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sábado, 14 de marzo de 2015

El tiempo

   Todos los hemos pensado alguna vez en la vida: que pasaría si pudiésemos volver al pasado y cambiar algo que hicimos bien por lo que ahora pensamos que deberíamos haber hecho? Y si pudiéramos tener una segunda oportunidad siempre, para enmendar nuestros errores o para hacer las cosas de un modo más favorable para nosotros? El tiempo es algo que nos atrapa y ni nos damos cuenta y nos frustra cuando vemos que es una de esas cosas que no podemos controlas y sobre las que nuestra humanidad es completamente inútil.

 Sé que yo lo he pensado alguna vez. Desde tonterías como tener más tiempo para responder mejor a un insulto o un piropo hasta detenerlo, para poder guardar el momento de una manera más especial, más segura. Después de todo estamos obsesionados con el concepto de “perfección”, un concepto que de hecho es inexistente ya que, por definición, todos los seres humanos somos deficientes en una u otra manera. Incluso aquellos que nacen con cuerpos cien por ciento funcionales o un aspecto físico que responden a los cánones de belleza imperantes, tienen imperfecciones que van más profundo que la superficialidad de la belleza.

 Lo queremos todo bello, bonito, hermoso. Pero eso porque sabemos que el mundo en realidad simplemente no es así. El mundo también es asqueroso, desagradable y enfermizo. La vida es ambas cosas y negar va en directo detrimento de la otra. Cuando deseamos para el tiempo o cambiar lo que hicimos, con frecuencia tiene meta hacer de nuestras vidas algo más ejemplar, algo más nítido y pulido. En otras palabras, algo perfecto. Lo irónico es que si hay algo imperfecto en el mundo, es la vida humana.

 Estamos hechos para equivocarnos. Si no lo hiciésemos, no seríamos humanos sino algo más que no hemos descubierto porque no existe. Y sin embargo, seguimos buscándole ese quiebre al tiempo, una manera de ganarle por lo menos una vez. Esa es la razón por la cual las personas han buscado, durante mucho tiempo borrar las marcas del tiempo de sus cuerpos. Las arrugas, manchas y demás “anomalías” son sistemáticamente borradas, como si se tratase de un libro que hay que ir corrigiendo con el paso de los años.

 Otros viven constantemente con la cabeza metida en el pasado. Están obsesionados con lo que hicieron o dejaron de hacer. A veces incluso están tan decepcionados del presente que preferirían, con seguridad, vivir en un momento pasado en el que el caos fuese menor. Es fácil entender el porqué de la fascinación con el pasado, con lo que ya ocurrió. Se trata, después de todo de un momento en el cual, a pesar de que ciertas cosas ya pasaron, hay otras que no y que podríamos evitar o simplemente solucionar de esa manera. La obsesión del hombre con volver al pasado en obras de ciencia ficción es simplemente porque no aceptamos nuestros errores. Estamos tan adiestrados para ser perfectos, para aspirar a serlo, que cualquier cosa que nos recuerde lo defectuosos que somos nos hiere fuertemente.

 Como hay los unos, los hay de los otros, los que están con la cabeza en el futuro. Esto es sin duda un poco más difícil de comprender ya que no se entiende como alguien puede estar obsesionado, con la mirada fija en acontecimientos que no han tenido lugar. Se trata de aquellas personas que todo lo planean, que tienen una lista y una estructura predeterminada para todo. Son personas que olvidan que la vida biológica de un ser humano no se rige por reglas o por la exactitud. Solo somos y nada más. No somos de una manera determinada ni definida y los que miran el futuro seguido lo olvidan.

 Otra razón es que son personas con mucha fe y esperanza. La mayoría de personas religiosas tienen siempre una parte de su cabeza en el futuro, ya que aspiran siempre a que sus creencias se cumplan. Esperan ver a su dios después de morir o esperan ser salvados de cualquier accidente porque creen que hay alguien que los cuida. Incluso si la vida les demuestra seguido que estamos solo como humanidad, ellos siguen creyendo que en el futuro estarán reunidos con su dios en los cielos o que serán recompensados por sus actos de bondad. Los no religiosos que ven al futuro son simplemente aquellos incansables optimistas, que jamás ven nada de malo en el mundo a pesar de que sin lo malo, lo bueno no existiría.

 El tiempo es calificado sistemáticamente como un enemigo ya que no tenemos herramienta alguna para enfrentarlo. No existe ningún arma o táctica para hacer que se detenga, para hacer que cambie su manera de ser. Porque lo que pasa es que el tiempo solo pasa y sigue, y nada más. Algunos podrían decir que el tiempo es un fragmento de lo que compone nuestro espacio vital, pero otros dirían que el tiempo es solo una línea infinita a la que, como seres mortales, estamos unidos para siempre.

 Para la gran mayoría, el tiempo es un castigo. Que es lo que más impacta en las cortes cuando condenan a alguien? No el lugar de la reclusión o las razones tal cual sino la cantidad de tiempo que es personas estará allí, encerrada. Cual es una de las primeras cosas que preguntamos a alguien nuevo? Su edad. Incluso muchas personas se ofenden si se les hace la pregunta de un momento a otro. Porque ven la edad como algo que los hace cada vez menos perfectos, menos eficientes.

 Es gracioso, si se ponen a pensarlo, ya que el enemigo número uno de la humanidad es el tiempo y, sin embargo, toda nuestra vida la enmarcamos en ese tiempo. Hace mucho nos dimos por vencidos y simplemente dejamos de desafiarlo cada vez que podemos. No encontramos otra forma de manejar nuestras vidas y desde el primer momento de la inteligencia humana sometimos todo lo que sabemos y somos a esa infinita línea del tiempo que nos amarra y simplemente no nos deja ir, ni siquiera cuando ya dejamos de ser parte de este mundo.

 Pero el tiempo no siempre es cruel. Para una mente abierta, liberada de las enajenaciones de la sociedad imperante en el mundo, el tiempo puede ser un aliado implacable. Porque el tiempo pasa pero somos nosotros, después de todo, quienes decidimos que hacemos con él. El tiempo se mueve y no se detiene pero nosotros podemos usarlo para aprender. Porque esa es la razón para la vida humana. Aprender y nada más. No estamos aquí para reproducirnos ni para querernos. Estamos para comprender el mundo y darle algo a cambio. Nuestro intelecto tiene la gran capacidad de usar el tiempo de la mejor manera posible: se trata de crear.

 Es mentira que solo los dioses puedan crear. Cuando se dice eso casi siempre hablan de obras como crear todo un mundo o crear vida de la nada. Pero nosotros podemos hacer las dos cosas. En este momento de nuestra evolución y aunque con los típicos errores de seres imperfectos como nosotros, somos capaces de crear objetos nunca antes vistos, de modificar nuestro mundo para mejorar nuestras posibilidades de supervivencia y de generar vida donde antes no había nada. Personas que no estaban diseñadas para tener hijos, ahora los tienen y es posible que cada vez esto sea más fácil.

 Hay que tomar en cuenta que ya no somos los mismos de antes. Aunque seguimos sometidos bajo el martillo de la guerra, hemos sido capaces, de vez en cuando y en pequeños grupos, de avanzar juntos como una sola especie que somos. Porque al tiempo no le interesan nuestras diferencias. Al tiempo no le importa si eres hombre o mujer, negro o blanco, tu estatura, tu peso, tu preferencia sexual o el color de tus ojos. Eso simplemente no es de interés porque no cambia nada de cómo el tiempo no envuelve y nos afecta.

 Si pudiéramos entender ese simple hecho, podríamos por fin dejar de pelear contra el paso del tiempo y dedicar esos esfuerzos a hacer lo mejor posible con los segundos, minutos, horas y días que tenemos de vida. Porque, a pesar de todo, seguimos siendo tan mortales como lo fuimos en los primeros días de nuestra existencia. Seguimos muriendo, uno a uno, y eso no va a cambiar jamás, sin importar los muchos avances que tenga la ciencia. La muerte, ligada al tiempo es una realidad que tenemos que aceptar.


 Y así como el tiempo, la muerte no debería ser un enemigo nuestro ni tampoco deberíamos tenerle miedo. Porque tenerle miedo a algo que nos hace quienes somos? Porque tener miedo al momento clave de nuestras vidas, aquel en el que entregamos el manto de nuestra existencia. Podemos hacer de ese momento el punto culminante de una vida de la cual estar orgullosos, con errores, deficiencias y sentimientos puros y reales. Porque ni el tiempo ni la muerte son nuestros enemigos sino nuestros aliados más incondicionales.

domingo, 22 de febrero de 2015

Energía

   Los pies de Samuel estaban al borde del sangrado. Estaba rojos, golpeados, adoloridos y sin embargo él parecía tener energía que no paraba de fluir desde el centro de su cuerpo hacia su extremidades. Pero también se notaba que algo fuera de él lo impulsaba a moverse como lo hacía, a lo largo de todo el cuarto de baile, de pared a pared, incluso a hacer ejercicios extraños en el sueño.

 Su compañera ya estaba cansada y solo podía verlo bailar como si no pudiera hacer más. Ella tomaba agua copiosamente y no quería pensar en la presentación que tenían en pocos días. Ella claramente no estaba tan obsesionada con todo esto como él. Para Samuel iba más allá que una pasión: era más bien un deber con el mundo mostrar sus habilidades.

 Había sido desde pequeño que había sentido por primera vez ese impulso y no lo había dejado nunca. Adoraba ver el canal de televisión de las artes, donde no solo había biografías de artistas reconocidos, sino que a veces emitían una que otra obra de ballet o danza moderna y él veía en ello algo que no había en nada más en su vida: veía energía fluir por todos lados, veía al ser humano ser perfecto cuando no lo era ni remotamente. Veía como los sueños se pueden cumplir, con esfuerzo.

 Así que desde pequeño tuvo claro lo que debía hacer. Les pidió a sus padres que lo metieran en la mejor escuela de danza y no fue una sorpresa cuando empezó a ganar premios y a ser elegido para protagonizar varias de las obras que hacían al final de cada semestre. A Samuel nunca le importó si la gente hablaba o no. Como nada dependía de ellos, dejaba que se burlaran de él porque sabía que él conocía cosas que ellos ni siquiera soñarían.

 Terminó la escuela un año antes de lo normal y se metió de lleno en la mejor escuela de danza que pudo encontrar, en otro país. Dejó a sus padres pero sabía que no era un precio muy alto a pagar por cumplir sus sueños. A ellos los amaba y lloró mucho cuando se despidió. Habían sido su motor y habían hecho posible que todo lo que quería hacer se cumpliera y eso nunca lo olvidaría.

 Ya en la nueva ciudad, tuvo que esforzarse el triple y, en parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las mejores salas casi todos los días para estar listo para la elección del protagonista de la próxima obra. No iba a ser una elección fácil ya que todos los que estudiaban allí lo hacían porque eran buenos no porque pudiesen pagar la escuela.

 Si algo había desestabilizado a Samuel alguna vez, era el tener verdadera competencia. Jamñasreservando una de las mejoresa vez, era tener verdader.n parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las mejoresás había tenido verdadera competencia de chicos tan buenos y dedicados como él pero ahora se encontraba con al menos cinco que sabían muy bien lo que hacían y que, como él, estaban blindados contra criticas y odios tontos. Al bailar, cada uno de ellos parecía entrar en una dimensión distinta a la de los seres humanos normales, donde solo la energía que los impulsaba era importante.

 Pero, a diferencia de Samuel, esos otros chicos se distraían con cosas distintas al baile. Algunos tenían novias, otros novios. Algunos fumaban o incluso bebían. Pero no Samuel, él no quería ningún tipo de distracciones. O bueno, ninguna que no tuviera que tener nada que ver con la danza. Para distraerse del papel que buscaba obtener, Samuel a veces elegía una canción contemporánea y la bailaba como mejor le pareciera.

 Su distracción era entonces, básicamente, la de hacer coreografías nuevas, que salían de su pura fascinación con la música y el movimiento del cuerpo. Nunca las escribía ni se grababa pero podía recordar cualquiera de las que hubiera inventado si alguien le pidiese bailarla en cualquier momento. Creía que, al poder bailar algo más libre también, podría tomar la danza como un todo y el bailar cualquier pieza sería fácil.

 Cuando llegó el momento de las pruebas, como era de esperarse, todos se esforzaron y dieron lo mejor de sí. Pero Samuel se dio cuenta de que su dedicación y las distracciones de los demás le habían dado la ventaja: sus compañeros no parecían tan entregados como cuando habían llegado. Asumió que muchos de ellos venían de ciudades pequeñas y habían preferido entregarse al monstruo urbano que dedicarse a lo que habían venido a hacer.

 Por el contrario, Samuel hizo una presentación simplemente perfecta. Los jueces incluso lo aplaudieron al final, sabiendo que podían estar mirando al próximo gran bailarín de danza clásica. No fue una sorpresa, cuando publicaron el elenco de la obra, que él fuese elegido como protagonista. Todos lo saludaban y felicitaban y a él simplemente no le importaba. Todos era unos hipócritas, incluso las mujeres. Todos competían uno contra el otro y no existía la felicidad por el prójimo.

 De todas maneras, cuando llegó a casa ese día, llamó a sus padres por video llamada y lloró como nunca al contarles lo que había sucedido. Ellos también estaban muy felices por él y le prometieron ir a visitarlo para el estreno de la obra, que sería en apenas dos meses. El chico les agradeció y les dijo que los extrañaba mucho. Cuando se acostó esa noche, se dio cuenta de que los extrañaba más de lo que se permitía pensar y eso era porque eran sus únicos amigos.

 Los siguientes meses fueron de gran presión y esfuerzo. Hasta Samuel se sintió decaer en algunos momentos pero nadie dudó nunca de su capacidad y, en cada ensayo, era como si lo diera todo de si, sin importarle el dolor físico o mental, las miradas odiosas de algunos o los malos deseos de quienes no habían logrado hacerse con el papel. Cansado y adolorido, era todavía mejor que cualquiera de ellos y eso, lo hacía sentirse contento.

 La semana del estreno, sus padres llegaron de visita y esto logró darle una buena inyección de energía, que tanto necesitaba. Solo tuvo algunos momentos para estar con ellos porque los ensayos eran cada vez más exigentes y se debían hacer ahora con el vestuario propio de la obra lo que era más difícil que lo que habían estado haciendo hasta ahora.

 La noche del estreno, justo antes de empezar a estirar y cambiarse, les dio un beso a cada uno de sus padres y les dijo que les dedicaba cada minuto de la obra a ellos, que tenían dos de los mejores asientos del lugar. Mientras se cambiaba y se aplicaba algo de maquillaje, Samuel se dio cuenta que este era su gran momento, esto era lo que él había estado esperando por tanto tiempo y sabía que la única manera de ser exitoso era haciendo lo que siempre había hecho: canalizar la energía que tan bien conocía y explotarla al máximo.

 Sobra decir que todo salió a pedir de boca. Samuel fue la estrella del espectáculo sin duda, poniendo al público al borde su asiento cada cierto tiempo. Era atrevido y brillante, fuerte y sensible al mismo tiempo. Era como ver el viento mismo pasearse a través del escenario, a veces vil y destructivo y otras calmado y casi a punto de morir.

 No hubo nadie en el recinto que no sintiera lo mismo: el poder de la danza. Hubo tres ovaciones de pie para Samuel, quién recibió dos grandes ramos de flores. El ruido por los aplausos, los chiflidos y los gritos era ensordecedor y Samuel se dio cuenta de que eso era precisamente lo que tanto había buscado. Ese ruido que parecía tener cuerpo, formado por la energía de quienes habían visto su esfuerzo.

 Los siguientes días los pasó con sus padres, que simplemente no podían estar más orgullosos. El último día de su visita fueron a un lago y tuvieron la idea de hacer un pequeño picnic. Hablaron de todo un poco, de cómo estaba todo de vuelta en casa, de lo que venía en la carrera de Samuel. Pero al final del día no había que hablar de más nada.


 Cuando finalizaba la tarde, todos estaban sentados al borde de un muelle, con los pies en el agua. Samuel miró a sus padres, que estaban abrazados, y se dio cuenta de que ese amor entre ellos era lo que le había dado su gran energía y que, en algún momento, debía de buscarla en otro lado, seguramente en otra persona. No era algo que hubiese contemplado nunca pero ese parecía ser su futuro. Pero el futuro estaba allá, lejos de su alcance. Ya tendría tiempo de ocuparse de él.

lunes, 22 de diciembre de 2014

El mundo murió, y nadie se había dado cuenta

Por el bien de todos. Eso fue lo que dijeron. Había que llevarlos allí, por el bien de todos.

Juana ya no era la misma desde ese episodio de su vida. Ya no veía las cosas de la misma manera. Había dejado de ser una joven ingenua para convertirse en una mujer amargada y taciturna, aburrida de la vida.

Se había casado muy pronto, eso era cierto. Apenas salió de la universidad, se casó con su novio. Apenas tenía 22 años y él 24. Pero estaban enamorados y habían sido novios durante toda la carrera. Conocían las diferentes facetas del otro y se habían aceptado. Así que con el consentimiento de sus padres, celebraron un matrimonio civil, con una fiesta que siguió con pocos amigos, solo la gente más cercana.

Dos años después, se llevaban a Francisco, su marido. Argumentaban que había violado varias de las normas de navegación en internet y era desde ya considerado un peligro para la sociedad. Ella no entendía nada y eso fue lo que más la afectó.

Todos creemos conocer a quienes más amamos pero la verdad es que muchas veces no tenemos la más remota idea de quienes son. Y aunque esto es cierto y Juana lo sabía, ella también sabía que conocía a la perfección a su esposo y sabía que no había nada que él ocultara que pudiera ser tan grave.

El estado y la sociedad habían cambiado lenta pero obstinadamente en los últimos años. El cambio había sido tan lento que casi no lo habían notado. Pero cuando Juana quiso visitar a su esposo en la cárcel, entendió que el mundo en el que vivía era otro, muy diferente al que ella tenía en su mente.

Cuando llegó a la prisión, la recibieron con gestos desafiantes. Nadie cooperaba ni le decían donde estaba su marido. Ese día, esa primera vez, le dijeron que ella no tenía derecho alguno de ver a su marido ya que él había violado códigos muy estrictos. Juana perdió el control, gritando que debían enjuiciarlo, debían darle una oportunidad para probar su inocencia.

Para su sorpresa, eso ya había ocurrido. En estos días, los juicios eran expresos o, en otras palabras, se celebraban apenas el delincuente hubiese sido llevado a la prisión. No esperaban a que tuviera un abogado ya que le asignaban uno que, por obvias razones, no podía hacer mucho por la persona. Lo máximo, era tratar de aminorar su tiempo de condena. De resto, no había caso.

Juana habló con familiares y amigos abogados pero todos le explicaron que la ley no estaba con ellos. Aunque nadie sabía muy bien cual era la razón de la condena, entendían que había sido algo relacionado al comportamiento de Francisco en internet y solo ver una página que "marcaban" como prohibida, podía dar hasta cinco años de cárcel.

Lo primero que hizo la mujer entonces fue revisar todas las posesiones de su marido. La situación era tan grave, que violar la privacidad de su esposo era lo de menos. Revisó por horas la computadora portátil que él siempre usaba. Había bastantes documentos del trabajo, que ella no entendía, y búsquedas casuales en Internet.

Después de un rato, encontró varias páginas pornográficas. Chicas de todo tipo teniendo sexo en varias situaciones. Incluso había escenas en las que Juana jamás hubiera ubicado a su marido, pero al parecer eso era lo que le gustaba. Buscó más y más y encontró búsquedas y salas de chat en las que su marido había entrado y entendió que era lo grave que él había hecho.

La mujer buscó entonces al mejor abogado en existencia. Sacó sus ahorros y los de él y los puso a su disposición pero el hombre le explicó que en casos así la condena no se podía impugnar. El Estado no permitía que "depravados sexuales", como creían que era Francisco, estuviesen sueltos en las calles. Jamás lo dejarían ir.

Juana entonces le pidió que la ayudara a encontrar los detalles del caso, del juicio, de todo lo relacionado con el arresto. Y, lo que más quería, era ver a su esposo.

Lo primero no fue difícil: el Estado subía con frecuencia los datos personales y demás detalles de los juicios relacionados con crímenes por internet, para así alertar al resto de la población. El abogado y Juana revisaron el documento colgado en el portal principal del Ministerio del Derecho, como era conocido ahora. Tenía unas cincuenta páginas, en las que se registraba la dirección del hogar de la pareja, los datos físicos de Francisco y los detalles de al menos dos años de navegación por internet. Lo habían estado vigilando, como probablemente lo hacían con todo el mundo.

El abogado le explicó que muchas veces el Estado no podía con todo, y le relegaba el trabajo a los hackers que trabajaban feliz mente a cambio de cuantiosas sumas. Su marido había cometido un error, era cierto. Pero estaba pagando demasiado por ello.

Cuando revisaron el acta del juicio y del arresto, Juan comprobó lo que había encontrado por su cuenta: Francisco había sido arrestado por buscar mujeres jóvenes en internet. Nunca, según lo que pudo ver por las miles de hojas y seguimientos, buscó niñas, ni siquiera chicas de 18 años. Nunca dijo nada que ella hubiera considerado grave, depravado. Le gustaban las chicas jóvenes, eso era todo. Pero el Estado no lo había visto así. Y por eso fue sentenciado tras quince minutos de juicio. Juana lloró al ver la condena que había recibido.

Tras varios meses, en los que Juana lentamente había caído en la tristeza y el desespero, el abogado le pudo conceder su deseo de ver a su marido. Las condiciones eran ridículas pero no tenía sentido protestar de ninguna manera. Lo haría como ellos querían porque necesitaba hablar con él. Tendría que venir a la prisión y ser revisada dos veces para luego pasar a un cuarto estéril en el que se reuniría con su esposo, bajo la vigilancia de dos guardas de seguridad.

De nuevo, se sintió humillada y vulnerada al máximo, cuando un hombre y una mujer la revisaron de pies a cabeza, cacheando cada parte de su cuerpo, tal vez buscando armas o regalos prohibidos. Después de eso, sintió lágrimas en su cara pero se las secó rápidamente ya que era la hora que tanto había esperado. La metieron en un cuarto pequeño, con una mesa y dos sillas. Mientras se sentaba, entraron los dos guardas. Y esperó. Y mientras lo hacía notó cámaras en todas las esquinas del lugar y supo que seguro había micrófonos por todos lados.

La espera se alargó por lo que pareció una eternidad. Hasta que la puerta se abrió: un hombre grande cruzó el umbral. Halaba a Francisco y lo sentó en la silla frente a Juana. Ella instintivamente quiso tocarlo pero un guarda se le lanzó encima y la retuvo. No estaba permitido el contacto físico. Ella inhaló y lo miró bien: del Francisco que conocía ya no había mucho. Estaba pálido, casi verde, con los ojos inyectados de sangre. Tenía moretones en la cara y el labio roto.

Como pudo, Juana se contuvo y no lloró ni gritó ni hizo nada más que decirle a su marido que sabía las razones por las cuales estaba allí. Le dijo que sabía que él no había cometido ningún crimen, sabía que él no era quien decían otros que él era. Los guardas oían con atención, seguramente esperando órdenes.

Le dijo que lo amaba y que jamás se olvidaría de él. Le prometió que esperaría los cuarenta años ya que sabía que él era su alma gemela y no necesitaba nada más en su vida. Entones una lágrima rodó por la cara del hombre, que parecía demasiado lastimado mentalmente para decir nada más.

Pero Juana no pudo cumplir su promesa. Poco tiempo después de su corta visita al hospital, tuvo una crisis nerviosa grave y se suicidó tomando un frasco de pastillas. La suerte de Francisco no fue muy distinta: el mismo día de la visita, él sonrió caminando por un pasillo. Y entonces otros internos, e incluso algunos guardias, lo mataron a golpes.

El mundo murió, y nadie se había dado cuenta.

viernes, 5 de septiembre de 2014

En el tren

La estación estaba repleta, como siempre en la hora pico de la noche. Casi no se podía circular por los andenes y muchas personas cargaban paquetes y maletas grandes. Estaba claro que no solo operaban a esa hora trenes de cercanías sino también a ciudades más lejanas.

Martha se abrió paso con dificultad, con el billete del tren en una mano y halando una pequeña maleta con la otra. En una de las pantallas veía el nombre del destino y suspiró al sentir el calor generado por la gran cantidad de personas.

No pasaron ni cinco minutos cuando un tren blanco, haciendo bastante ruido, entró a la estación. Muchas de las personas en el andén se alistaron y pocos minutos después abordaron el tren.

Martha se sentó en el último coche, lejos del ruido de la parte frontal. Puso su pequeña maleta en la estructura metálica sobre los asientos y se sentó justo debajo, junto a la ventana.

El tren rápidamente tomó velocidad y una pequeña pantalla empezó a listar las próximas paradas: la de Martha era la última, lo que hacía que el viaje durara unas 2 horas. Había 3 paradas antes, la próxima a unos 45 minutos.

Un par de asientos fueron ocupados pero no se podía decir que el tren estuviera relleno ni mucho menos. De hecho, en el grupo de cuatro sillas donde estaba Martha, no había nadie más.

De un bolso que tenía en el hombro, la mujer de 30 años sacó una tableta electrónica y empezó a leer un libro. Lo había dejado en la mitad, oportunamente cuando la joven heroína se disponía a viajar en el Orient Express.

Cuando llegaron a la siguiente parada, Martha se había aburrido de leer y había empezado a jugar un juego de colores y esferas y demás. No era una opción ver por la ventana ya que todo estaba sumido en la oscuridad, así ahora las luces de la estación iluminaran un poco el panorama.

Fue en esa estación que un hombre, tal vez cinco años mayor que ella, se sentó en el asiento de enfrente. Ella apenas lo miró por encima de la pantalla de su aparato cuando el hombre guardaba su maleta y se sentaba, él sí mirando por la ventana, hacia la oscuridad.

Martha se aburrió rápido de su juego y, por primera vez, miró a la cara de su compañero de viaje, que miraba las luces lejanas de alguna ciudad.

 - Guille?

El hombre se incorporó, como si acabara de despertarse de una siesta. Miró a Martha fijamente, entrecerrando los ojos y finalmente su cara formó una sonrisa.

 - Tata?
 - Sí, soy yo.
 - No te reconocí cuando subí.
 - Nadie pone mucha atención en los trenes - dijo ella, riendo tontamente.

Esto último no sabía porque lo hacía. De pronto se acordara de aquella época, en el colegio, en la que había coqueteado con Guille en su último año y se habían dado un beso el último día de clases, sin verse uno al otro nunca más.

 - Que has estado haciendo? No nos vemos hace mucho.

Él también recordaba el beso. Siempre le había gustado Martha pero nunca tuvo el coraje de decírselo en el colegio.

 - Pues trabajo como corredor de bolsa.
 - En serio? Debes ganar mucho dinero.
 - No me puedo quejar.

Guille se había divorciado hacía unos pocos meses e iba de camino a ver a sus hijos, que ahora vivían con la madre.

 - Y tu?
 - Voy de camino a ver unos inmuebles. Trabajo en una inmobiliaria.
 - Divertido, no?
 - A veces. Se conoce mucha clase de gente.

Ese mismo día, más temprano, Martha había entregado las llaves de una casa a una pareja bastante extraña: habían hecho preguntas del tipo "estas paredes son gruesas de verdad o se oye a través" o "el piso es fácil de limpiar".

De pronto había aparecido un hombre de la empresa ferroviaria, revisando los boletos. Martha y Guillermo le habían dado sus billetes y el hombre los había recibido alegremente, con una sonrisa e incluso una broma.

  - También te bajas en la última parada? - preguntó Guille a Martha cuando el revisor había dejado el coche.
 - Tu igual?
 - Sí. Que raro no?

Ambos estaban felices por esta coincidencia. Sentían que había algo que no se había terminado de cerrar cuando habían estado en el colegio y cada uno por su lado sabía que no había mucho que se los impidiera.

 - No estás casada...
 - Disculpa?
 - Lo siento, noté que no tienes argolla.
 - Tranquilo. Sí, no estoy casada. Nunca me casé de hecho. Tu?
 - Divorciado

Y esa pregunta desencadenó una larga conversación sobre las relaciones humanas y lo difícil que era ajustarse a otro ser humano, a veces tan diferente y otras veces tan parecido.

Martha recordó pero no habló de su más grande amor, un joven en la universidad que la cambió por una chica más bonita, de un día para otro. Guille recordó a su ex esposa y sus constantes discusiones.

La charla se alargó tanto que siguieron hablando de ello cuando el tren por fin se detenía en la última estación. Cuando salieron del vagón, caminaron juntos a la salida de la estación y rieron recordando anécdotas colegiales mientras esperaban el autobús respectivo.

La verdad era que Martha usaba otra línea de autobús, diferente a la de Guille, pero él había propuesto ir a comer algo y la vida de la mujer ya era muy monótona y negarse a una invitación como esta hubiera sido una tontería.

Mientras comían una hamburguesa, ambos pensaban en las posibilidades que la vida les ofrecía. Después de todo, coincidir en un tren parecía sacado de una romántica película del pasado.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Letter for me (Part 4)

Hey me,


I write you, or me, from my bedroom. Strange, huh? Well, another week passed and more happened. So here it is.

I decided to be honest with the family. They are not to blame in any of this and I had to tell someone about all of this. I mean, after the last letter I remember feeling I was going crazy. I didn't know what was real or not.

So after coming back from "jogging" around the neighborhood, I decided to tell Susan everything. She very patient and calm. She just sat there and let me say every single thing that I had been thinking and feeling, including the fact that I believe this is not my life and that they are not my family.

When I said that, I saw here eyes filling with tears but she contained them as long as she could. I didn't know she was such a strong person, so well put together. She's a therapist, you know? Maybe that's why after talking for thirty minutes straight and then falling silent, she just grabbed my hand and hugged me.

Susan told me she knew something was wrong and that she was happy I finally decided to tell her. She said she loved me and wanted all the best for me. She even offered taking me to a friend of hers, a psychiatrist. Susan think it will help.

To be honest, it has not helped me one bit. I have been going once every day, so I've seen that creepy guy five times. And believe me, you don't get used to someone picking your brain with stupid questions for one hour. I hate going there but Susan seems to be happy about it and I don't want to disappoint her.

And, to be honest, what else is there for me now? That life I had o r think I had has been dead for far to long because I can't seem to get a grip of it.

I know, the drawings... Yeah, that keeps popping in my head from time to time. It's one of those things I've discussed with the shrink but he says I have been putting things I read into Linda's drawings and that I see what I see because I want to see it. Crazy, right? Not surprising though.

But I do. And even Henry does. I asked him to tell me what he saw in the drawings and I'm not insane, I see what he sees.

By the way, I finished the book. The writer has various adventures, like a big spy or something, and at the end, I mean in the last 10 pages, he dies. He's shot in the head by a drug dealer. Linda drew me in a pool of blood. I screamed at the girl and then she cried and then I fought with Susan. That was just some hours ago.

That's why I'm alone in my bedroom. Actually, alone in the house. Susan took the kids to her mother's house and told me to cool down for the night. She didn't seem angry but scared. She seems to think that a night away from them might do me some good but I believe she was scared I might hit her or the kids.

I went crazy. I yelled and hit myself on the head with my fists and punched the wall. My hand hurts as I write.

You know what's funny? My head started to hurt just after I saw the drawing Linda did for me. It's a piercing pain on the back of my head, just as if I had been hit with a blunt object.

I don't want to sleep. It's 3 AM but I don't dare to close my eyes. What if this all goes away too? What if I don't go back to being a writer but I just fade away into another life? I wouldn't be able to take it. I know I can't.

Please be with me. Help me. I'm scared.








*           *           *

The hallway is white. No other color on sight. A woman, rather short, enters a room. Inside an elderly woman cries next to the only bed in the room.

A young man lies there, with tubes coming from all places, breathing through a machine.

- The doctor is ready Mrs. Dominguez.

The elderly lady is squeezes one of the man's hands as a man in a white robe enters the room.

- Do you want to be present? - he says to the woman.

She nods. Tears keep pouring out of her eyes but she makes no noise.

The doctor and the nurse start pressing buttons, pulling out tubes until only one machine is attached to the man in the bed.

The elderly woman comes near and kisses the man on the forehead.

- Bye, Alex. Mama loves you.

The machine starts beeping and finally the sound of death engulfs the room.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Carta Para Mi (Parte 3)

Querido tú (o yo),


Siento preocuparte, posiblemente sin necesidad si no recuerdas nada, pero los últimos días han sido de lo peor y con graves consecuencias para ambos.

Te escribo desde un pequeño parque al que vine bajo el pretexto de trotar un poco. Le dije a Susana que sentía que me estaba creciendo la panza y salí sin mayores explicaciones. La verdad no tengo el menor interés en saber si me creyó o no.

Esta semana en la oficina ha sido como los primeros días: sin problemas. He conocido mucha gente que al parecer ya conocía y a otros que nunca había visto esta versión de nosotros. Nada importante con eso a excepción de lo que pasó en uno de los almuerzos a los que tuve que ir.

Fue en un museo, en un elegante y pequeño restaurante donde comimos poco y cerramos algunos tratos con otro banco. En un momento tuve que ir al baño por lo que crucé frente a la librería del lugar. Por lo que sé, en esta realidad no soy muy adicto a la lectura pero creo que sí lo era en la otra... El caso es que me detuve al ver la portada de uno de los libros en la vitrina.

No, no había una foto nuestra. Solo pasó que reconocí el título del libro: "Atardecer bajo los olivos". Entré al lugar y leí que el autor era un colombiano con un nombre que no me recuerda a nadie. Pero por alguna razón sentí que sabía algo de ese libro, como si lo hubiera leído muchas veces.

Tanta fue mi sorpresa que compré una copia y empecé a leerlo en mis momentos libres. No te lo vas a creer pero el personaje principal es muy parecido a lo poco que recuerdo de nuestra vida pasada: un escritor solitario que vive aventuras en Europa y otros exóticos lugares. Siento que conozco esos lugares... Cada vez más creo estar loco.

El otro suceso extraño ocurrió ayer viernes, en la noche. La pequeña Linda se me acercó y me dio, una vez más, uno de sus dibujos. Tal vez porque había estado muy distraído o por lo cansado que llego del trabajo o por el hecho de sentir que me estoy enloqueciendo, no había puesto nunca atención a los dibujos de la niña, de mi hija.

En el que me entregó ayer antes de cenar, había un pequeño personaje. Estaba en un balcón viendo hacia un acantilado. La casa donde estaba el personaje estaba rodeada de muchas otras casas blancas y azules. El mar era azul y el personaje, se me olvidaba decirte, no estaba solo. Había otro muñeco al lado.

- Quienes son? - le pregunté a mi hija.
- Este eres tu. - me dijo señalando al personaje que estaba apoyado en la baranda del balcón.
- Y el otro.
- Es tu amigo.

Eso me dejó desconcertado. Que hace mi hija dibujándome con otro hombre en lo que parece una isla paradisiaca?

Después de la cena revisé los otros dibujos y había varias escenas: en una el personaje, siempre vestido de gabardina negra, estaba en la playa con un edificio en forma de vela detrás de él. En otro dibujo estaba escribiendo en un pequeño cuarto, con la torre Eiffel a la vista por la ventana. El más más extraño de todos era uno en el que solo se me veía de espaldas, frente a una ventana enorme. Del otro lado se veía una avenida, con algunos buses y personas circulando por ella.

Le pedí que me dijera de donde había sacado tantos lugares y a otros personajes, pero solo dijo que se los había imaginado. La verdad es que no le creo nada aunque tal vez eso sea porque cada vez que miro los dibujos me estremezco, se me pone la piel de gallina.

Ah, se me olvidaba un detalle. Resulta que el personaje del libro del museo tiene varias escenas parecidas a los dibujos! Por eso mi reacción fue bastante notoria e incluso Enrique se lo hizo ver a Linda y Susana en la cena. Tuve que decir que era por el estrés del trabajo pero no creo que se lo hayan creído mucho.

Será que somos un personaje de un libro? Eso suena ridículo pero a estas alturas nada se me hace muy extraño. La verdad es que no sé ya que explicación darle a todo esto.

Lo que sé es que no pertenezco aquí y también sé que ese pasado, u otra realidad o lo que sea, ya no existe si es que existió. Tal vez sí estoy loco y me lo estoy imaginando todo o tal vez solo sea un asunto de percepción.

Eso último me dolería. Sería bastante horrible no reconocer a mis hijos como propios, lo mismo con mi esposa. Pero la realidad es que así es y por eso quisiera que ellos no fueran en realidad mi familia.

No sé que hacer. Tuve que sacar una hoja (podrás ver lo arrugada) y un bolígrafo de la casa como si fueran drogas o algo por el estilo. Lo hice sin que nadie me viera y encontré este pequeño parque solitario para escribirme.

Lo seguiré haciendo tanto como pueda pero algo me dice que esto no puede durar mucho. Algo o alguien tiene que ceder, como oí decir por ahí.

Me despido ya. Deben estar preocupados. Revisaré de nuevo los dibujos y al parecer tengo que llevar al niño a un partido de fútbol o béisbol o algo por el estilo. En fin...


No te olvides de ti,

Alex.


P.S: Se me olvidaba contarte que el gato blanco no aparece. La niña lloró todo el jueves pero ya está más calmada. La desaparición de esa bola de pelos no ayuda mucho a esta confusión.