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domingo, 5 de abril de 2015

Kamchatka

   Cuando Javier salió del avión, aprovechó para estirar sus piernas y sus manos apenas bajó por la escalerilla del avión. Las azafatas lo miraban riendo por lo bajo pero no había como no hacer lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo el viaje había tomado varias horas y eso solo era el último tramo. Y todavía había más por delante pero desde ya podía decir que su aventura estaba comenzando.

 Al salir del aeropuerto, un hombre con cara de pocos amigos, abrigado hasta la medula, lo encontró sosteniendo la foto que había enviado a la agencia. Era de hecho la foto del pasaporte y la habían ampliado varias veces y no se veía muy bien en el cartón que el hombre sostenía. Después de haberse saludado, subieron la única maleta de Javier y emprendieron el camino al hotel. Allí el hombre se despidió y le indicó, en inglés, que lo recogería temprano al otro día.

 Esa tarde, Javier organizó todo lo que debía llevar en la mochila de expedición: no podía echar todo lo que había traído y siempre lo había planeado. Había traído varios implementos para el cuidado personal porque en la noche haría una limpieza profunda de sí mismo, ya que iba a estar una semana entera por fuera, sin posibilidad de ducharse ni nada relacionado a su estética personal. Decidió también dejar fuera algo de ropa que vio que no iban a ser muy apropiados.

 Cuando llegó la noche, comió algo en el restaurante del hotel y luego se duchó por varios minutos, afeitándose después así como usando bastante desodorante. Durmió como una piedra hasta que la alarma del celular lo despertó a las cuatro de la mañana. Se bañó de nuevo, arregló lo último de la mochila y cuando bajó su anfitrión ya estaba allí. En la camioneta que manejaba se demoraron unos minutos hasta salir de la ciudad y viajar por carretera por cerca de media hora hasta llegar a un parque donde había un puesto de guardabosques. Allí, Javier se dio cuenta que había otros viajeros ya listos para emprender la travesía.

 Los reunieron a todos frente a la casa del guardabosques y una mujer muy rubia y alta fue quien les habló en inglés y les dijo como sería el recorrido y lo que debían esperar del recorrido. Les recordó que no podían usar el flash de sus cámaras y que no estaba recomendado llevar productos electrónicos aunque tampoco estaba prohibido. Javier apretó el celular en la mano pero no lo sacó ni dijo nada. Cuando la mujer terminó su discurso, les dijo que se alistaran ya que la caminata empezaba allí. Fue a buscar su propia mochila y entonces empezaron a caminar. Javier se despidió de su conductor, que pareció no verlo, y siguió al grupo.

 No eran muchos. Además de la guía, solo había una mujer que venía con su esposo. Eran franceses. Había un joven de la misma edad de Javier que venía de Corea y dos hombres estadounidenses que parecían tener mucha experiencia en este tipo de situaciones. Pero el grupo de hablaba mucho entre sí. Era como si vinieran a competir, o algo por el estilo, pero Javier no lo veía así. Él había ahorrado por mucho tiempo para hacer este viaje. Era un fotógrafo consumado e ir hasta Kamchatka siempre había sido uno de sus más grandes sueños.

 Como pudo, se fue acercando hacia Si-woo, el chico coreano. Lo bueno era que Javier sabía hablar bien en inglés y cuando lo saludó el chico se asustó un poco pero empezaron a hablar a gusto, compartiendo algo de sus vidas. Los demás hacían lo mismo, pero no entre ellos sino solo con quienes habían venido. Como ellos dos estaban solos, era apenas normal que se sintieran mejor hablando el uno con el otro. Si-woo era biólogo y había venido porque para él también era un paraíso en la tierra esta península plagada de volcanes y vida salvaje.

 Después de un tiempo de caminata, salieron del pequeño bosque a una extensa estepa plagada de flores de colores y algunas plantan menores. La guía les avisó que pronto se detendrían para tratar de tomar la foto de un zorro, que normalmente merodeaban por la zona. Cuando llegaron a la parte más plana y estable de la estepa, se hicieron en grupo y miraron para todos lados. Pero parecía que los animales o no estaba o no pretendían interactuar con los viajeros. De todas maneras Javier tomó algunas fotos y lo mismo hicieron los demás.

 Algo de neblina había empezado a bajar de la montaña, que era un volcán negro, y estaba cubriendo todo el lugar lentamente. La guía apuró el paso ya que debían llegar al borde de una cañada para tener en donde acampar. Pero a medio camino hacia allí, una tormenta se desató y casi no pudieron seguir. Varios se resbalaron y no había manera de encontrar el lugar para acampar. No venían árboles ni nada que los cubriera y poner tiendas de campaña no les iba a ayudar de nada. Debían seguir caminando lo que más pudiera hasta que la lluvia se detuviera o hasta que encontraran un lugar adecuado para pasar la noche.

 Entonces llegaron a la cañada pero ya no era un pequeño riachuelo como habían visto en fotos. Era un torrente de agua que llevaba ramas y plantas hacia el mar. En ese momento la guía les indicó un camino para ir paralelo al torrente pero la pareja de franceses se acercaron demasiado y se resbalaron, cayendo en el agua. Uno de los gringos corrió rápidamente y lanzó una cuerda que tenía en su mochila. La mujer que había caído logró tomarla pero su esposo se le fue entre los dedos y se lo tragó prontamente la oscuridad de la noche.

 Cuando pudieron sacarla, la mujer temblaba como loca y no podía pronunciar palabra. Y así hubiera querido hablar lo más probable es que no se le hubiera entendido nada, por la lluvia. La guía decidió sacar un plástico de su mochila y les aconsejó a todos sentarse en el suelo y cubrirse con el plástico. Ella intentaría llamar al guardabosques. Lo intentó toda la noche, incluso después de que todos se durmieran. La lluvia se detuvo en algún momento de la noche, así como sus intentos.

 Uno de los gringos, el que venía con el que había rescatado a la mujer, se despertó de golpe, gritando. Todos lo miraron asustados. El hombre se cogía la pierna y de pronto quedó quieto, lívido. Su cuerpo cayó al suelo por su propio peso y quedó ahí. El que venía con el lo revisó y sacó de entre sus pantalones una serpiente que se le había metido en la noche. Lo había mordido varias veces y parecía ser venenosa.

 La guía empezó a llamar de nuevo pero nadie atendía. Parecía que la lluvia había dañado todo. Como pudieron, tratar de retomar el camino de vuelta pero la lluvia había cambiado el paisaje y parecía que por loa noche ellos también habían perdido el rumbo. La mujer dijo que lo mejor era cruzar el río en algún punto para llegar a un puesto al otro lado. Siguieron el curso de la cañada hasta llegar a un lugar poco profundo donde uno a uno fueron pasando tranquilamente. Después de unas horas, llegaron al otro puesto de atención y, como lo esperaban, no había nadie. Pero sí había un teléfono y la guía trató de contactar a alguien para que los ayudara.

 De pronto, estando dentro de la cabaña, oyeron un par de disparos y el sonido de aves asustadas. Se miraron los unos a los otros y se dieron cuenta que solo el chico coreano y el gringo faltaban. Cuando salieron, el chico tenía una pistola en la mano apuntando a su cabeza y el cuerpo del hombre al lado. La guía le preguntó que había pasado pero el joven respondió accionando el arma y suicidándose frente a todos. Ahora solo habían tres personas, tres personas que no entendían que sucedía. La guía volvió al teléfono y por fin contestaron. Ella no tuvo que decir nada; le contestaron que ya habían enviado un helicóptero.

 Cuando volvieron a la ciudad, se les informó que la policía secreta había ocupado la oficina y por eso no habían contestado antes. Resultaba que Si-woo era un hombre buscado en Corea por haber sido el único testigo del asesinato de su madre, una política importante, por parte de dos mercenarios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de unos y otros y como la muerte del francés había sido un accidente inesperado. Todo había pasado rápidamente pero casi en conjunción con los planes de venganza de cada uno. Los gringos no habían hecho nada por temor y el chico coreano había aprovechado esto para buscar una serpiente venenosa y ponérsela cerca uno de ellos. Al fin y al cabo, sí era un biólogo.


 Todos testificaron a la policía rusa y dejaron la ciudad apenas pudieron. En el avión de vuelta, dejaron la ciudad apenas pudieron. En el aviy ponersela ios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de ón de vuelta, Javier empezó a escribir en un cuaderno lo que recordaba para no olvidarlo. No podía creer el nivel de venganza, de miedo y de odio y, sobre todo, de paciencia que había habido para que todo lo que pasara tuviera que pasar sin que nadie se diese cuenta con antelación. El momento que tanto había anticipado, que iba a cambiar su visión de la vida, se había arruinado. Pero al final del día, si había cambiado su vida, solo que no de la manera deseada.

viernes, 20 de febrero de 2015

Miki, Pedro y los autómatas

   Miki y Pedro eran inseparables. A pesar de las recurrentes confusiones, el perro era el que llevaba el nombre de Pedro y Miki era el ser humano. Un ser humano, sobra decirlo, de gran corazón e inocencia a pesar de ser lo que, en su tiempo, llaman guardabosque: una persona que cuida, más que los bosques, los límites del territorio de cada una de las miles de tribus hoy en existencia.

 Según dicen, hace mucho tiempo existían miles de millones de personas pero de eso no había rastro. Aunque había muchas tribus solo en esta región del mundo, y posiblemente muchas más en otras partes, no parecían ser tanto como en el pasado. Había paz, aunque no faltaban las disputas territoriales impulsadas por el hambre y el desespero. Estos conflictos solían ocurrir en invierno, cuando todo era más difícil.

 Pero ahora era verano y tanto Miki como Pedro lo estaban disfrutando al máximo. El puesto de guardabosques solo se volvía complicado en tiempos de sequía o hambruna pero como no había nada de eso en esta época así que los dos amigos podían pasarse el día disfrutando del sol y de la gran cantidad de lagunas que el hielo formaba al derretirse. El agua era de la temperatura perfecta para equilibrar con el abrasivo sol. Incluso Pedro disfrutaba, y eso que no era amante del agua.

 Muchos de los niños de la villa acompañaban a los dos guardabosques ya que era más divertido cuando Miki los acompañaba. Verán, Miki era ya casi un hombre, de gran estatura y casi igual de ancho. Era un orgullo para sus padres que él fuese uno de los hombres más grandes del valle. Era por esa misma razón, que el concejo del pueblo lo había nombrado guardabosques. Era muy posible que su fuerza física fuera útil a la hora de defender la colonia.

 Pero Miki nunca había tenido que usar su fuerza y la verdad era que no le gustaba usarla a menso que fuera muy necesario. En varias ocasiones se había visto enfrentado a criaturas del bosque, de las más grandes y salvajes. De todas esas situaciones había salido gracias a su inteligencia y no gracias a su fuerza. Le parecía mejor y más bondadoso con esas criaturas alejarlas con grandes sustos o trampas y no con violencia ya que, como ellos, eran nativas del valle y tenían tanto o más de derecho de vivir allí que ellos.

 Pedro era su fiel compañero desde que era un niño pequeño y siempre estaba junto a él, listo para jugar algún papel en alguna de sus muchas aventuras que siempre parecían indefensas y que prácticamente nunca llegaban a oídos de los más viejos del pueblo. De hecho ni siquiera sus padres sabían mucho de lo que él hacía pero todos tenían en cuenta que el valle seguía tan verde y en paz como siempre, así que algo debía estar haciendo bien el pequeño gran Miki.

 Uno de aquellos días de verano, después de nadar por varias horas, Miki y Pedro empezaron a buscar frutos del bosque para comer. Tenían que tener cuidado porque muchos de esos frutos eran venenosos. Cuando tuvieron suficientes, volvieron a la pequeña cabaña en la que vivían desde el día en que se convirtieron en guardabosques. Comieron y luego se quedaron dormidos.

 Los despertó un estruendo horrible, que casi volvió pedazos los vidrios de las ventanas. Era una tormenta, acompañada de lluvia y truenos, incluso parecía caer granizo. Esto tipo de tormentas no eran nada extrañas en verano así que Miki no se preocupó demasiado. No hasta que un sonido vino de su puerta: alguien golpeaba.

 Por un momento creyó que todavía estaba medio dormido y por eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitió de nuevo, esta vez con mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ esta vez con mr eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitiruenos ientes, volvieron a la pequeña cabaña en ás fuerza. Miki se puso de pie y Pedro lo miró desde su cama, ubicada en una de las esquinas de la casa. El perro no se movía por los truenos pero también había escuchado los golpes.

 Miki se acercó a la puerta y la abrió. Algo tan grande como él entró en la casa y cerró la puerta de un golpe detrás de sí. Estaba empapado en agua y parecía un oso pero los osos no se paraban tan bien sobre las patas traseras: este era un ser humano. En efecto, se quitó su gorro y una delgada capa de cuero y las puso en una de las sillas del comedor. Tanto Miki como Pedro lo miraban con atención.

-       Porque me miran así? No me recuerdan?

 Ahora que Miki lo miraba bien, sí lo recordaba. Le decían Thor, como el nombre de un dios de la Tierra antigua. El nombre le quedaba más que bien ya que Thor era un tipo grande pero más bien delgado, con mucho musculo por donde se le mirara. Además tenía un rasgo que era una rareza en estas tierras y era su pelo amarillo, del color del trigo que debía estar siendo azotado por los vientos.

 Thor le pidió algo de tomar a Miki y este le trajo un vaso de jugo de moras que había hecho con algunos de los frutos que había recogido en sus paseo por el bosque más temprano. El hombre se lo tomó casi sin respirar y luego le contó a Miki como había atravezado  el bosque casi corriendo desde las colinas picudas, las cuales estaban más allá de lo que Miki conocía bien de los territorios de su comunidad.

 Lo que él cuidaba era el segundo anillo de seguridad alrededor del valle. Con frecuencia debía hacer grandes exploraciones por los montes y partes del valle que la gente no frecuentaba. Thor tenía a su cargo el primer anillo de seguridad que estaba justo detrás de las montañas que formaban el valle. Era un territorio más bien desprovisto de vegetación y más susceptible a una invasión.

 Y de hecho, esa era la noticia de Thor. Había corrido a la cabaña de Miki porque sabía que era el puesto seguro más cercano al lugar donde había visto todo. Según lo que decía, había vistos miles de seres extraños caminar en fila hacia el paso de los ríos, llamado así por ser el nacimiento de dos de los riachuelos más importantes del valle, adonde muchas de las personas iban a lavar su ropa y a disfrutar del verano.

 Al preguntarle a Thor como era los invasores, dijo que no los pudo detallar bien por la distancia pero que no caminaban como personas normales, más bien como una de esas viejas máquinas de las que hablan algunos de los libros de la biblioteca del pueblo. A los niños les encaraba leer aquellas historias de viajes por el espacio, robots y princesas pérdidas y luego salvadas. Muchos se reían por lo cuentos porque mucho de lo que decían ya no era válido pero los disfrutaban de todas maneras.

 Cuando la lluvia se detuvo, Thor dejó a Miki para reunirse con el concejo. Era urgente que supieran del ejercito de robots, o lo que fueran, que estaba marchando hacia el centro del valle. Lo último que se dijeron fue que si las criaturas seguían moviéndose a ese ritmo, llegarían el día siguiente al interior del valle, si es que podían escalar ya que el paso de los ríos no era un lugar para hacer caminatas.

 Se despidieron y Thor desapareció de repente, como una sombra que se desliza sobre los árboles. Miki y Pedro se quedaron afuera, recogiendo algunas ramas para hacer un hoguera si fuese necesaria. La señal universal de peligro era una humareda densa y nada mejor que la madera verde y húmeda para el trabajo. Pero mientras Pedro iba y venía con ramitas, algo se escuchó entre el bosque. Algo se movía hacia ellos.

 Entonces Pedro ladró con fuerza y corrió hacia Miki que veía incrédulo lo que perseguía a su amigo: sí era un robot, o al menos se parecía a lo que él se había imaginado que era un robot. No tenía armas visibles y se acercaba lentamente. Cuando estuvo muy cerca de los dos guardabosques, los iluminó con una extraña luz roja y luego se quedó quieto.

 Miki estaba asustado pero su curiosidad lo impulso a acercarse al ser para tocarlo. Justo entonces el robot empezó a hablar. Pero la voz no podía ser de él porque era humana, era real y natural. Y se podía percibir mucho miedo en ella.

-       Hay alguien allí? Mi nombre es Granen. Estoy en el Pacifico. Estos robots son míos. Los envié a buscar vida. Hay alguien ahí.


 Miki y Pedro se quedaron callados y no respondieron hasta mucho tiempo después.

sábado, 31 de enero de 2015

No más

   Parecía que toda la lluvia del mundo, toda el agua en existencia, estaba cayendo sobre la ciudad. Estaba claro que el huracán solo ganaba fuerzas y para cuando tocará tierra sería un desastre de proporciones inimaginables. Era difícil conducir así pero de todas manera Marcela tenía que hacerlo. No tenía más opción sino ir hasta el laboratorio y cerciorarse de que todo estuviera en orden.

 Verán, Marcela era la médico en jefe de un laboratorio de fertilización. Básicamente trataban de ayudar a las mujeres que tuvieran problemas concibiendo un hijo. Para la doctora este era un trabajo realmente gratificante, ya que podía ver el agradecimiento en las caras de sus pacientes al ser notificados del milagroso embarazo. Aunque no era un milagro precisamente, sino un trabajo arduo y delicado que requería de la más alta atención.

 Pero Marcela sabía que no todo el mundo se tomaba el trabajo de la misma manera y por eso estaba en camino a ver que todo estuviera bien. Raquel, su asistente, llevaba apenas dos meses en el trabajo y la doctora todavía no sabía cuanto podía confiar en ella, sobre todo en relación al cuidado de cada tratamiento que guardaban en frío. Raquel estaba encargada de que todo estuviera propiamente ordenado pero en esos pocos días de trabajo había probado ser una mujer distraída.

 Mientras Marcela estacionaba su auto en el parqueadero techado del edificio de oficinas donde estaba el laboratorio, se acordaba de Irene. Era una mujer de edad y había sido su asistente desde hacía años. Pero un buen día y sin aviso, dijo que renunciaba ya que se sentía demasiado vieja para seguir trabajando. Marcela le había rogado que se quedara pero Irene simplemente no cedió. Se fue, apenas despidiéndose. Esto para Marcela fue un golpe porque Irene no era solamente una asistente sino una amiga. Nunca la vio más.

 En el ascensor, la doctora alistó su tarjeta de seguridad, que tenía su foto y una banda magnética especial para abrir puertas restringidas. Ella tenía una  y Raquel debía haber guardado la otra en su escritorio. Nadie más podía entrar. Cuando se abrió el ascensor, frente a un gran ventanal, Marcela pensó que el clima parecía haber empeorado en apenas un par de minutos. Todo era de un gris oscuro enfermizo y las gotas de lluvia parecían del tamaño de balas.

 Se encaminó entonces al laboratorio pero se detuvo antes. Su oficina estaba abierta. Marcela bajó el brazo en el que tenía su tarjeta de seguridad y caminó lentamente hacia su oficina. No había nadie pero la puerta estaba completamente abierta, algo que ella jamás hacía. De hecho, siempre le ponía el seguro a la puerta antes de salir. En uno de los cajones guardaba algo de dinero y regalos de algunos pacientes. Sacó un par de llaves y abrió con ellas los cajones. Todo estaba en orden.

 Estuvo a punto de irse cuando se dio cuenta de que habían movido su archivero. Era grande y metálico pero cuando se halaba para abrirlo se movía un poco. Alguien había entrada en su oficina, Marcela ahora estaba segura de ello. Pero quien? No podía ser alguien del trabajo ya que casi todos sabían del dinero y los regalos. Y, revisando rápidamente el archivero, no había ningún expediente perdido ni fuera de lugar. Algo raro estaba pasando.

Marcela se decidió entonces a ir al laboratorio. Tal vez Raquel había venido también, dándose cuenta de que no había asegurado bien los tanques de enfriamiento o algo pro el estilo. Eso debía ser. Pasó entonces la tarjeta de seguridad para abrir la puerta pero esta no abrió. Intentó de nuevo y esta vez sí sirvió pero algo ocurrió que ella no esperaba: la puerta se abrió rápidamente y del otro lado salió alguien quien la golpeó en la nariz. Marcela cayó al suelo, sangrando.

 La persona que había salido entonces se le acerco hábilmente y le puso algo en la nariz. Marcela sabía que era pero no tuvo tiempo de pensar en mucho más pues se desmayó casi al instante. Tuvo un sueño extraño, sin imágenes, casi como si estuviera encerrada. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que ya no estaba en el laboratorio y que estaba amarrada, de pies y manos. No tenía la boca tapada pero tampoco sentía muchos ánimos para hablar. Afuera llovía, el viento rugía.

 De pronto entro al cuarto donde estaba una mujer y Marcela se dio cuenta que era Raquel. Por un momento se sintió aliviada pero rápidamente cayó en cuenta que eso no podía ser bueno. Había sido secuestrada y Raquel no podía estar allí por pura coincidencia. La mujer se le acercó, sin expresión alguna en su rostro, y la ayudó a sentarse.

-       Como se siente?

 Marcela no pudo hablar entonces solo asintió. Raquel pareció comprender y se alejó de ella. Al otro lado del cuarto parecía haber una camilla de hospital. La asistente se sentó en un banquito al lado de la camilla y empezó a revisar algunos papeles. Marcela los reconoció como archivos de la clínica. Raquel seguramente los había sacado de su oficina.

-       Que…

 Pero Marcela no podía decir más. Sentía como si una mano invisible le estuviera apretando el cuello cuando intentaba hablar. Pero Raquel la había oído y se le acercó de nuevo. Le puso los papeles en el regazo a la doctora y se cruzó de brazos, como esperando. Marcela revisó los papeles pero no entendió nada.

 Se trataba de una pareja que había venido hacía algunos meses. Iban por su segundo intento y Marcela estaba muy optimista respecto a sus posibilidades. Pero además de los datos de siempre, no había nada especial en ese caso. Releyó los nombres de la pareja pero no los conocía de otra parte. Miró a Raquel, con cara de no entender que pasaba.

-       Ella me envió.

 Marcela frunció el ceño. Eso no tenía sentido. Intento hablar de nuevo pero el dolor volvió y cerro la boca sin haber dicho nada.

-       La inyectó con un suero que impide el uso de las cuerdas vocales. – dijo Raquel. – Pasa su efecto en un día.

 La doctora tomó los papeles y los sacudió. No entendía y estaba frustrada por no poder hablar. Entonces Raquel fue hasta el banquito, lo arrastró hasta la cama donde estaba Marcela y se sentó. La miró con ojos tristes y empezó a hablar.

 Resultaba que esa mujer, una tal Florencia, era amiga de Raquel. Su esposo era peor que borracho o algo por el estilo. Ese hombre la había violado varias veces y ella no lo denunció nunca. No fue sino hasta que tuvo un problema serio de salud, que Florencia habló con Raquel. El hombre la había golpeado porque ella no había sido capaz de darle un hijo. Así que la iba a obligar a tener uno.

 Dejar pasar algunos meses para que las heridas sanaran y luego llegaron al consultorio de la doctora Marcela. Cuando Raquel se enteró, le dijo a Florencia que ese hombre estaba enfermo si pensaba forzarla a tener un hijo. Así que Raquel inventó un plan: amenazó varias veces de muerte a Inés para que dejara de trabajar, la reemplazó como asistente de la doctora y ahora estaba dentro del hospital.

 Marcela estaba anonadada. Como era posible que no se hubiera dado cuenta de que algo así estaba pasando? Había sido muy negligente al no ver algo  de ese calibre pero entonces dudó. Sería verdad?

 Raquel dijo que ella había alterado los óvulos para que no sirvieran en el primer proceso pero que eso no había sido suficiente. Su plan era distinto. Y ahí entraba Marcela. La doctora dio un respingo al ver que Raquel la miraba con ojos desorbitados y un aparente desespero por ayuda.

 Como asistente, Raquel sabía que los hombres también eran revisados. Y sabía que la doctora era experta en urología así como en obstetricia. Así que necesitaba de ella un favor.

 De repente alguien más entro en la habitación. Era un mujer delgada y temblorosa. Debía ser Florencia. Halaba otra camilla y en esa estaba recostado un hombre. Era grande por donde se le viera y con cara de animal. Sin duda era el marido.

-       Es simple la verdad.

 Marcela dio un respingo al escuchar la voz de Raquel.

-       Podríamos matarlo pero sería muy fácil. Queremos que hagas algo más.


 La doctora no entendía nada pero entendió, al verse allí sin voz, que esas mujeres eran capaces de mucho y que ella no tendría opción alguna: tendría que hacer lo que le ordenaran.