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lunes, 29 de agosto de 2016

El náufrago

   El mar y venía con la mayor tranquilidad posible. El clima era perfecto: ni una nube en el cielo, el sol bien arriba y brillando con fuerza. La playa daba una gran curva, formando una pequeña ensenada en la que cangrejos excavaban para alimentarse y done, en ocasiones, iban a dar las medusas que se acercaban demasiado a la costa. La arena de la playa era muy fina y blanca como la nieve. No había piedras por ningún lado, al menos no en la línea costera.

 Del bosque de matorrales y palmeras en el centro de la isla, surgió un hombre. Caminaba despacio pero no era una persona mayor ni nada por el estilo. Arrastraba dos grandes hojas de palma. Las dejó una sobre otra cerca en la playa y luego volvió al bosque. Hizo esto mismo varias veces, hasta tener suficientes hojas en el montón- Cuando pareció que estaba contento con el número, empezó a mirar de un lado al otro de la playa, como buscando algo.

 El hombre no era muy alto y no debía tampoco llegar a los treinta años de edad. A pesar de eso, tenía una barba muy tupida, negra como la noche. La tenía en forma de candado, lo que hacía parecer que no tenía boca. Andaba por ahí completamente desnudo, ya bastante bronceado por el sol. El hombre era el único habitante de la isla y, era posible, que hubiese sido el único ser humano en estar allí de manera permanente.

 En la cercanía había varios bancos de arena pero ninguna otra isla igual de grande a esa. Era una región del mar muy peligrosa pues en varios puntos el lecho marino se elevaba de la nada y podía causar accidentes a os barcos que no estaban bien informados sobre la zona. Sin embargo, el tráfico de barcos era extremadamente bajo por esto mismo. La prueba era que, desde su naufragio, el hombre no había visto ningún barco, ni lejos ni cerca ni de ninguna manera.

 En cuanto a como había llegado allí, la verdad era que no lo recordaba con mucha claridad. En su cabeza tenía una gran cicatriz que iba de la sien a la base del pómulo, por el lado derecho de su cara. No era profunda ni impactante pero sí bastante notoria. Solo sabía que había sangrado mucho y que la única cura fue forzarse a entrar al agua salada del mar para que pudiese curarse.

 Eso había llevado su resistencia al dolor a nuevos limites que él ni conocía. Pero había sobrevivido y se supone que eso era lo importante. Al menos eso decían las personas que no habían vivido aquella experiencia. Vivirlo era otra cosas, sobre todo con lo relacionado con la comida y como mantenerse vivo sin tener que recurrir a medidas demasiado extremas.

 Al comienzo se enfermó un poco del estomago pero pronto tuvo que sacar valor de donde no tenía y empezó a ser mucho más creativo de lo que nunca había sido. Al final y al cabo, aunque no lo recordara, él era el contador de una empresa de cruceros. Tan solo era un hombre de números y nada más. Desde joven se había esforzado en sus estudios y por eso lo habían contratado. Lamentablemente, fue por culpa de ese trabajo que estuvo en el barco que tuvo el accidente y ahora estaba en la playa buscando palos largos.

 Cuando por fin encontró uno, volvió a la playa con las hojas de palmera. Primero clavó el palo en la tierra y se aseguró de que estuviera bien derecho y no temblara. Luego, empezó a poner las hojas alrededor del palo, tratando de formar algo así como una casita o tienda de campaña. Era un trabajo de cuidado porque las hojas se resbalaban. Cuando pasaba eso, apretaba las manos y pateaba la arena

 Llevaba allí por lo menos un mes. La verdad era que después de un tiempo se deja de tener una noción muy exacta del tiempo y de la ubicación. Abandonado en un isla pequeña, no tenía necesidad alguna de saber que hora era ni que día del año estaba viviendo. Ni siquiera pensaba sobre eso. Resultaba que eso era algo muy bueno pues su dedicación a sus tareas en la isla era más comprometida a causa de eso, menos restringida a diferentes eventuales hechos.

 No tenía manera de alertar a un barco si viniera. Tal vez podía agitar una de las ramas de las palmeras más grandes, pero eso no cambiaba el hecho de que pensaba que nadie vendría nunca por él. Ni siquiera sabía qué había pasado con su embarcación y con el resto de la gente. Por eso, día tras días, miraba menos el mar en busca de milagros y lo que hacía era crear soluciones para sus problemas inmediatos. Por eso lo de la casita con hojas de palma.

 Después de armar el refugio, salió a cazar. En su mano tenía una roca del interior de la isla y su misión era aplastar con ella a todos los cangrejos que viera por la playa. A veces esto probaba ser difícil porque los cangrejos podían ser mucho más rápidos de lo que uno pensaba. Además eran escurridizos, capaces de enterrarse en la arena en segundos, escapando de manera magistral.

 Sin embargo, él era mucho más inteligente que ellos y sabía como hacerles trampa para poder aplastarlos más efectivamente con la ropa. Los golpeaba varias veces hasta que se dejaban de mover, entonces los lavaba en el mar y luego los comía crudos. La opción de cocinarlos de alguna manera no era una posibilidad pues en la isla no había manera de crear fuego de la nada.

 El sabor del cangrejo crudo no era el mejor del mundo, lo mismo que no es muy delicioso comer un pescado así como viene. Pero el hambre es mucho más fuerte que nada y las costumbres en cuanto a la comida se van borrando con la necesidad. Su dieta se limitaba a la vida marina, en especial los peces que pudiese cazar en las zonas bajas o los cangrejos de la playa. No comía nunca más de lo que deseaba ni desperdiciaba nada. No se sabía cuando pudiese ser la siguiente comida.

 La peor parte de su estadía se dio cuando llegó la temporada de tormentas. Era obvio que su rudimentario refugio no iba a ser suficiente y por eso traté de diseñar un lugar en el cual esconderse en el centro de la isla, donde al menos tendía la protección del viento.  Cavo con su manos buscando más hojas y palos y plantas que le sirviera para atar unos con otros. Era un trabajo arduo.

 Lo malo fue que la primera tormenta se lo llevó todo con ella. Los truenos caían por todos lados, en especial la parte alta de las palmeras, haciendo que el lugar oliera a quemado. El olor despertó en el naufrago un recuerdo. Este era bastante claro y no era nada confuso ni complicado. Era de cuando se sentaba por largas horas al lado de su abuelo, pocos días antes de que muriera. A pesar del cáncer que lo carcomía, el viejo pidió un cigarro antes de morir y él se lo concedió. Incluso con eso, aguantó algunas semanas más hasta su muerte.

 El recuerdo no le servía de nada contra la naturaleza pero sí que le servía para recordar al menos una parte de quién era. Sabía ahora que había tenido un abuelo. Incluso mientras caían trombas de agua sobre la isla y él estaba acostado en su hueco en la mitad de la isla, tapándose con hojas, pensaba en todo lo que posiblemente no recordaba de su vida pasada. Tal vez tuviese una familia propia o hubiese logrado cosas extraordinarias o quién sabe que más.

 La tormenta se retiró al día siguiente. El naufrago recogió las hojas que la lluvia y el viento habían arrancado de los árboles.  Trató de mejorar sus condiciones de vida, tejiendo las hojas de las palmeras para hacer una estructurar para dormir más fuerte. Los días y los meses pasaron son que nadie más se acercara a ese lado del mundo.


 Un día pensó que venía alguien pues una gaviota, que jamás veía por el lugar, aterrizó en la playa y parecía buscar comida. Él solo vigiló al pájaro durante su estadía. Un buen día l ave se elevó en los aires, se dirigió al mar y allí cayó del cielo directo al agua. Algún animal se lo comió al instante. El naufrago supo entonces que la esperanza era algo difícil de tener.

lunes, 15 de agosto de 2016

Correr

   La mujer pasó corriendo entre las casitas que formaban el barrio periférico más alejado del centro de la ciudad. Para llegar a todo lo que tenía alguna importancia, había que soportar sentado durante casi dos horas en algún bus sin aire acondicionado y con la música de letra más horrible que alguien jamás haya escrito. Por eso la gente de la Isla, como se conocía al barrio, casi nunca iba tan lejos a menos de que fuese algo urgente.

 María corría todos los días, muy temprano, antes de tener que empezar su día laboral como todos los demás. Era el único momento del día, cuando la luz afuera todavía estaba azul, cuando podía salir a entrenar y seguir preparada para cumplir sus sueño algún día. En un rincón de su mente había algo que le decía que las posibilidad era mínima pero que si existía la posibilidad, era mejor no darse por vencido tan fácilmente. Y María no era de las que se daban por vencidas.

 Su casa estaba en la zona alta de la Isla. Sí, porque incluso lo barrios más pobres están subdivididos, porque eso hace que la gente sea más manejable, entre más repartidos estén en sectores que solo existen en sus mentes. El recorrido de su ruta de todos los días terminaba allí y apenas llegaba siempre se bañaba con el agua casi congelada de la ducha y ponía a calentar algo de agua en una vieja estufa para hacer café suficiente para todos. Era difícil cocinar con dos hornillas viejas, pero había que hacer lo imposible. María estaba acostumbrada.

 El desayuno de todos los días era café con leche, con más café que leche porque la leche no era barata, pan del más barato de la tienda de don Ignacio y, si había, mantequilla de esa que viene en cuadraditos pequeños. Normalmente no tenía sino para aceite del más barato pero la mantequilla la conseguía en las cocinas del sitio donde trabajaba. No era algo de siempre y por eso prefería no acostumbrarse a comerla. Podía ser algo muy malo pensar de diario algo que la vida no daba nunca.

 María trabajaba en dos lugares diferentes: en las mañanas, desde las siete hasta la una de la tarde, lo hacía en una fábrica de bebidas gaseosas. Pero ella no participaba del proceso donde llenaban la botella con el liquido. Marái estaba en el hangar en el que limpiaban con ácido las viejas botellas para reutilizarlas. Había botellas de todo la verdad pero eran más frecuentas las de bebidas gaseosas.

 Su segundo trabajo, que comenzaba a las dos de la tarde, era el de mucama en un hotel de un par de estrellas a la entrada de la ciudad. Era un sitio asqueroso, en el que tenía que cambiar sabanas viejas, almohadas sudadas y limpiar pisos en los que la gente había hecho una variedad de cosas que seguramente no hacían en sus casas.

 Para llegar a ese trabajo a tiempo disponía de una hora pero el viaje como tal duraba cuarenta y cinco minutos por la cantidad de carros en las vías. Solo tenía algunos minutos para poder comprar algo para comer en cualquier esquina y comer en el bus o parada en algún sitio. Lo peor era cuando llovía, pues los buses pasaban llenos, los puestos de comida ambulante se retiraban y no se podía quedar por ahí pues las sombrillas eran muy caras y se rompían demasiado fácil para gastar dinero en eso.

 Mientras hacía el café con leche del desayuno, se vestía con el mono de la fábrica y despertaba a su hermana menor y a su hermano mayor. Él trabajaba de mecánico a tiempo completo. No era sino ayudante pero el dinero que traía ayudaba un poco. Era un rebelde, siempre peleando con María por los pocos billetes que traía, pensando que podía invertirlos de mejor manera en apuestas o en diversión. Su nombre era Juan.

 Jessica era su hermana menor y la que era más difícil de despertar. Ella estaba en el último año del colegio y esa era su única responsabilidad por ahora. Ni María ni Juan habían podido terminar la escuela pero con Jessica habían hecho un esfuerzo y se había podido inscribir en el colegio público que quedaba en la zona baja de la Isla. Era casi gratis y María la dejaba en la puerta todos los días, de camino al transporte que la llevaba a la fábrica de limpieza de botellas.

 Aunque la más joven de las dos estaba en esa edad rebelde y de tonterías diarias, la verdad era que Jessica no se portaba mal o al menos no tan mal como María sabía que los adolescentes podían hacerlo. No había quedado embarazada y eso ya era un milagro en semejantes condiciones. María a veces pensaba que eso podía ser o muy bueno para una mujer o un desastre completo. No era raro oír los casos de violencia domestica y cuando decía oír era escuchar los gritos viniendo de otras casas.

 Sus padres no vivían. Hacía un tiempo que habían muerto. Su padre era un borracho que se había convertido del cristianismo al alcoholismo después de perder montones de dinero en inversiones destinadas al fracaso. Era su culpa que su familia nunca hubiese avanzado. Decían que su muerte por ahogo había sido por la bebida pero algunos decían que era un suicidio por la culpa.

 La madre de los tres no duró mucho después de la muerte de su esposo. No lo quería a él ni tampoco a sus hijos pero sí a la vida estable que le habían proporcionado. Al no tener eso, se entregó a otros hombres y pronto se equivocó de hombre, muriendo en un asunto de venganza de la manera más vergonzosa posible.

 Las mañanas comenzaban muy temprano para los tres. Los tres caminaban juntos al trabajo, apenas hablando por el frío y el sueño. Primero dejaban a Jessica en la escuela, quién ya había empezado a hablarle a sus hermanos de sus ganas de estudiar y María ya le había explicado que para eso tenía que ser o muy inteligente o tener mucho dinero. Y lo segundo ciertamente no era la opción que ella elegiría.

 Juan y María se separaban en la avenida principal. El taller estaba cerca del paradero del bus pero él nunca se quedaba a acompañarla. Se querían pero había cierta tensión entre los dos, tal vez porque no veían el mundo de la misma manera, tal vez porque no veían a sus padres con los mismos ojos. Juan era todavía un idealista, a pesar de que la realidad ya los había golpeado varias veces con una maza. Él no se rendía.

 El bus hasta la fábrica lo cogía a las cinco de la mañana. Casi tenía que atravesar media ciudad para poder llegar justo a tiempo. Le gustaba llegar un poco antes para evitar problemas pero eso era imposible de prevenir. Ya había aprendido que cuando las cosas malas tienen que pasar, siempre encuentran la manera de hacerlo. Así que solo hay que ponerle el pecho a la brisa y hacer lo posible por resistir lo más que se pueda. Y así era como vivía, perseverando sin parar.

 En el transporte entre la fábrica y el hotel siempre le daba sueño pero lo solucionaba contando automóviles por la ventana. Era la mejor distracción.  Ya en el hotel evitaba quedarse quieta mucho tiempo. Incluso con esa ropa de cama tan horrible, a veces daban ganas de echarse una siesta y eso era algo que no podía permitirse.

 Siestas no había en su vida, ni siquiera los domingos que eran los únicos días que no iba al hotel a trabajar. Con la tarde libre, María solo corría varias veces, de un lado al otro de la Isla, como una gacela perdida. Los vecinos la miraban y se preguntaban porque corría tanto, si era que estaba escapando de algo o si estaba entrenando de verdad para algún evento deportivo del que ellos no sabían nada.

 Y la verdad era que ambas cosas eran ciertas. En efecto, corría para escapar de algo: de su realidad, de su vida y de todo lo que la amarraba al mundo. Prefería un buen dolor de músculos, la concentración en el objetivo, que seguir pensando durante esas horas en lo de todos los días. También se entrenaba para un evento pero no sabía cómo ni cuando sería. Solo sabía que un día llegaría su oportunidad y debía estar preparada.


 Correr esa su manera de seguir sintiéndose libre, aún cuando no lo era.

miércoles, 27 de julio de 2016

No hay nada fácil

   Cuando tomó su decisión, sabía que más de una persona no iba a estar de acuerdo con ella. Tenía que entender que ellos estaban preocupados por él, por su futuro y lo que podría ser su vida dependiendo de esa decisión. Los tenía en cuenta pero no podía tomar una decisión tan importante basada en otras personas, en los que otros pensaban que debía hacer. Él sabía muy bien cal era su opción y la tenía en mente, más de eso no podía hacer mucho, solo analizar la situación con mucho cuidado.

 Se trataba de una posibilidad de trabajo. No pagaban nada especialmente bueno y tampoco era una posición privilegiada en ningún lado. De ser algo increíble, la respuesta ya hubiese sido pronunciada hacía mucho tiempo. Pero las cosas no eran así, no todo era como la gente se lo imaginaba, con opción perfectas día tras día, como si Europa fuera el máximo paraíso laboral en el mundo.

 La verdad era que no había ido allí para conseguir un trabajo. Esa nunca había sido su idea. Lo que había ido a hacer era estudiar y le había prometido a sus padres estar concentrado en el asunto. La oferta de trabajo había salido de la nada en los meses en que preparaba su trabajo final y por eso era una decisión que debía tomar con cuidado pues el tiempo para tomar estaba por terminarse. No podía tomarse la vida entera pensando en ella y eso era lo que le molestaba más del asunto.

 El trabajo era en París y no tenía nada que ver con lo que él hacía. En resumen, sería un asistente de producción para una compañía de fotografía. Tendría que hacer todos mandados que ellos ordenaran, sobre todo ir a recoger gente a un lugar y luego volver con ellos a otros sitios y, básicamente, encargarse de los modelos y de las personas que vinieran a trabajar con la productora. El sueldo era menos de lo que gastaba en un mes y no proporcionaba ninguna seguridad extra.

 Era solo un puesto de asistente. No tenía beneficios algunos y no había manera de que le subieran al sueldo, al menos para que pudiese ganar lo justo para vivir y no ahorrar nada. Pero no era así. Aunque lo veía como una oportunidad importante, no podía dejar de pensar que si aceptaba, tendría que mudarse a otro país solamente para ganar una miserableza y probablemente seguir pidiéndole dinero a su padre para las cosas más esenciales.

 Si iba a ser independiente, quería serlo por completo, ganando un salario que le fuese suficiente para tener algo propio, para vivir por su cuenta y empezar a construir esa vida solos, que es el la meta de todos en esta vida. Aunque hay muchos que se casan, el concepto es el mismo. Por eso es una decisión difícil o al menos complicada de considerar.

Lo mejor fue hacer una lista con todo lo malo y todo lo bueno del asunto. En el lado de las cosas buenas, escribió que tendría experiencia laboral, por fin. En su vida le habían pagado por hacer nada y siempre que lo mencionaba la gente se le quedaba mirando como si estuviese loco o algo parecido. Al parecer todos habían empezado a trabajar desde las más tiernas edades y él era el único anormal que había usado su juventud para estudiar. Sabía que estaba en la minoría en eso y decidió no pensar mucho en ese detalle. Ya mucho se lo recordaban.

 Otra cosa buena era que viajaría a otro lugar y podría conocer mucha gente del medio que le podría ayudar eventualmente con proyectos propios. Era obvio que un trabajo de asistente no era nada especial, pero eso siempre podía cambiar estando él allí. Podían darse cuenta que era mucho mejor para otro trabajo que para ese o simplemente subirle el sueldo por lo bien que estaba haciendo su trabajo. Cosas así podían pasar, no solo en la películas sino de verdad.

 La tercera cosa buena era finalmente independizarse de su familia. Haciendo serios recortes a sus gastos mensuales, el sueldo podría alcanzarle. Tendría que dejar muchas cosas de lado pero era algo posible. El resultado sería su independencia completa de su familia, algo que quería lograr tarde o temprano. No era que tuviese nada contra su familia ni nada de eso. Muy al contrario. La cosa era que tenía ya casi treinta años y necesitaba ser independiente, probarse que podría mantenerse a si mismo si tuviera que hacerlo.

En la parte de lo malo escribió lo de estar más tiempo en el continente. No quería que nadie se lo tomase a mal, pero no estaba muy a gusto con las cosas allí. No terminaba de acostumbrarse a miles de cosas pequeñas que veía y tenía que hacer un poco por todas partes. No se sentía a gusto viviendo allí y eso podía ser en parte porque no tenía a nadie con quien compartir nada.

 Esa era su segunda entrada en la lista negativa: no tenía a nadie. Toda la gente que se preocupaba por él, que lo conocía o parecía conocerlo, todo ellos estaban a muchos kilómetros de allí, incapaces de ayudarlo cuando se sentía solo o en eso extraños momentos cuando se necesita escuchar la voz de alguien, cuando solo eso puede ser tan reconfortante. No tenía nada parecido allí. Si acaso gente conocida, gente amable que le brindaba su amistad. Perro solo querían ser amables. No eran sus amigos y eso no tenía nada de malo. Las cosas rara vez eran perfectas en cualquier ocasión y él lo entendía.

 La tercer cosa mala era el tiempo indefinido que tendría que quedarse allí. No sabía si sería algo para siempre o si serían solo unos meses o un año o cuanto. No tenía idea de cuanto tiempo necesitaría para probar ese nuevo trabajo, para ver si llegaba a algún lado con él. Era imposible saberlo.

Hubo una anotación más en ese lado: los trámites que debía cumplir. Iba a trabajar y eso requería nuevo papeleo. No solo se trataba de decir que estaba allí siendo extranjero sino que debía pedir un permiso de trabajo y eso podía ser más que complicado con su pobre historial de experiencia. Podrían considerar que no cumplía los requisitos mínimos y ahí si que no tendría nada que ver su decisión pues ya habría sido tomada para él por los burócratas que manejan los hilos de esos asuntos tediosos que hay que hacer para vivir.

 Miró la lista por un mes completo y lo que hacía era imaginar su vida de una forma y de otra. Todas las noches, antes de dormir, se imaginaba su vida si aceptara y fuera vivir a la bella ciudad de París. Se imaginaba a si mismo conociendo gente muy interesante pero comiendo atún todos los días al lado de un lavaplatos sucio en un apartamento tremendamente pequeño y ruidoso o alejado de todo. Se imaginó a si mismo gastando horas y dinero en transporte público para ir a su trabajo todos los días. Perdería peso y mucho tiempo de su vida.

 También imaginó rechazar la propuesta y volver a su país tal como había salido de allí: sin nada. De pronto con la educación que había adquirido pero eso era algo que no se veía a primera vista, era algo que se demostraba con un trabajo, con la habilidad que se podía demostrar con un lugar estable donde desarrollarse como persona. Pero sabía que eso era algo difícil de obtener. Trabajos no habían y si habían eran para los hijos de los que ya trabajaban o para los amigos o alguna relación especial de esas.

 Él no conocía nadie. A la larga, estaba tan solo en casa como estaba en ese otro país lejano. No importaba como lo pensara, el resultado seguía siendo el mismo, por un lado o por el otro. La única ventaja real que le daba volver, era que al menos podría intentar fracasar en su propio idioma e, incluso, en sus propios términos. No moriría de hambre pero demoraría mucho tiempo más en ser un hombre hecho y derecho, una persona independiente y admirable.


 La decisión que tomó no fue la más popular. Mucha gente no entendía porqué lo había hecho y la verdad era que ni él sabía muy bien qué era lo que había hecho. Solo sabía que era una decisión y que estaba tomada. Y, de nuevo, después de todo eso, se sintió más solo que nunca. Se sentía al borde del abismo y el viento más débil podría enviarlo directo a su muerte.

viernes, 15 de julio de 2016

Chica rebelde

   Laura aprovechó que no estaba en la casa para poder comer algo que en verdad le gustara. Se paseó por cada rincón del supermercado hasta que se decidió por un helado de crema. El sabor era almendras y su tamaño era pequeño, pues se hubiese sentido culpable de haber tomado algo mucho más grande. Apenas pagó y salió del lugar, le quitó el envoltorio a su helado y le dio el primer mordisco.

 Como esperaba, el sabor era delicioso. Además, la cubierta de chocolate del helado se había partido en varios deliciosos pedazos y cada uno de ellos sabía incluso mejor que el propio helado. Laura entonces se dio cuenta que algunas personas que caminaban por la calle la miraban como si fuese un bicho raro. No sabía si era por estar comiendo un helado o si es que la reconocían de algún lado y desaprobaban de su comportamiento. Fuese como fuese, pensó que lo mejor era sentarse en algún lugar y disfrutar en paz de su helado.

 Llegó a un pequeño parque y se sentó en la banca que tenía más cerca. El sol estaba empezando a bajar en el cielo y el calor que había hecho en días anteriores se estaba retirando lentamente. Las noches empezaban a ser cada vez más frescas. Laura siguió comiendo su helado, a la vez que miraba a la gente pasar por el parque, a algunos niños jugar con una pelota y a una pareja de ancianos discutir en una banca cercana . Hablaban de la pensión, o algo así.

 Apenas terminó el helado, Laura se sintió culpable. Al final, había incluso lamido el palito y había buscado en el envoltorio del helado por si algún pedacito de chocolate todavía estaba por ahí. No pasó mucho tiempo antes de que se sintiera culpable. Se sentía mal al haber hecho algo que tenía prohibido pero es que tenía tantas ganas que no pudo evitarlo. Además, era uno de los pocos días en los que la habían dejado sola y había tenido la oportunidad de vivir como alguien normal.

 Miró su celular y vio que tenía varias llamadas perdidas de Connie, su representante y la persona que normalmente debía cuidarla como si fuera su propia hija. Ese día no había podido estar pendiente porque se le había presentado otro trabajo. Confiaba en Laura y ahora ella había traicionado su confianza al escaparse después de una sesión de fotos como si fuera un niña pequeña.

 Pero así era como se sentía a diario Laura, como una niña a la que no dejan hacer nada sin el permiso expreso de sus padres y de otro poco de gente que no tenía que ver nada con ella. Ser una modelo no era nada fácil y menos aún cuando tenía tanto trabajo y su cara aparecía no solo en las portadas más importantes sino también en varias campañas publicitarias.

 Apenas había cumplido los dieciocho años, le habían llovido incluso más ofertas que antes. Hacía poco había participado en su primer comercial de una cerveza y la verdad es que la experiencia no le había gustado nada. Aunque el producto era hecho para las mujeres y todo había sido cuidado para que no fuera agresivo ni degradante, de todas maneras Laura sentía que algo no estaba bien con la manera como estaba haciendo las cosas.

 Por eso había salido corriendo después de la sesión de fotos, que solo eran para renovar su libro y tener algunas imágenes más frescas. Pero al terminar, sentía de nuevo que estaba ahogándose y la única manera de sentirse mejor era salir a la calle y sentirse como una persona normal. Era algo que no había hecho hacía mucho tiempo y le hacía falta pues todavía era muy joven y no podía concebir una vida en la que estuviese encerrada todo el tiempo como una prisionera.

 La casa en la que vivía, sin embargo, era un lugar hermoso y de muy buen gusto. No era nada desagradable. Era un casa moderna con varias habitaciones, unas diez en total, que compartían varias chicas que estuviesen siendo manejadas por la misma empresa. Laura era un caso especial porque la creían muy joven aún para pagarle un lugar sola así que la mantenían en la casa por esa razón. Las chicas con las que compartía eran de todos tipos y de muchos lugares distintos.

 Pero Laura sentía que, al final del día, no tenía nada en común con ninguna de ellas. Se sentía alejada de todo y muchas veces desconectada del mundo real. A pesar del dinero que ganaba y la popularidad que empezaba a acumular, Laura era de las pocas chicas que extrañaba tener un vida común y corriente, con clases en la universidad y amigos de todo tipo y fiestas y todo lo que hacen los chicos de su edad.

 Ella no se consideraba a si misma una chica normal. Desde una edad mu y temprana la cuidaba Connie, después de que sus padres la hubieran encomendado a ella. Siempre Laura sintió que la habían regalado, incluso cuando le decían que era lo mejor que le había pasado pues nunca tendría que pasar dificultades ni nada parecido. Su familia era pobre y sabía bien que había sido un milagro que la descubrieran en el  mundo donde vivía.

 La historia era triste. Su madre trabajaba en una tienda de ropa, haciendo un poco de ropa. Era de esas tiendas donde venden de todo, casi siempre en descuento. Su madre seguido no tenía con quien dejarla cuando no podía mandarla a la escuela por alguna razón. Fue en una de sus escapadas, que tenía desde pequeña, en las que Connie la salvó de cruzar una carretera sola y la descubrió como su modelo estrella.

 Laura sabía que Connie deseaba lo mejor para ella pero era claro que a veces se le olvidaba tener un poco de compasión. La hacía trabajar como una esclava, como si no hubiera más días del año para hacer cosas y ganar dinero. En un día estaba tomándose fotos y al otro en un comercial y al siguiente modelando ropa y después volando a Europa. Todo eso podía sonar muy bien pero Laura llevaba haciéndolo más de diez años y estaba cansada y aburrida.

 Apenas la llamó de nuevo, Laura contestó y, sin dejarla hablar, le dijo a Connie que estaba en un parque y que podría recogerla cuando quisiera. Se rendía por el día de hoy. Connie dijo que el transporte iba en camino pero que había algo más de lo que le quería hablar. Dijo que le enviaría una imagen apenas colgaran. Y así fue, mientras Laura caminaba a la calle para esperar por el coche, vio la foto que le habían enviado y no supo si reír o llorar o no hacer nada.

 Lo que sí hizo primero fue subir la mirada y dar un vistazo a su alrededor, a las personas que tenía cerca. Pero seguramente ya daba igual. La foto que Connie le había enviado era de ella comiendo el helado. En la imagen se notaba la pasión con la que comía y lo mucho que le había gustado. Ella no se había dado cuenta, pero en un momento se había manchado de chocolate en la nariz y alrededor de la boca. Se veía como una niña pequeña comiendo helado.

 Apenas llegó el coche se subió y no dijo nada al conductor ni él a ella. Se conocían bien y su relación se basaba en los silencios. Laura no miró la foto de nuevo pero sabía las consecuencias que tendría. Seguramente Connie la pondría en una exagerada dieta por un mes y restringiría sus salidas y trataría de que no vieran a Laura en la calle por una buena cantidad de tiempo para que la gente no la relacionara con esa imagen. Sabía que iba a ser todo un lío y que sería castigada de alguna manera.

 A pesar de ser muy joven, no se sentía hace mucho como una niña. Tampoco como una mujer hecha y derecha sino como alguien en la mitad, una persona que no termina de ubicarse en el espectro de la vida y tal vez era eso lo que la tenía tan preocupada, lo que la hacía hacer cosas que la alejaban de lo que era bueno para ella.


 De nuevo vibró su celular. Y no eran más fotos sino un mensaje de Connie. No era un regaño ni su nueva dieta. Era una propuesta de la compañía de los helados para que Laura fuese la imagen de la nueva línea de helados bajos en calorías. La joven no pudo evitar soltar una carcajada. Le parecía gracioso que incluso tratando, no pudiese ser una chica rebelde.