viernes, 26 de diciembre de 2014

Dejarse llevar

Adrián nunca supo que hacer con su vida. Nunca estuvo seguro de nada. Estudió lo primero que pensó en la universidad y trató de ser bueno pero no excelente. La verdad era que no estaba muy interesado por nada que enseñaran o no en una universidad.

Era un chico sin aspiraciones, sin sueños ni grandes deseos para su vida futura. Para él, no tenía sentido soñar tan en grande. "Los sueños no se vuelven realidad. Somos nosotros los que ajustamos lo que llega y lo ajustamos a nuestros deseos, para sentirnos felices", o algo así decía él.

Sus padres, obviamente, no estaban muy contentos con su actitud. Ambos eran personas que habían trabajado duro toda su vida y por eso, cuando habían discusiones, Adrián les recordaba que sus sueños seguramente no eran casarse antes de los veinticinco y vivir una vida que seguramente hubiera sido mejor si hubieran tenido tiempo para aprender y disfrutar de verdad.

Los padres siempre dicen que no se arrepienten de nada, o la mayoría lo hace. Y mienten, porque todo ser humano se arrepiente de las decisiones que han tomado en la vida. Es imposible no dudar, no pensar después de haber realizado algo, que pudo haber sido mejor. Como seres humanos, jamás estamos contentos con nada.

Pero eso no era lo que le pasaba a Adrián. Él se había pasado la parte del arrepentimiento, de la duda, de intentar y fallar. El simplemente no intentaba y decidió dejarse llevar. Claro que alguien de veintiseis dejándose llevar, no es algo que inspire mucho a nadie. La sociedad tiene reglas preestablecidas y si no se cumplen, empiezas a ser la oveja negra del rebaño. Él tenía la edad que tenía y no había nunca trabajado por un sueldo, no tenía ningún tipo de relación sentimental con nadie (ni la había tenido), no tenía ahorros y las ganas sencillamente no estaban ahí.

Adrián había decidido que él no iba a matarse todos los días en un trabajo miserable, lamentándose todo los días por lo que nunca fue. La vida sería la que lo dirigiría y sus estudios, que al fin y al cabo le habían enseñado cosas, serían su único sustento. Y así fue.

Estuvo tres años sin trabajar, para el disgusto de sus padres e incluso de quienes decían ser sus amigos. Tres años en los que se apasionó por placeres más mundanos como el arte de escribir, el de dormir, el de cocinar y el de ver películas de todo tipo. Si pagaran por cualquiera de esas cosas, sería excelente. Eso pensaba. Pero luego recordaba que entonces tendría que batallar media vida para que le pagaron un sueldo miserable y ya no lo volvía a pensar de esa manera.

Un buen día, sin embargo, decidió ir con unos amigos a la representación teatral en la que participaba una amiga de la universidad. Allí conoció, por pura casualidad, al director de la obra. Era un hombre joven, completamente enamorado de sí mismo. Apenas Adrián habló de como escribía para pasar el rato, el hombre lo alabó (sin razón aparente) y decidió darle su correo electrónico para que lo contactara enseguida y, tal vez, escribieran algo juntos o hicieran una obra de algo que Adrián hubiese escrito.

Atención lector, porque nada nunca sucede con personas de esas características. Son personas que solo buscan agradar y construir un castillo de ego alrededor de si mismos. Un castillo tan grande que ni siquiera sus pensamiento logran llegar muy lejos. Y eso era lo que había sucedido entre el director y Adrián: nunca estuvo interesado en nada pero fingió estarlo porque pensó que eso lo haría interesante ante los demás. Un alma caritativa o algo por el estilo.

Adrián no se decepcionó. De hecho, no esperaba nada de eso. Lo que nunca esperó fue que un día, charlando con un vendedor en una tienda de comida saludable, consiguiese un trabajo como cajero en aquella misma tienda. Había sido una conversación casual, sobre los ingredientes y demás. De pronto el tipo había preguntado si Adrián quería trabajar allí y el joven solo asintió. Después de firmar la papelería y demás superficialidades, el chico empezó a trabajar, con un horario de nueve de la mañana a nueve de la noche. Y, aunque no había dicho nada en el momento, vivía bastante cerca del lugar así que por todos lados era perfecto.

Almorzaba y comía rico, ya que no era comida que le resultara pesada al cuerpo ni nada por el estilo. Además servían yogur helado bajo en grasa y él solía comerse uno de vez en cuando. Eso sí, no por iniciativa propia sino porque su jefe se lo ofrecía. Le decía incluso que podía hecharle cualquier fruta o fruto seco que tuvieran para adornarlo.

La verdad era que Adrián lo hacía bastante bien. Era atento, sin ser lambiscón. Explicaba el concepto a quienes venían por primera vez y explicaba algunas propiedades de los alimentos que los clientes estaban felices de escuchar. Lo bueno de un restaurante de comida saludable, es que todo el mundo va a fingir dos cosas: que sabe que es lo que está pidiendo y que lo come todos los días. Y eso le agregaba un toque de diversión a la situación. Más de una vez veía como un "adicto a los saludable" pedía uno de los platos para luego comérselo como si fuera cemento liquido.

Lo más importante de todo para Adrián, fue el hecho de que sus padres dejaran de acosarlo por todo. Ahora que ganaba algo de dinero y que estaba fuera de la casa haciendo algo productivo, ya no sentían la necesidad o la urgencia de decirle algo. La vida en la casa, sobre todo los fines de semana, era increíblemente llevadera. Cada uno era independiente ahora y no había que preocuparse por nada.

Apenas su madre se pensionó, un par de años después del padre, la pareja decidió que quería una casa de campo en tierra caliente y así lo hicieron. La compraron sin dudarlo y se iban allí cada vez que podían. A veces eran los fines de semana a veces varias semanas, lo que sintieran necesario para relajarse. Ellos habían ya hecho su parte y estaban contentos de poder disfrutar, ahora sí de verdad, sus vidas.

Mientras eso sucedió, Adrián subió los pocos escalones que se podía subir en el negocio de la comida saludable. Ahora era gerente del punto pero seguía gustándole atender en la caja de vez en cuando. Además, todos los que trabajaban en el sitio eran una pequeña familia de amigos y compañeros de lucha al lado de las estufas.

En sus fines de semana libres, sin padres, Adrián aprovechaba para salir a caminar con su nueva mascota (un pastor alemán pequeño) y ver que sucedía en la ciudad. Era lo mismo que había hecho por tanto tiempo pero ahora se sentía distinto. Tal vez porque pronto se iría de la casa. Sus padres no lo sabían pero ya se los diría. Tal vez sería porque trabajaba y ganaba su propio dinero. O incluso podía ser por el hecho de que hacía unos meses, había conocido a alguien.

Sí, era su primera relación sentimental. Todo bastante casual: se tomaban de las manos, se decían cosas bonitas al oído, iban al cine, a comer algo y tenían el mejor sexo del mundo. Que más se podía pedir? Adrián sabía que podía terminarse todo en cualquier momento pero eso no le importaba, disfrutaba el momento que vivía y más nada.

Pero su relación duró, por alguna razón que él nunca se molestó en encontrar. Y su trabajo siguió igual de bien que siempre, entrenando nuevo personal e introduciéndolos al fantástico mundo del helado de yogur gratis.

Para sorpresa de muchos, Adrián jamás se fue de casa. Pero no, no es como lo piensan. Resultó que los padres se fueron permanentemente a vivir a su casa de campo y le pidieron que cuidara de la casa como si le perteneciera, que lo ayudarían con los gastos si lo hacía y así fue.

Tiempo después y antes de dormir, compartiendo una cama en su hogar, Adrián pensó que todo había sucedido sin proponérselo y que, al fin y al cabo, él le había ganado una a la sociedad. Había dejado que la vida hiciese y solo se dejó llevar. Y por lo que veía antes de cerrar los ojos, lo había hecho muy bien así.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Airport

So many people, coming and going. So many people busy or pretending to be easy. Some with their families, some alone, some others in large groups were they never really meet. Other are there to work hard, give away tickets, checking people on their flights, tending to their many needs or cleaning the large spaces filled with light and energy.

At the entrance, the men that guard the trolleys to put the bags on, chat about how many tips they have received today. They live on them so every single coin and bill count. And many people prefer to carry their bags inside, not wanting to spend the little money they have on a trolley they have to return to the entrance. They prefer to spend it on one of the restaurants or in some gift to the person they are going to see at their destination.

One of the men hasn't had the best week. He really needs to win some money and tries to attract clients by telling them how easy it is to help them with their bag. He greets foreigners specially, as they are more likely to ask for their services or women alone traveling with a lot of baggage. At home, his wife works doing laundry for neighbors and their daughter works as a secretary. Life is hard and, sometimes, difficult to bare but they are fighters and never give up.

Inside, the many women and men handing tickets are specially busy. They have to be smiling every single minute of their work, trying to provide the best service possible. They are many hundreds of them as all airlines make use of checking counters, wether they have fifty stands or only one. Most of the workers are women, dedicated completely to the old art of traveling.

One of them, Adrienne, is working for he first time. Every time she came to the airport when she was young, it was a whole experience to see the many people working and the planes through the glass of the main corridor. She loved to wonder how many people were traveling and to what exotic destinations they were heading. She never traveled a lot to be honest, her family couldn't afford it. Her first time on a plane was for the school trip on her senior year.

Children like it specially when groups of pilots and flight attendants pass by. Their uniforms are so pretty and most of them look perfect, like real size dolls. They are greatly poised, carrying their wheeled bags, always matching the color of the bag with the uniform. And there are so many colors and shapes of uniforms, pending on the country of origin of the airlines.

Padma, for example, works for Air India and, as expected, her outfit represents her country everywhere she goes. It is a beautiful traditional sari. Its bright orange in color with a red and black scarf around her neck and black shoes complementing it. She is very proud of wearing those colors every single day to work as it represents the rich tradition she loves so much. Being born in Mumbai, she learned through her mother about the gastronomy and many other cultural aspects of her country. After finishing school, she traveled through all of India and then decided to become and air hostess in order to bring India to the world.

But the most interesting part of the airport is were all the passengers and crew members gather: the duty free area. A tiny mall inside the airport, the stores sell every single thing passengers may want to give as a present to their fellow travelers or to someone they are looking forward to meet when they finally get home or to work. The stores are never deserted, filled with the scent of thousands of perfumes, the voices of buyers and sellers and even the taste of many delicacies made for the inevitable need to eat and drink.

In one of the stores, Roger works selling small crafts for people to go home with. There are refrigerator magnets, smalls pieces made of wood or glass or plastic and many sweets and other traditional pastries. Roger likes when people want to taste the pastries in advance, wanting to know what they are bringing back home. It's a pleasure for him to promote the country, its traditions and even the values behind it all. But buyers often go straight to the magnets and that's not bad. He has many, funny and not so funny wants. Delicate and detailed or just simple. He sells them all.

Meanwhile, in one of the many fast food restaurants, works Felicia. She puts fires on the fryer and puts salt on them. She also pours the drinks and sometimes flips the burgers. The ambiance in a fast food kitchen can get very annoying, all hot and sticky and smelly. But its a "safe" job. People work there for as long as they like. No one really gets fired, unless they do something really gross or awful. Felicia likes it and hates it at the same time. She loves the pay, that simple. But she hates to smell like a burger all day long. And she hates it too because there's no way to go out and smoke. There is no out so she really has to wait all day to feed her need for a cigarette.

At the waiting rooms, other hard workers do their thing with people many times not even noticing them. They clean up the place, making it look decent, unspoiled and perfect. They pick up every single piece of paper, every candy wrap, old magazine left behind and many other objects passengers may leave around thinking the airport cleans itself. But it doesn't, an army of men and men work every single second to provide high higiene standards, specially in the bathrooms were people tend to be even more careless than usual.

There, cleaning one of the stalls in one of the many women bathrooms, is Clara. She's a big woman, capable of cleaning a big mirror in seconds with the help of her many work tools: liquids, sponges, rags and mops. She loves it when no one enters the bathroom when she's cleaning. She cannot block people from entering so most of the times it proves to be a difficult thing. But when no one comes near, she feels like singing and even dancing a bit while cleaning the floors. Clara likes it a lot when everything is nice and clean. That is because if she does her job right, she wins more money. And more money is a better life for her and her children. She's not married but has three kids to care for and they are her reason to live. And with her kind smile, she greets passengers when she's finished working.

The other army working at the airport is the one working below and outside. The many people helping bags getting to their planes, the security guards caring for the safety of everyone inside the terminal, the ones with the glowing sticks helping planes to their stands and even those with unique jobs, that no one really knows about.

Henry, for one, is in charge of the birds around the whole area of the airport. Yes, that's his job and he has a companion. A small hawk called Flash. Henry uses Flash in order to scare other birds and animals and make them clear the runways. If one of the those birds gets sucked by a turbine, they may cause a fatal accident and no one wants that to happen. So every single day, from dawn to dusk, Henry and Flash go around the airport on a small four wheeled transport. They have fun together, pulling the danger away from the runways, looking closely at how the planes land, filled with people glad to get home or to a new beginning.

That is the heart of the airport. The planes and the passengers traveling inside. It is them who make an airport what it actually is. And they are some many over the course of a single day. People sitting on a small or very large planes, bound to a city an hour away or another continent very far away. they may get to sleep or just to sit around for the duration of the flight. There are some many going through the airport, running even, as they are making a connection. Those people, although not spending a lot of their time, end to know what the airport experience is all about and that is bringing people together.

We have the example of the García family. Maria and Manuel married three years ago and now they have a new member on the family: her name is Emilia and she's only one year old. It's her first time traveling and its a long flight. She will be visiting her grandparents, uncles and cousins, who haven't yet met her, or maybe only through a webcam. She can't speak yet but she's thrilled by the prospect of a new experience. Although she doesn't know where she is, she knows its something different: the sounds, the smells, even things feel different.
Her parents are excited to. As soon as they sit down, they put on their seatbelts and take each other's hand. They have that custom and they are not letting it go no. They squeeze hands when the plane's door is finally closed and the craft begins to pull away from the airport.

That's how one airport story ends but, as we know, many more are still ongoing and many others are yet to come.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Fiesta de Navidad

Gabi miraba los números en cada edificio hasta que por fin encontró el de su amiga. La verdad no era su amiga, más bien una compañera muy cercana. Pero había sido tan amable con ella desde su llegada a la ciudad, que no tenía como negarse a asistir a su fiesta de Navidad.

Al fin y al cabo, Gabi estaba sola. Muy lejos estaban sus padres y su hermano mayor, ya casado. Antes de salir de la casa, había hablado con ellos y había llorado como una tonta después. Eran años, veintiocho para ser exactos, en los que siempre habían celebrado juntos. Nada muy grande ni extravagante, pero unidos.

En cambio ahora las cosas habían cambiado. Ella había dejado su país, su hogar, por una excelente oportunidad laboral. Y no se arrepentía. Pero era la primera Navidad sola y eso le había afectado el humor. La última semana de trabajo, le lanzaba miradas de asesino a cualquiera que propusiera algo muy navideño como dan regalos en secreto o cantar villancicos. La verdad era que nada de eso le había gustado nunca pero ahora le recordaba todo a su familia y a ellos los quería mucho.

Cuando Silvana la invitó a su fiesta pensó que era en broma. Luego, pensó en decir que no. Pero lo único que hizo fue sonreír y decir "Gracias". No hubo más que eso. Era, sin duda, algo inesperado. Ella ya había planeado comprar un par de pizzas y pasar la noche sola viendo películas y luego dormir como loca. Nada más.

Lo pensó y lo pensó. Si iba, seguramente sería incomodo. Silvana era de esas personas que son amables porque así son. Y eso era admirable para Gabi que sencillamente no era así, para nada. En todo caso, no se conocían en realidad. Tomaban café juntas en los descansos o tomaban el almuerzo en el mismo sitio pero nada más que eso. De hecho, Gabi no tenía la más mínima idea de cual era el apellido de Silvana. Y en instantes, conocería a toda su familia!

Si no iba, sería un gesto grosero y tonto. Silvana sabía que Gabi no tenía a nadie y no responder ante un acto tan bonito hubiera sido imperdonable.

Así que se vistió como mejor pudo y salió al supermercado a comprarle algo a su compañera. Había pensado en comprar algo de ropa pero no sabía sus tallas y no quería arriesgarse. Así que prefirió comprar una botella de vino y una tabla de quesos. También compró un pastel grande de chocolate y entonces tomó el tren hacia la casa de Silvana.

La imagen en el vagón era bastante cómica, lo que logró sacarle una sonrisa a Gabi: dos hombres pequeños estaban disfrazado de gnomos y repartían volantes para una marca de electrónica. Además, una mujer peleaba con su esposo porque no habían podido encontrar el jamón que ella quería y se habían tenido que contentar con un pavo, que ella juzgaba de "seco e insípido".

La joven caminó desde la estación hasta la calle de Silvana cargando las tres bolsas, sintiéndose cada vez más arrepentida: que tal si, como la gente del tren, la familia de Silvana estaba de pelea? Y si había niños? Seguro los habría y Gabi no era muy buena como cualquier persona menor de veinte años. Siempre se sentía observada por ellos y si no les daba algo, seguramente se quejarían.

Todos estos pensamientos y muchos más, abrumaron la mente de Gabi en cuestión de minutos. Pero sus pies la habían llevado a metros de la casa de Silvana y no iba a regresar a casa con todo lo que había comprado. Así que tomó aire y timbró.

Por suerte fue Silvana que abrió y la recibió con un abrazo. Le dijo que la estaba esperando y que la iba a llamar en un rato. Cuando vio las bolsas, le dio un abrazo más y la tomó del brazo para entrarla a la casa. Dejaron las bolsas en la cocina y entonces le presentó a toda su familia.

La sala estaba ya llena de gente y faltaban más, según Silvana. Gabi saludó a los abuelos, los padres, hermanos, hermanas, primos, primas, tíos, tías y algunos sobrinos. Solo había dos niños pequeños, lo que calmó a Gabi.
Y también habían amigos de la oficina lo que en serio relajó a la joven mujer porque los conocía un poco más.

Pasadas unas horas, Gabi estaba sorprendida con lo bien que la estaba pasando: había hablado un buen rato con la abuela sobre los postres que hacía, con amigos del trabajo sobre sus planes para el nuevo año e incluso había jugado con los niños, cosa que jamás hubiera creído que fuese a pasar.

También pasó buen rato con Silvana, ayudándole en la cocina y hablando como nunca lo habían hecho. Hablando más con ella se daba cuenta de la excelente persona que era y de la buena decisión que había tomado al venir.

Lo mejor fue conocer a Felipe, uno de los primos de Silvana. Era un tipo muy guapo y hablaba de cosas muy interesantes. Le había contado que también estaba recién llegado a la ciudad después de años de estudiar y trabajar fuera, así que podrían ayudarse mutuamente. Ella recibió la sugerencia con una sonrisa, esta vez autentica.

Cuando fue hora de comer, Gabi se sentó entre Silvana y el primo. La comida estaba deliciosa: habían hecho una cazuela de mariscos bastante completa. Además había varios cestos con pan de ajo, platos con carnes frías y la tabla de quesos que ella había traído. También habían frutas y los postres de la abuela, que dejarían para más tarde. De tomar, vino por todos lados aunque algunos preferían tomar té helado. Entre esos estaba Felipe, que decía que había bebido demasiado en su vida y ahora quería dejarlo.

Todos reían y hablaban y se sentía tan natural y relajado que Gabi solo pensó en su familia cuando, al final de la cena, algunas personas se pusieron de pie para hacer un brindis. Silvana sin duda se destacó, ya que dijo el nombre de cada una de las personas que había allí. La abuela no dijo mucho pero sus palabras fueron de sabiduría y de una vida llena de experiencias y bien vivida.

Entonces, cuando la gente ya aplaudía al último que hablaba y tenían sus postres a medio acabar, Gabi se puso de pie y pidió la palabra. Todos la miraron con seriedad y esperaron sus palabras.

 - Les quiero agradecer a todos por su amabilidad, especialmente a Silvana. La verdad es que hasta        hoy no nos conocíamos mucho pero he tenido la oportunidad de hablar más con ella y sé ahora            porque esta casa esta llena. Les agradezco por invitarme y por hacerme sentir feliz en una noche          que  pensé que iba a pasar sola, llorando porque mi familia está lejos. La familia es donde está el        corazón  o eso dicen y creo que mi corazón hoy está aquí. Gracias.

Todos aplaudieron y brindaron por sus palabras.

Gabi estaba contenta y creía que todo esto era un buen indicio de tiempos por venir.

martes, 23 de diciembre de 2014

Antares

   Aslana was reclined on her chair, barely looking at all the screens she had in front of her. She had been commissioned with surveying a barren part of the Cosmos no one really cared about. Neither did she, but it was her job and she complied. After the first hour, however, she had bored herself to death by watching the screens with practically nothing showing.

 That had not been the idea she had had when in college, trying to decide what to do next. Antares space station was hiring but becoming an actual astronaut also interested her. People saw them as adventurers and explorers and she wanted that, to feel that she was doing something special.

 She decided to become an astronaut and went to Star City, near Moscow, to become one. With at least fifty others, she trained hard for a whole year but at the end of the process only ten were finally chosen. It had been decided they were the only ones fit for space travel. Aslana was not chosen. Her performance on skill and intelligence tests was formidable but the physical demand of the career had proven a bit too much for her.

 However, her tutors had recommended her to the Science Academy of Moscow, who were about to open a new observatory orbiting Triton, near Neptune. The observatory was located, funny enough, on Space Station Antares. So she had wasted a whole year of her life to do almost exactly what she had thought of doing when coming out of college.

 And now, there was Aslana, sitting on her chair, legs up on the dashboard, looking at Triton through one of the many windows in the space station. Antares was home to about five hundred people and its builders were already trying to get the permission to build another wing to it and get five hundred more to come and live almost at the edge of the solar system.

 Aslana enjoyed it sometimes, and other times she hated it. She loved space and she hated people there. They got to be so annoying, judgemental and hypocritical. Well, there were some people that were very kind and lovable too but they weren't a vast majority.

 Suddenly, an alarm made Aslana fall from her chair. The sound had come from the dashboard, which she hadn't been looking. To be honest, she had fallen asleep for a couple of minutes, tired and bored at the same time.

 She sat down again, combed her hair with her fingers and started tapping and clicking and writing. The signal seemed to come from a quadrant of empty space. Of course, it was not actually empty but nothing really big seemed to be there. Yet, the alarm had been set off.

 She ran all the tests, to know if the signal was actually foreign in origin or a Earth signal bouncing between the stars. After a half hour, she could certify that the pulse, the call if you will, was from deep space. No human had traveled there. There was a science base in Haumea and that was it. That was the farthest place humans had gone from home. But this signal was from deep space and, somehow, it had reached Antares.

 Aslana aligned every dish available towards the quadrant from which the message was coming. The pulse got weak at some point and then strong again. It was like the people, if that word could be used, were having problems keeping up the strength of the pulse.

 When the woman activated the audio machine, she let a loud squeak come out from her mouth. The sound was awful, it was like if a thousand bees and wasps had suddenly entered the station. She screamed because of the volume, which was unusually high. She thought that, for sure, someone in the station might have been woken up by the sound.

 And that reminded her. She should report what was going on immediately. The machines were all recording the event but she needed to send a message to Earth, for them to check the message out. Very large telescopes had been built on the Moon, capable to trace the message more accurately that what little potential the Antares station had.

 - Moon base Tycho, this is Aslana Tromaterova. I'm in charge of the observatory for the night. I have    detected a pulse coming from this space. I'm sending the coordinates encrypted in this message.          Please check. I'm monitoring the event. All tests have been done. Waiting for instructions.

 She sent the message, which would take several hours to reach the Moon. Meanwhile, she started playing with her audio machine to clean up the noise she was hearing. Aslana moved every knob, button and switch and listened carefully. After a while, she thought she had heard something, like a mumbling. She did her best to clean the sound with the computer, but, of course, the distance had disrupted the signal and it wasn't coming clean.

 Then Aslana remembered a class she had received at Star City, when an old german professor had taught the everyone how to clean sound and video feeds coming or going from space stations. He said it would help tremendously on occasions of distress or emergency. One thing he had said was that sometimes video could help clean sound waves. The sound could be translated by a screen and then cleaned properly.

 So Aslana did just that. One of the many screens helped her accomplish something she thought would have been impossible due to the circumstances. After two hours on it, she had finally cleaned the pulse. And the woman was very nervous, unsettled.

 She had not thought of the signal to be dual, to be sound and video at the same time. But it was. Aslana realized she was the first person in History to see the face of an extraterrestrial, a being from another planet. They were different, true, but she could see humanity in them, in their eyes and behavior.

 There was some data being sent on the video feed too. It was on some other language but she could conclude, from the video and some of the statistics, very similar to human ones, that they were on a ship. And that this ship, was in deep trouble. Some of the creatures seemed to be controlling a fire and others ran in several directions.

 Then something happened that almost made her fall from the chair again: the creatures spoke towards the camera, probably asking for help. And Aslana cried, realizing they would die there in the middle of nowhere, only been heard by one human woman so far away.

 The woman cleaned her face and decided to do something useless: send a message. Judging from the distance between her and the quadrant they were calling from, Aslana knew all of them were already dead, probably for many years, maybe even hundreds of years. They had died alone, horribly. So she wanted to honor them by sending a message. She thought her words carefully and then sent the message, which she later sent towards Earth with all the data relating to the event.

 It was important to her to do this. She had been alone half her life and, with this gesture, useless maybe but sincere, she wanted to tell anyone hearing that they would never be alone, not while there were others around caring for their well being.

 When her shift ended, she spoke briefly with her boss and told him she was very tired but that all the data had been sent to Earth and was saved in the station's main hard drive. The boss granted her her wish and, as she laid down in bed, she realized she still had a life in front of her and that she could do whatever she wanted with it.

 - My name is Aslana. You will never know me and I will never know you. But I wanted you to know    you have a friend now and I hope I have one or many too. I'm a human and is probable you won't        understand what I'm saying. But I trust someday you will. And when you do, I want you to know        that we,  I, will always be here for you. We are now bound to each other and I will try my best to        keep this  promise. Sorry for your loss.

lunes, 22 de diciembre de 2014

El mundo murió, y nadie se había dado cuenta

Por el bien de todos. Eso fue lo que dijeron. Había que llevarlos allí, por el bien de todos.

Juana ya no era la misma desde ese episodio de su vida. Ya no veía las cosas de la misma manera. Había dejado de ser una joven ingenua para convertirse en una mujer amargada y taciturna, aburrida de la vida.

Se había casado muy pronto, eso era cierto. Apenas salió de la universidad, se casó con su novio. Apenas tenía 22 años y él 24. Pero estaban enamorados y habían sido novios durante toda la carrera. Conocían las diferentes facetas del otro y se habían aceptado. Así que con el consentimiento de sus padres, celebraron un matrimonio civil, con una fiesta que siguió con pocos amigos, solo la gente más cercana.

Dos años después, se llevaban a Francisco, su marido. Argumentaban que había violado varias de las normas de navegación en internet y era desde ya considerado un peligro para la sociedad. Ella no entendía nada y eso fue lo que más la afectó.

Todos creemos conocer a quienes más amamos pero la verdad es que muchas veces no tenemos la más remota idea de quienes son. Y aunque esto es cierto y Juana lo sabía, ella también sabía que conocía a la perfección a su esposo y sabía que no había nada que él ocultara que pudiera ser tan grave.

El estado y la sociedad habían cambiado lenta pero obstinadamente en los últimos años. El cambio había sido tan lento que casi no lo habían notado. Pero cuando Juana quiso visitar a su esposo en la cárcel, entendió que el mundo en el que vivía era otro, muy diferente al que ella tenía en su mente.

Cuando llegó a la prisión, la recibieron con gestos desafiantes. Nadie cooperaba ni le decían donde estaba su marido. Ese día, esa primera vez, le dijeron que ella no tenía derecho alguno de ver a su marido ya que él había violado códigos muy estrictos. Juana perdió el control, gritando que debían enjuiciarlo, debían darle una oportunidad para probar su inocencia.

Para su sorpresa, eso ya había ocurrido. En estos días, los juicios eran expresos o, en otras palabras, se celebraban apenas el delincuente hubiese sido llevado a la prisión. No esperaban a que tuviera un abogado ya que le asignaban uno que, por obvias razones, no podía hacer mucho por la persona. Lo máximo, era tratar de aminorar su tiempo de condena. De resto, no había caso.

Juana habló con familiares y amigos abogados pero todos le explicaron que la ley no estaba con ellos. Aunque nadie sabía muy bien cual era la razón de la condena, entendían que había sido algo relacionado al comportamiento de Francisco en internet y solo ver una página que "marcaban" como prohibida, podía dar hasta cinco años de cárcel.

Lo primero que hizo la mujer entonces fue revisar todas las posesiones de su marido. La situación era tan grave, que violar la privacidad de su esposo era lo de menos. Revisó por horas la computadora portátil que él siempre usaba. Había bastantes documentos del trabajo, que ella no entendía, y búsquedas casuales en Internet.

Después de un rato, encontró varias páginas pornográficas. Chicas de todo tipo teniendo sexo en varias situaciones. Incluso había escenas en las que Juana jamás hubiera ubicado a su marido, pero al parecer eso era lo que le gustaba. Buscó más y más y encontró búsquedas y salas de chat en las que su marido había entrado y entendió que era lo grave que él había hecho.

La mujer buscó entonces al mejor abogado en existencia. Sacó sus ahorros y los de él y los puso a su disposición pero el hombre le explicó que en casos así la condena no se podía impugnar. El Estado no permitía que "depravados sexuales", como creían que era Francisco, estuviesen sueltos en las calles. Jamás lo dejarían ir.

Juana entonces le pidió que la ayudara a encontrar los detalles del caso, del juicio, de todo lo relacionado con el arresto. Y, lo que más quería, era ver a su esposo.

Lo primero no fue difícil: el Estado subía con frecuencia los datos personales y demás detalles de los juicios relacionados con crímenes por internet, para así alertar al resto de la población. El abogado y Juana revisaron el documento colgado en el portal principal del Ministerio del Derecho, como era conocido ahora. Tenía unas cincuenta páginas, en las que se registraba la dirección del hogar de la pareja, los datos físicos de Francisco y los detalles de al menos dos años de navegación por internet. Lo habían estado vigilando, como probablemente lo hacían con todo el mundo.

El abogado le explicó que muchas veces el Estado no podía con todo, y le relegaba el trabajo a los hackers que trabajaban feliz mente a cambio de cuantiosas sumas. Su marido había cometido un error, era cierto. Pero estaba pagando demasiado por ello.

Cuando revisaron el acta del juicio y del arresto, Juan comprobó lo que había encontrado por su cuenta: Francisco había sido arrestado por buscar mujeres jóvenes en internet. Nunca, según lo que pudo ver por las miles de hojas y seguimientos, buscó niñas, ni siquiera chicas de 18 años. Nunca dijo nada que ella hubiera considerado grave, depravado. Le gustaban las chicas jóvenes, eso era todo. Pero el Estado no lo había visto así. Y por eso fue sentenciado tras quince minutos de juicio. Juana lloró al ver la condena que había recibido.

Tras varios meses, en los que Juana lentamente había caído en la tristeza y el desespero, el abogado le pudo conceder su deseo de ver a su marido. Las condiciones eran ridículas pero no tenía sentido protestar de ninguna manera. Lo haría como ellos querían porque necesitaba hablar con él. Tendría que venir a la prisión y ser revisada dos veces para luego pasar a un cuarto estéril en el que se reuniría con su esposo, bajo la vigilancia de dos guardas de seguridad.

De nuevo, se sintió humillada y vulnerada al máximo, cuando un hombre y una mujer la revisaron de pies a cabeza, cacheando cada parte de su cuerpo, tal vez buscando armas o regalos prohibidos. Después de eso, sintió lágrimas en su cara pero se las secó rápidamente ya que era la hora que tanto había esperado. La metieron en un cuarto pequeño, con una mesa y dos sillas. Mientras se sentaba, entraron los dos guardas. Y esperó. Y mientras lo hacía notó cámaras en todas las esquinas del lugar y supo que seguro había micrófonos por todos lados.

La espera se alargó por lo que pareció una eternidad. Hasta que la puerta se abrió: un hombre grande cruzó el umbral. Halaba a Francisco y lo sentó en la silla frente a Juana. Ella instintivamente quiso tocarlo pero un guarda se le lanzó encima y la retuvo. No estaba permitido el contacto físico. Ella inhaló y lo miró bien: del Francisco que conocía ya no había mucho. Estaba pálido, casi verde, con los ojos inyectados de sangre. Tenía moretones en la cara y el labio roto.

Como pudo, Juana se contuvo y no lloró ni gritó ni hizo nada más que decirle a su marido que sabía las razones por las cuales estaba allí. Le dijo que sabía que él no había cometido ningún crimen, sabía que él no era quien decían otros que él era. Los guardas oían con atención, seguramente esperando órdenes.

Le dijo que lo amaba y que jamás se olvidaría de él. Le prometió que esperaría los cuarenta años ya que sabía que él era su alma gemela y no necesitaba nada más en su vida. Entones una lágrima rodó por la cara del hombre, que parecía demasiado lastimado mentalmente para decir nada más.

Pero Juana no pudo cumplir su promesa. Poco tiempo después de su corta visita al hospital, tuvo una crisis nerviosa grave y se suicidó tomando un frasco de pastillas. La suerte de Francisco no fue muy distinta: el mismo día de la visita, él sonrió caminando por un pasillo. Y entonces otros internos, e incluso algunos guardias, lo mataron a golpes.

El mundo murió, y nadie se había dado cuenta.

domingo, 21 de diciembre de 2014

The city's rage

 - Stop harassing me. I know nothing.

That was what Emmy, a boy who sold his body for a living, told officer Amalia Jones. And she couldn't stop thinking about it.

Ever since they had finally found him, everything had turned even darker and more complicated. Having been on the case for almost two years, Amalia knew there was more than the obvious but always thought things would become clearer if they found the boy everyone spoke about. But it wasn't like that.

She had to take a weekend off, with her husband and daughter to clear up her mind and get away from all the darkness of the case but, even there, on the beach, the details hunted her.

Jonas Van Doren had been found dead two years ago, floating on a tub filled with with water tainted with his own blood. The apartment was huge, all done in black and white, with the best furniture and the ultimate sound and video equipments. Neighbors told the police many parties had been held there, as Jonas was the son of a renowned Texas banker. The kids went to school in New York but had only found parties and ultimately death there.

To Amalia, New York was also a death trap. Her grandmother and her second husband had arrived to the city after been freed from a plantation in Georgia and had it hard to cope with. New York was not a plantation, but it was filled with slaves. Her second husband died when shot by a burglar so she raised her children by herself. One of them had been shot down by the police when they mistook him for a robber.

Rich or poor, the city appeared to eat people up everyday and Amalia's family and Jonas had already been consumed. And she suspected Emmy had been too. The only difference was that he had evaded death, who knows how.

During the interview she made to the boy, he proved to be fearless and poignant. He would always answer with an act of defiance, as if he had to defend himself over and over again from every single person around him.

The young Van Doren had copious amounts of drugs in his apartment. If it had been the 1980's, he would have been a Wall Street guy: cocaine, pounds and pounds. Also acids and ecstasy. Amalia was assigned to the case when the police began tracing the drugs, the sellers, the real buyer. And there was the first time they heard of Emmy.

Of course, that wasn't his real name. Emmy stranded for "emerald", a reference that only made sense to the boy, whose real name no one knew, not in the underworld, nor in the "real" one. Everyone knew about it him, though. He was very popular at parties, specially those involving high rollers of the highest pedigree. Politicians, military, even policemen. They would pay for him and his services.

Amalia looked for his real data everywhere but it proved impossible. Every time they would set up a raid to catch him, he would already be somewhere else, probably laughing at the police. It was obvious someone powerful was helping him escape and there was maybe no way to find him if he kept leaping from hiding spot to hiding spot.

Then, after the first year of the murder passed, knew autopsy reports on Jonas revealed something the first person to check his body had missed: he had traces of cocaine all over his body, as if someone had sniffed the powder off of him. It was specially interesting when residue was found on between his butt cheeks and on his penis.

Amalia and the other officers then assumed, quite correctly as other tests proved them right, that Jonas had had sex with someone else just before dying. So they started to check every single man and woman that had ever come to a party hosted by Mr. Van Duren.

It was useless because everyone had had sex with him, or so it seemed. To the family, officer Jones recalled, was devastated to learn that their dear son was a promiscuous drug addict, also prone to gambling. It looked awful for them, his father specially, and they decided never to come back to New York.

And then the investigation stalled. As it was now, Amalia thought, as she saw her husband tucking in their child, She smiled at him, thanking life for giving her the joy of having a family she could be proud of. She kissed her husband hard and passionately, as she felt she needed the infuse herself with all the love she could muster.

They had sex that night, as they hadn't had it for several weeks. And at the end they kissed and hugged to get some sleep but, she didn't. She kept thinking about Emmy. Because it was him who had helped her. Well, not before she had the chance to help him.

When the case stalled, Amalia was asked to survey several parts of the city, tracing the drug dealers that had sold to Van Doren. But one of those night she found Emmy. And he was not a in ugly neighborhood but in front of the Waldorf Astoria. He was coming out of it as Amalia passed by on her patrol car, en route to work.

She recognized him immediately and could see he wasn't feeling well: he seemed to mumble, and couldn't walk straight. As she stopped the car in front of the hotel, Emmy fainted.

Hours later they were in the hospital. Amalia had spoken to the doctor: Emmy had been drugged with a powerful sedative. He had been raped after that. When officer Jones visited the boy in his room, he was awake and looked at her directly to the eyes, as if checking if it was safe to be near her.

 - Who are you?
 - A friend.
 - I don't have any friends.
 - You do now.

They did become friends or, kind of. He stayed at her house and he decided to trust her enough to tell her who had raped him and, more importantly to her, who had sold Jonas the drugs. Yes, he knew him. No surprise, they had had sex. But according to Emmy, they were in love too. It had been him, before they had fallen for each other, that had made the bridge between Jonas and the dealers, dangerous, vicious men.

Amalia captured some of them with help from the FBI but just then, Emmy vanished. That was until now, when he had been recaptured trying to board a flight to Europe. He wanted out but Amalia couldn't afford such a valuable source of information to vanish that simply.

So she had asked questions, harder ones, once and again. But he had only said:

 - I know nothing.

The drug dealers plead guilty or charges of drug dealing and admitted having sold merchandise to Jonas Van Doren. But they said, adamantly, they hadn't killed him. They were actually shocked to hear from his death, as he was one of their best buyers.

After her weekend rest, Amalia came back to the city and demanded to talk to Emmy but he had been freed and he was nowhere to be found. Again, he had vanished and this time, it appeared to be forever.

Amalia arrived to her home that night, sad no to have had a last chance to speak with such a tormented soul. But it was no need. Her husband handed her a letter she had received earlier, with the name Jonas Van Doren in the front.

Inside, there was the most heartbreaking love story she had ever read or heard about. And it's conclusion, was just incredible. As it happens, Jonas and Emmy did love each other but Emmy was too tied to the dealers and they had demanded him to keep pressuring Jonas for more deals and to get them more buyers. Emmy didn't wanted to as he saw the man Jonas was turning into. They had fight over the drug issue, over the fact that Jonas was loosing himself.

The dealers finally made Emmy decide: make them richer or they would kill Jonas. In the letter, he confessed Amalia it had been him who killed Jonas. As a final act of love, he had poisoned him with a painless substance and had laid him in the tub, were they had shared their first kiss after having too much to drink.

Emmy had known the dealers would never settle, so he decided to do the job himself, before them or the drugs. And before killing Jonas, he had promised him never to let him alone, ever.

Weeks later, Amalia heard of the body of a young man found on the Hudson, with his pockets full of stones.

sábado, 20 de diciembre de 2014

La sombra del desierto

Entonces abrí los ojos y allí, frente a mi, se veía el mundo. Me senté sobre la cama de piedra, que se sentía más suave de lo que parecía, y abrí los ojos lo más que pude. Era desierto, por kilómetros y kilómetros. Solo arena y el viento moviéndola a un lado y a otro.

Me puse de pie y caminé hacia el borde de la apertura en la piedra y me detuve antes de llegar al final del suelo: siempre había tenido miedo de las alturas. Respiré hondo y me acerqué más y noté que el miedo me dejaba, como si fuera algo fácil de quitar de encima, como la ropa.

Dirigí mi mirada entonces al interminable desierto donde el sol era abrasivo y cada grano de arena parecía saltar del calor. Una tormenta se estaba formando en la lejanía y se podía ver con facilidad desde mi celda. No, no recordaba que había hecho para llegar allí pero sabía que era una celda.

Lo comprobé minutos después cuando un guarda, vestido con un penacho de plumas y bastante maquillaje me trajo de comer y dijo que mi juicio comenzaría en pocas horas. Como era tradición, no podía asistir al juicio. Tampoco quién me acusaba, no sabía de que crimen.

Cuando el hombre salió, me di cuenta de algo que sabía que era extraño pero no reaccioné como si lo fuera: el guarda no caminó sino que voló fuera de mi celda, cuya entrada estaba empotrada en un muro increíblemente alto. Supongo que era para hacer difícil una huida. Nadie podría escapar, a menos que fuera un escalador particularmente hábil.

Me senté en la cama de piedra y comí lo que había traído el guarda, que me había saludado con habilidad, como si fuera huésped en algún hotel de lujo. No era una cárcel normal o, tal vez, no era este un sitio común y corriente del mundo. Estaba yo en el mundo, mi mundo? No lo sé, y no tenía la menor importancia.

Con tranquilidad y siempre contemplando la hermosa vista desde mi celda, me alimenté de un pequeño pedazo de carne extremadamente blanda, acompañada de un puré verde agridulce.  De tomar, algo que parecía leche pero sabía mucho mejor y reconfortaba el cuerpo por completo, como si se adquiriera algo al tomar el liquido.

Cuando terminé de comer, me di cuenta de que no había dejado de mirar al desierto y la tormenta de arena que rediseñaba el terreno a gran distancia de la cárcel. De repente un pensamiento, un loco y extraño pensamiento, me vino a la mente: podría esa imagen, esa hermosa y terrible vista, ser una ilusión? Un truco para mantener a los prisioneros contentos y distraídos? Algo así como un truco de hipnosis pero menos soso y más inventivo?

Pronto, olvidé haber pensado semejante cosa. Me recosté en la cama y vi como un sol de color rojo se iba ocultando tras los montes de arena que tanto me habían fascinado las últimas horas. Quise dormir, tratar de que el tiempo pasara más rápido, pero eso fue imposible. Era como si mi cuerpo tuviera suficiente energía para destruir todo lo que había alrededor. Pero al mismo tiempo no me sentía apto para nada, más que para esperar.

La puerta de mi celda se abrió de nuevo cuando el sol casi había desaparecido por completo. El mismo guarda de antes me sonrió y estiró la mano. Yo la estreché, sin saber porque lo hacía. Me dijo entonces que el juicio había terminado y que yo había sido declarada inocente. Además, algo inesperado para todos, el mismísimo jeque gobernador había pedido mi presencia en su palacio.

Quise preguntarle al guardia la razón para semejante gesto pero supuse que tenía que ver con el crimen que al parecer ya no había cometido. y hubiera sonado bastante extraño no saber la razón por la que estaba en la cárcel, así que no dije nada.

El guarda me dijo que me sentara y, mientras veía los últimos rayos del rey del cielo, el hombre me ponía alguna clase de adhesivos en los pies. Me sentí extraño, como si el hombre frente a mi me adorara por alguna extraña razón. No podía ser la norma que los guardas fueran así de atentos y serviles. Algo no parecía encajar correctamente.

Acto seguido, salimos de la celda. El guarda salió primero y me dio la mano para dirigirme. Volar se sentía muy raro aunque extrañamente natural. No tuve tiempo de disfrutarlo mucho ya que en pocos segundos estuvimos en la planta baja del edificio de roca que era la cárcel. Desde donde estaba ahora, podía ver que tenía al menos cien niveles de celdas y que la torre tenía solo tres caras. En lugar de una cuarta para formar un espacio cerrado, se veía el desierto.

El guarda, con su particular amabilidad, me dirigió a un transporte especial donde habían dos mujeres esperando. Eran las primeras de su genero que veía pero no pude apreciar su rostro ya que iban cubiertas de pies a cabeza con túnicas color naranja. Solo sus ojos, bastante maquillados, era visibles.

Me despedí de mi guarda y, por alguna extraña razón, decidí abrazarlo. El hombre empezó a lloriquear de la nada, como un niño pequeño. No me decía porque pero apretó con fuerza un poco más y luego me dejó ir.

Subí los pequeños escalones del transporte flotante, me senté frente a mis escoltas y entonces vi como la cárcel se alejaba a toda velocidad. Para ser un transporte tan rápido, no levantábamos nada de arena. En todo caso flotábamos sobre ella pero resultaba muy extraño este modo de transporte y mis escoltas no hacían del viaje algo menos particular.

Traté de cruzar miradas con ellas pero, de alguna manera, sabían evitar mis ojos. Entonces miré a la lejana torre que era la cárcel y por primera vez me sentí realmente preocupado. No sabía que pasaba ni adonde me llevaban con exactitud. Quien era ese jeque gobernador que me quería ver? Que había hecho yo para merecer semejante atención? Era todo muy extraño pero, como en la celda, ese sentimiento se desvaneció tan rápido como había aparecido.

Pasados unos minutos, en los que trataba de escudriñar la oscura noche del desierto, noté que las dos mujeres señalaban algo y, por primera vez, me miraban a los ojos.

Señalaban algo increíble, que nunca pensé haber visto: era una pirámide. Pero no una simple pirámide como las de los libros que sabía que alguna vez había visto. No, esta pirámide era de oro puro y miles de luces la adornaban. Era una ciudad, se notaba. Construida en diferentes niveles y con varios puntos de acceso por todas partes.

El deslizador entonces emprendió el vuelo y en poco tiempo se detuvo en el hangar de la zona superior. Previsiblemente, esa debía ser la morada del jeque gobernador.

Las mujeres bajaron primero y luego lo hice yo. Las seguí hacia una gran puerta tras la cual había decenas de mujeres vestidas como ellas. Todas escoltaban gente hacia algún lado, todos vestidos de gala. Cuando nos unimos a la fila de escoltados, muchos de los que seguían a las mujeres me miraban pero muchos más se me acercaron. Querían estrechar mi mano, tomarme fotos o solo decirme algunas palabras de admiración. Pero ninguno era claro, nadie decía su razón para tomar mi mano. Porque era un honor?

Esa fue otra reflexión que olvidé, al ver el enorme salón al que estábamos siendo dirigidos. Había varias mesas por todos lados. Las mujeres dirigían a los invitados a su lugar y, yo esperaba poder sentarme pronto. No sé si fue la luz o el brillo de los objetos en el salón pero tenía ahora un dolor de cabeza insoportable.

Para mi sorpresa, mi silla era una que estaba sola, directamente en frente a la del jeque, que todavía no había llegado. Apenas me senté, mis escoltas se fueron, perdiéndose entre un mar de mujeres vestidas de naranja.

Entonces el dolor de cabeza empeoró. El sonido se tornó una pesadilla, perforando mis tímpanos como cuchillos. Tuve que cerrar los ojos porque las visiones que tenían eran demasiado horrible. Cerrarlos no era mejor pero lo podía aguantar más fácilmente.

Entonces sonó una música extraña y sentí una presencia cerca. Como pude, abrí los ojos. Fue entonces que vi entrar al jeque gobernador, desde el otro lado de la habitación. Mi dolor aumentaba y de pronto fui bombardeado por miles de imágenes y sonidos. Traté de que no se notara pero cuando el jeque estuvo cerca, era evidente que yo no estaba bien.

Me rodaban lágrimas por la cara y, cuando el hombre por fin se sentó detrás mío, lo recordé todo. Como pude abrí los ojos y los vi a todos aplaudiendo y vitoreando, plenamente felices. Lo entendí, pero ya era muy tarde.

 - Bienvenidos señoras y señoras, al sacrificio máximo de este año. - dijo el jeque.

Entonces un ruido cortó el aire y todo para mi fue oscuridad.

viernes, 19 de diciembre de 2014

First time

It was bound to be difficult, David wasn't expecting anything different. Gero had told him everything would go perfectly but he personally didn't felt so.

The week prior to the Christmas dinner, David had gone almost crazy trying to buy presents for every single person that was going to be at the dinner: at least two aunts, an uncle, one grandmother, one grandfather, six cousins or so, Gero's parents and his brother and sister. And the dog and the cat...

It was pure luck or maybe a stupid move that he called Gero to ask what her mother would like better, if an apron or a baking set. His husband stopped him short and told him to wait for him at a restaurant in the mall. He met him there and tried to calm him down but exactly the opposite happened.

David crumbled, crying in silence, saying he felt Gero's family would hate him. Gero told him that was not going to be the case because he happened to be an endearing guy and any person would love to meet him and chat with him,

The man answered he felt guilty for making Gero live so far from his home and for never before having meeting them. And the worst, he thought, was the fact they still had no idea they were married.

Gero answered, calmly, that they did not lived far because of any of them but because of their jobs. Besides, he said, he would go insane if he lives too close from all his relatives. He reminded David they had never met his parents because they had always had a tough time thinking of him as their gay son and that was the same reason he had chosen not to tell anyone but their best friends.

David calmed down slowly and then, he decided he was too hungry to be sad which made Gero very happy. If there was something he loved was sharing a meal with the person he loved and that was exactly what they did.

The days passed faster than expected. David had managed to stay busy, visiting friends of Gero and visiting all the places his husband had loved when he was younger: the park where he had his first kiss, the school he hated so much, the ice cream parlor he and his friends were go to dish about guys. It was like entering Gero's thoughts and that was nice, as he had decided to share his life with him. It meant the relationship was stronger than ever.

They day came and they drove early to be the first ones there. Gero had decided he only wanted his "nuclear" family to meet David first, so the shock or weirdness would be less accentuated for all involved.

Indeed, only Gero's sister had arrived to their parents house before them. For David, it was a relief to see her there. She knew everything and she was very supportive and enthusiastic. Her and her husband had given them some money as a wedding present.

Then, it came time to meet the mother and father. No other situation is more surreal or strange, and all the Christmas ornaments around the house made it even more strange.  The greeting was quite simple: David smiled and the parents did small bows and fake smiles. It was obvious they weren't thrilled about this meeting. David looked at Gero and he was smiling too, but he appeared to be honest about it.

After that dreadful scene, everything was a little bit easier as many things had to be done in order to get the dinner ready. Gero's mother had decided to make fish for dinner so Gero decided to help her with that and David was assigned to do the salad, which was dreadful for him. What if he put in something they didn't like?

But that was not possible as his mother-in-law put every vegetable that needed to be in the salad in front of him. As she did that, she only spoke to herself, reminding to get fish in the oven for the right time and things as such.

When he finished the salad, the woman thanked David with another fake smile and asked him to fill the coolers with the beers they had on the garage. Apparently, there was a small picnic cooler everywhere in the house. Gero wanted to help but David stopped him short and told him, without saying a word, to leave him do this on his own.

He went out to the garage and saw they had a lot of beer cases. "They must love their beer", he thought. Each case was really heavy but he decided to lift it to carry it inside. But he dropped it when a loud honk scared him. As he saw all the spilled beer on the floor, the garage door opened: it was a van filled with people.

As people passed by him, he cleaned the beer of the floor with a mop he found behind the beer boxes. Not one of them said "Hi" but he knew every single one had looked at him, in different ways: with pity, with disgust, with resentment and even with a smile on their faces.

All aunts and uncles and cousins were in there and they settled in the living room with Gero's father, watching TV. They were watching some repetition of an old football game from Europe or so he thought it was. David had no idea about sports.

And as the hours passed, he entered with several boxes of beers and filled the damned coolers. And people that hadn't even acknowledged his presence would ask him for a bottle, even after seeing him putting them in a cooler. He felt like a glorified waiter.

When he finally finished, dinner was ready. They all sat down at the table, which had small names written on papers, placed on each plate. As people sat down, he realized his seat was not adjacent to Gero's seat which was just next to his mother. David decided not to say a word and breath deeply. The night was not going to go on forever.

So he sat between two of Gero's youngest cousins and served himself some of the salad he had made. But when he started chewing the first bite, he noticed something he hadn't put in there. So he grabbed a napkin and put on all the food there, all chewed up. And everyone, now, was looking at him. For a moment, he couldn't speak. He looked at David who had also noticed the attention his husband had attracted.

 - I'm... I'm allergic.

And then David saw his people and realized what happened.

 - Mom, David can't eat peanuts. I thought you hated them, too.

And the mom said she had read they were good for blood pressure and that she had no idea of knowing David was allergic to them. She apologized, but it looked as she was saying it to her glass of wine and not to David.

The dinner went on. They served the fish, which David hated but ate as much as he could, and the a surprise dessert made by one of the girls there, that wanted to be a chef. Her concoction was awful but no one said a word. They all ate at least a bite of it, saying they were too full to keep going.

Midnight was less than hour away when they stood up from the people and gathered on the living room, some chatting, others watching yet another game.

David tried to talk to Gero but that was impossible. His mother was always there, talking and talking and he didn't wanted her to have a reason to kick him out or something. Anyway, there was no need.

Gero's uncle asked for a beer and one of the kids told him there weren't any left in the cooler. The looked in another one and the same thing happened. Then the guy, visibly drunk already, said something everyone heard loud and clear.

 - That faggot doesn't even know how to fill a cooler. And he's allergic to peanuts. What a pussy.

David felt the world crumble around him. Now he was sick, really sick. The stupid lights all over and Santa Claus images and reindeers. All of it made him feel sick to his stomach. He couldn't move though, he was stuck there, in his chair at the dining table, still trying to eat the awful dessert the stupid kid had thought was a dessert.

Then something else, equally awful happened. Gero's dad answered:

 - Leave it alone. Here.

And he gave his brother a beer. "IT. Leave IT alone". It all happened in seconds but it had been enough. David had never been the kind of person to shut his mouth and stay down as he was being insulted. Love wasn't enough to ignore that.

So he stood up and practically ran towards the coat closet. He grabbed his and looked at his husband's stupid family and said:

 - I might be a fucking faggot but I'm not as full of shit as you people are. Merry Christmas.

And he went out the door, the cold night. In the distance he could hear other gatherings and parties but they made him even angrier. He arrived at the car but realized it was Gero that had the keys. He got his wallet out and saw he had some money.

 - Taxi it is. - he said to himself.

He started walking again but then someone's arm stopped him. It was Gero.

 - I don't want to do this now. I want to go to the hotel, have a decent meal and sleep.
 - I'm...
 - I don't care. Just let me go. Stay here and we'll talk tomorrow.

David released himself from Gero's arm and resumed his walking. Ten minutes later, he was sitting on a bus stop waiting for a taxi to pass by but no one drove by. Everyone was with family, obviously.

He knew he had been right all along but even so, he felt bad for leaving and hating Gero's family. He did hate them but he loved him so much. And now, all that had happened.

Then another honk scared him. But this time it wasn't a van full of annoying kids. It was his husband. He lowered the window and said:

 - I'm looking to get lucky tonight. You look hot. Wanna ride?

David burst in laughter and so did Gero. They looked at each other and smiled, with pure love. So the guy on the bus stop stood up and entered the car. After all, it was their first Christmas together as a married couple.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Pena de muerte

Fueron llegando de a poco. Algunos saludaban al guarda que estaba junto a la puerta o los funcionarios de la cárcel que estaban en la fila trasera, compuesta de cinco asientos, todos ya ocupados. Frente a ellos había dos grupos de sillas. El más cercano a la puerta consistía de quince sillas exclusivas para los familiares de las víctimas. El otro grupo, de apenas cinco asientos, era para los familiares del condenado. En frente, había una ventana, tapada del otro lado por una cortina blanca

El aspecto general del lugar era bastante apagado, casi hospitalario. La gente que venía en representación de las víctimas ya llenaban los asientos, incluso había gente de pie y un hombre discutía con un guarda que había llegado. Pedía que dejaran entrar a su hijo pero por lo que se podía entender, era un niño, un menor de edad. Su ingreso estaba prohibido. Pero el hombre seguía peleando, como si fuera un concepto muy difícil de entender el de no admitir un niño a la muerte de alguien.

De pronto se abrió otra puerta, del lado opuesto a la puerta por la que todos los demás habían ingresado. Una guarda entró primero, luego una mujer relativamente de lentes de marco grueso y, al final y con la cabeza agachada, una mujer de unos cincuenta años. Se veía bastante mal, algo verde, como si fuera a vomitar en cualquier momento. Las dos mujeres que habían entrado con ella la acompañaron a su asiento y le hablaban en voz baja. Se sentó en el asiento más alejado del grupo de sillas de los familiares de las víctimas. La sicóloga se le sentó al lado, todavía hablando de algo y cerraba la fila la guarda que saludaba con un gesto a sus jefes.

Uno de ellos se puso de pie y se le acercó. Saludó a las tres mujeres de la mano y le dijo algo más a la mujer. Esta vez, por alguna razón relacionada al sonido, todo el mundo escuchó lo que dijo:

 - Se siente bien?

Entonces el hombre que peleaba para que dejaran entrar a su hijo, se lanzó hacia el otro lado de la habitación. La guarda y el funcionario lo atajaron a tiempo. La mujer enfermiza ni lo miró, solo se dejó cubrir por la sicóloga que seguía hablándole al oído. La verdad era que ella no le estaba poniendo mucha atención. No había nada que pudiera decirle.

Pero el hombre sí parecía querer dejar por sentada su opinión. Le gritaba obscenidades a la mujer, y trataba de librarse de los que le impedían el paso. Al poco tiempo llegaron dos guardas más y se lo llevaron. Nunca volvió a la habitación.

El funcionario volvió a su asiento ya que las luces prendían y apagaban. Era hora. La cortina subió lentamente y todo el que estuviera hablando dejó de hacerlo.

Al otro lado no había nadie, solo las máquinas que servirían a cumplir con una sentencia impuesta hacía ya varios meses. Dos guardas quedaron en la sala de espectadores, cerrando la puerta de acceso.

La mujer, la madre del asesino, del hombre que había violado y asesinado a varias mujeres en la región, se incorporó y trató de inyectarse fuerza o coraje, pero su cuerpo no parecía interesado en cooperar. Se sentía a punto del desmayo, a punto de perder todo lo que era, más allá de perder a su propio hijo.

El amor que sentía por él solo puede ser entendido por otra madre y, aunque suene mal, no había dejado de quererlo. Por supuesto, lo odiaba también por hacer lo que había hecho y como lo había hecho. No sabía que había hecho ella para que él fuera así.

Al principio no quiso creer nada de lo que decían de él. Incluso lo defendió frente a cientos de periodistas. Pero eso pronto cayó en el olvido, al menos para ella. La evidencia, todas esas fotos y detalles, todo hablaba de él. En ese momento su corazón se rompió en mil pedazos. Casi no podía vivir sabiendo que odiaba profundamente a alguien que adoraba más que a nadie. Y no había alma que lo entendiera.

La mujer miró hacia el lado de las víctimas: madres, esposos, incluso hijos. Algunos lloraban, otros visiblemente furiosos, llenos de rabia. Ella sabía que ellos se sentían igual que ella, aunque por razones muy diferentes. No los culpaba por su actitud hacia ella, los entendía. Sabía que ella hubiera respondido igual si hubiera sido una hija de ella la que hubiera sido asesinada. Pero no, su hijo era el asesino.

Al cuarto del otro lado de la ventana, entraron primero dos enfermeros, que empezaron a prender máquinas y alistar la camilla y algunos instrumentos. Instintivamente, la mujer tomó la mano de la sicóloga con fuerza. Se sentía morir, más rápido de lo que moriría su hijo.

Entonces su corazón se partió en otros mil pedazos. Dos guardas entraron a la blanca habitación, seguidos de su hijo, escoltado por otro guarda más. Porque tanta seguridad? Porque no solo hacerlo y ya, pensaba ella? 

Del otro lado, algunos miembros de las familias, empezaron a gritar insultos, cosas horribles y detalles asquerosos de los crímenes. Era como ver la peor película de horror de la historia, en vivo y con los personajes más patéticos en existencia. Los guardan se les acercaron y les exigieron sentarse y callarse o los expulsarían. Los exaltados familiares hicieron caso, a regañadientes.

Miró la cara de su hijo y no pudo evitar llorar, gimiendo de la pena y el pesar que sentía al ver a su hijo mayor. El hombre estaba demacrado, con los ojos desorbitados y las venas muy fáciles de ver. Se sentó en la camilla con docilidad. Le tomaron la presión y le hicieron una revisión rutinaria, como si estuviera en la oficina de un médico cualquiera.

Era horrible, para todos, ver semejante escena. Era como una representación teatral macabra, solo entretenida para quienes gozaran viendo el sufrimiento de otros. Nadie se sentía feliz en esa habitación. El odio era palpable y la tristeza y pesar igual pero no había felicidad. Esa palabra no tenía cabida en esa pequeña habitación de la cárcel.

Entonces lo acostaron y lo amarraron con unas correas de cuero que tenía la camilla. La mujer seguía llorando, pero ahora en silencio. Empezaron a conectar todo lo indispensable para el procedimiento y, mientras lo hacían, el hombre miró de reojo hacia su madre.

Esa mirada no era la de él, al menos no como un hombre mayor. La mujer se tapó la boca al ver la mirada de su pequeño, la misma mirada que le hacía cuando lo regañaba por comer dulces antes de la cena o por sentarse muy cerca del televisor. Era su hijo.

Todo estuvo listo. Un enfermero revisaba los signos vitales del paciente y otro se ubicó al lado de la máquina más grande. Tenía un botón rojo, tapado con una cubierta de plástico. El resto de la máquina eran cinco cilindros donde estaba el liquido que penetraría en el cuerpo del hombre e interrumpiría su existencia.

El enfermero entonces asintió, mirando hacia un punto al otro lado del vidrio. Miraba al director de la prisión, quien se puso de pie y empezó a leer de una hoja. Solo repetía lo que todos sabían: los asesinatos, el resultado del juicio, la condena. Cuando terminó de hablar, asintió al enfermero quien oprimió sin vacilar el botón rojo de la máquina.

Entonces bajó algo en el primero de los cilindros. El liquido corría por la intravenosa y entraba en el cuerpo del hombre, que miraba al techo, con la mirada perdida. La madre se puse de pie, sus ojos llenos de lágrimas. Pero por alguna razón, ya no temblaba. Su cuerpo le había respondido. Solo miraba a su hijo, como el según cilindro vaciaba su contenido y como el ser que tanto adoraba empezaba a abrir y a cerrar los ojos, retorciéndose un poco sobre la camilla.

 - Sigue estable. Solo son convulsiones - dijo uno de los enfermeros.

Y así bajaron dos cilindros más. Para cuando bajó el último, el hombre ya estaba muerto. Lo enfermeros le hicieron un chequeo y confirmaron el deceso, con hora y fecha. Soltaron las correas que amarraban al cuerpo y sacaron la camilla del lugar. Uno de los guardas cerró la cortina y todo terminó. Las luces en el cuarto de los espectadores se encendieron y, pasados algunos minutos, pudieron ir saliendo lentamente.

Pero la mujer no tenía interés en moverse, en irse a ningún lado. Para ella habían pasado demasiadas cosas en tan solo algunos minutos. Parte de su razón para vivir se había extinguido, había gastado sus últimos cartuchos de amor y odio hacia su hijo y además lo había visto morir. Era demasiado.

Ella no había pedido nada de eso, nada de lo que había sucedido. Miles de veces le habían gritado en la calle, había tenido que mudarse, por ser la madre del asesino. Pero ella no tenía la culpa, ella estaba en las tinieblas, igual que ellos.

Cuando la sicóloga la removió con fuerza, ella la miró a los ojos y suspiró. Era hora de enterrar a su hijo y darle fin a dos vidas, una de las cuales debía seguir, aunque ella no tenía idea de como. Sería un fantasma más en un mundo gris y desolado.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

If I couldn't write, I would go insane

I used to like being naked a lot, taking pictures. I was rather popular for it. People would ask me why I did it. Well, here's why:

First, and I think I just realized this, I loved the attention. I had tons of pictures, good quality, up on Flickr. And people would mark them as favorites and even comment and I will important somehow. People would like me and that felt nice. At least at first.

With time that attention wears out. You just stop needing it or maybe you want more or different. I have no idea. The thing is I just stopped liking the attention. I had that account for five or six years. It was an important thing in my life, as funny as that may be.

I have to clarify: not all the pictures were nudes. I would upload "urban" shots too or maybe just portraits or whatever I found was nice to look at. I guess I wanted to make others see I had talent for something. Of course, I didn't. I'm a professional photographer and my "work" on Flickr lacked any real quality. I knew that all along and never really cared about it. It wasn't the point.

I would love to post one picture per week, normally I would post at the first second of a new day so the statistics would more accurately show how much a picture was liked. When I uploaded an urban view, a building or trees or whatever, the picture was not that well received. Maybe a couple of people would say "yay, it's great". And that was it.

But me, naked, showing maybe my ass or my penis (never an erection, mind you), was always received by what I can only call "critical acclaim". Of course this acclaim came from people I had never met, mostly men. All men to be honest. And they were all horny. I mean, I should be an idiot not to see it.

I used to be more naive, more innocent if you will. When I remember those times, I don't know if it was a good way to be back then or if I should've been more intelligent, more perceptive.

Like, when I was nineteen I think, I went out with this guy. Just cute, not really a beauty or anything but you know. We went to a gay café and chatted and kissed and I felt awesome. It wasn't muy first time kissing but it felt right and beautiful and all that shit. Any way, it ended soon after and I never really understood why. Why he behaved like he did, always distant and weird.

He was fucking (or being fucked, who knows) others, kissing others while dating me. He actually kissed another guy that same night I was in the café with him. Somebody would later tell me all of this and I just understood it all. I also understood men were not to be fully trusted as, it is true, a man always acts commanded by his dick first, then his brain. And it's even more real in gay men and they know this is true.

Many people judge me saying "Hey, why haven't you been to a gay parade? Have you really never been in one?". And my answer is simply because I don't believe in it. It's not a casual walk to just show how proud we are to be who we are. That's what is SHOULD be about. But it isn't. That parade has mutated to be many people's chance to just rub in the faces of everyone what they do with their lives. Well, good news: no one gives a flying fuck.

There are homophobes. Of course there are. But there are others that just don't care. They don't think twice if someone is sleeping with a man, a woman or a horse. They don't care. And I don't think that is a reason to be pushy and annoying. I am fucking gay and the only person I need accepting me is myself. If the world doesn't, believe me, I don't care.

There's no gay marriage, that does not exists. The only thing that does exist is two people who get together to sign a paper that says they must share everything and live together. That's it. It's nothing more than that. You're not selling yourself there, in any sense, and it shouldn't matter who does it. Who cares?

But I digress. I made those pictures, the naked ones. And all that attention and it felt nice for years, yeah. I don't like discos or whatever they all them now. I just don't, I feel like an octopus in Japanese restaurant. Just like that. I've gone to a couple and that was enough for me. So I was happy to have some guys attention.

But that faded away. I got bored. To be honest I'm bored and fed up with people every second of my life now but that made me even more bored. All those empty comments and no one coming to me in real life to say "hey, you cute". And before you give me shit, I say "coming to me" because I deserve that. I won't crawl to a guy simply because I won't give an inch of myself to someone who would just expect everything.

The thing with gay guys, and all guys I guess, is that you must test them. And no, that doesn't mean annoying them and being jealous 24/7. I mean asking them things, getting to know them for real. Just being interested to get to know the person, take time.

But no. Most people fuck after 24 hours of meeting, if not before. I'm not saying people should be nuns and monks but, come one, love yourself.

And then I started having problems with the Flickr people and they ended up closing my account. You know why? Because it happens I didn't only do those pictures for the attention. I also did them because they were like therapy for me. I have hated myself for too long and that outlet made me feel good about myself. I almost fully stopped having crazy crisis every month.

And, besides that, I personally think the human body is beautiful. I don't believe in a god so I say nature is pretty smart and resourceful. Just get naked in front of a mirror and stare at yourself. Take a good look at the details, not the superficial shit of society but your actual biologic body. It's a work of art, inside and out.

So, that ended for me. It stopped existing, that outlet, that I needed so bad for so many years. To be honest, when it ended, I said "Fuck it, I have something new now: writing". So around that time I started working on some small things and it all came down to this blog with which I have a really hard relationship.

Today, for example, I had more than five ideas. I couldn't write more that ten lines for each. I felt awful, like an idiot, because this is my thing, my only thing. And if I couldn't write, I would go insane. Simple as that.

martes, 16 de diciembre de 2014

El baile

El baile era intenso, apasionado, sin pretensiones. La pareja se deslizaba con facilidad por el escenario, siempre mirando a los ojos del otro. Estaban unidos por sus miradas, por una pasión privada que compartían ellos solos y nadie más. Incluso sonrían, de vez en cuando, también cuando el la alzaba a ella por un breve momento. Inclusive en esos momentos, su conexión permanecía.

Cuando terminaron la rutina, los jueces aplaudieron con fuerza atronadora. Les había encantado, así como a la audiencia, que gritaba y vitoreaba y saltaba y aplaudía. Todos habían sido tomados presa de una bella ejecución en la pista de baile. Por supuesto, ganaron el trofeo. Era su quinto premio en esa competencia, la mejor y más importante de todas en el circuito de los concursos de baile.

La pareja se sostuvo de las manos y luego las elevaron, celebrando su logro entre amigos, familiares y fanáticos. Flores llovían por todas partes, y confeti. La gente se les acercó y los alzaron en hombros hacia la salida. La gente aplaudía y vitoreaba como loca. Todo era perfecta. O bueno, casi todo...

Ya en el hotel, Melinda se lavaba el pelo en la ducha, tratando de quitarse el confeti y la  escarcha con la que se había adornado la frente y el resto de la cara. Cogía el jabón y hacía mucha espuma para luego pasarla por su cara, con fuerza, como si quisiera quitarse toda una capa de piel de esa manera. Se lavó la cara con agua y siguió duchándose, queriendo quedarse allí para siempre.

Afuera, en la cama, Camilo pasaba los canales de televisión con tremenda rapidez. La verdad era que no tenía muchas ganas de ver nada, solo quería distraerse y, si se podía, quedarse dormido con rapidez. No era que estuviera exhausto, aunque sin duda lo estaba. Era más bien el hecho de que supiera que una cosa era el escenario y otra muy distinta, la habitación.

Melinda salió del baño, vestida con una bata del hotel y con otra en la cabeza para secarse el pelo. Se puse frente a un espejo grande que había detrás del pequeño refrigerador de la habitación. Se quitó la toalla y empezó a peinarse, secándose primero.

Camilo la miraba y ella lo sabía. Había dejado de pasar canales y ahora se escuchaba la cansina voz de un comentarista deportivo. El hombre suspiró y dejó de mirar a su esposa. A pesar de haber estado casado dos años, no podía decir que la conocía. Es más, a veces sentía como si durmiera con una persona desconocida. Era una realidad que Melinda nunca había sido de la clase de personas que hablaban mucho. Pero él era su esposo. Había intentado pero nunca quería hablar de nada, prefería ella decidir cuando hablar lo que resultaba molesto.

Mientras se secaba el pelo, la mujer miraba su anillo de matrimonio de vez en cuando. No podía dejar de pensar, como en la ducha, que las cosas sin duda ya no funcionaban. De hecho, no tenía ni idea si alguna vez habían funcionado. Melinda quería mucho a Camilo y eso no estaba en duda pero otra cosa era mantener un matrimonio. Hacía meses que no tenían sexo y jamás compartían mucho más que un postre en un restaurante. Ella lamentaba que Camilo no fuera más romántico.

 - Tienes hambre? - preguntó ella.
 - Algo.
 - Quieres bajar al restaurante?

Camilo solo asintió. Se sentía mal al responderle como lo hacía pero la verdad era que la efusividad no era su fuerte y la verdad era que sabía muy bien que Melinda no respondía de ninguna manera ante el positivismo y la alegría. Era una mujer muy extraña en ese sentido.

En unos quince minutos, ambos estuvieron listos para bajar a cenar. Apenas llegaron al lugar, la gente que estaba allí los aplaudió y algunos se les acercaron para pedir autógrafos o una foto. Una vez más, fingieron sus amplias sonrisas y sacaron a relucir esas falsas personalidades. O tal vez no falsas, sino perdidas en el olvido.

Cuando por fin la gente se dispersó, con ayuda de uno de los camareros, se sentaron a la mesa y leyeron la carta con atención.

Camilo sonrió y Melinda lo vio. Pensó que hacía mucho no veía una sonrisa sincera en él, mucho menos por causa de ella. Cuando se conocieron eran siete años más jóvenes, lo que no parece mucho pero lo es. En esa época Camilo era el hombre más atento del mundo, siempre regalándole cosas pequeñas, dulces y cosas como esa. Era un detalle que ella siempre había adorado de él y no por los regalos sino porque le hacía ver que él pensaba en ella y eso se sentía bien.

La sonrisa de él se debía al primer platillo que vio en la carta. Era salmón ahumado y ese era también el primer platillo que habían cenado juntos. Fue en la cena de unos amigos y fue por ese salmón que habían empezado a charlar. Se burlaron de las dotes de cocinero que tenía su amigo en común. Él era un médico de tiempo completo y creía que sabía cocinar, lo que era cierto, pero no por completo. El salmón estaba bien pero la salsa era horrible y nadie le quería decir. Tanto Camilo como Melinda bromearon al respecto toda esa noche.

 - Están listos para ordenar? - preguntó el camarero que se había acercado silenciosamente.
 - Para mí la trucha al limón.
 - Excelente. Y para usted señor?
 - El salmón ahumado.

Y Camilo, sin pensarlo, le sonrió a su esposa. Ella no supo que hacer, decidiendo mejor mirar el mantel, como si fuera de hora.

 - Y una botella de Dom Perignon. Estamos celebrando.

El camarero sonrió y les dio sus felicitaciones por su victoria en el concurso. Incluso les dijo que había una selección excelente de postres y podían compartir uno por cuenta de la casa. Camilo le agradeció y el hombre se alejó.

Cuando el hombre estuvo lejos, Melinda levantó la mirada y la dirigió a su esposo. No se sentía la misma conexión que en el concurso. Más bien una tensión bastante inquietante. Por la mejilla de la mujer rodó una lágrima.

 - Que pasa? - preguntó él.
 - Que te pasa a ti? Nunca celebramos estas cosas.
 - Y? Hay una primera vez para todo. Además el lugar es muy bonito.

Él miró a su alrededor, como comprobando que lo que había dicho era cierto pero ella no le quitaba la mirada de encima, esa mirada incendiaria.

 - Me siento indispuesta, podemos...?
 - No!

Incluso quienes comían en las mesas cercanas oyeron la respuesta de Camilo. Todos fingieron desinterés e incluso molestia.

 - Que?
 - No, no podemos irnos. Ya ordenamos. No te da vergüenza?
 - Estás loco? En serio te molesta algo tan estúpido?

Ahora era a ella que escuchaban los demás comensales, algunos de los cuales dejaron de fingir y abiertamente miraban hacia la mesa de los bailarines.

 - Al menos puedo molestarme por esto.
 - Que quieres decir?
 - Dejemonos de idioteces, Melinda. Ya, no más.

Ella se limpió la única lágrima, de rabia, que había llorado y se incorporó. Ya todo el mundo los estaban mirando, incluso el personal del lugar.

 - Tienes razón. Ya no tiene sentido seguir con esta farsa.
 - Gracias, por fin eres sincera.

Ella rió.

 - Vaya, y muestras sentimientos. Bravo.

Camilo empezó a aplaudir, lo que hizo que la escena fuera aún más extraña e incomoda de lo normal. Algunas personas empezaban a llamar a los meseros para poder pagar e irse a casa. La situación ya no era cómica sino simplemente lamentable.

 - Mira quien lo dice.
 - Tienes quejas? En serio? Dilas entonces, abre esa estúpida boca alguna vez en tu vida.
 - Tu tampoco hablas mucho.
 - Porque siento que me puedes cortar la cabeza si hablo más de la cuenta. Pero, sabes? Ya me da    igual.

Camilo se puso de pie y le pidió a la gente disculpas por las molestias.

 - Queridos amigos, esto es solo el inicio de un divorcio. No dejen de comer el postre por esto. Se los  ruego.

Bajó cabeza al nivel de la oreja de Melinda y le dijo:

 - Que yo tome este paso es para que sepas lo miserable que me siento al fingir una vida que no tengo  junto a alguien que nunca se ha molestado por preguntarme si quiera como estoy. Yo tengo culpa    pero jamás niegues la tuya. No eres una víctima.

Y entonces Camilo se fue y dejó a Melinda sola. El despistado mesero trajo entonces la comida, cometiendo el error de poner el salmón frente a la mujer, que de un solo golpe mandó el plato al suelo y salió pisando fuerte.

El baile, que se había prolongado por tanto tiempo, había terminado.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Freedom in Chiyoda

Kumiko had already bought every single thing she needed to cook her mother's favorite dish: a soup filled with several types of seafood, native of her birth city. She boarded the train and sat down calmly: the trip was a long one, as her home was near the terminus station.

She decided to check her emails on her smartphone but a strange sound distracted her as she drew the phone out of her backpack. She looked up and stared at the people in the train with her: they were all distracted by their mobiles phones, some others were sleeping or trying to. She grabbed her phone and then heard the sound again. It came from inside her backpack, most precisely from the bag with all the things she had bought at the market. She tried to hear the sound again but nothing happened so she zipped the bag up and left it on the ground.

As she checked some messages, she heard another noise, this time from somewhere on the floor. As the wagon was filled with people, it was hard to determine its origin. Kumiko looked at every shoe and foot around her but couldn't see a thing.

"I must be very tired", she thought. She had been working too hard on her thesis, staying at home for days without ever going out or resting properly. She would fall asleep very late at night and wake up early to investigate and structure her work. Her mother would cook delicious things for her but she never finished any of them. To be honest, she always left more than half of what was served to her because the thesis absorbed her attention.

In a nutshell, she had been a zombie for almost a month. But the day before, she had finally finished it and today she had delivered it to college and, after that, had the idea to make her mother an special dinner, as a way to thank her for her support and understanding.

But all that was now on the back of her head. That sound, that strange sound that she could hear every so often, had taken the first place in her list of priorities. Maybe she had gone crazy from so much work... But it came again, she could hear it. Not able to stand it anymore, she stood up, her backpack tight on her body and followed the particular sound.

It was something small, on the floor. Kumiko could see she wasn't the only one hearing the sound: a little girl was staring at the floor without saying a word and an older gentleman was staring at the roof, most likely trying to remember if he had ever heard that same sound.

Then, Kumiko heard a scream. It was a crazy scream to be honest, she even thought someone was been killed or stabbed or mugged but it was nothing like that. She ran towards the woman that had screamed and she was pointing to the floor. So... that was it.

On the floor, crawling slowly, was a tiny octopus. It looked wet, slimy and weird. The woman screamed again and Kumiko put a hand over her ear: too much exaggeration for such a small and defenseless creature. He must have escaped the cup the vendor had put him in. And Kumiko had asked for fresh octopus so he had taken it a little bit to literal. She started to reach down for it but then the train slowed down: it was nearing a station.

The girl only stared at the window for a single second but that was enough for the tiny creature to crawl very fast and exit through the nearest door. She reacted clumsily and ran for the door, as it was closing. If she had been late for a couple more seconds, her hand would have been caught by the metal doors.

Now, on the platform, people were staring at her, which was funny: there was an octopus somewhere in the station and she was the one been looked at. She looked to every side but couldn't see anything. So she turned around and walked towards the edge of the platform. Well, she didn't walked too much as a security guard grabbed her strongly by the arm and started yelling at her. He clearly thought she was going to commit suicide.

And then she reacted in the worst way possible: she started laughing, which made the scene even crazier. The man yelled even more and she just couldn't stop laughing. The situation was so ridiculous. And then, over the man's shoulder, she saw the tiny creature getting on an elevator. She didn't stay for the rest of the lecture, instead running towards the elevator which doors closed right in her face.

Kumiko ran up the stairs, for three floors, until she saw the tiny creature gliding down the handle of some other stairs. She wanted to laugh again but stopped herself from that as it would take a lot of her time. She ran, again, after the creature. Kumiko smiled as she ran down the stairs after the creature: it had been a long time since she had had this much fun. And it made her feel alive to see such a tiny fellow gliding and jumping and crawling. It was amazing to see it, so alive and desperate to keep living.

They got to a different platform to the one they had been before and the creature jump right into a waiting train and she did the same but through a different door. As the train began moving, she grabbed a metal pole and rested. She remembered playing with her friend in school ,running around and just being young. She missed badly, she missed them so much. Kumiko had invested her life on the thesis and in her career and she had left out all those other important things.

The train stopped and she stared through the window. The creature must have left already. No need to chase it. He would be able to fight for his life, hopefully not being stepped on or caught before he gets to a water source.

Kumiko walked past some busy people on the train, towards the back of the wagon, and stared at their faces while stroking the phone on her pocket. It was so sad for her, to be always so busy and giving importance to such stupid things, missing out so much from life.

The train slowed down again, this time on Takebashi station. Kumiko began thinking how to get back home from there, when suddenly the small creature jumped out of the train. She ran after him again and chased him to another elevator. The difference was this time she was able to get in with the octopus.

The trip towards the street was short but it was enough for her to see the small animal was not feeling very good. Its skin seemed pale and its tentacles were drying. Its escape stunts had taken their toll, leaving it too tired and almost dead.

When the elevator opened, they could see car and a street. The creature stepped out first and Kumiko decided not to intervene. It seemed as if the octopus knew were to go, which seemed crazy but the girl was sure something had brought it this far.

Then, she noticed were she was and she understood, as the octopus crawled towards the edge of the sidewalk. No, not to throw itself at the moving cars but on the other side. They were steps away from the Imperial Palace. And it had a surrounding moat and that was were the octopus was going. With its last breath, the creature used all of its tentacles to jumo over the railing to the water below.

Kumiko saw it all but was worried not to see it anymore. She knew the canals around the palace led, somehow, to the ocean but that must be a harder journey.

As she was getting worried, she saw the head and eyes of the creature, that sunk almost inmediately in the water, leaving a small trace in the water. Kumiko stayed there until she wasn't able to see nothing else.

An hour later, she was cooking in her house. Her mother had thanked her for the unexpected present but was disappointed to see Kumiko hadn't bought her favorite food, octopus. The daughter then told her she had a story to tell her. Her mother smiled and kissed her in the forehead.

 - You're a free woman now. And I want to hear all of your stories.

And for Kumiko, that was the cherry on top of such a strange and wonderful day.