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viernes, 10 de agosto de 2018

La prueba


   El pequeño grupo que presenció la prueba era de menos de veinte personas, tal vez lo normal en situaciones como esa. Todos habían tenido que quedarse en las instalaciones hasta tarde, cosa que no era lo normal, y habían tenido que firmar un documento que no habían tenido el tiempo suficiente para leer. Los militares nunca habían sido del tipo informativo y detestaban tener que perder tiempo con cosas como los derechos de las personas, en este caso el derecho a la información e incluso a la replica.

 Esto hay que decirlo porque de los presentes, solo un par estaba allí porque habían decidido venir por voluntad propia. Se trata de los dos científicos de más alto rango en el lugar, que habían firmado primero y que miraban a todas partes como halcones. Incluso cuando uno de sus subalternos pidió poder leer todo el documento, uno de ellos le dijo que ese no era el punto de lo que iban a presenciar y que era solo una formalidad que no afectaba en nada a su persona ni a nadie más en la habitación fría y sin ventanas en la que estaban.

 Cuando los militares tuvieron todos los papeles firmados, el pequeño grupo fue movido de la habitación sin ventanas al exterior. Se les pidió, o más bien se les ordenó, que formaran una fila para caminar hacia el lugar de la prueba. Todos hicieron casos entre sombras y oscuridad, sin decir una sola palabra. Después de tanto tiempo trabajando con ellos, los científicos sabían cuando podían o no refutar lo que decían los uniformados. Esa situación de la fila era tan rara, que solo tenía sentido obedecer y quedarse callado.

 El pequeño grupo camino en silencio hasta llegar a la cerca perimetral. Marcharon un poco más frente a ella, hasta llegar a una puerta en la reja, vigilada por otro militar. Este saludó a los oficiales que iban con el grupo y estos le dieron un papel que seguramente era la lista de personas en la fila, ya que el tipo se inclinó para verlos a todos mejor, incluso apuntando una pequeña linterna a cada una de sus caras. Pretendió demorarse un poco más hasta que por fin dio su aval y los dejó pasar a todos.

 El grupo cruzó la reja y siguió un sendero de tierra que iba bajando lentamente hasta encontrarse con el bosque casi rodeaba los laboratorios por completo. En el borde de la línea del bosque, se detuvieron un momento. Al parecer había otro guardia pero, por alguna razón, no lo podían ver bien. Tal vez se debía a la espesura del bosque, con sus altísimos árboles y tupidas ramas que imposibilitaban casi por completo que la luz del sol o la que se reflejaba en la Luna llegara hasta el suelo. Estuvieron parados ahí poco tiempo, pues prosiguieron su camino adentrándose al bosque.

 Nadie veía nada. Más de uno se tropezó con alguna raíz o con ramas gruesas que habían caído hace mucho tiempo. Incluso hubo una mujer que se estrelló de manera bastante estruendosa contra el tronco de un árbol. La solución fue tomarse todos de la mano, incluso los oficiales, y procurar caminar con cuidado. Sin embargo, el tipo que los llevaba parecía tener prisa y a veces era bastante complicado estar en equilibrio. Más de una vez hubo que ayudar a alguien para que no cayera al suelo.

 Estuvieron en esas tal vez una hora, o lo que parecía ese tiempo. La verdad era que no tenían idea de nada porque los oficiales les habían confiscado todos sus artículos electrónicos y metálicos. Tanto celulares como relojes habían ido a dar a un gran cesto de la basura de donde, según los uniformados, podrían recuperarlos al terminar lo que iban a hacer, la tal prueba. Pero nadie sabía de que se trataba la tal prueba pues ellos no habían estado trabajando con ellos en nada que pudiese necesitar ser probado.

 De hecho, los científicos tenían claros contratos con el gobierno, que no tenían nada que ver con los militares. Y sin embargo estos se habían presentado allí, como si nada, y parecían haberse adueñado de todo en cuestión de minutos. Los guardias en la reja y las puertas y los demás, jamás habían estado allí antes. Normalmente era seguridad privada pero de ellos no habían visto nada. Era todo muy misterioso y hubo algunos que pensaron en salir corriendo, aunque no parecía buena idea con militares tan cerca.

 Por fin el grupo salió del otro lado del bosque, al parecer muy lejos de las instalaciones de los laboratorios. Estaban solo a pocos metros de un lago cuya agua parecía alquitrán a esas horas de la noche, incluso con la débil luz lunar que trataba de filtrarse por entre las nubes. Más militares los esperaban en el lugar y uno de ellos, de nuevo, quiso revisar la lista y las caras de cada uno. Una de las científicas, la mayor de entre ellos, resopló y miró con desaprobación a los militares y oficiales.

 Uno de ellos se le acercó y, de manera desafiante le preguntó si había algún problema. La mujer no se intimidó y le dijo que jamás en su carrera la habían secuestrado los militares en mitad de la noche, sin decirle absolutamente nada. Agregó que el comportamiento de los oficiales era completamente inmoral y que iba en contra de todos los derechos que la protegían a ella y a su carrera, así como los deberes que ellos tenían respecto a la protección de personas que trabajaban para el país y su avance tecnológico. El hombre siguió desafiante pero se retiró, sin decir nada.

 Se le pidió al grupo que caminara un poco más, bordeando el lago. Fue en ese pequeño tramo de caminata que todos sintieron algo extraño: la tierra pareció temblar pero no se había sentido como un terremoto ni una avalancha. Ni siquiera parecía provenir de vehículos pesados. La sensación extraña desapareció para luego volver cuando por fin les dijeron que podían dejar de caminar. De la nada, apareció otro militar que parecía tener más rango por su uniforme. En silencio, se detuvo frente a ellos, cerca del agua.

 El hombre empezó a hablar, agradeciéndoles a todos su presencia en el lugar y diciendo que la nación estaba muy agradecida por su trabajo y por su esfuerzo y que lo que iban a presenciar esa noche era simplemente una especie de regalo por sus años de esfuerzo y sacrificio a favor de su país. Los científicos escuchaban con atención todas las palabras bonitas que decía el hombre pero no le creían ni la mitad de lo que decía. Se nota que venía algo más, algo que seguramente no les iba a gustar nada.

 Fue entonces, cuando todos estaban aburridos del extenso discurso del militar, cuando se sintió otro movimiento bajo todos ellos. El grupito venido de los laboratorios se asustó pero el oficial que les estaba hablando sonrió como si pasara lo mejor del mundo y entonces les dijo que el momento había llegado. De repente, una luz se encendió en el agua, proveniente de una lancha. Después se encendió otra y una más poco después. Una porción del lago estaba cubierta de esa luz que cegaba los ojos.

 El militar de alto rango entonces asintió y alguien debió entender eso como una señal porque, de nuevo de la nada, un dron los sobrevoló a todos y lanzó algo en el lago. Pocos momentos después supieron que se trataba de una carga de profundidad, como la que usaban los submarinos. Esto causó un estremecimiento aún más fuerte de la tierra y fue entonces que el agua empezó a moverse también, debajo de las poderosas luces de las lanchas. Estas fueron empujadas cuando algo surgió del lago, de lo más profundo.

 Era una criatura extraña, como nada que ninguno de ellos hubiese visto jamás. Su piel era muy oscura y no parecía tener ojos en ninguna parte. Tenía un par de cosas que parecían tentáculos pero también lo que parecían ser aletas. Era una fusión extraña, alienígena, de rasgos biológicos recurrentes.
La científica que había hablado antes pidió una explicación. Y el oficial sonrió, sin voltearse a mirarla. Solo chasqueó los dedos y vio como la bestia se abalanzaba sobre el grupo de científicos. Él se hizo a un lado y apenas vio como la cosa se los tragaba enteros. Chasqueó de nuevo los dedos y con eso la bestia se sumergió de nuevo en las profundidades.

lunes, 2 de julio de 2018

Mundialista


   De pronto, un gruñido pareció salir de la mismísima tierra, como si algo oculto en las profundidades del planeta se hubiese despertado. Por supuesto, eso no era posible pero era la sensación que semejante sonido causó en quienes no habían estado poniendo mucha atención a los hechos del día. Aquellas personas que no tuviesen un televisor en frente seguramente habían sentido el estruendo colectivo que se expandió como una ola por el aire y la tierra, alcanzando a todos, al menos en las ciudades.

 Sin embargo, había algunas personas mucho más interesadas en la causa del sonido que las demás. En una oficina alejada, Mario miraba la pantalla de su computador que expectativa. Lo que veía era algo muy simple: un partido de fútbol, el deporte más popular en el planeta. Y eso no era algo que se pudiese debatir, era simplemente un hecho. Y por eso todo el país se había detenido durante un instante para ver que pasaba en un estadio en un país lejano, tan lejano que la diferencia horaria alcanzaba los dos dígitos.

 Mario veía el partido pero más que nada buscaba, entre tantas figuras corriendo de un lado a otro,  a una en especial. Miraba con cuidado los números de los jugadores y no descansó hasta por fin encontrar el que estaba buscando. Era el catorce, que resaltaba por su color rojo sobre un fondo negro. Arriba del número, en letras pequeñas, estaba escrito el apellido del jugador. En este caso era Martínez. Mario sonrió y se alegró de haber podido terminar la reunión en la que había estado antes de lo programado.

 No podía haber dicho que quería ver a su amante en la televisión. Primero, porque nadie sabía que a él le gustaran los hombres. Segundo, porque sería un poco increíble alardear por ahí que se está en una relación, cualquiera que sea, con alguien famoso. Y tercero, y tal vez más importante, el jugador número catorce estaba muy públicamente casado con una mujer y tenía dos hijos pequeños. En todas las revistas aparecía con ellos, feliz, con una sonrisa que alcanzaba a ocultar su verdad.

 Por eso Mario no podía forzar la reunión de ninguna manera obvia. Solo tenía que recurrir a los hechos que, afortunadamente, estaban a su favor. La reunión había sido convocada para verificar la cantidad de materiales que tenían y  resultaba apropiado que el cargamento que habían pedido justo había llegado al puerto a primera hora del día. Por eso la reunión solo trató temas más sencillos y pudo terminar mucho más rápido de lo planeado. Mario casi corre a su oficina para ver el final del partido, que afortunadamente el equipo nacional estaba ganando con dos goles a favor y ninguno en contra.

 Cuando dieron el silbatazo final, Mario pudo respirar y casi al mismo tiempo suspirar por el número catorce, que fue el primero en ser entrevistado por la cadena nacional que transmitía el partido. Estaba claramente cansado, sudando bastante y con la mirada algo perdida. Mario trataba de reconocer en él algo que hubiese visto antes, pero la verdad era que hasta ese día había evitado a toda costa ver los partidos en los que su amante participaba. Es más, jamás lo había visto jugar en ninguno de los equipos en los que había estado.

 Para Martínez eso siempre había sido algo gracioso pero en parte le había parecido atractivo acerca de Mario. Se habían conocido en una fiesta privada, de la cual habían salido juntos a una casa mucho más privada donde habían tenido una noche de sexo casual. Para Mario, eso había sido algo pasajero e increíble, algo que podría contar en el futuro a sus amigos o para alardear con ciertas personas. Cosas irreales.

 Sin embargo, durmió toda la noche con Martínez y al otro día se despertó mirando al jugador de futbol que seguía profundo. Solo lo observó un rato, hasta el momento en el que le pareció escuchar gente en alguna parte, cerca, y decidió que no podía arriesgarse. Se vistió de manera apresurada y salió como pudo de la enorme casa, corriendo por el jardín y luego saltando una cerca por su parte más baja. Le dio miedo que lo vinieran a detener algunos agentes de seguridad privada, pero eso no pasó.

 Pasaron semanas hasta que Martínez lo contactó por correo electrónico. Al comienzo tomó el mensaje como una broma, puesto que no tenía ningún sentido que una persona famosa enviara correos así como así, a cualquier persona, sin importar lo que había pasado antes. Mario borró el mensaje y decidió no ponerle atención. Llegaron algunos correos más pero los siguió borrando, cansándose de los bromistas que parecían no tener nada mejor que hacer que elaborar mensajes falsos.

 Fue cuando el futbolista apareció en su edificio un día que se dio cuenta que todo lo que había pasado hacía tantos días, todavía significaba algo. No solo para él sino también para el catorce, que había llegado con un guardaespaldas, convenciendo al portero que lo que venía a hablar con Mario era un tema de negocios muy importante y por eso la privacidad era lo primordial. Para sorpresa de todos, el vigilante cumplió su palabra de no decir nada, a cambio de un par de mercancía relacionada con la selección nacional, autografiada por el futbolista. Todo enviado a la casa del vigilante, casi al instante y con algunas sorpresas más por si eran necesarias.

 Esa vez, Martínez y Mario hablaron por largo rato. El futbolista le confesaba al otro que no había dejado de pensar en él desde esa noche de la fiesta y que se había sentido muy mal por no haber pensado en él cuando lo había llevado a la casa. No había calculado la cantidad de alcohol que había consumido y eso había causado que no se despertara a tiempo para poder ayudarlo a salir de la casa sin ser visto. Eso lo hacía sentir mal y se le notaba por su postura y su lenguaje físico, que hablaba mucho.

 Mario le dijo que no había problema pero la verdad pensaba en cual sería la mejor manera de cortar todo el asunto de una vez. Sí, había sido emocionante y muy placentero lo que había ocurrido, eso no se podía negar. Pero tampoco se podía negar el hecho de que, cada vez que hablaban de él en la televisión, siempre aparecían fotos de su mujer y sus hijos o incluso todos ellos aparecían como tal a su lado, como una gran familia feliz que nunca se aparta el uno del otro. Y para Mario eso era mucho más que incomodo.

 No solo era que no quería destruir una bonita unión familiar pero era más que todo el hecho de que no quería ser él el que causara semejante noticia a nivel nacional. Además, estaba el hecho de que él no había salido del closet ante todo el mundo, solo ante sus padres y algunos amigos, y la verdad no le sonaba muy buena la idea de que todo el país supiese que era homosexual y que, además, supieran que había sido la persona que había destruido una de las relaciones más celebradas por la gente.

 Sin embargo, y como siempre suele pasar, Martínez convenció a Mario para que pudieran seguir adelante con su relación. Aclaró que no era solo sobre el sexo, sino que también le interesaba poder llegar a conocer mucho mejor a Mario y poder hablar de él de cosas varias y compartir un poco de sus vidas, eventualmente. Mario sabía que eso no tenía ningún sentido, que no había ningún futuro en una relación que tenía que ser a escondidas. Pero se dio cuenta de su hipocresía, al no estar cómodo con ser abiertamente homosexual.

 Por eso le dijo a Martínez que sí, por eso tuvieron relaciones sexuales esa tarde y por eso hablaron por internet por mucho rato, a lo largo de todo el tiempo que Martínez tuvo para entrenar y prepararse para el evento más importante de toda su carrera como futbolista. Mario fue parte de todo eso.

 Por eso vio ese primer partido con alegría. Una alegría que le hizo doler el pecho porque sabía que no sería algo permanente. No se trataba de saber si las cosas iban o no a funcionar, sino de cuando dejarían de hacerlo y como sería ese final, para los dos. No podía terminar bien pero de resto, nada se sabía.

viernes, 25 de mayo de 2018

El gato de mi casa


   Me serví una taza de café negro, como todas las mañanas, sin poner mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor. La luz del sol de la mañana entraba suavemente por la ventana, haciendo brillar sutilmente todos los objetos que había en el área, sobre todo aquellos hechos de vidrio o metal. Había un sonido suave, producido por el aire que soplaba afuera y hacía mover las ramas más altas de los árboles. Solo yo rompía el silencio, vertiendo el liquido negro en mi taza favorita, tomando un sorbo profundo y sabroso.

 Desperté por fin, puesto que había caminado desde mi cuarto sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y eso que dormía en el piso de arriba. La casa de mis padres, en la que había vivido mi infancia, era ahora mía. Obviamente no había pasado nada bueno para que así fueran las cosas, pero pensar en eso me hacía sentir demasiado triste, así que empecé a caminar, esperando que la mañana trajera algo nuevo a mi vida, algo diferente e inesperado que cambiara por completo mi visión de las cosas en ese momento.

 Me acerqué a la puerta que daba al pequeño patio. Se podía ver por entre el vidrio que el sol estaba calentando el pasto. Iba a ser un día hermoso, sin duda. Tomé un sorbo grande y traté de sentir con cada receptor nervioso el sabor del café y lo que causaba en mi cuerpo. Lo sentí llenar cada rincón de mi ser, casi como si fuera una poción capaz de curar hasta los cuerpos más trajinados. Se sentía como si de mi interior naciera un poder extraordinario que provenía de lo más profundo de mi mente, de un rincón desconocido.

 De repente, algo saltó en el pasto afuera. Era un gato, que se me había estado camuflando perfectamente en el pasto algo quemado del exterior. Además, no había sido cortado en un tiempo y eso le daba un sitio de escondite a muchas criaturas. Cuando saltó, no solo me eché para atrás regando algo de café en el suelo de madera, sino que vi como otro animal saltaba asustado y se encaramaba en el árbol más cercano, escapando del depredador a toda velocidad. La ardilla se había salvado por un pelo.

 Tuve que devolverme a la cocina a buscar un trapo para limpiar el desastre que había hecho. Limpié con cuidado para que el liquido no se filtrara por entre las tablas del suelo. Sabía que en algún momento la casa iba a tener problemas pues ya estaba vieja y seguramente necesitaría arreglos y reparaciones. Pero yo no tenía ni un solo centavo, eso sin contar el dinero que me habían dejado mis padres. Ese dinero estaba destinado a algo diferente, así que no podía disponer de él para la casa, así ella hubiese sido el tesoro más apreciado por mis padres, que tanto la habían cuidado a lo largo de sus vidas.

 Me quedé allí en el suelo, con el trapo húmedo en la mano, pensando en ellos. Recordé sus rostros y sus cuerpos yendo de un lado a otro de la casa, en tiempos en los que no había tenido nada porqué preocuparme. Los veía hacer sus cosas, mientras mis hermanos y yo jugábamos o hacíamos la tarea. Eran seres extraños para mí en ese tiempo y creo que lo siguen siendo ahora, pues me doy cuenta que jamás traté de conocerlos como gente, sino que siempre los traté como algo más allá de cualquier comprensión racional.

 Supongo que así es como todos los niños ven a sus padres, como seres que están en un lugar muy distinto, que hablan y piensan cosas que muchas veces no tienen nada de sentido. Salen con cosas de la nada, como vacaciones y citas al odontólogo, y después sorprenden con fiestas de cumpleaños y mascotas. Todo eso lo había tenido pero sentía que nunca podría saber quienes eran en realidad, que pensaban y que querían de la vida. Nunca serían seres humanos completos para mí, por mucho que intentara saberlo todo de ellos.

 Cuando me di cuenta, había estado en el suelo unos quince minutos. Tan distraído había estado, que no había notado que el gato que me había asustado estaba allí, adentro de la casa, mirándome de frente como si quisiera entender lo que estaba pensando. Le dije que estaba bien y me puse de pie. Luego me di cuenta que le había hablado a un gato y esperé que todo estuviese bien con mi mente. A ratos me parecía que podía estar a punto de perder la razón o al menos todo sentido de la realidad.

 Lavé el trapo con el que había limpiado el suelo, terminé mi café sobre el lavaplatos y me encaminé al baño. Necesitaba darme una ducha y hacer algo, lo que fuera. Afortunadamente era sábado y no tendría ninguna responsabilidad verdadera. No quería ir al trabajo para que la gente tuviese lástima de mi, ni quería tener que buscar papeles y ponerles sellos, cosas que me recordaban de la manera más brusca y horrible los últimos sucesos de mi vida. Abrí la llave de la ducha y esperé a que el agua se calentara.

 Estuve bajo el agua por unos cinco o seis minutos, hasta que escuché el sonido del gato. Pensé que estaría en mi cuarto rasguñando la cama o en la de mis padres… Asustado, corrí la cortina de un golpe y casi resbalo al ver que el gato estaba allí mismo. Como yo no había cerrado la puerta del baño, el animal me había seguido hasta allí sin problema. Estaba sentado al lado del montoncito que había hecho con mi ropa y me miraba de nuevo con esos ojos enormes, como preguntándose algo. Era francamente inquietante, así que cerré el agua, me envolví con una toalla y tomé al gato sin dudarlo.

  Para mi sorpresa, no me rasguñó ni hizo nada más sino mirarme directamente a los ojos. Era terriblemente incomodo, sobre todo al bajar las escaleras pues no podía mirar para otra parte. Cuando llegué a la puerta trasera, casi tuve que hacer malabares para poder abrirla y así echar al gato afuera. Cayó en sus cuatro patas sin mayor problema y se volteó a mirarme una vez más. Sus ojos enormes eran como dagas en mi  corazón. Por alguna razón, sentía que ese gato me juzgaba o al menos que esperaba algo de mi y yo no sabía qué era.

 Fue entonces que oí el grito de una mujer. Miré a un lado y al otro para ver de donde había venido y no tuve que esforzarme mucho: la casa que estaba detrás de la mía tenía un segundo piso que sobrepasaba el nivel de la copa de los árboles. Una mujer de avanzada edad me miraba asustada desde una de las ventanas. La miré confundido y decidí ignorarla. Miré entonces al gato y le advertí que no entrara de nuevo a mi casa pues no era su hogar y él no podía estarse paseando por un lugar al que no pertenecía.

 Por primera vez, el gato maulló, como preguntándome por mis palabras. Decidí no responderle, solo dedicarle una mirada severa y nada más. Entré a la casa, me aseguré de cerrar la puerta trasera con el seguro que tenía y dirigí mis pasos hacia el piso superior, pensando el la insistencia del gato en entrar a casa. Tal vez mis padres habían cuidado de él y se había acostumbrado a venir a jugar e incluso a pedir comida. Ellos jamás habían sido personas amantes de los gatos pero nunca se sabe. No los conocía…

 En la escalera, pisé algo mojado y, por un momento, pensé que de nuevo había tirado algún liquido al piso, tal vez había mojado toda la casa al salir de la ducha en semejante apuro. Pero no era un charco de agua sino mi toalla, completamente húmeda, hecha un ovillo en uno de los escalones. Fue solo hasta entonces que me di cuenta que estaba completamente desnudo y que había sido esa la razón para que la vecino hubiese pegado semejante grito. Solté una carcajada, que pareció invadir la casa.

 No paré de reír sino hasta varios minutos después, cuando recogí la toalla y subí con ella en la mano. Ya estaba seco, gracias a que el sol estaba calentando todos los rincones de la zona, así que no la necesitaba. Subí a mi habitación, y me puse algo fresco y relajado para disfrutar el bonito día.

 Cuando volví a bajar para ver que necesitaba del supermercado, vi que el gato estaba de nuevo dentro de la casa, parado en el mesón de la cocina. Tal vez mi madre lo alimentaba allí y luego se iba con mi padre, a calentar su pelaje frente al televisor. Lo acaricié y le dije que era bienvenido, cuando quisiera.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Algo nuevo


   Él era aquella persona que llamaba o escribía cuando tenía demasiada energía contenida y necesitaba soltarla en alguna actividad. Y como con él todo iba sobre sexo, era perfecto para mis necesidades. La verdad, nunca hablamos, ni por un minuto, de nuestras preferencias en el sexo o de nuestros gusto físicos. Solamente hacíamos lo que hacíamos en su casa o en la mía y luego dejábamos de hablarnos por días hasta que algo nos reconectaba de nuevo, casi siempre el deseo de tener relaciones sexuales.

 Por supuesto, hubo muchas veces que no se pudo y alguno de los dos se sentía frustrado por eso. Pero creo que las cosas eran más así en el comienzo: tiempo después eso desapareció y ya no había lugar para criticas ni para reclamos. De hecho, nunca lo hubo y solo nos dimos cuenta de la verdadera naturaleza de nuestra relación. No éramos novios, ni amigos, ni compañeros, ni almas gemelas ni nada por el estilo. Se podía haber dicho que éramos amantes, si esa palabra no estuviese conectada con ese sentimiento.

 El amor era algo que iba y venía en su vida. A veces yo daba vistazos en su vida íntima, algo decía o algo pasaba que me revelaba un poquito de lo que pasaba cuando yo no estaba. Lo mismo pasaba con mi vida para él: yo siempre trataba de mantener todo separado pero es inevitable que algo que no salga en algún momento. De todas maneras, mi vida sentimental y sexual siempre ha sido mucho menos activa que la de él, o al menos eso fue lo que siempre pensé hasta hace muy poco tiempo.

 Fue hace unas semanas, justo después de que fuera a su baño después de una de nuestras sesiones de sábado por la noche. Él no había querido salir con sus amigos y yo no tenía nada que hacer pero si estaba molido por tanto trabajo que había tenido que hacer. Quería relajarme, no pensar en nada, y estar con él siempre me había calmado. Era como ir a una sesión de masajes intensos y era todavía mejor puesto que no tenía que pagar y el nivel de placer era ciertamente mucho más alto.

 Ese día lo llamaron al celular cuando yo estaba arreglándome y empezó a hablar en voz alta, algo que jamás había hecho antes. Fingiendo desinterés, me puse mi ropa con cierta lentitud mientras lo oía discutir con la que supuse era una amiga. Hablaban de alguien más y él decía que no quería verlo y que por algo había decidido no ir. Su amiga debía estar en el lugar al que lo habían invitado, porque era notorio el sonido musical que provenía del celular. Apenas tuve todo lo mío encima, me despido sacudiendo la mano frente a él, indicando que caminaría hacia la puerta.

 Sin embargo, no se despidió sino que me hizo una señal que claramente quería decirme que me quedara. Fue muy incomodo porque, así como hablar casi a gritos, nunca lo había hecho. Me quedé plantado frente a la puerta principal del apartamento mirando para todos lados, mientras él iba y venía por el pequeño lugar, tocando una cosa y otra. Yo resolví fingir que miraba algo en mi celular, pero la verdad era que nadie escribía ni llamaba y no tenía nada que hacer puesto que mis deberes en el trabajo estaban finalizados.

 Cuando por fin colgó, hablé en voz alta y le dije que tenía que irme puesto que era tarde y los buses no pasaban sino media hora más. Él sabía bien que yo no ganaba buen dinero y no quería ponerme a tirar dinero en taxis cuando podía ahorrar para gastar en cosas que valieran más la pena como pagar el arriendo o los servicios de mi pequeño lugar. Creo que se notó mucho el tono de desespero de mi voz porque su respuesta fue una frase casi ahogada. Me sorprendió que algo así saliera de él.

 Antes que nada debo aclarar una cosa: el hombre del que hablamos mide unos veinticinco centímetros más que yo, tiene unos pies y manos enormes y sé muy bien que se ejercita porque he visto su ropa de gimnasio colgada varias veces en la zona de lavandería de su hogar. He visto su cuerpo y pueden creerme cuando digo que es un tipo grande y bien formado, con un aspecto fuerte y contundente. No es el tipo de persona que uno pensaría ahogando frases por una replica algo agresiva de alguien como yo, su opuesto.

 Por mi parte, soy bajito y jamás he pisado el interior de un gimnasio. No solo porque me da pereza el concepto de ir a hacer ejercicio a un lugar, sino que no soporto la personalidad de muchas de las personas que van a esos lugares. Simplemente no quiero ser participe de esa cultura, aunque respeto quienes quieran hacer de su vida lo que ellos quieran. El punto es que tengo un cuerpo que podríamos llamar más “natural”. A veces me pregunto porque los dos terminamos en este asunto.

 Él repitió la frase ahogada, en un tono aún algo débil pero mucho más fácil de entender. Me pedía que me quedara un rato más, para ver una películas y comer algo, como amigos. Mi respuesta fue igual de agresiva que la anterior: le dije que no éramos amigos y que no entendía porque me estaba pidiendo algo así luego de tanto tiempo de haber tenido una relación casi laboral entre los dos. Su respuesta ya no fue la de un niño débil sino la de un hombre, pues me miró a los ojos y me dijo que yo era mucho mejor polvo que ser humano. Debo confesar que, justo en ese momento, solté una potente carcajada.

 Para mi sorpresa, él hizo lo mismo. Nos reímos juntos un rato y entonces nos miramos a los ojos. Fue extraño porque creo que en todo ese tiempo que llevábamos de conocernos, desde la secundaria, nunca habíamos sostenido la mirada del otro de esa manera. Sus ojos eran de un tono verde mezclado con miel que me pareció tremendamente atractivo. Había visto sus ojos alguna vez pero ese día me parecieron simplemente más hermosos, brillantes y casi como si tuvieran algo que decir.

 Entonces me di cuenta de que no estaba siendo justo con él y no estaba siendo muy honesto que digamos conmigo mismo. Lo estaba tratando mal sin sentido aparente, a él que había sido la persona que había usado para desahogar mis frustraciones y libido sin usar. No tenía de derecho de hablarle de esa manera, sin importar las razones que tuviera. Y, en cuanto a honestidad, no sé a quién estaba mintiendo. Yo no tenía nada que hacer en mi casa y solo quería llegar a dormir doce horas seguidas.

 Exhalé y pregunté que película quería ver. Entonces hizo algo más que nunca había visto ni me hubiese esperado ver en mucho tiempo: sonrió de oreja a oreja. Era como si le hubiese dicho que le habían aumentado el sueldo a cuatro veces lo que ganaba normalmente, como si le hubiesen dicho que había ganado la lotería. Debo decir que su sonrisa, hizo que mi pecho se sintiera un poco más cálido que antes. Debí haber sonreído también pero la verdad es que no me acuerdo y no creo que tenga ninguna importancia.

 Una hora después, la pizza que había pedido había llegado y estábamos viendo las primeras escenas de la película que él había propuesto. Era una de ciencia ficción, de hace años. Es extraño y puede que parezca una tontería, pero es una de mis películas favoritas. No sé si él lo sabía o si solo fue una de esas raras coincidencias. El caso es que disfruté la noche, la comida, la película y su compañía. Podíamos dejar la tontería un lado y solo disfrutar de ese momento juntos, sin tener que llamarle a nada por ningún nombre.

 Cuando por fin iba de salida, me pidió un taxi y dijo que el viaje ya estaba pago por tarjeta de crédito. Había dado mi dirección, que yo ni sabía que él conocía. No le pregunté ese detalle ni nada más. No era el momento, o al menos eso sentía yo. Solo lo abracé como despedida y me fui.

 Desde entonces, seguimos teniendo sexo pero debo decir que ha cambiado. Ahora sostenemos las miradas y los besos se han vuelto más largos. Hay un elemento que antes no estaba allí. Y no, no es amor. Es otra cosa, algo que no conozco. No importa. Ahora hay muchas más sonrisas.