaba algo de mi y yo no sabía qué era.

 Fue entonces que oí el grito de una mujer. Miré a un lado y al otro para ver de donde había venido y no tuve que esforzarme mucho: la casa que estaba detrás de la mía tenía un segundo piso que sobrepasaba el nivel de la copa de los árboles. Una mujer de avanzada edad me miraba asustada desde una de las ventanas. La miré confundido y decidí ignorarla. Miré entonces al gato y le advertí que no entrara de nuevo a mi casa pues no era su hogar y él no podía estarse paseando por un lugar al que no pertenecía.

 Por primera vez, el gato maulló, como preguntándome por mis palabras. Decidí no responderle, solo dedicarle una mirada severa y nada más. Entré a la casa, me aseguré de cerrar la puerta trasera con el seguro que tenía y dirigí mis pasos hacia el piso superior, pensando el la insistencia del gato en entrar a casa. Tal vez mis padres habían cuidado de él y se había acostumbrado a venir a jugar e incluso a pedir comida. Ellos jamás habían sido personas amantes de los gatos pero nunca se sabe. No los conocía…

 En la escalera, pisé algo mojado y, por un momento, pensé que de nuevo había tirado algún liquido al piso, tal vez había mojado toda la casa al salir de la ducha en semejante apuro. Pero no era un charco de agua sino mi toalla, completamente húmeda, hecha un ovillo en uno de los escalones. Fue solo hasta entonces que me di cuenta que estaba completamente desnudo y que había sido esa la razón para que la vecino hubiese pegado semejante grito. Solté una carcajada, que pareció invadir la casa.

 No paré de reír sino hasta varios minutos después, cuando recogí la toalla y subí con ella en la mano. Ya estaba seco, gracias a que el sol estaba calentando todos los rincones de la zona, así que no la necesitaba. Subí a mi habitación, y me puse algo fresco y relajado para disfrutar el bonito día.

 Cuando volví a bajar para ver que necesitaba del supermercado, vi que el gato estaba de nuevo dentro de la casa, parado en el mesón de la cocina. Tal vez mi madre lo alimentaba allí y luego se iba con mi padre, a calentar su pelaje frente al televisor. Lo acaricié y le dije que era bienvenido, cuando quisiera.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Su pan y su familia


   El olor a pan me despertó. Olía a que estaba recién hecho. No era un aroma poco común, puesto que Nicolás había empezado clases en una escuela de cocina y se la pasaba casi siempre revisando libros de recetas y probando muchas de ellas para ver cual le quedaba mejor. Después de haber sido publicista por casi diez años, Nico quería cambiar de vida. El trabajo era cada vez más estresante y me había confesado cuando empezamos a vernos que ya no lo llenaba tanto como al comienzo. Había perdido toda la pasión que había tenido por su carrera y no sabía muy bien que hacer.

 Yo le sugerí que hiciera algún taller, algo corto y no tan profundo en lo que pudiese pasar el tiempo y tal vez descubrir un pasatiempo que le resultara interesante. La verdad es que yo jamás le dije que fuera a clases de cocina y aún menos que dejara su trabajo ni nada parecido. Solo le dije que debía darse un tiempo aparte para hacer algo que lo relajara, tal vez una o dos horas cada tantos días. Nunca pensé que me pusiera tanta atención. Ese sin duda fue un punto importante en nuestra relación.

 De eso ha pasado casi un año y las cosas han cambiado bastante: ahora vivimos juntos y yo trabajo más tiempo que él, aunque mi horario es flexible y tenemos mucho tiempo para estar juntos. Eso es bueno porque hay gente que casi no se ve en la semana y terminan siendo completos desconocidos. Casi puedo asegurar que nos conocemos mejor que muchos, incluso detalles que la mayoría nunca pensaría saber de su pareja. Lo cierto es que nos queremos mucho y además nos entendemos muy bien.

 Como regalo por mudarnos juntos, le compré un gran libro de cocina francesa, escrito por una famosa cocinera estadounidense. Se ha puesto como tarea hacer uno de esos platillos cada semana. Creo que a él le gustaría hacer más que eso pero las recetas suelen estar repletas de calorías, grasas y demás, por lo que pensamos que lo mejor es no hacerlas demasiado seguido. Él ha subido algo de peso desde que nos conocimos, aunque creo que tiene más que ver con las fluctuaciones relacionadas al trabajo.

 Ahora va a la oficina pero sus responsabilidades son algo diferentes. Además, me confesó el otro día cual es su meta actual: quiere tener el dinero suficiente, así como el conocimiento adecuado, para abrir un pequeño restaurante cerca de nuestra casa. Quiere hacer de todo: entradas, ensaladas, carnes, postres e incluso mezclas de bebidas. Incluso me mostró un dibujo que hizo en el trabajo de cómo se imagina el sitio. Algo intimo, ni muy grande ni muy pequeño, donde tenga la habilidad y la posibilidad de hacer algo que en verdad llene su corazón aún más.

 Debo confesar que todo me tomó un poco por sorpresa. Nunca lo había visto tan ilusionado y contento con una idea. Y eso que con el trabajo que tiene ha tenido varios momentos para tener ideas fabulosas y las ha tenido y trabajado en ellas pero jamás lo han cautivado así. He visto que trae más libros de recetas y que compra algunas cosas en el supermercado que no comprábamos antes. No me molesta porque no es mi lugar invadir sus sueños pero sí me ha tomado desprevenido. Sin embargo, me alegro mucho por él.

 Apenas me levanté de la cama ese domingo en el que hizo el pan, fui a la cocina y lo vi allí revisando su creación. Eran como las nueve de la mañana, muy temprano para mí en un domingo. Lo saludé pero él no se dirigió a mi sino hasta que pudo verificar que su pan estaba listo. Sonreí cuando vi su cara algo untada de harina y masa y su delantal completamente sucio. Lo más gracioso era que estaba horneando casi sin ropa, solo con unos shorts puestos que usaba para dormir, a modo de pijama.

 Cuando se acercó, le di un beso. Él partió un pedazo de la hogaza de pan y me la ofreció. Tengo que decir que estaba delicioso: sabía fresco, esponjoso y simplemente sabroso. Decidimos sentarnos a desayunar, untando mantequilla y mermelada al pan y esperando que otra hogaza estuviese lista. Él quería llevarla a casa de sus padres y yo había olvidado por completo que era el día de hacer eso. Normalmente nunca iba con él sino que visitaba a mi familia, pero resultaba que ese domingo no estarían en la ciudad.

 Su familia y la mía no se conocían muy bien que digamos, se habían visto solo una vez hacía mucho tiempo. Aparte, yo nunca me había llevado bien con nadie de su familia. Sus hermanos me detestaban y sus padres no lo decían en tantas palabras pero tampoco era santo de su devoción. Un día, bastante aireado, tuve que decirle que no me importaba lo que ellos pensaran de mi, pues yo pensaba que ellos eran una de esas familias que se creen de la altísima sociedad solo porque tienen una casa de hace cincuenta años.

 Para mi sorpresa, él rió con ese apunte. La verdad era que estábamos más que enamorados y nada podía cambiar ese hecho. Él, a mis ojos, era muy diferente del resto de la familia. No solo tenía una sensibilidad particular, que en ellos no existía, sino que tenía sentido del humor. Eso siempre había sido importante para mí. Es gracioso, pero mis padres lo adoran y se lamentan siempre que voy sin él a casa. Creen que ya no estamos juntos y a veces incluso creo que lo quieren más a él que a mi, tal vez porque él es el nuevo integrante de la familia.

 Después de desayunar nos acostamos un rato en la cama hasta que fue el mediodía. No hicimos el amor ni nada por el estilo, solo nos abrazamos y estuvimos un buen rato abrazados en silencio. Era un momento para nosotros y no tenía que ser gastado hablando tonterías. Esa era otra cosa que me gustaba de él y era que sabía apreciar todos los momentos, fueran como fueran.  Nos duchamos juntos y elegimos en conjunto lo que nos íbamos a poner ese día en cuanto a ropa se refiere. Siempre era gracioso hacerlo.

 Cuando llegó la hora, tuve que mentalizarme de la tarde que iba a pasar. Teníamos que llegar a almorzar y luego quedarnos allí hasta, por lo menos, las siete de la noche. Eso eran unas cinco o seis horas en las que debía resistir golpearlos a todos o tal vez de ellos resistirse a decirme algo, cosa que había ocurrido ya varias veces en el pasado, y eso que no nos veíamos con mucha frecuencia. Tal vez eso les indique el tipo de personas que son y lo difícil que puede ser relacionarse con ellos de una manera civilizada.

 Cuando llegamos, Nico les ofreció el pan y yo les ofrecí una mermelada que habíamos comprado que iba muy bien con el pan. Apenas agradecieron el regalo. Lo peor pasó justo cuando entramos y fue que él se fue con su padre y yo tuve que quedarme dando vueltas por ahí. Mi solución fue seguir el pan a la cocina, donde estaba la empleada de toda la vida de la familia, una mujer que era mucho más divertida que todos los otros habitantes de la casa. Hablé con ella hasta que fue hora de sentarnos a comer.

 Evité hacer comentarios. De hecho, no hablé en todo el rato. Agradecí a Nicolás que no fuera una de esas personas que fuerza conversaciones. Él estaba feliz de estar de vuelta en casa, ver a sus padres y hermanos y recordar un poco su vida en ese lugar. A mi la casa se me hacía sombría y en extremo fría pero eso él lo sabía y no quería repetirlo porque no me gusta taladrar nada en la mente de nadie. Tomé la sopa y luego comí el guisado de res, que estaban muy bien a pesar de la incomoda situación.

 El resto de la tarde tuve que ir y venir, entre la cocina, la sala y el patio. Jugué con el perro, leí una revista y creo haber revisado mi teléfono unas cinco mil veces. Incuso pensé en tratar de hablar con ellos pero cuando vi como me miraban, decidí que no era momento para esas cosas.

 Cuando nos fuimos, Nicolás me lo agradeció con un beso, luego diciendo que sabía que para mí no era nada fácil ir a ese lugar. Me invitó a un helado, como quién quiere alegrar a un niño pequeño. Yo acepté porque sabía que me lo había ganado, sin lugar a dudas.

viernes, 11 de mayo de 2018

El buen pozo


   Uno, dos, tres disparos. Hubo un silencio sepulcral por un momento y luego se escuchó un cuarto disparo, seco y triste, el último sonido que rompió la calma de semejante lugar, olvidado por el hombre hacía muchos años. Era uno de esos pueblos que había sido clave en la expansión minera del país, un motor de la industrialización y de la modernización. Uno de los primeros lugares adónde llegaron los automóviles, la electricidad, el teléfono y muchos otros avances que solo años después pudieron disfrutar todos en casa.

 Pero ya no es eso que era. Ahora es un montón de polvo y oxido que se pudre lentamente bajo el calor del desierto. De las grandes máquinas no queda nada: se las llevaron hace tiempo para venderlas por partes. Lo poco que dejaron empezó a decaer rápidamente sin los cuidados de las personas encargadas y ahora solo son estantes de tierra y de bichos. Algunos animales se posan allí por largas horas, escapando del calor abrasador del exterior. Las plantas lo han tomado todo a la fuerza, en silencio.

 Es el lugar ideal para tomar la justicia en manos propias. O eso había pensado la mujer que ahora miraba el cadáver de su esposo, sangre derramándose sobre uno de sus vestidos más caros. Tuvo un impulso horrible, homicida y maniaco, de tomar un bidón de gasolina y freír el cuerpo hasta que nadie pudiera reconocerlo. Pero se abstuvo, más que todo porque lo que necesitaba no lo tenía a la mano. Fue apropiado el hecho de escuchar un ave de rapiña sobre su cabeza, seguro intrigada por la presencia de la muerte en el lugar.

 Lamentablemente, ese castigo posterior a la muerte sería demasiado largo y alguien podría venir y desatar una investigación que nadie quería que pasara. Por el bien de ella y de su familia, era mejor que nadie nunca supiera que había llevado a cabo un plan que había empezado a ser construido hacía muchísimo tiempo. Nada de ello había sido un impulso ni algo del momento. Todo había sido meticulosamente ejecutado y por eso terminarlo con un bidón de gasolina se salía de todo pronostico.

 La mujer se quedó mirando el cuerpo por un tiempo largo, hasta que cayó en cuenta de que el arma seguía en su mano. Entonces se acercó a un pozo que había cerca, limpió el arma con la manga de su blusa de flores y luego la lanzó por el pozo, escuchando como daba golpes contra los costados metálicos del tubo. Se dejó de oír después de un rato pero era casi seguro que el arma seguiría cayendo por un tiempo más. El hombre había ido muy profundo en su afán de buscar metales y de hacer negocio con ello. La tierra se comería todo lo que cayera por ese pozo, sin dudarlo.

 El dilema de qué hacer con el cuerpo seguía allí. Podía ejecutar el plan inicial de enterrar al hombre allí mismo pero se había dado cuenta de la estupidez de su plan momentos antes de subir al vehículo en la ciudad. Con tantos avances tecnológicos, incluso habiendo pasado muchos años, podrían fácilmente saber quién era el cadáver e incluso como había muerto. Eso podría llevarles, en cuestión de poco tiempo, al asesino. En este caso a la asesina. Y ella no pretendía ser encerrada por culpa de ese maldito.

 Siempre había sido un hombre algo estúpido. A pesar de su inteligencia para los negocios y de su facilidad para interactuar con la gente, en especial con mujeres, él siempre había sido un imbécil en el sentido más elemental posible. Era además un animal, uno de esos tipos que cree que tiene derecho a quién quiera y a lo que quiera nada más porque tiene los cojones de decirlo a los cuatro vientos. Así había caído ella y, era gracioso, pero también había sido así que él mismo había caído, resultando en su muerte.

 No había dudado ni un segundo del viaje que iban a tomar, de la sorpresa que ella había fingido tener para él. Habían sido cuatro años juntos pero nadie sabía la clase de tortura que era vivir con una persona como él. Era el peor de los seres humanos, tal vez por su idiotez o incluso por lo contrario… El caso es que el mundo no había perdido a nadie importante ese día, en el desierto. Tal vez su familia lloraría por él unos días, pero ellos eran igual de desalmados que él, así que seguramente sus vidas seguirían adelante sin contratiempos.

 Lo difícil había sido drogarlo sin que se diera cuenta pero suele pasar que la gente cae en los momentos más evidentes. No vio nada de raro en que ella tuviese refrescos fríos en una pequeña nevera dentro del coche. Se comió el cuento del picnic que iban a hacer, se tragó toda la historia que ella le había contado, sobre como quería arreglar todo lo que estaba mal en su relación y como ella quería luchar por ese lugar que los dos habían construido con tanto esmero por tantos años. No dudó ni un segundo.

 Se desmayó fácil, como un elefante al que disparan un tranquilizante. Se durmió medio hora antes de llegar a la mina y allí ella solo tuvo que bajarlo del coche, amarrarlo a un viejo poste con una cuerda especial para campamentos y dispararle algunas veces. Iban a ser solo tres disparos: uno a la cabeza, otro al corazón y uno al pene. Pero se le fue un cuarto, después de tomar un respiro. Fue un tiro al estomago, que por poco falla pues fue un disparo lleno de odio y resentimiento. Sin embargo, las manos no le temblaron ni lloró después ni nada de esas ridiculeces tipo película de Hollywood. Ella solo lo miró.

 Al final, decidió que lo mejor era dejarlo allí amarrado para que pudiera ser de alimento a los animales de la zona. Según parece, no solo los buitres habitaban los alrededores de la mina, sino que también coyotes y otras criaturas capaces de arrancar la carne de los huesos, sin contar a los miles de insectos, habitaban ese sector del desierto. Se aseguró de que la cuerda estuviese bien amarrada y luego caminó al vehículo, para sacarlo todo y tirarlo al pozo, igual que había hecho con la pistola hacía algunos minutos.

 Las bebidas frías, el hielo, la nevera, el recibo por la cuerda y las balas, la billetera de él y algunas otras cosas. Entonces se dio cuenta del potencial que tenía ese pozo sin fin y, sin dudarlo, empezó a quitarse la ropa y la arroyo por el pozo. Cuando estuvo completamente desnuda, le quitó la ropa al cuerpo de su marido y la tiró también por el pozo. Después de lanzar las llaves del carro, el último artículo que le quedaba, la mujer miró la escena y sonrió por primera vez en un muy largo tiempo.

 Acto seguido, se dio la vuelta y empezó a caminar por el mismo camino de acceso que había seguido al entrar con el coche. En su mente, empezó a construir una historia elaborada para la policía, así como para su familia y la de él. Tenía que tener todos los detalles en orden y no olvidar ningún elemento de la escena del crimen. Tenía que tenerlo todo calculado y ella sabía muy bien como hacerlo, tenía los nervios de acero para ese trabajo y la paciencia para repetir su historia ficticia mil veces, si era necesario.

 Eventualmente llegó a un pueblo, donde se desmayó por falta de agua. La ayudaron llevándola en ambulancia a la ciudad, donde pude contar su historia varios días después. Cuando la policía llegó a la escena del crimen, pasaron dos cosas con las que ella no contaba pero que le ayudaban de una manera increíble. Lo primero era que el vehículo ya no estaba. Al parecer, se lo habían robado poco tiempo después de todo lo que había ocurrido. Y lo otro era que no quedaba casi nada de su querido esposo.

 Enterraron lo que pudieron y, tal como ella predijo, la familia de él superó todo el asunto en cuestión de días. Acordaron cuanto dinero le darían por ser su esposa y no haber herencia. Cuando eso estuvo hecho, ella se fue de allí alegando que los recuerdos eran demasiado para quedarse.

 El asesinato que había cometido jamás la persiguió. No hubo remordimiento ni tristeza. Casi nunca recordaba los momentos que había vivido con él y su historia de ese último día en el desierto se fue adaptando a su cerebro, hasta que un día ya no se pudo distinguir esa ficción, de la realidad.