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viernes, 7 de julio de 2017

La casa junto al mar

   Cuando mi camiseta empezó a subir, los pequeños vellos de todo mi cuerpo se erigieron al instante. En el lugar no había un solo ruido, a excepción de las olas del mar que crujían contra las rocas a solo unos metros de la ventana, que ahora estaba cubierta por una cortina roja rudimentaria, hecha con una tela que se amarraba a un gancho en el techo. Estaba claro que aquella residencia no podía ser nadie más sino de un artista. El color azul de las paredes y el desorden eran otros indicios.

 Mi camiseta aterrizó en el suelo y se deslizó algunos milímetros por encima de los periódicos y demás papeles que había por todas partes. La habitación era la más grande de la casa y tenía varias ventanas, todas cubiertas a esa hora del día. Por un momento, mi mente salió del momento y se preguntó que pensarían las personas que pasaran por allí de una casa con ventanas cerradas a esa hora, en esa época del año. Pero no muchas personas caminaban por allí, a menos que dieran un paseo por la playa.

 Aún así, no verían mi cuerpo erguido sobre el suyo ni escucharían mis gemidos suaves que mi cuerpo exhalaba solo para él. Mi mente volvía a estar alineada con mi cuerpo y eso era lo que yo quería, sin lugar a dudas. Sabía lo que estaba haciendo, sabía en lo que me metía y quería estar allí. No había más dudas que resolver ni miedos que superar. Ya vendría eso después, si es que era necesario. En ese momento solo quería disfrutar de su tacto, que sentía recorrer mi cuerpo.

 Los cinturones cayeron al mismo tiempo al suelo, causando un pequeño escandalo que asustó al gato blanco que se paseaba por todas partes. En otro momento seguro me habría importado el pobre animal, pero no entonces. Sus largos dedos abrían mi pantalón y estaba sumergido en tal éxtasis que no supe en que momento el gato rompió un jarrón lleno de flores, que había estado allí desde la última vez que los propietarios habían visitado el lugar. No me importaba nada.

 Lo único que estaba en mi mente era acercarme a él y besarlo con toda mi energía. Quería que supiera que no había dudas en mi mente, que no me importaba nada más sino estar ahí. Habíamos flirteado por meses hasta que por fin habíamos tenido la valentía de actuar. La primera vez que lo hicimos fue después de una de sus clases, cuando él mismo me propuso como modelo para la asignatura que daba a los alumnos de la maestría. Yo acepté sin dudarlo. Me arrepentí luego al darme cuenta de que solo había aceptado por él pero nunca me retracté.

 El jueves siguiente estaba en su clase, en la tarde, en uno de esos salones donde hay una pequeña tarima y la gente se sienta alrededor. La luz entraba como cansado por el tragaluz. Yo me quité la bata sin mucha ceremonia e hice caso a sus instrucciones, a la vez que trataba de no mirarlo porque sabía que si lo hacía perdería toda intención de hacer lo que estaba haciendo por el arte y no por él. Al fin y al cabo, yo estaba totalmente desnudo ante él y de eso no había reversa.

 Amablemente, me quitó los pantalones. Sentí una ráfaga de calor por todo el cuerpo, tanto así que me sentí en llamas. No solo mis partes intimas sino todo mi cuerpo estaba ardiendo en deseo por él. Tal vez ayudó que el día se despejó y no hubo más nubes por dos días completos en la costa. Los bañistas apreciaron esta gentileza del clima, así como los pescadores. Y los amantes como nosotros también celebraron, con más besos y caricias y palabras amables y halagadoras.

 Seguí siendo su modelo hasta que, una tarde cuando me había ido a cambiar detrás de un biombo instalado solo para mí, se me acercó sigilosamente y tocó uno de mis hombros desnudos. Esa vez también me recorrió el cuerpo un escalofrío y más aún, cuando cerca de mi oído, pude escuchar su dulce voz pidiendo que lo dejara pintarme por un rato más. Y allí nos quedamos, un par de horas más. No hicimos el amor, ni nos tocamos ni nos besamos. Pero fue uno de los momentos más íntimos de mi vida.

 Y yo seguía siendo su alumno. Lo seguí siendo por lo que quedaba de ese semestre y lo seguí siendo el siguiente semestre, mi penúltimo en la universidad. Por mi estudio y otras responsabilidades, no pude seguir siendo su modelo, aunque yo lo deseaba. No nos vimos tan seguido ya, y creo que en eso se quedaría nuestra relación, si esa palabra es la correcta. Me sentí triste muchas noches, pensando en lo que podría haber sido y en lo que yo podría haber hecho.

 Sus manos rozaron mi cintura y, con cuidado, fueron bajando mi ropa interior hasta los muslos. En ese momento nos besábamos con locura y yo solo quería que ese momento durara para siempre. Creo que jamás voy a olvidar todos los sentimientos que recorrían mi cuerpo, desde la lujuria más intensa hasta algo que muchas veces he comparado con el amor. Los rayos de sol que atravesaban la cortina roja nos daba un color todavía más sensual y el sonido del agua contra las rocas era perfecto para lo que estaba sucediendo. Era mi sueño hecho realidad.

 Cuando empezó mi último semestre, me lo crucé en la recepción de la universidad. Era la primera vez que nos veíamos y creo que los dos nos detuvimos en el tiempo por un momento, como apreciando la apariencia del otro pero, a la vez, viendo mucho más allá. Cuando se me acercó, me dijo que ya casi seríamos colegas y ya no docente y estudiante. No sé si quiso decir lo que yo pensé con eso, pero no dejé de pensarlo y de revivir mis deseos más profundos.

 Así de simple, la relación volvió a cobrar el brillo que había perdido. De hecho, pasó a ser algo mucho más intenso. Como yo ya había cumplido con casi todo los requerimientos para graduarme, solo debía asistir a tres clases muy sencillas y eso era todo. Mi proyecto de grado estaba listo desde hacía meses, pues le había dedicado las vacaciones a hacer el grueso del trabajo. Así que estaba completamente disponible. Y él lo sabía porque al segundo día me invitó a tomar café.

 Los días siguientes bebimos mucho café, conversamos hasta altas horas de la noche y nos hicimos mucho más que docente y alumno, más aún que colegas. Me atrevo a decir que nos hicimos amigos de verdad, conociendo lo más personal de la vida del otro. Y fue entonces cuando surgió de la oscuridad un obstáculo que yo no había previsto. En el momento no reacción, tal vez porque estaba vestido de amigo, pero tengo que decir que lo pensé una y otra vez en los días siguientes.

 Pero bueno, eso no cambió nada. Seguimos tomando café y hablando de todo un poco. Me presentó a muchos de sus amigos artistas y un fin de semana me invitó a la casa de la playa. Esa fue la primera vez que la visité, sin imaginar que tan solo una semanas más tarde estaría en la habitación más grande, besando al hombre que se había convertido en una parte fundamental de mi vida. Caminamos por la playa esa primera vez y nos besamos también por primera vez. Un día feliz.

 Por mi cuerpo resbalaba el sudor. A veces cerraba los ojos para concentrarme en mi respiración, en hacer que el momento durara más, cada vez más. Cuando los abría, veía sus ojos hermosos mirándome. Y no solo había deseo allí sino un brillo especial.


 Estaba tan ocupado disfrutando el momento, que no oí la puerta del auto que acababa de aparcarse frente a la casa. Tampoco oí la risa de dos niños de los que no había sabido nada antes de ese día, ni la risa de su esposa inocente y tonta. La puerta se abrió, como sabíamos que pasaría alguna vez.

viernes, 5 de mayo de 2017

Él y los cambios

   No sabíamos muy bien como o porqué, pero habíamos terminado sobre mi cama, besándonos como si fuera nuestra última oportunidad de hacerlo. No era algo romántico y seguramente nunca iba a ser más que solo algo de un día, una tarde para ser más exactos. Tras cinco minutos, estábamos sin una sola prenda de ropa encima y la habitación se sentía como un sauna. Así estuvo el ambiente por un par de horas, hasta que terminamos. Él se fue para su casa y yo ordené la mía.

 Me había dicho a mí mismo que era algo pasajero, algo que no podía funcionar. Pero de nuevo, el viernes siguiente, estábamos teniendo sexo en su habitación. Estaba tan emocionado por lo que hacía en el momento, que en ningún instante me pregunté como había llegado hasta ese punto. Y con eso me refiero a llegar físicamente, pues Juan no vivía muy cerca que digamos pero yo estaba ahí como si fuera mi casa. Se hacía tarde además pero no me preocupé por nada de eso toda la noche.

 Lo curioso es que no hablábamos nunca. Es decir, no nos escribíamos por redes sociales, no nos llamábamos por teléfono ni quedábamos para tomar un café o algo parecido. Para lo único que nos contactábamos, y eso solía ser solo por mensajes de texto bastante cortos, era para tener sexo y nada más. Incluso ya sabíamos como escribir el mensaje más corto posible para poder resumir nuestros deseos personales en el momento, lo que nos tuviera excitados en ese preciso instante.

 Cuando le conté a una amiga, me dijo que le daba envidia. Seguramente era porque ella y su novio habían estado juntos por varios años y ella nunca había tenido un tiempo de salir con otras personas. Siempre había estado con el mismo hombre y se arrepentía. Eso sí, siempre aclaraba que lo amaba hasta el fin del mundo pero me decía, siempre que tenía la oportunidad, que le parecía esencial que la gente joven tuviese esa etapa de experimentación que ella no había tenido.

 Yo siempre me reía y le decía que mi etapa había durado casi treinta años y parecía que seguiría así por siempre. Me decía que en el algún momento, en el menos pensado de seguro, sentaría cabeza y decidiría vivir con algún tipo y querría tener un hogar con él e incluso una familia. Solo pensar en ello se me hacía muy extraño pues en ningún momento de mi vida había querido tener hijos ni nada remotamente parecido a una familia propia. Con mis padres tenía más que suficiente. Y respecto a lo de tener un hogar, la idea era buena pero no veía como lograría eso.

 Curiosamente, la siguiente vez que me vi con Juan, sentí que había algo distinto entre los dos. No en cuanto al sexo, que fue tan entretenido y satisfactorio como siempre. Era algo más allá de nosotros dos, de pronto una duda que se me había metido a la cabeza, algo persistente que no quería dejarme ir. Esa noche fue la primera vez que le di un beso de despedida a Juan, en su casa. Se notó que lo cogí desprevenido porque los ojos le quedaron saltones.

 Apenas llegué a casa, me puse a pensar porqué había hecho eso. Porqué le había dado ese beso tan distinto a los que nos dábamos siempre. Habíamos sido suave y sin ninguna intención más allá de querer sentir sus labios una vez más antes de salir. No tenía ni idea de cómo lo había sentido él pero yo me di cuenta que había algo que me presionaba el pecho, como que crecía y se encogía allí adentro. Prefería no pensar más en ello y me distraje esa noche y los días siguientes con lo que tuviese a la mano.

 La sorpresa vino un par de días después, un fin de semana en el que Juan llegó a mi casa sin haber escrito uno de nuestros mensajes con anterioridad. Había tormenta afuera y, cuando lo dejé pasar, me dijo que había pensado en mi porque sabía que vivía cerca y no parecía que la lluvia fuera a amainar muy pronto. De hecho, un par de rayos cayeron cuando le pasé una toalla para que se secara. Le dije que podía quedarse el tiempo que quisiera y le ofrecí algo caliente de beber.

 Fue mientras tomábamos café cuando me di cuenta que ese sentimiento extraño había vuelto. Estando junto a él, de pronto sentí esa tensión incomoda que se siente cuando uno es joven y esta al lado de la persona que más le gusta en el mundo. Hablábamos poco, casi solo del clima, pero a la vez yo pensaba en mil maneras de acercarme y darle otro beso, este mucho más intenso, ojalá con un abrazo que sintiera en el alma. No me di cuenta de que lo que pensaba no era lo de siempre.

 Por fin, le toqué la mano mientras estábamos en silencio. Fue entonces que todo sucedió de la manera más fluida posible: él se acercó y me puso una mano en la nuca y yo le puse una mano en la cintura y nos besamos. No sé cuantos minutos estuvimos allí pero se sintió como una eternidad. Y lo fantástico del caso, al menos para mí, es que solo fue un beso. Eso sí, fue uno intenso y lleno de sentimiento que no entendimos por completo en el momento. Nuestras manos, además, garantizaban que la totalidad de nuestros cuerpos estuviesen involucrados.

 Y sí, como en todas las ocasiones anteriores, terminamos en mi habitación. Con la tormenta como banda sonora, fue la primera vez que hicimos el amor. Ya no era solo sexo, no era algo puramente físico y desprovisto de ese algo que le agrega un toque tan interesante a las relaciones humanas. Recuerdo haberlo besado mucho y recuerdo que su cuerpo me respondía. Nuestra comunicación era simplemente fantástica y eso era algo que jamás me había ocurrido antes, ni con él ni con nadie.

 Cuando terminamos,  y eso fue cuando ya era de noche, nos quedamos en la cama en silencio. Estábamos cerca pero no abrazados. Eso también era un cambio, pues normalmente ya nos hubiéramos levantado y cada uno estaría en su casa. Pero esa vez solo nos quedamos desnudos escuchando los truenos y a las gotas que parecían querer hacer música contra el cristal de la ventana. No diría que era romántico. Más bien era real y eso era lo que ambos necesitábamos con ansías.

 Eventualmente nos cambiamos. Mientras él buscaba su ropa por la habitación, le propuse pedir una pizza. Él dudó en responderme pero finalmente asintió. Pareció reprimir una sonrisa y son supe muy bien como entender eso. En parte porque no entendía porqué lo haría pero también porque estaba distraído mirando su cuerpo. Siempre me había gustado pero ahora lo notaba simplemente glorioso, de pies a cabeza. Juan era simplemente una criatura hermosa.

 La pizza llegó media hora más tarde. Estaba perfecta para el clima que hacía en el exterior. Mientras comíamos, hablábamos un poco más pero no demasiado. Hablamos de cosas simples, de gustos en comida y de lugares a lo que habíamos ido. Compartimos pero no demasiado, no era correcto hacer un cambio tan brusco y en tantos sentidos. Parecíamos estar de acuerdo en eso, a pesar de no haberlo acordado. Apenas terminamos la pizza, se fue aprovechando que la tormenta había terminado.

 El resto de la noche me la pasé pensando en él, en su cuerpo, en como se sentía en mis manos y en mi boca. En lo perfecto que lo encontraba y esos sentimientos nuevos que habían surgido de repente pero no que no quería dejar ir ahora que los sentía.


 Lo trágico es que nunca lo volví a ver. Nunca respondió mi siguiente mensaje y no me atreví a buscarlo en su casa. Años después lo vi saliendo de un edificio con otra persona y pude ver que era feliz. Por fin sonreía, no se ocultaba. Habría hecho lo imposible para que esa sonrisa fuese para mí, pero ya era tarde.

miércoles, 26 de abril de 2017

Lo más horrible

   El dolor corporal al momento de levantarse ya se había vuelto costumbre. Alicia había decidido no tomar medicamentos para todo y por eso ahora tenía que vivir con todos sus dolores y molestias, día y noche. Era peor en las mañanas, apenas se despertaba. No era solo la pereza de ponerse de pie como tal, sino el dolor de pies a cabeza que no la dejaba vivir en paz por algunos minutos. Tenía que respirar lentamente e ir reconociendo cada parte de su cuerpo, como si fuera nuevo.

 Esta técnica se la había enseñado el señor Páez, el sicólogo que había visitado durante un año después del incidente. Por supuesto, sus dolores no habían sido el punto de discusión de la mayoría de sus sesiones, pero había sido tratado porque él creía que todo lo que pasara con Alicia tenía algo que ver con lo que había ocurrido hacía ya cinco años, en esa casa de campo que Carlos había alquilado de repente, sin consultarle. Páez le atribuía todo a ese momento en su vida y ella no sabía si eso era lo correcto.

 En la casa de campo había vivido uno de los peores momentos que puede sufrir cualquier persona. No es fácil ver como la persona amada, la que es más cercana a uno, se quita la vida de un momento a otro, de una manera tan sencilla como si se tratara de tomar agua o de echarla mantequilla al pan. Pasó todo tan rápido que uno no pensaría que las consecuencias fueran tan grandes pero lo fueron porque Alicia terminó en un hospital siquiátrico y en visitas con el doctor.

 Ahora ya no iba. En parte porque se suponía que ya no lo necesitaba pero también porque no quería que de verdad su vida revoloteara alrededor de ese único hecho trágico en su vida. Era algo importante pero no podía convertirse en el punto focal de todo. Al fin y al cabo, Alicia había estado bastante bien por los últimos años. Había dejado de tener crisis nerviosas y ya no hablaba con paredes ni nada parecido. Era su mejor momento en años y no lo iba a dañar por tonterías.

 No que fuera una tontería el dolor de cuerpo tan horrible que siempre la invadía en las mañanas. Muy al contrario, ella pensaba que era lo único que de verdad la amarraba contra el pasado. Lo grave de verdad era cuando, ocasionalmente, tenía problemas con alguna visión al azar que ocurría cuando estaba en la casa arreglando cosas o sin mucho que pensar. Le pasaba que veía a Carlos de nuevo, parado frente a ella como si nada, solo que su cara se veía reventada por la explosión del disparo de un revolver. Alicia antes gritaba al ver esa imagen. Ahora solo se daba la vuelta y la ignoraba.

 No era algo frecuente pero había decidido no decírselo a nadie o medio mundo armaría un lío con ello. La verdad era que a ella le parecía muy normal verlo a él de vez en cuando, pues lo pensaba mucho y, muy dentro de sí misma, parecía seguirlo queriendo a pesar de todo. Por eso lo reconocía cuando aparecía pero si era con la herida de muerte, sabía que se trataba de una manera de torturarla a ella, de meter un tenedor en su herida abierta y girarlo, esperando que se retorciera en el piso.

 Pero eso no era algo propio de Alicia. Ella no era de las mujeres que se dejan atropellar por esas cosas de la vida. A pesar de su estadía en el hospital y de sus visitas al sicólogo, ella tenía una día a día normal con trabajo y todo lo demás. Veía a sus familiares con frecuencia pero no tanto como para que empezaran a preguntarle cosas que sabían muy bien que estaban fuera de los limites. Siempre tenían cuidado con decir las cosas correctas porque Alicia podía molestarse con facilidad.

 A veces podía suceder con ver la televisión, otras veces solo con escuchar alguna palabra en la calle. Debía controlarse durante la mayor cantidad de tiempo posible para poder llegar a casa, el único lugar en el que de verdad podía sentirse tranquila. Normalmente se servía un vaso de agua con hielo y lo tomaba en silencio para irse calmando lentamente. Era la única manera de calmarse y de poder controlar todo lo que tenía en la cabeza, que era bastante más de lo que había pensado nunca.

Era obvio que el doctor Páez se había equivocado de cabo a rabo. Alicia seguía tan mal como siempre pero había aprendido a decir las cosas correctas así como a manejarse a si misma de manera que nadie pudiese pensar que había algo malo con ella. Se había vuelto una experta en mentir, en el lenguaje corporal y autocontrol. De hecho, si el doctor hubiese sabido lo que ella hacía, lo más probable es que la hubiese aplaudido porque ni el más experto hubiese podido ver a través de su engaño.

 Pero eso era cosa del pasado. Ya no volvería a las consultas porque simplemente sabía que nada sería arreglado por ese medio. Nadie se recupera de un día para otro después de ver a la persona que más aman con una pistola apuntándoles al cráneo, para luego ver en una suerte de cámara lenta como el barril del arma gira y de pronto toda la cabeza de esa persona parece estallar por todas partes. El cuerpo parece seguir vivo unos momentos pero es una ilusión. Lo único que existe es el grito desgarrador de la mujer frente al hombre que amó.

 Cuando volvió al apartamento, quitó todas las fotos que había de él. No quería que cada imagen le recordara ese horrible momento. Evitaba mencionarlo en público y la gente respetó eso, así algunos no estuviesen de acuerdo. Por supuesto que no se lo decían de viva voz, pero creían que era más sano afrontar el tema y no fingir que una persona tan importante para su vida había desaparecido de pronto, casi como en un truco de magia. Parecía tener poco respecto por la memoria del muerto.

 Pero el respeto no era algo en lo que ella pensara muy a menudo. Su misión número uno era no tener que luchar cada segundo de su vida con ese momento, no ver una y otra vez esa horrible imagen frente a sus ojos, como si se tratase de una vieja película que se queda estancada en un punto determinado. Nunca iba a olvidar pero eso no quería decir que estuviese obligada a someterse a ese momento de su vida para siempre. Por eso eligió hacer lo que hizo y así tratar de encontrar paz.

 Apenas tomada la decisión fue cuando empezaron los dolores de cuerpo. Por ellos sí fue al médico, que le recetó un botiquín entero de medicamentos. Pero ella los tiró por el lavabo apenas llegó a casa, porque no quería vivir atrapada por las drogas, no quería vivir en un mundo donde no fuese ella la que tenía el control. Tenía mucho miedo de que al suprimir el dolor físico, el mental volviera con mucha más fuerza que antes. Por eso todos los días se aguantaba, lo mejor que pudiera.

 Al fin y al cabo era algo que ya tenía dominado. El resto de su vida era un trabajo fácil que le pagaba lo suficientemente bien para vivir y el hecho de tener que visitar a sus familiares con frecuencia, en parte porque solo los tenía a ellos y en parte porque seguramente querían saber si ella seguía bien, sin episodios violentos ni nada de eso. La visita semanal a casa de su madre era tan importante por esas razones y porque era otro lugar que la calmaba y la hacía sentirse tranquila.

 Pero aún así, al menos una vez por semana también, lo veía a él en algún lugar de la casa. A veces estaba en el comedor, a veces en la cocina o incluso en el baño. El pobre siempre mira al vacío, al suelo, y nunca a Alicia que solo lo observa unos segundos.


  Menos veces ocurre lo de aparecerse con su cuerpo después del disparo. Esas veces Alicia da la vuelta y se aleja lo que más puede. Prende el televisor, la radio y trata de reír para no gritar. Empuja hasta el fondo todo lo que no puede dejar salir, bajo ninguna circunstancia.

lunes, 9 de enero de 2017

Aquella vez

   Me enamoré de él el día que empecé a tener los síntomas de la peor gripe que había tenido ese año. De hecho, no había tenido ninguna molestia física por un largo tiempo y lo atribuía todo a la rutina de ejercicio que había comenzado a hacer. Era, al menos al comienzo, pedirle mucho a mi cuerpo pues jamás le había exigido de esa manera. Los resultados fueron tan satisfactorios que por eso pensé que ninguna gripa ni malestar de ese tipo podía aquejarme ya más porque había decidido mover mi trasero del cómodo lugar donde siempre lo había tenido.

 Justo por el tiempo que empecé a ejercitarme, cosa que hacía en privado pues nunca podría hacer algo así en frente de todo el mundo, fue cuando lo conocí a él. Creo que fue en una librería en la que entré solo por curiosidad. Tenían muchos libros que no se encontraban en otros lugares. De historietas cómicas y novelas gráficas a novelas románticas de lo más clásico que uno se pudiera imaginar. Yo iba por las primeras, él por las segundas. No había manera de que nos conociéramos así no más. Pero el destino tiene esas cosas raras que son muy acertadas, sin importar el desenlace.

 Yo había entrado con una bolsa del supermercado. No había comprado muchas cosas pero las suficientes para hacer un hueco en el plástico y caer estrepitosamente al suelo de madera de la silenciosa librería. En ese momento tenía un libro en la mano y en la otra el celular, así que me reacción inmediata fue mirar con pánico para todos lados, a ver si alguien se había dado cuenta de mi accidente. Obviamente todas las miradas estaban sobre mí pero mis ojos se posaron en una persona, la única persona, que parecía moverse mientras todos estábamos como suspendidos en el tiempo.

 Se apresuró a ayudarme con lo que se había caído y lo metió todo en una bolsa de tela que, al parecer, había acabado de comprar. Tenía la bandera gay más grande que hubiese visto, cosa que no es muy mi estilo pero la verdad fue hasta después que me fijé en ese detalle. Mis ojos estuvieron ocupados por mucho tiempo mirándolo a él, su cara y sus ojos y, a decir verdad, su cuerpo. Todo eso pasó en primavera y la ropa de invierno ya no era la norma, así que podía ver mejor sus formas. Para serles sincero quedé completamente fascinada por él casi al instante.

 Me dio la bolsa y me dijo que creía haber recogido todo. Tontamente me di cuenta que yo no había ayudado en nada, solo me había quedado congelado allí como tonto mirándolo y no había hecho nada más. Creo que el cajero se dio cuenta porque me miraba como riéndose, cosa que no me gustó y por eso decidí no comprar nada. Estaba muy apenado.

 Iba de camino a casa y la bolsa de tela era un regalo para su primo que vivía en Alemania. Me contó esto en un momento. Me dijo que me podía acompañar a mi casa, dejar allí mis cosas para poder liberar su bolsa de tela y volver a su propia casa para guardar el regalo. Yo estaba tan sonriente que la verdad solo asentí y me dedicó a escucharlo todo el camino. Era un golpe de mala suerte, eso pensé, que mi casa quedara tan cerca de la librería. Lo invité a seguir y el aceptó, ayudándome a organizar mis compras.

 Cuando terminamos, nos quedamos mirándonos por un momento hasta que le propuse tomar café pero en un lugar en la calle porque yo no compro nunca café. Él soltó una carcajada y dijo que sí. Esa tarde la pasé muy bien, hablamos varias horas hasta que él tuvo que irse. Justo antes de despedirnos, me pidió mi número y prometió escribir o llamar pronto. Francamente no me hice muchas ilusiones: era tan guapo y tan interesante que debía ser algo pasajero en mi vida, estaba seguro.

 Sin embargo, esa misma noche me escribió diciendo que luego recordó como no había comprado nada en la librería y ahora debía volver para averiguar el libro que había estado buscando. Hablamos hasta la una de la madrugada sobre el libro, sobre sus gustos y los míos. Quería seguir pero tenía mucho sueño y tuve que ser el que se despedía esta vez. Esa noche no hubo sueños pero dormí como si me hubiese acostado sobre una nube, la más suave y más grande de ellas.

 Nuestra relación avanzó rápidamente. Tan rápido de hecho que me sorprendí a mi mismo meses después, al notar como él estaba todo el tiempo en mi casa, solo en medias o incluso sin ellas, viendo películas sobre el sofá o besándonos por lo que parecían horas. Ese verano incluso hicimos un pequeño viaje juntos y fue la primera vez que hicimos el amor. Creo que nunca había disfrutado del sexo de esa manera y era porque había un ingrediente extra que nunca antes había estado allí.

 Fue después de nuestra primera Navidad juntos cuando me enfermé. Fue tan repentino que ambos nos asustamos. En un momento estaba bien y al otro me había desmayado en el baño, golpeándome el brazo contra el mostrador donde está el lavamanos. Me obligó a ir al doctor, cosa que me parecía exagerada para lo que era obviamente una gripa. Incluso con la confirmación, se puso muy serio desde el primer momento. Era algo que yo jamás había vivido y por eso no lo entendía bien.

 Prácticamente se mudó a mi casa. La verdad es que, entre mi dolor y malestar, me gustaba ver su ropa allí con la mía. Me encantaba ver como ponía sus zapatos cerca de la puerta y me hacía una sopa que su abuela le había enseñado cuando era un niño pequeño. No tenía muchas ganas de reír ni nada parecido pero la sonrisa que tenía desde que lo había conocido seguía en mi rostros pues para mí él era fascinante. Era como si no fuera de este mundo, tanto así. Era amor.

 Me dio el jarabe y las pastillas a las horas adecuadas y me acompañaba en la cama con una mascarilla sobre su boca. Era yo el que había insistido en ello, aunque él aseguraba que sus defensas eran tan buenas que un gripe de ese estilo no podía entrar en él. Eso me hacía gracia pero igual lo obligué a usar la máscara porque no quería arriesgar nada. Todas las noches me daba un beso con la máscara de por medio y con eso yo era feliz hasta el otro día, cuando inevitablemente despertaba antes que él.

 Me encantaba mirarlo dormido, aprenderme la silueta de su rostro de memoria. No tengo ni tendré la más remota idea de cómo dibujar apropiadamente a un ser humano pero quería tener al menos ese recuerdo, uno bien detallado para que nunca lo olvidara. Sin embargo, sabía que eso ya no podía pasar. Ya estaba en mí y pasara lo que pasara, seguiría allí por mucho tiempo. Cuando se despertaba por fin, me miraba y se reía. No preguntaba nada pero creo que sabía lo que yo hacía.

 La sopa de la abuela funcionó, al igual que sus dedicados cuidados. Aunque me duró una semana el virus, pudimos deshacernos de él juntos. Tal fue mi alegría el día que me sentí verdaderamente mejor, que hicimos el amor de la forma más personal y emocionante en la que jamás lo hubiese hecho. Fue después de esa noche cuando él me dijo que quería vivir conmigo permanentemente. Fue fácil arreglarlo todo, acordar como sería todo con el dinero y esos detalles.


 El día que trajo todo fue el más feliz de mi vida. Lo ayudé a guardarlo todo y luego lo celebramos cenando algo delicioso que casi nunca comíamos. Me di cuenta entonces de que lo amaba, de que él me amaba a mí y de que acababa de empezar un nuevo capítulo en mi vida. No sabía más y no era necesario puesto que todo lo que tenía era suficiente para vivir feliz y eso era lo que siempre había necesitado.