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martes, 30 de diciembre de 2014

Un día perfecto

Han tenido alguna vez uno de esos días únicos, uno de esos días que parece que jamás se van a repetir, que jamás van a ser perfectamente iguales? Yo tuve uno y, como siempre cuando pasa algo así, no quería que terminara. Pero pasó y eso es mejor que nada.

El día perfecto comenzó de hecho la noche anterior. Esa noche fue cuando lo conocí. Con esto quiero decir que fue cuando sentí conocerlo de verdad. Ya otras veces habíamos hablado, salido, conversado, pero jamás de manera tan sincera y profunda, incluso íntima. Esa noche fue muy especial y se sintió larga por lo que hubo campo para tomarlo con calma.

Conversamos de todo: desde los temas espinosos a evitarse en una fiesta a los temas más superficiales en existencia. De sexo a religión, de política a la última moda para hombres. No había nada que no habláramos.

Cuando cada uno hablaba con su grupo de amigos, se sentía extraño pero, por lo menos yo, me alegré al ver que cuando lo buscaba, él parecía buscarme a mi y siempre que volvíamos a hablar lo hacíamos con una sonrisa algo tonta en la cara.

Debo confesar que en esa fiesta tomé bastante, había todo tipo de licores, comida e incluso un patio para que quienes fumaban (que no eran poco) pudieran salir a hacerlo. Yo siempre tenía algo de comer en la mano y una lata de cerveza o un vaso con algo. Con otros amigos, jugamos a la gran cantidad de juegos relacionados a la bebida y para la una de la madrugada, muchos ya estaban o muy borrachos o profundamente dormidos.

Los dos estábamos algo tomados pero seguíamos hablando y, sin acordarlo ni pensarlo mucho, nos tomamos de la mano. Nunca lo habíamos hecho. No éramos una pareja ni nada por el estilo. Para ser exactos, no conocíamos hace dos meses y no había pasado nada más allá que un par de sonrisas tontas. Pero ahí estábamos, tomados de la mano entre borrachos y habladores.

Fue cuando él quiso ir al baño, ya más tarde, cuando le dije que lo seguiría porque también quería ir. Él entró y entonces esperé, pensando mi plan pero más tratando de no quedarme dormido apoyado contra la pared. Entonces él abrió la puerta e hice lo que había pensado: entré al baño empujándolo, cerré la puerta con torpeza y me le lancé encima. Obviamente, él no se opuso y estuvimos besándonos un buen rato hasta que alguien comprobó que yo no había cerrado bien la puerta. Entonces salimos riendo y dejamos adentro a un chico desconcertado.

Volvimos a nuestro grupo, que bailaba música variada y hablaba de todo un poco, algunos ya llorando, otros demasiado alegres para tanto licor. Pero éramos jóvenes y eso era lo que se suponía que hiciésemos. Claro que había mucho de que preocuparse pero no podíamos preocuparnos ahora, no podíamos arruinar un momento como este.

Nos volvimos a tomar de la mano y seguimos hablando, hasta las cuatro o cinco de la mañana, cuando el dueño de casa confesó estar rendido y todos los demás tuvieron que quedarse donde estaban hasta que hubiera transporte o irse en taxi.

Nosotros elegimos irnos en taxi. Y no sé porque digo nosotros ya que yo estaba ya muy ebrio y lo único que quería era dormir. Pero de todas maneras, los dos nos subimos y no demoramos mucho en llegar a su casa. Nunca había estado allí y el hecho de llegar a un lugar desconocido me ayudó un poco a abrir más los ojos.

Subimos algunas escaleras, luego un ascensor y llegamos a la puerta de su casa. Varias veces me había dicho que vivía solo, cuidando el apartamento de un tío que vivía fuera del país. Pero yo jamás había ido allí: una combinación de saber lo que podía pasar y de falta de conocerlo bien. Simplemente nunca se había dado la oportunidad, hasta esa noche.

Eso sí, jamás pensé que fuera de esa manera. Menos aún cuando lo primero que hice fue preguntar por el baño y luego proceder a vomitar allí. Afortunadamente, no hice un lío ni nada por el estilo. Solo bajé la cisterna y me senté allí un rato, analizando mis opciones: o me quedaba a pasar el resto de la madrugada (que no era mucho) o me iba en ese momento. Pero entonces recordé que no tenía mucho dinero así que no tenía más opción sino quedarme. Me lavé la boca con enjuago bucal unas tres veces y salí.

Él me sonrió. Parecía saber que había pasado, seguramente por el ruido. Yo no dije nada y le pregunté donde podía descansar. Él me dijo que podía dormir en su cama y él dormiría en el sofá de la sala pero eso no me pareció correcto y, la verdad, había quedado con su beso en la mente.

Así que lo tomé de la mano y le dije que fuéramos a dormir. Así fue nos acostamos en su cama y dormimos varias horas. No hubo sexo, ni siquiera manos yendo más allá de lo permitido. Nada. Solo dos personas durmiendo, bastante cerca uno del otro, en la misma cama.

Cuando me desperté, tengo que confesarlo, fue un poco desconcertante. No haba tomado ﷽e confesarlo, fue un poco desconcertante. No habnte cerca uno del otro, en la misma cama.o me iba en ese momento. Pería tomado tanto para olvidarlo todo pero sí para tener un dolor de cabeza considerable. Me levanté, él todavía durmiendo, y me dirigí al baño que había adentro de la habitación. Había un mueble grande y busqué allí hasta encontrar pastillas para el dolor de cabeza. Seguramente no era muy inteligente tomarlas en ayuno pero no me importó. Tomé una con agua de la llave y volví a la cama.

En ese momento lo vi bien, detenidamente, como si fuera la primera vez. Y me di cuenta de que me gustaba y bastante. Era una persona dulce, inteligente, muy gracioso y considerado. Y dormía profundo, apenas exhalando por la boca ligeramente abierta. Se veía hermoso así.

No sé si fue por estarlo mirando pero se despertó al rato, pero no lucía confundido como yo sino alegre: probablemente había dormido muy bien o había tenido un sueño especialmente gratificante. Lo que fuera, se le notaba en la cara y en la sonrisa que me brindó.

Me propuso desayunar algo y acepté. Fuimos a la cocina y empezó a sacar cosas. Me dijo que sirviera jugo en dos vasos y eso hizo, cuidando no regar ni manchar nada.

La noche anterior no me había fijado en lo que acogedor del lugar. No era un apartamento muy grande pero sí estaba muy bien arreglado, con todas las comodidades necesarias. Mientras él encendía hornillas y sacaba sartenes y me preguntaba sobre mi sueño, yo me acerqué a la ventana y sonreí al ver la vista.

No había estado nunca en esa parte de la ciudad y, aunque el taxi parecía haberse demorado poco desde la casa de la fiesta, la verdad era que ambos lugares no estaban tan cerca el uno del otro. Él pareció darse cuenta de mi sorpresa por lo que se me acercó y me explicó que se veía por la ventana. Y lo hizo poniendo una mano en mi espalda, lo que me reconfortó pero a la vez me dio nervios.

Era bastante extraña la sensació﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽te extraña la sensaciiendo una mano en mi espalda, lo que me reconfortres no estaban tan cerca el uno del otro. na perón, como de conocerlo pero a la vez no, de sentirme bien pero a la vez estar un poco aprehensivo porque, al fin y al cabo, estaba en la casa de alguien casi desconocido.

Eso lo olvidé pronto al ver el desayuno que había preparado: huevos revueltos con salsa de tomate y el jugo que yo había servido. Mientras comíamos, él prendió el televisor y vimos caricaturas. Nos reímos tontamente durante una hora comiendo y viendo la tele y, de vez en cuando, nos mirábamos el uno al otro y sonreíamos.

Después de comer, propuse irme pero entonces él me hizo una contrapropuesta, haciéndolo parecer algo muy serio pero sin dejar de sonreír. Me dijo que, siendo domingo,  podríamos pasar el día juntos y luego, en la noche, él mismo me acompañaría a mi casa.

Acepté sin mucho pensarlo porque no había que pensarlo. Era una oportunidad y eso estaba más claro que él agua. No tenía sentido negarme ni hacerme el difícil. Muchas veces la respuesta más sencilla es la mejor que se puede dar, sea positiva o negativa.

El resto del día, vimos películas, nos contamos historias, aprendimos cosas el uno del otro que no sabíamos y nos divertimos con cosas simples como yendo a comprar algo de tomar a una tienda o recostándonos para ver una de las películas de suspenso que habíamos conseguido.

Al final de la tarde, me sorprendió con un beso y, esta vez, no había nadie para interrumpirnos por lo que pudimos hacerlo por varios minutos, como si no alcanzara el tiempo del mundo para sentir algo así, algo tan perfecto, al menos para nosotros dos.

Fue así como terminamos en su habitación y seguimos besándonos hasta que la ropa fue cayendo y la pasión se tomó el pequeño apartamento. Sus besos eran simplemente ideales, siempre con la duración exacta y agradables, jamás lo contrario.

Ya llegada la noche, cuando me tenía que ir, estábamos los dos en su cama, abrazados, sin decir nada. No teníamos ni idea que iba a pasar después, aparte de que le pediría acompañarme a la para de bus más cercana.

Pudiera ser que no nos viéramos nunca más o que nos viéramos al día siguiente y cada vez más. En ese momento, en ese minuto de nuestras existencias, no importaba en lo más mínimo. Éramos solo nosotros dos, sintiéndonos juntos y tontamente únicos, así supiéramos que no lo éramos.

Ese día para mi fue perfecto porque olvidé las preocupaciones que me habían agobiado por tantos años y tantas veces durante los últimos días. Olvidé sentirme mal conmigo mismo y sentirme prevenido con todo y todos. Me olvidé de mi mismo pero a la vez, me reconocí en otros aspectos. Y eso fue lo que necesitaba, ese día perfecto. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Del valle y su río

Habíamos oído muchas historias sobre el río, de lo peligroso que era cuando llovía pero de lo bueno que era con todos los que vivíamos en el valle. Era el que hacía de los bosques una espesa cobija verde y de los campos nuestro orgullo más grande.

Pero nadie tenía permitido subir hasta el punto de nacimiento del río. Desde hacía cientos de años era una regla tácita para los moradores del valle y casi nadie violaba este mandamiento.

Eso sí, cada cierto tiempo llegaba alguien de fuera por los caminos de montaña. Y muchas veces eran aventureros que decían que sin duda podrían llegar a la parte más alta del río. Y se iban y nunca volvían ni nadie sabía más de ellos.

La comunicación con el resto del mundo era escasa. Los caminos que conectan nuestro valle con otros lugares son de tierra y solo hombres a caballo o pie pueden circular por ellos, nadie más.

Esto no es inconveniente ya que, gracias al río, somos autosuficientes. La comida que necesitamos está aquí mismo y con el agua del río funcionan varios molinos para hacer otros productos. Además hacemos ropa, utensilios, construimos casas con ladrillos fuertes y madera del bosque. No tenemos razones para salir.

Además, el valle es pacifico. Hay riñas, de vez en cuando, relacionadas más que todo al alcohol pero los casos de violencia son tan extraños que nuestro jefe de seguridad es más conocido por sus recetas con pez de río que por sus capturas o investigaciones.

Nuestro territorio va desde el bosque verde hasta el lago en el que desemboca el río. Nosotros solo ocupamos un lado del lago. No nos interesa ir más allá ya que, en noches de luna llena, siempre se escuchan sonidos misteriosos provenientes de ese lado. Así que pocos navegan hacia allá, es otro terreno tácitamente prohibido.

Aunque, como dije antes, siempre han habido aventureros y gente que quiere conocer más. Está el caso de la joven antropóloga que llegó del exterior y se quedó en el pueblo por un mes. Se quedó en la casa de cada familia, investigando nuestros hábitos diarios, nuestros gustos y demás. Anotaba desde nuestros apellidos hasta el tiempo que utilizábamos para hacer una hogaza de pan.

Era una mujer extraña pero a todos nos caía bien porque parecía genuinamente interesada en conocernos. Vino y se fue a su tierra y volvió al año siguiente, con regalos y el libro que había escrito sobre nosotros. La felicidad no duró cuando dijo que ahora quería investigar más sobre nuestras supersticiones, incluidos los sitios prohibidos.

Sabiendo que no recibiría ayuda de nadie para sus expediciones, trajo a dos jóvenes de sus tierra y con ellos navegó el lago por varios días. Cada cierto tiempo iban más y más lejos hasta que un día alcanzaron la orilla opuesta. Recogieron tierra y plantas y agua y se devolvieron.

Lo curioso ocurrió en la siguiente luna llena, cuando los ruidos provenientes del otro lado se hicieron más y más fuertes. Todos en el pueblo se resguardaron en sus hogares y trataron de ignorar el horrible ruido. Al otro día, los pescadores anunciaron que sus embarcaciones habían sido destruidas y que una gran parte de los árboles de la orilla nuestra habían sido también destruidos, como si manos gigantes hubieran querido hacerlos a un lado.

Por días nadie le habló a la mujer antropóloga. No era que no la quisiéramos, porque muchos la teníamos en gran estima. El problema era que muchos, de hecho todos, le atribuíamos a ella la culpa de que las criaturas del otro lado hubiera destruido las embarcaciones que nos daban peces del lago y del río. El jefe de seguridad estaba especialmente molesto y ayudaba a los pescadores a reparar los botes o hacer nuevos.

Después de una semana en la que lo ánimos bajaron a como siempre estaban, la mujer anunció que dejaría el pueblo en un mes pero no sin antes visitar el sitio de nacimiento del río. Si la gente empezaba a no detestarla por lo de los barcos, ahora oficialmente casi todos la odiaban.

Pero a la mujer eso le daba igual. Yo estuve en un pequeño grupo que le mostró las zonas del bosque que más frecuentábamos, donde había buena madera y podíamos cazar animales pequeños. Ella siempre parecía fascinada por todo, como si viniera de otro planeta. Creo que siempre quise preguntarle sobre su tierra de origen pero nunca lo hice, por respeto o por miedo a lo que pensaría el resto del pueblo.

Día a día, la mujer fue haciendo lo mismo que en el lago: iban adentrándose más y más hasta que los del pueblo nos retiramos porque no queríamos tener problemas.

Nunca supimos muy bien que pasó con ella. Al menos no después de un par de años cuando, cazando en un territorio profundo del bosque, un grupo de cazadores en el que yo estaba encontró una libreta. Era de hecho el diario de la mujer, firmado por ella en la primera página. Tenía dibujos de la otra orilla del lago y de varias personas y edificios del pueblo. Tenía notas de medicinas que usábamos, de lo que comíamos y demás información que ella había creído útil.

Revisé el libro con cuidado junto con las autoridades del pueblo. De hecho, todos nos reunimos en la plaza central para leerlo juntos. Afortunadamente fui yo quien leyó en voz alta a los demás.

La gente rió y sonrió con varios de los primeros apuntes de la mujer, sobre todo cuando mencionaba nombres o ciertas costumbres. Esas expresiones de felicidad desaparecieron rápidamente en las últimas páginas que leí casi una semana después de encontrar el diario.

La mujer documentaba su expedición en el bosque y como había seguido, con sus acompañantes, el río hacia su punto de origen. Nadie parecía respirar a medida que seguía leyendo.

Resultaba que el río nacía solo unos kilómetros más allá de los que los cazadores iban. Lo extraño era que habían encontrado allí una casa pequeña, que parecía abandonada. La mujer escribía que habían revisado todo y que habían salido cuando se dieron cuenta que la chimenea había sido apagada hacía poco.

Lo siguiente que escribía era que estaban tratando de volver al pueblo pero que el bosque parecía haber crecido y cambiado porque no llegaban a ningún lado y varias sombras parecían seguirlos. Después anotaba que, de alguna manera, habían vuelto a la casa y que las sombras se habían convertido en lobos y que parecían acorralarlos contra la casa, haciéndolos entrar.

En la siguiente página había algunas manchas, ahora negras. Yo sabía bien de que eran...

Y después, no había nada más. Eran sus últimas palabras escritas. Y así cada persona volvió a su hogar y esa noche y por algunos días nadie estuvo muy contento ya que parecían haber comprado lo que siempre habían creído: su valle estaba rodeado de fuerzas oscuras y no había razón para dejarlo, nunca.

domingo, 19 de octubre de 2014

Ricardo Villamil

La leyenda cuenta que Ricardo Villamil fue uno de los miles de hijos de españoles con indigenas. Aunque lo poco común era que su padre era indígena y su madre española. El padre había sido el jefe de su tribu y la mujer era hija de un comerciante de especias, más que todo exportando clavo y canela.

Pero este no era el aspecto que todos recordaban de Ricardo. La historia que todos conocían, y algunos todavía recuerdan, es la de su expedición al interior del país, en ese tiempo poco explorado, con uno que otro asentamiento, casi siempre un caserío de mala muerte.

La idea de Ricardo era aumentar el poder de la empresa que iba a heredar de su abuelo. Siendo su único descendiente, no podía negarse a dejarle hasta el último centavo y cada papel con su firma para que la empresa siguiera existiendo. Conociendo al viejo avaro que era su abuelo, sabía que nunca sería capaz de dejar derrumbar su imperio, que él mismo había heredado de sus ascendientes.

Ricardo había llegado en cuestión de dos semanas, casi un record en la época, al borde de la llanura, donde empezaba la jungla espesa y los mitos más locos sobre la tierra desconocida. Eso, francamente, no le interesaba. En el camino fue formando su equipo hasta encontrar 20 hombres dispuestos a adentrarse con él en la selva.

También viajaba con ellos una cocinera negra, que él conocía hacía años. La había convencido diciéndole que todos dependerían de ella para comer comida real y no porquerías de la selva. La idea del viaje no le importaba, solo nutrir a los demás.

Y así llegaron al borde de la selva y se abastecieron de comida, armas y demás cosas que pudieran necesitar. Se hicieron al río en una gran embarcación y siguieron el curso fluvial por kilómetros y kilómetros.

Para Ricardo este tramo del viaje fue el más tedioso ya que tenía que esperar y esperar. No había nada más que hacer sino repasar planos pasados, informes de tribus autóctonas y avisos de exploradores y otros personajes que frecuentaban la selva para conseguir comida.

Ya conocía de memoria las leyendas: una mujer que buscaba a sus niños matando hombres perdidos, el hombre que era jaguar o caimán o un oso y, por supuesto, la gran ciudad pérdida que muchos decían que existía pero que nadie vivo podía decir que había visitado.

En la travesía por el río pararon algunas veces, recolectando frutas, hierbas y cortezas de árboles. Todo podía servir. La idea era volver con todo a la costa y allí ver que se podía hacer con cada material. Al fin y al cabo allí estaban los equipos científicos necesarios para saber de que estaban hechos los materiales.

En el bote tenía una cabina para él solo y allí un cofre donde guardaba todo. Ya ansiaba volver, a pesar de no haber llegado al lugar donde muchos reclamaban haber visto poderosos animales y plantas exóticas. Extrañaba a sus padres, que ahora tenían el peso de la empresa encima.

A veces pensaba que los tiempos estaban cambiando y su familia era ahora menos discriminada pero sabía que el mundo no era así, era cruel y duro. Lo había notado cuando había cortejado a una joven dama hija de comerciantes de pieles. Ella misma le dijo que no podía dejar que la vieran con él.

Y así ocurrió con otras más hasta que se cansó y decidió montar la expedición. Era un viaje necesario para el negocio, pero también era una oportunidad perfecta para escapar de todo un tiempo, ver otros espacios, y encontrarse un poco en un mundo que no estaba hecho para él.

Un buen día desde el bote pudieron ver montañas, más bien montes por su altura, y tenían formas extrañas. Eran mucho más altas que la planicie de la selva y era planas por encima. Algunas tenían los costados en pendiente brusca y otros eran más suaves.

Unos pocos se quedaron para resguardar el bote, entre ellos la cocinera que dijo que no le interesaba ir a escalar pero que le trajeran carne roja para las comidas de los próximos días.

Ricardo se armó con un fusil y varias bolsas de piel de panza de oveja, ideales para guardar las preciosas plantas que encontraría. Dejaron las colinas para el último día y se dedicaron a buscar por entre los montes y las cuevas. Encontraron bastantes animales salvajes que, después del primer día, se mantuvieron al margen de los extraños.

En el tercer día encontraron las ruinas de lo que parecía un pueblo o un asentamiento. Habían círculos de rocas, claramente las bases de casas. Había también un rectángulo gigante de piedras y, a un lado del pueblo, varios montículos con piedras alargadas clavadas encima. Todas tenían caras talladas, cada una diferente a la otra.

Ricardo y otros calcaron los rostros e hicieron dibujos. Esto les tomó demasiado tiempo por lo que tuvieron que acampar esa noche allí. Ricardo no podía dormir. Se sentó sobre su cobija y escuchó la jungla: ruidos de monos, un rugido en la lejanía y, entonces, una canción. La escuchó por varios minutos hasta que la aprendió.

Al otro día le preguntó a la cocinera que hacía cantando en la noche y ella le dijo que jamás cantaba, no desde la muerte de su hijo. Además, había dormido desde temprano. Ricardo se extrañó pero no prosiguió la conversación. Era el penúltimo día y decidieron explorar una cueva grande que habían visto.

Los hombres entraron primero y espantaron a los murciélagos. La cueva brillaba en la oscuridad y no había mucho más que ver hasta que se adentraron en la roca y encontraron un recinto que parecía natural y, a la vez, se notaba la presencia humana. Había dibujos por todos lados y más piedras con caras. En la roca había hoyos, seguramente para antorchas o algún tipo de fuego.

Y allí escuchó de nuevo la canción. No sabía de donde provenía pero la voz era femenina, sin duda. Cuando le preguntó a los demás si escuchaban la canción, le dijeron que no sabían de que estaba hablando.

El último día subieron a uno de los montes. Escalaron con dificultad, casi cayendo al vacío varias veces. Pero había dos hombres experimentados y ayudaron al resto. Solo ocho subieron y exploraron uno de los montes. La vista era hermosa: la selva parecía una enorme alfombra de la que solo sobresalían montes como en el que estaban ahora y otras formaciones más oscuras, a lo lejos.

Y entonces uno de los hombres gritó y todos fueron con él. Había encontrado otro circulo de rocas con caras y, en el centro, había un montículo de tierra: era un entierro. Lo más extraño es que este entierro tenía una lapida y la inscripción estaba en números y alfabeto romanos. La enterrada era una mujer, europea por el nombre, muerta hacía unos cien años. Imposible, parecía.

Entonces se escuchó la alarma del barco que consistía en golpear un plato de metal. Algo malo ocurría. Ricardo supo entonces que no regresaría pronto a su hogar.

domingo, 5 de octubre de 2014

La realidad del placer

El sexo siempre había sido bueno. No tenía como no serlo. Eran personas que disfrutaban del placer y sabían muy bien sus gustos. Así que por ese lado, parecía que no iban a haber problemas.

Pero Andrés quería más. O menos, dependiendo del punto de vista. La relación con David era buena pero basada en un gusto puramente carnal. Siempre que uno, casi siempre David, deseaba pasarla bien llamaba al otro y quedaban en alguno de sus hogares. Y así había sido durante el último año.

Esta vez no era diferente. Andrés estaba desnudo, orinando en el baño del apartamento de David, cuando se dio cuenta lo aburrido que estaba de toda la situación. Era una rutina incesante y ya tenía suficiente con la rutina del trabajo como para tener otra basada en el placer. Placer que, dicho sea de paso, ya no era igual que antes. Sí, lo pasaba bien. No podía decir que no. Pero la emoción, el sentimiento real, no estaban, si es que lo estuvieron alguna vez.

Andrés se cambió con rapidez y salió del apartamento tan rápido como pudo. Solo llevaba su celular, una tarjeta de transporte y un par de billetes enrollados. Esa era otra cosa que le molestaba: siempre tenía que salir a hurtadillas como si fuera un ladrón o algo peor. Nunca se había quedado para ver a David más despierto, mucho menos compartir algo más con él que el sexo. Era como un acuerdo tácito y hoy no era el día para romperlo.

Salió del edificio rápidamente, apenas mirando al portero, y salió a la luz azul de la mañana de un sábado bastante frío, al menos a esas horas de la mañana. Tenía hambre y por eso, en vez de encaminarse a la parada de bus más próxima, se fue caminando hasta una panadería.

En el camino, tiritando del frío, pensó en su situación sentimental: era inexistente. No era posible seguir acostándose con un tipo nada más porque se veía bien y se entendían en la cama. De hecho, estaba seguro que David tenía más amigos de ese estilo y que Andrés para él solo era carne, por feo que suene.

Un fuerte olor a pan recién salido del horno interrumpió los pensamientos de Andrés apenas entró a la panadería. Tantos olores deliciosos hicieron que su panza empezara a reclamar, con vehemencia, algo de comer y sus pensamientos sobre su vida amorosa desaparecieron por el momento.

Había algunas mesas pero ninguna estaba ocupada. Miró los estantes y demás mostradores: todo se veía delicioso.

 - Tenemos galletas también, con mermelada.

De atrás del mostrador apareció un joven, algo menor que él. Andrés sonrió sin pensarlo.

  - Gracias.
  - Que le gustaría?

El chico tomó una bolsa y la abrió rápidamente.

 - No voy a llevar. Voy a comer aquí.

El joven sonrió. Andrés se sintió sonrojar.

  - Quiero dos galletas de mermelada, un croissant de jamón y queso y... Tienen de tomar?
  - Sí. Café con leche, chocolate, café negro,...
  - Chocolate.
  - Se lo llevo a la mesa.

Y antes de que Andrés se volteara, el chico le guiñó el ojo. Si no estaba rojo antes, ahora sí que lo debía de estar.

Se sentó en la mesa más cercana y sacó los billetes que tenía. No era mucho pero seguro era suficiente para lo que iba a comer. Y como tenía su tarjeta de transporte podría llegar a casa rápido para descansar y, seguramente, seguir pensando.

El chico le trajo dos platos: uno con las galletas y otro con el croissant.

  - Recién salidos del horno. Voy por el chocolate.

Andrés asintió, sin mirarlo. El croissant estaba caliente todavía y sabía delicioso. Lo consumió completo antes de que el chico volviera con el chocolate.

  - Hambre?

Andrés sonrió. Y le contó que no comía desde el almuerzo de el día anterior. Fue así que el chico se sentó frente a él y le contó que había veces que él no comía por varias horas, a pesar de estar rodeado por comida. Era una regla no comer nada de lo que hacían.

  - Es tu negocio?

El chico rió y le explicó que era un negocio familiar. Andrés se disculpó por robarle su tiempo pero el joven le dijo que ya había puesto todo en su lugar y que era demasiado temprano para que llegara alguien. No era un barrio muy movido.

  - Vive cerca?
  - No, estaba... en casa de un amigo.

Y entonces sintió la urgencia de decir la verdad. Mucha gente decía que, a veces, es mejor hablar con un completo desconocido y no con alguien que ya sabe como eres. Andrés le contó todo, omitiendo algunos detalles, pero explicando cual era su dilema.

El chico no dijo nada durante todo el discurso. Solo levantó la cejas, frunció el ceño y asintió. Al terminar Andrés, se quedaron en silencio por un rato, que él aprovechó para comer una de las galletas con su chocolate. Entonces, el chico le dio su opinión.

  - Debería estar solo con gente que lo aprecie por quien es, tanto lo mental como lo físico. Si alguien solo quiere una parte del todo es que no quiere saber de la otra parte y eso está mal, creo yo.

Y el joven panadero tenía razón. Ese era el verdadero punto de todo este asunto.

Andrés le agradeció por su opinión y terminó su segunda galleta y su chocolate. Se despidió, no sin antes pedirle al joven el número de la panadería ya que le había encantado su desayuno. El chico le dio un papel con los números y la dirección. Se despidieron sin mayor consecuencia.

Ya en su casa, Andrés se recostó en la cama y se dio cuenta que el primer paso era suyo. Le escribió a David, diciendo que no podía seguir así y pidiendo no contactarlo más. La respuesta de David llegó luego pero Andrés la borró sin leerla. No había razón para hacerlo.

Había entendido que debía valorarse para que otros los hicieran. Y someterse a hacer algo que no le brindaba nada, era negarse el lugar que en verdad merecía. El placer no era algo malo. Al contrario. Pero compartirlo con alguien que no lo apreciaba era una pérdida de tiempo y energía.

Antes de quedar dormido en su cama, con la ropa puesta, recordó el delicioso oler del pan recién horneado y como deseaba cambiar su vida, a partir de ese día.