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lunes, 11 de enero de 2016

Un día en la vida

   El sol todavía no había salido. El mundo estaba oscuro y casi todo la gente en la ciudad estaba durmiendo. Pero obviamente no toda. Hay quienes trabajan desde muy temprano en varios de los servicios que todos utilizamos diariamente pero también hay aquellas personas que simplemente se despiertan a las cinco de la mañana sin razón aparente. Así era Leo, a quién solo le gustaba que le dijeran Leo las personas que conocía, sus amigos y familia. Si alguien más lo saludaba diciéndole Leo, él simplemente corregía a la persona recordándole su nombre entero e incluso su apellido.

 Leo no ponía nunca alarma ni nada por el estilo. Simplemente se levantaba a las cinco de la mañana todos los días y pasaba la primera hora del día revisando que todo estuviera bien en su cuerpo y en sus asuntos para que nada lo sorprendiera a lo largo del día. Apenas abría los ojos se sentaba en el borde de su cama y empezaba a hacer sonidos extraños, a la vez que se tocaba la garganta con una mano y tomar algo de agua. A veces hacía gárgaras, a veces no. Revisaba que todo lo que necesitaba ese día estuviese en su maletín y también revisaba sus testículos para encontrar cáncer.

 En ocasiones, y si se sentía con muchas ganas, Leo hacía algo de ejercicio. Al menos quince minutos eran suficientes corriendo en su máquina o haciendo flexiones sobre un tapete que había comprado específicamente para eso. Despus de usar cualqueir aparato lo limpiaba y dejaba en las mejores condiciones posibles.  vez que se tocaba la garganta con una manés de usar cualquier aparato lo limpiaba y lo dejaba en las mejores condiciones posibles, como si no fuera suyo y el apartamento en el que vivía fuese una habitación de hotel que había que dejar impecable para el siguiente huésped.

 Su trabajo era de supervisor en una empresa de tecnología, donde hacían programación y cosas como esa. Él era muy bueno en lo que hacía y por eso tenía un buen puesto a pesar de ser relativamente joven. La verdad era que él estaba muy orgulloso tanto de su trabajo como de su habilidad en él y no dudaba en hablarle a cualquiera acerca de eso. Pero a la mayoría de la gente  no le interesaba mucho el tema, se aburrían fácil de él y se alejaban excusándose con alguna frase tonta.

 Leo tenía pocos amigos, gente que había aprendido a ver más allá de sus excentricidades y que lo consideraban un personaje al cual admirar y en el que podían confiar sin dudarlo. De hecho, entre su grupo de amigos, era considerado la mejor persona para guardar un secreto y también el mejor escuchando y poniendo atención a los problemas de los demás. Leo tenía esa rarísima cualidad de simplemente poder escuchar y, al terminar todo, poder repetir todo lo que se le había dicho y después nunca contárselo a nadie más así pudiese recitarlo todo como un poema. Esas características tan extrañas eran las que lo hacían ser un personaje muy querido entre las pocas personas que lo conocían.

 Eso sí, tenía diferentes gustos que ellos, para casi todo. No solo el hecho de levantarse tan temprano, que era muy poco común, sino también como vivía su vida. Después de esa hora de revisión, se metía a la ducha y cronometraba su tiempo dentro. El reloj siempre sonaba pasados cinco minutos y él siempre cerraba la llave apenas oía el timbre. Se había entrenado para usar el jabón, el champú y tal vez una esponja en ese espacio de tiempo. Después tenía otros cinco minutos para cepillarse los dientes y tal vez afeitarse. A eso le seguía ponerse la ropa adecuada, que elegía con mucho cuidado. Tenía un traje o conjunto definido para cada día de la semana pero variaba algunas cosas como las camisas o, su prenda favorita, las medias.

 Su regalo preferido eran medias. Mientras que todos los demás hombres que conocía se ofendían cuando sus novias o familiares les daban medias en Navidad, a Leo le fascinaba. Había tantos colores y estilos que simplemente le fascinaba recibir ese regalo. Tenía medias de colores muy clásicos como azul, marrón y blanco pero también muchas con estampados muy originales. Tenía de algodón, poliéster, lino e hilo y para hacer deporte, caminar, verano e invierno. Era sin duda su prenda predilecta y eso también lo sabía cualquiera que lo conociera.

 Las medias era lo primero que se ponía en la mañana. Le seguían los bóxer y luego la camisa, el pantalón y la chaqueta o abrigo del conjunto que hubiese elegido. Esta última prende a veces no se la ponía sino hasta después de desayunar. Lo mismo pasaba si la camisa que usaba era blanca, pues siempre tenía miedo a ensuciarse. Si eso pasaba en la mañana, de inmediato echaba la camisa a la lavadora y se ponía otra, incluso si la mancha era diminuta y nadie pudiese verla. El problema es que él la vería todo el día.

 En cosas así, pequeñas y que parecieran no tener importancia, Leo siempre había sido un poco obsesivo. No podía ver una mancha en nada porque se ponía a limpiarla y siempre se esforzaba para que todo en su casa estuviese debidamente presentado. Había ido varias veces a casa de amigos hombres y la gran mayoría eran siempre un desastre, en especial si compartían el apartamento con otros hombres. Le daba asco orinar en esos baños y sentarse en esa camas, nada más pensando en la cantidad de ácaros que pudiese haber.

 El domingo era para Leo el día de limpieza. Ese día, por unas 4 horas entre el desayuno y el almuerzo, se dedicaba a limpiar todo a profundidad. Y la verdad era que no solo lo hacía por asco o por sentir un deber sino también porque le gustaba hacerlo. Le gustaba sentir que todo cambiaba.

 Eso no aplicaba a su trabajo, al cual llegaba siempre en punto después de haber hecho un recorrido siempre calculado en autobús. No usaba su carro a menos que fuese absolutamente necesario pues no le gustaba gastar mucha gasolina. Además, lo compartía con su madre quién lo tenía la mayoría de las veces. Lo había comprado para ella pero ella había sido la de la idea de compartirlo, como una manera de sentirse menos comprometida a aceptar semejante regalo. Pero con el tiempo, lo usaba casi siempre.

A Leo le gustaba el autobús. Elegía la ruta que siempre estaba más vacía a esa hora. Se demoraba un poco más de lo normal pero no le importaba pues así podía ver más de las personas con las que compartía el recorrido. Le gustaba ver los malabares de las mujeres arreglándose con el movimiento del vehículo y algunas personas leyendo el periódico como si en verdad estuvieran leyendo algo importante. Niños casi no había y cuando había se notaba que iban al colegio o a una cita médica, eran las dos opciones seguras y era obvio siempre cual era la correcta.

 Le gustaba imaginarse la vida de cada una de esas personas y siempre buscaba por una en especial, por aquel personaje que él elegía como el personajes de la mañana. Alguien que pudiera pasar desapercibido fácilmente pero que tenía algo que lo o la diferenciaba de los demás, sin importar si era una prenda de vestir, una actitud o una manera de comportarse. Algo que los apartara era lo esencial para hacer casi un estudio de su existencia en el corto recorrido del bus.

 En la oficina, Leo era respetado y siempre tenía gente haciéndolo preguntas, incluso cuando no tenían nada que ver con el trabajo para el cual le pagaban. Igual le preguntaban pues todo el mundo sabía que Leo se las sabía todas y la verdad era que él estaba feliz de ayudar, estaba contento con que la gente apreciara su esfuerzo y conocimiento y por eso no dudaba nunca en ayudar cuando le fuese posible.

 A la hora del almuerzo, a veces salía con algún compañero. Pero sí tenía demasiado trabajo, pedía algo a la oficina y se quedaba allí arreglando cuentas y datos a la vez que comía con una servilleta de tela encima para evitar las manchas en su ropa. A veces así era más productivo, algo así como fuera de su elemento. Pero la verdad era que era muy difícil cogerlo fuera de su elemento pues siempre estaba preparado para todo.

En la tarde eran siempre las reuniones y esa clase de cosas y, como se dijo antes, venía siempre listo con todos los datos e información pertinentes. Todo a punto para que cualquier pregunta pudiese ser solucionada al instante y sin demora.


 Volvía casa, a veces tarde, a veces temprano. Eso dependía de su ánimo. Leía, veía una película o hacía algo relajante antes de dormir y cuando se acostaba pensaba en como su vida podría ser diferente y en lo que hacían sus personajes de la mañana en ese momento. Como serían sus personajes de noche? Estarían tan ansiosos como él? Tan preocupados a pesar de estar en un sitio tan sólido?

viernes, 18 de diciembre de 2015

Extraña llamada

   No recuerdo muy bien de que estábamos hablando pero sí que recuerdo que íbamos por la zona de la ciudad que empezaba a elevarse a cause de la presencia de las montañas. Como en toda ciudad de primer mundo, todo estaba cuidadosamente organizado y parecía que no había mucho campo para algo estuviera mal puesto o que un edificio fuese muy diferente al siguiente. Todo era muy homogéneo pero con el sol del verano no parecía ser un mundo monótono sino muy al contrario, parecía que toda la gente era auténticamente feliz, incluso aquellos que sacaban la basura o paseaban a su perro.

 Con mi amigo hablábamos a ratos, hacíamos pausas para mirar el entorno. Nos entendíamos aunque tengo que decir que amigos de pronto era una palabra demasiado grande para describir nuestra relación. La verdad era que habíamos sido compañeros de universidad, de esos que tienen clases juntos pero se hablan poco, y nos habíamos encontrado en el avión llegando a esta ciudad. Como por no ir a la deriva y tener alguien con quién hablar, decidimos tácitamente que iríamos juntos a dar paseos con la ciudad, con la posibilidad de separarnos cuando cualquiera de los dos lo deseara. Al fin y al cabo que ninguno de los dos conocía gente en la ciudad y no estaba mal compartir experiencias con alguien.

 Ese día estábamos juntos pero fui yo, cansado, el que me senté contra el muro de un local comercial cerrado junto a unos hombres de los que solo me había percatado que tenían la ropa blanca. Ellos estaban agachados pero no sentados, seguramente para evitar manchar sus pantalones blancos. Me di cuenta que me miraban hacia el otro lado de la calle por lo que yo también hice lo mismo. Era la esquina de una de esas cuadras perfectamente cuadradas de la ciudad. Había dos grandes locales: uno daba entrada a un teatro en el que, justo cuando voltee a mirar, apagaron las luces del vestíbulo. El otro local era una pizzería donde algunas personas se reunían a beber y comer.

 De pronto los hombres se levantaron y se dirigieron hacia el teatro. Sin explicación alguna, yo también me puse de pie y los seguí. No le avisé a mi amigo por lo que él se quedó allí, mirando su celular. Yo entré al teatro que tenía sus luces encendidas de nuevo pero decidí no acercarme al punto de venta de billetes porque no hubiera sabido que decir. En cambio me senté en unas sillas vacías, como de sala de espera. Desde allí pude ver que los actores que había visto afuera estaban discutiendo con alguien que parecía trabajar allí también. No se veían muy contentos. La conversación terminó abruptamente y los actores se acercaron a mi. Me asusté por un momento pero solo se sentaron en las sillas al lado mío, hablando entre ellos y después quedando en silencio.

 No sé porque lo hice porque normalmente no soy chismoso ni me meto en las cosas de los demás, pero allí estaba en ese teatro sin razón alguna. Y cuando el actor sacó su celular, el mismo actor junto al que me había sentado afuera, no pude evitar mirar la pantalla. Solo vi que era un mensaje de texto pero no tenía tan buena vista como para leerlo y la verdad no quería ser tan obvio, así que me puse a mirar los afiches de obras pasadas que había en un muro opuesto, como si me interesaran.

 El hombre entonces se puso de pie y se dirigió adonde había unos teléfonos. Por un momento ignoré que la presencia de esos aparatos fuera una reliquia del pasado pero no dudé su presencia allí. Mi amigo llegó justo en ese momento, dándome un codazo y preguntándome porqué lo había dejado solo afuera. Solo le pedí que hiciera silencio y nada más. No podía explicarle porque estaba allí.

 Miré al hombre hablar por teléfono durante un rato. Quería saber que estaban diciendo, quería saber qué era lo que decía y con quién hablaba. Era un presentimiento muy extraño, pero sabía que en todo el asunto había algo raro, algo que había que entender y que no era solo entre esos personajes sino entre todos los que estábamos allí, incluso mi muy despistado amigo. Era una sensación que no me podía quitar de encima.

 Cuando el hombre colgó, lo vi acercarse pero me dirigí a mi amigo cuando ya estaba muy cerca. Le dije muy crípticamente, incluso para mí, que nos iríamos en un rato. No tengo ni idea porqué le dije eso pero estaba seguro de que era cierto.

 El actor se me sentó al lado visiblemente compungido. Lo que sea que había hablado al teléfono no lo había recibido muy bien. Se había puesto pálido y era obvio que sudaba por el brillo en sus manos. Podía sentir su preocupación en la manera en que respiraba, en como miraba a un lado y a otro sin en verdad mirar a nada y a nadie.

 Mi celular entonces timbró una vez, con un sonido ensordecedor. Como lo tenía en el bolsillo, el volumen debía haberse subido o algo por el estilo, aunque con los celulares más recientes eso no era muy posible. Al sacarlo del pantalón y ver la pantalla, vi que era un mensaje de audio enviado por Whatsapp. El número del que provenía era desconocido. Miré a un lado y a otro antes de proceder. Desbloqué mi teléfono y la aplicación se abrió.

 El audio comenzó a sonar estrepitosamente. Era la voz del actor que estaba al lado mío que inundó la sala y la de otro hombre. Torpemente tomé el celular en una mano y la mano de mi amigo en la otra y lo halé hacia el exterior. Él no entendía nada pero como yo tampoco, eso no importaba.

 Lo hice correr varias calles hasta que estuve seguro que no nos había seguido nadie. Fue un poco incomodo cuando nos detuvimos darme cuenta que todavía tenía la mano de mi compañero de universidad en la mía. La solté con suavidad, como para que no se notara lo confundido que estaba, por eso y por todo lo demás.

 La voz me había taladrado la cabeza y eso que no había entendido muy bien lo que decían. Miré mi teléfono y el audio se había pausado pero yo estaba seguro que no habían sido mis vanos intentos por apagar el aparato los que habían causado que se detuviera el sonido. Con mi amigo caminamos en silencio unas calles más hasta la estación de metro más cercana, pasamos los torniquetes y nos sentamos en un banco mirando al andén. Allí saqué mi celular de nuevo y vi que el sonido ya era normal. Miré a mi amigo y él entendió. Puse el celular entre nosotros y escuchamos.

 Primero iba la voz del actor, que contestaba el teléfono en el teatro. La voz que le respondía era gruesa y áspera, como la de alguien que fuma demasiado. Era obvio que el actor se sentía intimidado por ella. Sin embargo, le preguntó a la voz que quería y esta le había respondido que era hora de que le pagara por el favor que le había hecho. La voz del pobre hombre se partió justo ahí y empezó a gimotear y a pedirle a la voz gruesa más tiempo, puesto que según él no había sido suficiente con el que había tenido hasta ahora.

 Esto no alegró a la voz gruesa que de pronto se volvió más siniestra y le dijo que nadie le decía a él como hacer sus negocios ni como definirlos, fuera con tiempo o con lo que fuera. Le tenía que pagar y lo amenazó con ir el mismo por todo lo que le había dado, además de por su paga que ya no era suficiente por si sola. Antes de colgar, la voz de ultratumba hizo un sonido extraño, como de chirrido metálico.

 El tren llegó y nos metimos entre las personas. Adentro compartimos con mi amigo un rincón en el que estuvimos de pie todo el recorrido. Solo nos mirábamos, largo y tendido, como si habláramos sin parar solo con la vista. Pero nuestra mirada no era de cariño ni de entendimiento, era de absoluto terror. Había algo en lo que habíamos escuchado que era simplemente tenebroso.  Por alguna razón, no era una amenaza normal la que habíamos oído.

 Llegamos a nuestra estación. Bajamos y subimos a la superficie con lentitud, sin amontonarnos con la masa. No nos miramos más ese día, tal vez por miedo a ver en los ojos del otro aquello que más temíamos de esa conversación, de ese momento extraño.

 Esa noche no pude dormir. Marqué al número que me había enviado el audio pero al parecer la línea ya estaba fuera de servicio. No escuché la conversación de nuevo por físico susto, porqué sabía que entonces nunca dormiría en paz.


 Hacia las dos de la mañana tocaron en mi puerta y creo que casi me orino encima del miedo. Esto en un par de segundos. Fue después que oí la voz de mi amigo. Lo dejé pasar y esa noche nos la pasamos hablando y compartiendo todo el resto de nuestras vidas, creo yo que con la esperanza de que sacar a flote otros recuerdos nos ayudara a olvidar esa extraña experiencia que habíamos tenido juntos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Cosas que hacer

   Apenas giré la llave, el agua me cayó de lleno en la cara. Di un salto hacia atrás, casi golpeando la puerta corrediza de la ducha, porque el agua había salido muy fría y después se calentó tanto que me quemó un poco la piel. Cuando por fin encontré la temperatura correcta, me di cuenta que mi piel estaba algo roja por los fogonazos de agua caliente.

Me mojé el caballo lentamente y cuando me sentí húmedo por completo tomé el jabón y empecé a pasarlo por todo mi cuerpo. Mientras lo hacía, me despertaba cada vez más y me daba cuenta de que mi día no iba a ser uno de esos que me gustaban, en los que me duchaba tarde porque dormía hasta la una de la tarde y después pedía algo a domicilio para comérmelo en la cama. Esos días eran los mejores pues no necesitaban de nada especial para ser los mejores.

 Pero ese día no sería así. Eran las nueve de la mañana, para mi supremamente temprano, y tenía que salir en media hora a la presentación teatral de una amiga. Se había dedicado al teatro para niños y por primera vez la habían contratado para una temporada completa así que quería que sus mejores amigos estuvieran allí para apoyarla.

 Me cambié lo más rápido que pude y me odié a mi mismo y al mundo entero por tener que usar una camisa y un corbatín. Me miré en el espejo del baño y pensé que parecía un imbécil. La ropa formal no estaba hecha para mi. Me veía disfrazado y sabía que cualquiera que me mirara detectaría enseguida que yo jamás usaba ni corbatas, ni zapatos negros duros, ni corbatines tontos ni camisas bien planchadas.

 Salí a la hora que había pensado pero el bus se demoró más de la cuenta y cuando llegué ya había empezado la obra. Menos mal se trataba de Caperucita Roja y Cenicienta, y no de alguna obra de un francés de hacía dos siglos. Mi lugar estaba en uno de los palcos, abajo se veía un mar de niños que estaban atontados mirando la obra. Era entendible pues había también títeres y muchos colores, así que si yo tuviera seis o siete años también hubiera puesto mucha atención.

 Cuando se terminó la primera obra hubo un intermedio. Aproveché para buscar a mi amiga en los camerinos pero el guardia más delgado que había visto jamás me cerró el paso y me trató que si fuera indigno de entrar en los aposentos de los actores. Le expliqué que era amigo de tal actriz y que solo quería saludarla y entonces me empezó a dar un discurso sobre la seguridad y no sé que más. Así que me rendí. Compré un chocolate con maní y regresé a mi asiento para ver la siguiente obra.

 Cuando terminó, llamé a mi amiga y le dije que la esperaría afuera. No esperaba que tuviese mucho tiempo para mi, pues era su día de estreno, pero me sorprendió verla minutos después todavía vestida de una de las feas hermanastras. Fuimos a una cafetería cercana a tomar y comer algo y ella me preguntó por mis padres y por Jorge. Yo solo suspiré y le dije que a todos los visitaría ese día, después de hacer un par de cosas más. Ella me tomó una mano y sonrió y no dijo más.

 Nos abrazamos al despedirnos y prometimos vernos pronto. Apenas me alejé, corrí hasta una parada de bus cercana y menos mal pasó uno en poco tiempo. Tenía el tiempo justo para llegar al centro de la ciudad donde tendría mi examen de inglés. No duraba mucho, solo un par de horas. Era ese que tienes que hacer para estudiar y trabajar en país de habla anglosajona. El cosa es que lo hice bastante rápido y estaba seguro de que había ido estupendamente.

 Salí antes para poder tomar un autobús más y así llegar a casa de mi hermana con quién iría más tarde a visitar a mis padres. Con ella almorcé y me reí durante toda la visita. Mi hermana era un personaje completo y casi todo lo que decía era sencillamente comiquísimo. Incluso sus manierismos eran los de un personaje de dibujos animados.

 Había cocinado lasaña y no me quejé al notar que la pasta estaba algo cruda pero la salsa con carne molida lo compensaba. Allí pude relajarme un rato, hasta que fueron las tres de la tarde y salimos camino a la casita que nuestros padres habían comprado años atrás en una carretera que llevaba a lujosos campos de golf y varios escenarios naturales hermosos.

 Cuando llegamos, mi madre estaba sola. Mejor dicho, estaba con Herman, un perro que tenía apariencia de lobo y que siempre parecía vigilante aunque la verdad era que no ladraba mucho y mucho menos perseguía a nadie. Herman amaba recostarse junto a mi madre mientras ella veía esas series de televisión en las que se resuelven asesinatos. Seguramente las había visto todas pero aún así seguía pendiente de ellas como si la formula fuese a cambiar.

 Mi padre estaba jugando golf pero no se demoraría mucho. Hablamos con mi madre un buen rato, después de que nos ofreciera café y galletas, unas que le habían regalado hace poco pero que no había abierto pues a ella las galletas le daban un poco lo mismo. Me preguntó de mi examen de inglés y también de Jorge, de nuevo. Le dije que todo estaba bien y que no se preocupara. Miré el reloj y me di cuenta que casi eran las cinco. A las siete debía estar de vuelta en mi casa o sino tendría problemas.

 Me olvide de ellos cuando mi padre entró en la casa con su vestimenta digna de los años cincuenta y su bolsa de palos. Lo saludamos de beso, como a él le gustaba, y tomó su café mientras nos preguntaba un poco lo mismo que habíamos hablado con mi madre. Mi hermana hizo más llevadera la conversación al contarles acerca de su nuevo trabajo y del hombre con el que estaba saliendo. Al fin y al cabo era algo digno de contar pues se había divorciado hacía poco y esa separación había significado su salida definitiva del trabajo que tenía antes.

 Apuré el café y a mi hermana cuando fueron las seis. Nos despedimos de abrazo y prometí volver pronto. Lo decía en serie aunque sabía que luchar contra mi pereza iba a ser difícil. Pero necesitaba conectarme más con ellos, con todos, para poder salir adelante. No solo debía caer sino también aprender a levantarme, y que mejor que teniendo la ayuda de las personas que llevaba conociendo más tiempo en este mundo.

 Volvimos en media hora. Mi hermana me dejó frente a mi edificio. Le prometí también otro almuerzo pronto e incluso ir a ver la película de ciencia ficción que todo el mundo estaba comentando pero que yo no había podido ver. Ella ya la había visto con amigas pero me aseguró que era tan buena que no le molestaría repetir.

 Subí con prisa a mi apartamento. Tuve ganas de quitarme toda esa ropa ridícula pero el tiempo pasó rápidamente con solo ir a orinar. A las siete en punto timbró el celador y le dije que dejara pasar al chico que venía a visitarme. Cuando abrí la puerta, lo reconocí al instante y le pagué por su mercancía. Se fue sin decir nada, dejándome una pequeña bolsita, como si lo que me hubiese traído fuesen dulces o medicamentos para el reumatismo.

 Abrí y vi que todo estaba en orden. Dejé la bolsa en el sofá y salí de nuevo. Tenía tiempo de ir caminando a la funeraria donde velaban a un compañero de la universidad con el que había congeniado bastante pero no éramos amigos como tal. Yo detestaba ir a todo lo relacionado con la muerte pero me sentí obligado cuando la novia del susodicho me envió un mensaje solo a mi para decirme lo mucho que él siempre me había apreciado.

 Yo de eso no sabía nada. Jamás habíamos compartido tanto como para tener algo parecido al cariño entre los dos. A lo mucho había respeto pero no mucho más. Me quedé el tiempo que soporté y al final me quedé para rezar, aunque de eso yo no sabía nada ni me gustaba. Cuando terminaron, me despedí de la novia y me fui.

 Otro autobús, este recorrido era más largo. Al cabo de cuarenta y cinco minutos estuve en un gran hospital, con sus luces mortecinas y olor a remedio. Mi nombre estaba en la lista de visitantes que dejaban pasar hasta las diez y media de la noche y, afortunadamente, tenía una hora completa para ello.

 Seguí hasta una habitación al fondo de un pasillo estrecho. Antes de entrar suspiré y me sentí morir. Adentro había solo una cama y en ella yacía Jorge. No se veía bien. Tenía un tapabocas para respirar bien y estaba blanco como la leche y más delgado de lo que jamás lo había visto. Al verme sonrió débilmente y se quitó la mascara. Yo me acerqué y le di un beso en la frente.

 Me dijo que me veía muy bien así y yo solo sonreí, porque sabía que él sabía como yo me sentía vestido así. Le comenté que había comprado la marihuana que le había prometido y que la fumaríamos juntos apenas se mejorara, pues decían que el cáncer le huía. El asintió pero se veía tan débil que yo pensé que ese sueño no se realizaría.


 Le toqué la cara, que todavía era suave como la recordaba y entonces lo besé y traté de darle algo de la poca vida que tenía yo dentro. Quería que todo fuese como antes pero el sabor metálico en sus labios me recordaba que eso no podía ser.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Delicias

   Cuando sumergí los pies en el pies, sentí un alivio inmenso, como si me quitaran el peso que llevaba encima y muchos más. Me quité la mochila de la espalda y la dejé a un lado. Después me subí los pantalones hasta las rodillas y sumergí lo que más pude de mis piernas sin mojarme. El agua estaba perfecta, más que tibia pero apropiada para el frío tan horrible que hacía en semejante monte tan remoto, que parecía alejado del mundo pero, de hecho, no podía estar más cerca.

 Cerré los ojos por algunos minutos y, cuando me di cuenta, ya estaban llegando más personas a las termales. Yo era el único “loco” que tenía la ropa puesta: los demás ya venían con trajes de baño y se comportaban como si la saliva no se les estuviera congelando en la boca como a mi. De todas maneras no me moví ni un milímetro. Me quedé justo donde estaba pues no había poder humano que pudiera calmarme tanto como esas aguas que emanaban de la Tierra. No tenía idea de la etiqueta adecuada para ingresar al sitio pero si estaba incumpliendo alguna regla, ya se vería.

-       Que venga alguien y me saque. - pensé desafiante.

Pero no iba a venir nadie pues el sitio era abierto y la gente podía entrar cuando quisiera. De hecho, alrededor de las termales lo que había era monte: tierra y árboles por doquier, con bichos y animales pequeños incluidos. Las ardillas ya habían olido mi pequeño almuerzo y al parecer estaban interesadas pero no demasiado como para acercarse. Moví los dedos cuando vi una, como tratando de atraerla, pero fracasé pues se dio la vuelta y volvió a su árbol.