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martes, 24 de marzo de 2015

Sintra

   El día no prometía mucho pero de todas maneras ya estaba yo allí y no había manera de volver. El tren no se había demorado mucho entre la ciudad y el pueblo. Lo entretenido, al menos para mí, de este paseo, era que las caminatas eran largas y por escenarios majestuosos, a juzgar por las fotografías que había encontrado en internet. Tenía mi cámara y mi celular listos y había tratado de desayunar lo mejor posible, aunque con el presupuesto de un estudiante eso era bastante difícil.

 El tren nunca se llenó y fuimos pocos los que descendimos en la última parada. El pequeño poblado parecía de fantasmas, sin un alma a la vista por ningún lado. La verdad es que ese no era el pueblo al que yo quería ir. Para ir eso había que seguir las indicaciones que señalaban el inicio de los caminos de las montañas. El primer tramo, al lado de una carretera, fue bastante tranquilo y apacible. A un lado, la hermosa montaña llena de árboles y algunas casas de arquitectura particular. Del otro, un acantilado pero no muy profundo. Más calles y casas del poblado habían sido construidas allí, donde alguna vez hubo un río.

 El primer tramo terminaba en el verdadero pueblo, un pequeño montón de casas en lo que parecía un promontorio de la montaña. La vista la dominaba un palacio que tenía más cara de fábrica que de otra cosas. Me acerqué al lugar y vi que era el primero de varios museos que iba a encontrar ese día. Había un puesto de información donde un aburrida mujer me permitió tomar los folletos que quisiera. Los tomé en varios idiomas y de cada sitio de la montaña y los guardé con cuidado en el fondo de mi maletín. Solo dejé uno fuera para tener a mano, esperanzado de que gracias a ese montón de papel no me perdiese en la neblina que había empezado a bajar lentamente por la ladera de la montaña.

 El palacio resultaba mucho más hermoso por dentro que por fuera. Pagué la entrada más cara, para visitar todos los sitios, y seguí paseando por el lugar. Es hermoso caminar por las antiguas moradas de la gente e imaginar que pudo haber ocurrido en dichos corredores hace unos cien, doscientos o hasta quinientos años. Quien sabe que secretos se murmuraron o que discusiones rebotaron de muro a muro. Lo mejor fue ver los objetos, aquellos quelos antiguos habitantes de la casa habían utilizado. Sin problema, pude imaginarme vistiendo las extrañas ropas del siglo XVII, sentado a la mesa comiendo algún plato que fuese típico de la región. Tal vez faisán o alguna otra ave de caza?

 Estoy seguro que los pocos turistas que me acompañaban me miraban un poco extrañados al ver que sonreía como un tonto cada vez que miraba alguna de las piezas o cuando me quedaba demasiado tiempo mirándolo todo. La verdad no es algo que me importase entonces o ahora. En los museos, detesto cuando la gente camina rápido y simplemente creo que se trata de un circuito de carreras o algo parecido. No, para mi un museo es más un templo que cualquier otra cosa. Es prácticamente un cementerio, un lugar adonde mucho de nuestro pasado va a morir. Obviamente que no todo muere y mucho se transforma pero lo que no perdura, lo físico, va y encuentra su lugar en un museo y eso para mi merece el más profundo respeto.

 Cuando salí del palacio, abrí el mapa y me propuse caminar al siguiente sitio con prontitud. El día cada vez empeoraba y para ser las diez de la mañana, el clima parecía anunciar el final de la tarde. Lo mejor era ir primero a los palacios de la parte alta del bosque y luego seguir con los demás sitios que quedaban un poco más retirados. Lo bueno era que todo estaba debidamente señalizado, como en pocos sitios. La caminata fue buena hasta que la lluvia empezó a caer y debí abrigarme solamente con mi chaqueta. Para mi sorpresa, era muy efectiva pero no lo suficiente para alejar el frío. Ya estaba en pleno bosque cuando la lluvia pareció ceder. Era un lugar hermoso, igual de solitario que los demás.

 Es la verdad cuando digo que mi cabeza estuvo a punto de explotar de tanto que había por fotografiar, por ver e incluso por sentir. Había pequeños lagos formando un jardín entre los grandes árboles y los caminos de piedra. Como no había nadie pude rendirme a mi imaginación y con facilidad pude verme como un caballero al mejor estilo de Robin Hood, usando flechas para cazar mi alimento y defender a quienes no podían hacerlo solos. El lugar también se prestaba para imaginar un encuentro romántico y fue ahí cuando mi imaginación se frenó y no trabajó más.

 Tenía que pensar en el amor, aquella cosa extraña y amorfa en la que ya no sé si creer o no. Por supuesto me hubiera encantado estar allí con alguien especial, compartiendo lo hermoso del lugar, seguramente tomados de la mano y dándonos besos cada cinco segundos. Pero para que desgastar mi imaginación, que solía ser tan buena, en cosas que ni siquiera la mente más brillante podía recrear con fidelidad? Porque si el amor existe, dudo que se pueda replicar y dudo que se pueda sentir sin que sea real. Pero como saber que es real?

 Menos mal la lluvia volvió y tuve que dejar de pensar en tontería para mejor encontrar un sitio adecuado para no bañarme más de la cuenta. Casi resbalo al llegar a las puertas del palacio más cercano, que se veía extrañamente sombrío bajo la neblina y la casi oscuridad en pleno día.  Era extraño porque las paredes estaban pintadas de colores y las torres tenían formas divertidas y estrambóticas. Se veía como algo sacado de un cuento de terror pero mezclado con algo demasiado alegre. Pero era un techo al que llegar así que, después de caminar por la calzada de acceso, entré al sitio donde, por fin, había varias personas que habían corrido a resguardarse.

 Decidí seguir al museo, a diferencia de las otras personas, para no quedarme mirando hacia fuera como un perro al que le urge salir a orinar. No, yo preferí explorar el lugar y pronto estuve inmerso de nuevo en mis elucubraciones imaginarias. El lugar, era obvio, siempre había servido como hogar. Había varias habitaciones, una gran cocina con cava y almacén, salones majestuosos con varios muebles y tapetes exquisitos. Que perfecto hubiera sido vivir en un lugar así, tan alejado de todo y tan bien adecuado para la vida humana. Claro que no cualquiera hubiera vivido allí pero eso no importa a la hora de imaginar.

 La lluvia por fin pasó y salí del lugar pronto, tratando de hacer que el día rindiera lo más posible. El sitio más cercano estaba en la colina siguiente. Eran más que todo ruinas y decían que desde allí se podía ver el mar y los pueblos costeros. Cuando llegué, era obvio que no se veía nada pero era otra situación diferente a las anteriores: el sitio era obviamente mucho más antiguo y era sobrecogedor de una manera diferente, por estar tan abierto a los elementos. Siendo alguien que se atemoriza fácil con la alturas, tuve que agradecer que la montaña estuviese cubierta de neblina porque allí abajo era un acantilado profundo, por todo el lado de la montaña.

 Llegué, como pude, a la parte más alta de las ruinas. Era difícil de caminar por lo estrecho de los caminos y porque el viento había empezado a soplar con fuerza, haciendo de caminar algo difícil y hasta peligroso, ya que no había ningún tipo de barrera que impidiera que alguien pudiese caer de las partes más altas. Tomé un par de fotos, de la neblina, las ruinas y las banderas en cada torrecilla, y luego descendí con sorprendente rapidez al camino principal. Mis nervios estaban de punta por la altura y ahora solo quería caminar.

 Siguiendo la carretera, caminando una media hora, estaba otro palacio que parecía ser muy bello, según una de las guías que tenía en mi maletín. Pensé que la caminata me relajaría pero no fue así porque la carretera tenía muchas curvas, no había un andén propio para caminar y, lo más importante, porque me perdí después de una bifurcación confusa. Tenía el presentimiento de haberme perdido pero como el mapa no era exacto era difícil de saber. Había casas a un lado y a otro y parecías residencias grandes pero, a diferencia de los palacios, eran lugares modernos y con vida.

 Decidí volver por donde había venido hasta la bifurcación. Tomé el camino correcto y, después de unos minutos, llegué a mi destino. Para acceder al palacio, había que atravesar un jardín. Era hermoso, con flores de todos los continentes, de todos los colores y con estanques y cañadas ornamentales. Tomé fotos pero esta vez no soñé despierto porque vi que había alguien más haciendo lo mismo que yo, solo que estaba de pie sobre una piedra cubierta de musgo. Tuve apenas el tiempo para reaccionar, tomándolo del brazo antes de que cayera con fuerza sobre la piedra y luego al estanque verdoso. Me agradeció y empezamos a hablar. Paseamos juntos por el palacio y decidimos almorzar juntos ya que él, como yo, estaba solo.


 Cuando la noche cayó, volvimos juntos a la ciudad y compartimos nuestros datos. Sin decir nada, se despidió con un beso en la mejilla y se fue a su hotel. Fue el final perfecto para un día ideal, en un lugar mágico.

martes, 10 de febrero de 2015

Culpable

   El tren avanzaba tan lentamente, con un ritmo tan pausado y calmado, que no era extraño que Estela se hubiera dormido apenas quince minutos después de dejar la estación. Era de noche pero no se veían luces de ciudades ni de carreteras. Era como si los rieles penetraran una región de sombras y oscuridad eterna. Pero esto no asustaba a los pasajeros. De hecho casi los hacía sentir mejor porque la oscuridad exterior le daba un calor especial al interior del tren.

 Estela miró su reloj y se dio cuenta de que eran las diez de la noche. Como tenía hambre, se puso la mochila en la espalda y caminó hasta el coche restaurante. Allí encontró una mesa de dos sillas al lado de una ventana. Dejó la mochila en la otra silla y se sentó, empezando a ver lo que ofrecían para cenar. Al parecer había elegido un buen momento para venir porque no había mucha gente y porque el coche cerraría en una hora.

 Eligió comer una hamburguesa con papas fritas y un jugo de naranja bien helado. No había comido nada desde el mediodía y hasta ahora su estomago se había molestado en decir algo. Mientras esperaba, se dio cuenta de que varias personas parecían también haber caído en cuenta de que el coche restaurante iba a cerrar ya que casi todas las mesas se llenaron rápidamente. Para cuando el mesero llegó con su pedido, todas las mesas estaban ocupadas. Se dispuso entonces a comer las papas mientras miraba a los demás pasajeros.

 La mayoría era gente que prefería el tren al avión, que obviamente llegaría más rápido al destino. Muchos querían ahorrarse ese dinero o simplemente le tenían pánico a los cielos. Estela lo había elegido porque pensó que así no perdería ningún tiempo real. El tren había salido antes de las nueve de la noche y llegaría bastante temprano, alrededor de las seis de la mañana del otro día. En avión, en cambio, se perdería mucho tiempo haciendo filas y además los horarios cortarían su horario de trabajo y eso no se lo podía permitir.

 Recordando su trabajo, Estela abrió su mochila de la que sacó su celular y empezó a revisar sus correos electrónicos. Fue pasados unos minutos cuando alguien le tocó el hombro y ella, tontamente, soltó el celular que cayó con un golpe sordo sobre la mesa. Quién la había tocado era una mujer, muy hermosa por cierto. Se disculpó por haberla asustado y le preguntó si podría sentarse con ella para cenar. No había más lugar en el coche y tenía ganas de comer algo antes de dormir.

 Estela le sonrió y asintió, cogiendo su mochila y poniéndola entre su silla y la pared. El mesero vino con la carta pero la mujer no la recibió. Sin titubear ni en una silaba, pidió té negro con dos cucharaditas de azúcar blanco, tostadas francesas con bastante canela y fruta picada, de la que hubiera. El hombre asintió y se fue repitiendo la orden para sus adentros. La mujer lo miró con cierto desdén pero luego su rostro fue amable de nuevo y le preguntó a Estela si ella también iba hasta el final de la línea. Estela le respondió que sí ya que tenía asuntos relacionados al trabajo para estar allí. La mujer le respondió que ella no trabajaba pero que le hubiera gustado.

 Durante un silencio que duró algunos minutos, la mujer abrió un pequeño bolso que había traído con ella y de él sacó un cigarrillo y un encendedor. Pero antes de que pudiera hacer algo el mesero vino y le advirtió que el coche restaurante no era una zona para fumadores. De hecho, el tren no tenía ni un solo vagón en el que se pudiese fumar. La mujer no pareció recibir la noticia con mucho agrado pero tampoco dijo nada aunque por su rostro parecía haber sido capaz de estrangular con sus propias manos al pobre mesero.

 Entonces Estela y la mujer, llamada Gracia, empezaron a hablar animadamente. Hablaron de sus vidas, de lo que hacían y de lo que no y de lo interesante que podía ser viajar en un tren. Cuando el mesero trajo la cena de Gracia, ella le agradeció sin mirarlo. Luego, invitó a Estela a comer de su plata y ella hizo lo mismo. Fue bastante bueno, para las dos, encontrarse y tener una oportunidad para charlar relajadamente sin pensar en nada más sino en la comida y el ligero viaje que estaban realizando.

 Resultaba que Gracia había estudiado canto y música pero no había tenido mucho éxito con ello. Lo único medianamente bueno de todo eso, tal como ella decía, era que había conocido a su presente marido gracias a la música. Según Estela entendió, el tipo era representante de varios cantantes y grupos musicales que le propuso a Estela trabajar en el lado de la producción musical. Ella aceptó y, para cuando se casaron, se dio cuenta de que solo iba a ser un ama de casa.

 Decía que eso no tenía nada de malo porque ya se había acostumbrado. Aseguraba haber aprendido a cocinar y juró ser la autora de un pie de limón que encantaría a cualquiera. Pero mientras decía todo esto, Estela pudo notar una expresión muy parecida a la que había hecho mirando al mesero hacía un rato. Estela estaba seguro que esta mujer, bella pero sombría, no era feliz con ningún aspecto de su vida. Era evidente.

 Al poco tiempo se anunció el cierre del coche restaurante por lo que todos los comensales tuvieron que terminar sus comidas, pagar y caminar hacia sus respectivas sillas o literas. Estela y Gracia caminaron juntas, todavía hablando. Estela le contaba de su trabajo y familia a la otra mujer, cosas que la hacían feliz y la llenaban de expectativas pero estaba seguro de que Gracia no le estaba poniendo mucha atención. Todo el camino hasta la silla de Estela parecía estar distraída, como ida por alguna razón. Se despidieron en el vagón de Estela y esta vio a la otra seguir por el corredor y pasar al siguiente vagón.

 Estela aprovechó que no había nadie sentado junto a ella para poder estirarse y así tener un mejor sueño. A la medianoche se apagaron todas las luces del tren, a excepción de las débiles luces del suelo, que eran para las emergencias. Estela pensó en su trabajo una vez más y luego en su familia. Finalmente recurrió al pensamiento que más le gustaba: conocer a un hombre ideal para ella. Eso la llevó a dormirse rápidamente, cubierta con una manta especialmente abrigadora que había traído al tren.

 No podía haber pasado mucho tiempo cuando se despertó de golpe. Las luces se habían encendido pero afuera todavía era de noche y el tren parecía ir más despacio, como si fueran a detenerse pronto. Lo extraño era que estaba segura que no había ninguna parada después de la una de la madrugada. Lentamente y arreglando un poco el pelo, Estela se puso de pie y miró a su alrededor. Buscó su celular para saber la hora pero no lo pudo encontrar por ningún lado.

Otros pasajeros estaban igual de confundidos que ella pero lo más raro era que algunos puestos estaban vacíos, todavía con las pertenencias de la persona que había estado sentada allí hasta hacía algunos minutos. Entonces, se escucharon unos gritos y todos los pasajeros se agolparon contra la puerta del vagón, para poder pasar al siguiente. Allí también había gente asustada y recién levantada. Otra vez un grito pero esta vez nadie se movió sino que se quedaron quietos.

 El grito se había escuchado al tiempo que sentía que el tren se detenía. Más de uno miró instintivamente hacia fuera. Parecían haberse detenido en el medio de la nada pero pronto llegaron oficiales de la policía y, dentro del tren, varios empleados obligaron a los pasajeros a volver a sus asientos y a cerrar las cortinas. Pero antes de que pudieran obligar a todo el mundo a obedecer, los pasajeros vieron como, por un lado del tren, pasaban algunos hombres cargando una camilla y, en ella, un cuerpo cubierto.

 La gente hizo más escándalo entonces. Quien había muerto? Y como? Entonces a Estela el corazón le dio un salto al ver que, siguiendo la camilla, estaba Gracia. Tenía los ojos rojos, al parecer por el llanto. Lo más extraño de todo era que tenía las manos manchadas con sangre. Un hombre la sostenía, diciéndole algo que nadie pudo escuchar. Pero entonces los empleados cerraron las cortinas y todos tuvieron que volver a sus lugares. Pero nadie podía dormir.

 Estela no podía dejar de pensar: sería el cuerpo en la camilla el marido de Gracia? Que había pasado? Porque tenía Gracia las manos cubierta de sangre? Toda la noche Estela pensó en lo sucedido. Cuando bajó del tren en su destino, un hombre la esperaba con un letrero con su nombre.  Pero no era nadie de su empresa. Era un policía quien le dijo que estaba arrestada por el asesinato de un hombre del que ella nunca había oído hablar. El asesinato había ocurrido a bordo del tren y la esposa de la víctima la había denunciado como la asesina.


 Por supuesto Gracia lo negó todo pero entonces el policía sacó una bolsa plástica y la sostuvo frente a Estela: dentro de la bolsita estaba su celular, cubierto de sangre de un lado.

sábado, 11 de octubre de 2014

Sueños

Estaba acostado en una cama y sabía que lo estaba mirando a él, sin conocerlo. No se movió ni dijo nada, solo contempló la hermosa vista que había desde la habitación así como el movimiento de la delgada cortina por el viento que entraba y el personaje que estaba recostando sobre la baranda del balcón.

No le veía el rostro al hombre que estaba afuera pero veía que solo tenía puesto unos boxers y nada más. Sabía que estaba soñando pero todo parecía perfecto. De pronto el sueño cambió y ahora estaba en un tren, lleno de gente.

Estaba sentado entre de una anciana que tejía algo y una chica gótica que escuchaba música. Se levantó de la silla porque sabía que la siguiente estación era su parada. Se cogió de un tubo junto a la puerta y esperó.

Justo cuando entró el tren a la estación, vio al tipo del balcón, de nuevo de espaldas. Estaba en la estación, caminando hacia la escaleras eléctricas. Apenas se bajó, corrió detrás del hombre del balcón pero había muchas personas y empujarlas parecía no servir de mucho. Siempre quedaba muy detrás del tipo y nunca lo pudo alcanzar.

Corriendo por un pasillo, se tropezó y cayó al piso con fuerza. Y el sueño cambió de nuevo. Esta vez estaba en un sitio muy extraño: parecía el interior de una de esas naves espaciales de las películas. Incluso estaba vestido con un uniforme parecido al que llevaban los actores.

La gente lo saludaba y el parecía conocerlos, al mismo tiempo que no tenía idea de que era lo que pasaba. Se acercó en un momento a una ventana y pudo ver a través de ella al planeta Tierra, o eso parecía.

Retomó su caminata por el lugar y vio mucha gente que conocía, de la infancia, del colegio, de la universidad, del trabajo... Todos parecían estar allí y se conocían los unos con los otros, algunos se daban la mano y otros incluso se besaban en público. Era muy extraño.

De nuevo, vio al hombre del balcón de espaldas y lo siguió. Por los pasillos de la nave espacial hasta que, esta vez, pudo alcanzarlo. Cuando le tocó el hombre, el tipo se dio la vuelta. No lo conocía o al menos no conscientemente.

El tipo era más alto que él y, no se podía negarlo, era bastante atractivo. Solo le sonreía y se tomaron de la mano.

Ahí cambió el sueño de nuevo, esta vez por algo más simple y familiar. Estaba en su cuarto, con todo lo que conocía de siempre. Y el chico del balcón estaba con él, durmiendo en la cama. Él se puso de pie y lo contempló un buen rato. Quería escuchar su voz, para hacerlo más real pero se veía tan en paz y tranquilo dormido que no quiso despertarlo.

Se sentó en la silla del escritorio y siguió contemplando al hombre en su cama hasta que por fin se despertó.

A su lado estaba su novia y se sintió culpable, como si hubiera traicionado su confianza con solo imaginar a otra persona en sus sueños. La relación estaba deteriorada y, de hecho, ella estaba allí para intentar mejorar las cosas.

La quería pero como a una amiga, algo que nadie quería escuchar. Habían tenido relaciones y él no había estado muy interesado y creía que lo mejor era no fingir lo contrario. Para que? Todo tiene que terminar algún día.

Cuando ella se despertó, tomaron café en la cocina y hablaron. De mutuo acuerdo, terminaron. Se abrazaron y despidieron. Ella se cambió y se fue y el se quedó allí, tomando su café en la sala.

Entonces sonrió, al ver un pequeño cuadro en la pared opuesta: era una fotografía de la isla griega de Santorini, con sus edificios blancos. En primer plano, se veía una pequeña casa con una gran terraza pero no había nadie allí.

viernes, 5 de septiembre de 2014

En el tren

La estación estaba repleta, como siempre en la hora pico de la noche. Casi no se podía circular por los andenes y muchas personas cargaban paquetes y maletas grandes. Estaba claro que no solo operaban a esa hora trenes de cercanías sino también a ciudades más lejanas.

Martha se abrió paso con dificultad, con el billete del tren en una mano y halando una pequeña maleta con la otra. En una de las pantallas veía el nombre del destino y suspiró al sentir el calor generado por la gran cantidad de personas.

No pasaron ni cinco minutos cuando un tren blanco, haciendo bastante ruido, entró a la estación. Muchas de las personas en el andén se alistaron y pocos minutos después abordaron el tren.

Martha se sentó en el último coche, lejos del ruido de la parte frontal. Puso su pequeña maleta en la estructura metálica sobre los asientos y se sentó justo debajo, junto a la ventana.

El tren rápidamente tomó velocidad y una pequeña pantalla empezó a listar las próximas paradas: la de Martha era la última, lo que hacía que el viaje durara unas 2 horas. Había 3 paradas antes, la próxima a unos 45 minutos.

Un par de asientos fueron ocupados pero no se podía decir que el tren estuviera relleno ni mucho menos. De hecho, en el grupo de cuatro sillas donde estaba Martha, no había nadie más.

De un bolso que tenía en el hombro, la mujer de 30 años sacó una tableta electrónica y empezó a leer un libro. Lo había dejado en la mitad, oportunamente cuando la joven heroína se disponía a viajar en el Orient Express.

Cuando llegaron a la siguiente parada, Martha se había aburrido de leer y había empezado a jugar un juego de colores y esferas y demás. No era una opción ver por la ventana ya que todo estaba sumido en la oscuridad, así ahora las luces de la estación iluminaran un poco el panorama.

Fue en esa estación que un hombre, tal vez cinco años mayor que ella, se sentó en el asiento de enfrente. Ella apenas lo miró por encima de la pantalla de su aparato cuando el hombre guardaba su maleta y se sentaba, él sí mirando por la ventana, hacia la oscuridad.

Martha se aburrió rápido de su juego y, por primera vez, miró a la cara de su compañero de viaje, que miraba las luces lejanas de alguna ciudad.

 - Guille?

El hombre se incorporó, como si acabara de despertarse de una siesta. Miró a Martha fijamente, entrecerrando los ojos y finalmente su cara formó una sonrisa.

 - Tata?
 - Sí, soy yo.
 - No te reconocí cuando subí.
 - Nadie pone mucha atención en los trenes - dijo ella, riendo tontamente.

Esto último no sabía porque lo hacía. De pronto se acordara de aquella época, en el colegio, en la que había coqueteado con Guille en su último año y se habían dado un beso el último día de clases, sin verse uno al otro nunca más.

 - Que has estado haciendo? No nos vemos hace mucho.

Él también recordaba el beso. Siempre le había gustado Martha pero nunca tuvo el coraje de decírselo en el colegio.

 - Pues trabajo como corredor de bolsa.
 - En serio? Debes ganar mucho dinero.
 - No me puedo quejar.

Guille se había divorciado hacía unos pocos meses e iba de camino a ver a sus hijos, que ahora vivían con la madre.

 - Y tu?
 - Voy de camino a ver unos inmuebles. Trabajo en una inmobiliaria.
 - Divertido, no?
 - A veces. Se conoce mucha clase de gente.

Ese mismo día, más temprano, Martha había entregado las llaves de una casa a una pareja bastante extraña: habían hecho preguntas del tipo "estas paredes son gruesas de verdad o se oye a través" o "el piso es fácil de limpiar".

De pronto había aparecido un hombre de la empresa ferroviaria, revisando los boletos. Martha y Guillermo le habían dado sus billetes y el hombre los había recibido alegremente, con una sonrisa e incluso una broma.

  - También te bajas en la última parada? - preguntó Guille a Martha cuando el revisor había dejado el coche.
 - Tu igual?
 - Sí. Que raro no?

Ambos estaban felices por esta coincidencia. Sentían que había algo que no se había terminado de cerrar cuando habían estado en el colegio y cada uno por su lado sabía que no había mucho que se los impidiera.

 - No estás casada...
 - Disculpa?
 - Lo siento, noté que no tienes argolla.
 - Tranquilo. Sí, no estoy casada. Nunca me casé de hecho. Tu?
 - Divorciado

Y esa pregunta desencadenó una larga conversación sobre las relaciones humanas y lo difícil que era ajustarse a otro ser humano, a veces tan diferente y otras veces tan parecido.

Martha recordó pero no habló de su más grande amor, un joven en la universidad que la cambió por una chica más bonita, de un día para otro. Guille recordó a su ex esposa y sus constantes discusiones.

La charla se alargó tanto que siguieron hablando de ello cuando el tren por fin se detenía en la última estación. Cuando salieron del vagón, caminaron juntos a la salida de la estación y rieron recordando anécdotas colegiales mientras esperaban el autobús respectivo.

La verdad era que Martha usaba otra línea de autobús, diferente a la de Guille, pero él había propuesto ir a comer algo y la vida de la mujer ya era muy monótona y negarse a una invitación como esta hubiera sido una tontería.

Mientras comían una hamburguesa, ambos pensaban en las posibilidades que la vida les ofrecía. Después de todo, coincidir en un tren parecía sacado de una romántica película del pasado.