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miércoles, 7 de septiembre de 2016

Un día mejor

   El café se había enfriado hacía ya un buen rato. En el local, uno de los meseros estaba prendiendo cada una de las velas en las mesas. Quitaba la cobertura de vidrio en forma de globo y prendía con un encendedor el fuego que cubría de nuevo con el vidrio. Esto lo hizo bastantes veces hasta que todo el local quedó iluminado con esa luz naranja y algo mortecina. La luz de día estaba muriendo y, al parecer, era mejor reemplazarla con cualquier cosa que usar luz artificial potente.

 Cuando el joven que lo había atendido vino a llevarse el café, Pedro no sabía si pedirle que le calentara el café para estar más tiempo o si debía usar el camino de la dignidad, un camino que rara vez usaba, e irse a casa a hacer algo más productivo que esperar por alguien que obviamente no iba a venir. El mesero se llevó el café y regresó minutos después con el recibo correspondiente en el que le cobraban a Pedro las tres tazas de café consumida o, mejor dicho, pedidas.

 Pedro se levantó de la silla metálica, y se retiró pronto del local. Las calles ya estaban iluminadas con una luz blanca potente pero a él eso le importa muy poco. Lo único que ocupaba su mente era su razón para haberse quedado allí todo ese tiempo. Esperaba a una persona que no había visto hacía años. Por eso no estaba tan molesto como si hubiese sido alguien que de verdad conociera pero igual era una situación muy extraña, algo decepcionante.

 Habían quedado de verse pues Miguel parecía tener muchas ganas de ver a Pedro y así poder recordar viejos tiempos. Pero nada de eso había pasado. Mientras caminaba a casa, Pedro se dio cuenta que había hecho una excepción a su propia regla de evitar a toda costa hablar con gente de su pasado que pudiese no ser completamente objetiva o graciosa. Si no había de las dos cosas, no era interesante.

 Pedro llegó a su casa caminado, sin haberse dado cuenta. Tenía tanta rabia y pensaba tantas cosas que ni se había dado cuenta de todo lo que había caminado. Entró al supermercado cerca de su casa por unas cosas y luego sí se encaminó a su hogar. La verdad era que tenía mucha hambre pues se había saltado el almuerzo para poder comer algo con su compañero pero ese había sido otro error.

Compró una pizza congelada y dos latas de cerveza.  Pagó y en unos cinco minutos estaba en su apartamento. Para su sorpresa, cayó rendido en el sofá. Dejo la bolsa en el suelo y así, en la oscuridad de una noche sin estrellas, Pedro se quedó profundamente dormido. No tuvo sueños ni nada parecido, solo un sueño bastante plácido.

 Despertó al otro día, todavía vestido y con dolor de cuello por a extraña posición en la que se había acomodado en el sofá. Menos mal que cuando despertó eran apenas las siete de la mañana de un sábado. Como no trabajaba ni le debía nada a nadie, decidió irse a la cama de verdad y dormir por un rato largo de la mejor manera posible. Al fin y al cabo que se sentía cansado, incluso antes de lo del café. Era como si tuviera algo sentado encima que se rehusaba a moverse.

 Cuando despertó por fin eran las once de la mañana. Antes de hacer el desayuno, guardó la pizza que se había ido descongelando en el suelo de la sala y la cerveza que estaba algo tibia. Fue mientras vertía la leche sobre el cereal que escuchó el escandalo que hacía su celular desde la habitación. Pero estaba tan descansado y en paz que decidió no contestar. Tal vez sería otra vez Miguel para disculparse, algo que a él no le interesaba en nada. O tal vez era de trabajo y no quería saber nada de ello por algunas horas.

 Comió su cereal frente a la televisión, mientras veía un programa de esos que hay miles, en los que muestran como es la vida salvaje de algún lugar remoto del mundo. Estaba muy tranquilo con las imágenes y entonces de nuevo el timbre de su celular. Estuvo de verdad tentado a contestar, tanto así que se había puesto de pie sin darse cuenta, pero no podía caer en la trampa de dejarse convencer por argumentos vacíos. Debía hacerse respetar de alguna manera.

Cuando acabó de desayunar, fue a la habitación y guardó el celular en un cajón lleno de ropa, así el ruido no sería escuchado por todos lados si llamaban de nuevo.  Se ducho por un largo rato y, al salir, tuvo ganas de dormir otra siesta pero tal vez no sería la mejor opción estar durmiendo así que se decidió por ver en sus correos si las llamadas habían sido de trabajo. Si era dar respuesta a dudas de sus clientes, no sería nada difícil contestar en un momento  y seguir adelante.

 Pero en ninguna de sus cuentas de correo había nada de verdad importante. Así que no eran la razón para que su celular se moviera como loco. Como no tenía trabajo, decidió que sería un día nada más para él. Vio toda una película que había estado posponiendo durante varios días y luego salió a comer a un restaurante cercano que servía una comida muy rica.

 Fue un día bastante bueno para Pedro. Cuando volvió a casa, después de buscar en un centro comercial el regalo para su el cumpleaños de su sobrina el fin de semana siguiente, se dirigió a su habitación y sacó el celular de entre las varias capas de ropa gruesas entre las que descansaba. Se sentó en la cama para revisarlo.

 Habían mensajes de texto, llamadas perdidas y mensajes en escritos en varias aplicaciones. De hecho, la llamada más reciente había entrado hacía apenas diez minutos, por lo que una nueva llamada era inminente. Aunque sintió algo de lástima por Miguel, había tenido todo el día para pensar que no era una persona que se mereciera su amistad. Ni siquiera habían sido capaces de mantener una amistad ni nada parecido, eran solo gente que iban al mismo lugar por varios años consecutivos pero esa es la misma experiencia de vida de todo el mundo con el colegio.

 Pedro dejó el celular en el escondite entre la ropa gruesa y cerró con fuerza el cajón. Le daba un poco de rabia que Miguel fuese tan insistente: era como si se le olvidara que no eran amigos de nada y que no podía llegar así como así. Pedro trató de olvidar lo ocurrido y decidió terminar su día con una ducha con agua tibia y una película más en la cama. El sueño casi no llega y, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, Pedro pudo escuchar un zumbido lejano.

 No tuvo que pensar por mucho tiempo para concluir que lo que escuchaba era sin duda su celular en el cajón. Vibraba con fuerza, como si hiciera temblar todo el armario. Obviamente eso no era posible para un objeto tan pequeño, pero para pedro era como si con cada vibración, aumentara la cantidad de gente que lo miraba con desaprobación por no contestar la llamada. Dudó por un tiempo largo, en el que la vibración se detuvo pero luego empezó de nuevo.

 Harto de la situación, Pedro se puso de pie de un golpe y se dirigió al armario para sacar el celular. Contestó pero antes de decir nada una voz le agradeció que contestar. Reconocía la voz de Miguel. Al comienzo no dijo nada más que eso y Pedro tuvo muchas ganas de colgar de nuevo. Pero luego, poco a poco, pareció recordar que estaban al teléfono y no por ahí en la calle. Empezó a hablar del pasado, de una vez, seguramente porque sabía que eso interesaría a Pedro.

 Estaba equivocado. Pedro no entendía en los más mínimo que era lo que Miguel quería de toda la situación. Había sido un maldito deportista en el colegio y parecía vestir exactamente lo mismo que entonces. Como siempre, su voz era monótona extremadamente aburridora. Era increíble pensar que alguien quisiera escuchar su voz todos los días.

 Pedro solucionó todo tomando el celular, abriendo su ventana y lanzando el aparato lo más lejos posible. Sabía que tendría que comprar uno nuevo, ojalá con otro número, pero es que a veces ver gente tan extraña que no tiene el mínimo sentido del respeto, no es algo que se pueda tomar a la ligera. De Miguel no supo más, pero le agradeció siempre ese día casi perfecto.

jueves, 3 de marzo de 2016

Vidas ocultas

   Del edificio salí solo pero contento. Tenía una sonrisa de tonto en la cara que me duró varias horas. Y todo porque había hecho que hace todo el mundo. O bueno, no exactamente pero casi. El caso es que me sentía orgulloso de mi mismo por alguna razón y, al tomar el a mi casa, seguía sonriendo.

 Pero días después ya no sonreía, ya no era lo mismo. El momento había pasado pues todas estas citas clandestinas eran eso, secretos que no le decía a nadie o a casi nadie y por lo tanto los debía yo guardar con el máximo recelo. Fue entonces que me di cuenta lo mucho que me molestaba estarme ocultando, como si hubiese hecho algo malo. Al fin y al cabo que no era nada grave. Lo que pasaba era que no era algo aceptado, algo bien visto y frente a eso sí que no se puede hacer nada. Y no era la primera vez que pasaba por eso, ya muchas veces y desde más joven me habían pasado cosas similares.

 Recuerdo que una de las primeras veces que quedé con alguien, creo que fue la primera de todas, me vestí de una forma tan rara que solo años después entendí que entonces no sabía nada de nada. No recuerdo bien que excusa di en casa para salir ni como fue que tomé la decisión. Tampoco recuerdo con claridad como conocí a la persona, solo sé que fue por medios electrónicos. En todo caso, llegué a un parque y allí nos vimos. O sería en otro lugar y después fuimos al parque? No lo sé, ese recuerdo se ha ido erosionando con el tiempo.

 El caso es que recuerdo el parque, la gente pasar y lo nervioso que yo estaba. Tenía puesto un saco de colores que hoy me parecería horrible, que no sé si jamás volví a usar. El chico con el que me encontré, creo que algo mayor, tampoco me gustaría hoy. Pero creo que entonces no se trataba de eso sino de vivir la experiencia, de lanzarme de una vez al vacío de una vida que yo sabía que siempre iba a ser de esa manera. Siempre iba a tener que ocultarme así que porqué no empezar pronto?

 Hoy, a pesar de que lo sigo haciendo, me parece triste. En ese momento los nervios podían más que pensar en cualquier cosas. Creo que en lo poco que nos vimos ese día, solo hablamos. Él tenía acento y yo solo pensaba en como volver a mi casa. No recuerdo si me invitó a la suya o solo sugirió ir algún día. No lo sé y creo que el recuerdo se ha perdido por alguna razón. Volví a casa con la experiencia hecha y creo que por un par de años no saldría de mi casa de nuevo. En esa época estaba en el colegio. No recuerdo que edad tenía pero sé que fue mucho antes de los diecisiete, primera vez que tuve relaciones con alguien. Era muy joven en todo caso, muy ignorante para haber hecho lo que hice.

 El caso es que así fue y solo hasta mucho después empecé a salir con personas pero siempre en la amabilidad de la oscuridad. A todos los conocía por Facebook o por algún chat de estos que abundaban en la época. Hoy en día me parece hasta gracioso no haberme topado con ningún hombre mayor o ningún mentiroso peligroso. Nunca pasó y no ha pasado recientemente tampoco. Porque sigo usando, muy de vez en cuando, las mismas herramientas o algunas nuevas que son básicamente lo mismo.

 Ese día de la sonrisa, cuando volví a casa, pensé en eso también. Incluso si ese asunto evolucionaba a algo más, las cosas en verdad no cambiarían pues siempre  tendríamos que vernos de esa manera, entre las sombras o en lugares donde nadie nos mirara. Por eso fui ese día a la casa de él y fui otras veces más. Por eso con los chicos con los que salí al comienzo lo hice a lugares que parecían islas en un mundo en el que estábamos casi sobrando, de alguna manera. Nunca lo pensé mucho entonces pero ahora entiendo que las cosas no han cambiado mucho y muchos seguimos detrás de bastidores, viendo a ver si podremos salir totalmente alguna vez.

 Lo digo porque yo, como muchas otras personas, no ocultamos tanto como otros. Nunca he tenido muchas amistades pero hoy en día no dudaría en contarle a ellas lo que me ha pasado, lo que he vivido, a quién he conocido y como lo he conocido. No me da vergüenza ni nada por el estilo porque no es nada de lo que tenga que avergonzarme. Claro que no puedo dar demasiados detalles porque a veces puedo ser muy gráfico, pero creo que incluso si lo fuese mis amistades sobrevivirían a ello.

 Eso me recuerda, que nunca tuve muchos amigos, mucho menos cuando empecé en todo esto de salir. Muchas personas no entenderán lo que digo porque habrán conocido a sus parejas y demás a través de amistades. Esa oportunidad jamás la tuve y no creo que la vaya a tener nunca. No solo porque sigo teniendo un circulo de amistades tremendamente cerrado sino también porque prefiero yo elegir a quien conozco y a quien no. Las personas que potencialmente tendrían un interés en mi que también conocen mis amistades, no son precisamente cantidades y cantidades. Más bien pocos por lo que eso aminora mucho las posibilidades.

 Porque lo que importa es que le gustes a alguien. No solo es buscar alguien que te guste a ti, en el sentido que sea. Porque eso es fácil, cualquiera puede ser interesante en potencia. Pero lo que no es fácil es encontrar esa persona que vea algo en ti que los demás no ven, sea lo que eso sea. Eso es algo muy extraño y muy especial. Pero es la mejor opción si se quiere conocer a alguien para algo más estable, cosa que no he tenido nunca pero siempre he creído que así debe ser. E incluso si es por una noche, es mejor si hay un gusto real y no solo es porque eres un ser vivo.

 Eso, de hecho, me ha sacado bastante de este como juego que es el asunto de salir. Quitando el hecho de no poder tomarse de las manos o darse un beso donde a uno se le de la gana, porque incluso en los países “avanzados” eso se da muy poco al comienzo,  es también un asunto de que seas tú el que causa interés y no nadie más.
Desde esa primera cita o incluso antes yo ya tenía problemas de imagen corporal, de autoestima, de verme diferente a los demás y no solo por ser homosexual. Era algo que iba mucho más allá y al mismo tiempo que era muy interno y difícil de exteriorizar. Además, cuando tienes ese problema, rara vez quieres que la gente se de cuenta. En el colegio, sobre todo, nadie quiere verse débil ya que los niños siempre han sido carroñeros. Les han enseñado, o tal vez simplemente les gusta, destrozar a otra gente para ellos ascender en la escala social. Eso lo noté claramente en mi adolescencia y creo que cualquiera puede hablar de cosas parecidas, si abre los ojos.

 Por eso hoy en día busco alguien que me quiera a mi y no a otro. Es decir, que le guste yo o no solo el hecho de que yo solo sea, tal vez, la única opción o el único cerca o diversas facilidades que los hombres, por ser hombres, buscan. En esto las mujeres lo tienen más claro pero como no soy mujer no entiendo como es que lo hacen funcionar. El caso es que eso hacen y les funciona a las mil maravillas. La mayoría son queridas, son buscadas por los hombres con los que están.

  Tengo que confesar que me he sentido usado en ocasiones. Tal como el condón que la gente usa para protegerse, me he sentido tirado a la basura después de que todo ha terminado. Es humillante y la gente parece no darse cuenta de lo pésimo que eso es. Por eso de un tiempo para acá prefiero ser yo el que tome la decisión y no estaría hoy con nadie que no demuestre interés alguno, sea para lo que sea.

 Yo citas no tengo hace mucho tiempo. En parte por lo que decía antes, porque no tengo una vida social que lo facilite, pero también porque sé hoy en día que valgo más de lo que alguna vez pensé que valía y sé que merezco que alguien de verdad quiera estar conmigo y no solo quiera estar con alguien. Volvemos al punto de esa vergüenza, de ese sentimiento de estar oculto y de correr para un lado y otro como una rata. Yo ya no quiero eso.

 Es cierto que incluso hoy en día muy pocas parejas, a menos que lleven un buen tiempo, demuestran su cariño en público. Muy diferente esto con parejas de mujeres con hombres. Todavía estamos escondidos viviendo vidas ocultas que tratamos de usar hoy como ventaja. Ya no son pesos muertos, vidas de pena y congoja sino elementos que podemos usar para mejorarnos de mil maneras y vivir una vida algo más a nuestro gusto.


 No salgo con nadie pero tampoco me veo clandestinamente con nadie. Sigo teniendo los mismos problemas de autoestima pero tengo que decir que me quiero más ahora que en esos viejos tiempos de la escuela. Me siento listo para mucho pero no me apuro para conseguirlo. El punto es que sé cuanto valgo e incluso en las sombras, lo recuerdo y lo hago saber. Uso esa vida oculta como un laboratorio que me prepara para el mundo y prepara al mundo para mí. Al fin y al cabo, no es tan malo sonreír y que nadie sepa porqué.

martes, 10 de noviembre de 2015

A sus pies

   El pobre de Jaime había trabajado en la tienda de zapatos por tanto tiempo, que los pies y el calzado se habían vuelto su vida. Ya era un hombre que pasaba de los cuarenta y no se había casado, no había tenido hijos y, para dejarlo claro, no se había realizado como persona. Claro, nunca había definido en verdad que era lo que quería hacer con su vida. A veces su sueño parecía inclinarse a ser dueño de una tienda y otra veces era ser podólogo y poder ver los pies que necesitaba ver. Porque el detalle era que los necesitaba. Había ido ya a una psicólogo que le había dejado en claro que lo suyo era un fetiche y bastante fuerte. Eso sí, le garantizó que no era algo dañino y que solo en algunas ocasiones podía volverse algo de verdad incontrolable.

 La tienda para la que trabajaba Jaime era enorme, una de las más grandes de la ciudad que era bastante pequeña aunque tenía una vida comercial activa por estar ubicada cerca de una frontera nacional. Venían extranjeros seguido y todo porque la mano de obra era allí más barata y los zapatos también. Jaime era tan dedicado y sabía tanto del tema que no era solo un vendedor sino que supervisaba todas las áreas. Ese era su máximo logro en la vida: su jefe tenía tan claro que le encantaban los pies, que había utilizado esa obsesión para convertirlo en un experto. Jaime sabía de zapatos deportivos, de mujer, para hombre, para niños y sabía todo también del pie humano: sus partes, las funciones de cada una de ellas y como estaban mejor en un calzado que otro.

 Muchos pensaban que su obsesión era algo meramente físico y que su respuesta era de la misma naturaleza pero la verdad era mucho más que eso. Él tipo sentía un placer más allá de su cuerpo al ayudar a alguien a encontrar un calzado perfecto y más aún cuando le ponía el calzado a quién fuera. Obviamente las mujeres le eran especialmente atractivas por su delicadeza pero también habían hombres que le habían llamado la atención. Su obsesión era tal, que la mantenía a raya coleccionando fotos de revistas donde encontrara los mejores pies que hubiese visto. Era algo privado y jamás se lo había mostrado a nadie y pensaba nunca hacerlo pues era su manera de mantener todo a raya.

 Un día, sin embargo, conoció a una mujer en el trabajo. Una de esas extranjeras que venían a comprar calzado. Si somos sinceros, la mujer era más bien normal de cara y de cuerpo, no era una belleza ni mucho menos. Pero, como cosa rara, Jaime quedó prendado de sus pies. Y ella, que no era tonta, se dio cuenta de esto y le llamó la atención así que decidió coquetearle, pasándole los pies suavemente por la pierna mientras le ponía un calzado que había pedido o modelando atractivamente frente a un espejo. Y se daba cuenta que su técnica daba resultado, a juzgar por la mirada de idiota de él.

 Cuando se decidió por un par, le pasó a Jaime su tarjeta y le dijo que le encantaría cenar con él antes de volver a casa al día siguiente. Le dijo en que hotel se quedaba, la habitación y que lo esperaría en el restaurante del hotel a las nueve de la noche. Jaime estaba casi al borde del colapso pues ninguna mujer se le había acercado así nunca. Él era consciente de que ella no era la típica belleza pero igual era atractiva y sabía usar lo que tenía. Lo que no le quedaba muy claro del todo era porqué se había fijado en él. Sabía que no era un buen partido para nadie y, a diferencia de ella, él no era atractivo y era muy torpe tratando de atraer la atención sobre si mismo. Lo había comprobado hacía años cuando era más joven y ahora ya era muy viejo para ponerse en esas.

 En todo caso, esa noche se puso su mejor ropa (que no era más que un traje apropiado para entierros) y buscó los mejores zapatos para acompañar. No solo sabía de calzado y de pies, también le gustaba ponerse lo mejor que hubiera. Había ahorrado toda su vida y tenía piezas de calzado de las mejores marcas, hechas con los cueros más finos. Para esa noche se puso un par de zapatos negro tinta de una marca italiana que se caracterizaba por las formas que recibían sus zapatos al ser cosidos. Casi todos los pares eran únicos por ello. Eran los más caros que Jaime tenía en su clóset y no dudó en ponérselos esa noche pues sabía que era una ocasión especial, aunque no sabía porqué.

 Cuando llegó al hotel, se dio cuenta que era bastante antes de las nueve. La buscó a ella y no estaba así que se sentó en el bar y pidió whisky en las rocas para darse un poco de valentía. Su poco cabello se lo había peinado sobre la parte calva de su cabeza y se había esforzado por lucir una piel algo menos grasosa de lo normal. Verse en uno espejo que había sobre el bar le resultó algo fuerte pues se dio cuenta que parecía un tonto, creyendo que una mujer se había fijado en él de una manera física. Seguramente ella quería hacer negocio con la tienda o algo por el estilo y lo necesitaba a él para facilitarle algunos datos o algo por el estilo. Estaba seguro de que algo así debía de ser.

 Ella entró cuando él no podía estar más al fondo en sus penas. Y lo vio al instante y lo saludó animadamente. Ella sonreía y llevaba un vestido azul con flores y los zapatos rojos de tacón que había comprado esa misma tarde. Le dijo a Jaime que habían sido una excelente elección pues le quedaban como guante. Los modeló para Jaime que se olvidó por un instante su miseria interna y se dedicó a contemplar tan bellos pies en tan bellos zapatos. Ella sonrió por fin y lo invitó a que tomaran asiento en la mesa que había reservado. Cuando llegaron a ella, había un par de velas encendidas y el mesero les ayudó a sentarse.

 Lo primero que hicieron fue pedir vino. Ella dijo que quería el mejor de la casa. Jaime entonces pensó que tenía dinero pero que no quería gastar demasiado pues tenía todos sus movimientos monetarios bastante bien controlados. Sabía que si gastaba mucho en una cosa, debía gastar menos en otras. Por un momento ese pensamiento lo alejó de ella, hasta que la mujer le tomó una mano y lo miró a los ojos. Jaime no supo que decir y ella visiblemente no iba a pronunciar palabra. El gesto fue interrumpido por el mesero que abrió la botella frente a ellos y les hizo degustarlo antes de servir propiamente. Les entregó las cartas y los dejó a elegir su cena de la noche. Jaime todavía estaba algo nervioso, mientras paseaba sus ojos por la sección de ensaladas.

 Al final, se decidieron por calamares rellenos para él y trucha al limón para ella. Compartieron una entrada de alcachofas, de las que Jaime casi no como por estar pendiente de que la mujer no hiciera de nuevo de las suyas. Era lo normal que las mujeres lo pusieran nervioso pero ahora estaba peor que nunca y se arrepentía de haber aceptado la invitación. Cuando las alcachofas por se terminaron y la mesa quedó libre, ella de nuevo le tomó la mano con sorpresiva habilidad y le dijo que le tenía una propuesta que sabía le iba a encantar. Le dijo que no iba a decir palabra, que solo tenía que leer. De su bolso sacó un celular y se lo pasó cuando mostraba lo que ella quería que él viera.

 Eran fotos de pies. De todos los tipos de pies posibles. Unos al lado de los otros, de todo tipo de personas, de tamaños y de características. Mientras él veía las imágenes ella le decía que trabajaba para una firma que quería hacer el mejor calzado en el mundo, para cada pie y de la mejor forma posible. Querían hacer obras de arte con su calzado, elevando el estatus de este accesorio para vestir al máximo. Desde chanclas hasta zapatillas para ballet, para hombres, mujeres y niños y todos los demás. No había limite en lo que querían hacer y todo tenía una base clara. Ella le apretó la mano que tenía libre y le dijo que lo necesitaban a él, necesitaban a alguien que comprendiera.

 La comida llegó y entonces hablaron más, y Jaime se abrió a ella como si no pudiera contenerse. Le habló de los arcos del pie, de la complejidad de los dedos y de la sensibilidad de las plantas. Le dijo que el calzado era lo que definía, por completo, la vestimenta de una persona más que ninguna otra cosa que tuviese encima. Y ella le dio la razón y el dijo que ellos ya tenían expertos en la parte física del pie. Pero necesitaban a alguien que los amara, que se dedicara de corazón a ellos, para que les ayudase a diseñar los mejores modelos para las mejores ocasiones, siempre siendo únicos y particulares.


 Ella explicó que lo habían encontrado hacía un tiempo, en parte por su trabajo y en parte por sus búsquedas en internet. Él iba a preguntar que si eso no era ilegal pero se frenó porque se dio cuenta que no le importaba. Por fin tenía frente de él esa oportunidad de ser alguien, de realizarse por completo como ser humano. Y no la iba a desaprovechar por tecnicismos tontos. Le dijo a la mujer que la ayudaría en lo que pudiera y que aunque no era un experto, le encantaría hacer parte del proyecto. Mientras les ponían la comida en frente, ella le tocó la cara y le dijo que de hecho él sí era un experto y que sabía que lo que harían sería arte puro pues el amor de él por la idea, era verdadero.

sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.