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sábado, 1 de agosto de 2015

Sobre el hombro

   Hugo se miró al espejo cuarteado y se dio cuenta de que ya no era él. Había removido cada pelo de su cabeza y de su cara y se había cambiado por una ropa que jamás en la vida había usado: tenía una chaqueta de cuero negro, jeans bastante apretados y unas botas militares que había tenido en el fondo del closet por años. Su ropa de antes, incluyendo la corbata de la que alguna vez había estado orgulloso, estaba en una bolsa que iba a tirar en un contenedor de la terminal. Limpió el espacio lo mejor que pudo, tomó la bolsa y una mochila que había contra la pared y entonces se miró la cara una última vez. Desde ahora era alguien más y ya nunca quién había sido hasta entonces.

 Ahora tenía documentos con el nombre de Jefferson Martínez y ese era quién iba a ser. Como planeado, tiró la bolsa con la ropa y algunas otras cosas a la basura y solo se quedó con su mochila que tenía solo cosas que eran de Jefferson, y no de su nombre anterior. Para él,  ya todo había cambiado. Lo siguiente era comprar un pasaje hacia otra ciudad y empezar a perderse por el mundo, lejos de la ciudad que era su único enlace con una vida que ya no le pertenecía. Era una vida que otros y él habían corrompido hasta el punto que ya no servía para nada. Por eso la dejaba en la basura y tomaba una nueva, que era totalmente nueva y solo de él. Compró un pasaje hacia una ciudad de frontera y se subió al bus pocos minutos después. Cuando dejó la ciudad atrás, se sintió en calma.

 No había sentido la calma desde hacía años pero se sacudía la cabeza y recordaba que eso que recordaba no era propio sino de alguien más. Así que se dedicó a ver cual sería su siguiente paso al llegar a la ciudad fronteriza. Lo mejor, creía él, era cruzar y en ese otro país dirigirse a una ciudad de tamaño medio pero con vuelos internacionales. Desde allí sería más fácil tomar un vuelo fuera del continente y entonces ya podría pensar en asumir su nueva vida como debía ser. Se recostó en el asiento y vio como los edificios desaparecieron y le daban paso al campo y las montañas que surcaban el país por todas partes. El recorrido era entre valles y abismos, cosa que siempre había odiado.

 Cansado, se quedó dormido rápidamente y solo se despertó cinco horas más tarde, cuando habían recorrido la mitad del trayecto. Lo malo fue que la parada no era para comer o descansar sino por un puesto del ejercito. Jefferson respiró hondo y bajó del bus. Cada hombre era revisado en un lado, las mujeres del otro. Daban sus documentos y los requisaban. Jefferson dio el suyo y el militar lo revisó sin mayor interés. Pidió que siguiera el siguiente y así. Tras algunos minutos, todos los pasajeros estuvieron de nuevo dentro del bus en camino a su destino. Jefferson casi no podía creer que todo hubiese funcionado tan bien. Ahora sabía que su nueva vida tenía un futuro.

 Tras otras cuatro horas de viaje, el bus por fin llegó a su destino. La ciudad era pequeña y olía a mal por alguna razón. Pero eso a Jeff no le importaba nada. Se dirigió rápidamente al puesto fronterizo e hizo sellar su pasaporte. Esa misma noche pasó y compro otro pasaje, esta vez a una ciudad llamada Puerto Flor, que era la capital de provincia y tenía un solo vuelo comercial al extranjero, hacia Estados Unidos. Esa era la ruta perfecta ya que nadie revisaría en un aeropuerto tan pequeño. Esperó frente a una tienda a que llegara el bus que lo llevaría a ese puerto. Mientras esperaba notó algo extraño: había una camioneta negra impecable en el pueblo, evidentemente propiedad de alguien que no vivía allí.

 Lo que le llamó la atención fue más el hecho de que ya había visto vehículos similares cuando casi lo… Cuando casi atrapan a alguien que conocía. Esas camionetas habían estado frente a su casa y su trabajo y de ellas salían tipos que eran del tipo que salen y hablan amablemente. Recordaba como había visto golpear a gente que conocía y como esos hombres creían tener derecho a hacer lo que quisieran, incluso torturar con sus cigarrillos o con golpes certeros. Eran unos monstruos y Jeff sabía que no podía esperar nada bueno si ellos estaban en la cercanía. Pero su miedo fue infundado pues un hombre, ganadero por el aspecto, se subió a la camioneta poco antes de que llegara el pequeño bus.

 En dos horas estuvo en el aeropuerto provincial pero tendría que pasar la noche allí: el vuelo a Estados Unidos era hasta el mediodía siguiente. Era casi la una de la mañana pero a él las horas y los horarios le habían dejado de importar hace mucho. No tenía nada de sueño porque había decidido que dormir era un privilegio que no todo el mundo tenía y menos él que todavía debía estar pendiente de sus movimientos y de los movimientos de los demás. Tenía que andarse con cuidado y por eso, aunque hubiese querido, no podía dormir. El aeropuerto estaba desierto y se sentó en unas sillas, en la oscuridad. Allí, tuvo por un momento un sentimiento de culpa que se asentó sobre su cuerpo.

Esto no era porque había dejado a ese otro hombre en su pasado sino porque había dejado mucho más. El dinero y todos los objetos que había tenido no eran lo más importante, sino las personas. Su familia seguramente estaba fragmentándose y con un dolor inmenso. No era todos los días que un hijo moría de forma tan horrible y después de descubrirse tantas cosas tan feas de él. Pero así había ocurrido y para ellos su familiar, su querido hijo y hermano, estaba muerto y no había nada que pudieran hacer para traerlo de vuelta. Jeff había tenido que matarlo y hacerlo bien para que nadie nunca más preguntar por él o por lo que había hecho.

 Cuando abrieron las tiendas, Jeff compró algo de comer y de tomar y así hizo que pasara el tiempo mientras era la hora de su vuelo. Cuando fue a limpiarse y a orinar al baño después de comer, vio de nuevo algo que lo inquietó: era uno de los hombres de las camionetas. Se lavó las manos, no se las secó y salió de allí con paso acelerado. Cruzó los mostradores de emigración y se sentó en la sala de espera ya que, aunque faltaban todavía seis horas, le parecía mejor esperar en un lugar más seguro que la parte exterior de la terminal. No podía sentarse ni hacer nada más que no fuera caminar de un lado a otro y pensar mil veces en lo mismo: era ese uno de hombres que lo habían querido inculpar de tantas otras cosas? Él había sido ladrón pero nunca nada más que eso.

 Él junto con otros habían desarrollado un plan ingenioso para robarle a la gente sus bienes sin que se dieran cuenta, para luego revenderlos y así ganar dinero. Las personas solo se daban cuenta tiempo después y jamás sabían que les había pasado y porqué. Solo se lo hacían a gente con dinero y luego fueron escalando, aliándose con personas que les pagaban por hacer ese mismo truco. Pero entonces uno de sus aliados se comprometió con el hombre equivocado y entonces todo se fue derrumbando. En ese momento aparecieron los hombres de las camionetas. Seguramente eran de algo parecido al FBI pero nunca mostraban identificación y hacían lo que querían antes de que llegase la policía.

 Jeff, o más bien quién era antes, escapó milagrosamente de todo eso y ahora era una persona totalmente diferente a quien había sido por treinta años. Al hombre de antes nunca se le hubiese visto sin los zapatos bien lustrados, sin corbata o sin un destino fijo en la vida. Ese tipo sabía lo que quería y tenía todo meticulosamente planeado, incluso cuando iba a hacer algo que no estaba particularmente bien con el resto del mundo. Ese hombre era controlador y prefería ser dominante y tener el poder. Por eso había hecho las cosas como las había hecho y la verdad era que jamás lo hubiesen cogido si no hubiese sido por los errores de otros, mucho menos inteligentes y controladores que él.

 Por fin anunciaron el abordaje del vuelo y Jeff hizo la fila pronto para entrar rápidamente. Cuando estuvo en el avión seguía preocupado: era le hombre que había visto en el baño de los mismos que lo acosaban o había sido solo una visión que su cabeza le había puesto, jugando con él y con su miedo a dejar de ser por completo? La puerta del avión fue cerrada y al poco tiempo ya estaban en la pista, rodando y despegando hacia un lugar lejano de allí en el que Jeff sentía que por fin podría vivir en paz. Hallaría alguna profesión en la que pudiese ser bueno y entonces viviría tranquilo, sin estar mirando sobre su hombro a cada rato.


 El avión entonces explotó, solo unos cinco minutos después de despegar. En el estacionamiento del aeropuerto, dos hombres vestidos de negro y corbata, recostados en una camioneta negra, veían los pedazos volar y la gente correr de un lado a otro, gritando. Se sonrieron mutuamente y entraron a la camioneta. Ni Hugo ni Jeff nunca supieron con quienes se habían metido y quienes habían sido los artífices de su muerte. Y nunca nadie lo sabría pues eran seres de las sombras y de la muerte.

domingo, 28 de junio de 2015

Separación

   Siempre será difícil separarse y tener que decir adiós. En cualquier contexto, despedirse de alguien permanentemente es algo que puede sacarnos lágrimas, eso sí es que estimamos de verdad a la persona que estamos despidiendo. Incluso puede que no sea algo permanente  y de todas maneras va a doler y va a ser algo que pensar en los próximos días. Despedirse es difícil, sea cual sea la situación, porque implica una separación y los seres humanos siempre hemos sido dependientes. Esa imagen de luchadores incansables que van por la vida solos es una ilusión ya que prácticamente nadie es así. Todo el mundo tiene a alguien que le preocupa, que quieren volver a ver en algún momento o que los hace pensar lo mejor de la humanidad.

 Tal vez la despedida más difícil sea la que es permanente, es decir, la que hace uno con los que murieron o van a morir. Con frecuencia, uno no tiene la oportunidad de decir adiós y siempre hay un sin sabor, una vocecita en la cabeza que le dice a uno que siempre hubo algo que le quiso decir a la persona o que quiso hacer con él o con ella. Eso pasa con los abuelos, pro ejemplo. Son personas que tal vez nadie acabe conociendo nunca porque siempre existe una barrera generacional que es difícil de superar. Son personas tan distintas y con una situación de vida tan diferente a la propia, que seguido la gente está arrepentida de no haberlos podido conocer, así haya sido siempre un imposible poderlos conocer mejor.

 Además, la muerte es siempre algo difícil porque no es algo que queramos ver a la cara. Así que siempre hay una relación complicada con afrontarlo y estar en paz con ello. Cuando la gente tiene la oportunidad de despedirse, es algo muy preciado y que ocurre en pocas instancias. Más que todo ocurre con personas de edad y tal vez estén inconscientes pero eso no importa. Lo verdaderamente importante es que uno tiene una posibilidad casi remota de poder decirle a la persona lo mucho que apreció su compañía, su amistad, su dedicación y cuidado y que se le extrañará por mucho tiempo. Dependiendo de la relación con la persona puede variar lo difícil que esta situación.

 Es decir, si la persona que se está despidiendo es el hijo o la hija de quién está muriendo, pues será una situación bastante complicada, pero de todas maneras una gran oportunidad que muy pocos tiempo. Y al fin y al cabo la despedida con cualquier ser humano es algo inevitable porque somos seres que no podemos vivir más allá de cierta cantidad de años, no somos eternos y tenemos una fecha de vencimiento, casi siempre desconocida. Lo mejor es tratar de vivir la vida de manera que cuando llegue el momento, podamos ver hacia atrás y darnos cuenta de que lo disfrutamos todo, que hicimos todo lo que queríamos y podíamos y que aprovechamos cada oportunidad que se nos presentó. Esa es la mejor manera de vivir y también la mejor manera de despedirse del mundo.

 Pero hay despedidas que, aunque permanentes, no tienen que ver nada con la muerte. Seguido, es el amor el que tiene mucho que ver allí o la amistad. O más bien la falta de ambos porque cuando cortamos relaciones, también por razones fuera de nuestro control, es otra razón más para despedirse de manera permanente. A veces nuestros sentimientos terminan o cambian y simplemente tenemos que dejar ir a las personas. A veces esto es algo voluntario y otras veces no pero eso no quiere decir que duela más o menos. La separación siempre es difícil solo que a veces puede ser más complicado para nosotros y otras veces puede serlo más para la otra persona involucrada en el asunto.

 Cuando decidimos dejar de vernos con alguien, sea un amigo que dejó de serlo o sea un amante que dejamos de querer, es algo que forma carácter ya que hemos sido nosotros los que decidimos cual es el destino de las cosas. No es que todo haya sucedido para terminar así sino que tomamos una decisión basada en los acontecimientos que hayan podido tener lugar o no, con esa persona. El amor es un sentimiento y los sentimientos no son eternos. La gente cree que el amor es invencible y que nunca se marchita ni se acaba, que es como un motor que funciona de aquí a la eternidad, como si no tuviera nada mejor que hacer. Y eso no es verdad, el amor es como el odio, la felicidad, la tristeza y otros; es algo que simplemente o cambia o se muere y eso no tiene porqué ser nada malo. Los sentimientos son así para ayudarnos a ver lo que sucede y a cambiar.

 Cuando nosotros tomamos una decisión, a veces es difícil pero una vez estamos en camino nos damos cuenta de que fue lo mejor. El dolor puede ser mayor o menor pero, como todo, ya pasará y seguramente lo hemos vivido antes y si no, a aguantar. Lo difícil es cuando toman la decisión por nosotros y alguien nos dice que ya no nos quiere allí, que ya no nos necesita y que es mejor que despejemos su vida y no dejemos rastro alguno de nuestra existencia. Eso sin duda es más difícil porque no están echando y todo ser humano se siente mal cuando lo sacan de alguna parte porque ya no es bienvenido.

 Y, como se dijo antes, no tiene porque ser todo acerca de un amor romántico. A veces puede ser una amistad que simplemente se termina y hay que dejarla ir. A veces puede que se termine por las distancias físicas y otras veces puede que lo haga porque no se trabajó lo suficiente en mantener las cosas vivas. Una amistad, como cualquier otra relación, necesita trabajo y que las personas involucradas se decidan a hacer lo mejor para que las cosas crezcan y beneficien a ambos. Pero cuando las cosas terminan, suele ser más duro que con una relación amorosa por el sencillo detalle que las amistades normalmente duran mucho más y son años de recuerdos.

 Ya a lo último están las despedidas menos trágicas, menos definitivas y no tan dramáticas pero que pueden ser difíciles de varias maneras. Es el caso de cuando nos vamos en un largo viaje y no despedimos de quienes queremos sin saber si los vamos a volver a ver. Esto puede sonar un poco macabro pero no es más que la realidad de la vida: los seres humanos morimos y con frecuencia morimos de un momento a otro, sin previo aviso y muchas veces en circunstancias que jamás hubiéramos podido prever. Y eso algo que siempre tenemos presente, sobre todo cuando nos separamos de lo que siempre hemos tenido cerca y nos aventuramos al vacío que es la experiencia humana.

 Es difícil. Porque seguramente quisiéramos tenerlos a todos cerca. Cuando estemos allá lejos, solos, quisiéramos tener un abrazo de papá, una caricia de mamá, algún chiste tonto de un hermano o la sabiduría de una abuela. Quisiéramos tener a nuestros amigos cerca para que nos den impulso y para recordarnos seguido quienes somos y adonde es que queremos ir. Pero obviamente no los podemos tener cerca y eso duele, eso entristece y pro eso los primeros meses en un lugar lejos de casa pueden ser muy difíciles. Cuando no hay boleto de vuelta ni seguridad de nada, es algo difícil porque significa cambiar todo lo que sabemos de la vida y, como un bebé, volver a aprender lo que sabemos, de otra forma y solo dependiendo de nuestra capacidad para resolver problemas y ver como podemos seguir avanzando por nosotros mismos.

 Esa separación al fin y al cabo puede ser solo transparente y tiene sus recompensas porque después de enseñarnos todo de nuevo, podemos ver con diferentes ojos a todas esas personas que ayudaron a hacernos tal como somos hoy y como seremos tal vez hasta el día que muramos. Volverlos a ver es un alivio pero también se puede asumir como un reto personal ya que queremos haber crecido para ellos, tener nuevas cosas que decir y que contar, parecer tal vez más sabios y menos dependientes de lo que éramos cuando nos fuimos. El dolor de la separación tiene entonces su recompensa porque quienes nos aman de verdad siempre estarán contento por nosotros y nuestros logros.

 La separación es algo difícil. Como dijimos al comienzo, somos seres que necesitan ser sociales e interactuar para poder seguir adelante, para poder sentirnos como parte de algo que es más grande que todos nosotros. Amigos, familia, conocidos; todos ellos nos impulsan y tal vez a veces nos frenan pero el hecho es que nos retan a vivir, a seguir para donde podamos ser una mejor versión de nosotros mismos. Así que cuando nos separamos de alguien, sea para siempre, por decisión propia o solo por un instante de la vida, deberíamos recordar y darles las gracias por lo que nos enseñaron porque cada vivencia es una enseñanza y cada enseñanza es una lección que nos hace más nosotros.


 En las noches, volvemos a nosotros, volvemos a nuestro interior solitario pero siempre agradecemos los recuerdos que tenemos inevitablemente con los demás. Puede que en verdad nunca nos separemos, que siempre estemos juntos sin importar nada más.

lunes, 16 de febrero de 2015

Gratis

-       Gratis?

 Lo miré como si estuviese loco y, lo más probable, es que así fuese. No había pensado mucho antes de reunirme con él, un viejo amigo o tal vez fuese más un “amigo”. Sí, yo estaba desesperado. Esa es la palabra. No hay ninguna otra manera de decirlo. No había trabajado nunca así que no puedo decir que estuviese desempleado pero ciertamente se sentía así y ya estaba al borde del colapso nervioso.

-       No sería gratis. Nos tendrías como referencia en tu hoja de vida y te ayudaríamos cuando tuviéramos un lugar para ti, uno permanente.

 Sí, eso era lo que siempre sucedía.: la gente llegaba a mi y parecía que fuera Jesús mismo curando a los enfermos. Hablaban como si estuviesen dándole pan a los pobres pero las ofertas, por alguna razón, eran cada vez más ridículas. Cierto, no tengo nada que hacer en el día además de escribir para no perder la cordura pero eso no significa que no sepa cuanto vale mi trabajo, especialmente cuando rozo la treintena. Treinta años en los que no tengo nada que hable de mi, nada que valga con el mundo al menos.

-       Eso es gratis. Y tu sabes que no va a salir ningún trabajo.
-       Mira…
-       No. No me interesa.

 En ese momento mi “amigo” se puso a la defensiva. Todo su cuerpo parecía haber cambiado, como si estuviera mutando frente a mi. Casi podía ver como cada musculo de su cuerpo se volvía de piedra, como su estomago se cerraba y su presión arterial subía. No le gustaban que le dijeran que no pero eso a mi simplemente nunca me ha importado. Que se joda.

-       En serio vas a negar ayuda cuando…
-       Cuando que? Dime, cuando que?

 Miedo. La gente cobarde siempre tiembla como una hoja si alguien que no tiene miedo o parece no tenerlo, se les para en frente y los reta. Es algo fácil de hacer. Solo se necesita talento actoral, cosa que tengo, al menos en el campo de la mentira. Moriría de hambre sobre un escenario pero mentir se me da siempre muy bien. Pero en este caso no había necesidad porque solo se miente cuando es algo importante. Con alguien así, no vale la pena la creación de algo tan elaborado como una mentira.

-       Si acaso has buscado trabajo?

 En ese momento me puse de pie, cogí el café ya frío que yo mismo había tenido que pagar, y se lo lancé a la cara. Acto seguido, salí de la cafetería, casi corriendo. Siempre había tenido problemas controlando mi ira y en ese momento también me había controlado. Mi mente había pensado en molerlo a golpes pero lo mejor era hacer algo sutil y mucho más embarazoso. La gente soporta golpes pero nunca soporta la vergüenza.

 A mi casa me fui caminando. No era cerca pero no importaba; no tenía nada que hace, la tarde era de buen clima y hacía mucho no hacía ejercicio de ningún tipo. Además noa ganas de llegar a mi casa a de buen clima y hac importaba; no tenza.en asen este caso no habñia da.
cialmente cuando rozo la tás noás  tenía ganas de llegar a mi casa o, técnicamente, a la casa de mis padres. Para que? Si todos los días hacía lo mismo: por la mañana actualizarme socialmente, por la tarde escribir y despejar mi mente y por la noche buscar trabajo y ver pornografía. Que más podía hacer?

 No era una posibilidad forzarme dentro de alguna oficina o compañía. El mundo funciona a partir de quien conoces y yo o no conozco a nadie o simplemente prefiero no usar a la gente que quiero como peones para algo más. Y aparte de gente que aprecio solo conozco gente que físicamente no me importa y sé que ellos lo ven y lo sienten. Así que nunca, ni en un millón de años, alguno de ellos me ayudarían.

 Lo que me hace gracia es que ellos son lo que siempre que me ven me dicen cosas del estilo de “Si escribes muy bien!” o “Eres muy inteligente”, como si conocieran o como si yo tuviera algo que ellos pudiesen usar. Creo que muchos lo hacen por el futuro: quien sabe si en unos años yo sea el que esté arriba y ellos abajo y entonces me necesiten como yo los necesito ahora. Pero dudo que eso pase alguna vez, simplemente no es posible.

 Nunca he creído en los cuentos de hadas ni en las historias de positivismo en las que todo sale bien. A mi las cosas no me salen bien, solo me salen cuando me salen y eso es todo. No me puedo ni alegrar mucho porque nada es gratis, excepto el trabajo que quieren que haga. Me parece insultante que me quieran usar para hacer cosas que un simio entrenado puede hacer y después esperen que todos seamos amigos y nos queramos. Que putas tiene la gente en la cabeza?

 Cuando llegué a mi casa, solo estaba mi mamá. Mi hermano estaba estudiando, mi hermana y mi padre en el trabajo. Solo mamá, una consumada ama de casa, estaba siempre allí. Y aunque de vez en cuando me preguntaba sobre lo que haría con mi vida, ella sabía que yo no tenía respuesta alguna a sus dudas.

 Me pregunta a menudo si quiere estudiar otra cosa, que no estoy muy viejo para eso pero la respuesta siempre es no. No le veo el caso a estudiar nada más, eso no me va a ayudar a encontrar quien me pague por hacer algo. Y mucho menos si estudio algo que de verdad me interese. Y ciertamente no me refiero a una ingeniería, medicina o alguna otra cosa que tenga que ver con ciencias, para lo que no tengo ni una neurona de inteligencia. Además mi paciencia para todo es limitada.

 No se confundan; sé que la culpa de la mayoría de cosas que pasan a mi alrededor es mía. Pero así soy yo y no soy nadie mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽no soy nadie mi alrededor es m que ver con ciencias, para lo que no tengo ni una neurona de inteligencia. Ademese. Y cás y ciertamente no creo en los cambios mágicos de nadie en nada y no necesito cambiar nada. A diferencia de la mayoría de seres humanos sé que tengo defectos y los acepto. Pero el aceptarlos no quiere decir, de ninguna manera, que quiera eliminarlos o cambiarlos. Además no creo que eso exista. No se puede dejar de ser quien siempre se ha sido y si conocen a alguien que sí lo haya hecho, consigan el número de un buen instituto psiquiátrico.

 Pero mi mamá no me preguntó nada ese día. Me preguntó solamente si tenía hambre y le dije que no a pesar de que me dolía el estomago. Y lo hice porque si hay algo me apasione es sumergirme en mi propio dolor. Sé que es masoquista pero a veces es mejor ver todo de frente y no ocultarse. Hacía mucho no lloraba y pensé que lo iba a hacer pero no pude. Fue como si me hubiera secado y no fuera capaz de producir ni una lágrima.

 Me acosté en mi cama mirando al techo y pensé en todo lo que me aquejaba y me di cuenta de que no puedo forzar a nadie para que me de trabajo. Y he escrito tanto que es imposible que alguien no piense que tengo experiencia, así no sea paga. Así que no es tanto mi culpa, o al menos no en un cien por ciento. También es que para este mundo, un cualquiera que dice que le gusta escribir no es nadie porque no es algo que le interese a nadie.

 Hoy en día la gente importante son aquellos que ganan mucho dinero y pueden mostrarlo a los demás con fiestas y regalos y excesos superficiales. También son importantes los que tienen vidas falsamente felices pero que hacen tan buen trabajo mintiendo sobre su realidad, que hasta ellos terminan creyéndose sus propias mentiras. Y la gente optimista, esos son los chicos populares de la escuela de la vida. Casi nadie odia a un optimista consumado, excepto un realista amargado como yo.


 No, no sé cuando llegue mi momento, si es que llega. De pronto enloquezca primero y decida suicidarme o tal vez encuentre mi pasión pérdida en algo que siempre estuvo allí. Pero la verdad es que ahora no quiero ser feliz ni sentirme bien conmigo mismo. Quiero dinero. Quiero ese dinero y ese trabajo que hace que la gente, la sociedad, piense: “Ese es alguien”. Yo quiero ser alguien porque ahora no soy más que un espectro de algo que nadie quiere ni necesita, ni siquiera yo mismo. Esa es la verdad. Dura? Sí, y que?

domingo, 14 de diciembre de 2014

Sin perdón

Fue fácil. El odio es gasolina barata y rinde bastante. Solo es necesario recordar, revivir, sentir otra vez lo que se sintió en un punto y listo. Si se hace bien, se tendrá como impulsar las más locas de las acciones, incluso matar.

Eso fue lo que hizo él. Recordó como tuvo que huir de su hogar, recordó como lo utilizaron una y otra vez, como lo obligaron a hacer cosas que no quería. Solo tuvo que recordar como dejó de ser un ser humano para convertirse en algo más que un animal rastrero y vil que se alimentaba de los restos que los demás tenían el candor de dejarle.

Así, fue muy fácil. Solo tuvo que hacerlo con elegancia, con cierta atención al detalle que resultaba ser muy difícil ya que, si por el fuera, le hubiera pegado un tiro en la cabeza o incluso lo hubiera ahorcado con una de esas estúpidas corbatas que siempre llevaba, haciendo de alto empresario. Y como fuera que lo hubiera matado, lo hubiera disfrutado, cada momento. le habían robado su humanidad y ahora tenían que pagar. Él ya lo había hecho.

Entonces lo envenenó. Siempre tomaba algo de licor y esta vez no fue diferente. El chico simplemente fue complaciente. De esa manera pudo mezclar el licor con el veneno, sin que se dudara de él. Según le habían dicho, era un veneno muy raro, de un animal de la profunda selva del Amazonas. Con solo unas gotas se lograba el cometido. Y lo mejor de todo, para él al menos, era que el veneno actuaba lentamente y, así, no dejaba rastro alguno de su presencia en el cuerpo.

Lo vio retorcerse, pedir ayuda, tratando de hablar pero sin que ni una sola palabra saliera de su boca. Y él lo disfrutó. No había manera de que sintiera culpa, vergüenza ni mucho menos lástima. Ese hombre sabía lo que había hecho y el chico lo había investigado: había mucho más que violaciones en su historial. El hombre era un rata y las ratas son una plaga.

El chico desapareció después de eso. El cuerpo fue encontrado y se pensó que había muerto de un ataque al corazón. Obviamente encubrieron todo lo relacionado con el deceso ya que el hombre tenía mucho poder y nadie quería que se propagara el correcto rumor de que se acostaba con menores de edad.

Nuestro chico no era menor pero eso no le había impedido ser víctima de los hombres que creían que su poder y dinero les daba una inmunidad que no se habían ganado. Y por eso ahora ese hombre estaba muerto y el chico había cambiado de ciudad y, ojalá, de vida.

Durante mucho tiempo atendió en restaurantes y bares. Y lo hizo muy bien, tanto que muchos de sus jefes lo creían indispensable para el correcto funcionamiento de sus establecimientos. Lo necesitaban y, aunque no lo sabían, él a ellos. Esa nueva estabilidad era la base de lo que buscaba: vivir en paz, tranquilo y sin el afán de sentirse perseguido a cada momento.

Lamentablemente, hay vidas que nacen descarriladas. No tiene nada que ver con un dios ni con la mala suerte, sino con el azar de la vida. Alguien, una mujer dedicada a su trabajo, que siempre había querido resaltar y estar a la vista de sus superiores, había decidido investigar un poco más la muerte del politico en el motel y entonces nuevas pistas le hicieron pensar que podría haber sido un asesinato. Y como siempre, siempre hay alguien viendo y no le fue fácil concluir quien había sido y cual podría ser su paradero.

Pero a esta mujer lo que más le llamaba la atención de todo no era el crimen como tal sino las razones. Al hombre no le habían robado un centavo. De hecho, sin considerar sus indiscreciones, el hombres había ayudado con varias iniciativas para ayudar a las personas que no tenían ingresos fijos, a los pobres. Probablemente era la culpa que lo atormentaba pero era una situación que merecía una explicación.

Así fue que la joven policía llegó al restaurante en el que trabajaba el chico que al verla, creyó que su paz estaba rota, terminada de un hachazo por alguien más. No iba a mentir si la mujer preguntaba las preguntas correctas y eso hizo.

Él le confesó que ese hombre había sido su cliente por los últimos seis años, al menos una vez por mes. Le dijo cuanto lo odiaba, ya que el no tenía poder de decisión sobre que clientes tenía. Alguien más manejaba eso. De hecho, para ese momento nadie sabía que poco menos de una gota de veneno había llegado a una botella de agua consumida por la mujer dueña del motel. Una persona que vivía del sufrimiento de los demás. El chico había puesto ese poco en el agua que la mujer siempre tomaba. Lo otro que nadie sabía todavía era que había un cuerpo sin reclamar en la morgue: era esa mujer, muerta de un ataque al corazón en una sala de cine. Nadie iba nunca a reclamar ese cuerpo y con eso había contado él.

Lo que sí le contó a la mujer policía fue que él había matado con veneno al politico, él lo había planeado y no estaba arrepentido. Pero le aseguró que ella nunca tendría pruebas y que él tenía mucho más que pruebas de un asesinato. Le pidió que se fuera y que la contactaría pronto.

Pasada una semana, la mujer recibió un paquete por correo. Adentro del sobre había un solo artículo: un celular. Era de esos que ya nadie usa, de los que pueden caer varios pisos y no se rompen ni sufren un solo rasguño. La mujer revisó el sobre y vio que la dirección de envió era en la ciudad, no en donde vivía el chico asesino.

Pero al prender el aparato y revisar un poco tuvo lo prometido: pruebas de un crimen mayor, si es que hay crímenes peores que otros. Había fotos tomadas con la cámara del aparato. Era obvio que eran tomas deficientes, borrosas, con una definición bastante baja pero se notaba con claridad quienes eran los sujetos de las fotos.

En poco tiempo, la reputación de uno de los honorables politicos del país había sido destruída. Y había sucedido gracias a la policía y al trabajo de una sola agente que fue condecorada. Todos los niños víctimas fueron encontrados y se les prometió mejorar su situación. Aunque esa fue una verdad a medias, sus vidas mejoraron respecto al pasado, a un pasado al que no tenían ninguna intención de volver.

Y él tampoco quería volver a eso. Después de volver a la ciudad para enviar el viejo celular que el hombre usaba para contactarse con la mujer que arreglaba los encuentros, un celular imposible de rastrear, el chico dejó de nuevo la ciudad, esta vez hacia un nuevo destino.

Fue al aeropuerto y viajó al país vecino, donde entró con facilidad. Allí cambió todo de su vida e hizo una nueva. Consiguió trabajo y al poco tiempo entró a estudiar. Hizo amigos por primera vez e incluso se enamoró, también por primera vez.

Pero el pasado siempre estaba allí. No importaba cuanto cambiara fisicamente, cuantos documentos falsificara o con quien se redimiera, todo lo que había sucedido estaba siempre con él. Nunca, jamás, sintió remordimiento. Eso hubiera sido traicionarse a si mismo. Lo único que sentía ahora era agradecimiento, ya que una segunda oportunidad era única.

Eso sí, nunca dejó de mirar sobre su hombro. Había tenido que dejar buena parte de su humanidad para poder seguir viviendo. Lo único que tenía por hacer era hacer que ese sacrificio valiera la pena.