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viernes, 21 de agosto de 2015

¡ Muerte !

  Era difícil darnos la mano para subir por las grandes rocas que cubrían el ascenso. Su mano estaba cubierta de sangre y la mía se resbalaba un poco por el asco pero también por lo fresca que estaba. Podía sentir el olor a hierro por todos lados, como si no fuera sangre sino algún tipo de liquido metálico que se nos hubiera untado en el camino. Peor no estábamos de paseo o por gusto en semejante lugar. El bosque era hermoso pero era el escenario de nuestro escape del lugar más horrible del que jamás hubiéramos oído y en el que habíamos tenido la desgracia de sobrevivir por más días de los que podíamos contar en la cabeza. De hecho, yo no estaba seguro desde hace cuanto no veía el sol.

 Pero ahora era ese mismo sol el que me ardía en el rostro y sin duda ya me había quemado la cara. Correr y subir y bajar en semejantes condiciones era inhumano pero así eran ellos. Nos habían atrapado, o eso creíamos, y nos habían internado en ese lugar, construido parcialmente bajo el lecho de un lago. Alrededor solo había este bosque, que parecía continuar por varios kilómetros. Sentí el roce de una bala por el hombro izquierdo y menos mal me dejé caer pues una bala iba hacia mi cabeza pero falló su meta. Él me tomó de la mano de nuevo y me haló. Era mucho más atlético que yo y podía correr casi sin respirar o pensar. Llegué a pensar que era un robot hasta que cayó sobre unas piedras y algo de sangre empezó a brotar.  No hablábamos, solo corríamos.

 Los guardias nos seguían con sus armas mortales y el deseo obvio de matarnos y yo solo quería que todo parara. Era ese mismo sentimiento el que me había llevado a escaparme en un principio y por pura coincidencia, por raro que parezca, él estaba huyendo en ese mismo instante. Nos unimos y asesinamos a muchas persona, entre personal con batas médicas y guardias descuidados. Lo hicimos con cuchillos que encontramos, instrumentos médicos que habían utilizado en nuestros cuerpos o las armas que ahora usaban para cazarnos como animales. Era increíble, pero matar se me hacía fácil, tal vez porque yo no los veía a ellos como seres humanos. Para mi ellos eran los robots, los autómatas que cada noche nos torturaban.

 Metían cosas en nuestros cuerpos, o quitaban partes para poner otras o para no poner nada. Yo tenía cicatrices que no recordaba y, de hecho, ese era mi más grande problema y al parecer el de todos en el laboratorio. Todo el que podía gritar, incluyéndolo a él, decían que no podían recordar nada. De hecho eso fue lo único que me dijo antes de tomar mi mano y echarnos a correr. Y yo estaba igual, con la mente totalmente en blanco o en negro o como se diga. No había nada allí adentro, ningún recuerdo de mi vida anterior al laboratorio. Era como si se hubiesen asegurado de que nunca indagara sobre mi mismo para así pertenecerles para siempre. Pero eso ya no era así.

 Seguimos corriendo hasta que encontramos un abertura entre las rocas y nos metimos allí. Él tenía un cuchillo y yo una arma eléctrica. Si se acercaban, debíamos matarlos y al menos así tendríamos algo menos de que preocuparnos. Pero nunca llegaron adonde estábamos escondidos. Esperamos horas y horas pero parecía que o se habían dado por vencidos o simplemente estaban esperando a que saliéramos para darnos el tiro de gracia al aire libre. Era poco probable que nos quisieran vivos, pues nuestra memoria de corto plazo nos indicaba que cada día llegaban nuevos cuerpos para usar en experimentos. No digo pacientes porque no lo éramos y tampoco prisioneros. Esclavos se parece más pero no es correcto.

 Me dejé caer sobre el suelo arenoso de la cueva y empecé a llorar. No me importó hacer algo de ruido y, al parecer, a él tampoco. Me sentía vacío, impotente, incapaz de salir de ese ciclo. Me dolía el cuerpo ahora más que nunca y la verdad era que yo no quería escapar sino que quería morir. Para que saber que era la vida después de todo lo que me habían hecho. Porque muchas cosas las recordaba con claridad y eran esos recuerdos los que quería eliminar para siempre, arrancarlos de mi cerebro. Pero eso no era posible así que lo mejor era suicidarme y dejarlo todo atrás. Haciendo más ruido, cargué al máximo el arma eléctrica y me dispuse a dispararme en la frente pero entonces él pateó el arma al mismo tiempo que los guardias irrumpieron en la cueva.

 El arma le dio a uno de lleno en la frente y lo dejó revolcándose en el piso, retorciéndose de forma grotesca y echando espuma por la boca. El otro se abalanzó sobre mi pero él me protegió y le clavó el cuchillo en el estomago varias veces. De nuevo me tomó la mano pero esta vez me dijo que debíamos alejarnos lo más posible ya que solo enviarían más guardias si se daban cuenta que los que habían salido no llegaban. Según él, teníamos hasta la puesta de sol  para alejarnos. Eso me dio algo de energía para correr de su mano y tratar de no respirar tal como él lo hacía. Varias ramas no pegaban en el rostro y los pies los teníamos destrozados con tanta cosa tirada en el suelo del bosque.

 Cuando la luz empezó a cambiar, llegamos a unas colinas que subían cada vez más. Cuando no hubo más luz, estábamos en la cima de la colina más alta de todas. Estaba bien cubierta de musgo y matorrales pequeños y desde ella se veía el lago que tornaba verdosa la luz del laboratorio. No se veían la entrada del sitio, por donde habíamos escapado matando a mucha gente, ni tampoco se veía a los guardias que ya debían de haber salido a buscarnos. Caminamos un poco más, hasta estar del otro lado de la colina, un sitio cubierto por algunos charcos de agua estancada y árboles increíblemente altos que parecían salir de un cuento ya olvidado hace mucho.

 Con algo de asco tomamos agua de uno de los charcos entre las manos y tomamos. No sabía bien pero tampoco era horrible y sin duda era mejor que deshidratarse. La comida que nos daban en el sitio era intravenosa así que cualquier tipo de liquido era una mejora. Yo no sabía bien de donde había adquirido la fuerza para aguantar semejante escape pero sabía que no era algo natural o por lo menos de mi cuerpo. Era algo más, como adquirido de la nada o tal vez a través de los experimentos hechos. Estaba cansado pero sentía que podía seguir corriendo si era necesario. Él se veía mucho mejor. Se había quitado la poca ropa, que era solo la bata que nos ponían de color rojo, y se metió en uno de los estanques, el que parecía menos sucio.

 Yo lo imité y me di cuenta de porqué el había hecho eso. El agua parecía calmar de golpe todos los dolores. Mi herida de bala, los golpes, muchos cortes,… Todo parecía sellarse y desaparecer gracias al agua. No tenía idea como él sabía de las propiedades de los estanques pero preferí no dudar de la única persona que me había ayudado hasta ahora. Sin duda este escape sería mucho más complicado sin alguien quien me apoyara como él lo había hecho. No sé que me hizo hacerlo, pero me le acerqué y nos besamos. Fue como si algo se moviera en mi mente pero desapareció de golpe. Lo vi en sus ojos también pero solo fue un brillo, un pequeño destello que podía no significar nada y, a la vez, todo.

 Salimos del estanque y acordamos seguir desnudos hasta encontrar nueva ropa que vestir. Enterramos las bastas rojas en un hueco hecho a mano y nos retiramos. El sol empezó a desaparecer Se iba el calor por el que agradecí estar sin ropa y sin pelo. Los dos habíamos sido rapados por la gente del laboratorio. No recordaba haber tenido mucho cabello antes pero algo me decía que sí había sido así. Mientras bajábamos hacia un valle profundo recogimos algunas frutas de los árboles y arbustos cercanos. No nos importó si eran venenosas ya que nada peor de lo que habíamos vivido podíamos pasarnos ya. Mientras caminábamos, descubrí cicatrices en mi cuerpo que ya había olvidado. Él también tenía bastantes.

 Ya en la parte más baja del valle, con el sonido de un riachuelo y la luna en el cielo, nos relajamos un poco. Seguimos caminando, porque parecía lo único que podíamos hacer, pero lo hacíamos más lento, observando el entorno. Él dijo entonces que tal vez si seguíamos el río podríamos llegar a otro sitio con seres humanos, tal vez menos agresivos y sádicos que los del laboratorio. La sola idea de un lugar lleno de humanos fue suficiente para hacerme parar mi caminata. No quería eso para mí, no quería vivir con miedo toda mi vida, no quería tener nada que ver con otros. Él era el único que quería cerca, de resto todo podían morir o perderse en la infinidad del mundo, eso no era mi problema.


 Pero entonces oí el silbido que había oído antes. Pero ya no fue sobre mi hombro sino sobre mi cabeza. Para cuando caí en cuenta que pasaba, ya había ocurrido lo peor que podía pasar: él había sido impactado por varios proyectos y caía, lentamente, a algunos metros frente a mi. Como yo me había detenido, ellos habían fallado. Mi instinto me dijo que corriera pero también que lo mirara en sus últimos momentos. No tenía armas, pues las habíamos dejado atrás. Así que solo me entregué a mi destino. Primero me puse de rodillas juntos a él y le di un segundo y último beso. Luego, me puse de pie y grité con todas mis fuerzas: “¡Muerte!”. Y entonces ella vino por mi como una amiga que no conocía, llena de compasión, sabiduría y amor.

martes, 14 de julio de 2015

Encuentro inesperado

   Había caminado por una hora, más o menos, internándome cada vez más en el bosque, hasta que por fin llegué al punto que el guía me había comentado. Un camino más pequeño y con una pequeña señal ya casi totalmente cubierta por plantas indicaba la presencia de esta vía de acceso. Solo tuve que caminar por algunos minutos más hasta que pude ver las aguas termales. No eran las más conocidas pero decían que mucha gente venía a estas también. Pero no estábamos en vacaciones y precisamente por eso había escogido venir ahora. No había nadie allí así que me dirigí a la zona más alejada de la entrada a este claro del bosque y me senté a un lado del agua con barro que burbujeaba lentamente.

 Hacía unos meses, había tenido un accidente grave. Había estado montando caballo y por razones que n ovale la pena contar ahora, el caballo se asustó y me tiró al piso. Caí y sentí una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Me desmayé y desperté unos dos días después en el hospital. Lo primero que hicieron cuando me desperté fue asegurarme de que no había perdido la movilidad de las piernas pero que sí tendría que hacer terapia porque mi espalda había sufrido una conmoción bastante fuerte al dar contra el piso. Estaba aliviado pero también fastidiado porque cada movimiento era dolor y las terapias eran una tortura para mi. Incluso cuando dejé el hospital, era un karma tener que estar con la enfermera en mi casa, sintiendo dolor casi como eso fuera lo que yo estaba buscando.

 Hice toda la terapia que pude y mejoré bastante. Ya podía correr e incluso caminar por ese terreno de colinas, para llegar a un paraje tan desolado en esa época del año. Pero la espalda todavía dolía y la misma enfermera que me había tratado me había recomendado que fuera a una de las muchas aguas termales que existían. Se supone que los minerales y otros componentes ayudan al cuerpo a repararse con mayor eficiencia. Al menos eso es lo que dicen y la verdad es que yo solo quería estar bien y dejar de quejarme cuando hacía el mínimo movimiento. Así que averigüe donde estaban las mejores aguas termales cerca de mí y resultó que eran aquellas del bosque que la gente visitaba para curarse de varios males.

 De pronto era por la hora, después del almuerzo, pero cuando ya estuve desnudo y a punto de entrar al agua, todavía no había nadie en la cercanías. En esta agua termales era obligatorio entrar sin ropa ya que decían que los trajes de baño podían quedarse allí si se caían o si se rompía la tela o algo por el estilo. Yo de eso no sabía nada pero mejor hacía lo que me decían. El agua era liquida pero algo turbia por el barrio. Sin embargo, al tacto, no tenía nada de consistencia de barro. Eso sí, estaba a una temperatura perfecta, como si la Tierra supiera cual es calor que soporta una persona promedio. Sin pensarlo mucho más, entré al agua y al poco tiempo estaba recostado a un lado, cerca de unas rocas, con los ojos cerrados.

 Era hermoso. Sentir el agua caliente y en movimiento por todo mi cuerpo. Además el dolor sí parecía alejarse de mi, como si se tratase de otra prenda de vestir que tenía que quitarme. Instintivamente miré hacía mi mochila, donde estaba toda mi ropa. No había posibilidad de que nadie la cogiera ya que el lugar estaba desierto. Había elegido el mejor momento para venir y decidí disfrutarlo cerrando los ojos y dejando que el guía hiciese lo suyo, moviéndome ligeramente. Decidí ponerme a sacar ideas de mi cabeza, aprovechando el momento de relajación y me encontré a mi mismo creando un pequeño cuento que desde hace varios meses me rondaba la cabeza. Pero en ese momento lo vi completo y no lo podía creer.

 Abrí los ojos y decidí hundir todo mi cuerpo en el agua y untarme algo del barro en la cara y el cuello. Debía ser bueno para la salud. Así que me hice una mascarilla del cuello para arriba y volví a mi posición anterior, cerrando los ojos. Pero no los tuve mucho tiempo así porque una voz interrumpió mis pensamientos. Era otro hombre, como de mi edad, que entraba a la misma termal. En ese momento me sentí un poco enojado ya que había otras en donde meterse y no había razón para sentarse allí conmigo. Pero no dije nada y simplemente cerré los ojos de nuevo, de pronto eso lo dejaría callado. Pero no fue así. Me saludó y me dijo su nombre entero.

Al comienzo no respondí, pero entonces mi cerebro procesó lo que el tipo había dicho y casi me resbalo en el fondo lleno de barro cuando caí en cuenta de quién tenía en frente. Abrí los ojos y lo vi, igual que yo, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Por alguna razón había cosas diferentes respecto a él pero tenía que ser la misma persona. Aunque de pronto no era quién yo creía que era. Al fin y al cabo que hay muchas personas con el mismo nombre. Decidí que estaba equivocado y simplemente volví a mi posición anterior, tratando de recordar donde en mi historia fantástica me había quedado. Pero el hombre hizo un comentario del agua y eso me sacó de mis pensamientos. Le respondí que “sí”, aunque no tenía idea de lo que me había preguntado.

Aparentemente la respuesta no había sido la correcta. Lo sentí incorporarse y se disculpó conmigo, diciendo que no había caído en cuenta que no era un lugar para hablar, y menos cuando se venía a pasar un tiempo relajante. Yo le dije que no se preocupara pero él siguió, diciendo que la verdad era que no hablaba mucho con nadie desde que había empezado a tener dolores de espalda agudos. Muchos creían que se los merecía y él mismo dijo que lo más probable es que eso fuese cierto porque él siempre había sido una rata. Por alguna razón, la palabra me llamó la atención y abrí los ojos. De nuevo, me resbalé y casi trago agua.

 Cuando tenía unos diez años, no era el niño más simpático del mundo. Al menos no con otros niños. En casa todo era perfecto, tenía unos padres amorosos y hermanos con los que jugar pero en el colegio las cosas nunca habían ido peor. Hacía poco me había cambiado de colegio y en el nuevo, que era más grande, me sentía más pequeño que nunca. Y al parecer eso se notaba porque los demás me miraban como un bicho raro. Me sentía horrible, como si hubiese hecho algo malo y era algo que aumentaba cada vez que me ignoraban o claramente no querían estar en mi presencia. Fueron años horribles, momentos en los que decían cosas a mis espaldas y otras en mi cara. Había un chico que era especialmente desagradable y no podía creer que ahora lo tenía en frente.

Sí, el extraño parlanchín de las aguas termales era él. Claro que había crecido y todo eso pero sus rasgos eran los mismos. Incluso su cabello casi plateado seguía igual y sus labios delgados que parecían los de un personaje malévolo de alguna serie infantil. Que yo abriera los ojos lo hizo hablar más e incluso quiso estrecharme la mano pero yo no hice nada. No podía moverme de la impresión y lo que menos me interesaba era ofenderlo o no. Era una de las personas que en mi vida me había hecho sentir más miserable y ahora me hablaba como si nada, como si nada nunca hubiese pasado. Y entonces vi mi mano y recordé la mascarilla de barro, que al parecer me estaba protegiendo del pasado.

 El tipo había dicho la verdad cuando me dijo que hablaba con nadie porque habló conmigo como un loro. La verdad es que yo prácticamente no decía nada. Era él el que parloteaba a una velocidad increíble y yo solo pensaba en aquellas palabras odiosas que me había dicho alguna vez. Otra parte del cerebro me decía que él era solo un niño en ese momento y no sabía lo que decía. Pero mi rabia, mi dolor, no podían ser detenido por semejante argumento tan idiota. Lo observé hablando y hablando y entonces pensé que era un regalo más de la naturaleza, traérmelo enfrente, en bandeja de plata. Era mí momento esta vez y lo iba a aprovechar.

 Así que, en mitad de una frase que no estaba escuchando, me acerqué a él y le pegué con un puño y con todas mis fuerzas en la cara. El golpe lo noqueó por un momento. Pensé que iba a pelear, a refutar, a hacer algo. Pero solo se cubrió y empezó a llorar como si tuviera los diez años que yo tenía cuando me torturó a mi. Me lavé el barro del cuerpo y me le acerqué, todavía con rabia. Visiblemente le había dañado el tabique y, aunque no debería, sentía placer de haberlo hecho. Él me miraba con terror pero supe que no sabía quién era yo. Tan solo le dije que eso era por años de tortura y porque necesitaba sacar el odio que había sentido por él por tanto tiempo. Casi podía ver su cerebro funcionar pero no me importó.


 Salí del agua rápidamente y saqué de mi mochila la ropa. No me importó estar mojado. Solo me puse unas sandalias y empecé a caminar hacia la salida. Pero entonces alguien me cogió de un brazo y me di cuenta que era él. Me soltó apenas lo miré con odio y me dijo, sangrando de la nariz, que lo merecía. Que había venido a lavar sus errores pero sabía que nada los quitaría para siempre pero que necesitaba perdón. Yo no sabía que decir, también porque él estaba desnudo diciéndome todo eso. Pero entonces le sonreí y él sonrió y le dije que podía pedirle disculpas a su puta madre. Casi corrí a la salida y por poco me pierdo en el bosque pero cuando llegué a mi auto me sentía mejor, como si me hubiese quitado un edificio de encima. 

sábado, 28 de marzo de 2015

El otro

   Lo peor de todo no es el dolor sino la confusión y el miedo. Siempre que me despierto estoy asustado por lo que pueda pasar, por lo que pueda haber pasado la noche anterior. Hay días que amanezco en casa, tal vez con las sabanas muy revolcadas, pero sin nada más extraño que eso. Pero ha habido otros en que amanezco en camas extrañas, calles extrañas o incluso en parajes solitarios que nunca había visto. Es como si mi mente decidiera traicionarme de tanto en tanto y como si fuera un ser aparte, que me controla como un títere, a su gusto.

 Esto empezó a ocurrir hace unos seis meses. Estaba en un viaje de negocios y tenía que hacerlo por carretera ya que tenía muchos pueblos que visitar. Soy gerente de ventas para una compañía que les vende máquinas de construcción a varias compañías y tratamos de que los gobernadores y alcaldes nos conozcan. No puedo decir que nunca he recibido algún dinero extra por mi trabajo, pero la verdad eso no me avergüenza. Al fin y al cabo, no soy yo el que está regalando dinero que no es propio.

 En todo caso, uno de esos pueblos quedaba muy lejos, en las montañas. Era esencial llegar allí porque había minas cerca y seguramente estaría alguien interesado en comprar máquinas para extraer cualquier tipo de mineral que quisieran tomar del interior de la Tierra. Cuando llegué, fui bien recibido. Era un lugar pequeño pero me trataron como en casa: me quedé en una casa de familia muy bonita donde me trataron como a un familiar, me dieron un recorrido personalizado por el pueblo y tuve razón al pensar que tendría éxito porque cerré contrato con dos empresas, la alcaldía y dos particulares.

 No dudé cuando me propusieron que, antes de irme, explorara los bosques cercanos y acampara allí una noche. Nunca había hecho nada parecido. Amo mi cama y dormir en una, jamás le he visto el placer a tirarse al suelo y dormir cubierto de bichos y con un olor peor al de los zorrillos que andan por el bosque. Pero lo hice porque me habían comprado y tratado tan bien que no hacerlo hubiese sido una grosería.

 El bosque era de robles y pinos y otros árboles bastante grandes. Era como estar en una película. El viento frío soplaba con fuerza pero estaba tan fascinado con la vista que simplemente no le hice caso al clima. La verdad era que no le hice caso a nada más y tal vez por eso pasó lo que pasó. Llegamos al borde de un lago casi perfectamente circular y decidimos acampar allí. Éramos tres hombres y dos mujeres. Yo era el único forastero. Cuando todo el campamento estuvo armado, empezamos a cocinar la cena y a conocernos mejor.

 Un par de ellos eran jóvenes de apenas unos 18 años y nunca habían salido del pueblo. Lo más lejos que habían ido era una ciudad pequeña que quedaba cerca, que de hecho para mi era otro pueblo. Ninguno había viajado nunca en un avión ni en un barco grande. Les conté de mi trabajo, de los pueblos que había visitado en incluso de mi familia. Les conté que no era casado y que hacía poco me había mudado solo, sin mis padres. Había sido una transición dolorosa, porque los extrañaba, pero ahora era un poco más libre de hacer lo que a mi me pareciera mejor y lo disfrutaba con todo: desde el sexo casual hasta comprar lo que yo quisiera para la alacena.

 Se hizo la noche y después de charlar un poco más decidimos apagar las luces e irnos a dormir. Habían planeado pescar por la mañana para devolvernos al pueblo hacia el mediodía. La verdad es que cuando me acosté, y justo antes de cerrar los ojos, pensé que era un lugar hermoso y que ojalá pudiera volver algún día. Después de eso solo recuerdo partes, como imágenes que están sueltas en mi cabeza pero que parecen no tener ningún lugar en donde encajar. Por unos dos meses pensé que nada de eso había pasado, que nunca había visitado ese lago ni que había conocido a esas personas.

 Lo siguiente que recuerdo es despertar cubierto de sangre en la mitad del bosque. Estaba tan asustado que empecé a gritar. Los pedazos de recuerdos iban y venían: recordaba sentí que me arrastraban, que me golpeaban y que… que me tomaban por la fuerza. Recordaba y sentía los golpes por todo el cuerpo pero las imágenes no se quedaban nunca mucho tiempo en mi mente. Solo flotaban frente a mi y se perdían. El dolor, en todo caso, era real así como el terror que sentía por estar en un lugar que no conocía.

 Traté de ponerme de pie pero el dolor en mis piernas era demasiado, como si me las hubieras doblado a la fuerza. Grité con la poca voz que tenía pero nadie vino. Empecé a llorar y fue entonces cuando me di cuenta que alguien estaba por allí. No podía ver nada también porque mis ojos estaban algo borrosos, pero sentía una presencia, alguien o algo grande cerca de mi. Fuese lo que fuese, nunca se acercó a mi sino que solo me miró y, después de un buen rato, lo oí escabullirse por entre los árboles. Fue entonces que recuperé mi voz y grité con todas mis fuerzas antes de desmayarme.

 Eventualmente me encontraron y me trasladaron al hospital más cercano. De allí me remitieron a un hospital en la ciudad donde vivo. Me hicieron exámenes de todo tipo y algunas cirugías ya que tenía cortes profundos un poco por todas partes. Cuando un día vino la policía a mi habitación del hospital, no pude sino sentir que me iban a dar una noticia horrible. Pero la verdad era que no sabían nada y querían que yo les dijese que había pasado. Les conté de mi problema de memoria y lo único que recordaba pero parecían no creer en nada de lo que yo les decía. Al final, me confirmaron que había sido asaltado sexualmente pero que no había como averiguar quien lo había hecho.

 Era algo que ya sabía entonces no me afectó tanto como la gente pensó que iba a ser. De hecho, algunos se preguntaron si no estaría yo mal de la cabeza por tener una reacción tan pasiva a una noticia tan dura. Lo grave fue que mi cerebro pareció entender esto como una nueva oportunidad para traicionarme porque al otro día, de nuevo, desperté en un lugar que no conocía y tenía pedazos que iban y venían pero parecían ser menos violentos que antes. Cuando me di cuenta, estaba desnudo en un parque y cuando alguien me descubrió, pensó que era algún pervertido y la policía vino a llevarme.

 No fue mucho el tiempo que pasé en la celda. Solo una noche, una sola noche en la que la policía no hizo nada sino tratar de procesarme pero no tenían como. Me mandaron a mi casa y estuve agradecido por ello porque yo solo quería descansar. Era increíble pero a pesar de haberme quedado dormido varias veces en los últimos días, no sentía nada de descanso en el cuerpo. Más bien lo contrario. Fue a la tercera vez, cuando amanecí desnudo en una casa desconocida, que de verdad me asusté.

 Porque de nuevo estaba cubierto de sangre pero esta vez estaba en una casa, en una cama. Pero no eran las mías. Lo peor fue que a mi lado, había algo y contuve un grito al ver que eso que estaba allí había sido una persona. La sangre estaba por todos lados. Solo pude pensar que había sido yo y que estos apagones mentales se debían a que tenía otra personalidad, una mucho menos agradable que la normal. Había asesinado y no me quedé para averiguar quien era. Solo me lavé como pude, robé algo de ropa y de dinero y me fui. Era una casa pequeña en el campo y tuve que tomar un bus de una hora para llegar a mi casa.

 Lo primero que hice fue buscar los resultados de los exámenes que me habían hecho. Luego, hice una cita con una psicólogo particular quien era conocido por hacer sesiones de hipnosis. Decidí que era la única forma de sacar lo que estaba en mi cabeza, de estar frente a frente de lo que me estaba atormentando. Al fin y al cabo era ya no solo una víctima sino también un victimario, un asesino.

 La sesión dio sus frutos pero tal vez fue demasiado efectiva porque cuando volví a mis sentidos, el hombre estaba aterrorizado. Parecía que alguien lo había asaltado: tenía rasguños y golpes y me di cuenta que yo tenía sangre en las uñas y los nudillos raspados. No tuve tiempo de decir nada. El hombre llamó a un instituto psiquiátrico y me internaron. Estoy aquí desde hace tres meses y no parece que vaya a salir muy pronto. Nadie ha venido a visitarme así que no sé si mis padres sepan que estoy aquí, si sepan que estoy loco y que he matado gente.

 Sin embargo, en la soledad de mi habitación, he aprendido a calmarme y a aprender sobre lo que me pasa. Todavía sucede que me duermo y aparezco cubierto de rasguños y hay saliva y semen y sangre por todas partes. Los enfermeros y otros enfermos dicen que hago ruidos horribles en la noche y que parezco un animal en celo, yendo de pared a pared como un lobo con rabia.


 No sé que tengo adentro pero quisiera sacármelo. Nunca me había sentido loco pero ahora empiezo a pensar que tal vez lo esté. No sé si tengo a alguien más adentro o si soy yo el que hago todo y me lo niego. Pero sé que lo que más deseo es que, algún día, eso que tengo dentro me traicione de verdad y decida matarme. No veo otra salida.

domingo, 22 de marzo de 2015

Las torres de Valle Alto

   Desde hace siglos, tres torres se alzaban por encima del enorme bosque que cubría gran parte del Valle Alto. Lo llamaban así porque era uno de los tres valles, atravesados por el mismo río, que formaban el único centro de población de este mundo. O al menos de este lado del mundo porque nadie nunca había ido más allá de las montañas y nadie, tampoco, habían llegado de esas desconocidas tierras. Lo único que parecía conectar a los habitantes del Valle Alto con el resto del mundo, eran las tres torres del bosque, que se alzaban dos centenares de metros sobre la espesa capa verde.

 Los habitantes de los otros valles, que venían seguido a comerciar y a visitar familiares, gustaban de ir a ver las torres, recorrerlas en todo su interior y tratar de llegar lo más arriba posible. Pero nadie había llegado muy lejos ya que sus pulmones no estaban hechos para las alturas y a los cincuenta metros ya estaban exhaustos. Se dice que una mujer llegó a los primeros cien metros pero ella ya no existe y nadie puede estar muy seguro de esa historia.

Las torres estaban dispuestas en un triangulo, en el bosque que quedaba al norte de todo el Valle. Eso era lo único que sabían los habitantes de la zona. No había torres ni en Valle Medio ni en Valle Bajo y los antiguos manuscritos no decían nada de torres en el mundo. Era como si, de un día para otro, hubieran aparecido allí semejantes estructuras como si nada. Más de un erudito del Valle había ido a investigar pero las torres no tenían escritos sobre la piedra, ni símbolo alguno en sus paredes. Mucha gente decía que en lo más alto debía haber un mirador y que allí vivía un sabio que tenía miles de años.

 Por supuesto, esa era otra fantasía de los habitantes del Valle porque nadie tenía ni idea de que había en la punta de cada una de las torres. Con elementos rudimentarios, la gente tenía binoculares y telescopios incluso pero con nada notaron cosas raras en la parte alta de las torres. Lo extraño, que sí parecía ocurrir con frecuencia, era que en días soleados la punta de cada una de las estructuras empezaba a brillar. Era como si allí arriba hubiese un espejo o algo por el estilo. Por eso mucha gente inventaba historias, de una gran biblioteca en la punta de cada torre, o de los aposentos de un mago que los protegía del mal de más allá de las montañas.

 Esa era otra parte importante de todo el asunto: los habitantes del Valle no eran tan curiosos como uno creería. Esto era obvio al darse uno cuenta que solo un puñado había visitado las altas montañas que cerraban sus valles. Algunos de esos picos quedaban cubiertos de nieve en invierno y no parecían estar tan lejos. Pero la gente solo llegaba al pie de la montaña, donde pudiesen construir casas o cultivar. Como se dijo antes, no eran amantes de la altura y no tenían intención alguna de ponerse a desafiar sus cuerpos. Además, no eran exploradores natos y los que lo eran solían ser vistos como locos, queriendo escapar de las muchas tareas que tenían que cumplir.

 Cada valle estaba conectado al siguiente por un cañón estrecho en el que los habitantes, durante milenios, crearon caminos al borde del abismo para conectar las tres partes de lo que se llamaba el Gran Valle o, para la mayoría el Mundo. Porque no había manera de saber que habían más que estos valles, no había como tener constancia de que alguien vivía más allá de las montañas. Los más inteligentes de entre ellos, sabían que el mundo era uno de, probablemente, muchos planetas en el universo y que era probable de que hubiera vida en otro sitios, incluso en ese mismo mundo. Pero también era posible que su valle fuera la única isla de vida en muchos kilómetros, tal vez millones.

 Así que era entendible que nadie en todo el valle se preocupase mucho por las grandes preguntas de la vida. Simplemente habían aprendido a vivir sin tener que saberlo todo. Se contentaban con tener pan en la mesa y con ser felices. Eso era lo más importante en la cultura de los Valles, que entre sí eran algo distintos pero en eso eran idénticos: todo el mundo tenía el derecho e incluso el deber, de ser feliz. Y esto era porque sabían que no había más en el mundo que valiera la pena. Ellos no sabían de dinero ni de avaricia, lo que los hacía más únicos todavía, sin ellos saberlo.

 Un día, por supuesto inesperado para todos, una de las torres empezó a brillar más que las demás. Lo curioso era que casi no había sol y el brillo siguió hasta la noche. Se podía decir que era como un faro, del que solo había uno en Valle Alto, para los pocos barcos pesqueros que se adentraban algunos kilómetros en el mar. La diferencia era que ese faro tenía unos veinte metros de altura y este doscientos. La torre brilló igual por días y días hasta que la gente se acostumbró y ya no le hice mucho caso.

 Esto hasta que la segunda torre empezara a brillar y se dieran cuenta, en la noche, que una no apuntaba al mismo sitio que la otra. Apuntaban su haz de luz a un punto indefinido más allá de las montañas y se quedaba así todo el tiempo, sin moverse como lo haría un faro normal. Con el segundo haz de luz, la gente se empezó a asustar: nunca había pasado nada similar y no les gustaba que pasaran cosas que no se pudiesen explicar de manera sencilla. Los más brillantes se congregaron en el bosque, con catalejos, haciendo cálculos y hablando con los pocos que habían subido alguna montaña, que sabía casi lo mismo que los demás.

 Entonces, un mes después de que brillara la primera luz, brillo la tercera torre y entonces hubo pánico general entre los habitantes del Gran Valle. Incluso los que vivían de la pesca en las aguas poco profundas del Mar, que seguro era más grande de lo que ellos sabían, habían decidido dejar de entrar en el mar y mejor ayudar a sus mujeres en los campos o haciendo otras cosas que no conllevaran un riesgo muy grande. Las luces brillaron y la gente seguía asustada hasta que, de repente, se fueron apagando una a una, a lo largo del mismo tiempo que habían tomado para apagarse.

 Cuando la tercera torre se apagó, todos en el Valle Alto vitorearon y pudieron sentirse a salvo y seguros de nuevo. Pero ese sentimiento duró poco. A la mañana siguiente de apagarse la última luz, se reportó el encuentro de una persona en el extremo más al norte del bosque. Los habitantes de la región tenían grupos de leñadores que hacían recorridos regulares por las zonas boscosas para traer madera los pueblos para el invierno pero ese día no trajeron troncos sino a una mujer.

 La mujer tenía los pies rojos y los médicos pronto dijeron que había muerto del cansancio, de tanto correr. De hecho, no podían estar seguros de que estaba muerta porque, la verdad era, que la mujer era muy diferente a ellos. Lo más obvio era la altura, les llevaba por lo menos unos sesenta centímetros de altura y llevaba el pelo bastante corto, cortado con algún cuchillo mal afilado por lo que se podía ver. Vestía pieles de animales como ropa y parecía no haberse bañado en varios días.

 Fue una enferma quien se dio cuenta de otro detalle: la mujer había sido encontrada en posición fetal en el bosque, según los leñadores. Pues bien, una de las enfermeras concluyó, correctamente, que esto se debía a que venía cargando a una cría, un hijo. Estaba tan bien arropado entre las pieles que no había sido sorpresa que no se hubieran dado cuenta de que estaba allí. El bebé, mucho más grande que los bebés a los que ellos estaban acostumbrados, los miraba con curiosidad y lloró con fuerza, lo que alivió a los médicos, que creyeron que podía estar enfermo.

 La criatura fue alimentada con leche de vacas del Valle Medio, que todos reconocían por su riqueza alimenticia. La mujer fue enterrada en los lindes del bosque. Los doctores revisaron el cuerpo varias veces para confirmar su muerte y al final era obvio que jamás iba a despertar. Fueron los eruditos quienes entraron a la discusión, después de que el bebé fuese presentado a la sociedad en pleno. Ellos decían que esos gigantes debían venir de lejos porque nadie conocía de gente así, tan alta y con aspecto salvaje. Muchos concluyeron que la llegada de madre e hijo no era nada bueno para el Gran Valle pero muchos otros, al ver a la bebé, no creyeron eso.

 El bebé creció bastante y pronto no pudieron alzarlo más. Le hicieron un corral especial y le daban leche y pan todos los días. A veces probaban con platillos más elaborados pero el niño no los comía. Así pasaron las cosas durante un par de meses hasta que, de nuevo, los leñadores reportaron extraños en el bosque. Pero esta vez no se trataba de una mujer y su bebé sino de hombres salvajes y más de sus mujeres e hijos. Eran por lo menos unos cincuenta y todos estaban exhaustos pero ninguno de ellos estaba tan grave como lo había estado la madre del bebé.

 Los habitantes de Valle fueron a saludarlos, tratando de ser amables pero estando tremendamente asustados. Pero la reunión terminó pronto cuando los extranjeros empezaron a quejarse, y colapsaron en el suelo, algunos llorando y otros cansados. La gente del Valle los ayudó y, cuando estuvieron mejor, les explicaron su historia. Resultaba que las torres tenían pares en otros lugares del mundo y uno de esos lugares era el desierto en el que ellos vivían. Según la leyenda, si alguna vez se prendía la torre ello indicaba que el mundo iba a cambiar y que debían seguir la luz para salvarse. Y eso habían hecho. Entonces, asustados, les dijeron que notaron más luces y que iban a venir más seres y que era probable que no todos fuesen como ellos.


 Temiendo por su seguridad, la gente del Valle empezó a organizarse, por primera vez en su Historia, para defenderse.