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sábado, 18 de julio de 2015

Paraíso

   Para ser tan temprano en la mañana habían tenido que caminar bastante por el sendero que venía desde la zona de las cabañas, que no eran muchas pero eran el único sitio donde la gente podía dormir en el área. El sendero era muy bonito y lo cuidaban bastante porque era el que más usaban los turistas que venían. Había flores de muchos colores a cada lado así como palmeras y árboles típicos del trópico. La pareja de amigos, Enrique y David, habían salido del hotel a las seis de la mañana pero solo llegaron a la playa hasta las casi siete y media. El sendero daba muchas vueltas y en un momento se iba por el lado de la montaña, sobre un acantilado pronunciado sobre el que morían las olas más fuertes.

 Cuando por fin llegaron a la playa, era imposible no quedar asombrados. El lugar era como los que muestran en las películas o en esas fotos de promoción turística que prácticamente nunca terminan siendo realidad. Pero allí sí era verdad: la arena blanca, rocas lisas y enormes por todos lados y el mar de un color aguamarina que parecía casi hecho a propósito. Todo lo completaba la vista de la montaña a tan solo algunos metros y los cientos de plantas que había por un lado y otro. Ahora Enrique, que era fotógrafo, entendía porque tantas personas le aconsejaban ir allí para hacer su trabajo. Él no trabajaba con modelos entonces no tenía sentido hacerlo pero si alguna vez tenía la oportunidad no la iba a dejar pasar. David sacó su celular apenas llegaron y empezó a tomar fotos de todo.

 Él no tenía nada que ver con el arte. Bueno, de hecho no tenía ninguna carrera terminada. Había estudiado un semestre de arquitectura pero se dio cuenta que no era lo suyo y luego intentó con la sicología pero resultó algo tan ridículo para él, que ni siquiera terminó el primer semestre. La verdad era que en ese momento, había olvidado sus preocupaciones, al ver el mar y el viento moviendo suavemente las plantas. Pero la realidad era que siempre estaba tensionado, preocupado por su futuro. Enrique era uno de sus mejores amigos y le había invitado a viajar con él precisamente para ayudarlo a relajarse y así pensar mejor. Al menos por la primera vista del lugar, ya estaba funcionando la idea.

 Como era temprano, podía pasarse todo el día allí haciendo varias actividades. Lo primero era encontrar el sitio ideal, cosa que fue fácil cuando vieron una roca enorme ubicada a medio camino entre el agua y la montaña. Sacaron sus toallas y se quitaron las camisetas para poder disfrutar del sol lo mejor posible. De nuevo, se quedaron allí mirando al vacío, sin pensar en nada, por un buen rato. Era como si todo se juntara para que pudiesen dejar de pensar en lo que los agobiaba y solo disfrutaran el momento. Lamentablemente, ocurrió lo que no querían y era que sintieron las pisadas de otras personas. Eran una pareja de chicas y fue Enrique el que más las miró. No eran feas pero eso con Enrique no importaba mucho.

 A David no le interesaban las mujeres pero se podía decir que a Enrique le gustaban demasiado. Sin ninguna vergüenza, se fue caminando tratando de verse más varonil de lo que en realidad era y las saludó con halagos. David, mientras tanto, decidió poner algo de crema en su piel para evitar las quemadas. Aún mientras lo hacía, no pensaba en nada más sino en la playa. Le parecía un lugar mágico, casi irreal. Era lo que él más necesitaba en esos momentos. Cuando cerró la tapa de la crema, miró hacia Enrique y las chicas y vio que él les estaba ayudando con la crema, cosa que hizo reír a David pero, menos mal, nadie lo oyó.

 Entonces se puso de pie y caminó lentamente hacia el agua, sintiendo cada paso y el arena que pasaba por sus pies cada vez que pisaba. Cuando llegó al agua notó que el agua tenía la temperatura agradable: no era muy caliente, algo que le daba asco, ni tan fría como para no disfrutar nada en ella. Siguió caminando hasta que el agua le llegó a las rodillas y allí se quedó mirando a lo lejos, sobre esa capa de agua que se movía suavemente. No había nada más allá, nada que pudiese ver al menos. El cielo tenía pocas nubes y el viento cada cierto tiempo soplaba para darle un respiro a los bañistas del sol que estaba haciendo. Era perfecto, era como si cada fuerza de la naturaleza se hubiese puesto de acuerdo para que todo saliera la perfección. Y había que decir que lo habían logrado, con creces.

 De pronto, David oyó a Enrique reír. Se dio la vuelta y vio que venía con las chicas que había conocido. Al poco rato, David las estaba saludando de la mano y lo invitaban a jugar algo de vóley playa. Jugaron por lo que pareció una hora y los chicos perdieron horriblemente, por una combinación entre las ganas de Enrique de dejar que las chicas ganaran y el pobre desempeño de David en cualquier deporte que involucrara una pelota. Lo bueno fue que se divirtieron, y no hicieron sino hacer bromas tontas y reír como si nada en el mundo fuese una preocupación. Fue cuando acabaron de jugar que David recordó lo pesado que a veces se sentía y eso lo hizo sentirse miserable y se sintió mal al sentirlo en ese paraíso.

 Las chicas los invitaron después a surfear pero David les dijo que pasaba de ello. Prefería quedarse allí bronceándose y cuidándolo todo. Enrique le preguntó si estaba bien y David le dije que sí y que se divirtieran. Incluso les dijo a las chicas que podían dejar sus cosas con las de ellos para que él pudiese cuidar todo. Así lo hicieron y cuando se fueron David se recostó sobre su toalla al lado de todo y cerró los ojos. Quiso relajarse todo lo posible y lo logró tan bien que durmió por algunos minutos. Cuando desperto, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽nutos. Cuando despertépertosible y lo logr que podino reir y  desempeño de David en cualquier deporte que involucrara ó se dio cuenta de que tenía mucha hambre y entonces sacó una de las manzanas que habían traído del hotel. Apenas le dio el primer mordisco, un mono pequeño se le acercó de la nada y se le quedó mirando.

 David no se asustó pero sí era una situación bastante rara. De pronto el bosque cercano era hogar de pequeños simios pero el caso es que el pequeño animal lo miraba con sus ojos grandes y luego miraba la brillante manzana. David entendió y entonces buscó una navaja que había en su mochila y partió la manzana en dos partes iguales. Se quedó con el lado mordido para él y le dio la otra mitad al mono que parecía no creerlo. Saltó un rato sobre el sitio donde estaba y entonces empezó a comerse la manzana. David hizo lo mismo y los dos terminaron casi al mismo tiempo. Cuando el simio vio que no había más que comer, se subió al hombre de David y este aprovechó para tomarse una foto con el celular. Menos mal lo hizo porque el animalito entonces saltó sobre la roca y desapareció.

 David guardó el celular y sonrió ante su pequeña aventura. Miró a un lado y otro y supuse que Enrique lo estaba pasando muy bien con las chicas y por eso no había vuelto. Había pasado una hora o tal vez más desde que se habían ido y David ya no sabía que inventarse para pasar el rato. Se puso de pie y se dio cuenta que no había nadie más en el lugar. Era cierto que era temporada baja pero no hubiese esperado que una playa estuviese tan sola. Decidió caminar un poco más lejos, hacia el agua, siempre mirando hacia las cosas. Quería sumergirse en el agua pero no podía. Si se perdía algo sería su culpa. Pero si esperaba a que Enrique volviera, podía no tener la oportunidad.

 Decidió echarse un chapuzón rápido, solo para humedecer su piel y mojarse la cabeza que ya estaba hirviendo del calor. Además tenía las manos dulces por la manzana y quería limpiarse. El caso fue que no se demoró más de cinco minutos en el agua y cuando volvió todo parecía estar en orden. Se sentó en su toalla a secarse y entonces todos sus pensamientos, todas sus preocupaciones, se le abalanzaron encima como si el agua hubiese roto una barrera invisible. Recordó que se sentía culpable al irse de viaje y dejar a sus padres preocupados, recordaba que se sentía siempre un fracaso y una vergüenza.

 Fue entonces que miró sus antebrazos, que casi siempre evitaba mirar, incluso cuando el simio había tocado justo encima de las cicatrices. Porque tenía varias, todas paralelas entre sí y casi del mismo largo. Verlas hizo que David soltara algunas lágrimas y llorar en semejante lugar parecía algo fuera de lugar y lo hacía sentir todavía más desesperado. Se concentró en quedarse quieto y en no pensar en nada pero no podía, todo era un remolino en su cabeza y cada vez todo giraba más rápido y fuera de control. La verdad era que nunca quería volver a un hospital por la misma razón que había ido hace poco pero tampoco quería seguir sintiendo todas esas cosas, quien sabe por cuanto tiempo. Era una tortura.

 De pronto, oyó la voz de Enrique, que lo buscaba. Menos mal venía solo porque lo primero que David hizo fue abrazarlo y llorar en silencio. Y Enrique lo abrazó de vuelta y lo ayudó luego a calmarse y a tomar algo de agua. Al fin y al cabo, era su mejor amigo y sabía como ayudarlo para asumir control de sus cosas, o al menos casi siempre sabía como. Se sentía algo culpable por no haber estado en el lugar cuando David había tratado de suicidarse pero al menos estuvo allí durante su recuperación y eso había vuelto su amistad casi una relación de hermanos.


 Después de ayudarlo, fueron a comer con las chicas que resultaron más interesante de lo que David había pensado. No había olvidado sus dolores y preocupaciones, pero al menos las tenía al margen y esperaba así fuera hasta que dejaran de acosarlo.

miércoles, 8 de julio de 2015

Locos sueños

   Si hay algo que me gusta es soñar. Y no, no me refiero a imaginarme cosas que nunca van a pasar pero sin embargo “perseguirlas” hasta que ocurran. En esas estupideces yo no creo. Sería casi como creer en el genio de la lámpara o en el dragón de los deseos o algo por el estilo. No, yo me refiero a los sueños de verdad, esos que tenemos con frecuencia cuando estamos dormidos. Aunque es verdad que, según dicen, siempre soñamos, solo unas pocas veces logramos recordar un sueño y muy pocas veces lo podemos recordar en su totalidad. Pero es un ejercicio divertido: tratar de recordar todas las aventuras o desventuras que acaban de pasar en nuestra cabeza. Para mi, entre más raro y emocionante, mejor. Quiere decir que mi cerebro va muy bien.

 Obviamente las pesadillas no son mis preferidas ni las de nadie. Nos hacen despertar sudando frío y a las cinco de la mañana, sin poder siquiera entender que fue lo que pasó. A veces es porque comimos mucho antes de dormir o porque nos pusimos a leer o ver algo especialmente violento o asqueroso antes de dormir. Por eso siempre es recomendado no sobrecargarse de cosas antes de cerrar los ojos. El cerebro humano es muy fácil de disuadir así que podemos evitar casi todas las pesadillas que tenemos. Eso sí, a pesar de ser estresantes y todas las consecuencias que tienen en nuestra pobre mente, las pesadillas también pueden hablar bien de nuestra capacidad de imaginar e incluso de sentir. Alguien que no haya tenido una, puede ser de desconfiar.

 Normalmente mis sueños, y supongo yo que la mayoría de sueños, se asemeja a una película mal editada. Hay cortes raros por aquí o por allá, que nunca sé si son resultado de mi memoria que borra lo que es de poca recordación o si en verdad mi cerebro pasa de una “escena” a la otra así no más. En mi caso, muchas veces los sueños son como un recorrido. Puedo recordar empezar en algún lado pero también como empiezo a moverme y así circulo a través de diferentes sueños formando una cadena de ellos que puedo conectar por diferentes temas o incluso por los personajes que aparecen allí conmigo.

 Yo siempre soy yo o, al menos, la mayoría de las veces. Creo que a mi cerebro no le gusta mucho la idea de disfrazarme o de hacerme pasar por alguien que no soy. De hecho, podría atreverme a decir que ese es el punto. En nuestros sueños, podemos ser nosotros mismos, los de verdad, sin que nadie pueda decir nada ni prohibir nada. Y cuando digo nosotros mismos, digo todo nuestro ser, como aberraciones, sentimientos, gustos y disgustos. Porque eso es lo que nos hace ser quien seamos así a veces ocultemos o ignoremos ciertos rasgos de nuestro propio ser. En nuestros sueños estamos en casa y en ese sentido no hay por qué ocultar nada de nada de nadie. Solo somos nosotros.

 El sueño de volar es uno de los más comunes y todos lo hemos tenido, o eso creería yo. Supongo que ocurre porque es liberador, porque nos hace sentir verdaderamente libres y además no da un poder que sabemos no es real. Eso nos hace sentir especiales y quién no quiere sentirse especial en este mundo donde, en realidad, nadie lo es? Los sueños son nuestro mundo y son una vía de escape, son lo único que en verdad es nuestro. Nuestros pensamientos también lo son pero estos los podemos compartir e incluso algunas personas los pueden adivinar según nuestro comportamiento. Es muy fácil hacerlo en muchas ocasiones. Pero nadie puede ver los sueños de nadie más ni describírselos a un amigo en detalle.

 Esto es porque, como decíamos antes, nunca nos acordamos de todo lo que ocurre en un sueño. Siempre hay partes que faltan, huecos que ya despiertos muchas veces llenamos de supuestos y conjeturas pero que en realidad siguen inmersos en el misterio. Podemos suponer que lo que recordamos de un sueño es lo más importante pero eso sería tanto como decir que de un viaje largo lo que más recordamos es lo bonito y alegre. Todos sabemos que los accidentes y demás tragedias nos marcan mucho más que un beso o un abrazo. Esa es la triste realidad. Así que cuando nos despertamos recordamos pedazos y ya depende de nosotros si queremos armar algo con esos pedazos o simplemente dejarlo todo quieto y saber que disfrutamos el viaje.

 Porque los sueños son como las montañas rusas o como una caminata por algún lugar especial. Son recorridos, a veces largos y a veces cortos, que terminan y no siempre podemos apuntar cual fue nuestra parte favorita pero sabemos que lo repetiríamos si nuestra sensación al final es de placer o felicidad. Acaso a quién no le ha pasado con sueña con alguien, una persona maravillosa y perfecta? y quisiéramos quedarnos allí con esa persona para siempre pero sabemos que no es posible y entonces queremos seguirlos viendo en sueños pero como no podemos encontrarlos, nunca los vemos más.

 Esos amores de los sueños son intoxicantes porque son ideales, son muchas veces tal y como nos gustaría que fuese la próxima persona que llegase a nuestras vidas. Eso es así porque en nuestros sueños el cerebro coge de todas partes para formar el viaje y toma caras y cuerpos familiares, sensaciones que hemos podido experimentar y lugares que hemos visitado antes. Todo es reciclado y entregado a nosotros en una forma atractiva y diferente, de la que muchas veces quisiéramos saber más. Es un mundo muy poderoso, aquel de los sueños, porque nos muestra lo que más queremos pero sabemos que jamás podremos hacer realidad porque no es algo que sea factible. Ese es el punto de los sueños.

 Por eso es cómico cuando hay personas que dicen que pueden leer los sueños y así decirle a alguien como será su futuro o que quieren decir cada una de las cosas que ocurrieron. Los seres humanos no tenemos ninguna forma de saber nada más que de el presente y si acaso del pasado cuando no lo ignoramos o lo metemos debajo de un tapete. Los sueños no quieren decir nada más allá del significado obvio que tienen para los que los sueña. Es ridículo que alguien venga y te diga que quiere decir todo eso que viste cuando tu lo sabes muy bien porque fuiste tu, tu inconsciente en todo caso, quien creó todo ese maravilloso mundo que desapareció al despertar. Nadie más puede decir nada al respecto.

 Hay sueños que dan miedo, otros que dan felicidad, otros que son muy raros, otros que desarrollan nuestros más bajos instintos y así sigue porque no tienen límite ya que sus únicas fronteras son las que tenemos nosotros en el cerebro. Lo increíble es que los sueños son lo que más tenemos en común los seres humanos, porque todos los hacemos e incluso tenemos sueños similares como los de volar. Y también tenemos en común que para todos son procesos de liberación, así sea por unas cuantas horas. Ni la persona más reprimida deja de soñar y su inconsciente siempre termina mostrando la realidad porque no hay una persona en este mundo que tenga algún control sobre los sueños.

 Y esa es, sin duda, una de sus más bellas características. Esa libertad, esa fluidez e increíble potencial. A veces hay gente que se despierta vigorizada, como si les hubieran inyectado el mejor remedio en existencia. Esa seguramente es la función de los sueños: relajar nuestra mente y darnos un verdadero respiro de todo lo difícil y horrible que hay en el mundo, que es mucho. También esa es la razón por la que, cuando estamos en tiempos difíciles, casi nunca nadie recuerda que soñó. Es como un bálsamo curativo que nuestro propio cerebro nos unta en el alma, corazón o como lo quieran llamar. El caso es que nos ayuda a seguir adelante, da un paso por vez y sin mirar atrás.

 Lo increíble de todo esto es que todo ocurre por nosotros mismos. No hay intervención de nadie más, no hay nadie que nos diga que hacer o como. Los sueños son todo responsabilidad nuestra y por eso es que nos complacen tanto. Nadie los hace para nosotros ni nadie puede criticar su contenido porque ese contenido somos nosotros mismos y la realidad es que, aunque a veces podemos llegar a odiarnos, al fin y al cabo siempre vivimos con nosotros y sabemos como manejar todo tipo de situaciones, incluidos esos locos sueños en los que nos manda nuestro subconsciente, a veces a manera de análisis y otras veces a manera de diversión.


 El caso es que soñar, soñar dormido, es uno de los mayores y más privados placeros de la vida. Son nuestros, son de lo poco que es verdad personal y que no podemos ni siquiera compartir con esa fuerza y empuje que tienen. Lo mejor de los sueños es que nos enseñan pedacitos de quienes somos y así no ayudan a seguir adelante, sin depende de ellos.

jueves, 21 de mayo de 2015

Información

   Los disparos venían de todos lados. Perla tenía a cada lado un hombre con una pistola, que hacían lo mejor que podían para defenderla de quienes habían prometido venir para llevarla. Pero no era algo fácil: quienes disparaban eran visiblemente más y mejores. Además, cuanto tiempo podían estar detrás del muro de un antejardín, antes de que ellos vinieran e hicieran lo que habían deseado desde hacía tanto tiempo. Lo único que ella podía pensar era que todo el asunto era tremendamente ridículo. Las balas iban y venían y se escuchaban vidrios rompiéndose y gritos en la lejanía. Pero ella solo pensaba en una cosa: sus archivos.

 Perla no era un mujer estúpida ni dependiente. Desde que había tenido uso de razón, y posiblemente por haber sido hija única, había tenido un sentido de independencia bastante destacable: jugaba sola creando historias complejas, en el colegio era la mejor en todas sus clases y no se limitaba ni acomplejaba por ello y en la universidad fue capaz de completar su carrera en tiempo record, usando cada pequeño espacio de tiempo que tuviese libre. Ya en el mundo laboral, había probado su dedicación e inteligencia al entrar, en su primer intento, a las fuerzas de seguridad del país, más concretamente a la agencia de inteligencia.

 Era por eso que le estaba disparando. Y cuando cayó el primero de sus hombres, supo que había hecho lo correcto al no tener nunca nada que la pudiera relacionar con su trabajo ni con nadie que tuviese que ver con los cientos de temas sensibles que trataba todos los días. De pronto por su personalidad o tal vez por su insistencia, Perla había alcanzado las esferas más altas en la agencia. Era una de las manos derechas, porque eran varias, del director y tenía acceso total a gran cantidad de los archivos antiguos de las bases de datos, acceso limitado a solo unos pocos agentes de la agencia como tal.

 El segundo hombre cayó, con una bala en la cabeza y entonces Perla supo que ya todo era inevitable. Por alguna razón, ni la agencia ni nadie había enviado refuerzos: tal vez querían que el secuestro ocurriera o tal vez no había mucha inteligencia en la agencia de inteligencia. En todo caso, había sido entrenada para este tipo de eventualidades y sabía muy bien lo que tenía que hacer. Lo primero fue tomar el arma de uno de los hombres que estaban con ella y fingir que quería luchar por si sola. Disparó unas cuantas veces, dándole a uno de los otros en el hombro, antes de que se le acabaran las balas y dos hombres enormes viniesen a buscarla.

 La arrastraron a una camioneta que arrancó al instante y le taparon la cabeza con una bolsa parecida a las que usan para guardar arroz y demás granos. Los hombres no decían ni una sola palabra pero Perla sentía que algunos movía el cuerpo, los brazos más exactamente. Se estaban comunicando no verbalmente para que ella no pudiese identificar nada en su conversación o en su voz que le dijera adonde la iban a llevar. Todo eso era inútil porque ella ya sabía muy bien quienes eran y lo dijo en voz alta para que la oyeran. Por un rato dejaron de hacer movimientos pero luego lo retomaron. Perla se recostó en la silla y trató de descansar, sabía que las horas siguientes serías difíciles.

 Por alguna razón se había quedado dormida y se despertó ya sin la bolsa en la cabeza, esposada a un tubo de plomo que iba del techo al piso de lo que parecía un galpón de ganadería. Había mucha luz en el sitio y le dolió mover la piernas. Por como estaba esposada no podía ponerse de pie, lo que era realmente molesto. Solo podía estar agachada o sentando y de ninguna manera podía ver nada más que le dijera adonde estaba. Como se había dormido, era posible que estuviese mucho más lejos de lo que suponía pero era imposible saberlo con certeza.

 Estuvo amarrada allí por varias horas hasta que una mujer vestida para las labores del campo vino y le dejó una bandeja de comida. Era joven y bonita pero parecía avergonzada y, tan pronto tuvo la bandeja en el piso, se dio la vuelta para retirarse. Perla, como pudo, le pidió que hablara con ella y le dijera que iba a pasar. La muchacha se detuvo, como a pensar lo que había oído pero ni se volteó ni dijo nada. Salió del lugar y lo único que tuvo Perla para hacer fue comer lo poco que le habían traído. Era un vaso de agua, un plato de postre con lentejas y una tajada de pan.

 Después de haber comido, Perla miró a un lado y a otro, tratando de ver y sentir lo que más pudiera de ese sitio: aparte de ella y del tubo de plomo, no había nada para destacar en todo el sitio. Podía haber sido usado para vender reses o para criar gallinas. No había ningún olor particular y la verdad era que Perla ya estaba demasiado cansada como para ponerse de detective. De pronto la comida tenía algo, porque empezó a sentirle pesada y con mucho sueño. Por fin cayó de lado, profundamente dormida y tuvo un pesadilla horrible, en la que un grupo de hombres se le acercaba estando en una cama.

 Cuando despertó, ya no estaba en el galpn.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ estando en una cama.
y tuvo un pesadilla horrible, en la que un grupo de hombres se le acercaba estando en una cama.
ón. Estaba afuera, sobre el pasto. Era una colina hermosa y un árbol solitario le brindaba su sombra. Ya no estaba amarrada pero tenía en la muñeca la marca de las esposas que la habían tenido amarrada. Se sentía todavía algo débil y tratar de ponerse de pie fue imposible. Ni con la ayuda del tronco del árbol pudo hacer que sus piernas funcionaran con normalidad. Cuando cayó al suelo una segunda vez fue que se dio cuenta que no estaba sola.

 De nuevo, era la joven campesina de antes. O al menos creía que era campesina. Porque aunque estaba viendo a la misma mujer de antes, esta vez estaba vestida diferente y su cara no parecía tener ni la amabilidad ni la timidez que había notado en el galpón. Está mujer estaba vestida de botas de montar y miraba el horizonte como si quisiera matarlo. Perla apenas pudo recostarse en el tronco y preguntar, con las pocas fuerzas que tenía: “Quién es usted?”. La mujer no se dio la vuelta pero si dio un respingo, indicando que no se había dado cuenta de que Perla estaba despierta. Echó una mirada hacia atrás pero luego siguió en la misma postura que antes.

 Perla exhaló. Su cuerpo estaba adormecido, como lento en todo aspecto, y no podía hacer nada para no sentirse así. La mujer de las botas entonces le preguntó a Perla si sabía que estaba haciendo allí. Ella exhaló de nuevo y le dijo que no. La mujer rió y eso hizo que Perla se sintiera aún más incomoda. No era una risa malévola ni nada por el estilo pero no parecía ni el sitio ni el momento para reírse. La mujer le dijo que sabía muy bien que ella no guardaba nada demasiado cerca por miedo a que se perdiera. Perla la corrigió, diciendo que no guardaba información cerca porque la seguridad así lo requería. El miedo no tenía nada que ver.

 Después de respirar profundo un par de veces, Perla pudo abrir los ojos con normalidad y sentirse un poco mejor aunque sin la posibilidad de levantarse. Le preguntó a la mujer porque la habían secuestrado si sabían que ella no tenía nada consigo ni en su hogar. La mujer no respondió de inmediato. Cerca, pasó un campesino con una vaca y pareció no ver a Perla o ignorar el hecho de que estaba tirada al lado de un árbol. Era posible que pareciera que estaba allí por su propia voluntad pero la falta de curiosidad, que ella tenía de sobra, le parecía imperdonable.

 La mujer de las botas le dijo que la información que ella tenía en su cabeza era más valiosa que la que estaba en papel y en datos. Sabía que Perla había participado de varias misiones contra mafias varias y que no toda la información era codificada. Sabía que mucha de ella estaba memorizada, por miedo a que cayera en la manos incorrectas. Por primera vez se dio la vuelta y le reveló a Perla que la idea era interrogarla para que confesara, luego la torturarían para lo mismo y, si eso tampoco funcionaba, estaban dispuestos a tomar medidas aún más drásticas.

 Perla respiró tranquilamente, controlando su cuerpo ante las amenazas. Le dijo a la mujer que no tendría nunca el tiempo suficiente para hacer todo eso sin que nadie viniera a rescatarla. La mujer rió de nuevo, esta vez más fuerte, tanto que parecía no poder parar. Cuando lo hizo miró a Perla con lástima y le dijo que era más inocente e ingenua de lo que pensaba. No había manera de que nadie la rescatara ya que estaban mucho más lejos de lo que pensaba. De nuevo, otro campesino y esta vez Perla pudo verlo más detenidamente. Casi pierde las pocas energías que tenía cuando vio la cara del hombre, que era sin duda asiático, chino por sus rasgos generales.

 La mujer le dijo que, además, Perla todavía seguía trabajando en su oficina salvo que desde casa por un terrible resfriado. Y la agencia era tal como otros trabajos, desinteresados en sus empleados, incluso para verificar una posible enfermedad. No se darían cuenta hasta dentro de dos semanas y con una actriz profesional eso podía extenderse. Así que tenían más tiempo que el necesario para hacer lo que quisieran.


 Entonces la mujer le extendió la mano a Perla y la ayudó a ponerse de pie y a caminar un poco, hasta que pudieron ver más allá, terrazas de arroz y montañas onduladas. La mujer entonces la tomó de la mano y le pidió, con amabilidad, que le dijera todo lo que ella necesitaba saber. El toque final, una sonrisa.

lunes, 11 de mayo de 2015

Escala

   Odié que me despertarán pero la azafata lo hizo con todo el cuidado que pudo, diciendo en voz baja que estábamos a punto de aterrizar. Yo solo le sonreí y asentí varias veces pero sin comprender en verdad lo que me había dicho. Al fin y al cabo, era la primera vez en días que dormía profundamente, sin sueños y sintiéndome descansado. Se sentía muy rico pero lamentablemente los buenos momentos no duran para siempre.

 Todavía tenía el cinturón de seguridad puesto y vi, por el trabajo de los demás asistentes de vuelo, que había repartido un refrigerio mientras yo dormía. Era una lástima pues mi estomago gruñó apenas vi como se llevaban la basura de las bandejas de otras personas. Miré por la ventana para distraerme y pude ver el mar y el desierto, como si estuviesen luchando por la posesión de ese fragmento de la tierra. Se veía hermoso. La vista no duró mucho y todo se convirtió pronto en desierto. Era estéril pero con varios tonos del mismo color. Después, vino una ciudad que se extendía por varios kilómetros sobre la costa, con edificios altos y brillantes. El avión dio un giro sorprendente sobre el mar, que dejó ver los vehículos yendo y viniendo y otros detalles de la ciudad, antes de finalmente aterrizar.

 Mientras el avión carreteaba, saqué de mi mochila el itinerario que tenía por delante. Lamentablemente, esta ciudad de altos edificios y contrastes naturales, no era mi hogar. Mi hogar verdadero quedaba a miles de kilómetros de allí, más precisamente a dos vuelos más de distancia. Tan solo pensarlo me hacía sentir el peso de mi cansancio. Y fue peor aún cuando vi que tenía que quedarme en el aeropuerto por ocho horas. En ese momento maldije a mi mejor amiga, quién era agente de viajes y me había asegurado el mejor itinerario posible. Claro…

 Apenas salí del avión, y habiendo revisado que tuviera todo conmigo, decidí dirigirme a un mostrador de información. Afortunadamente viajaba con la misma aerolínea en los demás tramos pero quería asegurarme que no había nada que tuviese que hacer. No quería tener que preocuparme más de lo debido. Además no conocía el lugar y, según los carteles, habían cuatro terminales y cada una parecía ser enorme.

 Había fila en el puesto de información pero al fin y al cabo no era importante pues yo tenía todo el tiempo del mundo para estar allí. Sin embargo la fila pasó rápidamente y una joven mujer cubierta con velo y unos ojos grandes y brillantes me sonrió. Me confirmó que mi maleta seguía el trayecto sola y que no debía hacer nada al respecto. Me dio un mapa del aeropuerto y me dijo como dirigirme al terminal dos, desde donde salía mi siguiente vuelo, desde la terminal cuatro que era donde estábamos ahora. Le agradecí pero justo cuando me fui a retirar recordé que le quería preguntar algo más: donde había restaurantes porque mi estomago seguía gruñendo como loco.

 Minutos después, estaba sobre una de esas esteras rodantes. Normalmente me volvían loco semejantes aparatos que eran fácilmente reemplazados por una buenas piernas humanas, pero en esta ocasión me tomé todo el tiempo del mundo para cruzar la terminal y observar a la gente. Muchos parecían ser de la región, con la ropa típica y con los rasgos característicos. Hay que decirlo: había muchas mujeres hermosas y hombres estoicamente guapos. Se podían diferenciar con facilidad de los turistas ya que estos usaban siempre la misma vestimenta: pantalón corto color caqui, camisa polo y tenis, blancos lo más posible. Había otro que lo hacían más fácil colgándose la cámara por el cuello.
Afortunadamente yo no me veía así. Y, bueno, en todo caso yo no era un turista entonces no tenía porque verme como uno.

 Después de varias esteras eléctricas más y de ver más gente por todos lados, llegué a la zona de restaurantes que era sin duda más amplia que la de cualquier centro comercial que hubiese visitado nunca. Había todo tipo de opciones de comida y era evidente que no solo a mi me daba un hambre feroz el volar por todos lados. Familias y personas solas y hombres de negocios comían todo tipo de cosas por todos lados. Me pasee con mi mochila a la espalda un buen rato hasta que me decidí por un lugar de hamburguesas. Esto fue en parte a que era algo simple que estaba listo rápidamente y también porque las imágenes se veían deliciosas. Era tonto confiar en la publicidad pero yo tenía hambre y no había tiempo para tener una reflexión moral.

 En efecto, cuando ya estuve sentado con mi comida en frente, no era exactamente lo mismo a la foto pero se veía enorme y delicioso y eso era suficiente para mí. Le di un buen primer mordisco y fue como si me inyectaran la mejor de las drogas en existencia. Ese calor que solo da la comida me llenó cada rincón del cuerpo y me hizo sentir listo, al menos por unos minutos, para enfrentar el resto de mi viaje.

 Mientras comía el resto, saqué mi celular y empecé a hojear las noticias y mis redes sociales. No había mucho que ver para había tanta gente a mi alrededor que no podía seguir mirándolos sin parecer un maniático. En el aparato también tenía mi itinerario y pude ver que ya había quemado las dos primeras horas de las ocho que debía quedarme. Pasé otro pedazo de hamburguesa y el resto traté de comerlo con calma, para hacer pasar más tiempo. De hecho, no fue necesario. Tenía tanta hambre que decidí pedir otra más pequeña para complementar mi hambre y así quemé toda una hora. Al final, me sentía como una de esas morsas que salen en los documentales.

 Ahora sí que tenía sentido ponerme a caminar. Los restaurantes estaban en la terminal tres así que la exploré por completo antes de ir a la siguiente, donde estaba la sala de espera de mi vuelo. La verdad era que no había mucho que ver aparte de muchas más personas y tiendas libres de impuestos. Yo no tenía dinero porque ya había comprado recuerdos y regalos tontos pero las vendedoras se mostraron muy insistentes en venderme un perfume con la cara de un actor famoso. Estuve varios minutos tratando de explicar que no quería comprarlo, que no tenía como, hasta que con claridad y en inglés, les dije que no tenía un centavo. Creo que lo entendieron muy bien porque al instante dejaron de acosarme y fueron a buscar una nueva víctima.

 Cuando ya hube paseado por todo lado, fui al baño porque el liquido que había comprado con mi hamburguesa ya había hecho efecto. Los baños eran increíblemente limpios y no había mucha gente. No solo oriné, sino aproveché para refrescarme la cara y para verificar que no olía a cabra vieja. Me di cuenta que no olía a rosas precisamente pero no tenía como oler mejor hasta que recordé que las mujeres de las tiendas, las acosadoras, me habían dado varios papelitos con el olor del perfume. Cuidando que nadie me viera hacerlo, me pasé los palitos por las axilas y quedé oliendo a perfume caro por el resto del día.

 Después de más esteras y de un par de escaleras eléctricas, llegué a la terminal dos. Allí también me pasee por las tiendas, aproveché una estación de recarga del celular y me quedé mirando de nuevo a la gente que estaba allí. Mi puerta no era lejos y planeaba quedarme hasta que llamaran, para así tener mi portátil cargado para ver alguna película en el avión. Las que habían ofrecido antes no me interesaban y en parte por eso había dormido. Rara vez yo tomaba tan buenas elecciones.

 Casi se me cae el celular al piso cuando vi una de las otras elecciones, de las malas, acercarse desde las sillas de la sala de espera que estaba en frente. Me saludó con la mano y yo hice lo mismo. No hay nada más incomodo que un encuentro de este estilo, sin aviso y sin anestesia de ningún tipo. Me di la vuelta como para evitarlo todo pero, después de una hora de recarga del celular, me di cuenta de que eso no iba a ser del todo posible. Resultaba que mi pasado estaba en el mismo vuelo y, por lo que conocía y recordaba, era probable que terminara en la misma sección que yo en el avión.

 Había quemado casi todo el tiempo dando vueltas pero la última hora fue la peor. Desde donde estaba sentado, algo así como un bar pero con vista a un muro y sin el licor que necesitaba en ese momento, se podía ver su cara entre las de tantos otros viajeros. Porque será que esas cosas pasan? Porque cuando estamos con menos defensas, menos dispuestos a pelear por nuestra dignidad, pasan cosas así?


 De nuevo cruzamos miradas pero esta vez no hubo sonrisas ni saludos. Fue como si nos viéramos como éramos antes y eso me daba más susto que cualquier otra cosa. Finalmente llamaron al vuelo y se hicieron varias filas largas para abordar el avión. Una vez estuve dentro pude confirmar que no estaba lejos pero preferí no pensar en ello. Mejor… Lo mejor era dormir de nuevo y no pensar en nada. Los recuerdos querían entran pero no lo iban a tener tan fácil. Al fin y al cabo que tenía otra escala más adelante y no quería llegar sin cordura a mi hogar, al lugar donde me sentía a salvo del pasado.