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lunes, 1 de octubre de 2018

Cruzar la frontera


   Cuando lo besé por segunda vez, sus labios tenían el gusto del hierro frío. Empecé a llorar en silencio, tratando de no crear una situación que pudiese atraer a aquellos que nos querían matar. No tenía ni idea si estaban cerca o lejos pero no podía arriesgarme por nada del mundo, incluso si eso significaba ver como el amor de mi vida moría en mis brazos sin yo poder hacer nada al respecto. Toqué y escuché su pecho y noté que todavía respiraba pero se estaba poniendo morado y sabía que no resistiría por mucho tiempo.

 Tenía que llegar a algún lugar donde lo pudiesen ayudar o al menos conseguir algo que detuviera la hemorragia interna que obviamente estaba sufriendo. Le di otro besos y golpecitos suaves en la mejilla para que permaneciera despierto. Era difícil para él, se le notaba, pero lo que pasaba iba mucho más allá de nosotros dos. Ya muchos habían intentado cruzar el denso bosque para cruzar la frontera y poder encontrarse en un lugar donde no fueran cazados por su sexualidad, religión o gustos políticos. Pero la mayoría fracasaba.

 Nosotros decidimos intentarlo porque nos habían querido separar, yendo tan lejos como a encarcelarnos por un año entero en prisiones diferentes. Nos demoramos un buen tiempo en reencontrarnos pero lo hicimos, cosa que ellos pensaron que sería evitada con el tratamiento inhumano al que habíamos sido sometidos. Incluso pudimos haber sido candidatos para la horca, que había vuelto a la plaza pública, o a la castración. Pero eso no pasó, tal vez creyeron que con separarnos había sido suficiente.

 Apenas nos reencontramos supimos que la única opción real era escapar. Al otro lado de la frontera tampoco estaba todo tan bien como algunos decían, pero al menos nadie del gobierno nos perseguiría por ser dos hombres en una relación amorosa. Tendríamos que protegernos, eso sí, de los mercenarios que cazaban personas para cobrar recompensas. Y esos estaban por todas partes, desde las grandes ciudades hasta la parte más profunda de los campos del país. Eran como un virus alimentado por solo odio.

 Uno de esos había sido el que nos había alcanzado, con un compañero. Nos habían descubierto durmiendo bajo las raíces de un árbol gigante. Nos arrastraron afuera y nos despertaron con patadas en el estomago. A mi creo que me rompieron una costilla, pero nunca lo supe a ciencia cierta. A él, a mi alma gemela, le clavaron un cuchillo de hoja gruesa por la espalda. Menos mal los asustó el sonido de una tormenta y nos dejaron allí solos, mojados y golpeados, al borde de nuestra capacidad como seres humanos. Pero estábamos juntos y eso era más que suficiente y ellos no lo entendían.

 Como pudimos, caminamos por el bosque para alejarnos lo más posible de los mercenarios. Cruzamos un río casi extinto y dormimos al lado de otros árboles, aunque dormir no es la palabra correcta pues casi no pudimos cerrar los ojos. Traté de curar durante ese tiempo su herida, con algunas cremas que llevaba en mi mochila y con hierbas y hojas silvestres. Había aprendido algo de eso en la universidad, antes de que me expulsaran por órdenes del gobierno. Si hubiera podido terminar mi carrera, seguro lo habría atendido mejor.

 Todos mis intentos parecieron frenar lo que pasaba al comienzo, pero días después empezó a ponerse peor y entonces fue cuando sus labios se enfriaron. La frontera no podía estar muy lejos y había oído de gente que decía que algunos grupos habían formado campamentos del otro lado para ayudar a quienes pasaban de manera ilegal. Se suponía que la ley les prohibía ayudarles con nada pero existían personas que no pensaban que dejar a alguien morir a su suerte fuese algo correcto, y menos por razones tan estúpidas.

 Pensando en esa posibilidad, lo obligué a caminar de noche y de día. El bosque parecía hacerse más espeso y no teníamos ninguna manera de saber para donde estábamos yendo. No teníamos aparatos electrónicos de ninguna clase y las brújulas no eran algo muy común en ningún hogar. Teníamos que adivinar y, aunque seguramente no era la mejor opción de todas, era mejor que sentarnos a esperar la muerte, que parecía estar caminando increíblemente cerca de nosotros. Más de una vez, pensé que el momento había llegado.

 Al tercer día de cargar con él, después de darle algo de agua y unas galletas trituradas, abrió los ojos como no lo había hecho en varios días y me dijo que me amaba. No fue el hecho de que me lo dijera lo que me impactó, sino que se notaba el trabajo que había tenido que hacer para poder abrir los ojos bien y mantener su mente concentrada para decirme esas palabras. En ese momento no pudo importarme nada más sino el hecho de estar allí con él. Por eso rompí en llanto y lo abracé.

 Muchas personas no lo entienden, pero él es mucho más que un hombre y mucho más que un amante para mí. Es la única persona del mundo en la que puedo confiar a plenitud y la única que me hace sonreír sin ningún tipo de esfuerzo. Sus besos y abrazos me reconfortan como el mejor de los tés y  el olor de su piel es casi como una bienvenida al hogar que nunca debo dejar. Es una suerte de la vida haberlo encontrado y por eso escucharlo decir esas palabras en semejante situación tan precaria, fue como un medicamento. De esos que duelen al comienzo pero te ayudan a estar mejor.

 Por suerte, nadie me escuchó llorar. O al menos eso parecía, puesto que no había pasado nada grave. Decidimos dormir allí mismo y, por primera vez en un largo rato, dormimos de verdad. Lo hicimos abrazados, bien juntos el uno del otro. La noche fue agradable, sin clima imprevisto ni insectos que se pararan encima nuestro a molestar. Parecía casi como si estuviésemos de campamento, salvo que por la mañana nos despertó un disparo que rompió toda la magia de la noche anterior.

 Después hubo más disparos, pero para entonces ya habíamos comenzado a movernos. Él estaba mejor que antes y no necesitaba de mi ayuda para caminar. Lo hacía despacio pero era mejor que estar los dos en el mismo punto, más vulnerables que cuando caminábamos distanciados el uno del otro. Mientras nos dirigíamos colina arriba, donde todos los árboles estaban torcidos de alguna manera, escuchamos gritos. Eran gritos desgarradores, como si a aquellos que gritaban les estuvieran arrancando el alma.

 Nos quedamos quietos por un instante pero nos dimos cuenta de que estábamos haciendo lo que los mercenarios seguramente querían. Así que apuramos el paso y pronto estuvimos en la parte más alta de la colina. Aunque había también muchos árboles allí, se podía ver un gran valle más adelante, una zona abierta y con llanuras despejadas. Me detuve de golpe y le sonreí. Lo habíamos logrado, pues los montes eran la frontera en esa región y lo recordaba de un mapa que había visto antes de salir de nuestra ciudad.

 Seguimos escuchando gritos por varias horas. Después del atardecer, cuando estuvimos seguros que habíamos cruzado la frontera, los dejamos de oír. Sin embargo, seguimos caminando y agradecimos en silencio a aquellos pobres que habían sido capturados y que habían hecho posible nuestro escape. Mientras nosotros lográbamos tocar la libertad, ellos veían sus vidas desaparecer en cuestión de segundos, entre el dolor y el sudor pegajoso, característico de todos aquellos que escapaban.

 Decidimos no dormir hasta llegar al gran valle. Llegamos allí en la madrugada y pronto alguien notó nuestra presencia. No nos habló, sino pidió que la siguiéramos en silencio. Nos llevó por callejones hasta una bodega enorme, propia de un aeródromo o algún espacio de ese estilo.

 Había cientos de personas en el suelo, durmiendo. Otros hablaban en voz baja. La mujer nos llevó a un costado, donde nos dieron sopa caliente. Mientras comíamos, pude llorar libremente por fin. Y él hizo lo mismo y nos besamos una y otra vez. Nada podría separarnos jamás.

lunes, 20 de agosto de 2018

El valle secreto


   El animalito me seguía desde hace ya un rato. Me había dado cuenta al cruzar el silencioso arroyo que separaba una parte del bosque de la base de la montaña, pero no había querido hacer nada precipitado. Al fin y al cabo, las criaturas son siempre curiosas y no es muy extraño que se queden mirando, como asombrados de que exista alguien como un ser humano. Yo, vestido de botas para escalar, pantalones anchos y chaqueta rompe vientos, no debía verme como algo muy común de esos parajes.

 Por eso lo ignoré hasta que, camino a la cima de la montaña, me di cuenta que ya se había convertido en un compañero de aventura. No era común que criaturas como esa subieran tanto, pues gustaban más de estar trepadas en los árboles buscando pequeños frutos para comer. Además, el viento había arreciado en las alturas y la neblina se volvía cada vez más espesa, cosa que parecía ayudar a la sensación de estar atrapado en una nevera. Seguí caminando, pero cada vez iba más despacio.

 Mi travesía había sido planeada con anterioridad y para seguir el camino designado, debía de bordear la cima de la montaña para poder llevar al  valle estrecho que había del otro lado. Era un sitio que habían calificado como “imposible” pero que sin embargo existía. Decían que era un paraíso terrenal, un pequeño lugar tan cálido como los trópicos, pero muy lejos de ellos. Yo esperaba poder tomar fotos, cosa que era mi trabajo y mi afición. Lo hacía todo para tener qué mostrar en el futuro. Quería reconocimiento por mis esfuerzos.

 Paré media hora después de internarme en la neblina. No solo era imposible ver a más de dos metros de distancia, también mis pies se sentían adoloridos y sería una estupidez seguir hacia delante como una mula de carga. Debía detenerme y tomar algo de agua. Sentado en el suelo, podría planear una ruta alterna, pues era muy posible que la montaña estuviese igual de impenetrable durante el resto del día y la noche que no demoraba en llegar. Tenía que tener en cuenta todas las posibilidades.

 Fue allí, sentado sobre el suelo y tomando un poco de agua, que lo vi bien por primera vez. Fue muy gracioso porque pretendió esconderse detrás de una roca que era mucho más pequeña que él. De hecho no tenía ni idea si era un él o una ella, pero el caso es que nos quedamos mirándonos un buen rato, como en un concurso de miradas. Él se rindió primero, alzando su cabeza sobre la piedra y mirándome con sus enormes ojos amarillos. Sus orejas eran puntiagudas y su cuerpo estaba cubierto de pelo amarillo, con algunas manchas negras. Su cola era larga, parecida a las de las ardillas pero menos esponjosa.

 Se quedó otro rato mirándome, ya a plena vista. Yo pretendí no verlo después de un rato y serví algo de agua en la tapa de la botella. Con cuidado, la puse lo más lejos que pude estando sentado. Seguí mirando a un lado, como si no tuviera el menor interés en mi nuevo amigo ni en su aspecto. El truco funcionó a la perfección. La criatura tomó todo de un sorbo y tuvo la suficiente personalidad para tomar la tapa y acercarse adonde yo estaba sentado para pedirme más, alzando la tapita de color azul al nivel de mi cara.

 Yo la tomé y serví más. Lo hice así unas cinco veces más, hasta que pareció estar satisfecho. Era obvio que no había mucha agua cerca y que seguirme le debía haber tomado un esfuerzo al que la pobre criatura no estaba acostumbrada. Mientras tomaba agua, me pregunté porqué me estaría siguiendo. Tal vez olía las provisiones de comida que tenía en mi mochila o simplemente era más curioso que los demás de su genero. En todo caso, agradecí su compañía durante esa noche.

 La Luna llegó muy pronto y tuve que acostarme a dormir justo donde había tomado agua. Seguir caminando habría sido una tontería, sobre todo sin saber que tipo de peligros podría haber al descender hacia el valle cerrado. Además, estaba demasiado cansado para hacer más esfuerzo en un solo día. Hice una pequeña hoguera y me acosté cerca después de comer una barra de cereales, una comida que en nada interesó a mi compañero. En vez de eso, se decidió por cazar insectos. Me quedó dormido mientras lo veía saltar de un sitio al otro.

 Cuando desperté, creí que me había enloquecido o que algo muy malo había pasado. Por un breve momento, todo lo que tenía enfrente era de un color rojo profundo, como si mi visión misma se estuviese incendiando. Tuve miedo y de golpe me moví. Fue entonces que mi vista mejoró y pude ver lo que pasaba. No había un incendio ni mis ojos se estaban derritiendo. Lo que pasaba era que el sol empezaba a salir detrás de la línea de árboles, más allá de las montañas, y bañaban todo de un color similar a la sangre.

 Caí en cuenta de que debía haberme quedado dormido muy temprano y por eso el brillo y los colores del sol me habían despertado al empezar el nuevo día. Me quedé allí, observando, sin importarme en lo más mínimo la posibilidad de una fotografía de semejante espectáculo de la naturaleza. Estuve allí un buen rato hasta que mi amiguito volvió de la nada, habiendo ya comido más que suficiente. No supe donde había dormido, si había vuelto a los árboles para luego volver a mi. Era muy extraño pero no me pregunté más porque no había necesidad alguna. Me alisté y emprendí el camino de nuevo.

 Ya no había neblina ni hacía tanto frío como el día anterior. Pude caminar con más calma y, cuando el camino empezó a descender, saqué la cámara para poder tomar fotos del bosque en la lejanía y de la montaña y sus laderas casi por completo desprovistas de vida. Mi amiguito me seguía muy de cerca, casi parecía uno de esos perros guardianes pero en un tamaño mucho menor. Verlo caminar me hacía gracia pero decidí no mirarlo mucho por si eso podría incomodarlo y hacer que se fuera de vuelta a su hogar.

 No había pasado de medio día cuando llegamos al lugar que yo había esperado ver por tanto tiempo. Ya no podía ver los altos y tupidos pinos del bosque anterior, ni había robles ni araucarias. Esas ya no estaban. Ahora podía ver otros árboles, aún más altos y frondosos pero un sección de tierra mucho menor. Era un valle muy estrecho, entre la montaña que yo había estado cruzando y otra un poco más alta, por lo que se podía ver. Mi amiguito se trepó por mi pierna y llegó pronto hasta mi hombro derecho.

 Allí, la pequeña criatura olió algo en el aire. Seguramente podía hacerlo mucho mejor que yo, pero por alguna razón yo hice lo mismo. Lo sorprendente del caso fue que yo pude oler algo también. Y no fue muy complicado saber que era. El olor del humo, como cuando alguien quema madera. Algo se estaba quemando allí abajo en el valle pero no había humo que ver ni llamas que denunciaran el sitio de la conflagración. De nuevo podía estar imaginando incendios, cosa que no me ponía muy feliz.

 Caminamos durante una hora más, hasta que penetramos el valle. Olimos más el aire, pero no pudimos detectar el mismo olor a quemado. Era muy raro porque no era del tipo de aromas que se pudiesen confundir con otros. Pero continuaron de todas maneras. El ambiente allí era pesado, mucho más caluroso que las regiones cercanas. Era como entrar a un horno, que venía con todo y mosquitos enormes. Las plantas parecían responder a ese microclima con gusto, igual que los animales que parecían pulular por doquier.

 Nos detuvimos a comer algo. Tuve el cuidado de llenar una botella entera con agua pura de un riachuelo para mi compañero de viaje, pues el clima parecía afectarle más a él que a mi. Comió poca fruta de la que le ofrecí y parecía un poco atontado cuando el día cambió de repente.

 El sol era el mismo, así como el calor. Lo diferente fue ver un grupo de personas que nos rodeaba. Un grupo con marcas de pintura por todo el cuerpo, miradas toscas y antorchas que parecían recién utilizadas. Se nos quedaron mirando y fue entonces que supe que el valle escondía más de una de sus caras.

viernes, 10 de agosto de 2018

La prueba


   El pequeño grupo que presenció la prueba era de menos de veinte personas, tal vez lo normal en situaciones como esa. Todos habían tenido que quedarse en las instalaciones hasta tarde, cosa que no era lo normal, y habían tenido que firmar un documento que no habían tenido el tiempo suficiente para leer. Los militares nunca habían sido del tipo informativo y detestaban tener que perder tiempo con cosas como los derechos de las personas, en este caso el derecho a la información e incluso a la replica.

 Esto hay que decirlo porque de los presentes, solo un par estaba allí porque habían decidido venir por voluntad propia. Se trata de los dos científicos de más alto rango en el lugar, que habían firmado primero y que miraban a todas partes como halcones. Incluso cuando uno de sus subalternos pidió poder leer todo el documento, uno de ellos le dijo que ese no era el punto de lo que iban a presenciar y que era solo una formalidad que no afectaba en nada a su persona ni a nadie más en la habitación fría y sin ventanas en la que estaban.

 Cuando los militares tuvieron todos los papeles firmados, el pequeño grupo fue movido de la habitación sin ventanas al exterior. Se les pidió, o más bien se les ordenó, que formaran una fila para caminar hacia el lugar de la prueba. Todos hicieron casos entre sombras y oscuridad, sin decir una sola palabra. Después de tanto tiempo trabajando con ellos, los científicos sabían cuando podían o no refutar lo que decían los uniformados. Esa situación de la fila era tan rara, que solo tenía sentido obedecer y quedarse callado.

 El pequeño grupo camino en silencio hasta llegar a la cerca perimetral. Marcharon un poco más frente a ella, hasta llegar a una puerta en la reja, vigilada por otro militar. Este saludó a los oficiales que iban con el grupo y estos le dieron un papel que seguramente era la lista de personas en la fila, ya que el tipo se inclinó para verlos a todos mejor, incluso apuntando una pequeña linterna a cada una de sus caras. Pretendió demorarse un poco más hasta que por fin dio su aval y los dejó pasar a todos.

 El grupo cruzó la reja y siguió un sendero de tierra que iba bajando lentamente hasta encontrarse con el bosque casi rodeaba los laboratorios por completo. En el borde de la línea del bosque, se detuvieron un momento. Al parecer había otro guardia pero, por alguna razón, no lo podían ver bien. Tal vez se debía a la espesura del bosque, con sus altísimos árboles y tupidas ramas que imposibilitaban casi por completo que la luz del sol o la que se reflejaba en la Luna llegara hasta el suelo. Estuvieron parados ahí poco tiempo, pues prosiguieron su camino adentrándose al bosque.

 Nadie veía nada. Más de uno se tropezó con alguna raíz o con ramas gruesas que habían caído hace mucho tiempo. Incluso hubo una mujer que se estrelló de manera bastante estruendosa contra el tronco de un árbol. La solución fue tomarse todos de la mano, incluso los oficiales, y procurar caminar con cuidado. Sin embargo, el tipo que los llevaba parecía tener prisa y a veces era bastante complicado estar en equilibrio. Más de una vez hubo que ayudar a alguien para que no cayera al suelo.

 Estuvieron en esas tal vez una hora, o lo que parecía ese tiempo. La verdad era que no tenían idea de nada porque los oficiales les habían confiscado todos sus artículos electrónicos y metálicos. Tanto celulares como relojes habían ido a dar a un gran cesto de la basura de donde, según los uniformados, podrían recuperarlos al terminar lo que iban a hacer, la tal prueba. Pero nadie sabía de que se trataba la tal prueba pues ellos no habían estado trabajando con ellos en nada que pudiese necesitar ser probado.

 De hecho, los científicos tenían claros contratos con el gobierno, que no tenían nada que ver con los militares. Y sin embargo estos se habían presentado allí, como si nada, y parecían haberse adueñado de todo en cuestión de minutos. Los guardias en la reja y las puertas y los demás, jamás habían estado allí antes. Normalmente era seguridad privada pero de ellos no habían visto nada. Era todo muy misterioso y hubo algunos que pensaron en salir corriendo, aunque no parecía buena idea con militares tan cerca.

 Por fin el grupo salió del otro lado del bosque, al parecer muy lejos de las instalaciones de los laboratorios. Estaban solo a pocos metros de un lago cuya agua parecía alquitrán a esas horas de la noche, incluso con la débil luz lunar que trataba de filtrarse por entre las nubes. Más militares los esperaban en el lugar y uno de ellos, de nuevo, quiso revisar la lista y las caras de cada uno. Una de las científicas, la mayor de entre ellos, resopló y miró con desaprobación a los militares y oficiales.

 Uno de ellos se le acercó y, de manera desafiante le preguntó si había algún problema. La mujer no se intimidó y le dijo que jamás en su carrera la habían secuestrado los militares en mitad de la noche, sin decirle absolutamente nada. Agregó que el comportamiento de los oficiales era completamente inmoral y que iba en contra de todos los derechos que la protegían a ella y a su carrera, así como los deberes que ellos tenían respecto a la protección de personas que trabajaban para el país y su avance tecnológico. El hombre siguió desafiante pero se retiró, sin decir nada.

 Se le pidió al grupo que caminara un poco más, bordeando el lago. Fue en ese pequeño tramo de caminata que todos sintieron algo extraño: la tierra pareció temblar pero no se había sentido como un terremoto ni una avalancha. Ni siquiera parecía provenir de vehículos pesados. La sensación extraña desapareció para luego volver cuando por fin les dijeron que podían dejar de caminar. De la nada, apareció otro militar que parecía tener más rango por su uniforme. En silencio, se detuvo frente a ellos, cerca del agua.

 El hombre empezó a hablar, agradeciéndoles a todos su presencia en el lugar y diciendo que la nación estaba muy agradecida por su trabajo y por su esfuerzo y que lo que iban a presenciar esa noche era simplemente una especie de regalo por sus años de esfuerzo y sacrificio a favor de su país. Los científicos escuchaban con atención todas las palabras bonitas que decía el hombre pero no le creían ni la mitad de lo que decía. Se nota que venía algo más, algo que seguramente no les iba a gustar nada.

 Fue entonces, cuando todos estaban aburridos del extenso discurso del militar, cuando se sintió otro movimiento bajo todos ellos. El grupito venido de los laboratorios se asustó pero el oficial que les estaba hablando sonrió como si pasara lo mejor del mundo y entonces les dijo que el momento había llegado. De repente, una luz se encendió en el agua, proveniente de una lancha. Después se encendió otra y una más poco después. Una porción del lago estaba cubierta de esa luz que cegaba los ojos.

 El militar de alto rango entonces asintió y alguien debió entender eso como una señal porque, de nuevo de la nada, un dron los sobrevoló a todos y lanzó algo en el lago. Pocos momentos después supieron que se trataba de una carga de profundidad, como la que usaban los submarinos. Esto causó un estremecimiento aún más fuerte de la tierra y fue entonces que el agua empezó a moverse también, debajo de las poderosas luces de las lanchas. Estas fueron empujadas cuando algo surgió del lago, de lo más profundo.

 Era una criatura extraña, como nada que ninguno de ellos hubiese visto jamás. Su piel era muy oscura y no parecía tener ojos en ninguna parte. Tenía un par de cosas que parecían tentáculos pero también lo que parecían ser aletas. Era una fusión extraña, alienígena, de rasgos biológicos recurrentes.
La científica que había hablado antes pidió una explicación. Y el oficial sonrió, sin voltearse a mirarla. Solo chasqueó los dedos y vio como la bestia se abalanzaba sobre el grupo de científicos. Él se hizo a un lado y apenas vio como la cosa se los tragaba enteros. Chasqueó de nuevo los dedos y con eso la bestia se sumergió de nuevo en las profundidades.

lunes, 7 de mayo de 2018

Uno de esos días


   El dolor de espalda no cambió de un día para otro. Cuando hice ejercicio por la mañana, de nuevo sentí como si algo estuviese a punto de romperse en mi cintura. Forcé un poco el cuerpo pero luego me detuve porque el dolor era demasiado intenso. No me gusta ir al doctor ni a nada que se le parezca. No es que sea una perdida de tiempo o dinero ni nada por el estilo. Es solo que no creo que todo lo que sea físico deba ser visto por un médico ya que suelen exagerarlo todo con bastante frecuencia.

Además, dolores como estos van y vienen y no tienen nada que ver con estar a las puertas de la muerte ni nada parecido. Pero eso me duché con agua caliente y me masajee la zona suavemente por un buen rato. Al salir de la ducha me sentí un poco mejor pero sabía que, de todas maneras, el dolor no había pasado. Apenas terminé de vestirme, pude constatar que el dolor había tenido un efecto muy especifico en mi: sentía en ese momento una gran cantidad de pereza, una falta completa de ganas de hacer cualquier cosa.

 Lamentablemente, no podía descansar. Debía hacer la comida del día para luego comer apresuradamente antes de salir a dar clase. Eran solo algunas horas pero lo suficiente para sentirse cansado después. Así que no tenía ni un momento para ponerme a mirar hacia el cielo y descansar. ¡Que más hubiese querido! Pero lo mejor era empezar pronto para así tratar de acelerar el paso de mis responsabilidades del día. Claro que todo estaba amarrado a un horario, pero un esfuerzo es mejor que ninguno del todo.

 Mientras cortaba verduras para hacer un arroz con ellas, me di cuenta que cada vez más me estaba sintiendo como si hubiese corrido una maratón. Mis huesos dolían y cada vez que hacía fuerza con el cuchillo, se sentía como si estuviese gastando los últimos remanentes de energía que tenía dentro de mi. Tuve que parar por un momento y sentarme antes de seguir. Noté que temblaba, muy ligeramente, pero lo hacía sin parar. Me puso algo nervioso en ese momento y no supe qué hacer, me sentí perdido.

 Pero una voz en mi cabeza me dijo que lo mejor era seguir adelante y no detenerme por nada. Al fin y al cabo, era viernes y después de acabar con lo que tenía que hacer, tendría todo el fin de semana para relajarme. Sabía que eso no era exactamente cierto pero sí tendría mucho más tiempo para no hacer nada que entre semana. Así que me forcé a ponerme de pie y seguir con mis quehaceres gastronómicos. Cuando la comida estuvo lista, unos cuarenta minutos más tarde, me sentí contento de poderme sentar a la mesa a comer, tomándome cierto tiempo.

 De hecho, casi me quedo dormido en la mesa. Por un momento cerré lo ojos y luego los abrí de golpe, pensando que había dormido por lo menos quince minutos. La verdad es que apenas unos segundos habían transcurrido pero mi cuerpo sentía todo de una manera más lenta, más pesada. Terminé de comer casi forzándome a meter los alimentos a mi boca. Cuando el plato estuvo limpio, me puse de pie y empecé a arreglar todo lo de la cocina, tratando todavía de seguir alerta y no darme lugar para descansar.

 Me arreglé para salir rápidamente y salí mucho antes de lo necesario, solamente para que no tuviese mucho espacio para quedarme haciendo nada. En la calle tenía que caminar hasta la parada del autobús, lo que requería de mi un movimiento continuo y atención al cruzar las calles. Sentí como si me hubiesen inyectado algo en la sangre que me hacía estar más alerta, incluso creí estar mucho más descansado que cuando estaba comiendo, aunque era obvio que todo era una mentira auto infligida.

 Cuando llegué a la parada del bus, este pasó rápidamente, algo muy poco común. Pero eso me daría oportunidad de dar una vuelta antes de llegar a mi compromiso, lo que me mantendría despierto por el resto de la tarde. Fui hasta el fondo del bus, donde había un puesto libre junto a la ventana. Me quedé mirando hacia el frente y luego por la ventana hacia el exterior, hacia la gente caminando al trabajo o a la casa, hacia aquellos que sacaban a pasear a sus mascotas, hacia los niños que llegaban del colegio.

 El bus se sacudió y me sacó de un ensimismamiento que no me ayuda en nada a como me sentía. Me di cuenta que tenía sudor frío en la frente y entonces entendí que podría estar sufriendo de alguna enfermedad o virus. De pronto no era pereza lo que sentía sino los síntomas primarios de alguna futura dolencia. Por alguna razón, esto me alegró un poco el viaje porque quería decir que no estaba luchando con algo tan tonto como la pereza sino que mi cuerpo estaba peleando algo más importante y conocido.

 Fue en algún momento durante toda esta argumentación cuando me quedé profundamente dormido. El movimiento del bus ayudó a que cayera en el sueño con facilidad. Desperté un tiempo después, apurado por no saber si mi parada había pasado hacía mucho o poco. Afortunadamente, estaba a solo diez calles cuando pude bajarme del bus. No había contado con la caminata pero al menos tenía tiempo extra por haber salido antes de casa. Por alguna razón, me sentí algo mejor después de esa siesta, a pesar de su naturaleza involuntaria. Cuando llegué a dar clase, me sentía algo mejor, pero todavía con sueño.