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sábado, 20 de junio de 2015

Pasó en Santorini...

   El sol fue quien me despertó, entrando por la ventana junto al viento suave de las mañanas y los magníficos olores que venían de alguna casa vecina. Desde la cama no se veía nada pero sabía que debajo de mi… Digo, de nuestro balcón, había muchas casas y hoteles y demás. Estábamos en la parte más alta de Santorini, en un hotel construido a modo de cueva, lo más hermoso que yo jamás hubiese visto. Es un lugar especial, hay cierta sensación de que todo es posible o al menos de que cosas pueden pasar aquí que no pasarían en ningún otro lado. Llevo solo un día aquí y creo que ya estoy enamorado del lugar, de la gente, de la comida, y tal vez de la persona que está a mi lado.

 Él también está completamente desnudo pero todavía duerme. Me volteo un poco para mirarlo mejor y me doy cuenta que cada vez que lo veo me parece más hermoso, me gusta más y más. Haber venido con él hasta Grecia no fue algo que hubiese planeado sino algo que sucedió en el aeropuerto y que ahora agradezco. Su vuelo, originalmente a París, estaba sobrevendido y le estaban dando la opción a los pasajeros que cambiasen sus billetes al destino de su gusto, sin costo alguno. Ya saben como son esas aerolíneas de bajo costo, hacen todo por el dinero. Alejandro ya había comenzado a pelear cuando lo vi y hacía años que no nos veíamos. Hablamos un rato y sin pensar le dije que iba a Grecia y que si me quería acompañar. Y ahora estábamos juntos en una de las islas más hermosas del planeta, habiendo gastado más dinero porque queríamos estar lejos de todo.

 Nos conocimos por medio de un amigo y fuimos amantes durante los últimos meses de mi noviazgo con otra persona. Las cosas con él no habían funcionado como yo lo pensaba y tengo que decir que encontré Alejandro y era la persona perfecta para desahogar todo lo que tenía adentro y toda la energía sexual que no podía liberar con mi pareja en ese momento. Creo que hablo por los dos cuando digo que la pasamos muy bien, guardando ese gran secreto y escondiéndonos de todo el mundo. Decíamos tantas mentiras que parecía imposible seguirles el paso pero a pesar de todo duramos así unos dos meses hasta que todo se destapó

 Su novio se dio cuenta. No sé si alguien le dijo o lo supo de alguna otra manera pero el caso era que lo sabía y sabía que era yo la persona con la que su novio se acostaba. Me llamó alguna vez a amenazarme pero yo no le respondí nada. No tenía caso. Yo había roto lo mío con mi novio unas semanas antes. Fue muy diferente porque las cosas en nuestro caso ya venían muertas y el me confesó que estaba viendo a alguien más. Yo no lo hice sentir mal ni lloré ni hubo escenas dramáticas. Llegamos al acuerdo de continuar cada uno con su vida, por su lado y ya. No podíamos quedar de amigos porque no teníamos lo suficiente en común pero al menos no hubo pelea ni nada por el estilo.

 Alejandro sí peleó con su novio por un largo tiempo, durante el cual nos dejamos de ver. El dejó de llamar, de contestarme, de escribir. Desapareció y no lo volví a ver hasta ese día en el aeropuerto. Estaba tan guapo como siempre y parecía más maduro, como si la vida por fin lo hubiese alcanzado y le hubiese enseñado un par de cosas. Su cuerpo era tal y como yo lo recordaba y cuando tuvimos relaciones fue como volver a aquellas épocas aunque con algo más, más experiencia o madurez o quien sabe. El caso es que estábamos en una isla juntos, despertándonos por el viento que sube del mar y los primeros rayos de sol. Le acaricié la espalda y despertó lentamente. Le di un beso y lo abracé.

 Ese día, luego de bañarnos juntos y cambiarnos, desayunamos como si fuéramos una pareja en el restaurante del hotel. Éramos felices o al menos así se sentía en el momento. No hablamos del pasado, solo de lo que el otro no sabía por el pasar del tiempo. Supe que su padre había muerte hacía poco y que había cambiado de profesión. Ahora estaba estudiando para ser diseñador, luego de que trabajase en un bufete de abogados. Me contó algo que yo ya sabía y era que nunca le había gustado nada de la ley y esas cosas. Para él la ley era solo para los que sabían manipularla y eso era lo que había aprendido. No era lo suyo y cambió por algo que siempre había hecho. Él mismo había hecho el diseño del tatuaje que tenía en la espalda y eso probaba su talento de sobra.

 Salimos después a caminar por el pueblito y  tomamos muchas fotos y comimos muchas cosas deliciosas. Tal vez esté confundido pero en algunos momentos creo que nos tomamos de la mano, sin pensarlo. Hacerlo, recordaba todo lo sucedido hace tres años y las cosas que nos decíamos y que pensábamos. Más que todo era sexo, no lo puedo negar, pero después solíamos hablar bastante, antes de quedar dormidos. Hablábamos de cine, de arte, de la vida, de la gente… De todo lo que existiese.  Era el total opuesto de mi novio en ese momento, una persona casi desprovista de un propósito real de vida. Lo compadezco pero no podía quedarme con él solo por eso.

 Ahora que lo recuerdo, Alejandro ha sido el único que ha conocido a mis padres y eso fue por error. Un día lo recogí en su oficina para ir a mi casa pero tuve que pasar primero por casa de mis padres y lo conocieron. Mi madre luego me diría que era muy guapo y que era una lástima que ya tuviese yo a alguien porque ese chico parecía mucho más interesante. Supongo que lo pensó porque les habló a los dos, a mi padre y a mi madre, mientras yo buscaba unos libros que necesitaba y que estaban en la biblioteca familiar. Cuando lo vine a buscar para irnos. Lo vi con esa sonrisa que me hace olvidar todo y pensé que era una lástima que las cosas de la vida no funcionen como uno quisiera.

 Pero estábamos en Grecia, en nuestra isla. Porque cuando volvimos a nuestra habitación de hotel e hicimos el amor, sentí que nada más en el mundo existía más que nosotros. El sonido de su voz, el calor de su cuerpo, la textura de su piel y su olor a vainilla por el jabón del hotel, se me quedarían por siempre grabados en la mente. Me aseguré de besarlo todo lo que pudiera y de abrazarlo para dormir. Porque yo sé que esto puede que no dure demasiado y quiero aprovechar porque la vida pocas veces da una segunda oportunidad y esta es una de esas extrañas veces. Esa noche él se quedó dormido pronto pero yo no podía. Pensé que debía decirle algo, algo para que se quedara conmigo después del viaje.

 El resto de días fueron iguales, yendo y viniendo por las calles empedradas, besándonos en todas partes, yendo al mar a bañarnos y a disfrutar del sol. Siempre me había sentido incomodo estando en traje de baño, seguramente remanente de algún trauma juvenil pero ahora no me importaba en los absoluto porque, de nuevo, solo pensaba en nosotros dos y en nadie más. Él se veía perfecto y quise tomarle varias fotos cuando sonreía como a mi me gustaba. Ya en las noches, cuando estábamos más juntos que nunca, lo trataba como a la persona más especial y única del mundo, porque eso era para mí. Y lo gracioso es que no considero que estuviese enamorado. Solo quería tenerlo a mi lado y sabía lo mucho que eso me ayudaba.

 Pero tal vez sí me enamoré porque cuando las vacaciones terminaron, Alejandro desapareció de nuevo, como por arte de magia. Solo quedaron algunas fotos, y las sensaciones de haber hecho lo que yo tenía que hacer. Si no había resultado en nada pues no era problema pero al menos sabía que había hecho todo lo que había querido y todo lo que estaba a mi alcance para demostrarle lo mucho que apreciaba su sola presencia en ese hotel. Por muchas noches después, soñé con él y quise tenerlo allí a mi lado, fuese para tener sexo, besarlo o solo oler su piel. Por muchos días pensé y pensé, dándome un caso increíble de insomnio que solo desapareció tras un par de semanas.

 Cuando ya lo había superado todo, me llegó una noticia que al comienzo no creí. Pensé que la persona que me lo estaba contando estaba siendo cruel, así que me levanté y me fui sin decirle ni una sola palabra. Esa amiga, una muy buena amiga, tuvo que ir a mi casa y casi comprobar lo que decía: Alejandro ya no estaba. Según ella, había sido diagnosticado con cáncer hacía un tiempo y había decidido no tener un seguimiento ni un tratamiento adecuado. Al parecer, se había rendido porque mucho más había sucedido en los últimos tres años, no solo su cambio de carrera. Había vivido pruebas difíciles y había perdido la voluntad de vivir. Según mi amiga, iba a París para ir a un lugar donde no lo conociera nadie. Pero en cambio decidió ir conmigo a un último viaje.


 Cuando ella se fue, lloré en silencio durante varios minutos. Como era posible que no me hubiese dado cuenta de que algo estaba mal, de que no se sentía bien o que estaba raro? Pero recordé entonces que una de esas veces en la cama, me dijo que le gustaba estar conmigo allí, sin nadie más. Y entonces entendí que yo fui algo así como un regalo de despedida y eso me alegró. Él estaba muriendo y había preferido pasar sus últimos días conmigo y no solo o con su familia. No sé si fue amor pero lo sigo pensando con una sonrisa, recordando los besos y todo lo demás.

martes, 16 de junio de 2015

Un día complicado

   Al despertar, me di cuenta que todavía estaba allí, con sus piernas entrelazadas con las mías y su mano en debajo de mi camiseta, como si yo fuera su calentador personal. Lo primero que hice después de alegrarme, fue tomar su mano y apretarla con suavidad. Por alguna razón, la inseguridad o tal vez el alcohol, pensé que nada de lo que había sucedido era algo de verdad. Mejor dicho, creía que estaba tan mal que me lo había inventado todo mientras dormía. No hubiera sido la primera vez. Pero no era así. Estábamos juntos allí, abrazándonos más, sintiendo que estábamos allí. Era algo extraño, después de tanto tiempo de no vivir nada por el estilo. No había amor pero sí existía cierto cariño, cierta comprensión que era imposible de ignorar.

 Entonces sonó la alarma de mi celular y el momento terminó. Lo abracé y lo apreté suavemente para luego darle un beso en una mejilla. Enfrentándome al congelante clima de la mañana, salí de las cobijas y me dirigí rápidamente al baño. Abrí la llave de agua caliente y oriné antes de entrar y empezar a pensar en todo lo que tenía que hacer ese día. En el hotel, era mi turno de atender a los clientes en la recepción. El turno empezaba en hora y media y debía estar justo en el cambio de turno o sino el gerente me iba a despedir, como si ya no tuviera razones para odiarme. Además, debía supervisar un estúpido evento que iba a tener lugar en una de las salas de recepción y eso siempre era tedioso por el tipo de personas que asistían a semejantes centros de aburrimiento.

 Él entró en la ducha y me abrazó y entonces nos besamos. Otra vez, olvidé todo lo que pasaba en el día y en mi vida y me concentré solo en él. Me encantaba ver como sentía placer y como me lo demostraba con todo su cuerpo y con cada segundo que estábamos juntos. Cuando terminamos, hicimos lo que todo el mundo en la ducha y luego salimos. Él tenía que ir a su casa y luego tenía que ponerse a estudiar. Su posgrado no iba a terminarse solo. Lo felicité por ese compromiso y antes de separarnos en el ascensor le di un beso para que no me olvidara, algo que en mi mente sonó tan cursi como ahora mismo.

 Todo el camino pensé en él y en lo increíble que era habérmelo encontrado después de tantos años. No había sido a propósito y tal vez esa había sido la mejor parte de todo este asunto porque no teníamos realmente expectativas de nada. Lo que había pasado, había sido algo del momento, algo que solo ocurrió y nos dejamos llevar porque se sentía muy bien. Siempre me había gustado su piel y su sonrisa pero solo las había apreciado de lejos y por algunos segundos. Ahora había tenido todo eso solo para mí y debo decir que estaba más que feliz por haberlo conocido, porque antes no lo conocía de verdad. Es inevitable pensar que hubiese ocurrido si no hubiéramos conocido mejor entonces que ahora. Pero, al fin y al cabo, eso que importa?

 Llegué justo a tiempo y en el momento exacto que mi jefe entraba con algunos visitantes que parecían ser muy importantes. Me cambié rápidamente y cambiamos turno con Jorge, que no era mi amigo ni nada por el estilo. No era secreto que ambos queríamos que el otro saliera de allí pronto. Era de esas relaciones laborales donde no puedes ni mirar al idiota porque te arruina el día. Y nosotros teníamos que mirarnos todos los días para cambiar de turno. Como éramos siempre tres en recepción, había ese mismo número de cambios de turno a lo largo del día. No se hacía todo al tiempo para no perjudicar al cliente que casi nunca se daba cuenta de nada.

El hotel era uno de esos donde hay más ejecutivos que seres vivos en el área. Son personas realmente molestas, que piensan que solo porque están haciendo más dinero que los demás tienen prioridad en la vida antes que ningún otro. Las mujeres siempre se quejaban de algo y los hombres siempre tenían ese tono condescendiente que me había dado un día y otro ganas reales de partirles la cara. Pero así era la vida, unos arriba, otros abajo, y muchas veces mezclados. Porque el bar del hotel hacía maravillas y las cámaras de seguridad lo grababan todo. Cada fragmento de sus vidas en el hotel se veía allí, pro lo que a veces hacíamos apuestas entre nosotros, apostando quien se acostaría con quien o quien hacía que. Esa entretención se acabó con Jorge, que era uno de aquellos que le cuentan todo a sus superiores. Imbécil.

 El día empezó suave y después vino la conferencia que volvió al hotel en un lío completo. Gente iba y venía, había que darle identificaciones pero no se quedaban lo suficiente en un mismo sitio para poderles dar los carnet y después subían o iban y venían y los pobres guardias de seguridad no daban abasto, como tampoco nosotros que debíamos estar pendientes de todo porque la gente que se encargaba de los eventos estaba en huelga. Tuvimos que poner mesas, sillas y demás y esperar a que los desgraciados terminaran de hablar de cómo salvar al mundo con sus miserables empresas. Cuando terminaron, pensamos que todo ese lío iba a terminar pero no fue así.

 Yo estaba en el baño cuando oí gritos a lo lejos y unos sonidos sordos que pensé que eran algo que era imposible haber escuchado. Salí sin secarme las manos y me acerqué al lugar del evento. La puerta estaba cerrada con llave y no había ningún encargado del hotel afuera, como debía haber siempre. Por un momento me puso del mal genio porque era irresponsable no estar pendiente de los idiotas de la conferencia pero todo eso se fue al carajo cuando vi en el suelo una mancha que parecía negra y que estaba húmeda.  Me agaché a mirar que era. Era sangre. Entonces se oyó otro disparo, esta vez bastante claro, y corrí a la recepción. Los guardias habían despejado el lobby y una de mis compañeros hablaba con la policía. Cuando colgó le pregunté donde estaba nuestro otro compañero y ella solo empezó a llorar.

 Nunca he sido bueno para consolar a nadie así que no lo hice. Le pedí que se sentara y respirara mientras yo verificaba las cámaras de seguridad con uno de los guardias. Vimos que mi compañero de recepción estaba recostaba contra la puerta que estaba cerrada y que un hombre estaba subido en la mesa principal, con un arma en la mano. Lo más horrible de todo fue que, entre la multitud (unas cincuenta personas) pude ver varios cuerpos en el piso que no se estaban moviendo. El guardia me contó que el hombre había estado en el baño y simplemente entró disparando.

 Yo caí en cuenta de que habíamos entrado al mismo tiempo pero yo me había demorado más porque estaba leyendo un mensaje del hombre con el que había amanecido. Si hubiera estado más pendiente, lo hubiera podido ver con el arma. Seguramente la había puesto en uno de los cubículos. O tal vez hubiese sido mejor así. Al fin y al cabo el tipo ya había matado a algunos y yo hubiese podido ser el primero si lo hubiese descubierto antes que nadie. Justo entonces llegó la policía y nos dijo que desalojáramos todo el edificio, por lo que tuvimos que ir piso por piso y asegurarnos de que no hubiese nadie en los cuartos. Nos demorarnos un buen rato pero cuando estuvo la última persona fuera, se lo comunicamos a la policía.

 Mientras hacíamos nuestra parte, ellos no habían podido hablar con el hombre. Su presencia había hecho que matara a una mujer y si seguían insistiendo podría ser cada vez peor. El gerente llegó y por primera vez no tenía la cara de puño de siempre, sino que parecía estar cerca del colapso. Habló con el policía a cargo, quien le dijo que era una situación delicada y que ya habían contactado a las fuerzas especiales para lidiar con el hombre. En efecto, hombres que parecían soldados llegaron en breve y propusieron entrar por una salida de emergencia lateral y simplemente matar al tipo sin darle la oportunidad de pensar. Se organizaron y después de una hora, lo tenían todo planeado.

 Yo solo quería que terminara el día. Salí un rato y llamé a mi mamá que estaba preocupada y recibí una llamada de él. Oír su voz fue lo mejor del día y decidí no fingir que no estaba feliz de oírlo. Cuando colgué, se oyeron más tiros y otros sonidos que no pude entender. Al parecer el equipo especial de la policía había entrado ya pero cuando la puerta de la sala se abrió era evidente que las cosas no habían salido tan bien. El hombre había muerto, con un par de tiros en la cabeza. Llevaba un chaleco antibalas y se dieron cuenta muy tarde. Alcanzó a matar a otros cinco mientras terminaban con él. Las ambulancias llegaron y sacaron más de diez cuerpos de esa sala, uno de ellos nuestro compañero. El lugar quedó hecho un matadero. Suena desagradable porque era horrible. La policía le dijo al gerente que debían cerrar el hotel por un tiempo porque iba a haber una investigación y él solo asintió.


 Cuando volví a casa, lo primero que hice fue tomarme todo el contenido de  una botella llena de agua. Luego, me quité la ropa y me duché. Todo lo que había sucedido me hacía sentir sucio, como con asco. Afortunadamente nos iban a mandar a trabajar a otros hoteles de la cadena , así que todavía había un salario por el cual vivir. Pero mi cerebro siempre volvía a lo mismo: y qué si lo hubiese visto a tiempo, si lo hubiese detenido? Estaría vivo o muerte? Habría sido héroe o víctima? Antes de quedarme dormido, seguía pensando lo mismo hasta que olí su aroma en la almohada y entonces sonreí y tuve una noche sin sueños.

jueves, 4 de junio de 2015

Cuadrados de limón

   Lo primero que hizo Amanda al llegar a casa fue ir al patio y cruzarlo todo hasta donde estaba el lago. En el muelle que había se subió a una pequeña barquita y remó sola hasta que estuviese lejos de la orilla. Entonces, sacó el arma del bolso y la dejó caer suavemente sobre el agua. Sabía muy bien que no era un lago profundo pero nadie tenía porque sacar nada de allí. Menos mal había usado guantes al momento del disparo, evitando tener que limpiar el arma lo que le hubiera tomado mucho más tiempo. La neblina de estas horas de la mañana había cubierto su pequeño paseo por el lago. Remó de vuelta a casa antes de que la vieron algunos ojos imprudentes.

 Cuando entró en casa vio en el reloj de la cocina que era las nueve de la mañana. Quién sabe si ya habrían descubierto el cuerpo. Pero no, no era algo en lo que tuviese que pensar. La verdad era que no se arrepentía pero preocuparse no era algo fuera de lo común. Subió a la habitación y se sentó en la cama a revisar que el bolso no oliera a humo o algo por el estilo. Lo guardó cuando no encontró nada. Se quitó los zapatos altos y la ropa bonita con la que había ido a la reunión de padres a las siete de la mañana. De eso hacía ya dos horas pero parecía más el tiempo.

 Revisó también el estado de su ropa pero no había rastro de pólvora o sangre o suciedad de ningún tipo. Al parecer sí había sido tan cuidadosa como lo había pensado. Se quitó todo y se puso algo más cómodo y entonces empezó su rutina de todos los días: limpió el polvo de todos los cuartos de la casa, aspiró después y barrió las hojas de la entrada y el patio trasero. Al mediodía, cuando ya se había bañado luego de sudar por hacer tanta limpieza, empezó a hacer el almuerzo. Tenía varios libros de recetas y hoy era el día ideal para hacer pasta ya que su marido cumplía años y era su comida preferida.

 Empezó a picar tomates y cebollas y fue mientras lo hacía que sonó su celular. Lo había traído después de ducharse de su cuerpo y lo cogió después de limpiarse las manos. Era la escuela para preguntarle si estaba bien. Ella respondió que sí e indagó sobre la razón de la llamada. La mujer del otro lado de la línea estaba a punto de llorar, diciéndole que habían encontrada muerta a la señora Palma, una de las mamás más dedicadas en el colegio y una de las más queridas también. Inconscientemente, Amanda apretó la mano con la que sostenía el celular, sus nudillos tornándose blancos. La mujer del colegio le dijo que, al parecer, la había asaltado en la calle y le habían disparado.

 Al rato colgó, un poco impaciente de haber escuchado a la mujer llorar como una magdalena y como si hubiese estado hablando de una virgen o una santa o quién sabe que. Le daba rabia pensar que, ahora más que nunca, pusieran en un pedestal a ese mujer ridícula. Pero Amanda tomó un respiro y prosiguió con el almuerzo, que era más importante. Puso algo de música y prosiguió picando tomates y cebolla, calentado agua y cocinando una rica lasaña. Tenía carne molida y muchas verduras, tal como le gustaba a su esposo. Ella podía decir, con toda seguridad, que seguía tan enamorada como en el primer día. Él era su príncipe azul y siempre lo había sido, desde el primer momento en el que se había conocido. Tenía dos hijos: un chico de trece años y una nena de siete. Eran su adoración.

 Pensando en su familia, tuvo el almuerzo listo para cuando llegó la pequeña Lisa del colegio. Le sirvió un pedacito de lasaña, la mayoría guardada para la noche. En el comedor, hablaron juntas del día en el colegio de Lisa y lo que había aprendido. La verdad era que Amanda siempre había querido tener una hija, una pequeña mujercita con quién hablar y compartir secretos tontos y hablar de tonterías. Sabía muy bien la razón: cuando ella era pequeña tenía muchas amiguitas pero en casa solo a un hermano mayor que obviamente no compartía sus mismos gustos. Ahora en cambio, en la tarde, las dos chicas se la pasaban haciéndose peinados u hojeando revistas, eso sí, después de haber hecho la tarea.

 Después del almuerzo, Lisa subió a hacer los pocos deberes que tenía y Amanda lavó los platos. Entonces se le vino a la mente de nuevo lo sucedido: como había seguido a la mujer hasta su casa, caminando, y le había disparada sin mayor contemplación. Su arma tenía silenciador y por eso no había alertado a nadie. El arma había sido un regalo de su padre, un gran aficionado a las armas y a la caza. La verdad era que a ella todo eso nunca le había gustado pero no se podía negar que las armas de vez en cuando tenían una utilidad y eso había sido comprobado esa misma mañana.

 No la odiaba ni nada por el estilo. La verdad de las cosas era que no la conocía tanto como para odiarla. Pero sí resentía esa actitud de superioridad, esas ganas de controlar todas las reuniones de padres como si ella tuviera más derecho que otros de opinar. Era una mujer prepotente y desagradable y la única razón por la que muchas otras se le acercaban era porque sabían lo llena de dinero que estaba. Y no era que ella les fuera a dar nada sino que podían colarse, gracias a ella, a uno de los varios clubs a los que estaba afiliada y que eran una razón de estatus en el barrio, que era de gente de clase media alta. La mujer era considerada rica y esa era la única razón por la que la mayoría de la gente la trataba como si fuese realeza.

 Secando los platos, Amanda pensó que eso había terminado. Sí, la mujer estaba casada y tenía hijos. Pero ese no era el problema de Amanda, eso debía haber pensado esa mujer antes de burlarse de ella y de sus postres cada vez que hacía algo para las ventas de caridad que organizaba el colegio. Y la vez pasada, hacía solo una semana, había sido la gota que había rebosado el vaso. Amanda había hecho unos deliciosos cuadrados de limón, una receta que su madre le había enseñado y que, con los años, había innovado para hacerla más interesante y deliciosa. Pero esa estúpida mujer y algunas de sus rapaces amigas habían venido a su puesto en una de las ventas de caridad solo para burlarse de lo simplón de su receta. Ellas no tenían que cocinar nada porque estaban a cargo de la supervisión de todo el evento pero aún así esa mujer había traído unos bocados de café con chocolate y todos los alababan a pesar de ser secos y amargos.

 La burla hacia Amanda había durado toda la tarde, con una mirada de superioridad y habiéndose vestido con la ropa más cara que tenía para que todas las otras mamás le preguntaran donde había comprado eso y otras preguntas estúpidas que no venían al caso. Al final del evento, Amanda era uno de las mejores vendedoras pero no ganó ninguno de los premios porque esa mujer los daba y mientras lo hacía pasaba frente a ella tentándola y repitiendo algún comentario mordaz sobre sus cuadrados de limón. Amanda no lo había tomado bien y había guardado ese rencor muy profundo hasta que esa mañana había explorado.

 Lisa bajó al rato para jugar. Se peinaron el pelo mutuamente y pusieron una película de las que le gustaba a su hija. En esas llegó su hijo a quien le preguntó como había ido el colegio. Como típico adolescente, respondió con un gruñido y subió de una vez a su habitación, sin decir nada más. Su hijo era más como su esposo o al menos como él decía que había sido cuando joven: algo tímido, huraño y con intereses fuera de los que tenían la mayoría de chicos a esa edad. Amanda entendía ya que esa era parte difícil del proceso de crecer. A veces hablaba con él y él se abría lo suficiente pero por periodos cortos de tiempo. En todo caso, no había que empujar.

 A las siete de la noche llegó su marido. Se dieron un beso en la entrada y apenas entró en la casa lo recibieron con la canción de cumpleaños y una torta hecha por Amanda el día anterior adornada con varias velitas. El hombre las sopló todas y les agradeció a todos por la bienvenida. Se sentaron a la mesa y Amanda sirvió la lasaña para cada uno, esta vez una porción generosa. Para beber, los mayores tenían vino tinto y los pequeños jugo de naranja. Comieron y bebieron contentos, todos recordando anécdotas de otros cumpleaños. Cuando llegó la hora del pastel, los dos niños le entregaron regalos a su padre, así como Amanda que le dio un reloj nuevo que había comprado con algunos ahorros. El hombre estaba muy contento.

 La fiesta terminó tarde. Los niños se fueron a dormir y los dos adultos quedaron solo. Amanda besó aún más a su esposo, en parte por el alcohol y en parte porque quería tenerlo cerca. Pero él interrumpió todo con la noticia de la muerte de esa mujer. Amanda le comentó de la llamada que había recibido del colegio. Él solo dijo que la mujer nunca le había caído muy bien y prosiguió a besar a su esposa. Así estuvieron por un buen tiempo hasta que Amanda le dijo que debía limpiar mientras él se ponía cómodo en la habitación. Amanda lo hizo todo lo más rápido posible para estar con su marido que siempre había sido un excelente amante.


 Pero después de tener sexo, cuando él ya se había dormido, ella seguía despierta, con los ojos muy abiertos. Seguía pensando en esa mujer y en como viva o muerta seguía en su cabeza, como un tumor que se negaba a desaparecer.

jueves, 26 de marzo de 2015

Familia

  Me dejé caer en mi cama, exhausto del día que había tenido. Mi cuerpo, por alguna razón, sentía mucho dolor aunque no había hecho ningún esfuerzo físico notable. Solo me sentía abatido y no quería moverme mucho. Sin ponerle mucha atención al asunto, me quité los zapatos y subí mejor a la cama, abrazando la almohada y quedándome dormido. Por suerte, no tuve ningún tipo de sueño, nada que me molestara. Fue hasta bien entrada la noche que desperté y me di cuenta que afuera estaba muy oscuro y que casi no había ruido. Cuando miré mi reloj, era pasada la medianoche.

 Sentado en la cama, no quería moverme pero mi estomago rugía y no tuve más remedio que ponerme de pie e ir a la cocina, donde calenté una de esas comidas para microondas. Era una lasaña de carne. Cuando estuvo lista, la puse sobre un plato, cogí un tenedor y un jugo de cajita de la nevera y me fui con todo a la cama de nuevo. Dejé la comida sobre la cobertor, me quité los pantalones y las medias y me senté en la cama. Cogí el portátil del suelo, donde lo había dejado al llegar, y puse un episodio de una serie que no había podido ver antes.

 Mi cena fue interrumpida entonces por el sonido de mi celular, que también estaba en algún lugar del suelo. Decidí no contestar y mejor dejarlo para después. Además, quien llama después de la medianoche? Podía ser una emergencia pero no había nadie que me llamara por esa razón, al menos no aquí. Entonces podía esperar. No quería saber de nada de ni nadie y mucho menos si resultaba ser algo relacionado con el trabajo. “Que se jodan”, pensé. Había estado todo el día haciendo de todo y no iba a cambiar mis horas de sueño por más de lo mismo.

 Terminé de ver el capitulo de la serie al mismo tiempo que terminaba la lasaña. Después dejé el plato de lado y, mientras tomaba el jugo, miré por la ventana. De verdad que era una muy bonita vista la que tenía de la ciudad. Por estar en un barrio construido sobre una ladera, el apartamento tenía una vista privilegiada. Se podían ver miles de apartamentos, casas e incluso algunos barcos allá lejos, en el mar. Cuando terminé el jugo, cogí el plato y el tenedor y los llevé a la cocina. Tiré a la basura la cajita del jugo y lavé todo. Entonces, de nuevo escuché el sonido del celular.

 Cuando volví al cuarto ya no se escuchaba más pero de todas maneras lo saqué de mi mochila que yacía en el suelo y miré quien me había llamado. El sonido de fastidio fue tan obvio cuando vi la pantalla, que a nadie le habría sorprendido verme tirar el celular justo ahí. Lo mejor era volver a dormir y terminar con un día tan malo. Me demoré un poco conciliando el sueño y tuve que recurrir a la lectura en el portátil para por fin tener algo de sueño. Por culpa de mi siesta anterior, esta vez el sueño fue pesado y no sentí haber descansado nada cuando me desperté al día siguiente.

 Lastimosamente, tenía que levantarme temprano para ir a clase y luego a trabajar, entonces no hubo manera de seguir tratando de dormir. De nuevo, cuando ya estaba por salir, el celular empezó a vibrar en mi bolsillo. Había tenido la buena idea de quitarle el sonido pero de todas maneras era estresante sentir que vibraba como loco. No, no iba a contestar. Para que me llamaba? Que tenía que decirme ahora? No, no más. Ya tenía demasiado con todo lo que se me venía encima como para echarle encima este problema, o mejor, molesto inconveniente.

 Cuando llegué a clase, por fortuna, pude distraerme con algunos conceptos interesantes que empezábamos a ver. Teorías e historias interesantes, que daban rienda suelta a la imaginación, que era lo que más me gustaba. De hecho todavía lo es pero ahora trato de que la imaginación no tome control del todo. Ya lo hice una vez y no resultó nada bien. La clase era larga pero pasó rápidamente. Apenas tuve tiempo de intercambiar algo de charla con mis compañeros y comer algo ligero antes de salir corriendo adonde estaba mi pequeño puesto de trabajo.

 La verdad era que no tenía un trabajo muy interesante. Básicamente estaba encargado de ordenar el constante lío de papeles y archivos y objetos que tenían un poco por todas partes. Había un archivista oficial en el lugar y ese era mi jefe, que parecía tener cosas mucho más interesantes que hacer, que ayudarme a clasificar miles y miles de documentos, cuyos montones parecían nunca cambiar de tamaño. Lo malo de todo es que nadie parecía apreciar mi trabajo y todos siempre sugerían que se debería organizar el archivo, como si eso no fuera lo que yo había estado haciendo.

 Es frustrante, siempre, hacer cosas y darse uno cuenta que nadie lo aprecia. No es que yo haga cosas para que los demás me noten pero sí estaría bien que la gente al menos reconociera mi esfuerzo. Pero en fin, son idiotas en todo caso. Así pasaba horas, desde el almuerzo hasta la hora de la cena, organizando documentos que la verdad era que a nadie le importaban. Los que más consultaban siempre habían estado bien organizados. Los demás, el mar de papel que faltaba por archivar, ese nadie venía a verlo. De pronto era precisamente por el desorden pero la verdad era que no importaba.

 Cuando pude salir de allí, por fin, caminé con rapidez al bar más cercano. Después de todo era viernes y mi cuerpo necesitaba relajarse bastante. Tomaría un par de copas más y luego me iría a casa, a dormir más de la cuenta, para despertarme tarde al otro día y hacer algo que me alegrara la vida. Pero no pude hacer nada de eso porque el teléfono empezó a vibrar de nuevo. Harto de todo contesté y lo primero que hice fue gritar.

-          - No me jodas más!

 Y colgué. Estaba harto de él, no quería saber nada ni de él ni del pasado ni de nada. Ya estaba harto del tema y este no era el mejor momento para hablar de nada de eso. Tomé dos vasos más de vodka con jugo de naranja y, cuando hube terminado el tercero, alguien me tocó la espalda y era él. Quería golpearlo en la cara pero me di cuenta que eso solo le serviría a él. Preferí darme la vuelta y pedir uno más antes de irme. Se sentó a mi lado y no dijo nada. No pidió un trago ni me miró, solo se quedó ahí mirando al vacío. Yo me tomé mi último trago a sorbos y cuando terminé me puse de pie pero entonces él me tomó del brazo y no tuve más remedio, pensé, que lanzarle mi puño a la cara.

 Su nariz pareció explotar, sangre por todos lados. Todos nos miraban. Contrario a lo que uno pensaría, él no respondió mi golpe sino que se quedó allí, mirándome mientras uno de los empleados del sitio le pasaba un trapo para limpiarse y detener la hemorragia. Me quisieron sacar pero les dije que no me tocaran y que ya me iba. Salí del lugar sin prisa, caminando lentamente e inhalando el frío aire de la noche. Tenía los ojos llorosos pero no me iba a dejar vencer por un recuerdo, por algo que ya había ocurrido y no había manera de arreglar o de olvidar. Él no tenía derecho de venir y cambiar mi vida.

 Cuando me di cuenta, había caminado tanto que tuve que detenerme. Traté de recordar para donde debía dirigirme para ir a casa pero entonces él apareció de nuevo. Tenía en la mano el pañuelo blanco ensangrentado con el que había tratado de sanar su nariz, que estaba visiblemente torcido. Ya no parecía tan tranquilo como antes de que lo golpeara. Me tenía rabia y yo a él. Por fin podía sentir que tenía una competencia a mi nivel, una rabia y un dolor igual que el mío.

-           - Deja de seguirme. – le dije.
-           - Porque no me dejas acercarme?
-           - No me interesa lo que quieras decirme.

 Me di la vuelta ya caminé hacia una estación de metro. Él me siguió, de nuevo en silencio. Ya en el andén del lugar, donde habían algunos otros pasajeros noctámbulos, se me acercó y me abrazó. Fue algo tan imprevisto, tan extraño, que al comienzo no lo rechacé. Sentía su calor y su gesto me lo hizo recordar todo. Entonces, ese dolor del pasado, me hizo empujarlo y mirarlo con mis ojos llenos de lágrimas. No podía aguantar más, tenía que dejarlo salir o podría morir.

 Se me acercó de nuevo y me abrazó como antes, como si él no hubiese sido el hermano de la persona que más había yo amado en el mundo sino como si fuera parte de mi familia. Lo apreté con fuerza porque no quería sentir que se alejaba, no quería dejar de sentir esa conexión que, mágicamente, parecía volver a mi. Esa persona ya no estaba pero su hermano sí y me amaba y yo a él porque compartíamos nuestro cariño con alguien más. Entendí entonces que por eso me acosaba, por eso me seguía e insistía.


 Él sabía, mucho antes que yo, que iba a necesitar de alguien para pasar este trago amargo de la vida. Y que mejor que la familia para ayudarme en este oscuro pero necesario viaje.