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jueves, 9 de abril de 2015

Su sonrisa

  No fue lo último que vi de él, pero es lo que más recuerdo. Su sonrisa era de esas que con solo verla, te hacía sentir vivo e incluso con más energía, como si te recargara cada una de las células del cuerpo. Nada me preocupaba más que cuando él no reía porque lo hacía tantas veces en el día, que la ausencia de este hermoso rasgo era la prueba de la existencia de algún problema grave. Según él, era mi sonrisa la que lo revitalizaba a él. Eso siempre me pareció gracioso porque la suya no solo me ayudaba a mi sino a todos a quienes conocía. Era una de esas personas con las que es imposible no simpatizar. Todos quienes lo conocían lo querían y quienes lo odiaban, que eran pocos, lo hacían precisamente por su simpatía.

 Mi tiempo con él fue lo más precioso de mi vida. Sí, sé que tengo mucho por vivir como siempre me lo repiten un poco por todos lados, pero la verdad es que yo no lo siento así. Y así viviera cien años más sé que jamás podría merecer alguien como él. Todavía, después de tanto tiempo, sigo sin entender como fue que terminamos juntos. Trabajábamos juntos y las cosas simplemente se dieron, simplemente pasaron sin que ninguno hiciese nada para que sucedieran. Es chistoso pero yo jamás he creído en luchar por nada. Si te mereces algo, deberías recibirlo y ya. Y así fue con él. Pero no lo merecía. Con el tiempo me di cuenta que la persona que estaba junto a mi era mucho mejor de lo que yo jamás hubiese podido ser. Por eso agradecí todos los días por su presencia.

 Vivimos alejados, escondidos, actuando. Eso fue lo que más me causó dolor. De noche hablábamos, tomados de la mano, del futuro que nos gustaría para ambos. Dábamos detalles de todo lo que queríamos tener y vivir. Algunas noches hablábamos de la comida y de la cocina que tendríamos y otros del enorme jardín y el perro pastor alemán. De nuestro cuarto iluminado por el sol y de nuestra ducha para dos, en la que haríamos el amor cada mañana. Lo teníamos todo pensado. Nunca hablamos de hijos. Obviamente, la biología no nos ayudaba y simplemente era algo que no sentíamos. El mundo que habíamos visto colapsar y rearmarse, era uno demasiado violento y no queríamos criar a nadie para que viviera allí.

 Sabíamos que nuestra muerte debía de ser al mismo tiempo porque de otra manera el dolor para uno de nosotros sería demasiado profundo. La muerte era algo que teníamos muy presente cada día y por eso no esmerábamos en soñar cada noche. Porque la realidad, lo que pasaba afuera en el mundo, era demasiado horrible y nuestra supervivencia era cada vez más un milagro. La ayuda de gente con buen corazón nos había curado de heridas físicas y mentales pero no podíamos vivir así para siempre. Esa etapa fue difícil porque, hasta ese momento, nunca habíamos tenido tantas discusiones. Unos días era él el que quería ir a luchar y yo el que me quería quedar. Y otras veces el quería irse a otro lado y yo ir a combatir. Y así por los últimos meses hasta que nos dimos cuenta de que no viviríamos en paz hasta que termináramos el trabajo que habíamos empezado hace tanto tiempo.

 Fue así que viajamos, lejos de nuestro pequeño hogar, y llegamos al mundo desolado. Ayudamos como pudimos, siempre uno al lado del otro. Fue difícil porque había días que no nos veíamos y no estábamos acostumbrados a eso. Muchos pensaban que era puro amor y otros que era una obsesión malsana pero no era ninguno de los dos. Era mucho más. La conexión que teníamos era a un nivel profundo, mucho más allá que el prostituido amor o una superficial obsesión. Nunca he podido explicar bien que era y como funcionaba. Pero eso era lo especial, lo único de nuestra relación. Era algo nuestro, que nadie más jamás conocería ni entendería.

 Cuando la guerra estaba por terminar, decimos participar en la liberación de nuestro país, de nuestra ciudad, el lugar donde nos habíamos conocido y donde soñábamos vivir en paz para el resto de nuestros días. En verdad nunca pensé que algo fuera a ocurrir. Cuando él murió, cuando lo vi morir mi mundo terminó. Sentí que simplemente no podía seguir adelante. Por días me fue difícil respirar, pensar, comer. Todo me daba trabajo y la verdad es que yo lo único que quería era morirme. A pesar de varios intentos, nunca logré terminar con mi vida. ¿A ellos que les importaba si me moría o no? ¿Porque tenían que impedir que uniera a él, fuera donde fuese? Era mi vida y yo tenía el derecho a terminarla si quería pero eso simplemente no ocurrió.

 Me internaron en una clínica y estuve allí por mucho tiempo. Me dijeron que fueron dos años pero yo la verdad no sé nada. Nada afuera parecía haber cambiado. Mi familia había huido antes de la guerra así que no había nadie adonde ir. Estaba solo y desorientado. Fue un milagro que me dieran una jubilación temprana por mis servicios al país. Ese dinero pagó un pequeño apartamento y me permitió el pasatiempo de escribir y de caminar todos los días, tratando de ordenar el caos que sigue siendo mi cabeza.

 Por supuesto, él está allí. En mi mente, él jamás morirá. Lo veo todas las noches y siento su mano junto a la mía. Mentiría si dijera que todavía siento ganas enormes de morir, de dejar de existir. Pero ya no tengo el impulso, la fuerza para hacerlo por mi cuenta. Así que vivo mi vida un día a la vez, simplemente esperando a que pase algo. Muchos dicen que no es algo saludable pero a mi eso no me importa. Mi doctor y mi psicóloga insisten en que haga más ejercicio, en que conozca gente nueva y que incluso vea si puedo querer a alguien de nuevo. Pero ellos no entienden y yo no quiero explicarles.

 Lo que sí es cierto es que, en los mejores días, siento felicidad de poder comer cosas ricas, de ver el mundo bajo la luz del sol y en los colores de todo lo que hay alrededor. Cosas simples como esas me hacen llorar, reír y pensar en todo un poco. Se siente bien sentir ese calor interno de nuevo, eso que solo sentía cuando él estaba conmigo. Obviamente, ya no es lo mismo y sigo extrañándolo y vivo entre todos estos sentimientos y sensaciones. Pero he aprendido a controlarlos, a que no me controlen a mi porque no podría soportar una estadía más en la clínica en la que tuve que sufrir lo peor de esta etapa de mi vida.

 Mi más grande prueba vino hace unos meses. Con él siempre hablamos de nuestras familias, y como nos involucramos en todo para que ellos tuviesen un futuro mejor. De pronto fue la clínica o el tiempo que había pasado pero había olvidado que él tenía una hermana. Llegó un día a mi casa, después de una búsqueda que la había llevado un poco por todo el mundo. Al verme, no supo que decir, solo llorar. Yo nunca la había conocido pero sentí que había algo que nos conectaba, que nos hacía reconocer algo invisible en los dos. Sin razón aparente, nos abrazamos y lloramos tontamente. Cuando por fin siguió a mi apartamento, me contó de su viaje. Había recorrido el mismo camino que nosotros hacía algunos años pero mucho más rápido. Le hacía gracia que el camino la llevara tan cerca de su propia casa.

 Era ya casada y lloró de nuevo al confesarme que tenía dos hijos y un marido fabuloso, que la había ayudado a superar el tiempo de guerra. Me dijo que hubiese querido que su hermano los conociera a todos pero eso no fue posible. También me contó que su padre y su madre habían muerto en un bombardeo y que nunca pudo decirle a su hermano. Esa noticia me dolió porque yo sabía de primera mano el profundo amor que él le tenía a sus padres, a su familia.

 Entonces vino la pregunta que más me dolía, aquello con lo que yo todavía tenía pesadillas.

-       Como murió?

 Las lagrimas empezaron a salir y mis manos temblaron pero todo en silencio. Mi cuerpo parecía estar a punto de colapsar, tanto así que ella me trajo un vaso con agua y lo tomé, regando un poco sobre el sofá. Respiré, tratando de calmarme y empecé a contarle ese pedazo de mi historia, que nunca le había contado con tanto detalle a nadie más.

 Su hermano, con quien me había casado legalmente en secreto cuando huimos, había muerto defendiéndome. En la batalla, nos habían capturado pero no eran miembros del enemigo. Eran radicales de nuestro bando. Gente que nos había ayudado a liberar a la gente. Ellos me tomaron a mi y me torturaron de la peor forma posible. Y entonces él vino por mi. Mató por mi. Y yo no pude hacer nada cuando lo sometieron y lo hicieron ver lo que me hacían a mi. Sus ojos brillantes y su sonrisa se habían ido para siempre. En mis pesadillas todavía lo oigo gritar. Esas bestias decían que no merecíamos vivir en el nuevo mundo que iba a nacer. Que éramos inferiores. Estoy seguro que en ese momento habían decidido matarme a mi pero entonces un grupo vino a rescatarnos y eso lo empeoró todo. Sin pensarlo, le dispararon en la cabeza, justo en el momento en el que él me había sonreído al oír que se acercaba la ayuda. Me golpearon y me dejaron ahí, muriéndome.


 Su hermana no podía llorar. Parecía haber quedado seca. Se acercó a mi y me abrazó de nuevo y me dijo que tenía una familia siempre que la necesitase. Yo la apreté un poco y se lo agradecí. Seguramente podría necesitar de alguien para seguir adelante.

martes, 7 de abril de 2015

Visible

   Nunca tuvo problemas para aceptarse como era. El problema fue saber quién era y eso tomaría tiempo pero tiempo siempre hay, otra cosa es que lo malgastemos o no sepamos manejarlo adecuadamente. Desde relativamente joven supo que le gustaban otros hombres y eso jamás fue un punto de duda o preocupación, no más de lo normal ya que todos los jóvenes tienen problemas o preocupaciones a la hora de encontrar alguien con quien pasar el tiempo. Pero no era algo que él pensara mucho.

 El colegio… Bueno, el colegio era lo era, un lugar lleno de gente por todos lados y la insistencia de todos y todas a tenerle miedo a los exámenes. Siempre temidos y nunca entendidos, los exámenes siempre han sido el temor número uno de los estudiantes. Muchas veces, parecen ser decisivos para toda la vida cuando en verdad no lo son. Hay tanta presión en un colegio y sobre todo el mundo, que es casi imposible no ver como alguien se quiebra bajo la presión. Él conoció chicas que se embarazaban por tontas, no por nada más y chicos que hacían tantos deportes que cualquier ojo agudo hubiera dudado de su sexualidad. Pero no en el colegio, no en un lugar donde todos tienen en común ese susto inexplicable ante el futuro.

 No es eso triste? Siendo el colegio la única etapa de la vida donde no tenemos que tomar decisiones serias, el único momento en el que no tenemos responsabilidades, sería bueno que incentiváramos su aprovechamiento en vez de solo recurrir al miedo colectivo ante número y personalidades que en la vida futura no van a significar nada. Que si era una chica que había tenido varios novios o solo uno, que si era un chico que jugaba muchos deportes o se dedicaba por completo al colegio. Eso no importa, a la vida, al mundo, no le interesan esos detalles.

 Él era un chico promedio. Nunca se destacó por nada y tal vez eso fue lo que lo mantuvo a flote. Esa falta de reconocimiento, que puede ser catastrófica en una edad tan temprana, fue tal vez un arma de doble filo que lo mantuvo vivo pero sumido en la desesperación. Porque si algo anhelaba con ansias era el futuro. No sabía que habría allí para él pero seguramente sería mucho mejor que un lugar en el que no era nadie ni nada. Porque eso es lo que más duele en la vida de cualquier ser humano, sea un niño o sea adulto. El sentimiento de no ser importante en el gran esquema de las cosas, es uno que cobra bastante al intelecto y a la autoestima. Y todos sabemos lo grave que puede ser un bajonazo de autoestima.

 Los grandes exámenes, los que de verdad importaban, pasaron. Tanta preparación y tanta expectativa para darse cuenta que ese camino de los exámenes no era el suyo. Tampoco le fue mal ni muy bien, fue promedio, como siempre. Pero después de pasado el susto, se dio cuenta que había vencido el miedo a los exámenes y de ahí en adelante no tuvo miedo de que lo evaluaran o juzgaran. Puede que afecte un poco, siempre pasa, pero la importancia que se le da es mínima. Él se había dado cuenta que la vida tocaba vivirla para él mismo y no para los demás. Obviamente nadie vive solo en el mundo pero es esencial vivir en paz con uno mismo o sino no hay manera de avanzar o de hacer nada.

 Cuando entró a la universidad, por fin pudo sentir que podía ser él mismo. Antes ocultaba quien era, lo que le gustaba e incluso lo que sabía. Pero ya desde el último año del colegio dejó salir todo poco a poco y para el primer semestre de su carrera, fue casi una persona distinta. Ahora era más extrovertido, aunque todavía reservado y dedicaba su tiempo a aquellas cosas que de verdad le apasionaban. Ya no había matemáticas, ni física ni nada de esas cosas que siempre le dijeron que iban a ser útiles pero por las cuales ya no tendría que preocuparse. Eso había quedado en el pasado. Ahora había nuevas cosas, nuevas experiencias y nuevas ideas por explorar y vivir.

 Sí, el sexo empezó más o menos en esa época o antes. Fue algo más bien casual, que inició casi a propósito, como para quitarse eso de la mente y de su lista de cosas por hacer. Tanta gente piensa que ese debe ser un momento para recordar toda la vida o algo tan especial como si se tratase de un evento único en el mundo cuando la verdad es que es algo bastante rudimentario y básico. Es normal que cada quien quiera que se trate de un momento único pero es casi imposible que eso pase. El sexo, siendo algo físico, es un poco desastroso sobre todo si se trata de una persona que jamás lo ha vivido. Entre más se hace, más se perfecciona, como tocar un instrumento.

 Su primera vez fue rápida, placentera y bastante casual. Fue un novio de un par de meses, alguien menor que él pero con un cerebro bastante atractivo. Era lindo. Años después, eso era lo único que recordaba. Y la textura de sus labios. Es extraño pero hay cosas que jamás se olvidan, como olores o sabores o texturas. Y en este caso eran los labios de ese chico y su pelo alborotado. La cosas terminaron pronto porque no tenía como sostenerse por mucho tiempo. Al fin y al cabo, ambos estaban en esa etapa exploratoria, casi de investigación. Y nada en esa etapa dura mucho y ella puede durar muchos años.

 Después hubo otro par de novios de ese tipo, con ninguno tuvo relaciones sexuales, solo besos y abrazos y reconocimiento mutuo. Pero como se dijo antes, eran relaciones que no duraban porque no tenían como hacerlo. Además, algunas de esas personas vivían todavía en la sombra de sus propias vidas y eso era algo con lo que él no quería tener nada que ver. Se aceptaba a si mismo y estar con alguien que no lo hacía era contraproducente.

 Su primer y único novio era así: libre en todo el sentido de la palabra. Además, era un chico muy lindo, algo rubio y mayor. De pronto fue esa la combinación perfecta pero la relación funcionó y fue él mismo que le puso fin, por miedo y porque en ese momento no se sentía listo para algo tan serio. El otro chico no tuvo la culpa, de ninguna manera. Era una persona que sabía lo que quería pero estaba enredado en buscar el amor primero fuera de si mismo y luego dentro. Años después lo entendería y sería feliz por su lado.

 Mientras tanto, fue avanzando en la universidad y adquirió sus primeros verdaderos amigos. Eran mujeres y eso tenía una simple explicación: toda la vida se le había hecho difícil comunicarse y establecer puentes con otros hombres porque estos eran mucho más cerrados a todo, o eso parecía. Las mujeres, en cambio, eran mucho más divertidas y menos simples. Entre clase y clase iban las risas y las historias y la imaginación en común. Fue su mejor momento, sin duda. Compartir de verdad por primera vez y sentir que pertenecía a ese lugar y a ese momento. Obviamente, no lo supo en el momento pero no demoró en descubrirlo por si mismo.

 Salió entonces de la universidad y luego del país. En la universidad salió con otros chicos, tuvo sexo casual y fracasos de muchos tipos. Pero eso no importaba. Porque, por raro que parezca, el amor nunca fue una prioridad. En cambio la felicidad sí y he ahí el problema, la coyuntura. Como se puede ser feliz sin amor, se preguntarán muchos? Se puede, sin duda que se puede porque el amor no es uno así como la felicidad no es una. Hay de todo tipo de combinaciones y gracias a esas era que él sobrevivía. El amor en forma de amistad le daba ese empujón que no recibía del romance o la pasión y el amor de él hacia lo que hacía lo impulsaba también.

 Vivió solo y lejos por un tiempo y supo quien era en realidad. Descubrir el rostro verdadero debajo de la máscara que estamos obligados a llevar toda la vida es algo difícil y hasta traumático pero la tranquilidad que le sigue a semejante revelación es algo que muchas veces no se puede explicar. Además, aprendió a vivir por si mismo, a seguir buscando lo que le alegraba el día y la vida y seguir adelante.

 Ha habido tropiezos. Y quien no los tiene? Todavía tiene dolores del pasado porque aunque él aceptó quien era desde joven, no aceptó tan rápido otros aspectos de su persona como su físico, como su vida que siempre parecía ir más lenta que las demás. Ese sentimiento de que todo parecía pasarle a otros pero no a él, lo subyugó por mucho tiempo. Y ahí venían los tropiezos, las crisis que podían durar meses o tan solo unos segundos. Ese dolor que viene desde adentro y que nadie puede quitar sino uno mismo. Todavía lo tiene allí, plantado como si fuera un árbol inamovible, enorme y terrorífico.

 Puede que sea algo que jamás se pueda remover. Puede que sea una de esas cosas con las que hay que vivir y si así es pues que más da. Ya su cuerpo había recibido golpes de su propia mano. El odio, el desespero, la impaciencia, el simple dolor lo habían llevado a ello. Pero con la vista de sangre supo que había tocado un fondo al que nunca más quería volver y desde ahí se tomó las cosas con más calma, tratando de no volver nunca a la oscuridad de la que había salido pero que se empeñaba en halarlo y envolverlo en sombras. No llevaba una treintena pero sentía a veces ser una de las criaturas más viejas del mundo.


 Esa es una de las miles de millones de vidas que ha habido. No es única ni rara. Tampoco especial o rara. Pero es una de todas y, en un mundo tan extraño como el nuestro, debería ser algo cuando menos visible.

martes, 10 de marzo de 2015

La película de mi vida

  Su tumba estaba cubierta de hierbas y tierra. Las letras en la piedra se habían borrado casi por completo y si no fuera por los surcos en el mármol, no se podría saber quien yacía allí, en ese pequeño rincón del cementerio. Pero yo sabía quien era porque yo lo había amado más que a nadie en este mundo y, naturalmente, había sido yo quién había elegido este pequeño lugar para que su cuerpo descansara. Me había dicho que le tenía miedo a la incineración y que prefería que su cuerpo se degenerara naturalmente.

 Suena bastante tétrico decir que alguna vez hablamos del tema pero lo que pasa es que hablábamos de todo lo que se pudiese hablar. En nuestro exilio no teníamos nada más que nuestras voces y, en el campo, era mejor hablar de aquello que aquejaba nuestra mente o que siempre nos había interesado profundamente. La muerte lo preocupaba y creo que puedo decir que tuve la fortuna de aliviar un poco  esa preocupación, de calmar su miedo.

 Yo no le tenía miedo a la muerte sino a morir solo, que es muy distinto. Pero ahora que lo tenía a a disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. fortuna de siempre nos habél esa preocupación se había disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. Los tiempos de correr y escapar y pensar en que todo terminaría pronto parecían lejanos aunque en verdad no lo estuviesen tanto. Nos teníamos el uno al otro y eso bastante en ese entonces. Nada más era necesario.

 Limpié la tumba lo mejor que pude y, con un marcador que había traído, traje a la luz todos los detalles que había escritos en el mármol: su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de muerte. Cuando terminé, me quedé mirando los números, dándome cuenta que era la primera vez que veía la fecha de su muerte frente a mi. Yo no tenía conciencia de ello y, sin embargo, allí estaba.

 Recuerdo haber visto como su cuerpo caía al suelo y como todos los sonidos que me llegaban de alrededor se mezclaban en mi cabeza. De hecho sé que lo vi caer pero pensé que lo había soñado o imaginado. Días después tuve que enterarme de la noticia y estoy seguro cuando digo que estuve al borde de la locura. Las semanas siguiente estuve medicado, internado en un hospital donde incluso me amarraron a la cama para que no lastimara a mi mismo ni intentara nada radical.

 Si hubiera podido morir en ese momento, lo hubiese hecho. A veces cuando estoy especialmente deprimido, siento que debí haber ido con él en ese momento, cuando el dolor era más profundo y lo sentía todavía tan cerca. En cambio ahora el dolor era distinto porque sentía que él se había ido muy lejos de mi y que incluso la muerte no nos reuniría porque yo había sido egoísta en los años siguientes, no hablando del tema y  esforzándome por sacar adelante una vida que no sé si tenga algún valor.

 Miré alrededor y vi que había poca gente en el cementerio. Después de la guerra, a pesar de tantos caídos, la gente había preferido incinerarlos y poner sus recuerdos en el viento. Los habían dejado ir. En parte él había querido ser enterrado por su familia, quienes no creían en el concepto de la incineración. Siempre me había resultado cómico tomara tan en cuenta a su familia, en especial cuando ellos siempre me habían odiado. Yo lo sabía muy bien. Siempre me habían culpado de la muerte de su hijo mayor y no me perdonaban habérmelo llevado a la guerra, como si él hubiese sido un idiota antes de yo conocerlo.

 No, no lo era. Era el hombre más valiente que yo haya visto. Era inteligente pero siempre pensando en el bien de los demás. Evitaba lastimar a la gente si podía, evitándoles dolor y sufrimiento. Yo nunca pude ser como él y, sin embargo, nos quisimos como sé que nadie más se quiso por mucho tiempo. Ya nadie parece creer en otros como yo creí en él. Yo dependía de él aunque no sé si se lo dije alguna vez. Su muerte arrancó de mi ser algo que no sabía que tenía pero que ahora extraño más que nada en la vida.

 Alejándome del cementerio en el coche, decidí ir hasta el primer lugar que habíamos compartido. Mejor dicho, el lugar donde nos conocimos. Era un domingo entonces el tráfico no era problema. En menos de una hora estuve en la plaza principal de la ciudad, llena de gente, de niños riendo y de palomas volando bajo por todos lados. Caminé hasta una de las esquinas y luego por una cuadra más hasta llegar a un viejo edificio de oficinas que había sido sede del Gobierno antes de la guerra. Allí nos habíamos conocido, parecía que hace una vida entera de ello.

 Es extraño. Siempre que puedo paso por allí, recordando ese día como si corriera el riesgo de olvidarlo todo de no caminar esas calles con frecuencia. Pero tantas cosas en mi vida habían dependido de ese día que era imposible olvidarlo. Fui luego a tomar un café y traté de no pensar más en el pasado. Después de todo el presente no era tan malo: la ciudad estaba en constante construcción y eso ponía los nervios de puntas pero parecía que todo iba mejor que antes. Mi apartamento no estaba muy lejos de la plaza y tenía un trabajo como gerente de un pequeño cine donde se proyectaban desde películas taquilleras a cortometrajes de chicos empezando su carrera.

 El cine siempre había sido un escape para mí y creo que por eso ese trabajo era perfecto para mi. Era fácil hacer de gerente así que el trabajo no era pesado y me encantaba presentar las películas en su día de estreno. A la gente parecía gustarle también entonces traté de que fuese algo frecuente y que quienes vinieran sintieran que no era solo una sala de cine sino también un espacio para disfrutar y compartir.

 Hace un tiempo, unos chicos que venían seguido descubrieron quien era yo. A pesar de todo lo ocurrido, yo había participado en la batalla más grande de la guerra y había estado en el bando de los ganadores. Me temo que todos saben mi historia, incluido mis primeros días, mi escape y el exilio con el hombre que más extraño en el mundo. Esos chicos empezaron a hacerme preguntas casuales que yo respondía por decencia pero luego empezaron a proponerme cosas. La idea general de ello era que compartiera detalles íntimos con ellos para realizar una producción al respecto.

 Mi vida en el cine. Algo así era lo que querían. Ellos, siempre emocionados, decían que era el relato ideal para su tesis que debía ser un largometraje hecho por sus propias manos. Faltaba años para entregarlo pero querían tenerlo todo listo y trabajarlo en las vacaciones que tuviesen para tener la mejor película de todas. Además, todos y cada uno de ellos tenían una curiosidad extraña por la historia de mi vida.

 Después entendí que eran niños que habían crecido bajo el régimen anterior, que no conocían muchas cosas que para mi era comunes y corrientes. Veían mi romance con otro hombre como algo digno de hacer visible, así como el hecho de que, según ellos, yo fuera uno de los muchos héroes de la liberación. No había hecho mucho pero sí había participado, cegado por la rabia que tenía en el cuerpo tras la muerte  de la persona más importante en mi vida.

 Después de mucha insistencia, acepté. Les dije que les contaría todo lo que quisieran pero que yo debía tener alguna influencia en el guión para poder decir que podían y no podían mostrar. Pero después de un tiempo me di cuenta que no tenía nada que objetar y que todo lo quería ver allí, porque lo que había ocurrido era tan inverosímil y tan particular, que por primera vez quise que todo el mundo supiera.

 Eran jóvenes muy hábiles y para cada locación real encontraron un reemplazo no muy lejos de la ciudad: tenían que rodar nuestro exilio en un páramo desolado, nuestra batalla contra el régimen en la ciudad, nuestro escape al puerto y nuestros viajes en barco. Por supuesto, también la batalla en la que él murió. La verdad es que no sé muy bien como lo lograron pero cada vez que podían llegaban a mi casa con pedazos para que los viera. Buscaban aprobación pero yo no podía decir nada. Lo habían hecho maravillosamente.

 En su tesis obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les habia ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽is obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les había costado dinero y esfuerzo. Sus únicas exigencias fueron que no se cambiara nada de la película y que yo fuese invitado especial en el estreno. Ese día es otro que jamás olvidaré, probablemente por lo emocional que fue para mí y porque, por primera vez en muchos años, sentí que él, el amor de mi vida, estaba allí conmigo.


 Hoy en día, soy un hombre ya viejo, que solo espera por el final perfecto a una historia que parece haberse prolongado por más tiempo del necesario. De vez en cuando los veo a ellos, a esos locos jóvenes que me llevaron de vuelta al lugar de mi vida donde fui más feliz que nadie. Me hicieron darme cuenta que él me espera del otro lado. Me he ganado el boleto para tener una cita con la mejor persona del mundo y no pretendo llegar tarde. Sé que me está esperando.

sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.