Mostrando las entradas con la etiqueta apartamento. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta apartamento. Mostrar todas las entradas

sábado, 5 de marzo de 2016

Niebla de Año Nuevo

   A lo lejos se oyeron las campanas de alguna iglesia y por cada una de las callecitas se escucharon los gritos de jubilo de todos los que estaban afuera esperando que el año nuevo llegase. Había gente con amigos esperando con unas cervezas, familias con niños besándolos y premiándolos con algún dulce, como si un nuevo año tuviese que empezar premiándolos por nada. También había muchas personas de otros lugares, con otras tradiciones, a las que el año nuevo les daba un poco lo mismo. Sin embargo, algunos estaban en la calle con el resto de sus amigos que sí celebraban o porque estaban de turismo y deseaban unirse a la fiesta o simplemente porque eran dueños de algún negocio y tenían que aprovechar cada momento.

 En uno de esos negocios estuvo P unos diez minutos antes de que sonaran las campanas. Vendían allí muchas cosas pero lo que él compró fue un gofre cubierto de chocolate liquido y calientito. Era lo mejor para una noche tan fría y para distraerse mientras eran las doce de la noche. Había decidido salir a pasear a esas horas solamente porque hubiese resultado muy triste irse a dormir antes o pasar la medianoche en la cama con los ojos abiertos, pues sabía que iba a estar despierto de todas maneras.

 Más temprano había salido a dar una vuelta por ahí, visitando algún museo o no sé qué. El caso es que había caminado mucho y ya estaba cansado de sentir los pisos de piedra de las calles antiguas del centro de Bruselas, donde estaba solo de visita. Era una ciudad curiosa, como comprimida en un pequeño valle, casi se podía decir que era una ciudad en miniatura, pues todo parecía haber sido puesto ágilmente por las manos de un gigante, nada parecía nuevo pero seguro que había muchas cosas que no tenía sino meses de existir o menos.

 Comiendo el gofre, paseó por las calles que ya se sabía de memoria y vio como ya había borrachos, turistas despistados y una fila enorme para entrar en la plaza principal y ver las luces y el  show musical. Como ya lo había visto otras noches, ni siquiera intentó entrar. Mucho menos sabiendo que no iba a haber juegos artificiales ni nada por el estilo. Todo iba a ser muy normal, muy sobrio. Caminaría hasta que la medianoche lo encontrase, terminaría de comer y se iría al hotel a dormir. P ya lo había pensado así y no pensaba cambiar de plan.

 Sin embargo las cosas nunca pasan exactamente como uno las prevé. Caminando por ahí, pensando en su familia y sus amigos, tan lejos de allí, P se dio cuenta de pronto que estaba en un barrio que no conocía. De hecho, no sabía cuanto había caminado desde el centro de la ciudad para encontrarse allí. Sacó el celular para buscar la ruta más corta al hotel pero el aparato no servía, la pantalla no se encendía. Siguió caminando por miedo a quedarse solo en la mitad de la nada y entonces lo vio.

 Salió de un bar, o lo que parecía un bar. La verdad era que todo su entorno tenía algo raro, como si lo estuviera viendo a través de una botella o de un vidrio empañado por el frío. Pero apenas lo vio, supo que era él. En sus sueños siempre lo sentía, no lo veía nunca lo suficientemente claro. Pero esta vez lo veía completo y era lo más hermoso que hubiese visto nunca. Su nombre era Q, lo sabía. Sacó él su celular y contestó una llamada y eso le causó curiosidad a P, pues el suyo seguía sin servir. Se acercó con cuidado para no asustarlo y cuando Q colgó, P lo saludó.

 Ambos entrecerraron los ojos. Al parecer el fenómeno visual lo sentía todo el mundo. Pero cuando Q lo tuvo en frente, se le dibujó una sonrisa enorme y se le lanzó encima a abrazarlo y besarlo. Y P no hizo nada para detenerlo, al contrario, le correspondió tanto el abrazo como el beso. Fue un tanto extraño pues no conocía bien a Q, al menos no en persona, en al realidad. Pero ahí estaban los dos abrazándose, Q diciéndole que menos mal que había decidido venir pues no le gustaba cuando peleaban. Le preguntó a P si había estado en la casa todo el tiempo y P asintió, sin saber de que le hablaba.

 Fue todo tan confuso, que P solo se dejó llevar de la mano hacia el interior del local donde los esperaba gente que no conocía pero que lo saludaron como si ellos sí lo conocieran. A algunos creyó reconocerlos de alguna parte y a otros no los había visto jamás. Estaban apenas bebiendo algo y decían que después de las doce era la hora perfecta para comer. El sitio no era un bar sino un restaurante y el dueño era uno de ellos que empezó a acercar fuentes y platos y bandejas con comida deliciosa. Q le dio otro beso a P antes de atacar las berenjenas gratinadas y otro más antes de los corazones de pollo con especias.

 Era surreal pero P quería estar allí todo lo necesario y aprovechaba cada segundo para verle la cara a Q, para recordar cada detalle de su rostro para que nunca la olvidase: tenía el pelo suave y algo más claro que él, era más alto y con una sonrisa enmarcada por unos labios color rosa. Tenía la nariz ligeramente grande pero muy bonita y la línea de la mandíbula marcada pero sin ser brusca. Su cuello era el de un hombre trabajador así como sus hombros. Sus manos eran suaves y él, todo él, olía a una mezcla de mandarinas y vainilla, algo fantástico.

 Entonces P se giró a la puerta y esperó que entraran miembros de su familia y sus amigos, gente a la que extrañaba profundamente. Pero ellos no venían. Pensó en qué estarían haciendo y esperó que no estuvieran solos, que no pasaran esa noche mirando las estrellas o durmiendo para escapar de la realidad, que es dura y fea.

 Sirvieron lasaña y hubo más besos de parte de Q, que se dio cuenta que P estaba algo triste. Solo dijo la palabra “familia” y eso lo hizo acreedor de un beso suave y largo, que les mereció burlas bienintencionadas del resto de los comensales. Fue ahí que P se dio cuenta pero no le importó. La lasaña estuvo deliciosa, así como el postre después e incluso la cidra casera. Se despidieron de los demás hacia la una y media de la mañana. A esa hora, las calles estaban cubiertas de niebla pero Q parecía tan seguro caminando que P solo se dejó llevar, una vez más.

 De la mano fueron hablando y compartiendo silencios. El camino pareció durar una eternidad pero no podía haber sido mucho tiempo. En ese lapso hablaron de su vida futura, de si comprarían por fin esa mascota de la que tanto hablaban o si siquiera la tostadora que a veces hacía tanta falta. A P le encantaba como Q era gracioso pero sin exagerar, era romántico pero lo justo y era autentico, cuanto podía serlo. Y P estaba más que feliz.

 Llegaron entonces a un edificio que parecía ser de eso que no llevaban meses en la ciudad y P siguió a Q cuando sacó unas llaves y abrió la puerta principal. Subieron dos pisos por las escaleras y luego Q abrió otra puerta y P trató de disimular que había quedado sin habla. Mientras P guardaba un vino que les habían regalado y hablaba de lo delicioso de todo en la cena, P se quedó en el recibidor y contempló algo que nunca había visto: su casa. Había fotos de él y de Q, en algunas juntos y en otras no porque había fotos de hacía muchos años. Cuando estaba en el colegio, por ejemplo. Q lo pilló viéndolo las fotos y no dijo nada, solo se le acercó en silencio y le tomó la mano.

 Lo llevo a la habitación y allí empezaron a besarse más y abrazarse y tocar los cuerpos del otro. Una a una, las prendas de vestir fueron cayendo al suelo formando montoncitos con los que nunca tropezaban. Primero las bufandas que se habían puesto para el frío, después las camisetas, después los zapatos seguidos de los pantalones. Al final las medias y la ropa interior, justo antes de cubrirse con la gruesa colcha blanca de la cama de matrimonio. Hicieron el amor. Así se llamaba lo que hicieron con tanta pasión y dulzura y cariño. No se podía negar nada. Cuando terminaron, se dieron muchos besos y se abrazaron, quedando encadenados bajo el hechizo del sueño que llegó justo al final.

 Cuando P se despertó, hizo un esfuerzo consciente para no abrir los ojos, hundiendo su cara en la almohada. Pero sabía que eso no podía durar. Entonces afrontó la realidad y contempló con pesar la habitación del hotel. Estaba desnudo y era ya más de mediodía. Pero eso le daba igual. Su mente lo había traicionado, le había jugado una mala pasada.


 O tal vez, solo tal vez, había visto un pedazo de su futuro y su cerebro y algo en el mundo se habían aliado para darle a probar un bocado de lo que podría suceder. Era muy conveniente verlo así pero así tenía que ser, justo en un momento en el que ya no quería seguir adelante, en el que estaba cansado de un esfuerzo que parecía inútil. Los extrañaba a todos y por eso lloró luego de despertarse. Porque también lo extrañaba a él, a Q, y ni siquiera sabía quién era.

lunes, 22 de febrero de 2016

La momia

   Nadie se dio cuenta de lo que había pasado hasta que el techo de uno de los apartamentos colapsó y el agua salió por todos lados. Además el piso nueve del edificio era un pantano y ya alguien se había quejado de que había agua bajando por las escaleras pero nadie había hecho mucho caso. Lo normal en esos casos es que el dueño del apartamento solo venga cuando es una emergencia y no cuando parecen inventos de los inquilinos. El caso es que desde ese día el edificio entero tuvo que ser puesto en cuarentena pues el agua acumulada había dañado gravemente muchas de las conexiones eléctricas y las mismas tuberías.

 Cuando los bomberos llegaron para evacua a la gente, los vecinos se sorprendieron cuando salieron del edificio con una camilla y lo que parecía un ser humano debajo de una bolsa de las que usan en la morgue. Pero el problema era que solo la habían puesto encima. Entonces cuando uno de los bomberos dio  un mal paso en el último escalón de las escaleras de la salida, el plástico negro se corrió y todo el mundo gritó, le taparon los ojos a los niños, alguna señora exagerada se desmayó e incluso algunos muy ágiles tomaron fotos que luego resultaron en Internet.

 El cuerpo en sí no era lo que había asustado a la gente. Al fin y al cabo que la gente se moría todo los días y, siendo verano, no era inusual oír casos de adultos mayores muertos por insolación o por mal manejo de los aires acondicionados. Eso era normal. Pero este cuerpo no había muerto por eso o al menos no lo parecía. Ese cuerpo estaba momificado y la policía no supo explicarse porqué. Al parecer lo habían encontrado en la salita donde tenía la televisión y allí mismo había muerto. Su muerte y la inundación debían estar conectados pero nadie tenía explicaciones detalladas todavía.

 La momia fue llevada a la policía y allí la analizaron día y noche y pronto, por los contratos y demás, se supo que la persona que estaba momificada en la morgue de la policía no era un inquilino del edificio. En un giro repentino de la historia, se pudo verificar que nadie vivía en ese apartamento hacía muchos meses. Se suponía que estaba ofreciéndolo en alquiler pero la inmobiliaria confesó que habían dejado de mostrarlo por diversos factores, casi todos relacionados con la falta de varios arreglos necesarios para ofrecer la mejor calidad de vida.

 Lo primero que concluyeron los medios fue que el personaje momificado era un ilegal que se había metido a la casa, aprovechando que estaba vacante, y por alguna mala fortuna había muerto allí, tal vez mirando televisión o tal vez preparándose un baño. Algunos incluso iban más lejos y alegaban que quien fuera ese hombre, porque habían concluido que lo era, había querido perjudicar a la gente del edificio enviado por alguien más. Una pelea de vecinos era la razón para esa teoría.

 Mientras tanto el edificio seguía en mantenimiento profundo pues la cantidad de agua que se había acumulado en el baño del noveno piso había descendido al colapsar el suelo y había recorrido toda la estructura hasta la entrada misma del lugar. No había apartamento que no estuviese, al menos en parte, perjudicado por la inundación. Y las zonas comunes también habían quedado vueltas al revés. Un reportaje de la televisión entró al lugar para revisar el estado de todo y solo habiendo pasado unos días, el lugar parecía abandonado desde hace años. La escalera principal solo podía ser utilizada hasta el segundo piso, pues el resto o ya había colapsado o estaba en riesgo de hacerlo.

 Otro escándalo emergió cuando el propietario del edificio confesó que no tenía como pagar los daños causados al edificio. Explicó en televisión que no había tantos inquilinos y las rentas no eran altas, por lo que con lo que la gente pagaba si acaso hubiese podido pagar la recuperación de las redes de servicios pero no arreglar los pisos o las escaleras, ni siquiera los muros que ahora se estaban desmoronando pedazo por pedazo. Los inquilinos se quejaron y denunciaron al dueño, calificándolo de tantos nombre que era difícil seguirles la pista con tanto calificativo que usaban. El caso era que no confiaban en él y exigieron a la policía otra investigación.

 Esos eran otros con problemas. No habían avanzado mucho con lo de la momia y la gente del barrio se estaba quejando por el edificio, pues no solo la humedad se sentía con fuerza en los alrededores, sino que temían que l estructura se viniese abajo en cualquier momento y pudiera haber algún herido por culpa de la negligencia de los servicios de la ciudad. El pobre jefe de policía iba de un lado a otro, entrevistándose con los vecinos, luego con los inquilinos del hotel y finalmente con varios inmigrantes de toda la ciudad que sospechaban sabían algo del muerto, pero eso era una pantalla de humo pues la verdad era que no tenían ni idea de cómo avanzar.

 La clave llegó en forma de una mujer. Era una chica de unos veintinueve años, alta y bonita pero no muy arreglada. Temblaba un poco, por nervios tal vez o por costumbre, y al hablar tenía un marcado acento del este de Europa. Se le vio primero por el barrio preguntando por el hombre de una foto que tenía ella en el bolsillo. La mostraba y preguntaba si alguien lo había visto, si alguien sabía algo de él. Pero la gente no estaba de humor para ello y la mayoría negaba con la cabeza sin siquiera ver la imagen. Cuando fue denunciada a la policía por algún vecino exagerado, confesó que su hermano era el de la foto y que no lo veía hace mucho tiempo. La policía averiguó rápidamente que la mujer había sido ilegal hasta hace unos meses y que en efecto tenía un hermano pero en su país.

 Ella no quiso explicar nada con detalle. Solo les dijo que su hermano había sido contratado por una de las mafias para sacar unos documentos de un apartamento. Le explicaron que eso era robo y ella los miró con pánico y dijo que lo sabía pero que su hermano nunca le explicó nada y había sido solo hasta hacía poco que uno de los hombres que lo habían contratado se le había acercado para decirle en que barrio encontrarlo. Y por eso había estado preguntando y molestando a la gente en ese barrio en concreto, porque quería saber de su hermano y si la mafia lo había matado o qué había pasado con él.

 Los médicos forenses, con ayuda de registros dentales importados del extranjero con ayuda de la mujer, pudieron anunciar que la momia era en efecto el joven ilegal. La mujer se desmayó cuando supo que su hermano era ahora un momia y explicó que eso en su cultura era significado de un embrujo o una maldición. Empezó a hablar en un idioma que nadie entendió y colapsó en la morgue, con los médicos asustados y los policías ya hartos de un caso tan extraño.

 Explicar la momificación resultó sencillo pues era algo que ya había pasado en otros lugares. La combinación de la temperatura del aire, de la habitación como tal y la forma en la que estaba el cuerpo, todo ayudaba a que el pobre hombre se hubiese momificado. La humedad proveniente del cuarto también era un factor importante. Se pudo averiguar que el cuerpo había estado allí por lo menos un par de meses y que la habitación inundada lo había estado casi por el mismo periodo de tiempo. Es decir, que los vecinos pudieron haberse dado cuenta a tiempo pero nadie dijo nada.

 La muerte como tal del pobre chico era algo más difícil de explicar. Se buscaron orificios de bala pero no había ninguno, tampoco huecos por puñaladas consecutivas ni marcas de laceraciones por ningún otro objeto. El cuerpo estaba perfecto excepto por el hecho de estar muerto y momificado. Puede que hubiese tenido alguna complicación respiratoria o tal vez una alergia grave contra algún tipo de producto. O tal vez fue el corazón el que falló. Todos los resultaron eran poco concluyentes porque la hermana dijo que no permitía que abrieran el cuerpo pues necesitaba enterrarlo y que descansara en paz.

 Viendo que no se iba a concluir nada sin una autopsia, la policía se rindió y entregó el cuerpo a la hermana. Ella lo enterró, luego de hacer un rezo y una especie de ritual con un sacerdote de confianza, y anunció a la prensa, siempre ávida de más detalles, que su hermano descansaba en paz y que el cuerpo dejaría pronto de ser una momia para convertirse en lo que todo los cuerpos debían convertirse eventualmente: polvo.


 Nadie nunca supo entonces la razón de la muerte del joven, que había sido por un simple piquete de avispa ni tampoco sabían que los papeles más incriminatorios de la historia de la ciudad habían sido destruidos al él mismo ponerlos en la bañera y abrir los grifos tanto de la misma bañera como del lavamanos. Se había quedado para aprovechar la televisión y allí había muerto, sin cerrar las llaves y sin escuchar el sonido de un cuarto de baño,  diseñado para también ser refugio antibombas hacía muchos años, llenándose más y más de agua.

sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.

lunes, 2 de febrero de 2015

Ágata

   Su nombre era Ágata. Era una gata bastante peluda, con ojos grandes y de un amarillo penetrante. Sin embargo, era imposible no verla en donde estuviera. Atraía las miradas con su hermoso semblante y aparente elegancia. Se estiraba suavemente en cualquier superficie placentera que encontrara y casi siempre dormía plácidamente, obviamente sin ninguna preocupación en el mundo.

 La hermosa gata era propiedad de Yrina, la famosa supermodelo rusa. La mujer viajaba por todos lados pero nunca olvidaba a su inseparable amiga felina. Ágata había sido un regalo de un novio que la mujer había tenido pero el amor terminó pronto y lo único que le quedó a Yrina fue la gata. Eso sí, todo ocurrió un año antes de que se volviera famosa y ahora la modelo reía sola al pensar en lo arrepentido que estaría el idiota que le había dado a la gata. Seguramente estaría golpeándose contra una pared.

 Ágata sabía de esto ya que, de vez en cuando, Yrina reía macabramente cuando le acariciaba su pelo. Vagamente recordaba al hombre que le había regalado y entendía que todavía tenía un efecto particular en su dueña. También la había visto llorar cuando la relación se había terminado y la había visto pasar por muchas cosas más, así que no sabía de en verdad ese chico se arrepentiría o si, más bien, se sentiría aliviado.

 Siendo una gata, era ciertamente difícil juzgar a los seres humanos. Eran criaturas para ella interesantes pero muy complicadas. A pesar de lo que oía alrededor, sobre todo de quienes venían a maquillar o peinar a su ama, las hembras y los machos de la especie humana eran iguales en todo sentido, incluida su ingenuidad, cinismo y tontería. Podían ser muy inteligentes y muy estúpidos y se preocupaban por cosas que ella no entendía. En esas ocasiones, prefería recostarse por ahí y dormir una buena siesta.

 No podía negar, nunca, que Yrina era una buena humana con ella y, al fin y al cabo, eso era lo que contaba. La peinaba en sus ratos libres y, lo había notado desde el comienzo, Yrina era otra persona cuando estaban solas. Solía comer comida más apetitosa que las comidas raras que muchas veces le hacían comer y veía mucha televisión. Claro que Ágata no entendía nada de lo que decía o mostraba ese aparato, pero casi siempre su ama la ponía en su regazo y la acariciaba mientras veía alguna película. Era realmente relajante.

 Diametralmente eran los días de trabajo. Yrina casi nunca la tocaba, a menos que fuera para quitarla de un sitio donde no debía estar. Parecía que no supiera que los gatos no pueden quedarse siempre en un mismo sitio.  Los gatos necesitan moverse, explorar, cazar y jugar un poco. Pero cuando decenas de otros seres humanos estaban alrededor, esto se volvía imposible. Ágata prefería dormir antes que ser acariciada por algún desconocido.

   Más de una vez había rasguñado a alguien con sus garras, que siempre eran cortas, porque odiaba a los desconocidos. Era insoportable que se acercaran haciendo ruidos idiotas y acariciando mal, a veces frotando mucho, como si estuvieran acariciando a un oso polar. Pero cuando rasguñaba, mejor dicho cuando se defendía, Yrina se enojaba bastante y la regañaba. Esto era insoportable, no solo por el factor de la comida, sino porque Yrina el único ser humano que Ágata soportaba y era como ser rechazado por un buen amigo.

  Además, estaba lo extraño. A veces cuando estaban solas, Yrina se comportaba de una manera muy extraña. Tenía días en los que fumaba bastante, tanto que parecía a uno de esos coches viejos que todavía andan por ahí. Además, se encerraba en el baño por horas y, muchas veces, Ágata la esperaba afuera y arañaba la puerta pero jamás conseguía respuesta. Ni un regaño, ni un grito, ni una afirmación. Nada.

 Podía ser un gato, pero Ágata sabía que algo no iba bien, unos tres años después de haber sido regalada a su ama. Nunca había sido un ser humano particularmente jovial pero ahora parecía que no sonreía nunca y, Ágata pensó, que se veía cada vez más fea. No era buena jueza de la belleza humana pero siempre había pensado que Yrina era bastante agradable a la vista.

 Ya no era así. A veces, cuando dejaban de viajar y regresaban al apartamento que compartían. Ágata se quedaba mirando a su ama mientras dormía, cuando dormía. Parecía verse más pequeña, como reducida por un dolor o por algo que ella no pudiera controlar. Además su pelo, que siempre había sido bello (aunque Ágata pensaba que los gatos les ganaban a los humanos en esto), parecía menos vivo, más opaco y triste. Lo mismo sus dientes. La hermosa sonrisa con la que tantas veces había saludado a la felina, ya no existía.

 Sin embargo, el trabajo por esa época parecía haber aumentado. Yrina lucía cada vez peor pero tenía más trabajo. Ágata agradecía que la llevara a todos los sitios a los que iba, así fuera a países lejanos. No era muy alegre viajar en un avión que solo hacía ruido y en el que se podía casi mover, pero la recompensa era ver a su ama feliz, o al  menos fingir felicidad. No sabía nunca cuando era una cosa o la otra pero, Ágata pensaba, al menos parece intentarlo.

 Pasó otro año, de viajes y mucho trabajo, y Ágata empezó a notar algo más. El apartamento que por tanto tiempo había sido para ellas solas se convirtió en un centro de eventos. Casi no pasaban dos días antes de que decenas de seres humanos, todos descuidados, llegaran y dejaran el sitio hecho un desastre. Incluso el cojín favorito de Ágata era movido de un lado al otro, como si fuera alguna diversión enfermiza.

 La gente que venía se parecía a la nueva Yrina. No eran mujeres particularmente bellas ni hombres naturales sino gente que parecía haber salido de uno de los programas que la gata veía que su ama veía en la tele hacía mucho. La mayoría de los humanos iban demasiado arreglados y, a juicio de Ágata, se veían ridículos. Era cierto que nunca había entendido el concepto de la ropa, pero incluso ella podía ver que no era lo apropiado, el modo de vestir de esas personas.

 Además, nunca había visto a ninguno de esos humanos. Ni en la casa, ni en ninguno de los trabajos pasados de la modelo. Y Ágata se preciaba de tener una buena memoria. Que hacían entonces toda esa gente en el apartamento y porque tan seguido? Todos bebían líquidos que olían horrible y sabían peor (era imposible ignorar las manchas por todos lados) y, curiosamente, no había un solo plato de comida en toda la casa.

 Lo único que ágata siempre encontraba gracias a Lupe, una mujer que venía de vez en cuando, era su comida y un plato lleno de agua en un rincón que era solo para ella. Incluso los invitados de las fiestas nunca entraban allí. Aunque había habido una vez, en la que había encontrado a dos seres humanos allí pero el calor era tal que había salido corriendo al instante. Odiaba el calor.

 Y así siguieron las cosas, por meses y meses hasta que un día se quedaron las dos solas de nuevo. Ágata, apenas se despertó, corrió al cuarto de Yrina para despertarla con su ronroneo pero no había nadie en la cama. Seguramente, pensó la gata, estará en el baño. En efecto, la puerta estaba entreabierta y, con dificultad, Ágata pudo entrar. Su ama estaba tendida en el piso y tenía una bolsita al lado llena de algo que no pude saber que era.


 Cuando Lupe llegó, Ágata la atrajo hasta el baño y allí cambió todo. No solo fueron los gritos de Lupe ni que la llevaran a un hogar para animales. Era también el hecho de que, al final, mientras Lupe corría gritando por todos lados, Ágata se acerco a su ama y la olió. Entonces entendió que su vida iba a cambiar porque su ama ya no estaba. No se preguntó que sería de ella sino que pensó: “Que pasó con mi ama, con Yrina?”.