Tuve que tomar su mano para no caer en el
barro. La colina, tan llena de árboles y hermosas flores, terminaba en un
pantanal pestilente que parecía salido de la nada. Nos tomamos fuerte de la
mano para no caer en el lodo, en el agua turbulenta que parecía haberse
estancado allí hacía milenios. Había algunas flores, pero estaban tan separadas
las una de la otra y eran de colores tan tristes, que no daba ninguna felicidad
verlas en ese lugar. No lo hacían mejor o más bonito. El sitio como que las
absorbía.
Aparte de las flores, éramos los únicos seres
vivos en el lugar. Nada hacía ruido por allí, solo el viento que barría la zona
con ocasionales soplos que movían las pocas plantas y nos hacían detenernos en
nuestros pasos. Entre más nos adentrábamos en el corazón del pantano, más
tenebroso parecía ser. Una neblina gruesa se había ido formando y ahora nos
rodeaba por completo, imposibilitando ver más allá de nuestras narices.
Teníamos que estar muy cerca el uno del otro para vernos las caras.
Era raro caminar así, de manera lenta por el
fondo fangoso de la zona pero también yendo de la mano sin poder ver a la
persona. Era casi como ser llevado por allí por un fantasma. Por un momento,
tengo que confesarlo, me asusté y casi suelto su mano. Su respuesta fue algo
violenta pero me dijo mucho de él que ya sabía pero pude comprobar: me haló
hacia si mismo y me abrazó de una forma en la que nadie jamás me había
abrazado. Supe que se preocupaba por mi y me sentí mal por tener miedo.
Estábamos allí porque buscábamos algo perdido,
un objeto que nos habían enviado a buscar. Solo que cuando habíamos aceptado la
misión, jamás nos habían advertido de los riesgos y de la situación especifica
del objeto. Sabíamos que se trataba de un artefacto lleno de información clasificada,
que había sido lanzado de un lugar remoto hacía mucho tiempo. Según los mejores
análisis hechos por varios expertos, el objeto había aterrizado en esa región
pantanosa o un poco más allá, en los confines de este mundo.
El viaje había sido largo pero no era nada
comparado con esas horas que llevábamos en el pantano. Un viaje de catorce
horas en avión, la travesía en barco de dos días y la caminata de treinta horas
palidecían frente a ese recorrido que en teoría era corto pero que se sabía más
peligroso, en más de una manera. No tengo ni idea cuánto tiempo estuvimos
caminando hacia delante, siempre hacia delante. El sol no se podía ver y nos
había animales que nos pudieran indicar algo que no supiésemos ya. El miedo ya
era parte de nosotros y tal vez por eso caminar se hacía menos pesado.
De repente, en una zona nada particular del
pantano, él se detuvo. Yo casi choco con él por sacar el pie del barro, pero de
nuevo me tomó con cuidado. Estuve casi seguro de que me había sonreído, pero la
neblina ya no dejaba ver nada. Era como si crema espesa hubiese caído encima de
todo y nos estuvieran cubriendo lentamente. Por supuesto, no nos untaba de
nada, pero casi podía jurar que tenía masa, que era más espesa de lo que
parecía ser. Cuando la toqué, pude comprobar que era tal como me lo imaginaba.
Oí entonces el sonido de un aparato. No era el
que veníamos a buscar sino uno que nos habían dado antes de partir. Se trataba
de un increíble aparatito que servía para detectar metales particulares en
zonas determinadas. Como lo que buscábamos estaba hecho de titanio, solo había
que calibrar nuestro aparato para que buscara ese material. Era una fortuna que
el agente hubiese elegido un metal tan raro para esconder su información, uno
que era muy difícil de encontrar en la superficie terrestre.
Había posibilidades de que el pantano tuviese
otros secretos pero al menos ese material nos daba una pequeña ventaja, o al
menos esa era la idea. Al rato, guardó el aparato y me apretó la mano para
indicarme que debíamos seguir. Yo estaba cansado pero sabía que la misión debía
ser terminada lo más pronto posible. De hecho, entre más pronto lo hiciésemos
más rápido estaríamos en casa, arropados y comiendo algo delicioso. Pensar en
comida no era la mejor idea, pero al menos no era pensar en el miedo.
Fue más tarde, cuando la luz pareció cambiar
un poco, que por fin nuestros pies tocaron algo distinto al suelo de lodo del
pantano. Era algo mucho más duro y algo resbaladizo. Miré al suelo y no pude
ver nada por la neblina, pero estaba seguro de que se trataba de suelo rocoso,
tal vez incluso de una sola piedra enorme en la mitad del pantano. Era difícil
de saber. Caminamos incluso más despacio sobre esa superficie hasta que él se
detuvo y yo hice lo mismo. De nuevo, revisó el aparato mientras yo esperaba.
Fue entonces cuando lo sentí, algo que se
movía en alguna parte a nuestro alrededor. Fue un ligero cambio en la
atmosfera, una ráfaga de viento que no correspondía a los soplos recurrentes
del clima. Era otra cosa, que me hizo dar unos pasos hacia atrás, quedando casi
completamente contra mi compañero. Él guardó el aparato, supuse que había
sentido lo mismo que yo. Apretó mi mano ligeramente y entonces me soltó, casi
empujándome. Por un momento me asusté y quise gritar, pero recordé las
instrucciones y solo di un par de pasos hacia atrás, suficientes para sentir
algo nuevo.
Mis pies habían tocado algo. Traté de tantear
el objeto con ellos pero no fue suficiente para saber qué era. Lo pisé
entonces, sosteniéndolo contra el suelo lo más firme que pude, y me agaché
lentamente. Cuando bajé la mano, lo primero que toqué fue el suelo rocoso.
Estaba cubierto de musgo, lo que explicaba porqué se sentía tan resbaloso.
Luego pasé mis manos al objeto que pisaba. Lo tomé con fuerza y levanté, para
poderlo ver justo enfrente de mi rostro. Casi pego un grito, que ahogué
tapándome la boca con la otra mano.
No sé como no pude identificar antes que se
trataba de un pedazo de cráneo. Por lo que se veía, no era de un muerto fresco
sino de uno que había pasado a mejor vida hacía bastante tiempo, meses o años.
Me dio asco tener eso en mi mano, pero lo acerqué más a mi cara y traté de
pensar que se trataba de un ser humano, de alguien que tal vez no esperaba
morir en ese lugar perdido del mundo. Esa persona merecía respeto, incluso
después de muerta. Así que inhalé un poco de aire y traté de analizar el hueso.
La calavera estaba casi partida en dos, de
manera limpia. Era como si a la persona le hubiesen cortado la cabeza en dos
mitades casi iguales, con algún tipo de cuchillo o machete. Era imposible que
existiera un objeto que partiera un cráneo de manera tan limpia, pero la verdad
era que no tenía mucha idea de restos humanos, pues no era ni es mi
especialidad. Con cuidado, tomé mi mochila, la abrí y metí el cráneo en una
bolsa plástica que tenía adentro. Tal vez en un laboratorio podríamos saber
quién era y cómo había muerto.
Casi muero yo mismo cuando sentí una mano en
mi hombro, pero pronto supe que era mi compañero. Nos abrazamos de nuevo. Le quise
contar de la calavera pero sabía que no era buena idea. Estando tan cerca, pude
ver su rostro. Tenía los ojos inyectados en sangre pero con una expresión muy
particular, como de alegría contenida. Se puso un dedo sobre los labios y me
señaló su mochila. Me acerqué y pude ver que había encontrado el objeto que
habíamos estado buscando. Le sonreí, como para decirle “bien hecho”.
Hicimos una pequeña pausa, y luego nos tomamos
de la mano para empezar a caminar de nuevo. No sé cuantas horas pasaron hasta
que volvimos a la colina que habíamos penetrado para llegar al pantano. Por fin
se escuchaban pájaros de nuevo, se escuchaba la vida. Podíamos hablarnos el uno
al otro.
Iba a gritar de felicidad cuando nos dimos
cuenta que no estábamos solos. Era obvio que más personas sabían del tubo de
titanio con información clasificada. Y allí estaban, listos para quitarnos lo
que habíamos conseguido con tanto esfuerzo. Pero ellos no sabían quienes éramos
en verdad.