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viernes, 7 de octubre de 2016

Paz

   Toda la gente sonríe. Es de los más extraño que he visto. Saludan de buena manera y se nota que no lo hacen por compromiso o porque les tocará por alguna razón. Lo hacen porque de verdad parecen estar motivados a hacerlo. Suena raro decirlo y puede que los haga parecer como monstruos pero es que la mayoría de veces las cosas no son así. O al menos no era así hasta hace unos meses en los que todo dio un vuelco bastante importante y ahora parece que todo el mundo siento en lo más profundo de su ser un compromiso con la calma.

 Al salir de la tienda también me doy cuenta de ello: la calle está llena de vehículos y, en otra época, todos estarían haciendo ruido como si este sirviera para empujar a los carros de adelante y hacer que el tráfico fluya. No, eso no pasa ahora. La masa de vehículos se mueven lentamente y en pocos minutos se diluye el tráfico pesado. Nadie hizo uso de su claxon ni de gritos ni de nada por el estilo. Era como ver una película de esas de los años cincuenta en que todo el mundo trata bien al prójimo. Excepto que los cincuenta fueron hace mucho tiempo.

 Aprieto mi mano alrededor de el asa de la bolsa de la tienda. Llevo algo de pan fresco, pasta, tomates y muchos otros ingredientes porque hoy soy yo el encargado de la cena. De hecho, comí algo ligero antes de venir a la tienda porque sé que va a quedar mucho para comer en la noche. Recuerdo esos tiempos en los que me cuidaba exageradamente haciendo mucho ejercicio de mañana y de noche. Ahora lo pasé todo a la mañana o sino no me da tiempo de hacer nada. Debo decir, con orgullo, que soy un hombre de casa y ese es mi oficio.

 Cuando pienso en eso siempre me da por mirar el anillo que tengo en el dedo anular de la mano derecha, la mano que ahora sostiene los alimentos. Peo no me distraigo por mucho rato porque o sino puede que me estrelle contra alguien o que tropiece contra algo. De hecho, como si fuera psíquico, me estrello contra un hombre gordo y voy a dar directo al suelo. Algunas de las cosas se salen de la bolsa y me pongo a recogerlas. Para sorpresa mía, una manos rojas me ofrecen mis tomates. Cuando miro su cara, es el hombre contra el que me he estrellado.

 Me disculpo y creo que soy yo el que está más rojo que nadie ahora. Le recibo los tomates y me disculpo de nuevo. Pero el hombre me dice que no es nada, que es algo que suele pasar y que tenga cuidado porque puede ser peligroso. Mientras el hombre se aleja, me le quedo mirando y pienso: ¿Qué le está pasando a la gente? Se oyen todos tan distintos, como a si todos los hubieran cambiado por unos muy parecidos pero mucho más calmados. Es casi la sinopsis de una película de extraterrestres. Sonrío para mi mismo y sigo mi camino.

 La tienda a la que voy me gusta porque vende los productos más frescos. Incluso la pasta está recién hecha ahí mismo. Lo único que no hacen son las cosas que ya vienen en envases pero de todas maneras es un lugar que siempre me ha encantado. Allí también me atendieron de la mejor manera el día de hoy y eso que antes había habido ocasiones en las que incluso la cajera parecía ignorar mi presencia frente a ella. Hoy, en cambio, una joven me siguió por todos lados recomendándome productos para usar esta noche.

 La verdad no sé que pasa pero sé que no me incomoda para nada. La gente solía ser grosera y cortante, como si todo el tiempo quisiera pelear con alguien, no importa si verbal o físicamente. De hecho, no era extraño oír discusiones en la calle o incluso en el mismo edificio donde vivo. En cambio ahora no se oye nada salvo las ocasionales risas o las alegrías y tristezas de los que ven los partidos de futbol, que no han cambiado en nada. En todo caso prefiero como son las cosas ahora aunque tengo que reconocer que no me acostumbro fácil.

 Mi hogar está bastante cerca de la tienda, a unos quince minutos caminando casi en línea recta. Siempre me ha gustado ver a la gente caminar por ahí, ver que hacen y que dicen y que hay en las calles en general. Me detengo siempre en varios locales para mirar lo que venden o para descansar un rato. No, no es que esté físicamente cansado sino que tengo tanto tiempo por delante que no quiero llegar tan rápido al apartamento. Es un día muy hermoso, de esos que casi no hay en una ciudad tan lluviosa y nublad como esta.

 Al sentarme en una banca, me doy cuenta del brillo del sol, de cómo acaricia el pasto y las caras de la gente. Es un sol gentil, no brusco ni invasivo. No me quema la cara sino que la acaricia con una suave capa de calor que a veces es tan necesario. De repente, a mi lado, se sienta una niña pequeña que lleva a su perrito amarrado con una cuerda rosa. Le sonrío cuando me mira y ella hace lo mismo. El perrito incluso parece sonreír también, aunque puede que eso sea más porque está cansado de caminar bajo el sol con su cuerpo peludo.

 Pasados unos segundos, me doy cuenta que la niña también descansa de su paseo. Y además me doy cuenta de otra cosa: está sola. Miro alrededor y no hay ningún hombre o mujer que parezca estar con ella. No hay nadie buscándola. La miro de nuevo pero esta vez está mirando un celular. Parece que mira un mapa o algo parecido. Trato de no mirar pero la situación es tan extraña que es casi imposible resistirse. Sin embargo, la niña se pone de pie de un brinco y empieza a caminar hacia la dirección opuesta a la mía. Sola, con su perrito detrás.

 Yo me pongo de pie poco después, cuando me rindo y dejo de tratar de entender como una niña tan pequeña puede estar por ahí sola, como si nada. La gente de verdad se ha vuelto loca o… O no. Ahora soy yo el que está siendo irracional. Ya en otros lugares del mundo he visto niños de esa edad con sus amigos o solos por la calle. Pero es aquí que me da pánico por ellos porque el pasado es así, nos somete a su voluntad incluso cuando, al parecer, no hay razones para temerle.

 Todavía me faltan unas cuadras más, en las que veo más personas. Hay ancianos que salen a aprovechar el hermoso sol de la tarde y mujeres embarazadas que hablan alegres con personas que aman. Hay más niños y grupos de hombre de corbata que hablan de algún partido y grupos de mujeres que hablan de lo que han leído en una revista. El chisme, al parecer, no es algo que muera tan fácil como las ganas de pelea. Supongo que la controversia siempre será atractiva, en su extraña manera. A mi no me interesa mucho que digamos.

 Mi edificio es alto y tiene dos torres. Cuando entro tengo que cruzar la recepción y luego un patio que separa esa zona de la torre donde vivo yo. En el patio hay juegos y en el momento que paso hay niños y niñeras. Todos me saludan, sin excepción. Yo hago lo mejor para ocultar mi sorpresa y saludar de la manera más alegre de la que soy capaz. No es que no pueda hacerlo sino que auténticamente sigo sorprendido por el cambio. Supongo que así somos los seres humanos, siempre tenemos esa capacidad innata de sorprender.

 Me subo al ascensor y justo detrás entra una mujer mayor. Ella vive en el quinto piso y yo en el décimo. En el viaje al quinto se pone a hablarme y me sorprende saber que ella también está contenta por el cambio. O sea que alguien más se ha dado cuenta. Me alegra de verdad saberlo y lo comento con ella y nos reímos. Pero el viaje se termina más rápido de lo previsto y me despido con una sonrisa verdadera y esperando que nos veamos pronto, ya que se siente bien saber quienes son los vecinos para poder confiar en ellos y no lo contrario.

 Cuando saco las llaves de mi bolsillo, oigo voces dentro del apartamento. Se supone que no hay nadie. Apenas entro, Andrés se me lanza encima y lo alzo en mis brazos, a pesar de que tengo la bolsa en la mano. Mientras nos abrazamos y él me cuenta algo de una película que estaba viendo, una mano toma la bolsa y me la quita. A él le doy un beso en los labios, más largo  que nunca. Me pregunta porqué estoy tan sonriente. Le digo que es un día muy hermoso y que no esperaba verlos tan pronto en casa. Anuncio la preparación de la cena. Antes de poner manos a la obra, los beso una vez más a cada uno, porque lo

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Un día mejor

   El café se había enfriado hacía ya un buen rato. En el local, uno de los meseros estaba prendiendo cada una de las velas en las mesas. Quitaba la cobertura de vidrio en forma de globo y prendía con un encendedor el fuego que cubría de nuevo con el vidrio. Esto lo hizo bastantes veces hasta que todo el local quedó iluminado con esa luz naranja y algo mortecina. La luz de día estaba muriendo y, al parecer, era mejor reemplazarla con cualquier cosa que usar luz artificial potente.

 Cuando el joven que lo había atendido vino a llevarse el café, Pedro no sabía si pedirle que le calentara el café para estar más tiempo o si debía usar el camino de la dignidad, un camino que rara vez usaba, e irse a casa a hacer algo más productivo que esperar por alguien que obviamente no iba a venir. El mesero se llevó el café y regresó minutos después con el recibo correspondiente en el que le cobraban a Pedro las tres tazas de café consumida o, mejor dicho, pedidas.

 Pedro se levantó de la silla metálica, y se retiró pronto del local. Las calles ya estaban iluminadas con una luz blanca potente pero a él eso le importa muy poco. Lo único que ocupaba su mente era su razón para haberse quedado allí todo ese tiempo. Esperaba a una persona que no había visto hacía años. Por eso no estaba tan molesto como si hubiese sido alguien que de verdad conociera pero igual era una situación muy extraña, algo decepcionante.

 Habían quedado de verse pues Miguel parecía tener muchas ganas de ver a Pedro y así poder recordar viejos tiempos. Pero nada de eso había pasado. Mientras caminaba a casa, Pedro se dio cuenta que había hecho una excepción a su propia regla de evitar a toda costa hablar con gente de su pasado que pudiese no ser completamente objetiva o graciosa. Si no había de las dos cosas, no era interesante.

 Pedro llegó a su casa caminado, sin haberse dado cuenta. Tenía tanta rabia y pensaba tantas cosas que ni se había dado cuenta de todo lo que había caminado. Entró al supermercado cerca de su casa por unas cosas y luego sí se encaminó a su hogar. La verdad era que tenía mucha hambre pues se había saltado el almuerzo para poder comer algo con su compañero pero ese había sido otro error.

Compró una pizza congelada y dos latas de cerveza.  Pagó y en unos cinco minutos estaba en su apartamento. Para su sorpresa, cayó rendido en el sofá. Dejo la bolsa en el suelo y así, en la oscuridad de una noche sin estrellas, Pedro se quedó profundamente dormido. No tuvo sueños ni nada parecido, solo un sueño bastante plácido.

 Despertó al otro día, todavía vestido y con dolor de cuello por a extraña posición en la que se había acomodado en el sofá. Menos mal que cuando despertó eran apenas las siete de la mañana de un sábado. Como no trabajaba ni le debía nada a nadie, decidió irse a la cama de verdad y dormir por un rato largo de la mejor manera posible. Al fin y al cabo que se sentía cansado, incluso antes de lo del café. Era como si tuviera algo sentado encima que se rehusaba a moverse.

 Cuando despertó por fin eran las once de la mañana. Antes de hacer el desayuno, guardó la pizza que se había ido descongelando en el suelo de la sala y la cerveza que estaba algo tibia. Fue mientras vertía la leche sobre el cereal que escuchó el escandalo que hacía su celular desde la habitación. Pero estaba tan descansado y en paz que decidió no contestar. Tal vez sería otra vez Miguel para disculparse, algo que a él no le interesaba en nada. O tal vez era de trabajo y no quería saber nada de ello por algunas horas.

 Comió su cereal frente a la televisión, mientras veía un programa de esos que hay miles, en los que muestran como es la vida salvaje de algún lugar remoto del mundo. Estaba muy tranquilo con las imágenes y entonces de nuevo el timbre de su celular. Estuvo de verdad tentado a contestar, tanto así que se había puesto de pie sin darse cuenta, pero no podía caer en la trampa de dejarse convencer por argumentos vacíos. Debía hacerse respetar de alguna manera.

Cuando acabó de desayunar, fue a la habitación y guardó el celular en un cajón lleno de ropa, así el ruido no sería escuchado por todos lados si llamaban de nuevo.  Se ducho por un largo rato y, al salir, tuvo ganas de dormir otra siesta pero tal vez no sería la mejor opción estar durmiendo así que se decidió por ver en sus correos si las llamadas habían sido de trabajo. Si era dar respuesta a dudas de sus clientes, no sería nada difícil contestar en un momento  y seguir adelante.

 Pero en ninguna de sus cuentas de correo había nada de verdad importante. Así que no eran la razón para que su celular se moviera como loco. Como no tenía trabajo, decidió que sería un día nada más para él. Vio toda una película que había estado posponiendo durante varios días y luego salió a comer a un restaurante cercano que servía una comida muy rica.

 Fue un día bastante bueno para Pedro. Cuando volvió a casa, después de buscar en un centro comercial el regalo para su el cumpleaños de su sobrina el fin de semana siguiente, se dirigió a su habitación y sacó el celular de entre las varias capas de ropa gruesas entre las que descansaba. Se sentó en la cama para revisarlo.

 Habían mensajes de texto, llamadas perdidas y mensajes en escritos en varias aplicaciones. De hecho, la llamada más reciente había entrado hacía apenas diez minutos, por lo que una nueva llamada era inminente. Aunque sintió algo de lástima por Miguel, había tenido todo el día para pensar que no era una persona que se mereciera su amistad. Ni siquiera habían sido capaces de mantener una amistad ni nada parecido, eran solo gente que iban al mismo lugar por varios años consecutivos pero esa es la misma experiencia de vida de todo el mundo con el colegio.

 Pedro dejó el celular en el escondite entre la ropa gruesa y cerró con fuerza el cajón. Le daba un poco de rabia que Miguel fuese tan insistente: era como si se le olvidara que no eran amigos de nada y que no podía llegar así como así. Pedro trató de olvidar lo ocurrido y decidió terminar su día con una ducha con agua tibia y una película más en la cama. El sueño casi no llega y, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, Pedro pudo escuchar un zumbido lejano.

 No tuvo que pensar por mucho tiempo para concluir que lo que escuchaba era sin duda su celular en el cajón. Vibraba con fuerza, como si hiciera temblar todo el armario. Obviamente eso no era posible para un objeto tan pequeño, pero para pedro era como si con cada vibración, aumentara la cantidad de gente que lo miraba con desaprobación por no contestar la llamada. Dudó por un tiempo largo, en el que la vibración se detuvo pero luego empezó de nuevo.

 Harto de la situación, Pedro se puso de pie de un golpe y se dirigió al armario para sacar el celular. Contestó pero antes de decir nada una voz le agradeció que contestar. Reconocía la voz de Miguel. Al comienzo no dijo nada más que eso y Pedro tuvo muchas ganas de colgar de nuevo. Pero luego, poco a poco, pareció recordar que estaban al teléfono y no por ahí en la calle. Empezó a hablar del pasado, de una vez, seguramente porque sabía que eso interesaría a Pedro.

 Estaba equivocado. Pedro no entendía en los más mínimo que era lo que Miguel quería de toda la situación. Había sido un maldito deportista en el colegio y parecía vestir exactamente lo mismo que entonces. Como siempre, su voz era monótona extremadamente aburridora. Era increíble pensar que alguien quisiera escuchar su voz todos los días.

 Pedro solucionó todo tomando el celular, abriendo su ventana y lanzando el aparato lo más lejos posible. Sabía que tendría que comprar uno nuevo, ojalá con otro número, pero es que a veces ver gente tan extraña que no tiene el mínimo sentido del respeto, no es algo que se pueda tomar a la ligera. De Miguel no supo más, pero le agradeció siempre ese día casi perfecto.

viernes, 12 de agosto de 2016

Contacto

   Gracias al traje que tenía puesto, el grito de Valeria no fue Oído por nadie. Los canales de radio estaban cerrados en ese momento y el control de misión estaba esperando a que fuesen reactivados después del corto viaje del equipo dentro de la nave extraterrestre. Valeria tuvo que recomponerse rápidamente y seguir caminando como si no hubiese visto nada pero la impresión la tenía caminando lentamente, como si en cualquier momento alguna de esas criaturas le fuese saltar al cuello.

 Pero no lo hicieron. A los que vieron por ahí no les importaba mucho la presencia del grupo de tres seres humanos. O al parecer ese era el caso. Parecían estar ocupados manejando la nave así que era entendible que no les pusieran atención. Además, era de asumirse que su civilización ya había logrado algo por el estilo anteriormente. En cambio para la Humanidad era solo la primera vez.

 Valeria, el soldado Calvin y el científico Rogers llegaron a un punto de chequeo o al menos eso lo parecía. Una de las criaturas estaba allí, de pie, como esperándolos. Las paredes se hacía más estrechas y les tocaba caminar de a uno, con mucho cuidado. Seguramente el pasillo tenía esa forma de embudo para prevenir un ataque o algún tipo de estampida. El ser que había en la parte más estrecha los observó con atención, o al menos eso habían sentido. No había dicho nada, solo los miraba. Cuando el grupo pasó, despareció.

 Llegaron a una zona muy abierta y no tuvieron que tener el canal de audio abierto para que fuera obvio el sentimiento que los embargaba: era la sorpresa, la incredulidad. Frente a ellos se extendía una hermosa selva. Los árboles eran un poco raros pero estaba claro que eran árboles. Fue en ese momento que restablecieron la comunicación y empezaron a transmitir para todo el mundo. Ese había sido el acuerdo con las criaturas.

 En cada casa del planeta Tierra, pudieron presenciar la belleza de un jardín extraterrestre: había flores flotantes y árboles que se movían según el ángulo de la luz. No había seres en esa zona y los astronautas se preguntaban porqué. Estaban fascinados por semejante lugar, un espacio totalmente inesperado en una nave que hasta ahora había sido bastante seca en su diseño y detalle.

 Se dieron la vuelta cuando se fijaron que los observaban. Allí, si se puede decir de pie, estaba uno de los seres. Más atrás, había otros dos. El ser que estaba más cerca de ellos se acercó lentamente y ellos se le quedaron mirando, fascinados. Cuando estuvo cerca, la criatura pareció cambiar de color y entonces hizo algo que no hubiesen esperado nunca: empezó a hablar en su idioma.

 Valeria era lingüista y antropóloga. Había sido elegida precisamente para tomar nota sobre cada uno de los componentes sociales de los extraterrestres. Su trabajo en la misión era dar información clara de las posibles bases del idioma extraterrestre y t también hacer conclusiones sobre sus costumbres y tradiciones más importantes. Al hablar en idioma humano, el ser había casi hecho obsoleto el punto de tener a Valeria en el equipo. Sus compañeros parecieron compartir el pensamiento pues la voltearon a mirar al instante.

 Las criaturas eran difíciles de comprender: no tenían piernas como las nuestras, más bien algo que parecían raíces pero más gruesas. Tenían varias de ellas pero lo más curioso era que no parecían usarlas mucho: siempre que se movían era como si flotaran un centímetro por encima del piso. Era algo por comprender. Tenían ojos, dos como los seres humanos, pero sin boca ni nariz.  Los brazos parecían ramas de árbol, sin hojas.

 En español, la criatura les dije que eran bienvenidos a la nave espacial y que esperaba que tuvieran una buena estadía. Ellos sonrieron. Valeria fue quién habló primero, impulsada puramente por la curiosidad. Dio un paso al frente y le preguntó a la criatura si podría explicarles las bases de su anatomía a ellos para poder comprender su funcionamiento básico.

 La criatura hablaba en sus mentes. Cuando Valeria terminó de hablar, sus raíces y ramas temblaron y todos concluyeron que el ser estaba riendo. Por fin contestó, explicando que en la sociedad extraterrestre no era algo muy común el explica el funcionamiento biológico del cuerpo. Sin embargo les explicó en segundos que sus cuerpos eran parecidos a los de las plantas terrestres pero mucho más desarrollados. Por eso tenían semejante jardín en la nave: les recordaba su etapa temprano y las selvas de su mundo.

 El ser empezó a “caminar” y los astronautas lo siguieron, adentrándose en la selva. Los árboles se movían para darles paso y no se sentía calor ni humedad. Era muy extraño. Valeria explicó el cuerpo humano mientras caminaban y después la criatura les contó de donde venían exactamente. En los hogares, todo el mundo buscó rápido en internet el lugar del que hablaba la criatura. Era en una constelación cercana.

 Cuando llegaron al otro lado del bosque, la criatura hizo aparecer unas plantas que parecían suaves. Dijo que ellos no tenían la habilidad de doblar su cuerpo pero que los humanos podrían hacerlo para sentarse. Mientras lo hacían, el científico Rogers preguntó sobre la química básica de sus cuerpos. La criatura se demoró en responder pero cuando lo hizo, lo hizo con lujo de detalles.

 La pregunta difícil vino del soldado Calvin: sin tapujos, quiso saber qué hacían las criaturas allí en el sistema solar. Porqué estaban aparcados sobre Júpiter y porqué habían demorado tanto tiempo en revelar su presencia. La criatura pareció reír de nuevo y les comunicó que la curiosidad humana era algo muy interesante. Al soldado solo le respondió que eran una nave de exploración nueva y que habían elegido Júpiter como objeto de investigación por sus características peculiares. Aclaró que revelar su presencia nunca había sido una prioridad en su misión.

 Valeria intervino entonces. Quiso saber si las criaturas tenían algún deseo a favor o en contra de la humanidad. El ser le respondió casi al instante: la verdad era que su civilización no había sabido de la existencia de los seres humanos hasta que habían llegado a Júpiter y reconocieron las señales electromagnéticas de varias naves que habían cruzado por el sistema solar. Eran señales primitivas pero existían rastros. Cuando se enteraron de la humanidad, pensaron retirarse pero su planeta decidió que lo mejor era establecer contacto.

 El científico y el soldado le pidieron que les explicara eso. La criatura se movió entonces de manera extraña, como si estuviera incomodo por las preguntas. Sin embargo respondió: un concejo de sabios había decidido que valía la pena hacer contacto, para beneficiar a ambas sociedades. Por eso ellos estaban allí ahora, por eso la nave extraterrestre se había dejado detectar por los aparatos humanos. Era una decisión de su gobierno y debía respetarla. Para todos fue obvio que él no compartía la decisión.

 Era difícil definir sentimientos y propósitos en las palabras que les ponía la criatura en la mente. Era como oír un dictado hecho por una máquina, en la que todo se oye igual pero no lo es. La criatura les propuso un paseo por otra de las salas en las que podrían aprender más de su mundo y sus costumbres. Pensaba que era mejor que estar allí, “perdiendo el tiempo”.

 Mientras caminaban hacia el espacio del que había hablado la criatura, los astronautas seguían pensando en la expresión usada por el ser. Podía ser que “perder el tiempo” no fuese algo que ellos entendieran. Podía ser un error o tal vez una elección de palabras poco cuidada. Pero los intrigaba porque podía significar mucho más de lo que parecía.


 El cuarto al que llegaron era como un museo diseñado para mentes y manos humanas. Estuvieron allí varias horas. El ser solo los miraba, sin decir ni hacer nada. Cuando hubo que marcharse, la criatura dio una ligera venia y se retiró. Ellos fueron transportados a su nave por un rayo de luz. Estaban agradecidos de ver algo familiar. Además, había mucho trabajo que hacer en ese primer día y mucho que pensar.

miércoles, 3 de agosto de 2016

La torre del señor Pump

   Cuando el polvo se asentó, el edificio que había estado allí por tanto tiempo, ya no existía. Los vecinos habían logrado su cometido de retirar semejante monstruosidad del barrio y lo habían hecho con protestas pacificas y tratando de hablar con el dueño de los apartamentos, un tal señor Pump. Era un hombre que nadie conocía personalmente pero lo que se sabía de él era que tenía mucho dinero y que invierta en proyectos como ese edificio, que tenían especificaciones muy particulares en su ubicación o construcción.

 La torre había tenido unos cuarenta pisos en un barrio en el que la casa más alta tenía cuatro pisos, si se incluía el ático. Con el tiempo se descubrió lo que todos sabían, que la torre nunca había tenido permisos reales de construcción y que existía por la única razón de que alguien había pagado a las personas correctas para que el edificio tuviese un permiso y  pudiese existir como tal. Ahora todo eso salía a la luz de nuevo pero no era que importar pues la torre estaba en el suelo.

 El día de la implosión, todos los vecinos del barrio tuvieron que salir de él y ser reubicados temporalmente en otra parte. Pero lo que más querían era subir a la colina más cercana y ver desde allí el espectáculo de su triunfo. Jamás se habían dado cuenta de lo horrible que era esa construcción, una clara cicatriz sobre la cara de la ciudad. Al fondo, estaba el mar azul y más cerca de ellos uno de los parques más grandes del país.

 Se decía que desde la torre del señor Pump se podían ver las islas de Fuego en un día claro. También que era el lugar ideal para construir un mapa de la ciudad y ver, en vivo, como funcionaban las carreteras y otras calles, como arterias y venas que hacen circular la sangre para que el cuerpo, en este caso la ciudad, sigan funcionando. Había mucho que decir de la torre y la verdad era que casi todo era inventado o al menos no había manera de probarlo a ciencia cierta.

 Aunque se suponía que era una torre de vivienda, los vecinos jamás vieron que nadie entrara o saliera a menudo de allí. Solo durante la construcción el sitio tuvo actividad. De resto, siempre había permanecido solo. Sin embargo, jamás estaba sucio ni nada por el estilo. Se le pagaba a un hombre para que fuera cada mes y limpiara los vidrios con otros dos compañeros. Terminaban en una semana y no hablaban con nadie de nada.

 Era un sitio extraño, como una casa embrujada pero de vidrio y varios pisos. Algunos aseguraban haber entrado de noche y decían que el único que vivía allí era el mismísimo señor Pump. Decían que así era porque buscaba estar cerca de sus proyectos y vivía en cada edificio que hacía por un tiempo para probar su estabilidad y buena calidad a los posible inversionistas.

 Si era verdad o no, era otra cosa más que nadie nunca supo. Jamás vieron una limosina estacionada frente al edificio y mucho menos vieron al señor Pump yendo a la tienda a comprar la leche y el jugo para el desayuno. Obviamente que un hombre tan rico no estaría a cargo de algo por el estilo pero el caso era que jamás había pisado el barrio. Eso ofendía más aún a los vecinos pues no entendían porqué entonces había decidido de construir precisamente allí y no en ningún otro lugar de la ciudad.

 Al parecer era esa imponente vista doble, al mar y al parque. A unas diez calles o menos estaba el acantilado que daba a la ciudad su personalidad. Había playas más al sur, siguiendo la carretera costera pero la ciudad había sido construida al lado de una serie de acantilados que daban a un mar agresivo y normalmente muy picado , que en invierno parecía una sopa en ebullición a punto de regarse por todas partes. Era hermoso pero daba miedo al mismo tiempo.

 En cuanto al parque, era una vista casi única pues ninguno de los barrios circundantes tenía tampoco estructuras tan altas. Los ambientalistas se quejaron cuando empezó la construcción pero como tenía todos los permisos en regla, incluso el ambiental, no hubo manera de detenerlos. Para los defensores de la naturaleza, era claro que el edificio cambiaría el comportamiento de las aves y afectaría a los animales pequeños y sus costumbres.

 La verdad es que, aparte de ellos, nadie se quejó hasta que fue muy tarde. A muchas personas, aunque más tarde lo negaron, les gustaba la idea de tener un rascacielos en la mitad del barrio y la razón era muy sencilla: pensaban que con un proyecto de esa magnitud, su propiedad aumentaría de precio astronómicamente y  podrían vender y luego comprar un apartamento en la misma torre y hacer un gran cambio en toda la ciudad.

 Pero el efecto del edificio fue exactamente lo contrario pues el ruido de la construcción afectó negativamente a todo el mundo. Quienes conducían por la zona para ir a los acantilados, un lugar popular en la ciudad, decidieron evitar el barrio por la cantidad de camiones que usaba la construcción. Esto quería decir que los negocios perdían dinero y la gente evitaba el barrio a propósito.

 Ya nadie quería vivir allí y la gente del resto de la ciudad sabían que no era un buen lugar para vivir. Cuando terminó la construcción, algunas personas tuvieron la esperanza de que todo mejorara pero como se convirtió en un edificio fantasma, no había manera de que el valor del terreno se moviera para ningún lado. El fracaso era evidente.

 Por eso fue increíble tener que luchar por la destrucción del edificio por más de cinco años. Cualquiera hubiese pensado que los problemas eran tan evidentes que los vecinos podrían ganar el caso con facilidad pero se dieron cuenta de todos los recursos del señor Pump y de cómo estaba dispuesto a gastar dinero, su reputación y miles de horas, en un edificio que estaba vacío y que no tenía de verdad a nadie que lo apoyase o que lo considerara, al menos, una joya arquitectónica.

 Era un edificio moderno pero simple, eso era todo. No había ninguna especificación especial, no tenía una piscina en el último piso, no había locales comerciales u oficinas o parte de hotel. Nada de eso. Solo apartamentos distribuidos casi todos de la misma manera. Se decía que sí habían tenido ventas pero que la demora en la construcción y la polémica con los acantilados había sacado corriendo a los compradores.

 El día del triunfo del barrio en la corte fue la única vez que pudieron ver al señor Pump. De verdad que no se le notaba que fuese tan rico como decían que era. No era muy alto y tenía la piel blanca como un papel. Permaneció casi estático durante todo el proceso y solo habló al final, antes de escuchar el veredicto del juez. No era una persona con encanto ni era atractivo. Era solo un hombre con mucho dinero y nada más. Muchos de los espectadores se sintieron decepcionados.

 El caso es que perdió y el edificio fue demolido. Se hizo de manera que colapsara sobre sí mismo pero era tan grande la edificación que debieron sacar a todo el mundo de sus casas para que no los afectara el polvo creado por la implosión. Las casas aledañas casi seguramente quedarían dañadas y el señor Pump fue obligado a pagar cualquier reparación que pudiesen necesitar las viviendas afectas.

 La vista desde la colina era increíble y, cuando la torre cayó, fue la primera vez que encontraron a la torre hermosa pero en un sentido trágico. La nube de polvo era increíble y tuvieron que esperar hasta el otro día para poder empezar a remover escombros y dejar ese terreno despejado en la mayor brevedad posible.


 Sin embargo, los curiosos fueron en mitad de la noche a tomar recuerdos de las ruinas del edificio y fue entonces cuando la noticia se volvió mundial. Entendieron ahora porque nadie vivía allí, porque era una edificio desierto. Resultaba que no eran viviendas, ni hotel, ni oficinas. Cuando el polvo se despejó, había restos de huesos, de objetos de valor y muchas otras cosas. Era como un museo pero daba miedo solo verlo. El señor Pump parecía ser, después de todo, alguien muy especial.