En ese punto, era como si el río se partiera
en dos: por el lado más profundo seguía bajando a toda velocidad la corriente
de agua fría que bajaba de las montañas. Por el otro lado, justo al lado, había
una zona de poca profundidad, llena de piedras de todos los tamaños pero con un
agua quieta que casi ni se movía. El lugar estaba algo lejos de las rutas
principales de los senderistas y por eso poca gente lo conocía pero quienes
sabían de él le llamaban “La playa”. Se volvió un punto de encuentro para los
entendidos que circulaban por la zona.
Uno de ellos era Nicolás. Desde hacía un buen
tiempo era aficionado a explorar los parque naturales del país a pie. A la
mayoría los conocía muy bien y por supuesto uno de los lugares que más le
gustaban era La Playa. Era uno de esos que conocía como llegar al sitio de manera más rápida.
Muchos otros habían descubierto el lugar por él pero no porque les dijera sino
porque quienes circulaban por todo esos lugares, sabían muy bien a quien seguir
y como. Pero, afortunadamente, la cantidad de gente que llegaba a ese lugar
seguía siendo relativamente poca.
En uno de sus varios viajes, Nicolás se dio
cuenta que estaba completamente solo.
Era fácil saberlo pues el clima era, cuando menos, un caos. Había
llovido por días seguido y la corriente del río se había vuelto tan brusca que
podía ser peligroso ponerse a buscar cualquier cosa o incluso meterse a bañar.
Incluso por la parte poco profunda pasaban restos árboles y otros escombros y
restos de tormentas que caen al río y casi van al mar. Era peligroso estar allí
en esos momentos, pero a él esa vez le atrajo quedarse por allí.
Armó su campamento cerca de La Playa y aguantó
el frío gracias a una manta especial que tenía. Se hizo lo suficientemente
lejos para evitar la crecida del río, si es que sucedía. En efecto creció un
poco más durante la noche pero no tanto como él lo había supuesto. Al otro día
el río estaba casi como siempre y fue cuando decidió quitarse la ropa y
bañarse. Hacía varios días que no se bañaba y el agua fresca del río era el
lugar ideal para refrescarse, sin importar lo fría que pudiese estar el agua o
las ramas y demás que flotaban en ella.
Se metió rápidamente y se movió un poco por el lugar. En La Playa
el agua llegaba normalmente hasta los muslos, o incluso más abajo dependiendo
del nivel del agua. Esta vez había bajado rápido en la noche y por eso
aprovechó para bañarse. No llevaba jabón ni nada por el estilo sino una como
esponja que servía para limpiar la piel . La utilizaba con fuerza y se mojaba
para asegurar que la limpieza estuviese siendo bien hecha. El río estaba
calmado de nuevo pero había un presentimiento extraño que Nicolás empezó a
sentir, como de inseguridad.
Terminó su baño lo mejor que pudo pero fue al
ir a salir cuando lo vio. Estaba allí, justo donde La Playa empieza y el río da
la vuelta hacia el lado más profundo. Se había casi clavado en las rocas lisas
y frías que había por la orilla del viento. Por un momento, Nicolás dudó si
debía acercarse pero, como no había nadie más en varios kilómetros a la
redonda, decidió ir a mirar para cerciorarse de que lo que veía no era su
imaginación sino algo lamentablemente muy real. Caminó despacio por el agua,
tratando de no resbalar sobre las rocas.
Cuando estuvo casi
lado, fue que se mandó la mano a la boca, como tapando un grito que jamás
salió. Era un hombre, de pronto un poco más joven que él. Estaba vestido con un
jean y nada más. Daba la impresión de que se había estado bañando o al menos se
había caído al agua mientras se ponía la ropa. Su piel estaba toda fría y
extremadamente blanca. Una de sus manos rozó las piernas de Nicolás y este no
pudo evitar gritar de manera imprevista, casi como un bramido asustado. Era
tonto que pasara pues era obvio que estaba muerto.
Eso sí, se veía que no había muerto hacía
tanto. El cuerpo tenía partes algo moradas pero por lo demás estaba blanco como
un papel y mantenía su piel suave y delicada, sin que se hubiese hinchado aún.
Nicolás no pudo evitar pensar que le había pasado al pobre y como había sido
que había llegado al río. Lo dudo por un segundo pero luego, haciendo mucho
esfuerzo, fue capaz de halar el cuerpo hacia fuera de La Playa, sobre el suelo
normal de la zona, que era bastante árido y en ese momento parecía un congelado
de lo frío que estaba.
Fue a la tienda y así, desnudo como estaba,
volvió con algo de ropa que usaba para él. Como no se cambiaba mucho la ropa,
no le parecía un inconveniente vestir al cuerpo con una de sus camisetas y un
par de medias. Se mojaron y fue obvio que no volvería nunca a ponerse esas
prendas o siquiera a pensar en ellas. Lo que quería, sin embargo, era hacerle
una especie de honor al difunto, protegiéndolo un poco mientras descifrara como
sacarlo de allí. Recordó que tenía su celular en algún lado y tal vez podía
contactar a alguien.
Pero no servía de nada. Estaba en una zona
demasiado remota como para que hubiese señal alguna para el teléfono. Tendría
que cargarlo de alguna manera y eso era difícil pues un muerto siempre pesa
mucho más que un vivo. Pero es que la idea de dejar ahí, a pudrirse que y los
pájaros se lo coman lentamente, no era lo que quería para el pobre. La verdad
era que le parecía que el muerto era guapo y por esa superficial razón se
merecía, al menos, un funeral.
Entonces tuvo una idea mejor. Buscó entre sus
cosas y encontró sus herramientas para escalar. En ese parque no las usaba tan
seguido porque no había mucho lugar para poder usarlas pero serían perfectas
para excavar un hueco y enterrar el cuerpo allí. Tratar de arrastrarlo sería
ridículo e ir él a avisar que había un muerto le parecía que era muy fácil y
además se podían demorar días mientras encontraban equipo para que fueran a
rescatarlo y Nicolás sentía que no había tiempo para nada de eso. Había que
actuar lo más pronto posible.
Empezó a excavar y agradeció el trabajo duro
pues calentó su cuerpo de la mejor manera en varios días. La tierra allí estaba
como dura, casi congelada, y era difícil sacarla. Pero después de los primeros
esfuerzos, se puso más fácil. Lo malo fue que llegó la noche y hacerlo con una
linterna pequeña en la boca no era nada eficiente. Decidió dejarlo por ese día.
Se puso ropa especial y se acostó a dormir bastante temprano para continuar con
su labor temprano al otro día. La idea tampoco era pasarse la vida haciendo
algo que hacía por respeto.
Al otro día no se quitó la ropa pues el frío
se intensificó y el río empezó a crecer de nuevo. Bajaban troncos de árboles,
ramas e incluso se podían percibir cuerpos de animales pequeños como conejos y
demás. Menos mal, el hueco que había empezado estaba alejado del río. Había
servido pues seguía intacto, aunque la mayoría de tierra que había sacado se
había ido volando. Siguió el arduo trabajo toda esa mañana pues lo que más
importaba en ese momento era terminar el hueco y poder enterrar al pobre joven
que seguía mirando al cielo con sus ojos vacíos.
Pasado el mediodía, la corriente aumentó más.
Nicolás pudo ver que había una tormenta sobre las montañas desde donde venía el
río. Apuró el paso por si la tormenta se dirigía hacia él y pronto tuvo el
hueco terminado. Arrastró al cuerpo dentro de él y uso la mayor parte que pudo de
la tierra que había sacado. El inconveniente era el viento, que se lo llevaba
todo. Por eso apenas y pudo cubrirlo bien de tierra. Tuvo que excavar de otros
sitios para tapar el cuerpo bien. Cuando terminó, clavó una de sus herramientas
cerca de la cabeza del muerto y le amarró un trapo rojo que tenía.
No podía arrastrarlo fuera del parque y
decirle a nadie no tenía sentido. Pero al menos podía dejar una constancia de
que a alguien le había importado lo suficiente como para enterrarlo y dejar un
señal de quien podía haber sido. Nicolás recordaba a una persona de su pasado y
por eso fue que no pudo evitar hacer algo por el difunto, del que se alejó
pronto ese día pues La Playa sería devastada por la tormenta. Tenía que salir
de allí pronto y resguardarse entre los árboles del bosque próximo.