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viernes, 16 de marzo de 2018

Por más lejos que vayas...


   Antes de aterrizar, solo vi un gran parche de selva y montañas a lo lejos. Antes de eso tenía los ojos cerrados, pues el cansancio me había vencido. La nave había tomado un desvío a causa de una explosión estelar imprevista, y el viaje se había alargado un par de días más. Por mucho que se pudiera viajar, a veces parecía no ser suficiente. Cosa que no me importaba puesto que el trabajo me tenía sometido, cansado, con cada musculo gritando en agonía y mi mente pidiendo dormir al menos una hora más.

 El viaje fue lo único que me dio esas horas extra de sueño que tanto necesitaba. Siempre decían que dormir era una excelente idea en esos viajes largos pero nunca lo había probado yo mismo y me alegró confirmar que era exactamente así. La joven asistente de vuelo que me había ayudado a quedar dormido, a través de una mascarilla especial, me saludó con una sonrisa y preguntó si alguien vendría por mi al aeropuerto. Le dije que no estaba seguro pero que encontraría mi camino.

 El planeta todavía no tenía grandes ciudades ni muchos sitios adónde ir, así que el único centro poblado era mi destino. Si mi compañía no había enviado a nadie, no era un problema. Perfectamente podría tomar un transporte local y ojalá llegar a un hotel para ducharme y descansar otro poco. Creo que la gente subestima lo bueno que es no hacer nada y solo echarse en la cama. Caminando por la plataforma, bajo un sol muy brillante, tuve la sensación de haber llegado a la mismísima selva amazónica.

 Pero no, estaba a millones de kilómetros de allí. Mi pensamiento, sin embargo, era completamente válido. Detrás del edificio del aeropuerto, bastante modesto, había una selva enorme, con árboles tan altos como rascacielos. Me pregunté si la zona del aeropuerto siempre había estado sin árboles pero pronto me di cuenta de que la pregunta era un poco inocente, incluso estúpida. En la terminal recogí mi equipaje, una sola maleta, y al cruzar la entrada vi como una mujer más joven que yo saltaba y saludaba con un letrero en la mano.

 En el cartón estaba escrito mi nombre, por lo que me le acerqué lentamente. Me dijo que trabajaba para mi compañía y que había sido enviada para recogerme y llevarme a mi alojamiento. Le agradecí su entusiasmo y caminamos al vehículo, un jeep rojo al que subimos mi maleta y nuestros traseros. En poco tiempo estuvimos recorriendo la carretera que bordeaba la selva, nunca penetrándola por ninguna parte. Le pregunté si de ella no salían animales ni nada parecido y me dijo que desde la construcción del aeropuerto, no se acercaban mucho a la carretera.

 Media hora después, cuando ya el viento cálido había cambiado mi peinado por completo, se vieron las primeras casitas del único asentamiento humano del planeta. Estaba ubicado alrededor de un río, que cruzamos por un puente lleno de vehículos y gente. Me pareció una escena algo triste, pues nunca pensé que después de viajar una distancia tan larga, llegara a ver lo mismo: humanos irrespetando su entorno y haciéndolo todo casi siempre más feo de lo que era con anterioridad.

Mi hotel estaba sobre la margen del río. La arquitectura era mi particular: parecía una de esas pagodas japonesas, en escala real. La recepcionista era japonesa también, así como el chico que llevó mi maleta a la habitación. Una vez allí, me di cuenta de que el hotel era de hecho un “ryokan”, o un hotel de estilo japonés. No pregunté a la chica del jeep la razón de ese alojamiento pero sí cuando debía ir con ella a las oficinas centrales a comenzar mi parte en todo el asunto. Se le medio borró la sonrisa al instante.

 Sentía mucho decirme que solo tenía unos veinte minutos para descansar, puesto que le había encomendado llevarme lo más pronto posible a las oficinas. Ella les había dicho, según ella misma, que eso sería cruel puesto que nadie llega mi descansado de semejante viaje tan largo. Así que los convenció de darme algo más de tiempo, que ella aprovecharía para ir a la oficina de correos por algunos paquetes que tenía que recoger. Cuando volviera, yo iría con ella. Se disculpó pero le dije que no había problema.

 Apenas salió de la habitación, entré al baño y me desnudé. Me miré en el espejo como si jamás me hubiese visto a mi mismo en uno. Estaba sudando, varias gotitas adornaban mi frente. Mi cuerpo se veía diferente, más delgado tal vez. ¿Sería una consecuencia del viaje? Pues no me molestaba si así era. Entré a la ducha y estuve allí diez de los minutos más relajantes que había tenido en memoria reciente. El agua fría calmaba mi cuerpo y mi mente. Podía pensar mejor ahora, con las ideas frescas.

 Tuve el tiempo justo para ponerme otra ropa y mirarme una vez más en el espejo. Apenas bajé a la recepción, vi a la chica del jeep preguntando por mí en la recepción. La mujer japonesa le hizo un reverencia y ella le dijo algo en japonés que yo sabía significaba “gracias”. Nos subimos al vehículo y en muy poco tiempo estuvimos frente a un edificio blando, de unos veinte pisos, que se ubicaba en la margen de la selva. En el aire había un olor muy particular que no había olido en años. No lo veía, pero sabía bien que el mar no podía estar muy lejos de aquél edificio.

 Como siempre, saludé y sonreí más de la cuenta en un lapso de tiempo bastante corto. Agradecí tener a la chica del jeep conmigo todo el tiempo, puesto que ella era la única que me decía quién era quién y qué era lo que hacía. Por alguna razón, todo el mundo parecía demasiado ocupado para hablar más de dos palabras. Eventualmente subimos al último piso y ella me dirigió a una gran oficina toda adornada con objetos blancos y cromados. Me dijo que el gran jefe no demoraría y que lo esperara allí. Ella salió.

 Mientras esperaba, me acerqué a la gran ventana que había a un lado del escritorio del jefe. Se podía ver a la perfección la selva en todo su esplendor. Era fascinante como, a lo lejos, se veían árboles tan altos como el edificio en el que estaba en ese momento. Era una vista hermosa y, irremediablemente, pensé de nuevo en la gran cantidad de árboles que habría que talar para hacer semejante edificio. Y muchos más para construir el pequeño pueblo que, tarde o temprano, crecería para ser una gran ciudad.

 Salí de mis pensamientos cuando vi algo salir de entre la selva. Era parecido a un ave, o eso pensé al comienzo solo porque vi sus alas. Parecía no poder moverse bien y apenas mantenerse a flote. Estaba lejos pero acercándome más al vidrio pudo ver que le gruñía a algo debajo, algo que estaba en la selva. Viéndolo de más cerca me di cuenta de que parecía más un murciélago que un ave común y corriente. Las alas eran delgadas, sin plumas. Su cara era horrible, algo inexplicable. No podría.

 Entonces algo saltó de la selva, algo enorme, y mordió al murciélago gigante. Un momento después, ya no había nada en el cielo, ni en ningún lado. Me di la vuelta, pues sentí justo entonces que alguien me miraba y tenía razón: era el gran jefe de las oficinas locales. Era mi subordinado, un hombre que yo mismo había elegido para este emprendimiento tan complicado. Sin embargo, lo que acababa de ver, cambiaba por completo mi perspectiva de lo que estábamos haciendo allí y la manera en la que lo hacíamos.

“¿Porqué nunca se me informó?”, le pregunté. Él dijo que sabían mantener a las bestias alejadas. Además, ellas no parecían tener interés alguno en los seres humanos o en sus actividades en el planeta. Pero yo no estaba tan seguro, había algo que no me gustaba respecto al “murciélago” y no era su aspecto.

 Le pedí que me entregara los informes más recientes y que convocara una reunión urgente. Él ya había pensado en eso, dijo que ya me esperaban en una sala cercana. Antes de salir de allí miré a la selva y no vi nada. Pero tuve mucho miedo, muchas dudas.

sábado, 10 de octubre de 2015

La bruja

   La pobre bruja corría como alma que lleva el diablo a través del bosque. A veces parecía que iba a tropezarse pero con un movimiento de su mano todo lo que se interponía en su camino se movía hacia un lado. Un árbol de quince metros lo hice sin chistar, lo mismo que varias raíces, todo un riachuelo y muchas piedras de diversos tamaño. Empezó a llover y la bruja quedó empapada justo antes de llegar a su pequeña casa, incrustada en un montículo en la mitad del bosque. Con otro movimiento de su mano, la ropa que tenía puesta se secó. Obviamente el mito de que las brujas se derretían con agua era una tontería pero eso no quería decir que la disfrutaran mucho que digamos. En un momento, la bruja puso a hervir un par de calderos pequeños y, finalmente, fue a dar a un gran sillón.

 Estando allí se quitó el sombrero, revelando una cabellera de color violeta intenso. Era bastante guapa también y nadie en el mundo hubiese pensado que era una bruja, a menos que ella misma le contara a medio mundo. De hecho, eso lo había hecho varias veces con mortales de los alrededores pero siempre tenía cuidado de borrarles la memoria con uno de sus encantamientos. Era cuidadosa y tenía un legado, una historia familiar que honrar y preservar, así que no podía vivir muy a la ligera. Después de un rato esperando, se acerco a uno de los calderos, tomó el cucharón que había dentro y se sirvió en un plato un poco de la deliciosa sopa que había allí. No había magia ni nada, solo verduras. El otro caldero, sin embargo, estaba rodeado de un humo curiosamente fucsia.

 La joven se sentó a la mesa, una gran mesa de madera basta, y tomó su sopa. Si algo había que no le gustaba mucho de vivir allí, es que muchas veces estaba sola. Y cuando llovía de esa manera, pues afuera la tormenta había arreciado, no había manera de que uno de sus amigos del bosque la visitara. No, por supuesto que no eran animales como conejitos y mapaches. Quienes la visitaban eran elfos y duendes y hadas y muchas otras más criaturas mágicas que sabían de su negocio de pociones y venían con frecuencia a pedirle ayuda. La que se estaba cocinando era una de valor y se supone que la usaría un espíritu para asustar mejor.

 Que claro que la bruja no hacía pociones para cualquiera ni cuando ellos se lo exigieran. La bruja trabajaba solo si veía en ello una ganancia personal, fuera de lo monetario. Al fin y al cabo que era una bruja joven y necesitaba adquirir toda la experiencia que le fuese posible. Había sido la idea de su familia que se exiliara por un año en un bosque para que trabajara concentrada y entrenara todo lo que debía, para aprender a ser una bruja con todos los trucos bajo la manga. Por eso todas las criaturas del bosque, o casi todas, iban allí a pedir que les solucionase una parte de sus vidas. Pero ella ya se estaba cansando de la situación y eso que solo habían pasado tres meses desde su llegada.

 La joven estaba frustrada porque quería ver el mundo y, como le había dicho a su madre tantas veces, intuía que en las ciudades la gente necesitaría más de una bruja. Pero su madre no lo consintió y por eso resultó en un bosque. Ahora ya no peleaba, principalmente porque no había con quien, y solo llevaba el día a día. Estaba terminando la sopa, que estaba deliciosa, cuando miró a la ventana y sintió una sombra cruzando sobre ella. Lo mismo sucedió con otra ventana y entonces la joven apagó las luces de su hogar. Esperó en silencio, con únicos ruidos el hervir del caldero y la lluvia incesante afuera. Parecía que no iba a pasar nada hasta que una cara apareció de golpe en una de las ventanas.

 Ella sabía que no podían verla directamente, pues había un encantamiento que hacía parecer todo muy diferente desde afuera. Pero ese ser parecía seguro de ver algo o tal vez lo sentía. Por lo que pudo detallar la bruja, esa criatura era un hombre humano y no era uno de los mejores ejemplares de sus especie. Tenía una marca bastante mal cuidada que le tapaba casi toda la cara y el pelo sucio y enmarañado, lo que era increíble con la cantidad de lluvia que caía afuera. Sus ojos eran claros e intimidantes, no como los amables ojos avellana de la bruja. El humano se quedó mirando por la ventana un buen rato hasta que perdió el interés y se fue, para tranquilidad de la joven.

 Pero al rato pasó algo peor: golpeaban a la puerta con una fuerza inmensa. Era como si la quisieran romper. Debía ser un cliente desesperado pero ella les había dicho, con claridad, que no atendería a nadie cuando el clima fuese adverso. Les explicó, tratando no detallar mucho, que el clima exterior podía afectar negativamente el desarrollo de sus pociones. Pero al parecer el ser que estuviese detrás de la puerta, no iba a dejar de golpear como un maniático así que la bruja le abrió, dejándolo pasar a él y a otra criatura algo menor. Cuando se dio la vuelta para saludarlos, la bruja gritó de la manera más desgarradora en la que jamás nadie ha gritado. Algunos animales afuera quedaron hechos de piedra, tal cual.

 Los que entraron a la casa de la bruja eran seres humanos. El grande era el que había estado mirando por la ventana y el otro, algo más pequeño, parecía ser una mujer. Después del grito, la bruja se acorraló en una esquina y les pidió, por favor, que se fueran y no volvieran jamás. Prometía irse del bosque, darles pociones de poder y de amor y todo lo que quisieran pero solo quería que la dejaran vivir. Las criaturas la miraban como si estuviera loca pero ella se echó al piso e imploró por su vida como si le hubiese puesto un cuchillo en la garganta. Las criaturas la ignoraron al comienzo, tomando un caldero y calentando agua allí.

 Fue entonces que la bruja se dio cuenta que algo pasaba con la mujer. Su forma era particular así como su pesado caminar, que terminó en el sillón donde la bruja misma había estado sentada hasta hacía algunos minutos. La mujer parecía estar embarazada y por el color de su piel no parecía estarlo llevando muy bien. Tenía el color de las espinacas en su cara. La bruja entonces se calmó y solo se quedó mirando las escena desde su rincón: el hombre le brindaba a la mujer té pero ella no lo tomaba. Él parecía tratar de convencerla hasta que lo logró. Acto seguido, trató de ponerla más cómoda, usando algunas de las cosas que había alrededor como manteles y cojines varios. La bruja lentamente se puso de pie y se dio cuenta que el hombre no sabía muy bien que hacer.

 Entonces caminó con agilidad hacia el fuego, puso un caldero más y allí mezcló varios de los ingredientes que tenía en su despensa. Los humanos se quedaron mirándola, con algo de miedo pero también con una inmensa curiosidad pues la bruja iba y venía, moviendo la mano de manera extraña y haciendo aparecer y desaparecer diversos artículos como libros, ingredientes, platos, jeringas, … Mientras hacía esto la mujer empezó a quejarse del dolor y entonces la bruja apuró el paso mientras los gritos de la pobre mujer se podían oír por todas partes. La joven se dio la vuelta, esperando que la poción hirviese el tiempo necesario. El hombre tenía a su mujer tomada de la mano, como apoyo.

 La bruja se acercó un poco y les sonrió, cosa que ellos no devolvieron. Al fin y al cabo eran culturas diferentes y cada cultura percibe las cosas como quieres percibirlas. Era increíble para ella, la bruja, ver como esas dos personas se profesaban tanto amor  con los más sutiles movimientos del cuerpo. Un apretón ligero de manos o un beso en la frente, cosas muy básicas. La poción estuvo lista y tenía la consistencia deseada: entre una crema de manos y un chicle especialmente pegajoso. Lo pasó todo a un cuenco y con una espátula untó casi todo sobre la panza de la humana, que parecía asustada pero sin embargo no empujaba ni hacia nada para que la bruja se detuviese.

 El resto, la humana lo tuvo que beber. Le sabía a un platillo muy dulce, como un postre. La poción relajaba su cuerpo y a la vez le daba fuerzas, por lo que tras algunas horas, el bebé que tenía dentro nació sano y salvo. La bruja, honrada de haber visto el nacimiento de una vida, le dio al niño la capacidad de siempre ver lo mejor en los demás. Ese sería su pequeño regalo, que debía usar él lo mejor posible. Los humanos se quedaron en la casa del a joven esa noche. Compartieron sopa, un espacio para dormir y, en la mañana, ella descubrió que no había nadie allí. Se habían ido sin decir nada más. Afuera la lluvia todavía caía, pero con suavidad.


 La bruja le escribió a su madre contándole todo lo sucedido. Le dio todos los detalles del asunto y le contó de la poción que había hecho de lo especial que había sido semejante momento para ella. La madre le respondió con rapidez, estando muy feliz por ella pues era un evento que rara vez presenciaba una bruja. Pero su madre estaba preocupada por el niño, pues a veces los buenos deseos podían convertirse en maldiciones. Además, le resultaba curioso que hubiese humanos en un bosque como ese, donde ellos jamás entraban. Los que su hija había conocido debían ser humano muy insistentes o resistentes. Eso ella no lo sabía bien pero se prometió a si misma buscarlos y vigilar el progreso de su deseo para el niño. No iba a dejar que sus deseos se corrompieran.

lunes, 27 de abril de 2015

Más

   Porque será que siempre queremos más? Porque será que nunca nada es suficiente, nada nunca parece ser lo que queremos? Cuando anhelamos algo y lo obtenemos, como seres humanos, nos sentimos felices un momento pero después lo dejamos de lado y buscamos otra meta, otro lugar hasta donde llegar. No se trata siempre de romper records o de superarse a uno mismo. Si así fuera, no habría problema con querer más. Pero resulta que esas ocasiones son la minoría. La mayoría de veces queremos más por varias otras razones, mucho menos honorables.

 Todo empieza desde que somos pequeños, incluso bebés. Se supone que un infante no sabe nada y está en un proceso de enseñanza permanente. Aprende de todo y todos a su alrededor y esto es algo que la gente frecuentemente olvida. Muchos padres creen que los hijos solo oyen y ven cuando ellos quieren y no cuando los hijos quieren y ese es un gran error. Los padres no quieren que los oigan pelear o tener sexo pero, sin embargo, los hijos no anulan sus oídos. Los pequeños no pueden evitar ver cuando algo pasa, cuando el padre se siente feliz por algo y la madre triste por otra cosa o viceversa. Desde ahí se sabe que es bueno y que es malo, que da placer y que no debería darlo.

 Es un aprendizaje rápido y efectivo pero no siempre correcto o realista. Cada familia, viendo la diversidad en seres humanos, es de verdad única. Esto, en su origen, su base. Pero las familia suelen mutar rápidamente para ser como otras, para no resaltar. Nadie quiere ser la excepción sino la norma y convertirse en esa norma requiere de reglas y metas y ahí empieza todo. Desde ese anhelo por convertirse en un ser perfecto e ideal, los niños se dan cuenta que hay cosas que deben conseguir para ser considerados deseables, buenos y admirables.

 En el colegio, se trata de tener buenas notas. Todo va alrededor de eso. Nadie aplaude a un niño que sepa hablar de sus sentimientos o que haga amigos porque tienen una conexión especial. No, la gente aplaude al niño que tiene muchos amigos, así no sepa ni el nombre de cada uno. Aplaude al niño popular y aplaude al niño inteligente, así este sea marginado por sus compañeros. El punto de todo es tener la aceptación de alguien, no importa de quién sea y tanto el atleta como el nerd tienen esa aceptación.

Y que pasa con los otros niños, los que a veces llaman “promedio”, los que estigmatizan por no entender todas sus asignaturas, por ser malo en deporte, por no ir en la línea de las normas que la sociedad tiene establecidas hace años? Pues sencillo. Tienen dos caminos: pueden retomar la senda y tener el mismo objetivo que los nerds y los atletas. Es decir, querer llegar a la meta de ambos estilos, o ser el mejor estudiante o ganar medallas e imponerse físicamente frente a otros. El otro camino, el que por mucho tiempo fue menos recorrido, es simplemente hacerse un camino distinto con metas diferentes, pero igual de ambiciosas.

 Hay que tener claro que todo el mundo tiene sus metas, sean las que sean y eso no tiene nada de malo. Mueve a la gente y la hace soñar y hacer y que hay mejor que esas dos cosas? Lo malo no es tener metas sino pedir más de la vida cada vez que se alcanza una meta. Lo malo es creer que se es mejor porque se ha alcanzado más o, incluso, nunca sentirse satisfecho con los logros que alcanza.

 Esto nace de la competencia. Y ella existe desde que tenemos uso de razón. Que quién camino más joven, quién hablo más pronto, quién salió más rápido de la escuela, quién tuvo las mejores notas, quién eligió la mejor carrera,... Considerando esto, no es extraño que hace algunos años, no muchos, los hijos primogénitos fueran los favoritos de los padres. Eran, al fin y al cabo, los que hacían todo primero y se esforzaban más. Todo con ellos es nuevo y un logro. Hoy los padres no dicen nada al respecto pero sigue siendo algo recurrente.

 Cuando llegamos a la universidad, aprendemos a tener criterio. Esto le ayuda, a la mayoría, a definir mejor sus metas y como alcanzarlas pero también para hacer un plan de vida que es casi lo mismo que un plan de juego pero a largo plazo. La gente quiere conseguir, quiere tener, incluso ms que solo ser. plan de vida que es casi lo mismo que un plan de juego pero a largo plazo. La gente quiere conseguir, quiere tenás que solo ser. Si se tiene se es y esas es la idea de la sociedad actual. No es de extrañarse que, con una primera paga o unos primeros ahorros, la gente ya no quiera comprar un carro o una casa como primera compra. No. Ahora hay objetos más pequeños, más evidentes y económicos para evidenciar el estatus.

 La larga línea de teléfonos móviles y computadores, que cada semana tienen algo nuevo y aparentemente innovador, es solo una de las muchas maneras para que la gente compre su estatus. Así se puede ir ascendiendo y con estos artículos aprendemos que nunca nada es suficiente. Mi teléfono hoy es de lo mejor y más popular pero en un año ya no lo será y si lo sigo teniendo y otros han avanzado, me iré quedando atrás. Esto funciona más en quienes están atrapados de lleno en la red de los medios y la sociedad de consumo.

 Los conocemos. Son esas personas que creen todo lo que se les dice y cuya educación está basada en repetición y no en conocimiento y esa es una diferencia que hay que hacer. Ellos, básicos de mente, saben bien que existen escalones que hay que subir y los suben cada día, buscando llegar a una meta que nunca tocarán porque siempre cambia. Quieren un trabajo que idealizan pero cuando lo consiguen quieren ganar más dinero y cuando lo ganan deciden que su felicidad reside en tener una familia y cuando la tienen buscan placer y así hasta la muerte.

 El buscar más, el querer más se da simplemente porque la meta simplemente pierde su encanto una vez es alcanzada. Además, la mayoría de las personas organizan su mente de manera que la felicidad resida en esas metas, como si la felicidad tuviera algo que ver con lograr algo. Siempre hemos tenido en la cabeza que, por ejemplo, lograr el cuerpo que idealizamos es algo que nos hará felices. Pero eso es incorrecto. No solo porque el físico es algo irrelevante en la realidad, sino porque la felicidad debería estar en el proceso, más no en la meta final de ese proceso.

 Las personas siempre están felices con los resultados. Está comprobado que la mayoría de las personas odian su trabajo y lo hacen de mala gana, casi siempre. Pero cuando les llega el día de pago, están felices porque los premian por esos días de mala cara. No debería ser al revés? No debería uno estar alegre trabajando, sintiendo que cada momento es un aprendizaje y luego sentirse extraño al ser remunerado por hacer algo que adora? Obviamente puede ser algo idealista este concepto pero sin duda sería mejor que lo que tenemos ahora.

 Cada vez hay más problemas físicos por el famoso estrés, que no es más que cansancio que puede llegar a ser un problema para el sistema nervioso, si llega a ser muy grave. Y ahora todo el mundo lo sufre porque tiene afán de llegar a ser alguien, de llegar a algún lado o a obtener alguna cosa. Ese estrés, esos nervios, ese cansancio yace en nuestro afán por querer más, por correr sin sentido hacia todos los lados sin en verdad saber adonde vamos.

 Hagan el intento alguna vez. Pídanle a alguien que deje por un día sus obsesiones, metas, ideas, de lado para disfrutar de un día común y corriente. Parece un experimento inocente pero evidencia el colapso del ser humano ante un sistema que solo busca exprimirlo pero no enaltecerlo o darle una sensación de logro, de haber cumplido con sus ideas. Ya nadie cumple nada porque nunca llegan a nada. Las cosas desaparecen y la memoria no ayuda a recordar porque queríamos algo o si en verdad lo queríamos en un principio.

 Y esto es con todo. Los gimnasios viven hoy en día llenos de personas que quieren quemar calorías, grasa. Quieren deshacerse de algo que son para convertirse en su ideal, en su meta. Pero quienes han llegado a esa meta de piernas torneada, bustos firmes, traseros duros y cuerpos marcados, se dan cuenta que necesitan más. No dejan de ir al gimnasio para seguir ejercitándose en casa. Argumentan que ya no seguirían el ritmo pero la verdad es que quieren más. Porque sienten que hay más cosas por mejorar y siempre las habrá.

 Además, si algo nos gusta a los seres humanos, es que nos digan que hacer. Muy pocos se quejan de las normas de la sociedad porque a la mayoría le gusta que le digan que hacer en vez de darse cuenta por ellos mismos. Así funcionan las campañas electorales. Le creemos a uno y nos dejamos convencer porque pensar y discernir es mucho trabajo. No. Mejor dejarle lo de pensar a otros y así es como perdura la sociedad, sin libertad verdadera.


 Nos ofendemos cuando nos dicen animales pero somos iguales, entrenados, amaestrados y dóciles en la mayoría. Incluso los que se rebelan, no saben como hacerlo, perdidos en un mar de objetivos ilusorios que atraen por su estabilidad y aparente importancia. Y la vida ya noes vida sino una continuación de eventos sin importancia que no llevan a nada. Solo unos pocos pueden decir que han vivido cuando todos deberíamos poder decirlo.

lunes, 2 de febrero de 2015

Ágata

   Su nombre era Ágata. Era una gata bastante peluda, con ojos grandes y de un amarillo penetrante. Sin embargo, era imposible no verla en donde estuviera. Atraía las miradas con su hermoso semblante y aparente elegancia. Se estiraba suavemente en cualquier superficie placentera que encontrara y casi siempre dormía plácidamente, obviamente sin ninguna preocupación en el mundo.

 La hermosa gata era propiedad de Yrina, la famosa supermodelo rusa. La mujer viajaba por todos lados pero nunca olvidaba a su inseparable amiga felina. Ágata había sido un regalo de un novio que la mujer había tenido pero el amor terminó pronto y lo único que le quedó a Yrina fue la gata. Eso sí, todo ocurrió un año antes de que se volviera famosa y ahora la modelo reía sola al pensar en lo arrepentido que estaría el idiota que le había dado a la gata. Seguramente estaría golpeándose contra una pared.

 Ágata sabía de esto ya que, de vez en cuando, Yrina reía macabramente cuando le acariciaba su pelo. Vagamente recordaba al hombre que le había regalado y entendía que todavía tenía un efecto particular en su dueña. También la había visto llorar cuando la relación se había terminado y la había visto pasar por muchas cosas más, así que no sabía de en verdad ese chico se arrepentiría o si, más bien, se sentiría aliviado.

 Siendo una gata, era ciertamente difícil juzgar a los seres humanos. Eran criaturas para ella interesantes pero muy complicadas. A pesar de lo que oía alrededor, sobre todo de quienes venían a maquillar o peinar a su ama, las hembras y los machos de la especie humana eran iguales en todo sentido, incluida su ingenuidad, cinismo y tontería. Podían ser muy inteligentes y muy estúpidos y se preocupaban por cosas que ella no entendía. En esas ocasiones, prefería recostarse por ahí y dormir una buena siesta.

 No podía negar, nunca, que Yrina era una buena humana con ella y, al fin y al cabo, eso era lo que contaba. La peinaba en sus ratos libres y, lo había notado desde el comienzo, Yrina era otra persona cuando estaban solas. Solía comer comida más apetitosa que las comidas raras que muchas veces le hacían comer y veía mucha televisión. Claro que Ágata no entendía nada de lo que decía o mostraba ese aparato, pero casi siempre su ama la ponía en su regazo y la acariciaba mientras veía alguna película. Era realmente relajante.

 Diametralmente eran los días de trabajo. Yrina casi nunca la tocaba, a menos que fuera para quitarla de un sitio donde no debía estar. Parecía que no supiera que los gatos no pueden quedarse siempre en un mismo sitio.  Los gatos necesitan moverse, explorar, cazar y jugar un poco. Pero cuando decenas de otros seres humanos estaban alrededor, esto se volvía imposible. Ágata prefería dormir antes que ser acariciada por algún desconocido.

   Más de una vez había rasguñado a alguien con sus garras, que siempre eran cortas, porque odiaba a los desconocidos. Era insoportable que se acercaran haciendo ruidos idiotas y acariciando mal, a veces frotando mucho, como si estuvieran acariciando a un oso polar. Pero cuando rasguñaba, mejor dicho cuando se defendía, Yrina se enojaba bastante y la regañaba. Esto era insoportable, no solo por el factor de la comida, sino porque Yrina el único ser humano que Ágata soportaba y era como ser rechazado por un buen amigo.

  Además, estaba lo extraño. A veces cuando estaban solas, Yrina se comportaba de una manera muy extraña. Tenía días en los que fumaba bastante, tanto que parecía a uno de esos coches viejos que todavía andan por ahí. Además, se encerraba en el baño por horas y, muchas veces, Ágata la esperaba afuera y arañaba la puerta pero jamás conseguía respuesta. Ni un regaño, ni un grito, ni una afirmación. Nada.

 Podía ser un gato, pero Ágata sabía que algo no iba bien, unos tres años después de haber sido regalada a su ama. Nunca había sido un ser humano particularmente jovial pero ahora parecía que no sonreía nunca y, Ágata pensó, que se veía cada vez más fea. No era buena jueza de la belleza humana pero siempre había pensado que Yrina era bastante agradable a la vista.

 Ya no era así. A veces, cuando dejaban de viajar y regresaban al apartamento que compartían. Ágata se quedaba mirando a su ama mientras dormía, cuando dormía. Parecía verse más pequeña, como reducida por un dolor o por algo que ella no pudiera controlar. Además su pelo, que siempre había sido bello (aunque Ágata pensaba que los gatos les ganaban a los humanos en esto), parecía menos vivo, más opaco y triste. Lo mismo sus dientes. La hermosa sonrisa con la que tantas veces había saludado a la felina, ya no existía.

 Sin embargo, el trabajo por esa época parecía haber aumentado. Yrina lucía cada vez peor pero tenía más trabajo. Ágata agradecía que la llevara a todos los sitios a los que iba, así fuera a países lejanos. No era muy alegre viajar en un avión que solo hacía ruido y en el que se podía casi mover, pero la recompensa era ver a su ama feliz, o al  menos fingir felicidad. No sabía nunca cuando era una cosa o la otra pero, Ágata pensaba, al menos parece intentarlo.

 Pasó otro año, de viajes y mucho trabajo, y Ágata empezó a notar algo más. El apartamento que por tanto tiempo había sido para ellas solas se convirtió en un centro de eventos. Casi no pasaban dos días antes de que decenas de seres humanos, todos descuidados, llegaran y dejaran el sitio hecho un desastre. Incluso el cojín favorito de Ágata era movido de un lado al otro, como si fuera alguna diversión enfermiza.

 La gente que venía se parecía a la nueva Yrina. No eran mujeres particularmente bellas ni hombres naturales sino gente que parecía haber salido de uno de los programas que la gata veía que su ama veía en la tele hacía mucho. La mayoría de los humanos iban demasiado arreglados y, a juicio de Ágata, se veían ridículos. Era cierto que nunca había entendido el concepto de la ropa, pero incluso ella podía ver que no era lo apropiado, el modo de vestir de esas personas.

 Además, nunca había visto a ninguno de esos humanos. Ni en la casa, ni en ninguno de los trabajos pasados de la modelo. Y Ágata se preciaba de tener una buena memoria. Que hacían entonces toda esa gente en el apartamento y porque tan seguido? Todos bebían líquidos que olían horrible y sabían peor (era imposible ignorar las manchas por todos lados) y, curiosamente, no había un solo plato de comida en toda la casa.

 Lo único que ágata siempre encontraba gracias a Lupe, una mujer que venía de vez en cuando, era su comida y un plato lleno de agua en un rincón que era solo para ella. Incluso los invitados de las fiestas nunca entraban allí. Aunque había habido una vez, en la que había encontrado a dos seres humanos allí pero el calor era tal que había salido corriendo al instante. Odiaba el calor.

 Y así siguieron las cosas, por meses y meses hasta que un día se quedaron las dos solas de nuevo. Ágata, apenas se despertó, corrió al cuarto de Yrina para despertarla con su ronroneo pero no había nadie en la cama. Seguramente, pensó la gata, estará en el baño. En efecto, la puerta estaba entreabierta y, con dificultad, Ágata pudo entrar. Su ama estaba tendida en el piso y tenía una bolsita al lado llena de algo que no pude saber que era.


 Cuando Lupe llegó, Ágata la atrajo hasta el baño y allí cambió todo. No solo fueron los gritos de Lupe ni que la llevaran a un hogar para animales. Era también el hecho de que, al final, mientras Lupe corría gritando por todos lados, Ágata se acerco a su ama y la olió. Entonces entendió que su vida iba a cambiar porque su ama ya no estaba. No se preguntó que sería de ella sino que pensó: “Que pasó con mi ama, con Yrina?”.