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lunes, 30 de mayo de 2016

La montaña sabe

   En lo más alto de la montaña no había nada. No crecía el pasto ni algún tipo de flor ni nada por el estilo. Era un lugar desolado, casi completamente muerto. El clima era árido y había un viento frío constante que soplaba del el sur, como barriendo la montaña y asegurándose que allí nunca creciera nada. Así fue durante mucho tiempo hasta que dos personas que venían huyendo, vestidos ambos de naranja, subieron a la parte más alta de la montaña.

 Eran bandidos, uno peor que el otro, y se habían escapado de la cárcel hacia poco tiempo. Debían haber caminado mucho pues cualquier pedazo de civilización estaba ubicado muy lejos. Cuando llegaron a la parte más alta, se dejaron caer en el suelo y estuvieron allí echados un buen rato, descanso sin decir nada. Fue el mayor de los dos el que interrumpió por fin la escena y le preguntó al otro hacia donde debían seguir ahora.

 Fue el viento el que decidió porque justo entonces una ráfaga de viento los hizo cerrar los ojos y no volvieron a abrirlos hasta sentir que estarían a salvo de la tierra volando alrededor de su cuerpos. Cuando abrieron los ojos, eligieron el lugar desde el cual había venido el viento. Antes de seguir caminando, se quitaron los uniformes naranjas y quedaron solo en ropa interior. Algunos pasos abajo, por la montaña, había un hilillo de agua que utilizaron para lavarse la cara y refrescar la garganta.

 Ninguno de los dos se dieron cuenta de que los habían estado observando desde hacía un buen rato. Los desesperados criminales solo querían asearse un poco y seguir, caminando y caminando quien sabe hasta donde. No tenían atención alguna de convertirse en personas sedentarias o en personas de bien, para el caso. Ambos habían sido encarcelados por crímenes bastante particulares y, de alguna manera, se notaba en sus rostros lo que habían hecho.

 Cuando terminaron de refrescarse, volvieron a la parte alta de la montaña y observaron desde ahí si veían algún grupo de árboles en los que creciera fruta, pues tenían mucha hambre. Miraron a un lado y al otro pero lo único que había eran pino y pinos por todos lados, ningún árbol que diera frutos comestibles, jugosos como los que se imaginaban en ese mismo momento. Eso no existía.

Decidieron entonces seguir su escape y en el camino encontrar algo de comida. Bajaron por la pendiente menos inclinada y se adentraron en el bosque. Ninguno dijo nada pero los árboles parecían más juntos de lo que habían parecido desde arriba. Era difícil caminar por algunas partes. Aunque no les agradaba mucho, debían ayudarse tomándose de la mano para no perderse y tener apoyo para no quedar atascados.

 El avance fue poco al cabo de una hora. El bosque se cerraba, eso era lo único cierto. Cuando habían llegado a la zona no se veía así, tan apretado y oscuro, como si a propósito quisiera cerrarle el paso a los dos criminales. Uno de ellos sacó de su bolsillo una cuchilla hecha un poco de manera improvisada y atacó algunas ramas con ella pero no sirvió de nada. La cuchilla se desarmó después de algunos intentos y las ramas, a excepción de un par de hojas, seguían exactamente igual.

 La única opción era dar la vuelta y planear algo diferente porque evidentemente su plan actual era demasiado directo y el bosque parecía reaccionar ante algo que estaban haciendo. Cuando volvieron a la parte alta, el criminal más joven confesó que había creído ver algo entre las ramas de la copa alta de un árbol. Su compañero le dijo que seguramente estaba perdiendo la razón por el desespero que preocupa estar sin rumbo fijo. Le dijo que era algo normal y que no le diera mucho crédito a nada.

Decidieron pasar allí la noche, que se instalaba de a poco, y por la mañana planearían algo más. El viento del sur se detuvo en la noche y los hombres pudieron dormir en paz, sin ningún ruido que los molestara. Solo el bosque los miraba, con mucha atención. Sin duda todo lo que estaba vivo sabía de la presencia de aquellos personajes y estaban definiendo si hacían algo o si no hacían nada.  Lo hacían en silencio, sin palabras claras, a través de un código invisible.

 Al otro día, los criminales estaban cubiertos de hojas. Se las sacudieron rápidamente y miraron a un lado y al otro pero el lugar seguía tan pelado como siempre. Llegaron a pensar que había sido gente pero no tenía sentido ponerse a bromear estando tan lejos de todo. La única explicación era el viento, que de nuevo soplaba aunque de manera mucho más suave que antes. Estuvieron sentados un buen rato, tratando de idear algún plan. Pero no salió nada.

 Tenían tanta hambre, que se metieron al bosque de nuevo solo para tratar de conseguir algo que comer. Les daba igual lo que fuera, solo querían no morirse de hambre pues sus estómagos casi no los habían dejado dormir. La caminata empezó a buen ritmo y los árboles parecían algo más separados que la noche anterior.

 Pero más adelante, donde se oía el agua de un río más amplio, más caudaloso, los árboles también se habían juntado para formar una barrera que era imposible de pasar. Al otro lado estaría la ribera del río y tal vez en él habría peces y demás vida acuática que serviría muy bien para calmar sus apetitos y darle las energía suficiente para seguir su largo viaje, que de hecho no sabían cuanto duraría.

 Golpearon el cerco con fuerza, tratando de partir algunas ramas y troncos. En algún punto el mayor de los dos, el que tenía más fuerza bruta, parecía haber hecho un pequeño hoyo en una parte de la muralla pero se cubrió de hojas tan pronto se acercó para mirar si veía el río. Era inútil luchar contra algo que parecía no darse cuenta que ellos estaban allí. Decidieron caminar a lo largo de la muralla de troncos y hojas hasta llegar a un punto donde no hubiese más. Pero no lo había.

 De nuevo llegó la noche y tuvieron que volver a la parte alta de la montaña. Pero esta vez no era un lugar sin vida. Por primera vez en años había una pequeña planta creciendo allí. No sabían de que era pero supieron entender que se trataba de un suceso raro. Decidieron echarse a un lado de la planta y seguir como antes, tratando de expulsar los deseos de comida de la mente y confiando que las cosas terminarían bien a pesar de que, la verdad, nada pintaba bien.

 Al otro día, la pequeña plata nueva era un árbol de metro y medio. El crecimiento acelerado, sin embargo, no fue lo que los sorprendió. Fue más el hecho de descubrir que era un limonero y desde ya le estaban creciendo algunos limones por todos lados. Contando con cuidado, establecieron que había exactamente treinta pequeños limones. Es decir, quince para cada uno. Con el hambre que tenían, no había manera de discriminar ningún tipo de alimento.

 Cada un arrancó uno de los limones y se quedó sentado donde había dormido para comer. No había a cuchillo y tuvieron que mirar por los alrededores para ver si había algún instrumento que los ayudara. Desesperado, el más joven de los dos le hincó el diente a la fruta así como estaba. Como esperando, el sabor fue tremendamente amargo, solo un poco dulce. Pero era refrescante y, aunque dolía comer la pulpa, no paró hasta que no hubiese nada más.

 El mayor encontró una piedrita afilada y ella pudo abrir su limón en dos parte iguales. Se comió una primero y pensaba guardar la segunda pero no habría manera. Al cabo de unos minutos ya no quedaba nada de los limones. Enterraron los restos de fruta bajo un montoncito de tierra y se dieron cuenta que todavía tenían hambre.


 Pero también les había dado sueño. Mucho sueño. Quedaron acostados allí mismo y al cabo de un rato el bosque vino por ellos y los envolvió. Los limones habían hecho su trabajo. El bosque podía expulsar los cuerpo, lejos de la montaña sagrada. Ya esos asesinos tendrían un mundo hostil al cual enfrentarse y se lo debían a algo que ni habían visto.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Caminar

   Los zapatos ya estaban atrás, hechos pedazos por lo duro del camino y porque era peor tenerlos puestos que no tener nada. Las medias también desaparecieron eventualmente, no mucho después. Su paso era lento pero constante, no había día que no caminara, no había día que no moviera su cuerpo hacia delante y planeara algo que hacer. Debía hacerlo o sino perdería la razón.

 Con frecuencia hablaba solo o fingía hablarle alguna persona que no estaba allí. Era algo necesario para que no se volviera loco. Eso podría parecer que no tenía sentido pero era mejor para él gritar decirlo todo en voz alta, para que sus ideas fueran lo más claras posibles y sus ganas no se vieran reducidas a nada por el clima y las diferentes cosas que pudiesen pasarlo en un día normal caminando por el mundo.

 Seguían habiendo animales y esos podían ser los encuentros más difíciles. Había algunos que parecían haber crecido. Ahora era más atemorizantes que antes y había que saber evitarlos. Si eso no era posible, había que saber como asustarlos para que se alejaran con rapidez o él pudiese alejarse con rapidez. Había osos y lobos y gatos salvajes e incluso animales más pequeños pero igual de agresivos. Al fin y al cabo la escasez de comida era general y a todos les tocaba tratar de encontrar comida en un mundo donde no quedaba mucho.

 Con el tiempo, además de los zapatos y las medias, perdió toda la demás ropa y solo se quedó con una chaqueta que había encontrado en uno de los muchos edificios abandonados. Le quedaba grande, llegándole hasta por encima de las rodillas. Era una chaqueta gruesa, que daba calor y tenía una superficie muy caliente en el interior. Era perfecta para dormir en la noche en sitios fríos o para evitar tocar el suelo cuando estaba cubierto de vidrios o de piedras.

 Gente ya no había o no parecía haber. Mucha había muerto en las revueltas del pasado y otros habían perecido después, por la falta de comida y de oportunidades de supervivencia. Porque en el mundo ya no había nada de lo de antes. El mundo conectado que había habido por tanto tiempo ya no existía y ahora tocaba conformarse con uno que apenas podía mantenerse vivo.

 Era difícil tener que viajar y caminar todo el tiempo, pero así eran las cosas y no tenía sentido quejarse de nada. Cuando empezó, todo era más difícil: lloraba seguido y pensaba que moriría después de unos días. Pero fue encontrando comida, fue planeando a partir de mapas viejos y del clima que cada vez era más cálido y pesado. Supo defenderse y solo siguió adelante, sin mirar atrás.

 Por supuesto, recordaba a sus padres, al resto de su familia, a sus amigos e incluso a esas personas que solo veía una vez a la semana en el supermercado o lugares por el estilo. Todo los días pensaba en todos ellos y se preguntaba que había pasado, como habrían sido sus últimos días en la Tierra. Esperaba que ninguno de ellos hubiese sufrido. Eso era lo único que uno podía esperar. De resto era difícil exigir mucho pues no había de donde ponerse quisquilloso.

 Los primeros meses se desplazó por todo su país únicamente, a veces siguiendo las carreteras y otras veces siguiendo los lindes marcados de muchos de los terrenos que habían pertenecido, alguna vez, a los poderosos. Se reía de eso. Se reía de la gente que había acumulado riquezas de todo tipo y ahora ya no estaba por ninguna parte. Estaban muertos y de nada les servía tener todo lo que habían tenido. A la muerte le da igual cuantas propiedades tiene alguien.

 La carretera era más fácil de recorred pero había el inconveniente de que muchos de los animales más agresivos se habían dado cuenta de lo mismo. No era extraño ver grupos de lobos pasearse campantes por la carretera, como si fueran vacaciones. Eran seres inteligentes y se daban cuenta de todo lo que el hombre había construido y trataban de sacarle provecho. No solo a las carreteras sino también a los campos que ahora eran lugares con hierba crecida pero mucho alimento sin controlar.

 Pero casi siempre llegaban primero los más rápidos y acababan con todo. Los tiempos de compartir y ser amable se habían terminado hacía mucho. Los pájaros acababan con un cultivo en unos pocos minutos y los lobos atacan a los animales menores y solo dejaban los huesos. El humano que viajaba descalzo muy pocas veces podía comer carne porque, además del problema de no encontrarla, estaba el lío para cocinar y que el humo no alertara a los depredadores.

 En esos casos, comía la carne cruda. El sabor era asqueroso al comienzo pero después se fue acostumbrando. Tenía que comer lo que había, lo que encontrara, o sino moriría de hambre y esa no era una opción que se planteara. Era algo extraño pero seguía echando para adelante, seguía pensando que valía la pena seguir viviendo.

 Era un mundo vuelto al revés, al borde del colapso total. Era algo que se podía ver todos los días, al atardecer, cuando las partículas de las explosiones nucleares flotaban en el aire y se veían allá arriba, como estacionadas, recordándole a la poca humanidad que había que su tiempo se había terminado.

 Sin embargo, él seguía adelante. Escalaba montañas y hacía los mayores esfuerzos para comer al menos una vez al día, fuesen bichos o carne cruda o solo plantas que otros animales no hubiesen atacado ya. Muchas veces tenía que parar y hacer una pausa en su vida salvaje. Al fin y al cabo, seguía siendo un ser humano. Seguía necesitando cosas que los humanos habían juzgado necesarias.

 Un ejemplo de ello era el baño. Se metía al menos dos veces a la semana en algún río o lago para quitarse la suciedad acumulada en la piel. Se limpiaba con hojas o con objetos que hubiese encontrado en el camino. En los bolsillos de la chaqueta guardaba pequeños tesoros, como una pequeña esponja de baño casi nueva, y los conservaba cerca como si fueran sus más grandes tesoros.

 Cuando estaba en el río, o donde fuese, usaba la esponja con cuidado y sentía, por algunos momentos, que volvía a ser un ser completamente civilizado. Sonreía y se imaginaba estando en uno de esos grandes baños en los que hombres y mujeres compartían anécdotas y noticias en el pasado. Eran baños agua caliente y con mucho vapor pero eran relajantes. De esos casi no había. En todo caso su imaginación era interrumpida siempre por algún aullido o algún otro sonido que le recordaba que el mundo ya no era el mismo.

 No lloraba. Era algo raro. No sabía si era que no podía o si no tenía razones reales para hacerlo. El caso es que no lo hacía nunca, así se golpeara en los pies o si se le clavaba una espina o un vidrio en alguna parte del cuerpo. No había lagrimas. Lo que había, era insultos y gritos. Porque se había dado cuenta que los animales todavía le tenían aprensión a la voz humana y cuando pensaban que había muchos cerca, simplemente no se acercaban. Al menos tenía una ventaja todavía y la usaba cuando estaba frustrado.

 Estarse moviendo todo el día era difícil. Hubiese querido poder quedarse en un solo sitio y vivir allí para siempre, tal vez incluso morir en un sitio de su elección. Pero, al parecer, ya no podría elegir nada en su vida. Le tocaba aceptar lo que había y seguir adelante. Ya no había felicidad ni tristeza. Todo era un sentimiento tibio, ahí en la mitad de todo en el que no había cabida para nada demasiado complejo.


 Alguna vez se encontró a otro ser humano. Estaba agonizando entre los escombros de una casa que parecía haberse venido abajo. Quien sabe cuanto había podido vivir ahí. Pero todo termina y así había terminado la pobre, sepultada por su propio hogar. Lo único que él hizo fue seguir caminando y no mirar atrás. No valía la pena.

viernes, 20 de mayo de 2016

Cuerpo

   Me le quedé mirando todo el rato que salió de la playa y se fue caminando lentamente a las duchas que había cerca unos setos, muy cerca del camino de madera que llevaba directo al hotel. Para mí era como una visión, como si todo lo que había soñado en mi vida de pronto se materializara y se hubiese convertido en la persona más hermosa jamás creada.

 No había un centímetro de su cuerpo que no fuese absolutamente perfecto. Parecía como si hubiese sido esculpido en mármol italiano y no hecho de piel y hueso, como lo estamos todos en este mundo. En mi cabeza pensé que así solo fueran piel y huesos y carne seguramente serían los mejores que había disponibles en el mundo. Esa era la clase de tonterías que pensaba cuando lo miraba, a la vez que habría la llave y dejaba correr el agua fría para lavarse el pelo.

 Era un poco gracioso verlo mover la cabeza para todas partes. Tenía el pelo más largo que el mío y por eso lo movía así. Aunque no solo era por lo largo sino porque a él le encantaba su peinado, le encantaba su pelo. Lo cuidaba mucho y siempre se aseguraba de tenerlo a punto cuando salíamos a dar una vuelta, así fueran solo tres calles y en carro. A mi me hacia gracia pero él me respondía que el que no tenía nada de gracia era yo. Me decía que me quedaría bien y que no y siempre pedía hacerme un cambio de apariencia. Pero nunca lo dejé.

 Su cintura era delgada pero no por eso dejaba de ser varonil. Su piernas eran tonificadas y esas si que parecían esculpidas con cuidado. Además que eran largas o al menos eso lo parecían. No era mucho más alto que yo pero, por alguna razón, siempre parecía mucho más alto de lo que era. Tenía pocos pelos en las piernas. Según él era algo genético, de familia. Me di cuenta que era verdad el día que conocí a su padre en un asado y tenía puesto un pantalón corto.

 El agua le recorría el cuerpo de una manera tan provocadora, que tuve que dejar de mirarlo por un rato y tratar de concentrarme en el mar o en las pocas personas que todavía había en la playa. Estaban echados por ahí, aprovechando los últimos rayos del sol. El día había sido perfecto, muy soleado pero solo en la tarde. Por la mañana el clima había sido suave, perfecto para ir y venir por ahí, a las ruinas o a la ciudad.

 Era nuestra primera vez por allí. Jamás en la vida hubiese pensado que iba a quedarme en un lugar como ese, pero siempre pasa que uno termina haciendo cosas raras por la persona que ama. Había sido él el que había insistido tanto, mostrándome folletos y fotos en internet y comentarios de huéspedes y de todo un poco. En verdad quería ir y yo no tenía nada en contra así que fuimos.

 Según entiendo, es uno de los pocos hoteles nudistas de la región. Tiene acceso a una gran porción de la playa, que obviamente también es exclusiva para nudistas. En el comedor del hotel y en zonas comunes, la gente puede ponerse ropa si así lo desea pero la idea es que no se use nada en ningún momento excepto cuando hay que salir del área del hotel. Al comienzo fue un poco raro, pero ya ni me doy cuenta. Eso sí, hay que tener cuidado.

 Apenas me doy la vuelta, veo que sigue bañándose, disfrutando del agua que va enfriando su cuerpo poco a poco. Me encanta su trasero. Es hermoso. Según él, yo tengo mejor trasero pero creo que lo dice por subirme el ánimo, porque jamás he pensado que supere a nadie en cuanto a lo físico. La verdad ya me da igual. Pero él siempre me lo dice, cuando estamos en la calle o haciendo el amor. Es gracioso y creo que ya me acostumbré. De pronto lo dirá porque me quiere.

 Su espalda es la típica de un nadador. Por mucho tiempo hicimos los dos natación en un club que nos queda todavía cerca de la casa pero ya no vamos porque la membresía caducó hace mucho. Allí fue donde nos conocimos. Yo ya había dejado de pensar en encontrar a alguien para compartir mi vida y nunca habría pensado que en una piscina encontraría a una persona como él. Y mucho menos que él se fijaría en mi, considerando las opciones que tenía.

 La mayoría de tipos que iban a esa piscina eran casi profesionales. Creo que había uno de ellos que entrenaba para los Olímpicos o algo por el estilo. Era un tipo enorme en todo el sentido de la palabra y además de eso era muy bien parecido. Por eso, cuando Rodrigo se me acercó un día después de ducharnos, me pareció que de pronto se había equivocado o que tenía que ser una broma de algún sitio.

 No lo mandé a freír espárragos porque, como dije antes, a mi me daba igual. Eran solo palabras y no me importaba hablar con alguien por un par de minutos. Pero así fue ocurriendo un día y luego otro y luego cada vez que iba y después acordamos comer algo después de nadar. Y así se fue desarrollando todo. Viéndolo ahora, en toda su perfección, todavía me parece increíble que sea yo quien se haya casado con él.

 Lo saludó desde mi toalla porque me sonríe y esa sonrisa que me llega a lo más profundo de mi ser. Porque no es una sonrisa sensual ni tampoco una sonrisa graciosa. Es como melancólica, como que me hace pensar que él es mío y yo soy suyo y que la vida que tenemos es simplemente lo mejor que nos puede haber pasado. Estoy enamorado, de eso estoy completamente seguro.

 Sigue bañándose, ya habiéndose dado la vuelta. Parece un modelo de esos de las revistas. No de alta costura que son flacos y sin gracia alguna. Me refiero a esos que modelan pantalones y bermudas y ropa de moda en general. Incluso tiene la sombra de la barba que amenaza con volver después de apenas unos días sin afeitarse. No tiene el abdomen marcado pero sí el pecho. Va seguido al gimnasio. Yo no voy. En vez de eso sigo yendo a una piscina, que es un poco menos cara. Me gusta el agua y nadar de un lado para otro. Me ayuda a pensar.

 No podría pasarme horas en esas máquinas que lo único que me causan es rabia o dolor. A él le gusta y por eso no le digo nada cuando va y menos cuando sale con sus amigos del gimnasio. Todos son enormes. Las chicas son más grandes que yo y podrían romperme el cuello con solo tocarlo. Me gusta que él no lo exagere demasiado. Dice que es solo para mantenerse saludable y supongo que tiene sentido. Cada uno se encarga de su cuerpo como mejor le parece.

 Cuando veo su pene, irremediablemente tengo que mirar hacia otro lado. No solo porque todavía no me acostumbre a verlo sin ropa a cada momento, cosa que me emociona, sino porque estoy seguro que alguien tiene que estar mirándolo. Observo hacia un lado y otro de la playa y me doy cuenta que somos ya muy pocos. No hay nadie que mire a nadie. La gente en estos sitios solo se preocupa por lo propio y por más nada.

 Aprovecho para ponerme de pie y sacudir mi toalla que tiene un poco de arena encima. Mientras él cierra la llave de la ducha, yo me limpio el cuerpo con las manos. El agua está muy fría para mi y de todas maneras me ducharé más tarde, antes de cenar. Antes de eso volveremos al cuarto, ojalá haremos el amor durante un rato y después dormiremos una siesta corta. Incluso es posible que no haya siesta porque el tiempo a veces no alcanza para nada.

 En la noche hay un espectáculo del hotel con bailarinas y toda la cosa. Supongo que estarán todos desnudos pero no lo sé con seguridad. Será interesante verlo. Hay que ir bien limpio, eso fue lo único que nos dijeron. Creo que hay personas que irán vestidas pero Rodrigo me insistió en que el quería cumplir las reglas del hotel y creo que eso tiene sentido.

 Cuando se me acerca, me ayuda con las toallas y me da un beso en los labios. Me pregunta porqué lo miraba tanto mientras se bañaba. Una vez más le digo que me sorprende que alguien como él exista y que esté casado con alguien como yo. Muevo los dedos de una mano frente a él, para que vea el anillo. Él hace lo mismo y nos damos otro beso. Es nuestra costumbre.


 Él me dice que el que tiene que estar agradecido es él. No dice nada más y yo tampoco porque no tiene sentido seguir con lo mismo. Caminamos hacia el camino de madera y luego por encima de él hasta el hotel. En silencio nos despedimos de la playa y del sol, que se hunde con rapidez en el horizonte. Ya lo veremos de nuevo mañana.

jueves, 21 de abril de 2016

La espera

   Apenas se despertó, se puso a hacer la limpieza general del sitio. Limpió cada rincón del apartamento, desempolvó cada objeto y tuvo que ponerse una máscara para no estornudar mientras hacia la limpieza. Cuando por fin terminó con la primera parte, limpió los baños con varios productos de limpieza y también la cocina. Eso le tomó un poco más de tiempo hasta que, a la hora del almuerzo, ya todo estaba perfecto.

 Pero no tenía tiempo de descansar: apenas hubo terminado, entró a la ducha y se lavó el pelo con champú y usó un jabón especial que había comprado hacía poco en el supermercado. Cuando salió de la ducha lo primero que hizo fue mirar la hora en su celular. Todavía tenía tiempo de sobra para cambiarse y comer. Fue escogiendo cada prenda de vestir con cuidado, desde la ropa interior hasta los zapatos. Todo tenía que quedar bien con lo demás para que hubiese algo así como una armonía. Se adornó a si mismo con algunas gotas de perfume.

 Para comer tenía en la nevera una ensalada ya lista y pasta fria con verduras. No la calentó porque así sabía bien y no quería demorar más tiempo del debido. Comer no le tomó ni veinte minutos. Cuando terminó, tiró a la basura los contenedores plásticos, se lavó las manos y luego los dientes y entonces se sentó en el sofá de la sala de estar a esperar a que llegara el momento, que no debía demorar.

 Mientras esperaba, se tomaba los dedos y los masajeaba suavemente. Movía algunos objetos de la mesa de café para volverlos a poner en el mismo sitio. Se puso de pie cuando recordó que había dejado el celular cargando en la habitación. No le faltaba mucho pero igual se puso a esperar allí, de pie, junto al celular. Aburrido y viendo que no pasaba nada, tomó el aparato y se puso a jugar su juego favorito.

 Cuando estaba en un nivel bastante difícil, fue cuando el timbre del intercomunicador sonó y corrió a la cocina para contestar. Pero cuando contestó no era nada. Es decir, el hombre de la recepción le dijo que se había equivocado de apartamento. Él apenas suspiró y colgó un poco frustrado. La ropa ya le estaba incomodando y no era nada divertido tener que esperar por tanto tiempo.

 Decidió sentarse en el sofá y poner algo en la tele mientras tanto. Se puso a pasar canales hasta que llegó a uno de esos que muestran documental de animales en África y se puso a ver el programa. Pero estaba tan cansado por el esfuerzo de más temprano, que poco a poco se fue quedando dormido, hasta que se recostó por completo y cerró los ojos por unas tres horas. Era una siesta que necesitaba y no recordó nada ni a nadie antes de quedar dormido.

 Se despertó de golpe, en la mitad de la oscuridad, varias horas después. El televisor seguía encendido en el mismo canal, pero ahora estaban mostrando algún tipo de programa de armas antiguas o algo por el estilo. Se dio cuenta que había babeado un poco sobre el sofá y había arrugado un poco la ropa. Tuvo que ir al baño para limpiarse la cara, orinar, limpiarse la cara de nuevo y planchar con las manos el traje para que no se notara que había dormido con él puesto.

 Fue a mirar el celular y tuvo que encender las luces de todo pues ya era de noche. Ya era tarde y lo más probable es que no llegara ya. Se suponía que iba a pasar en la tarde así que no sabía qué hacer. Miraba la hora y se daba cuenta de que tenía hambre de nuevo pero a la vez pensaba que todavía era posible que viniera pues no había avisado ni dicho nada. De pronto tenía mucho que hacer en el momento y no había podido alertarle.

 Se sentó en la cama y, por varios minutos, se quedó pensando en todo un poco. Se consideró un idiota por pensar que esta vez iba a ser la vencida pero también se aplaudió por ser esta vez quien tomara la iniciativa. Había alistado su propia casa y así mismo por completo, cosa que no hacía por cualquiera. Trató de voltearlo todo, y decidió que todo lo había hecho por él. Pero después de unos minutos de pensarlo, le pareció la idea más tonta de la vida.

 A las ocho de la noche empezó a quitarse la ropa. Dobló cada prenda con cuidado y las fue guardando en sus cajones específicos. Cuando quedó solo en ropa interior, también se la quitó, la dobló y guardó y echó a todo un poco de perfume para quedara oliendo con ese rico olor a madera. De otro cajón sacó un pantalón de pijama y una camiseta vieja. Normalmente no se ponía la camiseta pero la noche estaba muy fría.

 Fue a la cocina y sacó de la nevera una de esas pizzas de horno para hacer en un momento. Precalentó el horno un rato y puso la pizza dentro y vio como se iba cocinando. A cada rato mirando al intercomunicador o a la puerta, esperando que hubiera ruido de alguno de los dos, pero eso no parecía posible.

 Casi se quema sacando la pizza del horno. La puso en un plato grande y se la llevó a su habitación con una lata de gaseosa de naranja. Tenía listo un capitulo de una serie en su portátil y se comió toda la pizza viendo el programa que, al menos, le sacó un par de carcajadas. Como estaba demasiado cansado, a las once de la noche puso el plato en la mesa de noche con los cubiertos y la lata vacía. El portátil lo dejó también allí. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

 A la mitad de la noche, las tres de la mañana según el reloj del celular, se despertó de golpe cuando un trueno cayó casi al lado de la ventana. El susto lo hizo quedar sentado y de repente sintió un dolor de cabeza horrible. Decidió ir al baño, orinar y tomar una pastilla para el dolor. Tomó un poco de agua y volvió a la cama. Esta vez no se quedó dormido tan rápido. Miró caer la lluvia por varios minutos y pensó muchas cosas con el suave sonido del agua golpeando el vidrio.

 Cuando se quedó dormido, soñó que estaba en un campo verde enorme que parecía no tener fin. Solo había algunos árboles pero nada más. Y él caminaba y caminaba y no llegaba a ningún lado. Y así corriera o se quedara quieto, el lugar era eterno. Parecía no tener fin y el brillo del verde del pasto parecía aumentar cada cierto tiempo. Era hermoso pero a la vez extremadamente falso y desesperante. Sin embargo, siguió caminando hasta que cayó.

 Y se convirtió en uno de esos sueños en los que caes y caes y caes y nunca te detienes y sientes que pasas por el ojo de una aguja y luego por otro huevo y así. Y todo parece oscuro pero también rojo, como si ahora no vieras por colores sino por temperaturas. Sentirse sin peso, simplemente caer y caer, era extraño. Desesperante pero daba cierta paz que era difícil de describir.

 Cuando se despertó en la mañana, se dio cuenta que había dado varias vueltas en al cama, pues la sábanas estaban revueltas por todo lado. Ese día desayunó en la cama y se demoró para ir a la ducha. Al fin y al cabo era sábado y no pretendía hacer de ese día uno de mucha actividad. Ya había hecho eso el día anterior y quería lo exactamente opuesto. Le enojaba pensar lo que había hecho antes.

 Llevó todo lo sucio a la cocina y lo dejó ahí. Lo lavaría después de ducharse y ponerse ropa. Estuvo tentado a llamar a la recepción y preguntar si alguien había venido o pedir que le avisaran cuando llegara alguien, pero eso no tenía sentido. Al fin y al cabo era el trabajo del hombre hacer precisamente eso, así que pedirlo no tendría sentido alguno. Así que dio media vuelta y se fue al baño.

 Dejó la ropa tirada en un montoncito en el suelo y encendió la ducha para que el agua se calentara mientras se cepillaba los dientes. Entró a la ducha momentos después con el cepillo en la boca. El agua tibia le hacía bien y parecía quitarle un enorme peso de encima, en especial de los hombros y la cabeza. Era como si se quitara una armadura enorme que nunca había necesitado.


 Entonces sintió sus manos en su cintura, subiendo a su pecho. Y se dio cuenta que había estado tan ensimismado que no lo había oído entrar. Dejó caer el cepillo al suelo y disfrutó el momento, único e irrepetible.