Mostrando las entradas con la etiqueta animales. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta animales. Mostrar todas las entradas

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Delicias

   Cuando sumergí los pies en el pies, sentí un alivio inmenso, como si me quitaran el peso que llevaba encima y muchos más. Me quité la mochila de la espalda y la dejé a un lado. Después me subí los pantalones hasta las rodillas y sumergí lo que más pude de mis piernas sin mojarme. El agua estaba perfecta, más que tibia pero apropiada para el frío tan horrible que hacía en semejante monte tan remoto, que parecía alejado del mundo pero, de hecho, no podía estar más cerca.

 Cerré los ojos por algunos minutos y, cuando me di cuenta, ya estaban llegando más personas a las termales. Yo era el único “loco” que tenía la ropa puesta: los demás ya venían con trajes de baño y se comportaban como si la saliva no se les estuviera congelando en la boca como a mi. De todas maneras no me moví ni un milímetro. Me quedé justo donde estaba pues no había poder humano que pudiera calmarme tanto como esas aguas que emanaban de la Tierra. No tenía idea de la etiqueta adecuada para ingresar al sitio pero si estaba incumpliendo alguna regla, ya se vería.

-       Que venga alguien y me saque. - pensé desafiante.

Pero no iba a venir nadie pues el sitio era abierto y la gente podía entrar cuando quisiera. De hecho, alrededor de las termales lo que había era monte: tierra y árboles por doquier, con bichos y animales pequeños incluidos. Las ardillas ya habían olido mi pequeño almuerzo y al parecer estaban interesadas pero no demasiado como para acercarse. Moví los dedos cuando vi una, como tratando de atraerla, pero fracasé pues se dio la vuelta y volvió a su árbol.


viernes, 20 de marzo de 2015

Un botánico en Borneo

   Podrá no parecer algo muy apasionante pero el mundo de las plantas es simplemente maravilloso. Hay tantas especies, tan variadas con brillantes colores y extraños comportamientos, que es imposible no enamorarse de alguna de ellas. Eso, al menos, era lo que pensaba Martín Jones, hijo de un renombrado naturalista británico y de una aguerrida luchadora por los derechos de los animales. Naturalmente, al conocerse sus padres, se habían enamorado al instante pero les tomó algún tiempo tener hijos. De hecho, Martín era el único.

 Había terminado hacía poco la carrera de biología y ahora estaba especializándose en botánica en Londres, desde donde había salido de viaje con un grupo de naturalistas de la universidad a la jungla de Borneo. Indonesia es el corazón de aquellos que aman las plantas. Martín quería conocer en persona un aro gigante, a veces llamadas flores cadáver por su asqueroso olor.  Estaba tan entusiasmado que en el avión hacia Jakarta solo leyó y releyó su libro sobre el tema y no dejó de acosar a todos los demás con todos los detalles de cada planta extraña que pensaba documentar. Además, quien sabe, podría descubrir alguna nueva especie.

 Ese era su sueño desde el comienzo. Hacer un aporte a la ciencia que lo pusiera en el mapa de los botánicos más destacados junto a muchos de sus ídolos y, por supuesto, junto a sus padres. Ellos todavía se dedicaban a amar la naturaleza, viajando por todo el mundo dando conferencias, trabajando para la televisión pública e incluso colaborando con documentalistas para diversos proyectos relacionado a la naturaleza. Mientras su hijo llegaba a Banjarmasin, ellos estaban en la tundra canadiense.

 Martín no tenía a nadie más sino a sus padres. De resto, solo tenía una tenía en Estados Unidos y otra en Japón. Su único tío había muerto en un accidente automovilístico y no había tenido hermanos. Tenía primos pero jamás los había visto y sus abuelos, por ambos padres, estaban muertos hacía ya buen tiempo aunque su padre siempre le contaba historias de su abuela paterna, una mujer que tejía su propia ropa, cazaba su comida y había vivido casi toda su vida como una pionera en el desierto de Mojave.

 Más que nada, lo que Martín quería era tener una vida igual que la de sus padres o que las de sus ídolos en el mundo de la ciencia. Todos hablaban de grandes aventuras y descubrimientos, de tantos tipos de vivencias que era difícil no querer lo mismo. Quería ser igual que todos ellos e incluso mejor, dejando una huella imborrable en la botánica. Este era su primer viaje serio, después de varias expediciones por su cuenta con la única compañía de Maxwell, un perro ovejero que había estado con él por muchos años. Pero el animal ya no estaba y debía afrontar este viaje como un profesional.

 Después de un largo y doloroso viaje por carretera, llegaron al borde de la selva donde fueron atendidos con amabilidad por una tribu que tenía su asentamiento a algunos metros de los primeros grandes árboles de la selva impenetrable. Como ya era tarde, Martín solo pudo oler la selva y para él fue suficiente para aguantar hasta el día siguiente. Comió la cena ofrecida por los indígenas y se acostó rápidamente, pensando en levantarse temprano para tener el mejor primer día posible.

 De hecho, fue su compañero quien lo levantó. Al parecer, Martín estaba más cansado de lo que había pensado y se les había hecho algo tarde. Por lo que pudo ver mientras se cambiaba, estaba lloviendo ligeramente pero no había nada de viento.  Cuando estuvieron todos listos, siguieron a uno de los guías locales y empezaron la larga caminata del día. Como habían comenzado tarde, iban a volver pasado el atardecer así que no podían demorarse más de lo necesario. Pasados los primeros minutos, varios de los científicos pudieron ver varias de las criaturas, sobre todo insectos así como árboles inmensos y flores hermosas. Martín apretaba tan fuerte el obturador de su cámara que se arriesgaba a fracturarse un dedo.

 Pero no importaba nada porque estaba en su elemento. O al menos lo estuvo hasta que, por estar tomando fotos al borde de una cañada, resbaló sobre una roca cubierta de musgo y se torció un tobillo. Trató de hacerse el valiente y lo primero que hizo fue revisar la cámara que no tenía ni un solo rasguño. En cambió él tenía la pierna sangrando porque se había cortado con una piedra afilada y, además, no podía caminar. El dolor era demasiado. Se disculpó con sus compañeros pero ellos le dijeron que era algo que solía pasar. El grupo decidió regresar, cuando no pasaba de la una de la tarde.

 Mientras una de las mujeres de la tribu atendía a Martín, los demás se dedicaron a clasificar su trabajo y a planear el día siguiente, que de paso iban a iniciar al as cuatro de la mañana para evitar perder tiempo. El joven botánico les prometió acompañarlos y, en efecto, fue el primero en levantarse al día siguiente. Pero no hubo manera de que los acompañara porque su tobillo se había hinchado y el dolor era peor que el día anterior. El grupo lo dejó con la tribu y Martín se sintió el fracaso más grande del mundo por no poder acompañarlos.

 Les había arruinado el primer día y no quería hacer lo mismo el segundo. Por eso no protestó pero se odió a si mismo por no poder hacer nada. Eran dos semanas en Borneo y cada día era esencial para clasificar y documentar pero como lo iba a hacer si no podía ni caminar. Uno de los hombres indígenas, que hablaba algo de inglés, le explicó que venía un médico en camino para atenderlo. Martín no quería pero sabía que no podía negarse, no estando tan lejos. Sabía que era un esfuerzo para el médico ir hasta allí y no quería hacer que alguien más perdiese su tiempo por su culpa.

 El médico llegó justo después del almuerzo. Lo revisó brevemente, le puso una inyección y le pidió dos días completos de descanso. Martín le dijo que necesitaba salir de expedición al día siguiente pero el médico le dijo que eso solo empeoraría su tobillo. Tenía que descansar y moverse lo menos posible. Cuando el grupo llegó pasada la tarde, todos muy contentos, Martín no quiso hablar con ninguno de ellos. Ronald trató de hablar con él pero el joven botánico se hizo el dormido. No quería ver en sus caras la alegría del día, no cuando los envidiaba tanto.

 Al día siguiente, el grupo se fue de nuevo. Martín solo se dio cuenta horas después, cuando se despertó. Decidió bañarse, cosa que no había hecho desde el día que había salido de casa. La mujer indígena que lo había ayudado antes le hacía señas para que no se moviera mucho pero el solo le sonreía y hacia señas de que todo iba a estar bien. La mujer le prestó una sillita de plástico y le mostró un sitio, detrás de las casas, donde podía bañarse con tres baldes llenos de agua que le trajo sin mayor dificultad. Él se lo agradeció y esperó a que estuviera lejos para quitarse la ropa.

 Siempre teniendo cuidado de su pie, se sentó sobre la sillita de plástico y se echó encima el primer baldado de agua. Estaba fría pero apenas para el calor que hacía tan temprano en cercanías de la selva. Mientras sacaba del pantalón un jabón pequeño que había traído de casa, notó los sonidos que salían de los altos árboles cercanos. Casi se cae de la sillita cuando, mientras se echaba jabón por las piernas, un animalito pequeño, parecido a un mono, salió de entre los árboles. Parecía buscar algo por el suelo. Martín se echó agua con cuidado para no asustarlo pero la criatura se volvió hacia él y lo miró un buen rato hasta que se cansó y se fue.

 Martín sonrió ante el particular evento. Se puso de pie como pudo, utilizó el jabón en sus partes intimas y en el resto del cuerpo y, cuando se dispuso a vaciar el último balde sobre su cabeza, vio que el animalito había vuelto con otros dos. Todos lo miraron a él y luego se dedicaron a husmear el suelo. Martín recordó algo y despacio se agachó a buscar en su bermuda a ver si lo que quería estaba allí. En efecto, había guardado una de sus cámaras desechables en uno de los muchos bolsillos. La sacó con cuidado y se sentó en la sillita de plástico.

 Los animalitos ni se inmutaron de los movimientos que hacía Martín y solo se dedicaron a buscar por el suelo. Uno de ellos por fin encontró una semilla y se la comió. Parecieron acelerar el paso a raíz de esto. Menos mal, la cámara no tenía flash. El acercamiento que se podía hacer no era el mejor pero los animalitos se veían. Martín les tomó varias fotos hasta que los animales lo notaron y uno de ellos se le acercó. Le tomó fotos estando a apenas dos metros. De repente, voltearon a mirar a la selva como si hubieran escuchado algo, que Martín no había oído. Al rato, penetraron la selva y no volvieron más.


 Martín estaba muy contento y solo se puso su bermuda para volver adonde la mujer y devolverle los baldes y la sillita. Quiso preguntarle si conocía a los animalitos pero ella no hablaba su idioma. Les contó a sus compañeros cuando volvieron, como una anécdota interesante y cómica pero ninguno de ellos río, de hecho un par lo miraron sombríamente. Al parecer, esos dos habían venido buscando a dichos animalitos, antes avistados pero nunca documentados con propiedad. Resultaba que Martín había hecho un descubrimiento científico y ni se había dado cuenta. Y por mucho tiempo, sus colegas se burlaron porque lo había hecho desnudo y mojado.

viernes, 6 de marzo de 2015

Ampollas y Libertad

     Ampollas. Al menos cinco que pueda ver en el pie derecho. En el izquierdo, solo unas tres. Con razón el dolor, casi infernal, al pisar con botas para escalar y medias gruesas. Quien lo diría, siendo ambos de la talla justa. Pero así son las cosas. Mientras tanto me siento aquí en esta roca y planeo mis siguientes movimientos. Podría seguir el río que corre por el cañón, lo que me llevaría, tarde o temprano, a algún punto poblado de la región. Pero no sé todavía si eso es lo que quiero, si quiero “interactuar” a estas alturas, cuando apenas siento que he empezado.

 Caminar, explorar, de verdad ver y sentir la Tierra en la que vivimos. Esa fue mi idea cuando lo empecé a planear todo, cuando mis padres me vieron con cara de preocupación, cuando toda persona a la que le contaba mi plan se me quedaba mirando como si tuviera una enfermedad contagiosa o como si me hubiera vuelto completamente loco. Pero no siento que así sea. Solo siento que necesito alejarme, necesito enfrentarme a mi mismo en un ambiente en el que no pueda dañar a nadie sino a mi mismo, si eso llegara a ocurrir.

 Aquí, entre los riachuelos, los bosques y las montañas silentes, he podido verme a mi mismo como nunca antes y no me arrepiento de nada. Todavía me falta mucho más que hacer y mucho más que caminar y explorar. No voy a dejar que esto me gane. Es como un reto, un desafío que me impongo para probarme y llevar mi cuerpo y mi mente a límites a los que jamás han ido antes. Después de todo, he vivido mi vida en la comodidad, nunca he hecho mucho ejercicio y, como seres humanos, estamos cada vez más enfocados en la tecnología y alejados de la realidad del mundo así que porque no acercarme más, porque no cambiar de perspectiva.

 He estado caminando por una semana y me parece que no ha pasado mucho tiempo todavía. Siento que podría quedarme aquí para siempre. Es imposible, claro está, porque las raciones no son para siempre y hay días en los que cazar y tomar agua del río no es suficiente. Además, sería interesante ver como he cambiado, si es que ha habido algún cambio a notar en estos días, respecto a mi interacción con otras personas.

 La verdad no creo que sea mucho el cambio. No soy alguien que guste de la gente así no más. De hecho muchas veces me aburro, sobre todo si son grupos de mucha gente. Las fiestas y aglomeraciones simplemente me cierran, me vuelven más hosco de lo que siempre he sido y me llevan a sitios de mi mente de los que no son particularmente fanático. En parte, por eso estoy aquí, para enfrentar esas sombras que no quiero ver a la cara en mi vida diaria. Muchos dicen que eso es normal y sano pero no me parece. Hay que afrontar las cosas y yo lo estoy tratando de hacer aquí, entre los árboles.

 Bajo al río para tomar algo de agua y meter los pies allí, a ver si siento menos el dolor. En el estado en el que están, no podré llegar muy lejos. Nada más caminar al río fue una prueba bastante dura de dolor y aguante, pero no creo que pueda prolongar eso por días, que sería lo que habría que caminar hasta un puesto de salud donde puedan ayudarme o un lugar donde pueda reposar más tranquilo. No, tendrá que ser aquí. Si me quedo un par de días a la orilla del río, nada malo podría pasarme.

 Lo bueno de aquí es que los seres humanos no han llegado o al menos no encontraron nada para quitarle a la Tierra. Es un páramo desolado y creo que eso es lo que más me gusta de todo: el sonido del silencio, de la paz, de la tranquilidad sin límites que puede haber aquí. Armar la carpa para dormir va a ser horrible pero sé que adentro me sentiré cómodo y que mañana podré pescar algo delicioso para comer, frito ligeramente en la pequeña cocina que traje.

 Al otro lado del riachuelo hay conejos. Puedo verlos moviéndose casi en círculos, como si esa fuera su forma de explorar cada centímetro del suelo, buscando comida para sus enormes familias. Su orejas a veces erguidas, a veces abajo, sobre sus pequeñas cabezas. Lo peor del momento es que sé que si me da mucha hambre, tendré que matar un pequeño conejo. Solo uno, ya que no soy una persona muy grande y estoy solo. Créanme que la culpa estará presente pero también el dolor de estomago por siempre comer lo mismo y la ansiedad de no tener que comer. En todo caso es una posibilidad, una que tendré en cuenta cuando no pueda encontrar buenos peces.

 Comí hace unas horas y la verdad no tengo nada de hambre. Tengo alguna barra energética para la noche y listo, no necesito más que eso. La noche, en todo caso, está hecha para pensar y reflexionar sobre mí mismo, para cogerme a puños si quiero o para llorar en silencio, sin nadie que pueda venir a ayudarme. Puede sonar terrible lo que digo pero así son las cosas. No podría decir que soy una persona totalmente estable pero tampoco soy un problema ambulante. Supongo que solo soy humano y eso no está mal o al menos no lo creo.

 Una vez me hice sangrar la frente y la nariz. Eso fue el segundo día. Me lavé en el río con agua fría y respiré pausadamente después de eso. Sorprendentemente, desde ese día, siento como si me hubiese quitado un peso de encima. Como si algo que me había estado apretándome el corazón hubiese de repente desaparecido. Muchos me preguntarían porque hacerlo aquí y no en un gimnasio o aprendiendo a boxear. La respuesta es fácil: lo que tengo adentro prefiero sacarlo a mi manera, dejarlo salir sea destructivamente o con calma. No necesito la disciplina del deporte sino el caos de la naturaleza, la falta de control.

 Toda la vida controlándolo todo y para que. Somos seres ordenados, incluso lo más distraídos. Se nos ha enseñado que es de mal gusto sentir emociones violentas cuando, lo más natural, es que así sea. Después de todo somos animales, evolucionados, pero animales en todo caso. Debemos dejar salir lo que tenemos adentro. Algunos lo hacen gritando, otros golpeando y otros prefieren consumirse lentamente en su propio odio y desdén. Obviamente, la última opción es demasiado destructiva y daña, no solo a nuestra mente, sino a las de los que nos rodean.

 Lo bueno de estar aquí, armando mi tienda de acampar sobre el prado algo húmedo al lado del riachuelo, es que no puedo dañar a nadie. Si dejo salir mi rabia, mis frustraciones, es imposible que afecten a nadie. Además, aquí entre nos, no soy alguien que grita mucho. Así que los animales tampoco se espantan mucho. De hecho, en las mañanas, suelo ser visitado por alguna criatura curiosa. Como no me comporto violentamente a esas horas, me miran con esos grandes ojos, sin miedo alguno.

 No hay nada en este mundo como ver los ojos de un animal. Puede que no reflexionen pero es imposible no creer que piensan, a su manera si es posible, pero lo hacen. Una mañana, un zorro había entrado a mi tienda y me despertó lamiéndome una herida que tenía en los nudillos. Lo hizo con delicadeza y soltó un sonido compasivo después. Se fue sin más pero me hizo sentir mejor de lo que ningún ser humano hubiese podido lograr. Y después me preguntan que porque me vine hasta aquí…

 La idea es volver a casa después de un mes. Cuando cumpla los treinta días ver ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽s. Cuando cumpla los treinta daqu soltsible, pero lo hacen. Una mañana, un zorro habposible no creer que piensan, asu é que hacer. Para entonces espero haber enfrentado todos mis demonios y haberlos derrotado o al menos, haber llegado a ciertos acuerdos con cada uno de ellos. Esa es la mejor forma de estar en paz, no solo con uno mismo sino con todos los que nos rodean. Hay que reconocernos y dejar de ignorar que unos u otros existen. Hay que tumbar esas fronteras imaginarias y acercarnos más, así sea solo para reconocer en el otro una humanidad que compartimos y nada más.

 Hace mucho frío aquí y los dedos se cansan rápido al escribir pero me gusta la idea de haber traído un diario. Mantiene mi mente despierta y consciente y me deja registrar cada estúpido pensamiento que pasa por mi mente. Espero que mañana pueda caminar mejor, aunque mis pies seguramente no quieran recibir más presión. Moveré la tienda al menos unos metros para no acostumbrar a nadie a mi presencia y para sentir que no desperdicio estos días de descanso que me doy.

 Me río de pensar en lo que muchos de mis amigos dirían: “Como descansar cuando te fuiste precisamente a eso”. Porque eso piensan que vine a hacer. A relajarme. Y, aunque lo estoy haciendo y no lo niego, no fue ese el punto de mi viaje. Como ya lo dije, tuve otras razones que prefiero no repetir para no aburrir a nadie ni a mi mismo. A veces los extraño, a mis amigos y a mi familia. Los quisiera tener cerca para contarles lo que he visto y lo que he sentido, lo que he aprendido de mi mismo y del mundo.


 Suena existencial y hasta místico y puede que lo sea pero el punto de todo es que me siento más libre aquí de lo que jamás me he sentido. Siento que puedo hacer lo que quiera y no hay quien me diga que no. Ahora me doy cuenta que esa es otra razón por la que quise venir aquí: porque quería ser libre y creo que lo estoy logrando.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Futuro en blanco

   El viento afuera soplaba impasible, sin nada que lo detuviera. Era increíble ver toda una gran ciudad paralizada por el puro frío, el viento y el hielo combinados. No se puede hablar de destrucción pero sí de disrupción de la vida común y corriente, la de todos los días. Desde un piso cincuenta era bastante lo que se podía ver de la ciudad pero ahora era solo una mancha blanca con líneas de colores, tonos de rojo y azul y negro.

 No, esta ciudad jamás se había cubierto de nieve en el pasado. De hecho, el país era tropical o al menos lo había sido hasta hacía algunos años. Porque ya no era así. Muchas de las plantas y animales de las zonas más cercanas al mar, habían empezado a morir por el clima cambiante. Todo el mundo pensaba que el calor era lo que iba a reinar en el futuro pero se había equivocado.

 Cierto, los hielos del norte y del sur se habían derretido y habían ido a parar a todos los mares, inundando ciudades y países enteros. Muchos tuvieron que migrar, hubo problemas y más guerras de las que nadie hubiera deseado de verdad. Todo se había vuelto más caro día tras día y era casi imposible vivir como lo habían hecho otras personas a comienzos del siglo XXI. Era algo cómico leer los cambios que ellos habían detectado y entender que nada se había hecho para detenerlos.

 Los seres humanos eran todavía así, solo actuando cuando algo les servía o cuando les era económico hacerlo. Por eso las nevadas del nuevo siglo los había cogido desprevenidos a todos. Todo el mundo migró entonces también pero era obvio que en la banda ecuatorial del planeta no había espacio ni recursos para tantos millones de personas. En cierta manera había sido bueno que el frío y, cien años antes, el calor hubieran destruido tanto y matado a tantas personas. Ya no había que repartir entre tantos.

 Pero en este mundo de nieve, la gente sigue siendo demasiada. En el Ecuador están todos los que eran ricos, los que se pudieron procurar terrenos fértiles y amplios. La gente más pobre fue muriendo, poco a poco, en las calles o en alguno de los grandes desastres. Cada vez más se supo de aviones congelados en vuelo, barcos que jamás llegaban a puerto e incluso de terremotos que destruían ciudades de un solo golpe certero.

 Sin duda fue una época de cambio definitivo para el mundo, queriéndonos decir que nuestro tiempo en esta Tierra se está terminando. Ya no somos los maestros de este mundo ni lo seremos por mucho tiempo. Los científicos quisieron darnos opciones pero ninguna muy realista. Se hicieron diseños para estaciones humanas bajo el mar y otras alto entre las nubes. Se diseñó un ambicioso plan para construir la primer ciudad humana en la Luna y misiones tripuladas a cuerpos celestiales cercanos.

 Pero más allá de algunas sondas, no pasó nada. Las promesas del siglo pasado fueron quedando enterradas bajo la constante nieve y los seres humanos por fin entendimos que este mundo sería el último que veríamos. Nunca más habría bosques verdes y abundantes o mares cálidos y calmados. Y los hubieses, nosotros no estaríamos aquí para apreciarlos. Había sido ignorante y prepotente de nuestra parte creer que este mundo era solo nuestro, para hacer con él lo que quisiésemos. No, el mundo jamás fue nuestro y eso se puede ver hoy en día.

 Todavía existen científicos hoy en día y siguen explorando, tratando de hacer mapas de este mundo que ya no es nuestro. Han ido a ciudades distantes y regresado, con noticias extrañas, ninguna muy alentadora para la Humanidad. Un grupo que conocí, hace ya unos meses, me contó que habían logrado cruzar el Atlántico y sus congelada superficie. Por debajo, sin embargo, variedad de criaturas parecían estar multiplicándose y creciendo gracias al nuevo medio ambiente. Nosotros perdimos pero ellas ganaron.

 Del otro lado del mar encontraron un continente hecho trizas. Grandes monumentos y edificios destruidos por el viento, los terremotos, el mar y el frío constante. Todavía existían algunas comunidades activas pero todas estaban migrando lentamente al sur, con la esperanza de encontrar un buen sitio para dejar de existir, para dejar este mundo que ya no nos quiere aquí.

 Las comunicaciones nunca han sido peores pero, en un buen día, podemos hablar con la gente del Ecuador, que tampoco está muy lejos. Tienen problemas serios o al menos solían tenerlos cuando empezaron a llegar. Muchos se apresuraron a formar un gobierno y a establecer las mismas reglas que habían gobernado a la humanidad desde hacía años. Pero eso ya no podía ser, simplemente no era posible. Este mundo no aguantaba más de nuestras viejas y tontas costumbres.

 Y parecía que después de diez años, la gente del Ecuador se estaba dando cuenta de ello. Ahora eran varias comunidades, cercanas pero no pegadas la una a la otra. Había algo de comercio e intercambio de ideas pero no como en el pasado. La idea era, claramente, seguir adelante hasta que el mundo se los permitiese, lo mismo que pensamos los que nos quedamos atrás, en los terrenos fríos. La diferencia es que nosotros, los del frío, creemos que el Ecuador terminará siendo aplastado pronto y no deseamos estar allí cuando ocurra. Será otra extinción en masa en la que no queremos participar.

 De pronto sea demasiado pretencioso pero queremos luchar hasta nuestro último aliento, no queremos rendirnos tan fácilmente. Sabemos que vamos a morir pero queremos extender la Historia humana lo que más se pueda. Hemos recuperado varios volúmenes que registran cada evento acaecido en este mundo y pretendemos seguir escribiendo hasta que muramos por cansancio o simplemente porque este mundo es más que nosotros, en todo sentido posible.

 Para ello, hemos vuelto a nuestras raíces, entrenando a nuestros animales para ser criaturas de compañía y ataque, si se presenta el momento de pelear contra la naturaleza. Y ya ha ocurrido: no es poco común escuchar acerca de ataques de osos y  lobos y otras criaturas que están mejor adaptadas que nosotros para este clima. Así que queremos estar listo para cualquier eventualidad de ese tipo. Porque queremos luchar.

 No se trata de hacer una declaración de principios ya que cualquier cosa por el estilo murió el día que este planeta fue condenado por nuestra propia mano. No, no queremos imponernos a la naturaleza ni a todo lo que existe hoy en día ni a los cambios que seguramente vendrán una vez más. Solo queremos que la naturaleza nos vuelva a sentir como suyos y podamos estar en paz hasta que nuestra especie simplemente se desvanezca en el tiempo. No queremos más que eso.

 Lo bueno de todo esto es que las relaciones ahora son más sencillas y más claras. Ya nadie oculta nada por el estilo. A nadie le importa ya con quien duerme alguien, si tiene hijos o cuales son sus valores. Lo único que importa es que estén presentes al menos una vez al día, sea para cazar, explorar, hacer de comer o planear movimientos a otros sitios. Eso es lo que nos interesa. Sobrevivir.

 Los valores murieron hace mucho, mucho antes incluso de que empezáramos a matar al mundo. Ya no nos interesa la hipocresía de la sociedad antigua, que hoy vemos como una sombra asesina que nadie quiere tener cerca de ninguna manera. Hoy en día no hay valores sino un empuje que sale de nuestro corazón y nuestra mente, un empuje que nos lleva a seguir viviendo y a no dejarnos vencer. Eso es todo lo que importa hoy en día.

 El viento frío avanza cada vez más y sabemos que ya lo sienten en las zonas todavía templadas del planeta. No pasarán ni diez años antes de que todo el mundo sea una bola de nueve por completo.

 A veces me pregunto que será de este mundo después, cuando ya no estemos en él. Muchos de los más inteligentes en nuestra comunidad dicen que lo normal es que esta era de hielo termine en algún momento y vuelva el calor de nuevo pero eso pasará en unos cuantos miles de años, si es que ocurre. Además, es bien sabido que el planeta no va a morir, solo nosotros haremos eso. El planeta seguirá adelante como siempre lo ha hecho, tal vez con alguna nueva especie como la reinante entre las demás. Me pregunto si ellos sabrán de nosotros, de nuestra existencia?


 Antes de acostarnos a dormir, tenemos la costumbre de mirar al cielo y contar historias. Los mayores cuentan historias de su pasado y los más jóvenes solo saben de este presente lúgubre. Pero otro vemos las estrellas y les contamos relatos de máquinas allá afuera que llevan nuestra marca y que, tal vez algún día, sean descubiertas. Tal vez alguien de fuera se interese en los residentes de esta bola blanca y no tengamos que perecer después de todo.