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lunes, 21 de enero de 2019

Y de repente, en un momento...


   Me tomó de la mano y casi se la suelto por miedo. Su mano se sentía seca y muy caliente. Creo que quiso abrir los ojos, porque su cabeza giró hacia mi pero pronto fue enderezada por uno de los paramédicos que le puso una mascarilla para suministrarle oxigeno. Su ropa estaba destrozada y la tuvieron que cortar con rapidez, por miedo a que el fuego hubiera podido fusionarla con la piel. Por la cara de los paramédicos me di cuenta de que las cosas estaban mal pero no tanto como ellos habían esperado.

 Tuve que coger con mi otra mano un cajón del que pude agarrarme para no caer mientras la ambulancia iba a toda velocidad por entre otros vehículos, dando giros inesperados y deteniéndose a veces de golpe, esperando que los carros se hicieran a un lado para dejar pasar. Cuando por fin se detuvo la ambulancia, la puerta se abrió de golpe y la camilla salió rápidamente, dejándome atrás como si no estuviera allí. Por supuesto, tuve que soltarle la mano, un poco aturdido por todo lo que ocurría.

 Bajé de la ambulancia y caminé hasta la puerta del hospital. Ya no estaba él allí y seguramente lo habían pasado a un lugar en el que yo no podía estar. Me sentía mal por todo lo que había pasado y más que nada porque él había estado entre la explosión y yo. Él me había caído encima y me había protegido de lo peor del estallido. Solo tenía quemados algunos pelos y partes de la ropa, lo menos que me había podido ocurrir en semejante momento. Sin embargo, me zumbaban los oídos y me sentía temblar.

 De la nada, una enfermera me tomó del brazo y me hizo a un lado. Me puso una linterna pequeña en los ojos y los revisó con rapidez. Me tomó el pulso y me miró por todos lados. Me dijo que era obvio que había estado en la explosión. Se puso a hablar de otros heridos que estaban llegando, algunos con heridas mucho más graves que las de Tomás. De repente salí de mi ensimismamiento y le pregunté por Tomás, necesitaba verlo y saber que de verdad iba a estar bien.

 Fue en ese momento que los vi, por encima del hombro de la enfermera que me estaba preguntando el nombre completo de Tomás. Eran Jessica y Francisco, la prometida y el mejor amigo de Tomás. Me di cuenta en ese mismo momento que ya no era necesario. Ya no necesitaba que le sostuviera la mano ni que estuviera allí. Los saludé y le dije a la enfermera que ellos eran los familiares directos del herido. Los saludé y solo les dije que necesitaba descansar pero que volvería pronto para saber qué había ocurrido. Solo es algo que dije, sin pensarlo demasiado.

  Cuando llegué a casa me duché y luego tomé la máquina con la que me arreglaba a veces el cabello y me lo corté por completo. No solo era para quitarme la zona que había sido quemada sino porque tuve un impulso de hacer algo drástico como eso. Fue algo del momento. Tuve que entrar a la ducha de nuevo para limpiarme los pelos de encima y fue entonces cuando él se metió de nuevo a mi cabeza. No creo que hubiese salido en ningún momento, solo que trataba de no pensar en él.

 Cuando me recosté en la cama, estaba todavía allí conmigo y pude sentir su mano en la mía. Seguía pensando en lo que habíamos estado hablando cuando explotó la bomba y eso me apretó el corazón, forzando algunas lágrimas que brotaron lentamente de mis ojos. Me rehusaba a llorar por algo así pero tal vez no podría evitarlo por mucho tiempo más. Me había dicho algo que nadie nunca más me había dicho y simplemente no era algo que pudiera ignorar. Sin embargo, tal vez era lo mejor.

 Cuando desperté al día siguiente, vi los mensajes que Jessica me había enviado, hablando del estado de Tomás. Estaba bien, fuera de cualquier tipo de peligro. Noté que ella hablaba de a poco, cada decena de minutos escribía algo. Fue mucho después de haber empezado a enviar los mensajes cuando me llegó uno diciéndome que él pedía verme. Quedé frío cuando lo leí. Lo había enviado ella, como si no pudiera ser ninguna otra persona en este mundo. Me sentí mal de nuevo y odié toda la situación.

 Después de ducharme, mientras me vestía, oía en las noticias que la explosión había sido causada por un atentado contra el vehículo de un empresario bastante polémico. Por alguna razón, habíamos estado no muy lejos del carro al momento exacto en el que el chofer había metido la llave y encendido el carro. Había muerto al instante y la onda explosiva nos había enviado lejos, igual que a otras personas que también estaban cerca. Después de todo, era una zona muy transitada, llena de gente yendo y viniendo.

 Decidí dejar mis miedos aparte y visitar a Tomás sin pensar en nada más. Tuve que hablar con Francisco cuando llegué y esperar a que Jessica bajara pues solo podía haber un visitante por vez. Cuando por fin bajó, la saludé con un abrazo. Menos mal ella no tenía muchas ganas de hablar pero no dudó en decirme que no debería demorarme demasiado porque quería estar con él para cuidarlo todo el tiempo. No me gustó mucho su tono al decirlo pero no quería discutir con nadie. Solo caminé al ascensor y subí al piso que me habían dicho. Cuando entré a la habitación, un doctor hablaba con él.

 Al parecer debían seguir haciéndole terapias para curar sus quemaduras, que afortunadamente no eran tan graves como lo habían imaginado en un principio. El doctor salió pronto y pude saludar a Tomás, que estaba algo pálido pero me sonrió apenas estuve cerca. Lo primero que me preguntó fue si la puerta estaba abierta. Me di la vuelta y le dije que no. Entonces me guiñó un ojo y yo sonreí, como siempre lo había hecho antes, cuando no teníamos tantas cosas metidas en la cabeza y en nuestros cuerpos.

 Cuando cerré la puerta, volví con él rápidamente. Me tomó de la mano de nuevo y sin dudarlo le di un beso y él estuvo feliz de aceptarlo. Era como volver a casa después de mucho tiempo, un sentimiento cálido que era hermoso y perfecto. Lo abracé después y el me apretó un poco, con la poca fuerza que tenía. Fue en ese momento cuando no pude evitar llorar y la barrera que había tenido arriba por tanto tiempo se vino abajo en segundos. Lloré como no lo había hecho en muchos años.

 No me dijo nada, solo secó las lágrimas y vi que él tenia los ojos húmedos también. Nos dimos otro beso y estuvimos abrazados un rato hasta que me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo. Le dije que pensaría en lo que había dicho pero que la verdad era que él era la única persona que podía ganar o perder con una decisión como esa. No podía pedirme que empezáramos a salir así como así, teniendo ya una boda en el futuro con una chica que lo quería demasiado y que lo conocía hacía mucho.

 Él se puso serio cuando hablé de Jessica, pero sabía que ella estaba allí y que seguiría allí hasta que el hospital lo dejara salir. Solo le dije que tenía que pensarlo todo bien, porque salir del clóset de esa manera podía ser un caos, podía causar mucho malestar con su familia y situaciones difíciles que tal vez él no querría manejar en ese momento. Fue entonces cuando se abrió la bata que tenía puesta y me mostró sus quemaduras. No eran graves pero sí que eran notorias. Me miró fijamente cuando cerró la bata y tomó mis manos.

 Me dijo que era el momento perfecto para hacerlo. Para él, la explosión había sido una suerte de bendición disfrazada. Era horrible pensarlo así pues al menos una persona había muerto esa noche, pero era la verdad. Para él, ese suceso le decía que debía empezar a vivir una vida más honesta, la que de verdad quería.

 Volví a casa un poco más tarde, mirando lo que tenía allí y mi lugar en el mundo en ese momento de mi vida. Yo no me sentía como nadie, no me sentía especial de ninguna manera. Y sin embargo, él me quería en la suya y eso me hacía sentir extraño. Tal vez yo también ganaría mucho de todo el asunto.

miércoles, 16 de enero de 2019

Gripe o gripa


   Me quedé en la cama, con los ojos cerrados y recostado, no completamente debajo de las sábanas. Ya había dormido bastante y no quería seguir haciéndolo. Sin embargo, mi cuerpo no se sentía nada bien; con nada movimiento que hacía algo me dolía ligeramente. No era un dolor fuerte e insoportable sino algo suave, a veces casi imperceptible, y eso podía ser algo todavía peor porque no parecía detenerse. Abría los ojos a veces, como tratando de tomar impulso para levantarme, pero no lo hacía.

 La cortina estaba cerrada, por lo que no podía ver mucho en la habitación, pero la verdad era que no había mucho que ver. Había dejado algo de ropa tirada en el piso y el número de pañuelos usados sobrepasaba lo que era correcto tener por ahí, antes de tener que empezar a tirarlos a la basura. Sin embargo, todo dependía del nivel de ganas de hacer las cosas y la verdad era que eso era algo que no había. La gripe no solo había derrumbado las defensas del cuerpo sino que había destruido la voluntad del cerebro.

 No quería pensar, no quería hacer nada y sin embargo estaba en un momento en el que no podía cruzarme de brazos. No había mucho dinero ni mucho de nada, todo era escaso y tenía que ponerme a trabajar o hacer algo, pero no quería ponerme a buscar nada porque eso me cansaría todavía más. Además, en uno o dos años o los meses que hubiesen pasado, no habría cambio alguno en las respuestas que me darían. Siempre tendría demasiada educación o muy poca experiencia para otros. Así sería siempre.

 Decidí quedarme allí un rato más, cerrando los ojos durante largos ratos y luego dejándolos abiertos mirando a la nada. No movía las manos ni los pies, estaba acurrucado en el mismo lugar y trataba de no moverme demasiado para evitar sentir frío o dolor. Eventualmente me quedé dormido y no me desperté sino hasta que la luz había bajado aún más. Incluso con las cortinas sin subir, podía ver con facilidad que todo estaba más oscuro. Probablemente me había despertado tarde y ahora era aún más tarde.

 No tenía hambre ni quería nada de afuera. Decidí dormir más, si podía, o quedarme despierto para pensar en cosas que no tenían sentido, porque con la gripe y con la fiebre ocasional, es normal pensar en estupideces varias que no tienen nada que ver con nada. Incluso quedarse mirando algún objeto genera montones de imágenes de cosas varias. Y después queda uno dormido de nuevo, teniendo un sueño extraño que solo puede ser perturbado por la inhabilidad de respirar con normalidad. Aparte de eso, es un sueño con movimiento, en el que no se descansa de verdad.

 Pero así es como se siente. Y importa quién seas, todo se siente exactamente igual, pues a la enfermedad no le interesa como eres, quién eres o qué haces. Eres solo un ser humano, susceptible y débil y nada más que eso. Deja mucho que pensar y mucho tiempo para hacerlo.

miércoles, 2 de enero de 2019

Nosotros y ellos


   Todos estábamos alrededor de la hoguera, caminando y pensando, cerca del fuego que nos hacía sentir algo de calor. Podíamos estar en nuestra casa, en nuestras camas descansando. Pero no, estábamos en ese rincón perdido del bosque haciendo nada, o mejor dicho lo que parecía no ser nada. Había sido una reunión de improvisto, una muy tarde en la noche para que nadie más se enterara de lo que estábamos haciendo o de lo que estábamos hablando. Se podía decir que era solo para nuestros ojos y oídos.

 La hoguera ya había ardido en ese mismo punto muchas veces antes. No era la primera reunión que habíamos hecho, pero esta parecía ser mucho más urgente que las anteriores. Al fin y al cabo uno de nuestros compañeros más cercanos era el que nos había llamado. Gritaba como loco, casi no le pudimos entender al comienzo nada de lo que decía. Cuando por fin se calmó, entendimos que era urgente reunirnos en el lugar de siempre para hablar y entender mejor lo que había ocurrido y discutir lo que había que hacer.

 Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que nos habíamos reunido o, mejor dicho, desde la vez que habíamos formado el grupo y tomado la decisión de vernos de manera periódica. Esto se explicaba por nuestros llamados poderes, aquellas cosas que podíamos hacer que nadie más podía. Cada uno habíamos descubierto poco a poco que éramos diferentes a todas las demás personas y habíamos decidido que no era lo mejor que todos supieran, pues éramos una minoría y la historia no era amable con estas.

 Algunos querían revelarse al mundo, usar lo que podían hacer para ayudar a otros o incluso para reinar entre los demás. Era cierto que no todos los “especiales” como nosotros habían querido quedarse en el grupo, muchos habían decidido que no era lo suyo estar reuniéndose para hablar cosas de la gente como nosotros. Sin embargo, habían estado de acuerdo en registrarse en una especie de lista que teníamos para llevar la cuenta de cuantos éramos y lo que podíamos hacer. Era información clasificada, claro.

 La reunión extraordinaria, sin embargo, quebraba para siempre lo que habíamos hecho. Según él, alguien había descubierto a uno de nosotros. Decía que había manifestado sus poderes sin intención, a causa de un gran dolor. Recordamos haber visto la noticia de una explosión grave en una zona residencial, pero no habíamos pensado demasiado en ello. Ahora resultaba que era una joven mujer que se había revelado a si misma a causa de un malestar causado por una grave gripe. Era muy joven y no tenía idea de cómo controlar sus poderes, no sabía lo que debía de hacer.

 Ella no estaba listada y por eso no conectamos una cosa con la otra. Pero eso no era lo peor. Lo más grave de todo era que la chica había sido tomada de su hogar y lo mismo había ocurrido con el resto de su familia, que hasta donde nuestro informante sabía no eran personas especiales. Habían desaparecido de un momento a otro y ahora era como si nunca hubieran existido. El informante no sabía más y era claramente el más nervioso de todos. Cuando terminó su historia, solo se sentó y susurraba por lo bajo.

 Por eso nos quedamos todos un poco asustados porque lo que significaba para nosotros era grave. No solo la gente ya sabía que existíamos, sino que ahora parecía que nos querían ocultar y hacer quien sabe que cosas con nosotros. No teníamos idea si el gobierno tenía algo que ver con ello o si era algún grupo externo el que se proponía exterminarnos o hacer algo con nuestros poderes. No era raro escuchar que la gente tal vez nos tuviera envidia si supieran las cosas que podíamos hacer.

 Éramos gente especial, diferente, y lo que único que podíamos hacer era ocultarnos lo mejor posible y simplemente vivir nuestras vidas lo mejor que pudiéramos. Era ilusorio creer que todo el mundo iba a aceptarnos así como así. Incluso habíamos escuchado los comentarios que otros decían que se habían hecho después de la explosión causada por la chica y no eran nada buenos. Eso fue lo que nos quedamos hablando toda la noche alrededor de la hoguera, sintiendo frío y calor al mismo tiempo.

 Para algunos, la siguiente acción debía ser la de ubicar a la chica para saber si estaba bien o si había sido asesinada por quienes se la habían llevado. Otros decían que lo mejor era que las cosas siguieran como antes, sin que nadie hiciese nada por averiguar nada. Ellos argumentaban que buscar e investigar demasiado podía ser contraproducente y, al final del día, revelar nuestra existencia de manera inequívoca. Y había otros, pocos, que creían que esa era la mejor idea de  todas.

 Para ellos seguir ocultos era ridículo. Querían que nos presentáramos frente a la sociedad como una opción diferente para poder crecer y ser cada vez mejores, como seres humanos que éramos todos. Sabían que habría personas que estarían contra nosotros, pero pensaban que nuestros poderes serían la clave para que siempre estuviéramos encima de todo y todos. Sí, era una idea que se oía muy bien pero todos sabíamos que también podría ser el fin de todo lo que habíamos tratado de salvar. Cualquiera de las decisiones resultaba en algo que no era agradable, que no iba contentar a todo el mundo.

 La reunión terminó cuando el sol empezaba a lanzar sus rayos sobre las copas de los árboles. Apagamos la hoguera con cuidado, uno de nosotros teniendo poderes para absorber el oxigeno y así absorber todo sin que nadie se diera cuenta. Al final no pudimos acordar nada y cada uno siguió pensando exactamente lo que ya pensaba antes. Nos ayudamos de mis poderes para que cada uno llegara a su casa de la manera más rápida y segura. Los últimos fuimos mi pareja y yo, que habíamos llegado al bosque en automóvil.

 Debíamos conducir por una hora para regresar a casa y eso ayudó a que nuestras mentes se calmaran un poco. No hablábamos porque ya lo habíamos hecho demasiado, pero era obvio que todavía teníamos mucho en la cabeza. Prendí la radio para tratar de dejar de pensar pero resultó ser la peor de las decisiones. Estaban anunciando una noticia de última hora y era lo peor que podía escuchar en ese momento. Al parecer, alguien estaba atacando un distrito de oficinas en Japón, y por lo que parecía, la persona tenía poderes.

 La policía ya había disparado contra el agresor y no había resultado. También los bomberos y el ejercito trataban de hacer lo propio, pero les resultaba casi imposible. Mi pareja empezó a utilizar el portátil para acceder a la lista que teníamos y ver quien podría ajustarse al perfil de la persona que estaba atacando en las noticias. No teníamos muchos registrados de esa parte del mundo pero había que pensar que alguna otra persona podría tener mis poderes o algunos muy parecidos, para moverse de manera rápida.

 Ambos escuchamos la descripción de lo que ocurría y de lo que hacía el atacante. Eso nos ayudó para descubrir que el atacante era precisamente la persona que había estado minutos antes en la reunión, aquel que nos había alentado a usar nuestros poderes para imponernos ante los demás y revelar de una vez por todas quienes éramos y que existíamos. No tengo ni idea como llegó allí tan rápido, pues no fui yo quién lo envió a ese lugar del planeta. Tal vez incluso me había engañado de alguna manera.

 Detuve el coche frente a nuestra casa, una pequeña estructura de un solo nivel en los suburbios de la ciudad. Sin embargo, no nos bajamos del vehículo sino que seguimos escuchando las noticias. De repente, supimos que las cosas habían cambiado para siempre, de manera irremediable.

 Se oyeron gritos y más tiros y, en un momento, la señal de la radio pareció irse. Sin embargo, un anunciador explicó lo que había ocurrido: el atacante había sido abatido pero no sin antes asesinar a tres rehenes que tenía contra una pared. La gente estaba asustada y nosotros lo estábamos aún más.

lunes, 10 de diciembre de 2018

El pasado se repite


   Estaban teniendo sexo cuando los agentes llegaron. Los sorprendieron uno encima del otro, completamente desnudos y en plena penetración. Ellos no se sintieron apenados, lo que debería haber sido el sentimiento natural. Lo que sintieron fue miedo porque esos hombres, porque no había una sola mujer, no tenían porque estar allí.  Habían entrado rompiendo la puerta y ellos, en su éxtasis sexual, no se habían dado cuenta. O sino se habrían escondido, se habrían lanzado por la ventana o hubiesen hecho algo.

 Sin embargo, esa fue solo una de las parejas, de los hombres homosexuales que en silencio y bajo el cobijo de la noche, fueron llevados a diferentes cárceles alrededor del país. Había miles y todos estaban igual de asustados. Algunos incluso habían sido golpeados y los moretones en sus pieles lo denotaban con facilidad. Otros ya ni hablaban, pues de verdad temían que decir cualquier cosa pudiese causar un daño peor. Ninguno de ellos sabía qué ocurría pero ciertamente lo adivinaban.

 Hacía poco, muy poco de hecho, los ciudadanos de todo el país habían sido convocados para votar por el próximo presidente. La campaña había sido un caos total, pues tres de los seis candidatos habían muerto de manera misteriosa en un accidente aéreo. El avión parecía haber perdido el control poco antes de aterrizar y fue a dar al mar, enterrándose en el suelo marino y sometiendo a los cuerpos a la presión. Se solicitó cambiar la fecha de las elecciones pero, como siempre, nadie hizo nada y todo siguió como acordando antes.

 No sorprendió a nadie el hecho de que el candidato más extremista ganara las elecciones. Desde antes ya tenía una cantidad de seguidores que lo apoyaba en cada cosa que decía y en cada evento en el que participaba. Pero su mayor rival, una candidata moderada, había muerto en el accidente y eso le había dado paso ilimitado al puesto político más importante del país. La muerte de su competencia terminó sellando su victoria. Las razones del accidente nunca fueron esclarecidas pero terminaron siendo obvias.

 Apenas semanas después de su inauguración como presidente, el hombre firmó un decreto poco antes de la medianoche, pues debía entrar en vigor a la siguiente madrugada. El decreto llamaba por un retorno a los valores del pasado y empezaba por “ayudar al cambio” de miles de homosexuales declarados a lo largo y ancho del país. Los meterían primero en cárceles regulares y luego existirían lugares especiales para darles la supuesta ayuda que el gobierno creía que requerían para poder ser hombres “normales”. Todo disfrazado de buenas intenciones.

 La gente, sin embargo, vio como se llevaban a cientos, a miles de hombres en camiones por todas partes. Irrumpieron en casas no solo para llevarse hombres adultos, sino también para llevarse mujeres lesbianas y niños y niñas que, en alguna red social o a alguien, le habían confesado que eran homosexuales. El trato que se les dio no fue nada diferente al de los adultos y todos ellos también resultaron en las cárceles, siendo procesados como criminales. No había nada en ningún lado que pudiese calificarse de ayuda.

 Aunque algunos todavía tenían ganas de pelear, de luchar por sus derechos, pronto se dieron cuenta que no tendrían ningún tipo de compasión de ningún lado. Solo golpes y gritos, no había nada más. Estuvieron meses hacinados en prisiones ya llenas de delincuentes comunes, violadores, asesinos y narcotraficantes. Algunos incluso murieron en peleas contra ellos y supieron que debían mantenerse al margen y tratar de interactuar lo menos posible con los demás prisioneros. Era la única manera de sobrevivir.

 Fue entonces cuando tuvieron que unirse como grupo, como jamás antes lo habían hecho, casi formando una tribu en la que unos se protegían a los otros, porque nadie más los iba a ayudar. Si alguien se enfermaba o era lastimado, los demás lo cuidaban. Al menos así fue en varias de las cárceles, pues el instinto dictaba que lo primordial era sobrevivir, sin importar como. Ya después pensarían en otras cosas. Pero si no se mantenían con vida, si no lograban salir adelante, todo habría sido para nada.

 A los meses de estar en las cárceles, los camiones nuevamente vinieron por ellos y los fueron sacando poco a poco hasta que no quedó ninguno. En lugares remotos, se habían construido campos enormes con cabañas hechas de latas de zinc, en las que vivirían hasta que el gobierno considerara que ya podían volver a la sociedad. La idea era que ayudaran a construir los edificios definitivos, pues en los que los metían a vivir no había agua corriente ni electricidad y el frío era un problema serio. Era otra prueba.

 Tuvieron que compartir ropa, pues no les dieron ninguna. Muchos murieron de hipotermia durante el primer año y otros más a causa de los trabajos que debían hacer a diario. Tenían que despertar a las cinco de la mañana y los obligaban a dormir hacia las once de la noche. Solo había dos comidas y nada más. Si no estaban trabajando, debían de estar durmiendo y viceversa. No los querían ejercitándose ni comiendo demasiado. Solo trabajar y dormir. Algunos incluso empezaron a perder el sentido de la realidad y, en poco tiempo, perdieron todo lo que los hacía seres humanos.

 A ellos, a los locos, les pegaban un tiro en la cabeza siempre que podían. Los usaban como ejemplos para que el resto viera que no era un juego, que la muerte sí podía llegarles en cualquier momento. Otros castigos consistían en hacer que un hombre trabajara desnudo durante toda una semana y así dormía también. Era una prueba de resistencia que se les hacía a los que habían cometido algún error y rara vez lo superaban. No se hacía nada para enseñar o ayudar de verdad, solo para traumatizar y asustar.

 Solos y tristes, la mayoría de los prisioneros ya no sentían igual que en el exterior. De hecho, a muchos les costaba recordar las caras de sus parientes o las de sus hijos o parejas. Había muchos hombres casados con otros o en relaciones de años, pero habían sido separados y ya no tenían a nadie. Otros, eran muy jóvenes o simplemente estaban solos en el mundo. A los primeros, se les trataba de cuidar pero la situación los hizo madurar más aprisa y pronto fueron de los más resistentes, de los que sabían como sobrevivir.

 Nadie sabía como sería con las mujeres, pero se asumía que debía ser muy parecido y eso ni hablar de otras personas que habían sido registradas en pasados gobiernos progresistas como transexuales o intersexuales. Nadie sabía que había pasado con ellos y la verdad era que se prefería evitar pensar en ello porque la respuesta no podía ser nada esperanzadora. Ya tenían suficiente con su propio calvario y no tenía sentido torturarse con lo que les pasaba a los demás. No había lugar para ser compasivo.

 En las únicas ocasiones que podían interactuar era por la noche. Los guardias se paseaban por fuera de las cabañas pero casi nunca escuchaban si los prisioneros susurraban con mucho cuidado. En todo caso no era algo que ocurriera seguido, pues solo hablaban de lo que les pasaba en el día y eso era una tortura que no tenía sentido. Además, casi todos los días moría alguien, por una razón o por otra, así que hablar del día a día se volvía menos y menos importante, pues les recordaba sus pocas posibilidades.

 Solo tenían ese silencio nocturno para pensar, para rezar o para llorar. Eran las tres cosas que hacían y no había nada más. Nadie sabía cuando terminaría semejante situación o si de verdad terminaría algún día. Era probable que todos morirían allí, sin nunca volver a ver a ningún otro ser humano.

 Algunos ya habían empezado a pensar en ello y por eso amanecían muertos, cortándose las venas con pequeñas cuchillas o saliendo en la mitad de la noche para que los mataran de un tiro por rebelión. Las puertas se iban cerrando y solo quedaban aquellas que nadie nunca había querido cruzar y ahora corrían hacia ellas.