Mostrando las entradas con la etiqueta especial. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta especial. Mostrar todas las entradas

miércoles, 2 de enero de 2019

Nosotros y ellos


   Todos estábamos alrededor de la hoguera, caminando y pensando, cerca del fuego que nos hacía sentir algo de calor. Podíamos estar en nuestra casa, en nuestras camas descansando. Pero no, estábamos en ese rincón perdido del bosque haciendo nada, o mejor dicho lo que parecía no ser nada. Había sido una reunión de improvisto, una muy tarde en la noche para que nadie más se enterara de lo que estábamos haciendo o de lo que estábamos hablando. Se podía decir que era solo para nuestros ojos y oídos.

 La hoguera ya había ardido en ese mismo punto muchas veces antes. No era la primera reunión que habíamos hecho, pero esta parecía ser mucho más urgente que las anteriores. Al fin y al cabo uno de nuestros compañeros más cercanos era el que nos había llamado. Gritaba como loco, casi no le pudimos entender al comienzo nada de lo que decía. Cuando por fin se calmó, entendimos que era urgente reunirnos en el lugar de siempre para hablar y entender mejor lo que había ocurrido y discutir lo que había que hacer.

 Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que nos habíamos reunido o, mejor dicho, desde la vez que habíamos formado el grupo y tomado la decisión de vernos de manera periódica. Esto se explicaba por nuestros llamados poderes, aquellas cosas que podíamos hacer que nadie más podía. Cada uno habíamos descubierto poco a poco que éramos diferentes a todas las demás personas y habíamos decidido que no era lo mejor que todos supieran, pues éramos una minoría y la historia no era amable con estas.

 Algunos querían revelarse al mundo, usar lo que podían hacer para ayudar a otros o incluso para reinar entre los demás. Era cierto que no todos los “especiales” como nosotros habían querido quedarse en el grupo, muchos habían decidido que no era lo suyo estar reuniéndose para hablar cosas de la gente como nosotros. Sin embargo, habían estado de acuerdo en registrarse en una especie de lista que teníamos para llevar la cuenta de cuantos éramos y lo que podíamos hacer. Era información clasificada, claro.

 La reunión extraordinaria, sin embargo, quebraba para siempre lo que habíamos hecho. Según él, alguien había descubierto a uno de nosotros. Decía que había manifestado sus poderes sin intención, a causa de un gran dolor. Recordamos haber visto la noticia de una explosión grave en una zona residencial, pero no habíamos pensado demasiado en ello. Ahora resultaba que era una joven mujer que se había revelado a si misma a causa de un malestar causado por una grave gripe. Era muy joven y no tenía idea de cómo controlar sus poderes, no sabía lo que debía de hacer.

 Ella no estaba listada y por eso no conectamos una cosa con la otra. Pero eso no era lo peor. Lo más grave de todo era que la chica había sido tomada de su hogar y lo mismo había ocurrido con el resto de su familia, que hasta donde nuestro informante sabía no eran personas especiales. Habían desaparecido de un momento a otro y ahora era como si nunca hubieran existido. El informante no sabía más y era claramente el más nervioso de todos. Cuando terminó su historia, solo se sentó y susurraba por lo bajo.

 Por eso nos quedamos todos un poco asustados porque lo que significaba para nosotros era grave. No solo la gente ya sabía que existíamos, sino que ahora parecía que nos querían ocultar y hacer quien sabe que cosas con nosotros. No teníamos idea si el gobierno tenía algo que ver con ello o si era algún grupo externo el que se proponía exterminarnos o hacer algo con nuestros poderes. No era raro escuchar que la gente tal vez nos tuviera envidia si supieran las cosas que podíamos hacer.

 Éramos gente especial, diferente, y lo que único que podíamos hacer era ocultarnos lo mejor posible y simplemente vivir nuestras vidas lo mejor que pudiéramos. Era ilusorio creer que todo el mundo iba a aceptarnos así como así. Incluso habíamos escuchado los comentarios que otros decían que se habían hecho después de la explosión causada por la chica y no eran nada buenos. Eso fue lo que nos quedamos hablando toda la noche alrededor de la hoguera, sintiendo frío y calor al mismo tiempo.

 Para algunos, la siguiente acción debía ser la de ubicar a la chica para saber si estaba bien o si había sido asesinada por quienes se la habían llevado. Otros decían que lo mejor era que las cosas siguieran como antes, sin que nadie hiciese nada por averiguar nada. Ellos argumentaban que buscar e investigar demasiado podía ser contraproducente y, al final del día, revelar nuestra existencia de manera inequívoca. Y había otros, pocos, que creían que esa era la mejor idea de  todas.

 Para ellos seguir ocultos era ridículo. Querían que nos presentáramos frente a la sociedad como una opción diferente para poder crecer y ser cada vez mejores, como seres humanos que éramos todos. Sabían que habría personas que estarían contra nosotros, pero pensaban que nuestros poderes serían la clave para que siempre estuviéramos encima de todo y todos. Sí, era una idea que se oía muy bien pero todos sabíamos que también podría ser el fin de todo lo que habíamos tratado de salvar. Cualquiera de las decisiones resultaba en algo que no era agradable, que no iba contentar a todo el mundo.

 La reunión terminó cuando el sol empezaba a lanzar sus rayos sobre las copas de los árboles. Apagamos la hoguera con cuidado, uno de nosotros teniendo poderes para absorber el oxigeno y así absorber todo sin que nadie se diera cuenta. Al final no pudimos acordar nada y cada uno siguió pensando exactamente lo que ya pensaba antes. Nos ayudamos de mis poderes para que cada uno llegara a su casa de la manera más rápida y segura. Los últimos fuimos mi pareja y yo, que habíamos llegado al bosque en automóvil.

 Debíamos conducir por una hora para regresar a casa y eso ayudó a que nuestras mentes se calmaran un poco. No hablábamos porque ya lo habíamos hecho demasiado, pero era obvio que todavía teníamos mucho en la cabeza. Prendí la radio para tratar de dejar de pensar pero resultó ser la peor de las decisiones. Estaban anunciando una noticia de última hora y era lo peor que podía escuchar en ese momento. Al parecer, alguien estaba atacando un distrito de oficinas en Japón, y por lo que parecía, la persona tenía poderes.

 La policía ya había disparado contra el agresor y no había resultado. También los bomberos y el ejercito trataban de hacer lo propio, pero les resultaba casi imposible. Mi pareja empezó a utilizar el portátil para acceder a la lista que teníamos y ver quien podría ajustarse al perfil de la persona que estaba atacando en las noticias. No teníamos muchos registrados de esa parte del mundo pero había que pensar que alguna otra persona podría tener mis poderes o algunos muy parecidos, para moverse de manera rápida.

 Ambos escuchamos la descripción de lo que ocurría y de lo que hacía el atacante. Eso nos ayudó para descubrir que el atacante era precisamente la persona que había estado minutos antes en la reunión, aquel que nos había alentado a usar nuestros poderes para imponernos ante los demás y revelar de una vez por todas quienes éramos y que existíamos. No tengo ni idea como llegó allí tan rápido, pues no fui yo quién lo envió a ese lugar del planeta. Tal vez incluso me había engañado de alguna manera.

 Detuve el coche frente a nuestra casa, una pequeña estructura de un solo nivel en los suburbios de la ciudad. Sin embargo, no nos bajamos del vehículo sino que seguimos escuchando las noticias. De repente, supimos que las cosas habían cambiado para siempre, de manera irremediable.

 Se oyeron gritos y más tiros y, en un momento, la señal de la radio pareció irse. Sin embargo, un anunciador explicó lo que había ocurrido: el atacante había sido abatido pero no sin antes asesinar a tres rehenes que tenía contra una pared. La gente estaba asustada y nosotros lo estábamos aún más.

viernes, 28 de diciembre de 2018

El llamado


  La selva ardía y no podíamos hacer nada para detenerlo. El fuego subía por los árboles como si estuviera vivo, carcomiendo la madera y haciendo que el ruido llenara los oídos de todos los que estábamos observando. Uno de los indígenas llamaba por la radio a los bomberos del pueblo más cercano, pero no era muy posible que llegaran pronto. El humo había vuelto el aire un infierno igual que el que se pasaba de árbol en árbol. La mayoría de los que estábamos allí solo podíamos observar lo que ocurría, sin hacer nada más.

 Al otro día, exploramos los restos carbonizados de los árboles, que ya habían sido empujados por el viento hacia un lado y el otro. Era increíble el silencio que había, sin animales ni ningún tipo de planta viviente. Los insectos habían huido quien sabe adónde y la mayoría de los indígenas ni siquiera querían acercarse. Para ellos, el sitio era sagrado y su destrucción era algo que debían primero procesar para luego hacer una ceremonia que ayudara a los espíritus pasar a una mejor vida con el resto de sus ancestros.

 Solo un pequeño grupo se acercó a los restos, con uno solo de los indígenas que dijo tener que mirar solamente hacia abajo para no tener que ver toda la destrucción causada la noche anterior. Por los sonidos que hubo a primera hora del día, era obvio que los bomberos habían venido muy temprano pero su llegada había sido demasiado tarde. Al menos habían detenido el fuego antes de que pasara a una zona más cercana al centro de la comunidad. Pero ahora ya no había nadie, todo estaba en absoluto silencio.

 Tocamos el suelo y nos quedaron las manos negras. Ver ese color en las manos de cada uno de nosotros nos impactó, en especial porque en esa misma parte de la selva había ocurrido nuestra ceremonia de introducción a la cultura de los indígenas. En esa ocasión nuestras manos habían sido pintadas de muchos otros colores a partir de los tintes naturales de la selva. Había amarillo, verde, blanco y rojo, colores que mezclados representaban todo lo que existía en el mundo de las personas que vivían en ese mundo.

 Habíamos luego lavado esos colores en el río, creando surcos en el agua que parecían cobrar vida con el movimiento del fuego de las antorchas y del agua misma. Nuestros cuerpos parecían mezclarse con el agua misma, con los aceites que habían sido extraídos con cuidado de las plantas, con la brisa misma que surcaba con suavidad sobre todo y con el cielo estrellado que teníamos sobre las cabezas. Fue un momento hermoso, lleno de una paz extraña que invadió nuestros cuerpos y nos ayudó a dormir esa noche. Fue un sueño tranquilo, sin sueños, totalmente perfecto.

  Pero de eso ya no había nada. Nuestros pies quedaron completamente negros de caminar tanto entre las maderas retorcidas. Cuando regresamos al pueblo, no había nadie adentro de las estructuras. Todos estaban afuera, trabajando o haciendo lo que hacían normalmente. Se habían pintado en sus brazos la marca del duelo y habían seguido con sus vidas, como lo dictaban sus costumbres. No podían detenerlo todo por una tragedia que no era nueva, que ahora se había convertido en algo casi cotidiano.

 Los fuegos arrasaban con frecuencia la selva, tragándose partes pequeñas cada cierto tiempo, carcomiendo un poco a la vez hasta que un día ya no habría nada. Los indígenas sabían que era algo posible, que el futuro se les venía encima pero no podían cambiar su estilo de vida de un momento a otro. E incluso si lo hicieran, eso no garantizaría que vivirían mucho más de lo que la selva sobreviviría, si es que lo hacía. Planeaban lo de siempre y luego ya pensarían en grupo que acciones tomar.

 Pero no eran todos iguales. Algunos hablaban con los granjeros de las fincas vecinas, para ayudarlos a atrapar a los leñadores y a los pescadores ilegales que entraban a destruir la selva a cada rato. También los ayudaban a no matar a los animales que invadían las granjas para comerse las vacas. Los dormían con químicos especiales de la selva, que eran muy apropiados para tratar los animales y no matarlos de un sobredosis. Buscaban tener una relación en la que ambos se beneficiaran, para construir algo mejor.

 Pero muchos de los incendios no eran precisamente causados por el calor o por productos de turistas dejados en la mitad de los árboles. Eran mucho de los granjeros que quemaban árboles pues necesitaban cada vez más espacio para plantar soya y maíz o para pasear de un lado al otro sus reses. Incluso había veces en las que se dejaban comprar por empresas madereras para que ellos quemaran los árboles y luego los leñadores les pagaran por sus acciones. Eran crímenes que a nadie le importaban.

 Muchas veces habían venido extranjeros, como nosotros, a visitar las comunidades para conocer más de la cultura y tener una experiencia especial. La idea era que cuando vinieran se les enseñara la realidad de vivir en la selva, los riesgos y lo que tenían que afrontar en el futuro inmediato. Pero la gran mayoría de los visitantes nunca volvían y jamás corrían la voz de lo que habían visto. Para ellos había sido solo una oportunidad de pintarse la cara y hacer algo “exótico”, diferente a lo que eran sus vidas en las grandes ciudades, fuera de sus repetitivos y alienantes trabajos.

 Algunos indígenas querían prohibir el ingreso a más visitantes de afuera y fue en ese momento cuando llegamos nosotros, con nuestras cámaras y preguntas sobre todo y nada. Muchos nos dieron la espalda y luego enviaron a una persona para dejar en claro que no tenían ningún interés en conocernos o en compartir con nosotros. Respetamos su decisión y nos dedicamos a construir nuestro programa con aquellos que sí se acercaban y tenían curiosidad de lo que hacíamos e incluso de nuestras vidas.

 Fueron ellos los que nos introdujeron a su mundo, con la ceremonia en el bosque y luego en el río. Nos enseñaron al pasar de los días a pescar y a cazar, a identificar las flores que usaban para sus medicinas, así como las plantas que necesitaban en el día a día. Grabamos todo lo que pudimos, sin pedirles nada sino solo dejando que sus vidas pasaran por enfrente de nuestros lentes. Pudimos ver la vida real que esas personas llevan en un sitio tan remoto, como son de verdad y no como creemos que son.

 Cuando llegó el momento de irnos, nos hicieron una fiesta muy divertida y especial e incluso aquellos que no nos querían allí asistieron, tal vez felices de que nos fuéramos. Sin importar la razón, estuvieron allí compartiendo comida con nosotros y dándonos una nueva muestra de sus cultura. Bailaron para nosotros, cantaron y también desplegaron algunos otros de sus talentos. Fue una experiencia única, que creo que se incrusto en el pensamiento de cada uno de nosotros y nos comprometió con ellos de manera permanente.

 En el avión de vuelta la ciudad, empezamos a trabajar, editando de una vez algunos de los apartes que habíamos grabado. Todos estábamos como distraídos, como si todo lo que hubiese pasado no fuese real. Debía ser lo que sentían todos los que habían estado allí antes de nosotros y por eso sus respuestas a todo lo ocurrido habían sido similares. Por eso nadie había hecho nada, no que fuera algo muy fácil de hacer. Era extraño como se sentía, por eso ya no hicimos nada más hasta muchos días después.

 Sin embargo, cuando por fin empezamos a trabajar, los hicimos sin parar ni un solo momento. Estuvimos encerrados día y noche, apenas comiendo y saliendo a la calle a ver la luz del día. Queríamos que todo fuera perfecto y cuando lo tuvimos terminado sentimos que era lo mejor que podíamos dar.

 Nunca sabremos de verdad si el programa tuvo el efecto deseado. Pero la realidad es que nos esforzamos tanto como pudimos y desde ya planeamos nuestro regreso. Se siente como algo necesario, como algo que no podemos evitar así lo quisiéramos. La selva nos llama.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

La misión de los desconocidos


   Tuve que tomar su mano para no caer en el barro. La colina, tan llena de árboles y hermosas flores, terminaba en un pantanal pestilente que parecía salido de la nada. Nos tomamos fuerte de la mano para no caer en el lodo, en el agua turbulenta que parecía haberse estancado allí hacía milenios. Había algunas flores, pero estaban tan separadas las una de la otra y eran de colores tan tristes, que no daba ninguna felicidad verlas en ese lugar. No lo hacían mejor o más bonito. El sitio como que las absorbía.

 Aparte de las flores, éramos los únicos seres vivos en el lugar. Nada hacía ruido por allí, solo el viento que barría la zona con ocasionales soplos que movían las pocas plantas y nos hacían detenernos en nuestros pasos. Entre más nos adentrábamos en el corazón del pantano, más tenebroso parecía ser. Una neblina gruesa se había ido formando y ahora nos rodeaba por completo, imposibilitando ver más allá de nuestras narices. Teníamos que estar muy cerca el uno del otro para vernos las caras.

 Era raro caminar así, de manera lenta por el fondo fangoso de la zona pero también yendo de la mano sin poder ver a la persona. Era casi como ser llevado por allí por un fantasma. Por un momento, tengo que confesarlo, me asusté y casi suelto su mano. Su respuesta fue algo violenta pero me dijo mucho de él que ya sabía pero pude comprobar: me haló hacia si mismo y me abrazó de una forma en la que nadie jamás me había abrazado. Supe que se preocupaba por mi y me sentí mal por tener miedo.

 Estábamos allí porque buscábamos algo perdido, un objeto que nos habían enviado a buscar. Solo que cuando habíamos aceptado la misión, jamás nos habían advertido de los riesgos y de la situación especifica del objeto. Sabíamos que se trataba de un artefacto lleno de información clasificada, que había sido lanzado de un lugar remoto hacía mucho tiempo. Según los mejores análisis hechos por varios expertos, el objeto había aterrizado en esa región pantanosa o un poco más allá, en los confines de este mundo.

 El viaje había sido largo pero no era nada comparado con esas horas que llevábamos en el pantano. Un viaje de catorce horas en avión, la travesía en barco de dos días y la caminata de treinta horas palidecían frente a ese recorrido que en teoría era corto pero que se sabía más peligroso, en más de una manera. No tengo ni idea cuánto tiempo estuvimos caminando hacia delante, siempre hacia delante. El sol no se podía ver y nos había animales que nos pudieran indicar algo que no supiésemos ya. El miedo ya era parte de nosotros y tal vez por eso caminar se hacía menos pesado.

 De repente, en una zona nada particular del pantano, él se detuvo. Yo casi choco con él por sacar el pie del barro, pero de nuevo me tomó con cuidado. Estuve casi seguro de que me había sonreído, pero la neblina ya no dejaba ver nada. Era como si crema espesa hubiese caído encima de todo y nos estuvieran cubriendo lentamente. Por supuesto, no nos untaba de nada, pero casi podía jurar que tenía masa, que era más espesa de lo que parecía ser. Cuando la toqué, pude comprobar que era tal como me lo imaginaba.

 Oí entonces el sonido de un aparato. No era el que veníamos a buscar sino uno que nos habían dado antes de partir. Se trataba de un increíble aparatito que servía para detectar metales particulares en zonas determinadas. Como lo que buscábamos estaba hecho de titanio, solo había que calibrar nuestro aparato para que buscara ese material. Era una fortuna que el agente hubiese elegido un metal tan raro para esconder su información, uno que era muy difícil de encontrar en la superficie terrestre.

 Había posibilidades de que el pantano tuviese otros secretos pero al menos ese material nos daba una pequeña ventaja, o al menos esa era la idea. Al rato, guardó el aparato y me apretó la mano para indicarme que debíamos seguir. Yo estaba cansado pero sabía que la misión debía ser terminada lo más pronto posible. De hecho, entre más pronto lo hiciésemos más rápido estaríamos en casa, arropados y comiendo algo delicioso. Pensar en comida no era la mejor idea, pero al menos no era pensar en el miedo.

 Fue más tarde, cuando la luz pareció cambiar un poco, que por fin nuestros pies tocaron algo distinto al suelo de lodo del pantano. Era algo mucho más duro y algo resbaladizo. Miré al suelo y no pude ver nada por la neblina, pero estaba seguro de que se trataba de suelo rocoso, tal vez incluso de una sola piedra enorme en la mitad del pantano. Era difícil de saber. Caminamos incluso más despacio sobre esa superficie hasta que él se detuvo y yo hice lo mismo. De nuevo, revisó el aparato mientras yo esperaba.

 Fue entonces cuando lo sentí, algo que se movía en alguna parte a nuestro alrededor. Fue un ligero cambio en la atmosfera, una ráfaga de viento que no correspondía a los soplos recurrentes del clima. Era otra cosa, que me hizo dar unos pasos hacia atrás, quedando casi completamente contra mi compañero. Él guardó el aparato, supuse que había sentido lo mismo que yo. Apretó mi mano ligeramente y entonces me soltó, casi empujándome. Por un momento me asusté y quise gritar, pero recordé las instrucciones y solo di un par de pasos hacia atrás, suficientes para sentir algo nuevo.

 Mis pies habían tocado algo. Traté de tantear el objeto con ellos pero no fue suficiente para saber qué era. Lo pisé entonces, sosteniéndolo contra el suelo lo más firme que pude, y me agaché lentamente. Cuando bajé la mano, lo primero que toqué fue el suelo rocoso. Estaba cubierto de musgo, lo que explicaba porqué se sentía tan resbaloso. Luego pasé mis manos al objeto que pisaba. Lo tomé con fuerza y levanté, para poderlo ver justo enfrente de mi rostro. Casi pego un grito, que ahogué tapándome la boca con la otra mano.

 No sé como no pude identificar antes que se trataba de un pedazo de cráneo. Por lo que se veía, no era de un muerto fresco sino de uno que había pasado a mejor vida hacía bastante tiempo, meses o años. Me dio asco tener eso en mi mano, pero lo acerqué más a mi cara y traté de pensar que se trataba de un ser humano, de alguien que tal vez no esperaba morir en ese lugar perdido del mundo. Esa persona merecía respeto, incluso después de muerta. Así que inhalé un poco de aire y traté de analizar el hueso.

 La calavera estaba casi partida en dos, de manera limpia. Era como si a la persona le hubiesen cortado la cabeza en dos mitades casi iguales, con algún tipo de cuchillo o machete. Era imposible que existiera un objeto que partiera un cráneo de manera tan limpia, pero la verdad era que no tenía mucha idea de restos humanos, pues no era ni es mi especialidad. Con cuidado, tomé mi mochila, la abrí y metí el cráneo en una bolsa plástica que tenía adentro. Tal vez en un laboratorio podríamos saber quién era y cómo había muerto.

 Casi muero yo mismo cuando sentí una mano en mi hombro, pero pronto supe que era mi compañero. Nos abrazamos de nuevo. Le quise contar de la calavera pero sabía que no era buena idea. Estando tan cerca, pude ver su rostro. Tenía los ojos inyectados en sangre pero con una expresión muy particular, como de alegría contenida. Se puso un dedo sobre los labios y me señaló su mochila. Me acerqué y pude ver que había encontrado el objeto que habíamos estado buscando. Le sonreí, como para decirle “bien hecho”.

 Hicimos una pequeña pausa, y luego nos tomamos de la mano para empezar a caminar de nuevo. No sé cuantas horas pasaron hasta que volvimos a la colina que habíamos penetrado para llegar al pantano. Por fin se escuchaban pájaros de nuevo, se escuchaba la vida. Podíamos hablarnos el uno al otro.

 Iba a gritar de felicidad cuando nos dimos cuenta que no estábamos solos. Era obvio que más personas sabían del tubo de titanio con información clasificada. Y allí estaban, listos para quitarnos lo que habíamos conseguido con tanto esfuerzo. Pero ellos no sabían quienes éramos en verdad.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Sentir


  Me desvestí tranquilamente, disfrutando del sol tibio que brillaba en el momento y de la brisa tranquila que parecía calmar las olas al momento de llegar a la orilla. Dejé todo bien arreglado, junto a mi mochila, y me encaminé entonces hacia el agua. Lo hice despacio, sentía que el momento era casi un ritual o una experiencia mucho más allá de todo lo físico que había estado viviendo durante el último mes. Esta era la primera vez que me sentía en calma, que podía estar en paz, que de verdad estaba completo.

 Cuando el agua tocó mis pies, me sorprendió que no era muy fría pero tampoco caliente, era perfecta. Estuve con los pies allí enterrados un buen rato, mirando a un lado y al otro de la prístina playa, esperando que la magia se rompiera en cualquier momento. Pero no pasó nada. Los matorrales y palmeras temblaron ligeramente a causa del viento y yo elevé la mirada al cielo, contemplado ese inmenso manto azul que no tenía ni una sola manchita de color blanco por ninguna parte.

 Inhalé profundo y seguí metiéndome más en el mar, hasta que el agua ocultó mi genitales y me llegó más arriba del ombligo. La temperatura del aire y del agua eran perfectas, como si alguien hubiese preparado ese baño tan especial solo para mí. Era tan agradable, que cerré los ojos y me dejé mecer ligeramente por el agua. Se sentía como volver al vientre materno, como esas mañanas de invierno en las que estás en la posición perfecta en la cama y simplemente no te atreves a moverte, por temor a romper el momento ideal.

 Cuando abrí los ojos, nada había cambiado. Respondiendo a un impulso, hice un clavado inexperto y me hundí en el agua salada. Lo hice con los ojos abiertos, sin miedo de que después se pusieran rojos y me ardieran. Ya me preocuparía después por mi vista. Por ahora tenía que aprovechar ese momento que tenía en el paraíso. Nadé alegremente de forma paralela a la playa. El agua se sentía perfecta recorriendo mi cuerpo libre. De vez en cuando cerraba los ojos, pensando en quedarme allí por el resto de mis días.

 Cuando salí del trance, me di cuenta de que estaba lejos de mis pertenencias. Pero no me importó. Las miré de lejos y luego me zambullí de nuevo, intentando sentarme en el fondo marino. Quería escuchar el sonido del mar desde su base o al menos desde la zona más profunda que pudiese alcanzar sin que mis oídos se sintieran a punto de estallar. Lo logré por un rato y fue muy agradable. Me hundía y salía y me hundía y salía. No sé cuanto tiempo estuve haciendo esa rutina. Solo sé que él estaba allí cuando emergí una de tantas veces. Y me miraba, fijamente.

 No sentí miedo. No les miento y créanme que me sorprende no haber sentido algo de temor en aquel momento. Pero el punto es que cuando lo vi, solo supe que debía salir del agua para verlo más de cerca. Era casi como si se hubiese aparecido un ser  de otro mundo y yo tuviese que hablar con él para aprender algo que no sabía lo que era, pero que seguramente se escondía en la elusiva y fascinante mente de la criatura. Salí lentamente del mar, sin apuros y sin ningún tipo de sensación.

 Cuando estuve cerca, pude ver que tenía el cabello castaño claro pero con varias parte de un rubio oscuro muy atractivo. Tenía cejas gruesas y oscuras y unos ojos casi negros que me hacían sentir extraño. Sus manos y pies eran grandes y él mismo era más alto que yo. Normalmente, me hubiese sentido avergonzado por eso, porque siempre me he sentido inseguro por mi apariencia física. Pero en ese momento nada de eso se me pasó por la cabeza. Solo lo miraba con curiosidad, como si nunca hubiese visto alguien parecido.

 Nadie dijo nada. Él tenía una mochila en la espalda y la dejó al lado de la mía. Venía descalzo. Me miraba fijamente cuando se quitó la camisa sin mangas, los pantalones cortos y la ropa interior. No los dejó arreglados en el suelo, como lo hice yo, sino que los tiró a un lado como si no pretendiera usarlos nunca jamás. Nos quedamos viéndonos el uno al otro por un rato, sin mover un solo músculo ni decir nada. Era como un desafío algo extraño, como una pequeña batalla que se libraba sin un solo movimiento.

 Fue al rato que yo sentí el impulso de volver al agua. Él me siguió y pronto estuvimos los dos alejados de la orillas, moviendo brazos y piernas para mantenernos a flote. Solo nuestras cabezas eran visibles y ellas seguían enfocadas en el otro. A veces rompíamos la conexión pero la retomábamos a los pocos segundos. Fue en ese momento que me di cuenta de que lo que pasaba no era muy normal que digamos. Pero fue como si alguien alejado de mi lo dijera en un susurro. No hice caso.

 Estuvimos allí nadando y mirándonos el uno al otro por un largo rato. El agua no cambiaba de temperatura y el aire tampoco. Era todo tan agradable y sin embargo era de esperarse que pronto el sol empezara a bajar y entonces se haría la oscuridad en ese paraíso oculto del mundo. Él debió pensar lo mismo porque, cuando me miró de nuevo a los ojos, se le dibujó una sonrisa en el rostro. Yo respondí igual y ese fue el primer momento en que sentí esa vieja vergüenza de antes. Solo por un momento, como un chispazo, pero la sentí como siempre en el pasado, en situaciones no muy diferentes a esa.

 Sin hablar, decidimos volver a la orilla. En efecto, el sol empezó a bajar lentamente por el cielo despejado. Nos sentamos en la orilla para verlo, uno al lado del otro, frente a nuestras pertenencias. Era muy agradable estar allí, con la fina arena bajo nuestros cuerpos y el calor del sol secándonos el agua de mar del cuerpo. Nunca me había sentido tan libre como en ese momento, o tan feliz. Era una sensación tan variada e increíble que simplemente sería inútil tratar de explicarla en simples palabras.

 Pasado un tiempo, el hombre de las cejas oscuras tomó mi mano y la apretó ligeramente. Yo respondí igual. Luego entrelazamos los dedos y jugamos un buen rato, tocándonos el uno al otro pero sin pasar de la muñeca. No solo era obviamente muy sensual sino que se sentía muy bien interactuar de esa manera, sin vocabulario innecesario. Nuestras miradas y el tacto podían hablar muchísimo más de lo que nosotros lo hacíamos. Era una comunicación más profunda y, en cierto sentido, más verdadera.

 Fue cuando me di cuenta de que, debajo de la barba de algunos días y el pelo desarreglado, mi compañero de playa era un hombre que nunca hubiese creído que podría acercarse a mí en el mundo real. Me di cuenta de que era uno de esos hombres físicamente perfectos, de esos que no tienen que preocuparse por nada, pues los cánones de belleza dictan que las personas que tienen ese aspecto físico no serán ni pueden ser juzgadas de la misma manera que los demás. Y esa es una verdad que no admite peros.

 Así y todo, él se acercó cuidadosamente y me dio un beso suave en los labios. Yo me acerqué también y puse una de mis manos sobre su costados. Los besos continuaron, cada vez más profundos e intensos, en cada vez más lugares del cuerpo y de maneras diferentes. No demoramos mucho en tener sexo, un sexo intenso y liberador pero que se sentía como algo mucho más que solo tener relaciones sexuales, que una simple penetración. Era algo que debía pasar, algo que debía de suceder y por eso se sentía tan bien.

 Terminamos cuando el sol tocó el mar. Nos besamos un poco más y nos fuimos separando lentamente. Él se puso de pie primero. No lo vi vestirse ni nada. Simplemente seguí mirando el agua. Cuando el Sol se había ido, el también ya no estaba, ni sus cosas. Yo suspiré, nada más.

 Me quedé un rato allí, abrazado por una oscuridad débil, pues la luna inundaba con su luz todo lo que había por ese rumbo. No quería irme pero sabía que nadie puede estar allí para siempre. Quise guardarlo todo en mi mente para jamás olvidarlo y poder sentirme así alguna vez, de nuevo.