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viernes, 10 de noviembre de 2017

Asesino

   Era el último de la semana, el cuarto si había que contarlos todos. Era un buen momento para el tipo de trabajo que H hacía, uno que no muchas personas aprobaban. De hecho, muchos ni sabían que algo así existía. Claro que había que ser una cierta clase de persona para saber al menos un poco del mundo en el que H se desarrollaba. Las personas con las que se relacionaba seguido podían ser clasificadas como lo peor de lo peor, el mugre aceitoso de la humanidad.

 Lo que él hacía era matar gente y hacer que todo pareciera un accidente desafortunado. Sus técnicas más frecuentes eran las de ahogar a las victimas o envenenarlas sin que lo supieran. Esta última era algo mucho más elaborado que se tomaba demasiado tiempo pero siempre tenía los mejores resultados pues no había forma que nadie se enterara de cómo había muerto en verdad su ser amado o su jefe o cualquiera que fuese su relación con el muerto. El caso es que quedaba bien hecho.

 Sin embargo, no había sido fácil empezar en el negocio. Todo había sido consecuencia de una serie de errores que había cometido. El primero, tal vez el más importante, había sido no trabajar tan pronto como pudo cuando fue joven. Mientras otros lo hacían en panaderías o tiendas de video, él se la pasaba mirando las estrellas o simplemente cultivando su cerebro, algo que con el tiempo resultó ser algo que no llevaría a ningún lado. Por eso surgió lo de las drogas.

 Como no podía conseguir trabajo cuando ya todos sus conocidos eran jefes o al menos ganaban una buena suma en algún lado, H se desesperó y buscó por todas partes una opción para al menos tener un ingreso mensual fijo. Lo que encontró fue una red de narcotráfico que buscaba personas que vendieran la mercancía y él resultó ser la persona perfecta para el trabajo: parecía universitario y no resaltaba en multitudes. Se podría acercar a los estudiantes para ampliar el negocio.

 Así empezó su carrera entre las sombras, pues tuvo que hacer negocios que no le gustaron pues sabía en qué estaba metiendo a jóvenes hombres y mujeres que se encontraban en un mal momento de sus vidas. Él se estaba aprovechando de ellos, de su vulnerabilidad. Por un buen rato se sintió bastante mal por ser aquella persona, un depredador, que se lucraba con su afán de sentirse mejor. Con el tiempo, esa preocupación desapareció. Se fue dando cuenta que todos ellos no eran niños sino adultos y era su decisión consciente hacer lo que hacían. H jamás forzaba sus ventas.

 H era un pésimo profesional en el campo que había elegido estudiar en la universidad. Era un mediocre en aquello que se suponía amaba y conocía bien. Se había pasado meses y meses, casi una década entera, tratando de construir una estructura de conocimiento suficiente para poder ser lo que más quería en la vida. El triste resultado se había derrumbado a su alrededor y los escombros lo habían atrapado durante un buen tiempo hasta que se metió en el negocio e las drogas.

 En eso era el mejor. No solo vendía más y a más gente sino que había ampliado la extensión de su zona de distribución e incluso se había adentrado en negocios alternos para poder impulsar la venta de la droga. En un mismo paquete muy bien cerrado, podían haber también medicamentos de prescripción médica, así como alcohol y cigarrillos. Se le daba al cliente lo que quisiera, como quisiera y dónde quisiera. No había limite alguno y esa era la clave de toda la operación.

 En poco tiempo fue el mejor vendedor de la red de la ciudad y pronto se le pagó para que viajara a otros lugares para mejorar las ventas. En muchos lugares los vendedores sufrían bastante para vender lo poco que tenían pero con sus estrategias eso cambió bastante pronto. En poco tiempo, la venta de narcóticos creció casi al doble de lo que era en el pasado. Y fue en ese momento cuando H se dio cuenta de que su momento en ese negocio había expirado.

 Le explicó a sus jefes, hombres que casi nunca se dejaban ver, que necesitaba hacer algo diferente, algo que lo desafiara más. Ellos trataron de amenazarlo pero él les recordó que gracias a sus esfuerzos, ellos eran más ricos de lo que jamás podrían imaginar. Aclaró que jamás le diría nada a la policía porque obviamente eso iría en contra de sí mismo pero sabía de la competencia y que a ellos les encantaría entender como fue que ellos habían crecido tanto en tan poco tiempo.

 Los hombres terminaron por aceptar su renuncia pero fue entonces cuando le propusieron algo diferente, que tal vez le podría interesar. Durante su tiempo vendiendo drogas, él había hecho lo opuesto a sus clientes: había cuidado su cuerpo, entrenando varias horas a la semana para poder ser ágil e intimidante. Por eso le propusieron ser uno de los nuevos guardaespaldas de un narcotraficante que necesitaba con urgencia personas que le colaboraran, después de un ataque particularmente fuerte de las fuerzas del Estado. Aceptó la propuesta sin pensarlo dos veces.

 No pasó mucho tiempo para que empezara a destacarse entre los demás guardaespaldas. Podía ser muy calmado en un momento y casi salvaje al siguiente. Era una máquina de fuerza y velocidad cuando quería. Por eso su nuevo jefe lo enviaba a hacer ciertas tareas que él solo le daba a sus más fieles empleados. Matar fue una de esas tareas y al comienzo no fue nada fácil. Pero con el tiempo todo se hace más sencillo y terminó siendo una máquina de la muerte muy refinada.

 Los estudios del pasado le sirvieron para refinar sus técnicas. Fue así que encontró varios venenos que la mayoría de personas no conocían y que podían ser utilizados efectivamente para eliminar a quienes necesitase eliminar. Pronto perdió la cuenta de sus victimas y matar personas se volvió algo tan común y corriente para él como correr las cortinas por la mañana y servirse jugo de naranja. Era algo oscuro y asqueroso pero ese era él, ese había resultado ser su verdadero yo.

 A veces se despertaba a la mitad de la noche o simplemente no podía dormir. Y no era que viera las caras de los muertos en la oscuridad sino que se sentía como en una caja que lentamente se iba cerrando a su alrededor. Sin pensarlo mucho, le pidió a su jefe que lo dejara ir, pues quería emprender su propio negocio por su parte. Le aseguró que no serían competencia ni nada por el estilo. La idea era ofrecer el mismo servicio que le ofrecía a él pero a otras personas.

 Meses después, recibía contratos de varios tipos de personas. Los narcotraficantes eran cosa del pasado. No había nada mejor que trabajar para amas de casa desesperadas o para hombres de negocios que se veían entre la espada y la pared. Había cierto interés casi morboso en ver como personas que parecían ser normales, que parecían no herir una mosca, podían convertirse en monstruos peores que él mismo en un abrir y cerrar de ojos. Era algo digno de ver.

 Con el tiempo, empezó a subir sus precios y a hacer cada vez menos trabajos. Esa era la idea desde el comienzo. Después de todo no iba a tener la energía de un joven toda la vida, su entrenamiento físico solo podría mantenerse por un cierto tiempo.


 Así fue como empezó a entrenar a otros en su arte de la muerte. Cuando llegó su propio momento de morir, había otros que seguirían su oficio para siempre pues con los seres humanos la muerte es segura y, es aún más seguro, que las pasiones de un momento los hagan hacer lo que nunca antes harían.

viernes, 13 de octubre de 2017

Varados en MR-03

   Quedar atrapados en la misma nave salvavidas era lo último que cualquiera de los dos hubiese querido. Era cierto que trabajaban junto en el puente, junto al capitán, pero eso no quería decir que se llevaran remotamente bien. Solo trabajaban juntos y nada más, no había una relación más allá de obedecer las ordenes y vivir una vida moderadamente tranquila en la nave Descubrimiento, que había sido lanzada hacía tan solo dos años. Ese era el tiempo que llevaban evitando hablar más de lo necesario.

 Pero no hacía sino algunas horas desde que una nave no identificada había lanzado un ataque sin respiro contra la nave de exploración. Ellos tenían algunas armas para defenderse pero nada que pudiese aguantar semejante brutalidad. El capitán ordenó la evacuación inmediata, aprovechando la cercanía del planeta MR-03. El lugar había sido objeto de estudio por parte del personal hasta el momento del ataque. Todo el mundo corrió, evitando explosiones y gritones provenientes de todos los pasillos.

 Por alguna razón, los pasos del teniente y los del primer oficial los llevaron exactamente al mismo pasillo y, por consiguiente, a la misma nave de escape. Eran naves que podían servir hasta para diez personas. Pero nadie más venían y la nave no iba a resistir más. Fue el primer oficial el que desató el modulo de la nave, eyectándolo así hacia el planeta. El control sobre el aparato era mínimo pero tuvieron asiento de primera fila para ver la destrucción del que había sido su hogar por tanto tiempo.

 El disco principal voló por todos lados y después fueron los motores los que estallaron creando una onda tan fuerte que desestabilizó a la mayoría de las naves de escape. En el que estaban los dos hombres comenzó a flotar hacia un lugar muy distinto que el resto de la flotilla de sobrevivientes. Mientras la mayoría iba hacia el ecuador del planeta, donde habían detectado un continente amplio, el modulo de los dos hombres se dirigía sobre lo que parecía ser un mar eterno de un liquido parecido al agua.

 Sin decir una palabra, cada uno hizo lo que pudo para estabilizar el modulo. Lo único que consiguieron fue no convertirse en tostadas humanas al entrar a la atmosfera. Cayeron miles de kilómetros, convertidos en un bólido de fuego yendo a una velocidad extraordinaria. El aparato voló sobre el agua e impactó fuerte cerca de lo que en la tierra se llamaría un atolón. La nave pasó por encima de una arena muy fina, de color purpura, que pareció contener la mayoría de la fuerza del accidente. Cuando el modulo estuvo quieto por completo, los dos oficiales salieron del mismo.

 Sabían que podían hacerlo, pues así lo había confirmado su investigación del planeta. Pero aparte de eso, no había mucho que les sirviera para poder sobrevivir. Con aparatos que llevaban encima y dentro del modulo, pudieron deducir que estaban a unos tres mil kilómetros del continente, el único en todo ese mundo. Lo siguiente era saber si el agua era potable. Un simple experimento les aclaró la duda: tenía que filtrar el liquido antes de consumirlo. Fue así que armaron un pequeño campamento.

 El primer día, casi no cruzaron palabra. Lo que se decían era lo mínimo para no chocar el uno contra el otro tratando de sobrevivir. Si uno limpiaba agua, el otro trataría de averiguar como llegar al continente. Si uno estaba en el modulo tratando de que funcionaran los aparatos de comunicación, el otro estaría afuera clasificando las raciones que había en el compartimiento de emergencias. Estaban bien entrenados y eso los hacía un buen equipo, incluso sin tener que hablar.

 Sin embargo, no podían comunicarse con nadie. El modulo había sobrevivido casi completo al choque pero los sistemas internos estaban dañados y era imposible repararlos sin herramientas que solo quienes trabajan en la sección de ingeniería podrían tener a la mano. Ellos eran oficiales, por lo tanto no tenían acceso a nada que se pareciera a lo que necesitaban. Además, la comida era escasa. Y como tantas veces en el curso de la humanidad, fue la razón para establecer un enlace.

 Pero no entre ellos y el resto de los sobrevivientes sino solo entre ellos dos, entre dos hombres que desde su experiencia académica se habían considerado no compatibles. No eran solo sus percepciones humanas sino también exámenes hechos por profesionales los que decían que ponerlos a los dos en el mismo espacio sería un peligro potencial. Pero ambos habían jurado mantenerse al margen de problemas personales y enfocarse únicamente en el trabajo.

Así lo habían hecho y sus superiores habían quedado tan satisfechos, que todos los exámenes fueron olvidados y a los oficiales se les dejó seguir en sus puestos como si nada. Pero en esa época iban a la cafetería de la academia, donde servían lo que uno quisiera, cuando uno lo quisiera. En el atolón solo tenían raciones de comida deshidratada, que debían tratar de comer con algo del agua descontaminada, que sabía a rayos después de procesar casi a mano. La primera conversación entre los dos fue una discusión por el tamaño de las raciones. El primer oficial pensaba tener la porción más pequeña.

 Era una discusión absurda, de eso no había dudas, pero cualquier detalle habría bastado para volverlos locos y ese era el que los estaba haciendo pasar por encima de sus limites, de las barreras que se habían puesto entre los dos. Cada una iba cayendo, a medida que se insultaban y empezaban a reclamarse por errores pasados, comenzando por las acciones cometidas en el modulo y terminando por hechos acaecidos en la academia, que a veces el otro ni siquiera recordaba con claridad.

 Pasados unos minutos, la cosa pasó al plano físico. El teniente se aburrió del aire de superioridad que se daba el primer oficial y le lanzó un puño directo a la nariz, que se quebró al instante. El atacado respondió con un gancho igual o más fuerte en el estomago del otro, haciéndolo revolver lo poco que había comido. Los puñetazos fueron y vinieron, incluyendo también patadas y más insultos y recuerdos que nadie más sino ellos tenían en la cabeza. La sangre caía por todas partes, ignorada por ambos.

 Parecía como si no quisieran parar nunca. Toda la rabia que tenían dentro, así no tuviese nada que ver con su relación laboral, había empezado a salir como espuma de un botella. Cada golpe, no importa donde o como, venía de lugares mucho más oscuros que simples envidias o una simple falta de empatía del uno por el otro y viceversa. Había algo más atrapado tras esa furia salvaje que estaban exhibiéndose en esa pequeña franja de tierra, en un planeta inhóspito y virgen.

 Eventualmente, sus cuerpos dejaron de tener energía. Sin embargo, arrodillados sobre el suelo purpura, se miraron el uno al otro con odio, con rabia, con asco y con resentimiento. Todo eso y más salía de sus ojos, como si fuera un arma mortal cargando hasta tener la energía completa para atacar a discreción. Pero ellos no eran armas. No podían luchar para siempre, no tenían la energía para hacerlo. Sin embargo, se levantaron como pudieron y se embistieron una vez más, con la poca fuerza que les quedaba.

 El único daño entonces fue mucho más profundo de los propuesto. Cayeron juntos al suelo, fundidos en una suerte de abrazo incomodo. Sin fuerzas para luchar, lo único que sus cuerpos pudieron hacer fue exhalar y tratar de seguir viviendo.


El abrazo se mantuvo un buen tiempo, hasta que no fue forzado sino natural. Algunas lágrimas surgieron y se evaporaron sin ninguna referencia a ellas. Al otro día, ya más descansados, comenzaron a hablarse. No solo lograron volver con los demás sino que descubrieron mucho más de si mismos, más de lo que creían saber.

lunes, 3 de julio de 2017

El monstruo interno

   Durante mucho tiempo había aprendido a mantener la calma. No era nada fácil para él pero había tenido que esforzarse al máximo en ello. Años de experiencia le habían enseñado a que lo mejor que podía hacer era no caer en la tentación de usar lo que tenía dentro de sí. El mundo no podía saber lo que él era, fuese lo que fuese. No tenía una palabra para describirse a si mismo pero sabía muy bien que los demás encontrarían varios adjetivos para calificarlo en poco tiempo.

 Lo llamarían “monstruo” o “bestia”. De pronto algo menos radical pero seguramente una palabra que marcara con letras rojas lo poco natural de su verdadero ser. Y la realidad del caso era que él no podría contradecirlos pues estarían en lo correcto. Hasta donde él tenía conocimiento, era él único ser vivo que pudiese hacer lo que él hacía. Aunque podría haber otros, escondidos como él, viviendo vidas en las que también se estarían esforzando por mantener una fachada.

 Nadie nunca comprendería lo difícil que era. Nadie nunca sabría lo cerca que había estado, una y otra vez, de hacer cosas que luego habría lamentado. Aprender a respirar había sido una de las mejores lecciones en su vida. Sus pulmones no operaban por cuenta de su biología sino de su mente, al igual que su nariz y su boca y todos los demás órganos y apéndices que tuvieran algo que ver con respirar. Porque eso era lo que tenía que hacer y nunca podría hacer menos.

 Algunas veces, a lo largo de su vida, sintió que la gente podía ver a través de su disfraz. Una mirada acusadora o aterrorizada, alguna palabra que encendía las alarmas. Varias cosas habían encendido la alarma que tenía en su mente y que le alertaba que estaba en peligro inminente. No había sido por menos que había cambiado de escuela varias veces en su juventud. Sus padres no sabían sus razones pero siempre lo habían entendido y escuchado, a pensar de no entender sus razones.

 Ellos ahora estaban lejos y eso había sido a propósito. Apenas pudo, se fue de casa y los alejó con palabras y hechos. Y ellos jamás insistieron porque de alguna manera sabían lo que él era sin que una palabra hubiese sido jamás pronunciada. Eran buenas personas e hicieron lo mejor que pudieron o al menos eso pensaban. Él nunca se detuvo mucho en pensar en ello, porque después de adquirir su independencia todo sería por cuenta propia. Eso era precisamente lo que quería pues así sería más fácil dominar lo verdadera de su ser.

 Fue pasando de un trabajo al otro, sin estudiar. Solo cuando tuvo suficiente dinero ahorrado pudo concentrarse en adquirir cosas, algo que la mayoría de seres humanos desean toda su vida. Él no deseaba mucho pero tenía que tener un hogar y cosas propias para no perder las riendas de su vida. Por eso trabajó desde joven y, con esfuerzo y dedicación, pudo comprar un pequeño lugar del mundo para él solo. No era mucho para nadie pero para alguien como él tendría que ser suficiente.

 Era un apartamento en una zona desprotegida de la ciudad. En los alrededores había drogadictos y prostitutas pero si se caminaba un poco se llegaba a uno de los lugares más agradables de toda la urbe. Era una de esas ironías de la vida moderna en las que nadie nunca piensa demasiado, pues hacerlo puede ser perjudicial para la salud mental. Pronto, él se hizo amigo de aquellos moradores de la noche y pronto lo consideraron otro más de ellos, a pesar de que era algo más.

 Sus días giraban alrededor del trabajo. Lo hacía desde que el sol salía, y a veces un poco antes, hasta el anochecer o poco después. Las horas extra no les molestaban en el trabajo, con o sin paga. Si la mente estaba ocupada era más fácil calmar los fuegos que se atormentaban dentro de él. Cuando estaba organizando algo o ocupado en general, su mente solo se dedicaba a esa sola tarea y a ninguna más. Sus jefes siempre admiraban eso de él y se preguntaban como lo lograba. Era un secreto.

 Cuando no estaba en el trabajo, sin embargo, tenía que ir a su miserable hogar. Era propio pero era un hueco escondido del mundo. Esa era la parte que le gustaba de su guarida. En ella vivía con un gato que veía con frecuencia pero que no consideraba exclusivamente suyo. Era como un ocupante que iba y venía, sin importar el alimento o el calor de hogar. Su pelaje era extremadamente blanco, como un copo de nieve, y nunca lo llevaba sucio. El animal tenía secretos propios.

 En ese hogar dormía y comía y cuando no podía hacer ninguna de esas dos cosas se dedicaba a labores que demandaran su completa atención. Así era como había aprendido a bordar, a arreglar instalaciones eléctricas y muchas otras cosas que requerían una precisión impresionante. Además, todo ello lo cansaba y lo enviaba pronto a la cama. Dormir es un premio enorme para alguien que no sabe en que momento puede surgir la tormenta que lleva en su interior. Soñar, por otro lado, es un arma de doble filo que debe usarse con cuidado.

 Pero claro, nadie puede controlar por completo sus sueños. Así fue como una noche, en la que llovía a cantaros, este pobre hombre tuvo una horrible pesadilla. En ella, una criatura con cuerpo de araña pero cara humana se le presentaba de frente, después de perseguirlo por largo tiempo. Cuando lo hizo, él estaba envuelto en su red, apunto de ser convertido en alimento. Pero fue entonces cuando la cosa le dijo algo, al oído. Nunca pudo recordar las palabras pero fueron ellas las que desencadenaron el caos.

 Despertó pero, cuando miró alrededor, todos los objetos de la habitación estaban flotando, al menos medio metro sobre el suelo. Por un momento, se sintió como si estuviese congelado en una fotografía, como si el mundo hubiese sido detenido por alguien. Pero el mundo no se detuvo para siempre. El mundo retomó su velocidad, haciendo que todo lo que había sido levantado cayera de pronto al suelo, causando un alboroto de proporciones inimaginables en toda la ciudad.

 Porque lo que pasó no ocurrió solo en su habitación o solo en su apartamento. Se sintió en todo el mundo. El dolor de cabeza que sentía al poder moverse fue la alarma que le avisó que algo no estaba bien. Sentía que la cabeza se le iba a partir en dos, que todo lo que había tratado de retener por tanto tiempo estaba a punto de salir disparado por una grieta en su cráneo, por sus ojos y por su boca. Se sentía mareado y ahogado. Intentó calmarse pero era demasiado difícil, como si él mismo se resistiera.

 De alguna manera logró oír los gritos del exterior. La luz de la mañana le brindó un sombrío panorama a través de la ventana de la habitación. Afuera, algunas personas parecían fuera de sí. Había automóviles al revés, llamas un poco por todas partes y cuerpos humanos inertes por todas partes. Por eso gritaban las personas. Algunos de los cadáveres estaban en lugares a los que no podrían haber llegado por su propia cuenta. Todo el mundo supo que algo inexplicable había ocurrido.

 Eso ocurrió hace cinco años. Buscaron respuestas por todas partes pero nadie nunca supo dar una que pudiese convencer a los millones de afectados. Familias habían sido destruidas y nadie tenía idea de porqué o de cómo. Hubo ceremonias por doquier y un luto más que doloroso.


 Con el tiempo, la gente olvidó o al menos fingió hacerlo. El único que no pudo hacerlo fue la persona que había causado semejante evento catastrófico. Nunca supo como lo hizo pero sabía que podría pasar de nuevo. Por eso seguía entrenándose, día tras día.

viernes, 23 de junio de 2017

La fuga

   Lo que más asustaba a la gente no era el hecho de tener en su pueblo una de las prisiones más afamadas del país. Tampoco les asustó cuando, una mañana, las alarmas sonaron con fuerza por todo el pueblo, avisando la fuga masiva de prisionera de esa cárcel. Lo que más les asustó fue tener que permanecer en casa por días, incluso semanas, antes de poder salir de nuevo. Todo porque las autoridades no habían cumplido con su parte del trato, la parte en la que los protegían.

 Los maleantes que se habían escapado de la cárcel venían de los lugares más variados y todos habían cometido crímenes diferentes o al menos de maneras distintas. Había un grupo que había cometido crímenes relacionados con dinero, robando centavo tras centavo de lo que los contribuyentes pagaban con esfuerzo para varias obras sociales y de infraestructura. Esos de cuello blanco se lo habían robado. Lo habían hecho en el pasado y lo seguirían haciendo en el futuro.

 Eran como un cáncer pero no eran el único cáncer. Los tenían encerrados en el edificio más pequeño de la prisión, el cual tenía una sola planta y era atendido de manera especial. Estaba claro para todos que incluso los más ricos y los más desgraciados siempre recibirían un trato diferencial, incluso en la cárcel. Sus comidas eran un poco mejores que las de los demás prisioneros y tenían derecho a más tiempo en las zonas de recreación como el patio o el gimnasio. Incluso tenían piscina.

 Por supuesto, eran los que más se quejaban de malos tratos y siempre vivían pidiendo el respeto a sus derechos humanos. Según sus relatos a la televisión o a los medios escritos, la prisión era un infierno en la tierra donde todos los días debían luchar por sus vidas. Y las familias repetían este mensaje pues el familiar que tenían en la cárcel hacía que toda la gente de su entorno hiciera lo que él quisiera. Vale la pena aclarar que la cárcel era solo para hombres. La de mujeres estaba en otra parte.

 Cuando sucedió la fuga, estos ladrones de cuello blanco fueron de los primeros en correr. Lo hicieron porque tenían miedo de los demás prisioneros pero también porque querían alejarse lo más posible del lugar que les había causado tanto desprestigio. En sus mentes, no eran ellos culpables de nada más sino de ser más brillantes e inteligentes que el resto de las personas. En sus cabezas, ellos no tenían porqué estar allí con los demás criminales. Incluso había algunos que pensaban que, en un mundo manejado por ellos, se les haría alguna clase de honor.

 En el patio B, el más grande de toda la prisión, estaban la gran mayoría de los delincuentes. Buena parte de ellos habían sido capturados por crímenes relacionados con las drogas, aunque en el lugar no estaban los verdaderos jefes ni aquellos matones que habían sido especialmente sanguinarios. En ese lugar estaban aquellos que ayudaban a comercializar el producto, a moverlo y demás. Eran un grupo unido en la cárcel y se hablaban solo entre ellos, sin dejar entrar a nadie más.

 Tenían cierto poder pues eran los que le podían conseguir lo que quisieran a cualquiera de los demás. Si querían un celular o algo de comer, ellos lo podían proporcionar por una suma. Esa suma podía ser dinero de verdad, que los familiares de unos tenían que pasarle a los familiares de los otros fuera de la cárcel, o podía ser un objeto o servicio que pudiesen proporcionar dentro de la prisión. Sobra decir que los guardias y todo el personal sabía de esto y no hacía nada para evitarlo.

 Entre el grupo más grande, e incluso incluyendo a los demás delincuentes, había algo así como clases sociales. Pero no se basaban en el poder monetario sino en la capacidad de cambio que tenía cada individuo. Los que podían hacer lo que quisieran adentro o afuera, eran los jefes. Normalmente, eran los que siempre habían manejado negocios para alguien más y ahora se encontraban en una increíble posición de liderazgo, donde podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran.

 Por eso no era extraño que hubiese asesinatos pagados en la cárcel. Al menos una vez por mes algún infeliz era asesinado en las duchas, en maneras tan creativas que era un poco sorprendente. Además, era casi imposible saber quien era el responsable pues muchos guardias estaban bajo la influencia del dinero sucio y se hacían los idiotas cuando pasaba algo como eso. Así que no había consecuencias y los jefes del sector lo seguían haciendo cuando les convenía a ellos y sus intereses.

 También había una clase media y una clase baja y de esta última normalmente salía la persona que obligaban a matar a alguien más. Los clase baja eran personas que se podía manipular, por secretos o porque no tenían como defenderse. De hecho, muchos de los hombres obligados a matar también se convertían en objetos sexuales de sus superiores. En la noches era común escuchar gritos, gemidos y demás sonidos relacionados con estos actos, algunas veces consensuados, muchas veces forzados. Era una de las realidades de las que nadie hablaba.

 En el último patio, en un edificio un poco más grande que el de los ladrones de cuello blanco, estaban los prisioneros más sanguinarios. Mientras que los del patio B acudieron a la anarquía al fugarse, pues ellos habían iniciado el caos y querían que los vieran como el grupo más peligroso, fueron los del patio C los que se perdieron entre la multitud de la manera más silenciosa que pudieron. Se metieron a los bosques cercanos o siguieron con sus letales actividades. El caso es que se alejaron rápido.

 La mayoría eran asesinos, eso no era de sorprender. Lo delicado eran las razones por las que estaban en la cárcel y las maneras en que habían matado a sus victimas. Algunos habían asesinado a dos o tres personas. Otros ni siquiera sabían cuantas. El número nunca había sido importante para ellos sino el hecho de hacerlo y todo el proceso, que era casi como una ceremonia religiosa. Esos hombres eran lo más peligroso que la sociedad tenía para ofrecer. Monstruos reales.

 Las celdas que tenían eran un poco más amplias que las de los demás pero eso era porque permanecían allí todo el día. Se les autorizaba la salida a un pequeño patio interior pero solo los domingos y por una hora. Esa era la única oportunidad que tenían para ver el sol, sentir el viento en la cara y tal vez escuchar el sonido de los pájaros que pasaban por el lugar. La comida pasaba por una ranura en la puerta y no recibían visitas de nadie. Estaban completamente apartados del mundo.

 Cuando todo fue caos, la red eléctrica falló y así fue como pudieron escapar sin mayor problema. Todos los guardias de seguridad de esa zona fueron asesinados. Y no fue por odio ni nada por el estilo. El hecho era que no lo habían podido hacer hacía mucho tiempo y estos personajes tenían sed de sangre que no se podía calmar con nada. No eran seres humanos sino máquinas de horro que lo único que eran capaces de hacer era destruir la vida humana en cualquier manifestación.

 Ese fue el grupo que hizo que las personas del pueblo cerraran puertas y ventanas con seguro y se quedaran encerrados por tanto tiempo. Algunos tenían armas pero no sabían si servirían de algo contra personas como esas, más si eran numerosos.


Pero el pueblo solo se vio saqueado por algunos de los prisioneros del patio B. Muchos fueron capturados, igual que casi todos los del patio A, los de más dinero que no sabían que hacer en esos casos. A la mayoría de los del patio C, no se les volvió a ver sino hasta mucho tiempo después.