Mostrando las entradas con la etiqueta pensar. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta pensar. Mostrar todas las entradas

viernes, 7 de septiembre de 2018

Cambio climático


   Lo primero que hice al llegar a casa fue quitarme la ropa y echarla toda a la lavadora. Luego, en mi habitación, me puse unos pantalones cortos de una tela muy cómoda y una camiseta tipo esqueleto blanca que tenía para cuando tuviese que hacer manualidades en la casa. No me puse zapatos ni medias, estuve descalzo todo el rato mientras hacía la comida y veía un poco de televisión al mismo tiempo. Las imágenes que pasaban en la pantallas eran desoladoras pero no del todo increíbles.

 Incendios voraces arrasaban árboles y casas, por todas partes. Al comienzo era solo en países con mucho bosque, donde las temperaturas estivales se habían disparado de golpe. Pero ahora en todas partes, incluso en los países donde se suponía que debía estar haciendo frío. Y no solo habían incendios sino muertos por todas partes a causa del calor tan insoportable que hacía durante el día. Durante la noche las cosas se calmaban un poco pero todo el asunto había causado una epidemia importante de insomnio.

 Además ya se estaban reportando más casos de virus peligrosos en zonas en las que antes jamás se había oído mencionar nada por el estilo. Fue un poco chocante ver todas esas imágenes mientras cocinaba. Tanto así que, cuando serví mi comida en la mesa, tomé el control remoto y cambié a un canal en el que estuviesen hablando de otra cosa. No le puse más atención al televisor, solo me gustaba tener una voz en la casa, alguien que hablase en voz alta para yo no tener que hacerlo. Sería un poco raro hablar solo.

 Comí mi pasta con albóndigas en silencio, a vez mirando el celular y otras veces mirando al televisor como quien mira una ventana. Cuando acabé de comer, me limpié el sudor de la frente y pensé seriamente en ducharme antes de salir. Pero algo me indico que sería un desperdicio de agua, puesto que estaría sudando en pocos minutos. Tenía una cita a la cual asistir pero tanto lío con el clima me había bajado un poco el ánimo en cuanto a lo que se refiere a relaciones interpersonales. No parecían prioritarias.

 Sin embargo, mientras lavaba los platos, él me llamó. Me sentí un poco raro, como si estuviese de vuelta en la escuela. Usaba el celular solo para enviar mensajes y cosas por el estilo, pero casi nunca para hacer llamadas. El solo sonido del timbre me fastidiaba. Contesté porque vi su nombre en el centro de la pantalla brillante. No sé que tipo de voz utilicé o si me escuchaba tan abatido como me sentía. El caso es que reafirmamos la hora y el lugar de la cita, así que ya no tenía opción de echarme para atrás. No era que no quisiera verlo, pero la verdad no moría por salir a la calle.

 Lo bueno, y esto es relativo, es que la cita era para media hora después del anochecer. En teoría, la calle estaría menos cálida que en el día. Sin embargo, era viernes y eso significaba que todos los lugares estarían a reventar. Era gracioso que la gente se quejara del calor todos los días pero no pareciera tener ningún problema con meterse en una discoteca empacada con cientos de personas, todas moviéndose al mismo tiempo. Era casi masoquista pero nadie parecía reconocerlo. La gente puede ser muy extraña.

 Decidí no ducharme y dejar que me conociera como estaba. Se supone que hay que esforzarse cuando se tiene una cita o algo por el estilo pero la verdad es que no me daban muchas ganas de lucirme. Había que ser realista y nosotros lo que queríamos era algo más estable que una simple relación sexual. De hecho, ya habíamos intimado y sabíamos que nos entendíamos bien en ese aspecto pero queríamos intentar algo nuevo, algo diferente que pudiese tal vez ofrecernos algo que no teníamos ya y que nos urgía.

 Yo hacía mucho no tenía una relación estable con nadie e intentarlo parecía ser una aventura divertida. Sabía que no tenía porqué ser así pero parecía la persona apropiada para intentarlo. Sin embargo, con el calor que hacía, no venía mal que me conociera sudando y quejándome, como era yo en realidad mejor dicho. Me puse ropa igual de cómoda pero un poco más agradable a la vista, así como zapatos y medias que fueran con el calor que igual se sentía en las noches. Algo de perfume fue mi último toque antes de salir.

 No había llegado a la escalera cuando la vecina salió de su apartamento, quejándose de una cosa y de otra. Cuando me vio, dijo casi a gritos que habían quitado el agua. Yo, por supuesto, no tenía como haberme dado cuenta. Iba a devolverme a mirar, pero el tiempo estaba contado y no quería llegar tarde. Le dije a la vecina que seguramente era algo temporal, aunque no me creí ni media palabra de lo que dije. Ya habían reportado tuberías reventadas por el calor en otros puntos de la ciudad, así que se veía venir.

 Lo malo de verme con él a la hora acordada era que de todas maneras tenía que salir de día. Hice una nota mental para recordar ese error en el futuro y caminé con paso lento a la parada más cercana de buses. Esperé poco tiempo pero dejé pasar al primer bus porque iba hasta arriba de gente y era evidente que no estaba funcionando el aire acondicionado. El segundo bus, al que me subí, iba solo un poco menos lleno pero al menos sí tenía una temperatura agradable. Así que aguanté mientras llegaba a mi destino. Creo que cuando bajé, lo hice casi empujando y corriendo del desespero.

 Me arreglé un poco el pelo, viendo mi reflejo en el vidrio de una tienda, pero no tenía mucho caso intentarlo. Fue entonces cuando escuché una explosión que me hizo agacharme y sentir algo de miedo. Sin embargo, pronto tuve respuesta acerca de la proveniencia del ruido: se había tratado de las llantas delanteras de un taxi, que habían estallado debido a las altas temperaturas del pavimento. Mucha gente gritaba exageradamente, al ver como el asfalto se había derretido casi por completo.

 Yo me quedé mirando solo un rato, en el que olvidé por completo la razón que me había sacado de mi casa. Caminé hacia el lugar de la cita pensando en todo lo que había visto ese día y desde el comienzo de la ola de calor. Era horrible como parecía que todo había cambiado de golpe, sin aviso, y hacia un destino que parecía francamente horrible. No era solo algo de calor sino un peligro serio para todos. Por estar pensando en ello, casi cruzo un semáforo sin tener el paso. Los ruidos de las bocinas me devolvieron al mundo real.

 Cuando llegué, el ya estaba allí. Y creo que fue en ese momento en el que me di cuenta de que había tomado la decisión correcta. Vestía una camisa muy linda, de color azul con motivos florales. Llevaba también un pantalón corto blanco y zapatos del mismo color con medias azules como la camisa. Se había peinado bien pero, como yo, tenía el sudor marcado ya por todos lados, incluso en las exilas. Se veía apenado pero yo solo sonreí como un idiota y lo abracé cuando estuvimos bien cerca, el uno del otro.

 Me propuso comer un helado y asentí como un tonto. Empezamos a hablar e, inevitablemente, el tema fue el clima. Me contó que en el hogar para adultos mayores donde vivía su abuela ya habían muerto cinco ancianos y parecía que las cosas se podían poner peor. Visitaba a su abuela con frecuencia porque le quedaba cerca y porque tenía miedo de lo que le pudiese pasar. Se limpió en un momento el sudor y me miró entonces a los ojos. Su expresión era de una profunda preocupación. Me hizo sentir mucho en segundos.

 De golpe, la luz en la calle pareció titilar. Se hizo menos intensa, luego más intensa y luego se apagó y no se volvió a encender. La gente gritaba y reía y hablaba y nosotros no dijimos nada. Seguimos caminando, incluso sabiendo que lo hacíamos solo por hacer algo, por movernos.

 La heladería estaba rellena. Estaban casi regalándolo todo pues sin electricidad el negocio no podía funcionar. Como él era alto, fue capaz de pasar la multitud y tomar dos helados para nosotros. Cuando me dio el mío, respondí a un impulso y le di un beso en la mejilla. Él respondió, en la casi oscuridad.

viernes, 24 de agosto de 2018

No soy de los que golpean


   Hundí mi puño lo más que pude en su estúpida cara. Lo hice una y otra y otra vez, hasta que mi puño se sintió herido también y caliente de la sangre que brotaba de las heridas del otro. Su sangre era más roja que la mía, más liquida incluso. No sé porqué, pero eso me dio tanto asco que seguí sosteniéndolo con una mano y golpeándolo con la otra. Ya no era desafiante y orgulloso, como hacía pocos segundos. Ahora parecía querer protegerse de mi puño, parecía asustado. Entonces lo noté y no pude evitar reírme.

 Era como si alguien más se hubiese reído pero había sido yo. Había bajado un poco la mirada y había notado como sus pantalones se iban mojando desde adentro. Mi risa me lastimó incluso a mi y lo puso a él a llorar. Fue cuando lo solté, dejándolo caer al suelo. Pensé que saldría corriendo o algo por el estilo, tal vez una sarta de insultos. Pero no, se quedó allí tirando, como un trapo viejo y sucio. Creo que lo herí mucho más de lo que pensaba y tal vez incluso lo había dejado algo traumatizado, como hombre adulto que era.

El primero en irse resulté ser yo. Era ahora obvio que todo el peso de la ley me iba a caer encima, como una ducha con aceite. No iba a ser fácil dar conmigo, después de que él le dijera a todo el mundo lo que le había hecho. Sí, era un prepotente, un tipo conocido por reducir a todos los demás a algo mucho menor que nada. Él había sido el golpeador tantas veces que seguramente jamás se había imaginado que alguien lo golpearía de la misma manera, que alguien se atreviera a desafiar su poderío sobre los demás.

 Pero yo lo hice. Y mientras lo hice, sentí mucho placer. No había sido nunca del tipo de personas que golpean a otras, pero esta vez todo había confabulado para que las cosas pasaran como lo hicieron. Sus estúpidas palabras llegaron a mis odios en un día en el que todo estaba al revés, en el que nada parecía ir bien para mí. Sus palabras fueron la gota que derramó el vaso y por eso recurrí a una medida que jamás había utilizado. Creo que jamás había golpeado a nadie en mi vida. Tal vez por eso fui tan salvaje.

 Al comienzo, me le acerqué y lo empujé. Él, como buen gallo de pelea, lanzó el primer golpe y acertó. Sin embargo, eso fue lo suficiente para volverme loco. Fue entonces que yo lancé un golpe y luego otro y luego otro. Y él fallaba porque mi velocidad era ahora más alta que la suya y mi precisión mucho más certera. Le di puños en el estomago e incluso usé mis piernas para herirlo en su masculinidad. Eso también me dio risa pero no reí, solo disfruté del momento. Fue entonces que tomé su cabello entre una de mis manos y lo sostuve fuerte para poder golpearlo a mi placer, sin ningún tipo de límite.

  Caminando, alejándome del lugar de los hechos, me di cuenta de que tenía su sangre por todo el antebrazo derecho. Y mis nudillos, pobrecitos ellos, se habían abierto un poco de la cantidad de golpes que había propinado y de la cantidad de hueso que había golpeado. Porque el tipo ese era un flaco alto, uno de esos en los que la fuerza yace en el peso mismo de sus huesos de caballo. El idiota jamás había peleado en su vida ni entrenado para hacerlo, solo tenía el cuerpo apropiado y por eso se aprovechaba de otros.

 Yo, en cambio, era de carne blanda. Era torpe para muchas cosas, sobre todo con las que tenían que ver con las manos. Y sin embargo, las cosas habían pasado como habían pasado. Me limpié la sangre con el suéter que llevaba puesto, recordando que debía echarlo a la lavadora sin que mi madre se diera cuenta. Tenía entendido que la sangre era fácil de lavar, así que no deberían quedar rastros en la prenda después de pasar un buen rato en la lavadora. Hice la nota mental mientras caminaba frente a varios comercios.

 En el reflejo de uno de los vidrios de los aparadores, me di cuenta de que mi cara también tenía rastros de la pelea. Eran solo un par de moretones, pero lo suficiente para que mis padres pensaran que había estado en una pelea. Seguramente armarían un lío tremendo, llamando al director de la escuela y hasta a cada uno de mis profesores. Eran del tipo de gente que no podían dejar de pasar nada, tenían que meterse en todo y dar su opinión de cada cosa que pasara en sus vidas y en las vidas de otros.

 Los amo, como todos a sus padres, pero a veces me sacan de quicio y por eso salgo tanto a la calle. Me paseo por ahí, voy a sitios lejanos de mi hogar, compro libros y golosinas con el dinero que gano haciendo mandados y de vez en cuando fumo algo en algún parque solitario. De hecho, mi mano adolorida sintió el bultito que hacían el porro de marihuana y el encendedor en el bolsillo. Fue entonces que caí en cuenta que debía tirar el porro antes de que algún policía me detuviera por mi aspecto.

 Caminé más deprisa y entonces tuve una idea. La idea equivocada pero la tuve antes que la idea correcta, y por eso la elegí. En vez de tirar el porro en el bote de la basura más cercano, decidí ir a un pequeño parque que conocía muy bien. Era cerca y la gente nunca iba cuando había un clima tan feo como el de ese día. Estaba ya goteando y para llegar había que subir una pequeña loma. Así que no habría nadie y podría fumarme el porro en paz, ayudando así a mi recuperación de forma más pronta y agradable. Me encantaba convencerme de cosas que sabía que no tenían sentido, pues no había nadie para contradecirme.

 Cuando llegué al parque, vi que tenía toda la razón: no había absolutamente nadie en el lugar. Di la vuelta buscando algún mendigo o algún niño perdido de su madre, pero el lugar estaba solo. Me senté en la única banca que había y, mientras prendía el porro, observé la vista desde allí. Era muy hermoso, con árboles en primera línea y edificios en segunda. Pero más allá, a lo lejos, se veía el resto de la ciudad. Allá lejos, donde mucha gente trabajaba y vivía y se divertía. Donde parecían haber mejores posibilidades.

 Claro que eso era una ilusión porque en ningún lugar cercano había verdaderas posibilidades de nada. Era un terreno intelectualmente muerto y por eso estaba yo cada vez más desesperado. El colegio ya se terminaba y tenía que tomar el siguiente paso. Le di una calada al porro y aguanté el humo lo más que pude, mientras que pensaba en que no sabía quién era ni lo que en verdad quería. Pensaba que era un tipo tranquilo, sereno, que no se metía en líos. Y sin embargo, casi había matado a golpes a un infeliz.

 Sonreí de nuevo. No supe si era la marihuana o si de verdad todavía me hacía gracia el hecho de que el idiota ese se meara encima. Creo que era un poco de ambos. No puedo negar que lo que hice lo disfruté y mucho. No solo porque se lo merecía sino porque pude sentir poder sobre alguien y, debo decir, que no hay nada como eso. Ese miedo es muy interesante, causa una reacción química en mi interior que me hace ver todo de una manera muy extraña. Me fascina al mismo tiempo que me asusta.

 Por eso sé que no sé quién soy. ¿No es eso gracioso? Solo sé que debo seguir hacia delante, sin importarme nada más sino que existo en este mundo y por lo tanto debo seguir moviendo porque, si me detengo por completo, el mismo sistema existente se encargará de devorarme por completo. Lo que hice antes, golpear al tipo ese, fue una anomalía que seguramente no se repita. De hecho, puede que ya me esté buscando para romperme a cabeza de una manera aún peor de lo que yo podría imaginarme. No me sorprendería.

 Fue entonces cuando, a medio porro, sentí que alguien se acercaba. Mis reflejos ya más lentos, no escondí la marihuana a tiempo. Así que quién entró la vio. Se detuvo un momento y luego solo tomó el porro de mis dedos y se sentó a mi lado, contemplando la vista mientras daba una profunda calada.

 Su cara no estaba tan mal como yo pensaba. No quise mirarlo mucho porque no sabía qué hacer en ese momento, pero estaba seguro de no querer pronunciar más palabras de las necesarias. Sin embargo, sí noté que la mancha de orina seguía allí. Después me pasó el porro y más tarde él lo terminó, en silencio.

miércoles, 13 de junio de 2018

Habilidades especiales


   Volé sobre el mar por varias horas, hasta que sentí que había llegado al lugar correcto. Dando una voltereta un poco tonta, aterricé cerca de un acantilado hermoso. La luz de la tarde acariciaba a esa hora toda la costa y las sinuosas grietas de toda la zona se veían todavía mejor con esa luz color ámbar que lo bañaba todo. Los animales, más que todo aves, parecían haberse calmado solo por la presencia de semejante fenómeno natural tan apacible. Era un lugar perfecto para alejarse del mundo y poder pensar un poco.

 Al menos eso era lo que yo había ido a hacer allí. Después de tanta cosa, de peleas con personas de un lado y de otro y de batallas reales con consecuencias abrumadoras, había decidido que tenía derecho de irme lejos para poder pensar un poco. Sabía que mi decisión no sería bienvenida con todos pero la verdad eso era lo de menos. No podía agobiarme a mi mismo tratando de complacer a los demás, no en ese momento. Necesitaba pensar en mi mismo por un tiempo, saber qué era lo que necesitaba como ser humano.

 Ser humano… Que gracioso suena decir eso e incluso pensarlo. Ser un humano… Y yo vuelo y vine aquí después de viajar una larga distancia. Y la gente que conozco, con la que trabajo, tiene las mismas características, aunque no todos vuelan. Por ejemplo, Loretta sabe gritar de una manera que a nadie le gustaría escuchar jamás. Es gracioso porque suele ser muy callada, tal vez por eso mismo. Y Antonio puede manipular la forma de su cuerpo a voluntad. Se puede meter por donde quiera, no hay nada que lo detenga.

 Y Javier… Mierda, olvidaba lo mucho que me duele pensar en él. Solo hemos podido hablar solos un par de veces, y en ambas ocasiones ha pasado algo que no nos ha dejado decir mucho más que algunas frases sin sentido. Él anda para arriba y para abajo con Marta, esa chica rubia que básicamente es la secretaria de nuestro jefe. Ella no es especial como nosotros pero se comporta muchas veces como si viniera de otro planeta. Desde que trabajamos todos juntos me ha caído bastante mal y ahora es cada vez peor. No la soporto.

 Su mirada es siempre condescendiente y habla como si le estuviera explicando todo a un montón de niños de preescolar. Creo que no soy el único que no aprecia su presencia en el equipo, pero ciertamente sí soy el único que se ha ido a discusiones verbales con ella. Jamás he sido muy bueno que digamos en eso de callarme y seguir adelante. No puedo. Tengo que decir lo que pienso, así sepa que voy a herir a alguien con mis palabras. Pero ella parece estar hecha de teflón o algo por el estilo porque parece que nada le hiciera daño. Las cosas, sin embargo no son peores y eso es por Javier.

 Al comienzo, tengo que confesar, que no lo había detallado mucho. Pasaron seis meses hasta que nos hablamos por fin. Fue un breve intercambio en un ascensor. Hablamos de nuestras habilidades especiales y de nuestra vida justo antes de empezar a trabajar en el equipo. No dijimos nada demasiado profundo ni demasiado personal. Fue un simple intercambio de palabras entre personas que trabajan en un mismo lugar. Fue cordial y amable, ni más ni menos. Y sin embargo, debo confesar que sentí algo entonces.

 Mientras camino por el borde del acantilado, mirando como el mar crea cada vez más espuma sobre las rocas, recuerdo como empecé a pensar en él cada vez más. Era como obsesión que había nacido y se apoderaba cada vez más de mi mente e incluso de mi cuerpo. La segunda vez que hablamos fue mucho después, cuando ya habíamos trabajado de manera activa juntos. Debo decir que cuando mencioné antes que habíamos hablado solo dos veces, me refería a después del incidente. El muy desafortunado incidente.

 Nuestra versión oficial era que no había pasado nada y que todo lo que la gente decían eran puros chismes que buscaban crear algo donde no lo había. Pero nosotros tres, Javier, Marta y yo, sabíamos muy bien que todo lo que se decía por ahí era completamente cierto. Era muy complicado parecer indiferente ante algo que todos parecían interés en discutir. Además cada uno lo asumía de manera diferente: unos de verdad querían saber y preguntaban detalles y otros se hacían los indiferentes pero obviamente querían saber más también.

 Al fin y al cabo, lo único que habíamos hecho era darnos un beso. Aunque eso sonaba demasiado romántico. No había sido tanto un beso como una acción de extrema urgencia que habíamos tenido que tomar en el frente de batalla. Javier había sido herido gravemente y su respiración parecía haberse detenido. Por radio, nos dijeron que lo mejor era ayudarlo a respirar. Eso solo podía hacer con un masaje cardiaco, imposible en nuestra situación, o con respiración de boca a boca y masajes en el área abdominal.

 El problema recaía en que Javier tenía una habilidad bastante peculiar y es que absorbía la energía de cualquier ser humano que lo tocara. Al parecer era algo que podía manejar pero solo cuando estaba consciente y en buen estado de salud. Así, desmayado como estaba, no se sabía. Fue Marta quién sugirió que yo lo hiciera. Pensaba que la habilidad de Javier podría matarla a ella pero yo, por mis poderes, podría sobrevivir. Tengo que admitir que ella no tuvo que insistir mucho. Lo hice sin pensar en nada, lanzándome al vacío como lo había hecho antes en tantas ocasiones. El eterno irresponsable.

   Al comienzo, no sentí nada. Pero luego empezó un cosquilleo en mi boca que se hizo cada vez más notable con cada intento para que Javier pudiese respirar de nuevo. Mis labios y mi cuerpo entero hacían lo que podían, bombeando aire dentro de Javier para que este pudiese vivir. Pero por alguna razón, no funcionaba. Fue como al décimo intento cuando vimos signos de vida en él: tosió y se movió un poco. Yo estaba feliz. Detuve mis intentos y lo miré a los ojos. Fue entonces cuando sentí arder mi alma.

 Esa es la mejor manera que tengo para describirlo. Mientras veo como el sol cae en el mar para ocultarse durante otra noche más, recordé como ese ardor indescriptible recorría mi cuerpo y parecía hacerme querer ver el infierno. No recuerdo gritar pero Marta dice que lo hice. Incluso, la única vez que hablamos de ello, en presencia del jefe, dijo haber visto como mis ojos se ponían de un color rojo brillante. Dijo estar muy asustada y no querer hablar nunca más del tema. Y no lo hicimos, con nadie.

 La gente solo sospechaba que yo había besado a a Javier para salvarlo, eso era todo. Se burlaban a besos, haciendo chistes idiotas acerca del momento. Ellos no estaban allí, así que no tenían idea de cómo había sucedido todo. No sabían del afán que tuvimos de salvarle la vida a Javier y no tenían ni idea, ni podían imaginarse, que algo dentro de mi cuerpo se había despertado con esos “besos”. En vez de quitarme energía, parecía que Javier me había dado algo que yo no había poseído antes. Desde entonces, tengo miedo.

 Por eso vine aquí, a un lugar que solo había visto en documentales y películas. Es una isla sin habitantes en las costas escocesas. Gente ha venido aquí en muchas ocasiones pero nunca se quedan mucho tiempo. El mar y el viento no dejan que la gente se acostumbre al clima tan severo. Hay tormentas con frecuencia, por lo que no es raro que la lluvia cubra toda la superficie del lugar por varias horas. No es un sitio al que alguien vendría a buscarme y precisamente por eso me vine volando hasta aquí.

 La luz ya se había ido. El sol ya no estaba pero entonces la Luna apareció tras unas espesas nubes oscuras e iluminó el extenso mar que había abajo. Me senté al borde del acantilado, sin miedo de caerme. Había perdido el temor a muchas cosas con el paso del tiempo, una de ellas las alturas.

 Entonces sentí de nuevo ese ardor en el pecho. Por un momento pensé que me iba a partir el cuerpo en dos. Pero entonces lo logré dominar, o eso creo. Fue entonces cuando entendí que no debía quedarme allí mucho tiempo. Tenía que volver. Tenía que hablar con Javier de todo esto y de más aún. Era necesario.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Solo una ducha


   Sí, el agua muy caliente quema. Pero aún así se siente mejor que nada en el mundo, sobre todo cuando deseas sentir que las cosas resbalan por tu cuerpo y se precipitan por un drenajes para nunca más volver. Es un momento de paz que pocas veces se puede disfrutar en la vida agitada que todos tenemos hoy en día. La ducha es ese rincón en el que podemos estar solos con nuestros pensamientos por un buen rato, sin que nadie nos interrumpa. No es un lugar para compartir, muy al contrario. Es privado de verdad.

 Siempre que llego tarde a casa, o muy temprano, me gusta relajar el cuerpo con una ducha caliente. Obviamente apenas llego lo que hago es dormir lo más que se pueda pero después me levanto sin nada de ropa, entro al cuarto de baño y abro la llave del agua caliente. Mientras el agua se calienta, me miro en el espejo: casi siempre tengo las ojeras bastante marcadas pero mi cuerpo se ve como casi todos los días, lo que es bueno. No soy fanático de los grandes cambios, ni en mi cuerpo ni en mis alrededores.

 Cuando entro a la ducha, siento como si el agua de verdad limpiara todas las cosas que quiero sacar de mi ser. Puede sonar exagerado, pero creo que todos tenemos algo adentro que nos conmina a experimentar y a romper las normas de lo que está establecido en nuestro mundo. O al menos eso creo yo porque lo he hecho tantas veces. De pronto es por eso mismos que una ducha para mi es algo casi espiritual, como una limpieza profunda de mi alma y mi mente que, así no sea algo permanente, se me hace casi necesaria.

 Al comienzo, solo me quedo de pie bajo el agua, sintiendo como la gotas caen a raudales en mi cara, en mis hombros, en mi cuerpo. Siento las gotas, ya separadas del resto, resbalar por mis piernas, mi espalda y todo mi cuerpo. Se siente tan bien que, no es raro que cierre los ojos y me pierda en ese mundo que creo para mi mismo por un rato. Se siente tan bien que no puedo evitar dejarme ir, y es entonces que mi mente se pone a inventar y a recordar y a reflexionar. Se relaja tanto que trabaja mejor que nunca.

 A veces se me va la mano con el tiempo que paso debajo de la ducha y he tratado de remediarlo, sobre todo cuando tengo que despertarme temprano. Pero cuando tengo la oportunidad, como en esas mañanas casi tardes después de una noche de excesos, me quedo más tiempo del que seguramente es necesario y entro al mundo en el que más me siento cómodo. Yo creería que puedo estar, en ese extraño trance, unos cinco minutos debajo del agua, si no es que más. El tiempo pasa de una manera diferente cuando estás concentrado en algo y te sientes tan a gusto que no te cambiarías por nadie en el mundo.

 Cuando despierto de ese momento mágico, me siento mejor que nunca. Es como si en verdad el agua tuviera una propiedad especial que limpia mi conciencia, saca todo el mugre y se lo lleva lejos de mi. Claro que está solo en mi poder no contaminarme a mi mismo, pero tengo que admitir que no soy tan bueno en ese aspecto de la vida y por eso las duchas largas y confortables son para mí la solución perfecta para no morir de estrés. Me gusta sentir que tengo el poder de limpiarme a mi mismo cuando quiera y cómo quiera.

 Después es que de verdad empiezo a limpiarme a mi mismo, me refiero al físico. Por fin salgo del trance y tomo el jabón y hago lo que todos hacemos en la ducha. Ahí ya nada es diferente a lo que hacen millones de otros, tal vez incluso a la misma hora. En un mismo momento muchos nos unimos para entrar en ese ritual pero dudo que todos, ni siquiera que la mayoría, piensen en semejante acto tan común y corriente como algo tan espiritual e importante como me lo parece a mí. Al menos eso es lo que creo.

 Cuando termino con el jabón, casi siempre, cierro la llave de golpe. Lo hago así porque si lo pienso demasiado jamás saldría de allí. Es como interrumpir algo que sabes que no debes seguir porque tienes muchas otras cosas que hacer. Se siente feo, es verdad, pero creo que es la mejor manera. Mi cuenta del agua llegaría por las nubes y ni se diga la de la electricidad. Esa es la razón práctica. Pero la verdadera, la importante, es que he aprendido a guardar esos momentos como pequeñas joyas y he aprendido a manejarlos.

 Cuando cierro la llave, casi siempre me quedo allí un pequeño momento, pensando y mirando a mi alrededor. Me gusta pensar que todos nos sentimos igual cuando estamos sin ropa. Es un momento vulnerable pero que todos conocemos. No existe un solo ser humano que simplemente haya nacido vestido o que nunca se quite sus ropas. Incluso aquellos que viven en la calle, por una razón o por otra, se quitan alguna vez sus harapos para disfrutar algo de agua fresca, así sea para limpiarse la cara o las manos o refrescarse los pies.

 Todos somos iguales en ese momento después de ducharnos. Y eso siempre me ha parecido que es uno de esos grandes conectores de la humanidad. Claro que a la mayoría de seres humanos les parece que el estar desnudo es algo casi tan malo como moler a golpes a otra persona, pero de todas maneras es algo que disfruto pensar. Además, nunca me ha molestado en lo más mínimo estar desnudo. Es lo que soy y no va a cambiar de un momento a otro así que, ¿porqué tendría que preocuparme de lo que piensen los demás de mi físico? No tiene nada de sentido sentir vergüenza en ese momento. No le veo sentido.

 Cuando por fin salgo, me envuelvo con la toalla y miro la pantalla de mi celular, que casi siempre dejo a la mano por si acaso. Miro la hora y veo que he estado entre cuatro y diez minutos bajo el agua. Es lo normal en mi caso pero no sé si eso se repita en la vida de todos, supongo que tiene que ver con el poder adquisitivo y el nivel de culpa que tenga cada uno acerca del cambio climático. El caso es que salgo de la ducha un poco renovado, con menos toxinas en el cuerpo y en la mente. Me siento mejor entonces.

 En mi cuarto me tomo mi tiempo para ponerme la ropa. No me apuro y menos aún si se trata de unos de esos días en los que sé que no haré nada. Me paseo desnudo por la habitación eligiendo la ropa que vestiré y luego me echo en la cama y me distraigo un largo rato hasta que recuerdo que me estaba vistiendo y prosigo con la ropa interior, las medias y así hasta que solo me falte ponerme los zapatos. Siempre en el mismo orden, casi siempre de la misma manera. Esa rutina es una que nunca me ha molestado pues, ¿porqué lo haría?

 Con el agua habiendo relajado mis músculos, empiezo en varias cosas que debería hacer. Algunas veces escribo mis ideas, otras veces las guardo en compartimientos mentales que sé que podré acceder en el momento que yo quiera. Pueden ser ideas sobre un tema para escribir o para un video o para hacer en la vida en general. Pueden ser tonterías como volver a jugar un videojuego que no he volteado a mirar en años o algo tan importante como recordar pagar una cuenta especialmente importante.

 Ese es el momento en el que todo aflora, casi como después de una tormenta o de una erupción volcánica severa. Por eso creo que la ducha actúa como un calmante para la mente, que se inquieta y excita cuando desafías a la vida misma. Es una relación simbiótica que, y  creo en esto fervientemente, hay que conocer al menos una vez en la vida. Es importante saber cuales son nuestros limites y lo que estamos dispuestos a hacer con tal de conocernos a nosotros mismos como los seres humanos complejos que sabemos que somos.

 Cuando ya tengo los zapatos puestos y han pasado un par de horas desde el momento de la ducha, se empieza a sentir que los efectos se van poco a poco. Las ideas fluyen menos y las ganas de hacer algo, sea lo que sea, no son tan imponentes como antes. Es como si todo cayera en un sueño ligero.

 Sin embargo, la ducha no es la única cosa que podemos hacer en la vida para sentirnos libres. Hay muchas otras y creo que dependen de las personas, cada una con su personalidad individual particular.  Solo digo que el agua nos une sin lugar a dudas, y luego nosotros elegimos nuestro mejor camino.