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lunes, 9 de enero de 2017

Aquella vez

   Me enamoré de él el día que empecé a tener los síntomas de la peor gripe que había tenido ese año. De hecho, no había tenido ninguna molestia física por un largo tiempo y lo atribuía todo a la rutina de ejercicio que había comenzado a hacer. Era, al menos al comienzo, pedirle mucho a mi cuerpo pues jamás le había exigido de esa manera. Los resultados fueron tan satisfactorios que por eso pensé que ninguna gripa ni malestar de ese tipo podía aquejarme ya más porque había decidido mover mi trasero del cómodo lugar donde siempre lo había tenido.

 Justo por el tiempo que empecé a ejercitarme, cosa que hacía en privado pues nunca podría hacer algo así en frente de todo el mundo, fue cuando lo conocí a él. Creo que fue en una librería en la que entré solo por curiosidad. Tenían muchos libros que no se encontraban en otros lugares. De historietas cómicas y novelas gráficas a novelas románticas de lo más clásico que uno se pudiera imaginar. Yo iba por las primeras, él por las segundas. No había manera de que nos conociéramos así no más. Pero el destino tiene esas cosas raras que son muy acertadas, sin importar el desenlace.

 Yo había entrado con una bolsa del supermercado. No había comprado muchas cosas pero las suficientes para hacer un hueco en el plástico y caer estrepitosamente al suelo de madera de la silenciosa librería. En ese momento tenía un libro en la mano y en la otra el celular, así que me reacción inmediata fue mirar con pánico para todos lados, a ver si alguien se había dado cuenta de mi accidente. Obviamente todas las miradas estaban sobre mí pero mis ojos se posaron en una persona, la única persona, que parecía moverse mientras todos estábamos como suspendidos en el tiempo.

 Se apresuró a ayudarme con lo que se había caído y lo metió todo en una bolsa de tela que, al parecer, había acabado de comprar. Tenía la bandera gay más grande que hubiese visto, cosa que no es muy mi estilo pero la verdad fue hasta después que me fijé en ese detalle. Mis ojos estuvieron ocupados por mucho tiempo mirándolo a él, su cara y sus ojos y, a decir verdad, su cuerpo. Todo eso pasó en primavera y la ropa de invierno ya no era la norma, así que podía ver mejor sus formas. Para serles sincero quedé completamente fascinada por él casi al instante.

 Me dio la bolsa y me dijo que creía haber recogido todo. Tontamente me di cuenta que yo no había ayudado en nada, solo me había quedado congelado allí como tonto mirándolo y no había hecho nada más. Creo que el cajero se dio cuenta porque me miraba como riéndose, cosa que no me gustó y por eso decidí no comprar nada. Estaba muy apenado.

 Iba de camino a casa y la bolsa de tela era un regalo para su primo que vivía en Alemania. Me contó esto en un momento. Me dijo que me podía acompañar a mi casa, dejar allí mis cosas para poder liberar su bolsa de tela y volver a su propia casa para guardar el regalo. Yo estaba tan sonriente que la verdad solo asentí y me dedicó a escucharlo todo el camino. Era un golpe de mala suerte, eso pensé, que mi casa quedara tan cerca de la librería. Lo invité a seguir y el aceptó, ayudándome a organizar mis compras.

 Cuando terminamos, nos quedamos mirándonos por un momento hasta que le propuse tomar café pero en un lugar en la calle porque yo no compro nunca café. Él soltó una carcajada y dijo que sí. Esa tarde la pasé muy bien, hablamos varias horas hasta que él tuvo que irse. Justo antes de despedirnos, me pidió mi número y prometió escribir o llamar pronto. Francamente no me hice muchas ilusiones: era tan guapo y tan interesante que debía ser algo pasajero en mi vida, estaba seguro.

 Sin embargo, esa misma noche me escribió diciendo que luego recordó como no había comprado nada en la librería y ahora debía volver para averiguar el libro que había estado buscando. Hablamos hasta la una de la madrugada sobre el libro, sobre sus gustos y los míos. Quería seguir pero tenía mucho sueño y tuve que ser el que se despedía esta vez. Esa noche no hubo sueños pero dormí como si me hubiese acostado sobre una nube, la más suave y más grande de ellas.

 Nuestra relación avanzó rápidamente. Tan rápido de hecho que me sorprendí a mi mismo meses después, al notar como él estaba todo el tiempo en mi casa, solo en medias o incluso sin ellas, viendo películas sobre el sofá o besándonos por lo que parecían horas. Ese verano incluso hicimos un pequeño viaje juntos y fue la primera vez que hicimos el amor. Creo que nunca había disfrutado del sexo de esa manera y era porque había un ingrediente extra que nunca antes había estado allí.

 Fue después de nuestra primera Navidad juntos cuando me enfermé. Fue tan repentino que ambos nos asustamos. En un momento estaba bien y al otro me había desmayado en el baño, golpeándome el brazo contra el mostrador donde está el lavamanos. Me obligó a ir al doctor, cosa que me parecía exagerada para lo que era obviamente una gripa. Incluso con la confirmación, se puso muy serio desde el primer momento. Era algo que yo jamás había vivido y por eso no lo entendía bien.

 Prácticamente se mudó a mi casa. La verdad es que, entre mi dolor y malestar, me gustaba ver su ropa allí con la mía. Me encantaba ver como ponía sus zapatos cerca de la puerta y me hacía una sopa que su abuela le había enseñado cuando era un niño pequeño. No tenía muchas ganas de reír ni nada parecido pero la sonrisa que tenía desde que lo había conocido seguía en mi rostros pues para mí él era fascinante. Era como si no fuera de este mundo, tanto así. Era amor.

 Me dio el jarabe y las pastillas a las horas adecuadas y me acompañaba en la cama con una mascarilla sobre su boca. Era yo el que había insistido en ello, aunque él aseguraba que sus defensas eran tan buenas que un gripe de ese estilo no podía entrar en él. Eso me hacía gracia pero igual lo obligué a usar la máscara porque no quería arriesgar nada. Todas las noches me daba un beso con la máscara de por medio y con eso yo era feliz hasta el otro día, cuando inevitablemente despertaba antes que él.

 Me encantaba mirarlo dormido, aprenderme la silueta de su rostro de memoria. No tengo ni tendré la más remota idea de cómo dibujar apropiadamente a un ser humano pero quería tener al menos ese recuerdo, uno bien detallado para que nunca lo olvidara. Sin embargo, sabía que eso ya no podía pasar. Ya estaba en mí y pasara lo que pasara, seguiría allí por mucho tiempo. Cuando se despertaba por fin, me miraba y se reía. No preguntaba nada pero creo que sabía lo que yo hacía.

 La sopa de la abuela funcionó, al igual que sus dedicados cuidados. Aunque me duró una semana el virus, pudimos deshacernos de él juntos. Tal fue mi alegría el día que me sentí verdaderamente mejor, que hicimos el amor de la forma más personal y emocionante en la que jamás lo hubiese hecho. Fue después de esa noche cuando él me dijo que quería vivir conmigo permanentemente. Fue fácil arreglarlo todo, acordar como sería todo con el dinero y esos detalles.


 El día que trajo todo fue el más feliz de mi vida. Lo ayudé a guardarlo todo y luego lo celebramos cenando algo delicioso que casi nunca comíamos. Me di cuenta entonces de que lo amaba, de que él me amaba a mí y de que acababa de empezar un nuevo capítulo en mi vida. No sabía más y no era necesario puesto que todo lo que tenía era suficiente para vivir feliz y eso era lo que siempre había necesitado.

lunes, 1 de agosto de 2016

Fantasmas del presente

   Al parecer la gente se odia a si misma. Al parecer la gente no soporta mirarse en el espejo y darse cuenta de que todo lo que tiene en frente es propio y que nada de lo que digan los demás importa. Sin embargo, no logro entender porqué las cosas son así y no de otra manera. ¿Porqué son autodestructivos y porque tratan de destruir a los demás? ¿Que es lo busca la gente haciendo que los demás sean miserables? La lógica diría que son ellos mismo miserables y por eso lo hacen pero no creo que siempre sea el caso.

 La gente es miserable por cualquier cosa y la única condición para que lo sean es estar tristes por una razón o por otra. Pero la tristeza no es excusa, estar mal en un momento no garantiza que se esté mal toda la vida y los demás no tienen porqué pagar por ello. Si estás triste, analiza tus sentimientos y lo que tienes adentro pero no hagas que lo demás se sientan miserables solo porque tu no puedes soportar al mundo de la manera en la que está hecho.

 Yo lo entiendo. A veces hay momentos en que queremos echarlo todo por la borda y no queremos que nadie nos hable, que nos miren o que susurren cerca nuestro. No queremos que el viento sople ni que el agua moje, que la gente camine o que los animales hagan lo que hacen. No queremos nada y a la vez lo queremos todo porque creemos que tener todo es lo mismo que ser feliz, que estar completo de alguna extraña manera. Pero siempre sabemos, en el fondo, que eso no es así.

 Creo que mucho de eso odio, ese rencor contra todos, nace sin duda de alguna inseguridad profunda en cada ser humano. Creo que reside en lo más hondo de cada ser, algo que se lo come vivo desde adentro, algo tóxico y asqueroso que la gente muchas veces nunca ve ni siente pero que a veces se manifiesta de las maneras más horribles para que nadie olvide su existencia. Creo que todos tenemos ese ser, esa otra criatura adentro, nadie es una excepción.

 Todos nos odiamos, todos tenemos problemas con algo o con alguien. Todos podemos ser capaces de sentir rencor contra los demás, de sentir cualquier cosa de hecho. Y ese puede ser un problema: no sabemos manejar esos sentimientos porque no tenemos las herramientas para comprenderlos. Ya sea porque nos criaron mal, y eso sí existe, como porque no nos esforzamos nunca por saber más del mundo que lo que vemos, es un problema grave.

 Y ahí están esas personas, que solo viven para ver a los demás quemarse en un mismo lugar. Viven para disfrutar con el dolor ajeno porque es la única manera en que pueden sentir algo, lo que sea. Jamás lo dejan de lado y jamás paran o se detienen.

 Muchas veces, estoy seguro, debe ser algo relacionado con el físico. Si quisiera ofender y ser igual de superficial que esta miserable gente, diría que si son hombres debe ser que es porque tienen un pene pequeño. Por alguna razón ese detalle siempre detiene en seco a un hombre, como un encantamiento mágico. Si es una mujer, la cosa se pone más compleja y hay que saber más del individuo pero siempre hay algo sensible, siempre hay un punto de ataque estratégico.

 La gente se siente mal frente al espejo. Yo me siento mal frente al espejo seguido y lo he hecho durante una larga cantidad de años. Para mi no es algo nuevo y vivo con ello sin problemas porque ya me acostumbré. A veces me veo allí y siento que no soporto estar allí de pie por más de un segundo, me odio porque me juzgo a partir de lo que ven y dicen los demás y no de cómo me siento. Mala cosa. Otros días es diferente. Me gusto mucho sin esfuerzo.

 Pienso que la gente de la que hablamos debe odiarse a si misma cada vez que se mira al espejo. Debe haber algo que los pone nerviosos, algo que simplemente los hace cerrar los ojos siempre que ven un cuerpo distinto, como si fuese algo pecaminoso o prohibido. Todavía hay gente que cree en estupideces de esas pero incluso la gente religiosa se puede dar cuenta que el cuerpo es lo que hay y no tiene sentido odiarlo ni aborrecerlo. Y sin embargo, ellos existen.

 Puede que sí sean los órganos sexuales los que los molestan o tal vez sea ver solo piel y nada más. Incluso, y esto es más posible aún, creo que les molesta ver que alguien esté tan seguro con su cuerpo. Puede que tenga algo que ver con la envidia, con algo que ellos mismos quisieran tener. Tal vez tienen el sueño reprimido de poder caminar desnudos por ahí sin sentirse inferiores o algo por el estilo. Me doy cuenta que entre más lo pienso, menos me interesan las razones.

 Eso será porque, entre más excusas existan, más trata uno de justificar las acciones de los demás pero no todos estamos justificados. Hay gente a la que se le debe llamar la atención y hacerle darse cuenta de que lo que hace está mal. Nadie tiene derecho a hacer que los demás se sientan como basura y nadie debería odiarse tanto como para destruir a otros por algo que tiene en la cabeza o que le falta.

 Pierdo el interés en defenderlos, en creer que son buenas personas a pesar de hacer cosas que me sacan de quicio. Son unos idiotas, superficiales e ignorantes. Eso pienso en este momento y creo que lo más probable es que sea la mejor descripción que haya hecho nunca te estos personajes tan tristes y patéticos. Ahí van más adjetivos.

 Se podrán excusar también en eso que llaman la moral, un concepto arcaico e inútil en el que la gente se sigue escudando para rechazar, selectivamente, comportamiento o hechos de la vida que no les gustan para nada. Es algo completamente ridículo porque es como juzgar a todos desde una pequeña, ínfima porción de lo que el hombre como especie conoce. Es como si eligiéramos, de todo el conocimiento humano, sólo lo que la humanidad aprendió en veinte años y usar eso para juzgar a todos los demás. Sin sentido.

 Dirán que es para proteger a los niños, niños que bien protegido no tendrían porque acercarse a lo que no deben. Se les olvida, tal vez que todos, incluidos los infantes, tienen tanto deberes como derechos. Eso de sacudirle a uno los derechos en la cara pero olímpicamente olvidarse de los deberes es simplemente asqueroso. Y se dicen conocedores de la vida y adoradores de lo que hay en ella nada más porque saben de la ley y el orden y de todo lo aparenta crear justicia.

 Tanto les gusta ese concepto, que la imparten ellos mismos. Por eso son peligrosos y unos lunáticos que deben ser detenidos antes de que pase nada. Eso es lo que se debería hacer con toda persona que cree un sistema alterno de justicia, cuando hemos convenido como sociedad humana que solo podemos atenernos a un código de reglas especifico y no a varios al mismo tiempo. Existirán otros sistemas, pero debemos atenernos al nuestro o sino todo es caos.

 Eso sí, que la gente crea lo que crea, que se vuelvan locos odiando y creyendo que su Dios, que su persona, que su familia o que quien sea tiene la razón. Que usen a sus niños como escudos, a sus mujeres como armas y a sus hombres como jueces, si es que no hacen daño, si no afectan a nadie y son como una de esas imágenes de museo que es graciosa porque ya es obsoleta.

 Así como esas piezas de colección, esa gente empezará a ser más y más escasa hasta que sean vistos como una curiosidad y luego ya no sean vistos más nunca. Eso es lo que necesita pasar, que conscientemente los hagamos a un lado si no están dispuestos a compartir el camino con nosotros. No se trata de ser amigos y darnos la mano y vivir juntos para siempre. Se trata de concesiones, incluso de respeto, más de tolerancia.


 Pero el mundo es un lugar podrido. Es un sitio vil que ha tenido el infortunio de ser nuestro hogar por tanto tiempo y lo será por más aún. Soportarnos será difícil pero al menos sabemos ahora que hay cosas por las que vale la pena vivir en paz y en calma y creo que esas son razones más que suficientes para tomar la iniciativa e ir extinguiendo a los fantasmas.

lunes, 20 de junio de 2016

La felicidad no existe

   No creo que la felicidad sea gratis. La verdad que no. Todo el mundo habla hoy en día de cómo las cosas llegan y como todo se supone que tiene un tiempo y no sé que más cosas. Para mí, todo es una mentira. Ese cuento que no han metido en el que siendo uno mismo se logra todo simplemente no es cierto. Esa historia que cuenta que la belleza interior es lo que cuenta, es pura mentira. Todo es falso en este mundo en el que nos hemos esforzado por parece mucho mejores de lo que somos.

 Detestamos mirarnos al espejo y ver un monstruo que nos devuelve la mirada. Nos indignamos con lo que pasa en el mundo y jugamos a que no entendemos, a que todo se sale de nuestra comprensión, que el mundo está loco y nosotros solo somos pobres victimas, vacas que miran el tren pasar sin poder hacer nada para detenerlo. Fingimos interés, incluso al nivel de dar nuestro tiempo y dinero para que los demás vean que en verdad nos preocupan las cosas.

 Para mi todo tiene que ver con la culpa pero también con el hecho de que todos sabemos muy bien de qué somos capaces. Cuando una persona mata a otra, en verdad no nos sorprende que ocurra. Después de miles de años de existencia, la raza humana no puede permitirse el lujo de no comprender un fenómeno tan humano como el homicidio. Pero tenemos que fingir sorpresa y hacernos los que no entendemos nada, porque si aceptamos nuestra parte más oscura, admitiremos que existe, le daremos fuerza.

 O al menos esa es la historia. Yo creo que es al revés, que cuando se reconoce lo que está mal, es cuando se le quita la fuerza o al menos se le puede manipular cuando uno quiera. Si admitiéramos las cosas horribles que hacemos, sería más sencillo acabarlas todas y dejarnos de hipocresías que no le sirven a nadie de nada. Tantas vigilias y tantos pesamos vacíos, que lo único que hacen es distraer, hacer que la gente pierda el hilo de lo que estaba pasando con todo.

 Pero a nadie le molesta. O al menos eso parece. A la gente le da igual que maten dos o cien más pero tienen que mostrarse indignados porque asociamos la falta de sentimientos con las características clásicas de un monstruo. No podemos dejar de pensar que cuando algo no nos afecta hasta el hueso, es que estamos hechos de piedra o, peor, que no somos humanos y no podemos llegar a sentir nada por otros.

 Esa es una exageración estúpida que generaliza lo que somos como seres humanos. Tenemos la obsesión de hacer de todos nosotros un estándar, de querer hacernos todos iguales cuando no lo somos. Nacemos diferentes porque nuestras condiciones lo son. Tratamos de borrar eso para que nadie crea que tenemos ventaja o desventaja, la ilusión de que todo está bien.

 El modo más actual de reflejar eso es a través de nuestros cuerpos. Es lo más visible, lo más fácil de detectar. Es por eso que el ser humano siempre se ha adornado y ha modificado su apariencia: a veces para asustar, otras veces para enamorar y otras para mezclarse con su entorno. Nos arreglamos, nos hacemos, cambiamos para que podamos entrar al canon que se esté usando en el presente. Porque lo que más tememos es salirnos del molde o bueno, eso es lo que temíamos, al parecer.

 En los años recientes ha surgido algo nuevo y es el orgullo por la diferencia. ¿Pero que tan real es? ¿Es de verdad orgullo o es simplemente una más de las tapaderas que usamos para fingir sentimientos que no tenemos, porque tenemos miedo de mostrarnos como somos en realidad? Personalmente me niego a creer que la mayoría de la gente esté tan cómoda consigo misma como parece.

 Todos seguramente responderán que, en efecto, no lo están. Y sin embargo caminan por la vida como si nada, como si a veces el mero acto de caminar no fuese un suplicio. Porque a veces lo es y creo que todos los sabemos. A veces salir al mundo, dejar de estar en los lugares en los que nos sentimos de verdad nosotros mismo, es difícil. Pero la mayoría lo que hace es disfrazarse, ponerse otra piel, más resistente, y caminar por el mundo diciendo que ha cambiado y que ahora todo es distinto.

 Yo no me lo creo. Y no me lo creo porque eso viene de las mismas personas que dicen sentirse felices con como son pero entonces de modifican porque solo así serán aceptados. Para poder avanzar no es necesario entonces aceptarse a uno mismo sino más bien aceptar que hay que hacer cambios que no tienen reversa para que el mundo pueda aceptarnos en sus extraños e hipócritas brazos. Hay pruebas de ello por todos lados.

 Alguien feo, porque la gente fea existe, que de pronto aparece y es perfecto, con un rostro impecable, obviamente intervenido, y un cuerpo envidiable producto de horas y horas en un gimnasio. De pronto vemos a esa persona que antes ignorábamos. No era que no lo viéramos pero decidíamos no hacerlo. Pero cuando hay cambios, es entonces que la gente empieza a cobrar importancia, empieza a ser más notable e interesante.

 Es por eso que ciertas personas con gustos comunes van a un lugar o a otro y es solo para mostrarse, para probar que están cambiando o ya han cambiado, que se han ido amoldando al modelo físico actual que será el mismo ahora y en setenta años.  Puedes aceptarte como eres pero es mejor si eres como todos quieren ser. Esa es la realidad del mundo.

 Solo hay que sacar la cabeza por la ventana y ver el mundo como es y no como uno o como los demás quieren que sea.  Es cierto que queremos que todos los seres humanos estén en paz y tranquilos, que todos nos aceptemos y nos amemos con nuestras diferencias, ignorando los cambios a los que nos hemos sometido y a los que incluso hemos sometido a otros. Lograr esa comunidad de personas felices, de personas que han logrado sus objetivos, es algo que es prioridad en nuestro mundo. De hecho no se trata de felicidad sino de saber amoldarse a la idea actual de ser feliz. Poco importa el sentimiento real.

 Antes mencionábamos el cambio físico pero también pueden haber otros cambios que hagan que la gente sea más o menos notable. Todo lo que tiene que ver con el esfuerzo es algo que hoy se premia. Se dan flores y se alaba a cualquiera que se parta la espalda por lograr algo. Claro que, para que todo sea más efectivo, debe ser una persona que también haya hecho cambios en lo físico y en su manera de ver el mundo.

 Hay muchos que han hecho esfuerzos en este mundo y nadie nunca les ha puesto atención. Eso es porque lo único que habían hecho era esforzarse y, por sí mismo, eso no es nada. Tiene que estar acompañado de un cambio integral y es entonces cuando todo el mundo empieza a erigir monumentos, a declarar que uno y otra son ejemplos para todo el mundo, porque la mentira no se sostiene sin ejemplos.

 Necesitamos a esas personas, a esos que han sido exitosos y que ahora dicen ser felices y lo pueden comprobar porque tienen cosas que nos lo indican. Es feo llamar cosa a la familia, pero eso podría comprobar el éxito. Lo mismo el trabajo, el cuerpo e incluso el discurso. Eso es lo primero que se cambia cuando se empieza uno a dar cuenta que quiere ser uno de esos ejemplos para el resto de la sociedad.

 Yo físicamente tengo demasiadas desventajas para taparlas todas al mismo tiempo. No me alcanzan ni las manos ni el cerebro. Y mi “comunidad”, o como se le de la gana de llamarlo, no recibe con brazos abiertos. Solo lo finge porque sin unión no hay nada y si no hay nada no se pueden lograr los cambios en los que parecemos estar de acuerdo. Sin embargo, el modelo físico está muy presente, claramente delineado.

 En cuanto a lo demás, es difícil porder impresionar o llegar a ser un ejemplo sin haber nunca tenido un día de trabajo, sin haber sentido el amor de una persona (el tipo clásico de amor) y sin sentir de verdad que soy feliz todos los días de mi vida. Yo no siento eso ni soy nada de eso ni creo que nunca lo vaya a poder ser.


 Yo solo vivo, respiro, camino, como, hago y duermo y todo lo demás, que no es mucho. Eso es todo. Y a veces eso es difícil para mi. Y cuando intento cambiar es cuando llega la fría daga de metal y la siento hundirse en mi costado, lentamente. Y me odio a mi mismo… De nuevo.

viernes, 1 de abril de 2016

Recorrido natural

   La idea de salir a caminar la había tenido por dos razones. La primera era que sus pensamientos lo acosaban. No tenía ni un segundo de descanso, no había ni un momento en que dejase de pensar en todo los problemas que se le presentaban, en lo que le preocupaba en ese momento o en la vida, en el amor, el dinero, sus sueños, esperanzas y todo lo demás. Era como una soga que se iba cerrando alrededor de su pobre cuello y no había manera de quitársela de encima.

 La otra razón, mucho más física y fácil de entender, era que al edificio donde vivía le estaban haciendo algunas reformas y el ruido de los taladros y martillos y demás maquinaria lo estaba sacando de quicio. Sentía que se había mudado, de repente, a una construcción. Y con todo lo que ya tenía en la cabeza, sumarle semejante escándalo no ayudaba en nada.

 Entonces tomó su celular (la idea no era quedar incomunicado), las llaves, se puso una chaqueta ligera y salió. Al comienzo se le ocurrió dar vueltas por ahí, por las calles que se fuera encontrando. Ya después podría volver a casa con el mapa integrado del celular. Pero ese plan dejó de tener sentido con la cantidad de gente que se encontró en todas partes. Parecía como si el calor de esos días hubiese sacado a la gente de una hibernación prolongada y ahora se disponían a rellenar cada centímetro del mundo con su ruido y volumen.

 Se decidió entonces por ir un poco más lejos, a una montaña que era toda un parque. No estaba lejos y seguramente no estaría llena de gente. No era una montaña para escalar ni nada, estaba llena de calles y senderos pero también de jardines y árboles y de pronto eso era lo que necesitaba, algo de naturaleza y, más que todo, de silencio.

 Cuando entró al primer jardín, como si se tratase de una bienvenida, se cruce con un lindo gato gris. Tenía las orejas muy peludas y se le quedó mirando como si mutuamente se hubiesen asustado al cruzarse en la entrada del lugar. Él se le quedó viendo un rato hasta que se despidió, como si fuese una persona, y siguió su camino. Ese encuentro casual le llenó el cuerpo de un calor especial y logró sacar de su cabeza, por un momento, todo eso que no hacía sino acosarlo.

 Ya adentro del jardín, había algunas personas pero afortunadamente no las suficientes para crear ruido. Se sentó en una banca y miró alrededor: un perro jugando, una mujer mayor alimentando un par de palomas y algunos pájaros cantando. Era la paz hecha sitio, convertida en un rincón del mundo que afortunadamente tenía cerca. Aprovechó para cerrar los ojos y respirar lentamente pero el momento no duró ni un segundo.

 Escuchó risas y voces y se dio cuenta que eran algunos chicos de su edad, no jóvenes ni tampoco viejos. Todos pasaron hablando animadamente y sonriendo. Estaban contentos y entonces uno de esos sentimientos se le implantó de nuevo en el cerebro. Sentía culpa. De no ser tan alegre como ellos, de no sentir esa alegría por ninguna razón. No tenía sus razones para ser feliz porque no sabía cómo serlo.

 Se levantó de golpe y decidió cambiar de lugar. Sacudió la cabeza varias veces y agradeció no tener nadie cerca para que no lo miraran raro. Caminó, subiendo algunas escaleras y luego siguiendo un largo sendero cubiertos de hojas secas hasta llegar a una parte del parque que era menos agreste, con un pequeño lago en forma de número ocho. Alrededor había bancas, entonces se sentó y de nuevo trató de contemplar su alrededor.

 Había dos hombres agachados, rezando. Patos nadando en silencio en el estanque y el sonido de insectos que parecía crecer de a ratos. Tal vez eran cigarras o tal vez era otra cosa. El caso es que ese sonido como constante y adormecedor le ayudó para volver a cerrar lo ojos e intentar ubicarse en ese lugar de paz que tanto necesitaba. Respiró hondo y cerró los ojos.

 Esta vez, el momento duró mucho más. Casi se queda dormido de lo relajado que estuvo. Sin embargo, al banco de al lado llegó una pareja que empezó a hacer ruido diciéndose palabras dulzonas y luego besándose con un sonido de succión bastante molesto. Trató de ignorarlo pero entonces la idea del amor se le metió en la cabeza y jodió todo.

 Recordó entonces que no tenía nadie a quien querer ni nadie que lo quisiera. De hecho, no había tenido nunca alguien que de verdad sintiese algo tan fuerte por él. Obviamente, habían habido personas pero ninguna reflejaba ese amor típico que todo el mundo parece experimentar. De hecho él estaba seguro que el amor no existía o al menos no de la manera que la mayoría de la gente lo describía.

 El amor, o más bien el concepto del amor, era como un gas tóxico para él. Se metía por todos lados y lo hacía pensar en que nadie jamás le había dicho que lo amaba, nadie nunca lo había besado con pasión verdadera ni nunca había sentido eso mismo por nadie. Hizo un exagerado sonido de exasperación, que interrumpió la sesión de la pareja de al lado. Se puso de pie de golpe y salió caminando rápidamente.

 Trató de pisar todas las hojas secas que se le cruzaran para interrumpir el sonido de sus pensamientos. Estuvo a punto de gritar pero se contuvo de hacerlo porque no quería asustar a nadie, no quería terminar de convertirse en un monstruo patético que se lamenta por todo. Trató de respirar.

 Encontró un camino que ascendía a la parte más alta de la montaña y lo tomó sin dudarlo. Su estado físico no era óptimo pero eso no importaba. Creía que el dolor físico podría tapar de alguna manera el dolor interior que sentía por todo lo que pensaba todos los días. Su complejo de inferioridad y su insistencia en que él era al único que ciertas cosas jamás le pasaban. Tomó el sendero difícil para poder sacar eso de su mente y no tener que sentarse a llorar.

 El camino era bastante inclinado en ciertos puntos, en otros hacía zigzag y otros se interrumpía y volvía a aparecer unos metros por delante. Había letreros que indicaban peligro de caída de rocas o de tierra resbaladiza. Pero él no los vio, solo quería seguir caminando, sudar y hacer que sus músculos y hasta sus huesos sintieran dolor.

 El recorrido terminó de golpe. Llegaba a una pequeña meseta en la parte más alta, que estaba encerrada por una cerca metálica. Todo el lugar era un increíble mirador para poder apreciar la ciudad desde la altura. Pero él no se acercó a mirar. Solo se dejó caer en medio del lugar y se limpió el sudor con la manga. Esta vez estaba de verdad solo y su plan había funcionado: estaba cansado, entonces no pensó nada en ese mismo momento.

 Sintió el viento fresco del lugar y se quedó ahí, mirando las nubes pasar y respirando hondo, como queriendo sentir más de la cuenta. Sin posibilidad de detenerse, empezó a llorar en silencio. Las lágrimas rodaban por su cara, mezclándose con el sudor y cayendo pesadas en la tierra seca de la montaña. No hice nada para parar. Más bien al contrario, parecía dispuesto a llorar todo lo necesario. Se dio cuenta que no tenía caso seguir luchando así que dejó que todo saliera.

 No supo cuánto tiempo estuvo allí pero sí que nunca se asomó por el mirador ni tomó ninguna foto ni nada por el estilo. Solo sintió que su alma se partía en dos por el dolor que llevaba adentro. Agradeció que nadie llegara, que no hubiese un alma en el lugar, pues no hubiese podido ni querido explicar qué era lo que pasaba. Tampoco hubiese querido que nadie le ofreciera ayuda ni apoyo ni nada. Era muy tarde para eso. Además, era hora de que él asumiera sus demonios.

 El camino a casa pareció breve aunque no lo fue. Ya era tarde y los hombres que estaban trabajando en la remodelación se habían ido. Al entrar en su casa, en su habitación, se quitó la ropa y se echó en la cama boca arriba y pensó que debía encontrar alguna manera para dejar de sentir todo lo que sentía o al menos para convertirlo en algo útil. Había ido bueno liberarlo todo pero aún estaba todo allí y no podía perder ante si mismo.


 Ese día se durmió temprano y se despertó en la madrugada, a esas horas en las que parece que todo el mundo duerme. Y así, medio dormido, se dio cuenta que la solución para todos sus problemas estaba y siempre había estado en él mismo. Solo era cuestión de saber cual era.