No se oye nada. De pronto es idea mía o de pronto sí es algo real. Creo que me estoy quedando sordo.
No me muevo de la cama. Por alguna razón estoy acostado sobre mi lado izquierdo. Jamás duermo de lado sino sobre mi abdomen, mi pecho, o como sea que quieran llamarle. El caso es que no duermo así, entonces es raro. Me quedo quieto, mirando la pared blanca frente a mi.
Mis ojos se abren bastante, por primera vez en el día. No veo nada más sino el muro blanco. No hay ni una mancha, no hay nada allí más que la inmensidad de la pintura blanca. Entonces siento el calor y me quito la sabana de encima. Es entonces que me duele y me doy cuenta de dos cosas: hay algo sobre mi cara y, en efecto, no puedo oír nada.
No me pongo de pie sino que me quedo en la cama, abriendo y cerrando los ojos. Mi mano derecha sube lentamente a mi cara. Me toco el mentón y voy deslizando los dedos por la piel en dirección a mi oído, donde siento la mayor molestia. Debajo del pelo que forma la patilla, siento que la piel está inflamada, muy inflamada. Recuerdo que el día anterior me dolía el oído pero era un dolor que iba y venía, ahora es permanente.
Está muy hinchado y me empieza a doler, como que todo mi cuerpo se da cuenta que estoy de verdad despierto y que el dolor tiene espacio para empezar a sentirse. Me recorre el cuerpo un escalofrío, que incluso me hace doler el pie y me hace sentir muy extraño.
Tomo impulso y me pongo de pie y camino, casi automáticamente, al baño. No es mi casa de siempre, solo me estoy quedando por un tiempo. Pero llego, prendo la luz y trato de mirarme pero es dificil verse los oídos. Me toco de nuevo y me echo agua, pensando que puede que el frío ayude. ¿O será mejor el calor?
No, lo mejor es salir. Media hora después estoy en la sala de espera de un hospital, el único del que sé la existencia en esta ciudad que no es la mía. Me llaman y me hacen esperar aún más en una pequeña sala donde otras personas se quejan o hacen cara de enfermedad. Parece que todos están malos del estómago o algo por el estilo. No es raro en una ciudad de clima cálido, a la que vienen muchos turistas y comen y se meten en cualquier lado sin observar los mínimos niveles de limpieza.
Mientras espero me miro los pies. Siento un poco de mareo o de pronto sea yo mismo que me hago sentir peor. Es raro pero así son las cosas en los hospitales. Son sitios horribles y terribles, llenos de quejidos de niños y caras largas de padres cuyas vacaciones han sido arruinadas pero nada pueden decir o sino sonaría muy cruel.
Tras varios minutos, o tal vez menos o tal vez más, me hace pasar una joven doctora. Se demora más escribiendo en el computador que revisándome como se debe. Prefiero pensar que sabe lo que hace. No hablamos casi, solo me hace unas preguntas básicas y le explico mi dolor y cómo me he sentido en los últimos días. Al parecer no nota nada especial en lo que le cuento porque parece no estar muy interesada. O tal vez sea su cara de "Sí, ya sé de que me habla".
Llena un papel, me dice que pague la consulta y en la farmacia de la esquina compro lo que me recomienda la doctora. Apenas llego al apartamento me tomo las pastillas con agua y me acuesto de nuevo. Siento hambre pero prefiero no comer nada. Me quedo mirando la pared, con mis pensamientos perdidos en la nada.
- "Maldita sea..." - pienso. "¡Que bonito comienzo del año!"
Por un momento olvido el dolor y me doy la vuelta. Mala decisión.
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martes, 3 de enero de 2017
Oídos sordos
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lunes, 21 de noviembre de 2016
La playa
En ese punto, era como si el río se partiera
en dos: por el lado más profundo seguía bajando a toda velocidad la corriente
de agua fría que bajaba de las montañas. Por el otro lado, justo al lado, había
una zona de poca profundidad, llena de piedras de todos los tamaños pero con un
agua quieta que casi ni se movía. El lugar estaba algo lejos de las rutas
principales de los senderistas y por eso poca gente lo conocía pero quienes
sabían de él le llamaban “La playa”. Se volvió un punto de encuentro para los
entendidos que circulaban por la zona.
Uno de ellos era Nicolás. Desde hacía un buen
tiempo era aficionado a explorar los parque naturales del país a pie. A la
mayoría los conocía muy bien y por supuesto uno de los lugares que más le
gustaban era La Playa. Era uno de esos que conocía como llegar al sitio de manera más rápida.
Muchos otros habían descubierto el lugar por él pero no porque les dijera sino
porque quienes circulaban por todo esos lugares, sabían muy bien a quien seguir
y como. Pero, afortunadamente, la cantidad de gente que llegaba a ese lugar
seguía siendo relativamente poca.
En uno de sus varios viajes, Nicolás se dio
cuenta que estaba completamente solo.
Era fácil saberlo pues el clima era, cuando menos, un caos. Había
llovido por días seguido y la corriente del río se había vuelto tan brusca que
podía ser peligroso ponerse a buscar cualquier cosa o incluso meterse a bañar.
Incluso por la parte poco profunda pasaban restos árboles y otros escombros y
restos de tormentas que caen al río y casi van al mar. Era peligroso estar allí
en esos momentos, pero a él esa vez le atrajo quedarse por allí.
Armó su campamento cerca de La Playa y aguantó
el frío gracias a una manta especial que tenía. Se hizo lo suficientemente
lejos para evitar la crecida del río, si es que sucedía. En efecto creció un
poco más durante la noche pero no tanto como él lo había supuesto. Al otro día
el río estaba casi como siempre y fue cuando decidió quitarse la ropa y
bañarse. Hacía varios días que no se bañaba y el agua fresca del río era el
lugar ideal para refrescarse, sin importar lo fría que pudiese estar el agua o
las ramas y demás que flotaban en ella.
Se metió rápidamente y se movió un poco por el lugar. En La Playa
el agua llegaba normalmente hasta los muslos, o incluso más abajo dependiendo
del nivel del agua. Esta vez había bajado rápido en la noche y por eso
aprovechó para bañarse. No llevaba jabón ni nada por el estilo sino una como
esponja que servía para limpiar la piel . La utilizaba con fuerza y se mojaba
para asegurar que la limpieza estuviese siendo bien hecha. El río estaba
calmado de nuevo pero había un presentimiento extraño que Nicolás empezó a
sentir, como de inseguridad.
Terminó su baño lo mejor que pudo pero fue al
ir a salir cuando lo vio. Estaba allí, justo donde La Playa empieza y el río da
la vuelta hacia el lado más profundo. Se había casi clavado en las rocas lisas
y frías que había por la orilla del viento. Por un momento, Nicolás dudó si
debía acercarse pero, como no había nadie más en varios kilómetros a la
redonda, decidió ir a mirar para cerciorarse de que lo que veía no era su
imaginación sino algo lamentablemente muy real. Caminó despacio por el agua,
tratando de no resbalar sobre las rocas.
Cuando estuvo casi
lado, fue que se mandó la mano a la boca, como tapando un grito que jamás
salió. Era un hombre, de pronto un poco más joven que él. Estaba vestido con un
jean y nada más. Daba la impresión de que se había estado bañando o al menos se
había caído al agua mientras se ponía la ropa. Su piel estaba toda fría y
extremadamente blanca. Una de sus manos rozó las piernas de Nicolás y este no
pudo evitar gritar de manera imprevista, casi como un bramido asustado. Era
tonto que pasara pues era obvio que estaba muerto.
Eso sí, se veía que no había muerto hacía
tanto. El cuerpo tenía partes algo moradas pero por lo demás estaba blanco como
un papel y mantenía su piel suave y delicada, sin que se hubiese hinchado aún.
Nicolás no pudo evitar pensar que le había pasado al pobre y como había sido
que había llegado al río. Lo dudo por un segundo pero luego, haciendo mucho
esfuerzo, fue capaz de halar el cuerpo hacia fuera de La Playa, sobre el suelo
normal de la zona, que era bastante árido y en ese momento parecía un congelado
de lo frío que estaba.
Fue a la tienda y así, desnudo como estaba,
volvió con algo de ropa que usaba para él. Como no se cambiaba mucho la ropa,
no le parecía un inconveniente vestir al cuerpo con una de sus camisetas y un
par de medias. Se mojaron y fue obvio que no volvería nunca a ponerse esas
prendas o siquiera a pensar en ellas. Lo que quería, sin embargo, era hacerle
una especie de honor al difunto, protegiéndolo un poco mientras descifrara como
sacarlo de allí. Recordó que tenía su celular en algún lado y tal vez podía
contactar a alguien.
Pero no servía de nada. Estaba en una zona
demasiado remota como para que hubiese señal alguna para el teléfono. Tendría
que cargarlo de alguna manera y eso era difícil pues un muerto siempre pesa
mucho más que un vivo. Pero es que la idea de dejar ahí, a pudrirse que y los
pájaros se lo coman lentamente, no era lo que quería para el pobre. La verdad
era que le parecía que el muerto era guapo y por esa superficial razón se
merecía, al menos, un funeral.
Entonces tuvo una idea mejor. Buscó entre sus
cosas y encontró sus herramientas para escalar. En ese parque no las usaba tan
seguido porque no había mucho lugar para poder usarlas pero serían perfectas
para excavar un hueco y enterrar el cuerpo allí. Tratar de arrastrarlo sería
ridículo e ir él a avisar que había un muerto le parecía que era muy fácil y
además se podían demorar días mientras encontraban equipo para que fueran a
rescatarlo y Nicolás sentía que no había tiempo para nada de eso. Había que
actuar lo más pronto posible.
Empezó a excavar y agradeció el trabajo duro
pues calentó su cuerpo de la mejor manera en varios días. La tierra allí estaba
como dura, casi congelada, y era difícil sacarla. Pero después de los primeros
esfuerzos, se puso más fácil. Lo malo fue que llegó la noche y hacerlo con una
linterna pequeña en la boca no era nada eficiente. Decidió dejarlo por ese día.
Se puso ropa especial y se acostó a dormir bastante temprano para continuar con
su labor temprano al otro día. La idea tampoco era pasarse la vida haciendo
algo que hacía por respeto.
Al otro día no se quitó la ropa pues el frío
se intensificó y el río empezó a crecer de nuevo. Bajaban troncos de árboles,
ramas e incluso se podían percibir cuerpos de animales pequeños como conejos y
demás. Menos mal, el hueco que había empezado estaba alejado del río. Había
servido pues seguía intacto, aunque la mayoría de tierra que había sacado se
había ido volando. Siguió el arduo trabajo toda esa mañana pues lo que más
importaba en ese momento era terminar el hueco y poder enterrar al pobre joven
que seguía mirando al cielo con sus ojos vacíos.
Pasado el mediodía, la corriente aumentó más.
Nicolás pudo ver que había una tormenta sobre las montañas desde donde venía el
río. Apuró el paso por si la tormenta se dirigía hacia él y pronto tuvo el
hueco terminado. Arrastró al cuerpo dentro de él y uso la mayor parte que pudo de
la tierra que había sacado. El inconveniente era el viento, que se lo llevaba
todo. Por eso apenas y pudo cubrirlo bien de tierra. Tuvo que excavar de otros
sitios para tapar el cuerpo bien. Cuando terminó, clavó una de sus herramientas
cerca de la cabeza del muerto y le amarró un trapo rojo que tenía.
No podía arrastrarlo fuera del parque y
decirle a nadie no tenía sentido. Pero al menos podía dejar una constancia de
que a alguien le había importado lo suficiente como para enterrarlo y dejar un
señal de quien podía haber sido. Nicolás recordaba a una persona de su pasado y
por eso fue que no pudo evitar hacer algo por el difunto, del que se alejó
pronto ese día pues La Playa sería devastada por la tormenta. Tenía que salir
de allí pronto y resguardarse entre los árboles del bosque próximo.
lunes, 7 de noviembre de 2016
Mujercitas
Antes de poder abrir los ojos, Martina
escuchó por un momento los sonidos que la rodeaban. Había voces suaves y dulces
que flotaban en el aire. Eran personas calladas, que solo decían algo cuando
era completamente necesario. Sus voces apagadas llegaban a ella como a través
de una tela o de una gran distancia. Sentía también calor en su rostro y se
imaginaba que al abrir los ojos, abría una llama cerca de ella o una hoguera.
Sus pies, sin embargo, estaban fríos, así como el resto del cuerpo que parecía estar
lejos del fuego.
En efecto, había fuego donde estaba Martina
pero no era ninguna hoguera ni nada por el estilo: era una hornilla portatil en
la que calentaban agua. Cuando abrió los ojos, solo vio el fuego bajo la tetera
pero a ningún ser humano. Por alguna razón, no se sentía preocupada ni nada por
el estilo. Sabía que estaba segura o al menos así lo sentía. No quería moverse,
en parte porque sentía que sería un gran esfuerzo tratar de que su cuerpo
estuviese boca abajo o en cualquier otra posición. Se sentía cansada, exhausta
a decir verdad.
De repente, una sombra
entró a la tienda de campaña. Martina lo notó porque vio una abertura detrás de
la hornilla, por unos segundos. Pero quien fuera, se había movido lejos de su
rango de vista. Sin embargo, todavía sentía que estuviese allí. De hecho, al
rato sintió que se calentaban sus pies y que alguien los tocaba. Se sentía muy
bien pero al mismo tiempo era extraño no poder ver quién era que la tocaba con
tanta confianza. Si tan solo pudiese tener la agilidad normal de una mujer de
su edad. Pero Martina apenas podía moverse.
De repente, un dolor de cabeza empezó a
taladrarle el cerebro. Era un dolor punzante justo en la sien derecha, como si
algo quisiera meterse en su cuerpo por ese lado. El dolor era horrible y una
lágrima salió del ojo que tenía de ese lado. Era como si le estuviesen metiendo
clavos a la cabeza o algo peor. Martina lloró más y entonces escuchó de nuevo
una voz pero no era lejana ni calmada si no al revés, se entendía que había
urgencia en el tono en el que hablaba. Pero Martina no podía distinguir nada
por el tremendo dolor de cabeza.
Alguien más entro. Tal vez eran más de uno
pero la chica no tenía cerebro para ponerse a contar personas. Sintió luego que
la tocaban, de nuevo. Pero esta vez era la cara. Sintió algo de frío y luego un
fuerte olor que penetró su nariz y la hizo caer en un sueño profundo. Fue un
sueño muy raro. No podía decir que fuese una pesadilla pero tampoco era un
sueño común y corriente. Eran pasillos y más pasillos en un edificio blanco que
parecía estar cerca del mar. Era hermoso pero a la vez muy confuso y daba una
sensación rara, como que había algo más.
Cuando despertó, el dolor en la sien seguía
allí pero era mucho menor que antes. Esta vez abrió los ojos de una vez y vio,
por vez primera, a las personas que la habían estado ayudando. Eran mujeres, no
se veía ninguno que pareciera hombre. Eran hermosas a su manera, casi todas
mujeres mayores pero había un par que eran seguramente más jóvenes. Eran unas
seis y cabían todas en la tienda pues eran bastante pequeñas. No debían llegar
a la cintura a Martina. Si tan solo pudiese recordar en donde estaba y que
había estado haciendo.
Las mujeres se dieron cuenta de que estaba
despierta y se alejaron un poco de ella. Hablaban un idioma desconocido pero
bastante fácil de repetir, si eso quisiera uno. Sus vestimentas eran de varios
colores, y todas llevaban pulseras y collares hechos con variedad de productos
como conchas de mar y piedras preciosas. De pronto era el dolor remanente, pero
Martina pensó que eran todas ellas muy hermosas y además amables pues habían
cuidado de ella. Quiso agradecerles pero entonces las fuerzas se le fueron y
durmió de nuevo.
Esta vez, el sueño era más pacífico pero se
sentía como una prisión. Era una casita hecha de madera y cubierta de ramas de
palmera. Estaba cerca al mar, al que Martina podía caminar con facilidad. El
agua no se sentía casi, tal vez porque su cabeza estaba teniendo problemas
incluso creando sueños y demás. En todo caso se paseó por ahí, como cuando
alguien espera alguna noticia importante. El sitio era hermoso, perfecto se
podría decir, pero eso no servía de nada cuando alguien tenía semejante
preocupación encima y ese dolor persistente.
Cuando despertó de nuevo, la apertura de la
tienda estaba abierta y algunos rayos de sol entraban por ella. No era fácil
determinarlo, pero casi podía estar segura que había llovido y que el clima
seguiría así. Una gruesa nube oscura cruzó el cielo mientras ella miraba. De
pronto, sintió una manito en las suyas y, por primera vez, pudo mirar hacia
abajo, sin moverse demasiado. Era una de las pequeñas mujeres. Le sonrió y
Martina trató de hacer lo mismo. Sentía que toda expresión física le costaba
demasiada energía.
La mujercita se acercó a su rostro. Martina
pensó que le iba a hablar en su particular idioma pero lo que hizo la mujercita
fue hablar en señas. Al parecer, le estaban curando el cuerpo. Eso entendió
Martina. Según parecía, había caído de gran altura. Había una seña que no entendió
pero al parecer algo tenía que ver con la lluvia y con el miedo de la gente que
la estaba cuidando. Con esfuerzo, Martina movió la mano y tocó la de la
mujercita. Al comienzo se asustó pero pronto se dio cuenta que era un buen
gesto.
Durante los próximos días, Martina durmió
poco. Vio por la abertura como caía una lluvia torrencial y al día siguiente
como el sol brillaba como si fuera nuevo. Varias mujercitas venían cada día a
cuidar de ella. Algunas le hacían algo en los pies y las piernas. Otras le masajeaban
una mezcla verdosa en la cara y muchas solo entraban a mirarla un momento. Ella
les sonreía y ellas hacían lo mismo. Pudo determinar que habría, por lo menos,
cuarenta de ella en ese lugar. Pero seguía sin ver hombres y eso era bastante
peculiar.
Cuando por fin puso usar sus manos, trató de
hacer señas para preguntar por los hombres y para saber que le había pasado a
ella. Porque la realidad era que, aunque sabía que no pertenecía allí, era
obvio que algo había pasado para que resultara de paciente de las pequeñas
mujeres. Algo le debió pasar a Martina y por eso no recordaba nada y tenía el
cuerpo tan perjudicado. Pero lo que sea que hiciesen las mujercitas estaba
surtiendo efecto pues poco a poco podía mover las manos y la cabeza con más
agilidad y pronto también los pies.
Un buen día incluso pudieron sentarla y la
hicieron comer una fruta de color verde que tenía un sabor muy fuerte pero
reconfortante. Mientras comía, las mujercitas hacían lo mismo. Cocinaban en el
fuego donde habían calentado agua antes. Martina notó que casi no hablaban
durante esos momentos pero sí cuando estaban ayudándole a ella con los masajes
y demás cosas. Su cultura debía de ser muy interesante. Con eso, Martina
pareció recordar algo: ella estaba allí para saber más de la cultura.
Pero no sabía de la cultura de quien. Dudaba
que alguien supiese de la existencia de las mujercitas y estaba segura que ella
nunca revelaría su paradero. Y la verdad es que jamás tuvo que hacerlo. Un buen
día, se sintió tan bien que se pudo parar un rato para luego volver a sentarse.
Las mujeres la miraron con seriedad y hablaron entre ellas pero a Martina no le
dijeron nada después. Fue al día siguiente cuando ella notó que todas las mujercitas
que la habían cuidado, se habían ido. Martina pudo salir de la tienda y
verificar que todo estaba abandonado.
No había más tiendas de campaña ni rastro de
más personas o personitas por allí. Solo estaba ella. Se quedó de pie allí,
tratando de procesarlo todo y de saber que hacer. Pero no tuvo que pensar
mucho. Desde un risco escuchó un silbido y al mirar de donde provenía, varios
recuerdos se agolparon en su mente. El hombre que silbaba era su compañero Ken.
Lo saludó y pronto el resto de la expedición se reunió con Martina, quien había
desaparecido durante una tormenta hacía pocos días. Cuando le preguntaron como
había sobrevivido, les pidió que le creyeran pues tenía mucho que contarles.
viernes, 4 de noviembre de 2016
Renacer
Para él, no era difícil sacar la bala de
donde estaba alojado en su abdomen. El dolor era tremendo pero a la vez que
sentía dolor, también había una extraña sensación que parecía envolver su mano
mientras sus dedos exploraban la cavidad hecha por la bala. Cuando por fin dio
con los restos de metal que quería sacarse, tuvo mucho cuidado al ir sacando
los dedos para que la bala no se resbalara y volviera a quedar alojada dentro
de su cuerpo. Lo que sacó era un pedazo pequeño de metal, arrugado al meterse en
su cuerpo. Lo tiró al suelo.
La lluvia caía de manera torrencial y ayudaba,
en gran medida, a que sus heridas no se sintieran como tales. Los que sabían de
su resistencia al dolor, creían que él no sentía nada de nada y eso era una
mentira. Cada vez que le pasaba algo, lo sentía en el alma pero el asunto era
que podía resistir la cantidad de dolor que fuera. No había un límite a lo que
pudiese aguantar. Una vez, explorando el límite de sus poderes, había cogido un
cuchillo y se lo había clavado en la mano. Por supuesto que le había dolido,
pero no tanto como para aguantar varias clavadas más.
Respirando pesadamente, caminó bajo la lluvia
siguiendo una carretera solitaria. Era un lugar alejado de todo, envuelto por
bosques de árboles que crecían muy cerca los unos de los otros, con follaje
espeso y una altura que era capaz de cubrir una zona extensa como si fuera un
techo natural. Allí fue donde se escondió, dando cada paso con dolor pero si
dudar un segundo de que lo que tenía que hacer era alejarse lo más rápido
posible de toda la gente, de la civilización como tal. Sentía que ya no
pertenecía con ellos. De hecho, sentía que jamás se había integrado como tal.
Encontró de repente una zona rocosa, en la que
el bosque parecía subir de nivel. En ese lugar había una pequeña cueva y fue
donde se dejó caer para descansar. La idea era solo quedarse un par de horas
pero estaba tan exhausto que solo se despertó hasta el otro día. Lo hizo de un
sobresalto. Por esos días, casi siempre tenía pesadillas horribles relacionadas
con las extrañas habilidades que, de un día para el otro, habían surgido en su
cuerpo. Solo llevaba pocos meses sabiendo lo que podía hacer y era todo
demasiado extraño.
La lluvia había parado durante la noche pero
el bosque seguía húmedo y frío. La ropa del hombre estaba muy mojada pero no
tenía otra para ponerse. Además, no era algo que le importara mucho ahora.
Salió de la cueva y caminó por el linde de la ladera de la montaña, siempre
cuidado no caminar por un claro ni nada parecido. No sabía si alguien estaría
buscándolo ni que métodos estarían usando para encontrarlo. Tenía que ser
cuidadoso. Estaba claro que nunca volvería a sentirse de verdad seguro. Tenía
que aprender a sobrevivir así, en movimiento.
Su estómago de pronto rugió. Tenía mucha
hambre pues no comía nada hacía más de un día. Se revisó los bolsillos del
pantalón y encontró un papel y nada más. En el bolsillo de la chaqueta tenía un
billete de baja denominación y un par de monedas. Era lo único que tenía y de
todas maneras no podía usarlo como si nada, menos como estaba en ese momento
pues cualquiera empezaría a preguntar de dónde había salido. Así que guardó
bien el dinero y siguió caminando, esperando que se le presentara alguna manera
de calmar el estómago.
Los árboles empezaron a separarse un poco, lo
que lo puso nervioso, pero solo era porque en la cercanía había un lago. Era
bastante grande y parecía que no había nadie cerca. El agua era limpia pero
desde la orilla tenía un color azul oscuro profundo, casi negro. El hombre se quedó mirando, desde la línea de
árboles, como el viento acariciaba la superficie del agua. Era un viento frío,
que traía la temperatura de la parte más alta de la montaña. El hombre miró
hacia el cielo: no habían nubes ni parecía haber nada fuera de lo común.
Despacio, se fue quitando la chaqueta. La
dobló con cuidado y la puso en el suelo. Allí tenía su dinero y no quería que
cualquier criatura del bosque pudiese sacar las monedas brillantes o el único
billete que tenía. Luego se quitó la camiseta, que tenía una gran mancha de
sangre oscura, y la puso doblada encima de la chaqueta. Cuando se fue a agachar
para quitarse las botas cubiertas de barro, se dio cuenta que ya no tenía el
hueco de la bala en su abdomen. Dolía un poco todavía pero la piel estaba lisa,
sin rastro de que nada le hubiese pasado.
Se pasó los dedos varias veces, sin creer lo
que veía. No entendía que le pasaba y por qué le pasaba precisamente a él, un
tipo común y corriente que nunca había querido ser especial de ninguna manera.
Lo único que había querido en la vida había sido un trabajo estable y vivir en
paz con los demás. eso era lo que quería. Pero la vida no le había dado nada de
eso y menos aún en los últimos días. Era como si tuviera que superar alguna
prueba o algo por el estilo pero él no comprendía por qué. Nunca le había hecho
nada malo a nadie y ahora estaba huyendo.
Se sentó en el húmedo suelo del bosque para
quitarse las pesadas botas, cubiertas de barro que ya estaba endurecido. Sus
pies olían bastante mal pues el agua de lluvia lo había mojado todo y no había
secado sus pies en mucho tiempo. Las medias también estaban embarradas. Las
dejó dentro de las botas y a estas las puso al lado de la demás ropa. Se quitó
los pantalones, unos jeans ya viejos. Al hacerlo, sintió como si se quitara una
armadura de encima del cuerpo. Se sentía vulnerable.
Después de doblar los
jeans, los puso sobre la camiseta. Se quedó quieto un buen rato, pensando que
de pronto no tenía mucho sentido lo que estaba haciendo. ¿Que tal si alguien
llegara y lo viera así? Tal vez le quitarían la ropa y lo obligarían a morir
sin nada puesto. Sería algo muy humillante. Pero ese era su subconsciente que
estaba obsesionado con la idea de morir desde hacía unos días. Sentía que su
muerte llegaría pronto y a cada rato se imaginaba alguna nueva manera en que
eso ocurriría, casi siempre de manera trágica.
Sacudió la cabeza, como espantando una mosca,
y terminó de quitárselo todo al retirar con cuidado sus calzoncillos. Los dejó
en una de las botas. Entonces se envolvió con sus brazos y empezó a caminar
hacia la orilla del lago. Respiraba pesadamente como si estuviera a punto de
meterse a un baño de ácido o algo por el estilo. Era el miedo de que algo que
no veía venir pasara en cualquier momento. Se podría decir que ahora el pobre
hombre tenía miedo hasta de su propia sombra, de cualquier ruidito, de todo lo
que pudiera llevarlo a la muerte.
Sus pies tocaron el agua. Estaba muy fría pero
sintió algo más: se sentía vivo al sentir el líquido. Despacio, se fue metiendo
al agua hasta que estuvo cubierto hasta la cintura. En parte se sentía
congelándose pero a la vez su cuerpo parecía calentarse desde de adentro. Era
una sensación muy extraña pero placentera. Sentía casi como si se estuviese
recargando. Avanzó un poco más y el agua le llegó hasta el pecho. Cuando se dio
vuelta para mirar a la orilla, se dio cuenta que se había alejado bastante y
que no pasaba nada de peligroso.
Tal vez ya no lo buscaban. Tal vez ya se
hubiesen dado por vencidos. Al fin y al cabo habían visto como un hombre corría
después de dispararle. Eso debía haberlos asustado o algo. Era como si el
optimismo fuese llenando su cuerpo, gota a gota. Entonces miró a su alrededor
y, sin dudar, se hundió en el agua por completo. Aunque dejó de sentir el suelo
rocoso del lago por un momento, no se preocupó porque todo de repente parecía
sentirse perfecto. Sentía que ahora sí lo entendía todo y que comprendía que le
pasaba y porqué.
Así estuvo una hora, emergiendo del agua y
sumergiéndose de nuevo. Cuando por fin regresó a la orilla, parecía un hombre
nuevo. Se veía que algo había cambiado en su interior pero era difícil saber
que era. En su interior, sentía como si estuviese lleno de energía. Antes de
cambiarse, hizo el intento. Tomó una piedra y la apretó con una mano lo más
fuerte que pudo. Cuando abrió el puño, solo había un polvillo gris que flotó
lejos con la suave brisa que soplaba. Era hora de salir del bosque.
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