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domingo, 14 de junio de 2015

Sin nada

   La verdad es que hacerlo siempre me había llamado la atención pero jamás lo había llevado a cabo. En parte por vergüenza pero también porque nunca había tenido la oportunidad. Crecí muy lejos del mar y cuando iba era con mi familia y pues ni modo de intentarlo con ellos al lado. Allí estaba muy lejos de mi país, de mi familia y posiblemente de cualquier persona que conociera o haya podido conocer en algún momento de mi vida. Era el momento y el lugar ideales para intentarlo, además que ya no era la misma persona de antes que todo le daba pena o que se complicaba por todo. No, la vida tiene maneras para enseñarle a uno que vivir complicándose es lo más idiota que hay.

 Y pues ya no tenía tanto vergüenza como antes. Es decir, todavía tengo pero no es tan grave como antes, que no podía ni pensar porque me imaginaba todo lo que los demás pudieran decir y pensar. Pero ahora ya no, no me importa la verdad. He aprendido que la mayoría de las personas viven pendientes de los demás o porque saben que su vida es un lío o porque su única motivación en la vida es sentirse mejor que los demás, lo que es mucho más triste que nada de lo que se pueda uno imaginar. Es patético creo yo pero, de nuevo, no me interesa.

 Lo que sí es que siempre había tenido un serio problema con como me veía yo a mi mismo. Mi autoestima nunca había sido muy alta y esta era una manera de de pronto ponerla a prueba y ver de que material estaba hecho, para ver si de verdad había superado algunas de esas cosas de mi pasado.

 Así que un buen día tomé el tren hacia la playa y me bajé en un lindo pueblito que queda a unos veinte minutos del centro de la ciudad donde yo vivía. Ya había estaba en ese pueblito porque había asistido con algunos amigos a una fiesta allí pero nunca había ido al lado al que me dirigía. Según las direcciones, debía caminar por todo el borde de la playa hasta que se terminara el paseo peatonal. Allí debía seguir las indicaciones y caminar por un paso entre las rocas y la arena de la playa. Previniendo esto, me puse unos zapatos resistentes para no caer encima de alguna piedra mal puesta.

 El paseo peatonal era muy bonito. Aunque era temprano, ya habían personas caminando para un lado y otro y algunas ya formando sus campamentos de playa. Había gente que se quedaba allí todo el día, tratando de lograr un tono bronceado para poder volver a sus trabajos el lunes y así poder recibir los halagos de los demás. A quién no le gusta que le pongan atención, que le digan cosas bonitas, sean las que sean? Es algo de humanos, de seres con defectos. No tiene nada de malo en todo caso. Y menos si no tienes una pareja sentimental en el momento o simplemente quieres ir a tomar el sol y disfrutar del agua tibia de esa zona del planeta.

 Cuando por fin llegué al fin del paseo peatonal, vi de inmediato el pequeño aviso que indicaba por donde se accedía al camino entre las rocas. Lo tomé pronto y me di cuenta que no era tan grave como pensaba. Si había bastantes piedritas y la carretera pasaba casi al lado pero no había nada de que preocuparse. Iba por la mitad cuando oí algunos ruidos y me detuve. Era posible que me hubiera imaginando lo que oí pero quería estar seguro. Me quedé en silencio y voltee la cabeza hacia todos los lados, aguzando el oído y la vista pero nada. Debí habérmelo imaginado. Seguí mi camino con tranquilidad, apreciando la belleza del lugar.

 Al final del camino estaba una caseta de madera y una playa que se extendía entre las roca arriba y el mar abajo. Se veía muy bonito con la luz amarilla de esa hora y la suavidad del mar y su sonido tranquilizador. Apenas pasé por la caseta, un hombre atrajo mi atención hacia ella. Me saludó de la mano y me dijo que si necesitaba cualquier cosa, allí era donde tenía que ir para pedirla. Vendía sandalias, toallas y trajes de baño pero también comida como perros calientes y hamburguesas. Era un lugar bastante curioso, cosa que me gustó de entrada. Asentí y seguí caminando y vi lo que esperaba ver.

 Al ser una playa nudista, no había ni una sola persona con ropa. Según había leído, si alguien no quería quitarse algo era su derecho pero debía respetar el de los demás a no usar nada. Pero aquí no parecía haber ese problema dado que no había ni un solo hombre o mujer con una prenda de vestir. Eso sí, había más hombres que mujeres y eso era de pronto porque la zona era un destino “gay” bastante popular pero de todas maneras había mujeres un poco por todas partes. La playa no era muy grande así que fue fácil encontrar un lugar hacia las rocas, donde pudiese sentarme y ver que pasaba.

 Había un grupo de tipos que parecían esclavos del gimnasio jugando voleibol, al otro lado una pareja de ancianos metiéndose al agua de la mano, unos niños jugando frente a sus padres y la mayoría, como en todas las otras playas, se bronceaban las nalgas o el pecho. Me quedé allí mirando un rato y salté un poco del susto cuando alguien me saludó. No había visto a nadie acercarse aunque ese no fue tanto el motivo de mi reacción. Era más bien el hecho de que medio reconociera quien me estaba saludando. Sabía que había visto ese rostros antes pero no sabía muy bien donde.

 Y, lento como suelo ser, me acordé que era una playa nudista al mismo tiempo que recordé quién era él. Había ido al colegio con él hacía años y ahora estaba allí, desnudo, en frente mío. Era un poco extraño y me demoré en reaccionar pero nos saludamos con un apretón de manos y una sonrisa débil de mi parte. Me dijo que me había reconocido hacía unos minutos y que se había lanzado a saludarme. Confesó que tal vez en circunstancias más usuales no lo hubiese hecho pero que cuando uno está en una playa nudista hay cosas que es más fácil decidir. Así que me saludó y me dijo que estaba con su novia cerca del agua y que si quería ir con ellos.

 La verdad es que no sabía que debía hacer pero al parecer mi respuesta le llegó primero a él que a mi porque pasados un par de minutos ya tenía todas mis cosas junto a las de ellos. La novia de él era muy linda y parecía muy amable. No era, menos mal, la misma novia que había tenido en el colegio. Con ella había tenido yo un problema porque era un joven exageradamente estúpida que no aceptaba los errores que cometía. Recordarlo me dio un poco de rabia, que se disipó cuando la nueva novia me preguntó si iba a quedarme vestido. Me sonrojé al instante.

 Lo cierto es que entre mirar a los demás y mi compañero de colegio, se me había olvidado lo esencial. Así que, esperando a que los demás se pusieran a hacer otra cosa, me quité el traje de baño con el que había venido hasta allí. Se sentía como estar robando o algo parecido, además de que estaba seguro de que me había vuelto rojo. Esa era la adrenalina pasando a toda velocidad por el cuerpo pero bajó a niveles históricos después de un rato cuando me di cuenta que el mío era uno más entre otros tantos cuerpos. Nadie me miraba, ni me juzgaba, así que recibí una cerveza de mi ex compañero y nos pusimos hablar de ese tiempo y de todo lo que había pasado desde entonces.

 Lo más cómico del asunto es que nosotros jamás hubiésemos hablado en el colegio. Él era de los chicos y chicas que eran el grupo más prestigioso, aunque yo nunca supo porque lo eran, del colegio. Chicos guapos y chicas lindas que salían uno con el otro hasta lo que parecía el final de los tiempos. Su novia, la detestable, era uno de ellos también y mi pelea con ella canceló cualquier remota posibilidad que hubiese de interactuar mejor con ellos. Pero después me di cuenta que eran tan idiotas como su amiga entonces al final no había nada que hacer.

 Hablar con él ahora era extraño pero parecía un persona distinta. Así yo nunca haya creído en el cuento de que la gente cambia. Había madurado, era eso. Después de un rato llegaron algunos amigos de él y propusieron un juego de voleibol a lo que me negué porque los deportes jamás habían sido lo mío. Con la novia de él gritamos los puntos, entre risas, y al finalizar les trajimos cervezas frías y varios platos de papas fritas con salsa de tomate. Todo estaba perfecto y pude hablar con un par de sus amigos, uno de los cuales parecía muy interesado en hablar conmigo.

 Cuando por fin entré al agua, me sentí más tranquilo que nunca. Y no, no creo que haya sido solo por el hecho de haber estado completamente desnudo. También era porque me había abierto a un grupo de virtuales desconocidos y todo había salido bien. A veces es demasiado agobiante tanto teléfono celular, tanta internet, tantas cosas que son pero en verdad no importan o no existen. El contacto humano siempre será la mejor experiencia y no pudo haber mejor final para esta experiencia que una cerveza fría mirando el atardecer.


 Tiempo después estábamos en la plataforma de la estación, esperando el tren para volver a casa. Hablamos todo el camino hasta que tuvimos que separarnos, único momento en el que saqué mi celular para anotar la información de cada uno. Me despedí y caminé a mi casa contento porque había intentado algo nuevo y había salido bien. Había saltado a lo desconocido y resultó que no podía haber salido mejor. Tal vez volvería o tal vez no pero lo importante es que lo hice y no me arrepiento.

viernes, 1 de mayo de 2015

De los héroes y lo mediocre

   Tenemos el afán de siempre tener alguien a quien acudir, nos sentimos solos todo el tiempo e indefensos. Nuestra evolución ha sido fácil pero ha tenido sus tropiezos y nos ha dejado con rastros de nuestro pasado más salvaje, de cuando debíamos protegernos de todo porque todo era un peligro. Desde ese momento nacieron dos cosas: primero, el miedo a lo desconocido, a los animales que hacen ruidos demasiado fuertes y los que podrían comernos si no sabemos como defendernos. Y segundo, nacieron los héroes. Personas que nos salvaban de una situación difícil sin pedir nada a cambio, personas extraordinarias y poco comunes.

 Ha sido este personaje tan fuerte y único que se le han hecho alabanzas a lo largo de la historia, poniéndolo como personaje central de novelas y demás relatos que pudiesen ser pasados de boca en boca, de persona a persona para así impulsarlos a ser algo más de lo que eran, simples humanos sin la capacidad de ser extraordinarios pero con los medios para hacer lo poco común. Se puede debatir si primero existieron en los libros o si fueron personas reales. Eso simplemente no se sabe pero el concepto de héroe es uno bastante flexible.

 Puede ser un héroe aquel que descubre una nueva fuente de alimento para la comunidad o el que descubre una nueva ruta de migración o una nueva forma de matar al animal que da más carne. Esos fueron héroes aunque hoy seguramente no lo serían. El caso es que posiblemente gente así fue la primera en ser considerada la máxima expresión de la experiencia humana, lo mejor que podían ofrecer las personas en ese momento.

 En las novelas se exageró su posición, su aspecto e incluso sus hazañas. Ya no descubrían una nueva semilla o una ruta menos accidentada para sus familias, no, ahora combatían ejércitos enteros, salvaban comunidades enteras del desastre inminente e incluso luchaban con criaturas igual de fantásticas que ellos, como dragones y monstruos de tres cabezas. Todos los personajes en esos cuentos están en un mismo nivel de fantasía, todos son el ideal de lo que el ser humano debería ser para cada persona que escribió o contó el cuento, dependiendo del momento histórico y su contexto.

 Los héroes han ido mutando pero esencialmente siempre son los mejores, el punto culminante de nuestra sociedad y a lo que todos aspiran a ser. Esto quiere decir, que la realidad de las cosas no podría estar más alejada de esos cuentos y relatos. El ser humano no es un héroe por naturaleza. Apenas hemos evolucionado lo suficiente para ponernos de pie y reflexionar sobre lo que nos rodea. No somos más que lo podemos ver y tal vez un poco más, algo interesante que yace bajo la corteza cerebral. Pero nada más. Los seres humanos somos, para cualquier intención o propósito, comunes y corrientes como todos los demás seres vivos.

 Sin embargo, la necesidad de tener quien nos defienda, quien saque la cara por nosotros, ha hecho que los héroes de los libros y películas no sean suficientes para contentar nuestra hambre por sentirnos que somos más de lo que somos. Tenemos un afán, una urgencia exagerada, por calificar al ser humano como el mejor de todos sin objeción alguna. Queremos que nos digan, una y otra vez, que somos los mejores y que nos merecemos lo mejor que este mundo pueda ofrecer.

 Eso, en principio, no tiene nada de malo. Es normal tener un cierto nivel de ambición porque, si no se tuviera, no habría forma de conseguir nada de la vida. Mucha gente piensa que querer más es malo pero lo malo es usar ciertas técnicas para conseguir lo que queremos. Y ahí vienen las mentiras, que varían en su dimensión para hacernos ver mejores y mucho más brillantes que los demás. Porque si de algo se trata es de crear ilusiones, cosas que no pueden existir ni que tienen sentido alguno pero que la gente cree de todas maneras, como si no hubiera más opción.

 Es lo que ocurre cuando la gente decidió sacar a los héroes de las páginas de los libros y de todos los rincones de la cultura. Los que hubo en el pasado, con sus hazañas pequeñas, hoy son vistos como aportes insignificantes y ya no son héroes, si acaso para su comunidad o núcleo  familiar. Hoy en día se necesita mucho más, se necesita ser un héroe como los de los cuentos que pueden hacer varias cosas al mismo tiempo, luchan con unos mientras defienden a los demás y hacer actos de increíble valor.

Pero recordemos que es todo una ilusión. Porque el héroe contemporáneo no es en verdad capaz de hacer varias cosas al mismo tiempo, eso es físicamente imposible. Lo saben bien las madres cuando dicen que al intentar hacer dos cosas a la vez, una quedará seguramente mal hecha. Y así es porque somos seres humanos, por mucho que intentemos y nos empeñemos en hacer las cosas como queremos, la realidad siempre será diferente porque tenemos limitaciones que muchas veces preferimos ignorar, como si no existieran o importaran.

 La ilusión también está en lo de hacer actos de gran valía. Hoy en día cualquier idiota, tal cual, es un héroe por hacer su trabajo. Lo que se hizo fue modificar el concepto del héroe, rebajándolo a una expresión más accesible a los seres humanos, para que así sea más fácil ser un héroe. Esto solamente resalta lo mediocre que puede ser la raza humana, rebajando las cosas para tenerlas a su alcanza en vez de tratar de conseguir eso que parece inalcanzable.

 Porque ser un héroe como los de los cuentos no es imposible. Parece imposible porque son momentos únicos con personas comunes y corrientes que se convierten en algo más en un segundo de sus vidas. Un héroe de verdad es alguien que tiene que hacer algo, tomar una decisión en un debido momento crucial y deja de serlo una vez a pasado todo. Ha habido personas así a lo largo de la Historia, personas que han tomado decisiones que nunca pensaron que fueran trascendentales pero terminaron cambiando la cara de la humanidad.

 Esos son héroes. No son los que hoy en día dan comida a los pobres o hacen su trabajo medianamente bien. Los militares, cualquier persona que tenga un arma encima, no es un héroe porque va en contradicción con el termino. Que tiene de extraordinario e increíble una persona que se gana la vida matando a los demás? Porque se puede argumentar que los militares protegen y ese es de hecho su rol principal pero no su actividad primaria. Nadie es un héroe cuando en vez de usar su voz o su cerebro, usa un arma para matar y callar para siempre a sus contradictores.

 Nadie es héroe a punta de armas y tampoco lo es simplemente por existir. No son héroes los que construyen casas para los damnificados de una inundación y tampoco lo son los que se esfuerzan en hacer reír a las personas en los momentos más difíciles. Muchas de esas pueden ser personas de gran valor pero no son héroes porque no ha habido es coyuntura, ese momento que lo cambia todo y los separa, por unos segundos, del resto de la humanidad.

 Todo esto en pro de conservar las palabras y sus definiciones como son y no dejar que todo lo vaya modificando la mediocridad humana, que quiere hacer que todos sean felices sin razón alguna. No hay nada como alcanzar una meta, como hacer un descubrimiento así ya todo el mundo lo conozca. Estas cosas nuevas nos hacen crecer y son las que deberían traer felicidad a nuestro corazón, no mentiras e ilusiones que no son nada, que se deshacen en el viento y que en verdad no nos aportan nada.

 No hay nada peor que ese comportamiento de decirle a todo el mundo algo que no es cierto para alentarlo a algo. No. Si se quiere alentar a alguien hay que decirle la verdad, completa y sin inventos. Se le dice que está bien y que mal y en que se le puede ayudar. Y así las personas crecen desde adentro hacia fuera y colaboran en el crecimiento personal de otros.

 Lo fantástico tiene mucho de atractivo, de fascinante e increíble pero termina siendo una mentira, porque simplemente no existe. Los seres humanos quieres ser todos diferentes, todos únicos e irrepetibles pero eso no es posible. Habrá quienes tengan una vida estándar, sin vaivenes o experiencias increíbles y eso no es malo de ninguna manera. Es solo una de las maneras de vivir la vida. La cosa es que tenemos tanto miedo de ser simples, de ser solo seres humano hechos de piel y carne que algún día dejarán de existir. De pronto es que nos hemos dado cuenta la poco que estaremos por aquí y tenemos miedo a no permanecer, a no dejar marca.


 No tenemos porque todos ser héroes. No tenemos que esforzarnos para ser únicos. Solo debemos dejarnos llevar por la vida y ella sabrá la mejor manera de hacer disfrutar la experiencia humana que, ya de por si, es fantástica.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Las caras de K

    Sin contemplaciones, sacó un revolver con silenciador de dentro de la chaqueta y le pegó dos tiros en la cabeza al hombre que estaba a punto de ponerse de pie. El cuerpo cayó, pesado, sobre el cemento, a tan solo unos pocos centímetros del arma que el hombre había utilizado para amenazar a sus prisioneros. Salvo que, en realidad, nunca habían sido prisioneros. K lo tenía todo controlado desde el principio pero no había dejado ver su confianza en ningún momento, optando por comportarse como lo haría cualquier otra persona secuestrada: con miedo, haciendo preguntas estúpidas y temblando. Se lo habían creído completo.

 En vez de acercarse al cuerpo, verificó su arma y se acercó a J, que estaba todavía amarrado. Él sí estaba muerto del susto de verdad y temblaba todavía pero no de los golpes que le había propinado el hombre que ahora yacía en el piso. No, ahora su terror había gravitado hacia la forma de K, que parecía actuar como si nada, como si fuese algo de todos los días ser secuestrado y matar a un hombre. Además, de donde había sacado el arma? Era obvio que los habían revisado después de llevárselos a la fuerza en esa calle oscura.

 K ayudó a J a levantarse de la silla y lo fue halando hasta la puerta principal de la bodega donde los habían tenido amarrados. J pensó llevarlos a una bodega era muy trillado pero prefirió quedarse con ese pensamiento para él mismo. Tenía más de una pregunta para K pero sabía que no era el momento de preguntar nada ya que todavía tenían que escapar, alejarse del sitio lo más pronto posible. Era de esperar que más hombre estuviesen en el área, precisamente para evitar un escape. Pero J sabía que iban a lograrlo. No era por una confianza que le naciera de la nada o de la inútil esperanza que uno tendría en esos casos. Era por K.

 En solo unos minutos, un chico bajito y sin el físico de los hombres que los vigilaban, se había librado de sus cuerdas y había peleado y asesinado a un hombre sin sudar ni siquiera una gota. Y ahora, lo llevaba a él, un hombre veinte años mayor, entre las cajas y los automóviles vacíos, escapando de sus captores. Esa expresión en el rostro de K era la que lo decía todo: no había miedo ni duda alguna en esa cara. Era como si cualquier sentimiento se le hubiera ido del cuerpo y pudiese hacer lo que quisiera.

 Tres hombres aparecieron pero en menos de un minuto yacían muertos de mano de K. Mientras J miraba como los cuerpos todavía se movían, K lo halaba con fuerza, como recordándole que su objetivo final todavía no se había logrado. Llegaron a una cerca y, con una habilidad sorprendente, K la escala y cayó sin hacer ruido al otro lado. Haciendo señas, le indicó a J que hiciese lo mismo pero no era tan fácil. Él no era tan ágil y le iba a tomar más tiempo. En efecto, cuando apenas estaba en la parte de arriba, otros dos hombres se acercaron. K los terminó con agilidad y haló, una vez más a J, que cayó de la cerca.

 Este empezó a quejarse pero K solo lo tomó del brazo, ignorando cada sílaba que salía de la boca de su compañero de secuestro. Se adentraron en un pequeño bosquecillo pantanoso, en el que no se dijo ni una sola palabra. K parecía estar escuchando algo pero J no oía absolutamente nada. Solo lo seguía porque parecía que el joven sabía lo que hacía pero no tenía ni idea si tenía razón o no.

 Después de pasar algunos charcos y rasguñarse las caras con ramas demasiado afiladas, salieron del bosquecillo a una carretera. A J se le iluminó la cara y corrió hacia la vía pero K lo retuvo y le indicó que no hiciese ruido y que tuviese paciencia. Caminaron entonces por el borde de la vía, medio ocultos por los árboles, hasta que se acercó un automóvil pequeño, manejado por una anciana. La mujer estaba casi encima del timón e iba muy lento, por lo que no fue difícil para ella verlos y detenerse para darles un aventón.

 Una vez más J quedó boquiabierto ante el cambio de K. Una vez en el automóvil, en el asiento del copiloto, se convirtió en el ser más dulce y amable que J jamás hubiese visto. La mujer quedó encantada y les preguntó porque estaban caminando por la carretera a lo que K respondió que su auto había tenido problemas. Su padre (refiriéndose a J) y él, habían intentado arreglarlo pero no habían logrado nada así que preferían ir a la ciudad y desde allí llamar a una grúa. Lamentablemente no tenían teléfonos celulares.

 Nada de todo esto le pareció extraño a la mujer, incluso cuando J pensaba que era un cuento demasiado rebuscado para que nadie lo creyera. Cuando la anciana y K empezaron a hablar de las mascotas de la mujer, J simplemente dejó de escucharlos y por fin respiró, después de varios días de no poder hacerlo con propiedad. Tal era su cansancio que se quedó dormido con rapidez y, por fortuna, no soñó con nada.

 Cuando despertó, el automóvil estaba estacionado en una calle iluminada, frente a un restaurante de comida rápida. Mientras se desperezaba, J vio que en el interior del lugar estaban la anciana y K, comiendo hamburguesa y riendo respecto a algún chiste o historia que se estarían contando. Sin duda era un chico extraño este tal K. Era un persona de demasiadas caras y, la verdad, era que eso a J no le gustaba nada. Que le aseguraba que K no estaba aliado con otra persona que también quisiese tener a J para algún fin extraño? Era todo muy raro.

 J llegó a la mesa donde estaban sus dos compañeros de viaje y los saludó. K lo recibió con una sonrisa y le brindó una hamburguesa con papas fritas que le habían guardado. La anciana le dijo que habían preferido no despertarlo ya que se notaba que necesita dormir. K le había contado que su padre sufría de insomnio y era casi un milagro que pudiese dormir tan bien. Mientras comía, la conversación siguió y J pudo notar por su cuenta que la mujer era un alma amable que se sentía sola. Había viajado desde lejos para visitar a una hija pero les confesó que lo había hecho sin avisar, cosa que a su hija seguramente no le iba a gustar nada. K le aseguró que todo saldría bien.

 Un par de horas después, se despidieron de la anciana y le agradecieron por toda su ayuda. Al fin y al cabo les había dado un aventón y les había gastado comida. K incluso le dio un beso en la mejilla antes de que se alejara en su pequeño carro rojo. Una vez, empezaron a caminar, K había vuelto a ser la piedra que J había conocido hacía ya unas dos semanas. Lo único que le dijo fue que tenía un sitio cerca y que allí estarían seguros.

 Entonces J se detuvo. K caminó un poco más hasta darse cuenta de que J no lo seguía. Se dio la vuelta para amenazarlo con la mirada pero esto no tuvo el efecto deseado. J le dijo que no iba a caminar un paso más sin saber que era todo lo que había estado pasando en los últimos días. Sí, él era un periodista con ciertos secretos de la mafia en su poder. Hasta podía entender su secuestro por esas razones pero no quién era K y cual era su motivación en todo este lío.

 Se habían conocido el día del secuestro. Se los llevaron al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo habían estado en el mismo lugar y nada más. En principio, ninguno sabía nada del otro o al menos eso creía J hasta que K se le acercó y le dijo que sabía muy bien quién era l.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ qui sab le acerceso cre m al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo hab no iba a camianr un paso m J no le guél. Tanto así que había asistido al lugar porque sabía que aunque podrían atentar contra él, debía conocer a J y protegerlo tanto como fuese posible.

 El hombre se quedó de piedra al oír esto porque no lo entendía del todo. Este chico, que había fingido por días ser alguien que no era, incluso siendo torturado con golpes y otras vejaciones, aseguraba que era una protección necesaria para evitar que a J que le pasara algo malo. Nada de todo eso tenía ningún sentido. Le preguntó a K quién lo había enviado pero le aseguró que lo sabría pronto, si venía con él y tenía paciencia.

 A regañadientes, J siguió a K hasta un barrio horrible, lleno de vagabundos y prostitutas. K entró a un edificio viejo y con olor a orina y él lo siguió. Subieron cuatro tramos de escaleras hasta llegar a un corredor oscuro por el que caminaron en silencio hasta llegar al fondo, donde un pequeña ventana cubierta de grasa  dejaba entrar algo de luz. De un zapato, K sacó una llave y abrió con ella una de las puertas cercanas a la ventana.

 Hizo pasar a J primero y luego entró él. K se dirigió pronto a una de las habitaciones,  sacando su arma y abriendo la puerta con fuerza. De pronto soltó algo de aire por la boca, como suprimiendo reírse.

-       Se nos adelantaron.
-       Porque?
-       Porque la persona que me mandó a protegerlo está muerta.

 K se retiró de la puerta pero no la cerró. J se acercó para ver de quien se trataba y soltó un gritó que alertó a más de uno en el piso de abajo. Se acerco al cuerpo que había en el suelo, pisando un charco de sangre. Le dio la vuelta y entonces empezó a llorar. Era nadie más ni nadie menos que su esposa y ahora estaba muerta.

 Y pronto lo estarían ellos porque al lugar se acercaban varios hombres dispuestos a hacer lo necesario para callar sus voces.