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viernes, 20 de noviembre de 2015

Atravesar la tormenta

   La tormenta continuaba afuera. Los truenos se oían con fuerza y los relámpagos iluminaban la habitación sumergida en la oscuridad. Era pasada la medianoche y Juan y yo no estábamos dormidos, sino viendo una película para pasar el tiempo. La veíamos en un portátil y temíamos cuando llegase el aviso de batería baja. No había energía y si se acababa la batería, ya no habría más entretenimiento, al menos no del tipo fílmico.

 En efecto, el aviso de batería baja apareció de la nada y nos dio solo unos momentos más para disfrutar la película, que aunque no estaba buena, al menos nos distraía. Pasados unos cinco minutos, la pantalla murió y el cuarto quedó sumido en la total oscuridad.

 Era viernes en la noche, o mejor dicho, sábado en la madrugada. Dejamos el portátil de lado e hicimos lo único que tenía sentido: acostarnos a dormir. Lo gracioso era que no podíamos, ninguno de los dos tenía sueño a pesar de haber trabajado toda la semana. Nos quedamos en silencio, mirando el techo o la ventana, escuchando el golpeteo de las gotas de lluvia en la ventana o los truenos lejanos. El silencio era incomodo porque había lo que los gringos llaman “un elefante en la habitación”.

 En resumen, o me había puesto celoso y le había reclamado, tontamente, por haber estado hablando con uno de sus ex por teléfono. Yo había llegado a casa para encontrarlo en el sofá con una sonrisa tonta pero coqueta al mismo tiempo, con las piernas frente a él y la cabeza a ratos puesta sobre una de las rodillas. Eso fue antes de que se fuera la luz y me alegró cuando se cortó la llamada. De hecho, me alegró tanto que solté una carcajada que, luego me di cuenta, no tenía sentido de ser. Me disculpé pero eso no parecía haber arreglado nada.

 No voy a mentir. Cuando lo conocí, le pregunté por sus exnovios y mi emoción por estar con él se fue colapsando cuando me di cuenta que su vida amorosa había sido bastante prolífica, por decir lo menos. Además, no eran cualquier cosa los chicos con los que había estado. Entre ellos había atletas consolidados, ricos, modelos y demás. Cuando vi fotos no lo podía creer. Ese día no supe con cual de ellos había hablado pero eso era incluso peor pues me torturaba a mi mismo pensando cual de ellos podría ser.

 Fue entonces, mientras pensaba en todo eso, que él se levantó de la cama y fue al baño. No dije nada pero sabía, sentía, que se había puesto de pie porque estaba incomodo. Era mejor dejar que todo fluyera y no forzar nada, no quería alejarlo más, no después de la carcajada. Lo había tratado de enmendar con la película, que era la única que tenía de comedia en el portátil, pero creo que esa idea no había funcionado tan bien como yo esperaba.

 Yo también tuve que levantarme e ir a ponerme una camiseta. Normalmente dormía solo en ropa interior, pero la lluvia había hecho que el clima fuese mucho más frío que de costumbre, así que busqué alguna que sirviera para dormir. Antes, sin embargo, abrí el lado de él del closet y vi su ropa y sentí su olor en ella. Me di cuenta que había sido más que un idiota y que lo que más quería ahora era darle un abrazo y no dejarlo ir nunca.

 Me daba miedo, era obvio, que un día él desapareciera con uno de esos modelos que conocía. Había visto fotos y él era como ellos, se veían bien juntos y eso me trastornaba la cabeza, me daba vueltas y vueltas, me volvía loco. Era una tontería pero de todas maneras, eso era lo que yo hacía siempre: obsesionarme poco a poco con cosas que seguramente no tenían importancia pero que para mi parecían tener todo el foco de atención.

 Abrí uno de mis cajones, saqué una camiseta de mangas largas y me la puse lentamente. En el baño no se oía nada y me preocupé pero no tenía las agallas para ir y disculparme, no tenía la fuerza para golpear esa puerta y decir que estaba equivocado. Porque no era la primera vez que tenía celos de su vida pasada, no era la primera vez que quería morirme al darme cuenta que Juan era mucho más de lo que yo merecía, o al meno eso sentía con frecuencia. No solo era un hombre hermoso físicamente, sino que su mente y su corazón eran tan sinceros que daba miedo. Yo nunca sería así y me sentía en desventaja.

 Me acerqué a la ventana y sentí el frío en la cara, como si estuviera afuera. La tormenta había amainado un poco pero de todas maneras miles de litros de agua caían sin parar sobre la ciudad. Había pocas luces y daban un sentimiento de ciudad perdida, de lugar alejado de todo y de todo. La energía seguramente volvería cuando  todo estuviese más calmado y no hubiese riesgo de problemas. Mientras tanto la ciudad seguiría sumida en la oscuridad y la gente de debería utilizar otros recursos para iluminar sus hogares, si es que estaban despiertos.

 En la habitación todo estaba completamente oscuro y si no hubiese sido por la luna, la oscuridad sería total. Alcé la mirada y la vi allá arriba, enorme y hermosa como siempre. Al ver su inmensidad y brillo, pedí tener mayor control de mi mismo y pedí entender que era lo que me unía a él además del amor. Porque como dicen por ahí, el amor no lo es todo. El amor puede que aguante todo pero nosotros puede que no lo aguantemos a él por tanto tiempo. Necesitaba saber si él me quería todavía.

 La luna no decía nada, pues no tenía como. Yo me quedé mirándola por varios minutos hasta que, por fin, hubo ruido que provenía del baño. Voltee la cara hacia la luna de nuevo, para que él no notara que había estado pendiente pero eso era una tontería. Entonces me di la vuelta y sonreí.

 Él estaba desnudo ante mi y se acercaba lentamente. Era perfecto, sin nada que yo ni nadie desearan poner o quitar. Para mi era el ser más hermoso de la Tierra y nada de nadie podría cambiar eso. De pronto los celos desaparecieron y, apenas lo tuve a pocos centímetros, supe que me amaba y la luna sería testigo de ello, como muchas otras veces antes.

 Aunque nos besamos cerca de la ventana, al tocar su piel me di cuenta de que el frio lo tenía con la piel de gallina. Así que nos tomamos de las manos y caminamos a la cama, donde me despojé de mi ropa y compartimos nuestro calor bajo las sabanas y las cobijas que nos protegían del penetrante viento que soplaba entre las gotas de tormenta. Los truenos resonaron cerca de nuevo y los relámpagos nos iluminaron en momentos que en el mundo, para nosotros, no había nadie ni nada más.

 La lluvia también se volvió más fuerte y se pudo escuchar el silbido del viento, como el de un espíritu que deambula en las noches más accidentadas buscando almas perdidas en las rendijas de la noche. Las moles de acero y cemento se mantenían quietas, impávidas ante el clima que parecía empeorar cada segundo que pasaba. Seguramente llovería mucho más el resto de días.

 Su piel estaba fría al comienzo pero después fue tibia y más tarde caliente. Lo besé lentamente al comienzo, apretándolo con mi cuerpo para no dejar escapar nada de ese calor que ahora era tan útil. Además, lo hacía para sentirlo, para guardar en mi mente cada pequeño grano de información sobre su piel, sobre su cuerpo. Él hacía lo mismo, con su manos en mi espalda mientras nuestros besos se volvían algo más atrevidos.

 El sonido de la lluvia contra el vidrio le daba cierto tono especial a la escena, sobre todo cuando decidí que quería hacerlo sentirse feliz, contento, quería que sintiera lo que fuere que quisiera sentir y creo que lo logre. Su respiración cálida era mi recompensa y sus besos quedaron conmigo mucho más tiempo que los recuerdos de un pasado que yo no conocía y que, al fin y al cabo, no importaba.

 Al final, le di más besos y lo abracé fuerte. Habíamos atravesado la lluvia por un momento y había sido el mejor momento por ambos por un largo tiempo. Nos separamos un poco, nos aseamos y entonces hubo más besos pero suaves y mucho más dulces. Le dije que lo amaba y me dijo que lo sabía. Entonces me reí y lo abracé. Él se soltó de mi abrazo, se dio la vuelta y me pidió que durmiéramos así y así lo hicimos.


La lluvia en esa ocasión ganó la partida pues continuó por horas y horas. Tanto que la vimos en el desayuno y el almuerzo e incluso más allá. Seguramente trataríamos de atravesar la lluvia de nuevo pero, mientras tanto, me contentaba con saber que la tormenta era nuestra amiga.

miércoles, 13 de mayo de 2015

En el desierto

   Como pude, corrí por encima de terreno lleno de piedras y llegué hasta un caballo, que solté con rapidez de donde estaba amarrado. La verdad es que nunca había montado pero no había tiempo para tener lecciones. Era escapar o que me siguieran hasta el fin del mundo. El caballo parecía entender mi preocupación y afán y aceleró con premura hacia el desierto, internándose cada vez más entre las grandes rocas y  sobre el terreno que ya no estaba plagado de rocas de todos los tamaños sino de arena y de un polvo molesto que se metía por la nariz.

 Me hubiese gustado tener unos lentes o una bufanda para impedir quedar ciego por tanta suciedad pero no había como. Había tenido solo una oportunidad para escapar, para salir corriendo y no volver jamás, y en mi camino de escape no vi nada sino al caballo que parecía aburrido ahí amarrado y solo. De pronto por eso me había obedecido con tanta gana: debía estar horriblemente aburrido allí amarrado. Ahora corría con gracia, o por lo menos eso creía yo, cruzando el desierto. Yo me sostenía como podía y cada cierto tiempo miraba hacia atrás, no hay que me enemigo estuviese más cerca de lo que pensaba.

 Bueno, para ser exactos ese hombre no era mi enemigo. De hecho, no tenía idea de quién era. Pero seguramente él si sabía quién era yo y por eso había decidido llevarme de mi casa hasta este paraje lejano. Debía estar inconsciente por al menos un día porque el desierto y el clima del mismo no me resultaban para nada familiares. Ni las plantas ni nada más era algo que yo hubiese visto antes. Lo previsible era que me había sacado del país, de alguna manera, y me había llevado a una casa en la mitad de la nada. Porqué y para qué, eran cosas que yo todavía no sabía y quién sabe si lo sabría algún día.

 El caballo mantuvo el paso rápido durante la tarde hasta que empezó a oscurecer y estaba claro que no llegábamos a ningún lado. Cuando estuvo oscuro por completo, el caballo empezó a trotar y, cuando me di cuenta, se había detenido por completo. Moví las piernas y las riendas para que siguiera el camino pero el caballo me ignoró por completo. Movía las orejas con rapidez y la cabeza a un lado y al otro. Yo halaba y molestaba tanto que terminé por caerme del animal, dándome un golpe bastante fuerte en la cabeza.

 Por un segundo pensé que el animal me iba a dejar allí tirado pero no. El caballo trotó un poco más, yo detrás de él, hasta que llegó a la fuente de un sonido que él había escuchado pero yo, tal vez en mi apuro o preocupación, no había sentido. Se trataba de el murmullo de un pequeño curso de agua, un riachuelo delgado que discurría entre grandes piedras. Seguramente era uno de esos ríos temporales que se formaban por las lluvias muy ocasionales y como yo había estado, hasta hace poco, dormido, era posible que hubiese llovido mientras estaba inconsciente.

 El caballo agachó la cabeza y tomó agua. El pobre animal estaba sediento, cansado del largo viaje que habíamos tenido. Yo me le acerqué por un lado e hice lo mismo que él, tomando el agua entre mis manos. Era algo turbia pero por lo demás no parecía muy maligna que digamos, así que tomé un sorbo y luego más y más hasta que estuve satisfecho. Todo eso, para mí, pareció discurrir en un minuto o dos pero pasó mucho tiempo más porque no mucho después, cuando estaba quedándome dormido a un lado del caballo, el sol empezó a alumbrar el pequeño valle. El gritó ahogado que pegué hubiese atraído a quien estuviese cerca.

 En la noche había sido algo difícil de notar pero en el día era algo tan evidente como que el sol brilla. El piso del cañón estaba infestado de escorpiones. Parecía ser un sitio predilecto para su reproducción porque había montones, incluso un par encima de mi cuerpo que me quité sacudiéndome del susto. El caballo se puso de pie de golpe y me subí en él. No fue sino ajustarme un poco en el asiento para que el animal emprendiera el galope, aplastando cuanto bicho se le cruzaba hasta que dimos con la salida por la que, por equivocación, habíamos entrado la noche anterior. El sonido de los escorpiones aplastados por los cascos del caballo quedó en mi cabeza por un buen tiempo, hasta que estuvimos lejos del lugar.

 Bien podíamos haber estado galopando hacia la casa donde me habían tenido amarrado. El desierto parecía el mismo por todas partes y no había manera de saber exactamente para donde íbamos y de donde habíamos venido. Cuando se escapa de un secuestro, uno no se pone a pensar en que vendría bien llevarse del sitio. El puro miedo es el motor que lo mueve a uno a correr sin pensar adonde. Seguramente alguien con sangre más fría, con temple de acero, habría pensado en robar así fuera algo de comer pero yo no. Estaba muerto del susto.

 El hombre que me había tenido amarrado, y solo puedo asumir que haya sido un hombre porque no puedo estar seguro, no estaba cuando me desperté. Me demoré un buen rato quitándome las cuerdas con las que me había atado pero nunca llegó. Yo solo salí corriendo hacia el caballo y no supe de más nada. Adonde habría ido quién me estaba intimidando, quién me había sacado de mi casa contra mi voluntad y en un momento clave había desaparecido sin razón alguna? Porque no me cabía en la cabeza que un secuestrador se fuera de paseo en la mitad de su actividad. No tenía sentido. Pero en todo caso esa ausencia había sido mi oportunidad y la tomé, así no hubiese estado muy despierto.

  Todo ese día siguiente fue igual. El desierto parecía eterno y el sol había empezado a brillar con más intensidad. No hubo donde tomar agua, así estuviese infestado de escorpiones, y solo pudieron cubrirse del sol a la sombra de grandes rocas, como para no seguir deshidratándose. El tercer día del escape fue mucho mejor porque llegamos a un lago. Yo me lancé, con todo y ropa, y me bañé y tomé agua. Podía haber habido tiburones o cocodrilos y francamente no me hubiese importado. El agua era fría y el clima caliente, no podía ser mejor.

 Nos dimos cuenta, pasadas unas horas, que ese lago era un embalse de una ciudad cercana. Encontramos una carretera, solitaria, pero funcional y la seguimos hacia el lado opuesto del lago. Antes de caer la tarde, llegamos a una ciudad de tamaño medio y por fin pude respirar adecuadamente. Puedo jurar que estuve a punto de llorar pero no lo hice porque ya había mucha gente mirándome. De pronto porque no era muy frecuente andar a caballo por las vías destinadas a las automóviles. Como para fingir que no me daba cuenta de mi rareza, pregunté a varios donde estaba la comisaría de policía más cercana.

 Cuando por fin encontré el edificio, me bajé del caballo y lo dejé donde estaban los vehículos de los oficiales que había dentro de la comisaría. Entre nervioso pero no tuve que llamar la atención de nadie porque se me quedaron viendo como si estuviese loco cuando entré al recibir. Hablé con una joven policía y le expliqué que había escapado de mi captor en el desierto y que necesitaba ayuda para llegar a casa. Le dije donde vivía pero pareció no comprender. Llamó a un oficial mayor y tuve que contarle todo de nuevo. Él también se me quedó mirando pero al menos me hizo pasar a una oficina y me ofreció comida y agua.

 Me dejaron solo mientras verificaban mi historia y no los culpé por eso. Por fin volvió el hombre después de una horas. Me dijo que habían encontrado la denuncia de mi desaparición y me preguntó si me sentía bien, ya que las personas que habían estado tanto tiempo secuestradas, normalmente estaban en malas condiciones físicas. Le pregunté entonces cuanto tiempo había estado secuestrado. El hombre me miró raro de nuevo pero me aseguró que habían sido casi dos años.

 Lo siguiente que recuerdo fue despertar sobre una camilla. Pensé que estaba en un hospital pero una mujer que se me acercó al instante me dijo que estaba en la enfermería de la estación de policía. Me dijo que me había inyectado vitaminas y demás porque estaba muy mal y que me había revisado por completo. En efecto, tenía yo puesta una bata blanca y nada más. Sin razón aparente, le pregunté la mujer por mi caballo y me aseguró que iría a ver si estaba bien, pero sentí que solo lo decía por no alterarme.

 Dormí después más rato hasta que fue de noche. Me despertó el murmullo de unas voces afuera de la enfermería. De repente oí mi nombre y por el timbre de voz supe que eran el policía que me había atendido y la enfermera o doctora. Con cuidado, me bajé de la camilla sin hacer ruido y me acerqué con sigilo a la puerta. Desde allí se escuchaba todo con más claridad. Estaban discutiendo en voz queda pero yo los oía bien. Hablaban de mi imaginación, de que me había imaginado un caballo que no existía y de que estaba deshidratado y posiblemente trastornado por el sol. La doctora le dijo al policía que no era de sorprender, después de tanto tiempo de estar encerrado.

 Habían enviado ya policía al desierto, adonde yo había dicho que estaba la casa, pero todavía no se sabía si habían encontrado el lugar. La doctora le dijo al policía que, además, había algo importante en el caso y es que el secuestro no había sido motivado por dinero. El policía le preguntó como sabía y ella le respondió que tras los exámenes que me había hecho, había podido determinar que había habido violación constante por un largo periodo de tiempo.


 No me molesté en dejarme caer haciendo ruido, casi tan inerte como si hubiese estado muerto. Se me secó la garganta y deseé estar en el cañón de los escorpiones. En ese momento, de pronto, no pareció un lugar tan malo para estar.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Café en Júpiter

Lira trabajaba en una plantación de café. Era el trabajo que hacían sus padres y que sus abuelos habían iniciado en la región, así que era una tradición seguir con el mismo trabajo que por tres generaciones le había dado de comer a su familia.

A ella le encantaba recoger café ya que sentía que no era un trabajo duro sino todo lo contrario. Aunque obviamente había un esfuerzo físico e incluso mental, trabajar al aire libre le brindaba una paz especial que nada más le podía brindar. Sin embargo, las ambiciones de Lira iban mucho más allá de la plantación.

Desde que era pequeña, le encantaba quedarse afuera antes de acostarse, mirando el cielo. Al vivir en una región poco urbanizada, la noche siempre era estrellada. Un día que había acompañado a su padre a hacer algunas compras en la ciudad, le había pedido dinero para comprar un libro sobre constelaciones y demás temas de astronomía. Ese libro lo tenía consigo todas las noches al mirar el cielo, para identificar cualquier cosa que le llamara la atención.

Sin embargo, lo que más le gustaba era soñar. Y de mayor, este seguía siendo su mayor entretención. Había terminado la escuela hacía poco, sin honores pero tampoco desastrosamente, y había tomado la decisión de dejar la vida del café. Su familia, al comienzo, no compartió su entusiasmo. Sus hermanos le riñeron, argumentando que si ella tenía derecho a más ellos también, a lo que ella les preguntó porque nunca habían hecho lo que querían, si es que en verdad tenían otros deseos, alejados de los cafetales.

El dinero fue la razón con la que sus padres se negaron a pagar una educación superior que no involucrara su modo de vida actual. Ellos le proponían estudiar biología o agronomía, que en algunas universidades de la capital departamental podían resultar carreras más económicas. El sueño de Lira involucraba no solo un monto mucho mayor a pagar, sino también dejar el país y ellos no querían eso porque la temporada hacía que necesitasen de todas las manos que pudiesen conseguir.

Lira no se dio por vencida. Cada cierto tiempo le hablaba a sus padres de lo buena que era la carrera, lo prometedora que podría ser su vida si dejara el país para estudiar pero sus padres siempre volvían al tema del cultivo y cerraban el tema.

La chica empezó entonces a buscar y buscar opciones. Pero su familia pedía de ella más tiempo y casi no podía ni pensar. El trabajo había pasado de ser una distracción y un momento de tranquilidad a ser su mayor pesadilla al despertarse. Los pocos momentos que tenía para ella sola, los pasaba investigando.

Un fin de semana en el que su familia decidió dejarla tranquila, Lira subió en un bus y fue a la capital departamental. Allí pasó horas leyendo en la biblioteca y se llevó uno de ellos cuando sus ojos ya estaban demasiado cansados para seguir. Después de comprar un helado, pasó cerca a la universidad en la que sus padres querían que estudiara para seguir trabajando con café.

Aunque su subconsciente le pedía que entrara y echara un vistazo, su cuerpo se negó y siguió caminando. En un parque cercano se sentó y, mientras comía el helado, retomó su lectura. Era un libro dedicado al planeta Júpiter y sus lunas.

De nuevo empezó a imaginar, algo que no había hecho hacía mucho. Imaginaba que era una científica reconocida y que descubría el primer rastro de vida fuera de nuestro mundo. Soñaba despierta que era famosa e inteligente y que sus padres estaban orgullosos de ella.

De repente, un balón de fútbol la golpeó en la espalda y sus sueños desaparecieron. El dolor la hizo lanzar lo que quedaba del helado al suelo y cerrar su libro con fuerza. Cogió el balón, se puso de pie y lo pateó lejos, exactamente del lado opuesto al que estaban algunos estudiantes jugando. Muchos le gritaron cosas pero ella solo les hizo un gesto insultante con la mano y se fue de allí con su libro.

El dolor había despertado su rabia. Pero no era solo con los idiotas que le habían pegado sino con todo lo que sucedía a su alrededor: estaba amarrada una maldita plantación de café y no podría nunca salir de allí a menos que escapara y esa no era una opción sensata. Tendría que aguantar el resto de su vida el olor del café, que para ella ya era algo desagradable.

De pronto alguien le puso una mano en el hombre y ella gritó y se dio vuelta. Era uno de los chicos que jugaban fútbol en el parque. Ella lo miró con rabia e iba a seguir caminando cuando el se disculpó y preguntó si todavía le dolía la espalda. El chico mencionó que estudiaba medicina y podría llevarla a una revisión a la universidad, si no tenía algo que hacer.

Ella le respondió, en voz bastante alta, que no le interesaba ninguna ayuda de alguien que obviamente no tenía el más mínimo interés en la seguridad de nadie. Además, le dijo que ojalá nunca llegara a ser médica ya que temería por sus pacientes.

Lira se alejó pero el chico la siguió y le pidió disculpas por lo que había pasado.

 - Déjame invitarte algo de tomar. Solo eso.

Ella lo miró con rabia pero aceptó. No había podido terminar su helado en paz y la verdad era que hacía bastante calor.

Caminaron un poco hasta llegar a una cafetería pero ella se negó, diciendo que no quería nada con café. Entonces el chico se dio cuenta que al otro lado de la calle había una tienda de jugos y la invitó allí. El lugar era pequeño pero muy bonito y con varios sabores de jugos y batidos. Lira pidió uno de fresa con banano y él uno de lulo.

 - Mi nombre es Felipe.
 - Lira.

El asintió y tomó un poco de jugo. Miró el libro que la joven había puesto sobre la mesa y sonrió.

 - Estudias física o química?

Lira, que estaba bebiendo algo de jugo, lo miró directo a los ojos, pero ya no con rabia sino con sorpresa, como si Felipe le hubiera dado una idea.

 - Porque lo preguntas?

Él le explicó que la mayoría de jóvenes de la universidad que leían esos libros era porque estudiaban alguna de esas dos carreras o incluso ambas. Le contó de un chico en especial, uno de esos "niños genios", que tenía 15 años y estudiaba allí. Decía que su sueño era trabajar en un telescopio de los que había en Chile o Hawai.

Entonces Felipe le preguntó a ella que si le gustaba lo mismo o era solo por leer que tenía el libro. Ella le respondió hablando por varios minutos, en los que él puso atención a cada una de las palabras que ella decía, palabras apasionadas referentes a su sueño de ser una científica famosa, descubridora de mundos y secretos universales.

Cuando terminó, el chico tenía una tonta sonrisa en la cara y su jugo estaba terminado. Entonces Lira empezó a bombardearlo con preguntas sobre la universidad y Felipe las contestó como pudo. Al final, parecía que la chica estaba complacida. intercambiaron correos electrónicos y prometieron seguir en contacto, cada uno por razones distintas pero sin revelarlas al otro.

Camino a casa en el bus, Lira se dio cuenta de que había encontrado a la respuesta a sus problemas. Y, en efecto, sus padres finalmente aceptaron sus estudios fuera de la rama de lo agrícola para dedicarse a una doble carrera de física y química en la universidad donde estudiaba Felipe.
De allí se graduó de ambas carreras con honores, siempre estando dedicado al 100% a sus estudios y ayudando en casa cuando podía.

Lira se convirtió en una reconocida figura del mundo científico pero, a pesar de los años, nunca pudo retomar su relación con el café, que no podía oler sin que lo relacionara con sus deseos fallidos del pasado.