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viernes, 19 de agosto de 2016

Terminamos

   El día de hoy creo que tuvimos que parar unas diez veces en el camino entre la casa y el supermercado. Siempre he dicho que no me importa pero hoy confieso que casi pierdo la cabeza cuando todas esas personas, casi todos hombres, se le acercaron a Matías a pedirle su autógrafo. Como siempre que pasa, decidí seguir caminando y lo esperé un poco más allá, tratando de no llamar la atención sobre mí. Bajo la sombra de un árbol enorme, me di cuenta de cómo lo miraban y lo que pensaban mientras él firmaba sus camisetas, cuadernos o portátiles.

 Tenían pura lujuria en la mirada. No se puede describir de otra manera. Incluso algunos se tocaban el pantalón de manera inapropiada, obviamente conscientes de que él podría darse cuenta. Querían que se diera cuenta para crear así algún tipo de tensión sexual que ciertamente yo no iba a permitir. Sentí un impulso horrible de lanzarme encima de cada uno de esos fanáticos y arrancarles la cabeza con mis propias manos. Esa era la cantidad de rabia que tenía acumulada.

 Lo que terminé haciendo fue lo mejor: él sabía que íbamos al supermercado así que simplemente me di media vuelta y seguí caminando hacia allí. Para cuando llegó, yo ya estaba en el segundo pasillo, eligiendo los alimentos congelados. Se me acercó sin decir palabra. Luego comentó algo sobre las papas fritas que más le gustaban. Sentí otra vez mucha rabia pero me la tragué toda y seguí el día como siempre.

 Cuando volvimos a casa, el teléfono sonó justo cuando entramos. Matías dejó las bolsas que venía cargando en el suelo y corrió para contestar. Como casi siempre que sonaba el teléfono, era su agente. Casi siempre a la misma hora, todos los días, ella llamaba para recordarle todos los compromisos que tenía pendientes para la semana y todo lo que tenía que preparar para la semana siguiente, si es que lo había. Las llamadas solían demorarse, al menos, una hora.

 Organicé yo solo el mercado en la cocina. Una vez terminado, fui a la habitación y me recosté. Tenía un dolor de cabeza horrible desde hacía varias horas. Sin quererlo, me quedé dormido y desperté en la oscuridad unas dos horas más tarde. Lo llamé pero no estaba. Al parecer había salido y no me había dicho nada.

 Hice algo que casi nunca hacía. Tomé mi celular y llamé a una de mis amigas. Hablamos un buen rato, sobre todo de mi relación con Matías. Yo casi nunca pedía auxilio pero esa vez creí necesario que alguien me escuchara, poder decir las cosas en alto para no sentirme a punto de enloquecer. Mi amiga me propuso vernos en un café y acepté sin dudarlo pues no era tan tarde como pensaba.

 En el restaurante en el que quedamos había mucha gente. Quedaba más cerca de su casa que de la mía pero era lo apenas justo pues era ella quien me estaba ayudando. En un momento casi lloro cuando le expliqué que vivir con un actor era muy difícil. Y más aún uno como él. No era solo por su físico y apariencia en general, sino que su fama en el contexto de su trabajo era tremenda. Mi amiga me confesó que siempre había estado asombrado por mi decisión de tener algo con él. Le parecía que no era algo que yo pudiese soportar. No me ofendí pues era cierto.

 Le pedí que me disculpara un momento pues tenía que ir al baño. Aproveché para limpiarme la cara y refrescarme por completo. El dolor de cabeza era menos fuerte pero lo sentía debajo de la superficie. Respiré hondo varias veces y salí cuando estuve un poco más relajado pero aún no completamente tranquilo.

 Cuando volví a la mesa, mi amiga parecía preocupada por algo. Miraba a un lado y al otro como esperando a alguien más. Le pregunté si pasaba algo y me dijo que no era nada, que siguiéramos hablando de lo mío. Le dije que lo mejor era dejar el tema por esa noche pues no quería un dolor de cabeza más grande. Pero mientras yo le decía eso, ella seguía distraída, mirando a todos lados menos a mi. Le exigí que me dijera que pasaba y esa vez ya no dijo nada, solo miró por encima de mi hombro.

 Me di la vuelta al instante y vi a Martín a través del vidrio que era la fachada del restaurante. Él estaba afuera, hablando con otro hombre muy bien parecido. Al instante pensé que de pronto era uno de los otros actores que trabajaban con él pero la verdad no lo reconocía de las fotografías que él mismo me había mostrado. Solo pensar en ese día me causó un dolor de cabeza más grande.

 No oía de que hablaban pero parecían muy contentos. De pronto se tomaron de la mano y se alejaron de allí hablando, contentos. Yo me quedé de piedra mirando a través del vidrio. No pensaba en nada ni estaba uniendo cabos. Solo me quedé ahí, vacío. Mi amiga también parecía haber perdido el don del habla. Solo me miraba y apuraba su café, dando por terminada la velada de ayuda.

 A mi casa regresé en bus, Hubiera podido tomar un taxi pero llegaría muy rápido y tenía ganas de pensar. En el bus, vi como empezaba a llover afuera y entonces pensé en lo que había pasado y como debía enfrentarlo lo más rápido posible. No era como si no me hubiera pasado algo así antes. Debía hablarlo con él y terminar las cosas pronto, antes de que todo se pusiera mucho peor.

 Al entrar a casa, casi me muero al ver que él estaba allí. Ya había llegado de su cita o de lo que fuese lo que estaba haciendo. Estaba sentado frente al televisor, viendo alguna comedia. Me le quedé mirando y me di cuenta que, aunque era algo que ya había vivido, Matías era alguien con quién ya había convivido durante algunos meses de mi vida en un mismo lugar. Era lo más lejos que había llegado en una relación y ahora tenía que terminar todo de un día para otro. Se venían muchas decisiones difíciles y momentos para los que no estaba nada listo.

 Me aclaré la garganta y, con una voz temblorosa, le dije donde había estado y que lo había visto. Describí al otro hombre al detalle para que no hubiese probabilidades de confusión, para que no me dijera que imaginaba cosas. Le dije que lo había visto tomarse de la mano. El se me quedó mirando todo el rato y, cuando terminé, soltó una carcajada. La rabia que me dio no fue normal.

 Según él, ese hombre era solo un compañero del trabajo. Yo asentí y le dije que ese era otro problema. Le expliqué lo incomodo que encontraba que lo pararan siempre que saliéramos juntos para pedirle autógrafos. Él respondió que era algo que debía hacer y quo yo sabía bien que era parte de su trabajo. La rabia salió de pronto, sin que yo pudiese hacer nada para contenerla: le dije que no era un actor de teatro ni de cine sino un actor pornográfico, que no pretendiera como si fuera lo mejor del mundo.

 Matías me respondió que tal vez no era lo mejor del mundo pero que  sí ganaba dinero que podía invertir en nuestra vida juntos. Esa vez fui yo quien se rió porque él jamás había dado dinero para nada, excepto tal vez el mercado y eso no era ni siquiera todas las veces. El dinero para los servicios y el alquiler lo daba yo con mi trabajo. Él prácticamente vivía allí gratis. Volví a lo del tipo con el que lo había visto y le exigí que me dijera la verdad.

 El abrió el portátil que tenía al lado y me mostró unas fotos tipo paparazzi que le habían tomado con el otro hombre. Al parecer era una estrategia de publicidad para vender más de su ultima película. Yo nunca había tenido problema con ello. Jamás me había sentido curioso ni preocupado por su profesión. Pero en ese momento todo cambió porque me di cuenta de que lo que hacía tapaba partes de su personalidad que yo ni conocía.

 Le pregunté porque no me había hablado de eso y me contestó que, como era algo del trabajo, pensó que no era como para contarme. Entonces me di cuenta que nada funcionaba. Le pedí que se fuera de mi casa. Por un momento estuvo dispuesto a pelear por su derecho a permanecer allí.


 Creo que vio en mis ojos que yo también podía pelear. Con su mirada me dio la razón y simplemente buscó sus cosas y media hora después se había ido. Nunca me arrepentí de lo que dije o de lo que pasó. Era lo mejor. Lo que hacía no nunca fue la razón para separarnos sino su falta de confianza en mi e incluso en si mismo.

miércoles, 27 de julio de 2016

No hay nada fácil

   Cuando tomó su decisión, sabía que más de una persona no iba a estar de acuerdo con ella. Tenía que entender que ellos estaban preocupados por él, por su futuro y lo que podría ser su vida dependiendo de esa decisión. Los tenía en cuenta pero no podía tomar una decisión tan importante basada en otras personas, en los que otros pensaban que debía hacer. Él sabía muy bien cal era su opción y la tenía en mente, más de eso no podía hacer mucho, solo analizar la situación con mucho cuidado.

 Se trataba de una posibilidad de trabajo. No pagaban nada especialmente bueno y tampoco era una posición privilegiada en ningún lado. De ser algo increíble, la respuesta ya hubiese sido pronunciada hacía mucho tiempo. Pero las cosas no eran así, no todo era como la gente se lo imaginaba, con opción perfectas día tras día, como si Europa fuera el máximo paraíso laboral en el mundo.

 La verdad era que no había ido allí para conseguir un trabajo. Esa nunca había sido su idea. Lo que había ido a hacer era estudiar y le había prometido a sus padres estar concentrado en el asunto. La oferta de trabajo había salido de la nada en los meses en que preparaba su trabajo final y por eso era una decisión que debía tomar con cuidado pues el tiempo para tomar estaba por terminarse. No podía tomarse la vida entera pensando en ella y eso era lo que le molestaba más del asunto.

 El trabajo era en París y no tenía nada que ver con lo que él hacía. En resumen, sería un asistente de producción para una compañía de fotografía. Tendría que hacer todos mandados que ellos ordenaran, sobre todo ir a recoger gente a un lugar y luego volver con ellos a otros sitios y, básicamente, encargarse de los modelos y de las personas que vinieran a trabajar con la productora. El sueldo era menos de lo que gastaba en un mes y no proporcionaba ninguna seguridad extra.

 Era solo un puesto de asistente. No tenía beneficios algunos y no había manera de que le subieran al sueldo, al menos para que pudiese ganar lo justo para vivir y no ahorrar nada. Pero no era así. Aunque lo veía como una oportunidad importante, no podía dejar de pensar que si aceptaba, tendría que mudarse a otro país solamente para ganar una miserableza y probablemente seguir pidiéndole dinero a su padre para las cosas más esenciales.

 Si iba a ser independiente, quería serlo por completo, ganando un salario que le fuese suficiente para tener algo propio, para vivir por su cuenta y empezar a construir esa vida solos, que es el la meta de todos en esta vida. Aunque hay muchos que se casan, el concepto es el mismo. Por eso es una decisión difícil o al menos complicada de considerar.

Lo mejor fue hacer una lista con todo lo malo y todo lo bueno del asunto. En el lado de las cosas buenas, escribió que tendría experiencia laboral, por fin. En su vida le habían pagado por hacer nada y siempre que lo mencionaba la gente se le quedaba mirando como si estuviese loco o algo parecido. Al parecer todos habían empezado a trabajar desde las más tiernas edades y él era el único anormal que había usado su juventud para estudiar. Sabía que estaba en la minoría en eso y decidió no pensar mucho en ese detalle. Ya mucho se lo recordaban.

 Otra cosa buena era que viajaría a otro lugar y podría conocer mucha gente del medio que le podría ayudar eventualmente con proyectos propios. Era obvio que un trabajo de asistente no era nada especial, pero eso siempre podía cambiar estando él allí. Podían darse cuenta que era mucho mejor para otro trabajo que para ese o simplemente subirle el sueldo por lo bien que estaba haciendo su trabajo. Cosas así podían pasar, no solo en la películas sino de verdad.

 La tercera cosa buena era finalmente independizarse de su familia. Haciendo serios recortes a sus gastos mensuales, el sueldo podría alcanzarle. Tendría que dejar muchas cosas de lado pero era algo posible. El resultado sería su independencia completa de su familia, algo que quería lograr tarde o temprano. No era que tuviese nada contra su familia ni nada de eso. Muy al contrario. La cosa era que tenía ya casi treinta años y necesitaba ser independiente, probarse que podría mantenerse a si mismo si tuviera que hacerlo.

En la parte de lo malo escribió lo de estar más tiempo en el continente. No quería que nadie se lo tomase a mal, pero no estaba muy a gusto con las cosas allí. No terminaba de acostumbrarse a miles de cosas pequeñas que veía y tenía que hacer un poco por todas partes. No se sentía a gusto viviendo allí y eso podía ser en parte porque no tenía a nadie con quien compartir nada.

 Esa era su segunda entrada en la lista negativa: no tenía a nadie. Toda la gente que se preocupaba por él, que lo conocía o parecía conocerlo, todo ellos estaban a muchos kilómetros de allí, incapaces de ayudarlo cuando se sentía solo o en eso extraños momentos cuando se necesita escuchar la voz de alguien, cuando solo eso puede ser tan reconfortante. No tenía nada parecido allí. Si acaso gente conocida, gente amable que le brindaba su amistad. Perro solo querían ser amables. No eran sus amigos y eso no tenía nada de malo. Las cosas rara vez eran perfectas en cualquier ocasión y él lo entendía.

 La tercer cosa mala era el tiempo indefinido que tendría que quedarse allí. No sabía si sería algo para siempre o si serían solo unos meses o un año o cuanto. No tenía idea de cuanto tiempo necesitaría para probar ese nuevo trabajo, para ver si llegaba a algún lado con él. Era imposible saberlo.

Hubo una anotación más en ese lado: los trámites que debía cumplir. Iba a trabajar y eso requería nuevo papeleo. No solo se trataba de decir que estaba allí siendo extranjero sino que debía pedir un permiso de trabajo y eso podía ser más que complicado con su pobre historial de experiencia. Podrían considerar que no cumplía los requisitos mínimos y ahí si que no tendría nada que ver su decisión pues ya habría sido tomada para él por los burócratas que manejan los hilos de esos asuntos tediosos que hay que hacer para vivir.

 Miró la lista por un mes completo y lo que hacía era imaginar su vida de una forma y de otra. Todas las noches, antes de dormir, se imaginaba su vida si aceptara y fuera vivir a la bella ciudad de París. Se imaginaba a si mismo conociendo gente muy interesante pero comiendo atún todos los días al lado de un lavaplatos sucio en un apartamento tremendamente pequeño y ruidoso o alejado de todo. Se imaginó a si mismo gastando horas y dinero en transporte público para ir a su trabajo todos los días. Perdería peso y mucho tiempo de su vida.

 También imaginó rechazar la propuesta y volver a su país tal como había salido de allí: sin nada. De pronto con la educación que había adquirido pero eso era algo que no se veía a primera vista, era algo que se demostraba con un trabajo, con la habilidad que se podía demostrar con un lugar estable donde desarrollarse como persona. Pero sabía que eso era algo difícil de obtener. Trabajos no habían y si habían eran para los hijos de los que ya trabajaban o para los amigos o alguna relación especial de esas.

 Él no conocía nadie. A la larga, estaba tan solo en casa como estaba en ese otro país lejano. No importaba como lo pensara, el resultado seguía siendo el mismo, por un lado o por el otro. La única ventaja real que le daba volver, era que al menos podría intentar fracasar en su propio idioma e, incluso, en sus propios términos. No moriría de hambre pero demoraría mucho tiempo más en ser un hombre hecho y derecho, una persona independiente y admirable.


 La decisión que tomó no fue la más popular. Mucha gente no entendía porqué lo había hecho y la verdad era que ni él sabía muy bien qué era lo que había hecho. Solo sabía que era una decisión y que estaba tomada. Y, de nuevo, después de todo eso, se sintió más solo que nunca. Se sentía al borde del abismo y el viento más débil podría enviarlo directo a su muerte.

lunes, 18 de julio de 2016

Edad de oro

   El primer día que los escuchó hablar, doña Clotilde no supo determinar de donde venían las voces. Lo primero que pensó, sin embargo, era que se había vuelto loca. No le dijo a nadie de las voces que escuchaba todas las noches al acostarse a dormir, en las que pensaba durante todo el día siguiente. Todos pensarían que por fin había perdido toda conexión a la realidad y eso no sería nada bueno, en especial en el hogar para adultos mayores en el que vivía. Un rumor de ese tipo entre el personal y la enviaban directo al edificio de tratamiento especial.

 Ella no quería ir allí pues sabía muy bien que a los que enviaban allí no los trataban igual. Eran los que vivían hundidos en una silla de ruedas, todo el día babeando y siendo movidos de un lado al otro, buscando el calor del sol o el abrigo de la sombra. Las enfermeras los cuidaban bien, dándoles la comida hecha puré y le hacían masajes para que no tuviesen la piel lastimada. Clotilde no había llegado a ese punto de su vejez.

 Y sin embargo, seguía escuchando las voces. Incluso, había veces que las escuchaba por la mañana y eso la hacía levantarse más rápido y salir disparada a la ducha, pues el sonido del agua golpeando el suelo de plástico era tan fuerte que no dejaba pasar ningún otro y la hacía sentirse más tranquila. Allí respiraba una vez más y trataba de olvidar aquellos rumores de otro mundo que escuchaba. Eso sí, estaba convencido que lo que oía eran voces de muertos.

 No le contó nada a su familia en el siguiente día de visita y la verdad fue su preocupación la distraía tanto que no les puso mucha atención cuando vinieron. Ni a los niños que buscaban mostrarle sus hazañas y lo que eran capaces de haces, ni a los adultos que la bombardeaban con preguntas acerca del sitio y de sus salud. Si hijo incluso pidió hablar con el doctor del lugar y a ella eso normalmente la hubiese avergonzado pero ese día solo se retiró a su habitación y no dijo más nada.

 Las voces a veces se hacían más claras y otras veces era imposible saber de que era lo que hablaban. No importa cual de los dos fuera el caso, la verdad era que ella no entendía que era lo que decían, incluso siendo en español. Es como si fueran gente de hace mucho… O tal vez eran del futuro,  tal vez tenía algún tipo de conexión con hechos que jamás habían sucedido.

 El asunto de las voces la volvía loca. Tanto así que tuvo una pelea con su vecina de cuarto, doña Clara. Tenía una de esas máquinas para humedecer el aire pero estaba vieja y hacía un ruido horrible que dañaba la conexión de Clotilde con los muertos o quienes fueran. Era gracioso, pero había cambiado de huirles a querer entender porque se contactaban con ella, si lo que querían era transmitir un mensaje.

 Con la primera persona que habló del tema, fue con su sicóloga. Era una mujer joven que movía algunos días de la semana y que se encargaba del bienestar mental de los ancianos. Por supuesto, no era ella quien trataba a los que babeaban. Ellos tenía su propio loquero para ayudarlos. Pero la doctora García no era uno de esos sino una profesional de verdad o al menos eso era lo que parecía ante Clotilde siempre que entraba a su despacho. Era un chica muy inteligente y paciente.

 La primera vez que hablaron de las voces, la doctora propuso escuchar de verdad a las voces, tratar de ver que era lo que querían y así saber como podrían desaparecer de la habitación de Clotilde. También le explicaba a su paciente que, era probable, que las voces en verdad eran una ficción creada por su cerebro para darle un poco de movimiento a su vida, tal vez con alguna cosa que había olvidado hace mucho y que su inconsciente quería recordarle.

 Clotilde hizo la tarea y trató, por horas, de escuchar las voces. Pero su oído, como el de la mayoría de los pacientes, no era muy bueno que digamos así que lo que podía escuchar era muy limitado. Escuchaba nombres que no conocía y parecían hablar de cantidades o algo por el estilo. Era difícil entender pues entre su oído y otros sonidos que contaminaban lo que se escuchaba en su cama, era muy complicado y más para alguien que no confiaba para nada en sus orejas.

 Lo poco que entendió se lo contó a la doctora y ella empezó a trabajar desde ahí. Le explicó a Clotilde que las cifras que escuchaba probablemente hacían parte de un estado muy profundo en su mente en el que tenía almacenados miles y miles de números: todas las facturas que había pagado en su vida, cada préstamo y cada deuda. Tal vez eran todos los números de su vida reunidos de manera confusa para que ella se diera cuenta de todo lo que había hecho en la vida.

 Pero la explicación de la doctora o el gustó a Clotilde porque ella sentía mucho miedo cuando oía las voces. No tenía ningún sentido tener miedo de sí misma, estar atemorizada de su voz y de su pasado. Si era como la doctora decía, sería fácil terminar con ello y volver a tener noches de paz y tranquilidad en su cama pero eso no podía hacerlo pues ya lo había intentado varias veces.

 No, la doctora podía saber mucho de otras cosas, pero de sueños y demás no sabía nada. Por eso decidió no contarle a nadie más y mejor tratar de escuchar lo que decían las sombras. Anotaba en una libreta las palabras que oía y al otro día trataba de analizar que querrían decir.

 La verdad era que tanta investigación la había convertido en alguien más activo, mucho más dispuesta a participar en las actividades que había en el hogar para todas las personajes mayores. Se metió en todo porque pensaba que estando cansado, lo más seguro es que dormiría como un bebé. Y eso era lo que quería seguido porque muchas veces no quería escuchar nada de nada y lo único que deseaba era viajar al a tierra de los sueños sin tener que estar pensando en palabras sin sentido.

 Luego, por un tiempo, ya no hubo más voces y doña Clotilde volvió a su rutina normal en la que no había nada de especial. Se sentaba en la sala de juegos y le gustaba tomar algún libro y leer mientras los demás jugaban alguno de esos muy viejos juegos de mesa o veían programas de televisión que habían sido rodados hace más de diez años. Al fin y al cabo, esos eran los que recordaban años después. Lo muy moderno los distanciaba un poco de todo.

 Alegre de no oír más voces, se lo contó a la doctor García y ella le explicó que eso se debía, seguramente, a que ya había encontrado la raíz del asunto y que no necesitaba más acoso de su mente pues había solucionado el principal problema que tenía. Empezó incluso a socializar un poco con los demás inquilinos del hogar de ancianos y se dio una buena sorpresa al ver que mucho de ellos eran gente amable, que tenían familias como la de ella o que incluso venían menos.

 Y entonces, conversando con más y más personas, un viejito llamado Roberto y una anciana de nombre Ruth, le contaron que durante muchos meses ellos también habían escuchado voces en la cama. Pero el viejito argumentaba que no podía ser nada del cerebro pues eso no lo pueden compartir dos personas así como así. Si fuera algo mental, no se podría escuchar sino dentro de solo uno de los cráneos.

 Lo más sorprendente era que ellos dos eran sus vecinos de habitación y jamás los había visto. A Roberto seguramente era porque se despertaba tan temprano y se acostaba tan a las ocho en punto, que era complicado verlo por ahí. Y Ruth era una de las pocas en el asilo que debía usar silla de ruedas todo el tiempo, a aceptación de la zona “especial” y por eso solo salía poco de su habitación pues no les gustaba la silla.


 Los ancianos se hicieron amigos y hablaron largo y tendido de los sonidos, las voces que habían oído. Jamás se hubiesen imaginado que se trataba de los enfermeros, en el piso de abajo, que negociaban drogas con un tipo que se las compraba sin pedir explicaciones. Las voces subían por la ventilación y creaban el efecto. Pero eso ya era el pasado. Ahora había cosas mucho más importantes para los inquilinos del asilo.

viernes, 15 de julio de 2016

Chica rebelde

   Laura aprovechó que no estaba en la casa para poder comer algo que en verdad le gustara. Se paseó por cada rincón del supermercado hasta que se decidió por un helado de crema. El sabor era almendras y su tamaño era pequeño, pues se hubiese sentido culpable de haber tomado algo mucho más grande. Apenas pagó y salió del lugar, le quitó el envoltorio a su helado y le dio el primer mordisco.

 Como esperaba, el sabor era delicioso. Además, la cubierta de chocolate del helado se había partido en varios deliciosos pedazos y cada uno de ellos sabía incluso mejor que el propio helado. Laura entonces se dio cuenta que algunas personas que caminaban por la calle la miraban como si fuese un bicho raro. No sabía si era por estar comiendo un helado o si es que la reconocían de algún lado y desaprobaban de su comportamiento. Fuese como fuese, pensó que lo mejor era sentarse en algún lugar y disfrutar en paz de su helado.

 Llegó a un pequeño parque y se sentó en la banca que tenía más cerca. El sol estaba empezando a bajar en el cielo y el calor que había hecho en días anteriores se estaba retirando lentamente. Las noches empezaban a ser cada vez más frescas. Laura siguió comiendo su helado, a la vez que miraba a la gente pasar por el parque, a algunos niños jugar con una pelota y a una pareja de ancianos discutir en una banca cercana . Hablaban de la pensión, o algo así.

 Apenas terminó el helado, Laura se sintió culpable. Al final, había incluso lamido el palito y había buscado en el envoltorio del helado por si algún pedacito de chocolate todavía estaba por ahí. No pasó mucho tiempo antes de que se sintiera culpable. Se sentía mal al haber hecho algo que tenía prohibido pero es que tenía tantas ganas que no pudo evitarlo. Además, era uno de los pocos días en los que la habían dejado sola y había tenido la oportunidad de vivir como alguien normal.

 Miró su celular y vio que tenía varias llamadas perdidas de Connie, su representante y la persona que normalmente debía cuidarla como si fuera su propia hija. Ese día no había podido estar pendiente porque se le había presentado otro trabajo. Confiaba en Laura y ahora ella había traicionado su confianza al escaparse después de una sesión de fotos como si fuera un niña pequeña.

 Pero así era como se sentía a diario Laura, como una niña a la que no dejan hacer nada sin el permiso expreso de sus padres y de otro poco de gente que no tenía que ver nada con ella. Ser una modelo no era nada fácil y menos aún cuando tenía tanto trabajo y su cara aparecía no solo en las portadas más importantes sino también en varias campañas publicitarias.

 Apenas había cumplido los dieciocho años, le habían llovido incluso más ofertas que antes. Hacía poco había participado en su primer comercial de una cerveza y la verdad es que la experiencia no le había gustado nada. Aunque el producto era hecho para las mujeres y todo había sido cuidado para que no fuera agresivo ni degradante, de todas maneras Laura sentía que algo no estaba bien con la manera como estaba haciendo las cosas.

 Por eso había salido corriendo después de la sesión de fotos, que solo eran para renovar su libro y tener algunas imágenes más frescas. Pero al terminar, sentía de nuevo que estaba ahogándose y la única manera de sentirse mejor era salir a la calle y sentirse como una persona normal. Era algo que no había hecho hacía mucho tiempo y le hacía falta pues todavía era muy joven y no podía concebir una vida en la que estuviese encerrada todo el tiempo como una prisionera.

 La casa en la que vivía, sin embargo, era un lugar hermoso y de muy buen gusto. No era nada desagradable. Era un casa moderna con varias habitaciones, unas diez en total, que compartían varias chicas que estuviesen siendo manejadas por la misma empresa. Laura era un caso especial porque la creían muy joven aún para pagarle un lugar sola así que la mantenían en la casa por esa razón. Las chicas con las que compartía eran de todos tipos y de muchos lugares distintos.

 Pero Laura sentía que, al final del día, no tenía nada en común con ninguna de ellas. Se sentía alejada de todo y muchas veces desconectada del mundo real. A pesar del dinero que ganaba y la popularidad que empezaba a acumular, Laura era de las pocas chicas que extrañaba tener un vida común y corriente, con clases en la universidad y amigos de todo tipo y fiestas y todo lo que hacen los chicos de su edad.

 Ella no se consideraba a si misma una chica normal. Desde una edad mu y temprana la cuidaba Connie, después de que sus padres la hubieran encomendado a ella. Siempre Laura sintió que la habían regalado, incluso cuando le decían que era lo mejor que le había pasado pues nunca tendría que pasar dificultades ni nada parecido. Su familia era pobre y sabía bien que había sido un milagro que la descubrieran en el  mundo donde vivía.

 La historia era triste. Su madre trabajaba en una tienda de ropa, haciendo un poco de ropa. Era de esas tiendas donde venden de todo, casi siempre en descuento. Su madre seguido no tenía con quien dejarla cuando no podía mandarla a la escuela por alguna razón. Fue en una de sus escapadas, que tenía desde pequeña, en las que Connie la salvó de cruzar una carretera sola y la descubrió como su modelo estrella.

 Laura sabía que Connie deseaba lo mejor para ella pero era claro que a veces se le olvidaba tener un poco de compasión. La hacía trabajar como una esclava, como si no hubiera más días del año para hacer cosas y ganar dinero. En un día estaba tomándose fotos y al otro en un comercial y al siguiente modelando ropa y después volando a Europa. Todo eso podía sonar muy bien pero Laura llevaba haciéndolo más de diez años y estaba cansada y aburrida.

 Apenas la llamó de nuevo, Laura contestó y, sin dejarla hablar, le dijo a Connie que estaba en un parque y que podría recogerla cuando quisiera. Se rendía por el día de hoy. Connie dijo que el transporte iba en camino pero que había algo más de lo que le quería hablar. Dijo que le enviaría una imagen apenas colgaran. Y así fue, mientras Laura caminaba a la calle para esperar por el coche, vio la foto que le habían enviado y no supo si reír o llorar o no hacer nada.

 Lo que sí hizo primero fue subir la mirada y dar un vistazo a su alrededor, a las personas que tenía cerca. Pero seguramente ya daba igual. La foto que Connie le había enviado era de ella comiendo el helado. En la imagen se notaba la pasión con la que comía y lo mucho que le había gustado. Ella no se había dado cuenta, pero en un momento se había manchado de chocolate en la nariz y alrededor de la boca. Se veía como una niña pequeña comiendo helado.

 Apenas llegó el coche se subió y no dijo nada al conductor ni él a ella. Se conocían bien y su relación se basaba en los silencios. Laura no miró la foto de nuevo pero sabía las consecuencias que tendría. Seguramente Connie la pondría en una exagerada dieta por un mes y restringiría sus salidas y trataría de que no vieran a Laura en la calle por una buena cantidad de tiempo para que la gente no la relacionara con esa imagen. Sabía que iba a ser todo un lío y que sería castigada de alguna manera.

 A pesar de ser muy joven, no se sentía hace mucho como una niña. Tampoco como una mujer hecha y derecha sino como alguien en la mitad, una persona que no termina de ubicarse en el espectro de la vida y tal vez era eso lo que la tenía tan preocupada, lo que la hacía hacer cosas que la alejaban de lo que era bueno para ella.


 De nuevo vibró su celular. Y no eran más fotos sino un mensaje de Connie. No era un regaño ni su nueva dieta. Era una propuesta de la compañía de los helados para que Laura fuese la imagen de la nueva línea de helados bajos en calorías. La joven no pudo evitar soltar una carcajada. Le parecía gracioso que incluso tratando, no pudiese ser una chica rebelde.