Los pies de Samuel estaban al borde del
sangrado. Estaba rojos, golpeados, adoloridos y sin embargo él parecía tener
energía que no paraba de fluir desde el centro de su cuerpo hacia su
extremidades. Pero también se notaba que algo fuera de él lo impulsaba a
moverse como lo hacía, a lo largo de todo el cuarto de baile, de pared a pared,
incluso a hacer ejercicios extraños en el sueño.
Su compañera ya estaba cansada y solo podía
verlo bailar como si no pudiera hacer más. Ella tomaba agua copiosamente y no
quería pensar en la presentación que tenían en pocos días. Ella claramente no
estaba tan obsesionada con todo esto como él. Para Samuel iba más allá que una
pasión: era más bien un deber con el mundo mostrar sus habilidades.
Había sido desde pequeño que había sentido por
primera vez ese impulso y no lo había dejado nunca. Adoraba ver el canal de
televisión de las artes, donde no solo había biografías de artistas
reconocidos, sino que a veces emitían una que otra obra de ballet o danza
moderna y él veía en ello algo que no había en nada más en su vida: veía
energía fluir por todos lados, veía al ser humano ser perfecto cuando no lo era
ni remotamente. Veía como los sueños se pueden cumplir, con esfuerzo.
Así que desde pequeño tuvo claro lo que debía
hacer. Les pidió a sus padres que lo metieran en la mejor escuela de danza y no
fue una sorpresa cuando empezó a ganar premios y a ser elegido para
protagonizar varias de las obras que hacían al final de cada semestre. A Samuel
nunca le importó si la gente hablaba o no. Como nada dependía de ellos, dejaba
que se burlaran de él porque sabía que él conocía cosas que ellos ni siquiera
soñarían.
Terminó la escuela un año antes de lo normal y
se metió de lleno en la mejor escuela de danza que pudo encontrar, en otro
país. Dejó a sus padres pero sabía que no era un precio muy alto a pagar por
cumplir sus sueños. A ellos los amaba y lloró mucho cuando se despidió. Habían
sido su motor y habían hecho posible que todo lo que quería hacer se cumpliera
y eso nunca lo olvidaría.
Ya en la nueva ciudad, tuvo que esforzarse el
triple y, en parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las
mejores salas casi todos los días para estar listo para la elección del
protagonista de la próxima obra. No iba a ser una elección fácil ya que todos
los que estudiaban allí lo hacían porque eran buenos no porque pudiesen pagar
la escuela.
Si algo había desestabilizado a Samuel alguna
vez, era el tener verdadera competencia. Jam ás
había tenido verdadera competencia de chicos tan buenos y dedicados como él
pero ahora se encontraba con al menos cinco que sabían muy bien lo que hacían y
que, como él, estaban blindados contra criticas y odios tontos. Al bailar, cada
uno de ellos parecía entrar en una dimensión distinta a la de los seres humanos
normales, donde solo la energía que los impulsaba era importante.
Pero, a diferencia de Samuel, esos otros chicos
se distraían con cosas distintas al baile. Algunos tenían novias, otros novios.
Algunos fumaban o incluso bebían. Pero no Samuel, él no quería ningún tipo de
distracciones. O bueno, ninguna que no tuviera que tener nada que ver con la
danza. Para distraerse del papel que buscaba obtener, Samuel a veces elegía una
canción contemporánea y la bailaba como mejor le pareciera.
Su distracción era entonces, básicamente, la
de hacer coreografías nuevas, que salían de su pura fascinación con la música y
el movimiento del cuerpo. Nunca las escribía ni se grababa pero podía recordar
cualquiera de las que hubiera inventado si alguien le pidiese bailarla en
cualquier momento. Creía que, al poder bailar algo más libre también, podría
tomar la danza como un todo y el bailar cualquier pieza sería fácil.
Cuando llegó el momento de las pruebas, como
era de esperarse, todos se esforzaron y dieron lo mejor de sí. Pero Samuel se
dio cuenta de que su dedicación y las distracciones de los demás le habían dado
la ventaja: sus compañeros no parecían tan entregados como cuando habían
llegado. Asumió que muchos de ellos venían de ciudades pequeñas y habían
preferido entregarse al monstruo urbano que dedicarse a lo que habían venido a
hacer.
Por el contrario, Samuel hizo una presentación
simplemente perfecta. Los jueces incluso lo aplaudieron al final, sabiendo que
podían estar mirando al próximo gran bailarín de danza clásica. No fue una
sorpresa, cuando publicaron el elenco de la obra, que él fuese elegido como
protagonista. Todos lo saludaban y felicitaban y a él simplemente no le
importaba. Todos era unos hipócritas, incluso las mujeres. Todos competían uno
contra el otro y no existía la felicidad por el prójimo.
De todas maneras, cuando llegó a casa ese día,
llamó a sus padres por video llamada y lloró como nunca al contarles lo que
había sucedido. Ellos también estaban muy felices por él y le prometieron ir a
visitarlo para el estreno de la obra, que sería en apenas dos meses. El chico
les agradeció y les dijo que los extrañaba mucho. Cuando se acostó esa noche,
se dio cuenta de que los extrañaba más de lo que se permitía pensar y eso era
porque eran sus únicos amigos.
Los siguientes meses fueron de gran presión y
esfuerzo. Hasta Samuel se sintió decaer en algunos momentos pero nadie dudó
nunca de su capacidad y, en cada ensayo, era como si lo diera todo de si, sin
importarle el dolor físico o mental, las miradas odiosas de algunos o los malos
deseos de quienes no habían logrado hacerse con el papel. Cansado y adolorido, era
todavía mejor que cualquiera de ellos y eso, lo hacía sentirse contento.
La semana del estreno, sus padres llegaron de
visita y esto logró darle una buena inyección de energía, que tanto necesitaba.
Solo tuvo algunos momentos para estar con ellos porque los ensayos eran cada
vez más exigentes y se debían hacer ahora con el vestuario propio de la obra lo
que era más difícil que lo que habían estado haciendo hasta ahora.
La noche del estreno, justo antes de empezar a
estirar y cambiarse, les dio un beso a cada uno de sus padres y les dijo que
les dedicaba cada minuto de la obra a ellos, que tenían dos de los mejores
asientos del lugar. Mientras se cambiaba y se aplicaba algo de maquillaje,
Samuel se dio cuenta que este era su gran momento, esto era lo que él había
estado esperando por tanto tiempo y sabía que la única manera de ser exitoso
era haciendo lo que siempre había hecho: canalizar la energía que tan bien
conocía y explotarla al máximo.
Sobra decir que todo salió a pedir de boca.
Samuel fue la estrella del espectáculo sin duda, poniendo al público al borde
su asiento cada cierto tiempo. Era atrevido y brillante, fuerte y sensible al
mismo tiempo. Era como ver el viento mismo pasearse a través del escenario, a
veces vil y destructivo y otras calmado y casi a punto de morir.
No hubo nadie en el recinto que no sintiera lo
mismo: el poder de la danza. Hubo tres ovaciones de pie para Samuel, quién
recibió dos grandes ramos de flores. El ruido por los aplausos, los chiflidos y
los gritos era ensordecedor y Samuel se dio cuenta de que eso era precisamente
lo que tanto había buscado. Ese ruido que parecía tener cuerpo, formado por la
energía de quienes habían visto su esfuerzo.
Los siguientes días los pasó con sus padres,
que simplemente no podían estar más orgullosos. El último día de su visita
fueron a un lago y tuvieron la idea de hacer un pequeño picnic. Hablaron de
todo un poco, de cómo estaba todo de vuelta en casa, de lo que venía en la
carrera de Samuel. Pero al final del día no había que hablar de más nada.
Cuando finalizaba la tarde, todos estaban
sentados al borde de un muelle, con los pies en el agua. Samuel miró a sus
padres, que estaban abrazados, y se dio cuenta de que ese amor entre ellos era lo
que le había dado su gran energía y que, en algún momento, debía de buscarla en
otro lado, seguramente en otra persona. No era algo que hubiese contemplado
nunca pero ese parecía ser su futuro. Pero el futuro estaba allá, lejos de su
alcance. Ya tendría tiempo de ocuparse de él.