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miércoles, 30 de enero de 2019

Entre nosotros y el final


   Las máquinas se movían con lentitud sobre el desierto. Parecía como si caminaran pero no eran piernas orgánicas ni pertenecían a un ser que tuviera la capacidad de pensar. Eran vehículos construidos de partes de otras máquinas, hechos en otros puntos de la región. Habían sido hechos precisamente para cruzar el gran desierto que dividía los grandes núcleos de población que existían o que al menos se sabía que todavía existían después de las grandes guerras y pequeñas batallas que habían tenido lugar.

 Por todo el desierto habían partes de aeroplanos y de tanques de guerra, ya oxidados y destruidos lentamente por el sol y el calor. Había equipos de personas que buscaban esos pedazos por todos lados, algunas veces excavando para poder encontrarlos y luego teniendo que llegar allí con máquinas especiales para poder trasladar los materiales a los talleres donde pudieran transformarlos en algo útil. Esos grandes depósitos estaban en las orillas del desierto, siempre contemplándolo.

 Los grandes caminantes metálicos, sin embargo, eran una creación diferente y para otro fin. No estaban hechos para buscar pedazos de metal y tampoco eran grandes talleres ambulantes, como algunos en los pueblos creían. Eran máquinas hechas para explorar los lugares más remotos del desierto que, a pesar de tanta exploración, seguía teniendo lugares desconocidos para los ojos humanos. Al fin y al cabo, toda la región era joven y había surgido después de que el polvo nuclear había caído a tierra.

 Los caminantes habían sido construidos por un grupo de hombres y mujeres que controlaban casi por completo el comercio de piedras preciosas en la región. Eran ellos los únicos, o casi, con la habilidad de perforar la roca y encontrar piedras que pudieran ser utilizadas como medio de pago. El dinero hecho con papel y metales había desaparecido casi por completo, siendo reemplazado por un sistema de intercambio de bienes que se consideraban de gran valor, fuera económico o personal.

 Las cosas funcionaban así y el casi monopolio del grupo de los caminantes les había proporcionado la posibilidad de hacer algo que su tribu siempre había creído necesario: la exploración del nuevo mundo que había aparecido después de las guerras. En sus creencias, el mundo ahora escondía muchos tesoros que podrían proporcionarles la clave para ser los gobernantes del mundo, no solo de un pequeño pedazo. Las diferentes tribus y grupos vivían en paz pero ellos creían en construir algo así como un imperio a partir de un poder creado gracias a sus hallazgos, a los que nadie más tendría acceso.

 Sin embargo, subestimaban de gran manera la curiosidad humana. Eso era algo que no había desaparecido después del derramamiento de sangre y era obvio que la radiación no la había logrado destruir. Las personas todavía querían saber más, incluso si su mundo parecía inescrutable y si conocimiento no parecía tener una utilidad práctica. Ya no importaba quién sabía más y mucho menos cómo. Ahora era importante sobrevivir pues nadie en verdad vivía. Solo querían llegar a ver el mañana, no pensaban en el gran futuro.

 O mejor dicho, casi todos pensaban así. Otros en cambio pensaban que todo ya había pasado, que las tragedias que ya habían ocurrido eran lo peor que les podía ocurrir. Creían que el mundo solo podía mejorar, que el futuro era de verdad brillante y podía tener en él la clave para de verdad vivir y dejar de sobrevivir día tras día. Creían que en el mundo existían maneras de aprender de la nueva situación, que a la larga no era tan nueva pues ya hacía más de cien años que todo había ocurrido, viéndose solo las consecuencias.

 Nadie existía ya que hubiese visto las bombas caer y el sin igual resplandor de estas cuando tocaban el suelo y hacían vibrar la tierra. Solo había relatos orales, pasados de una persona a otra hasta el tiempo presente. Por supuesto, la realidad se había transformado lentamente y algunas partes de la historia pasada habían desaparecido para siempre. Ya no sabían de las personas que habían vivido antes de las guerras, de hecho había muy poco de esos tiempo y eran objetos y registros muy difíciles de comprender.

 Pero esas personas que exploraban aquí y allá, que se internaban en el desierto para buscar cosas diferentes a partes de máquinas, querían de verdad entender su mundo para poder aplicar esos conocimientos en proyectos que pudiesen mejorar las cosas. Uno de los grandes problemas, por ejemplo, era el abastecimiento de agua para los centros de población. La mayoría dependían de pequeños pozos subterráneos pero era obvio que en algún momento se vaciarían y no habría más agua que tomar.

 Los exploradores, que normalmente iban en grupos de cuatro personas o menos, habían ya descubierto varios pozos que antes nadie había visto. Pero ninguno de ellos era útil para que las personas tomaran agua pues el liquido tenía elementos radioactivos. Puede que estuviera limpia dentro de otro centenar de años, pero no podían arriesgarse. Ya había problemas de salud relacionados con la radiación y la idea era poder sobrevivir sin tener los mismos problemas que habían sufrido por tanto tiempo. Había que encontrar mejores maneras de vivir.

 Además estaba el problema de la tribu de los caminantes, que siempre eran violentos con otros que quisieran cruzarse en su camino. No dudaban un solo momento en usar los rifles que habían construido con cuidado las mujeres para matar a aquellos que pudiesen ser un problema para ellos. No les importaba que esos exploradores buscaran agua en vez de pedazos de máquinas. Para ellos, eran los únicos que debían de tener el poder y la capacidad de viajar por el desierto. Su imperio debía empezar en esas arenas.

 Ya habían matado a varios cuando un grupo de exploradores penetró el desierto más allá de lo que ninguna otra persona lo hubiese hecho. Llegaron a una cadena de montes secos, en los que crecían algunas plantas que apenas se notaban entre la arenisca. El viento era inclemente y fue por un accidente que ese grupo encontré el reservorio de agua más grande jamás descubierto en el desierto. Las primeras pruebas afirmaban que no había radioactividad en ese gran espacio, era agua pura cómo ninguna otra.

 El problema entonces radicaba en los caminantes, que podrían descubrir el reservorio y hacer una de dos cosas con él: podían aprovecharlo y tomarlo para ellos, dejando que toda la demás gente muriera de sed o simplemente podrían usar sus bombas para colapsar el techo de la caverna y así contaminar y destruir para siempre ese lugar de esperanza. Era imposible saber cómo responderían pero estaba claro que no dejarían que las personas de otros lugares utilizaran esa agua ubicada tan profundo en un territorio que reclamaban como propio.

 Los exploradores hicieron planos para una tubería a través del desierto que llevaría el agua al centro de población más grande cerca del desierto. Con el tiempo, extenderían la red a otros lugares y así todos podrían tener acceso al agua y las peleas por ese bien se terminarían. Pero solo era una idea, un proyecto que no parecía tener la probabilidad de volverse realidad con los caminantes en el desierto. Los exploradores estuvieron a punto de dejarlo atrás, lejos de sus mentes, pero entonces tembló con fuerza.

 Nunca antes se había sentido un terremoto en esa región pero había sido increíblemente violento, tanto que destruyó gran parte de los pueblos cercanos y colapsó por completo secciones de los montes en el interior del desierto. Los exploradores corrieron a verificar el reservorio, que no había sufrido daños.

 Lo que sí encontraron fueron los remanentes de un gran grupo de caminantes, colapsados dentro de una zanja que se había abierto en el desierto como una gran herida. Con sus talleres también destruidos, el gran imperio jamás surgiría del desierto ni de ninguna otra parte.

lunes, 10 de diciembre de 2018

El pasado se repite


   Estaban teniendo sexo cuando los agentes llegaron. Los sorprendieron uno encima del otro, completamente desnudos y en plena penetración. Ellos no se sintieron apenados, lo que debería haber sido el sentimiento natural. Lo que sintieron fue miedo porque esos hombres, porque no había una sola mujer, no tenían porque estar allí.  Habían entrado rompiendo la puerta y ellos, en su éxtasis sexual, no se habían dado cuenta. O sino se habrían escondido, se habrían lanzado por la ventana o hubiesen hecho algo.

 Sin embargo, esa fue solo una de las parejas, de los hombres homosexuales que en silencio y bajo el cobijo de la noche, fueron llevados a diferentes cárceles alrededor del país. Había miles y todos estaban igual de asustados. Algunos incluso habían sido golpeados y los moretones en sus pieles lo denotaban con facilidad. Otros ya ni hablaban, pues de verdad temían que decir cualquier cosa pudiese causar un daño peor. Ninguno de ellos sabía qué ocurría pero ciertamente lo adivinaban.

 Hacía poco, muy poco de hecho, los ciudadanos de todo el país habían sido convocados para votar por el próximo presidente. La campaña había sido un caos total, pues tres de los seis candidatos habían muerto de manera misteriosa en un accidente aéreo. El avión parecía haber perdido el control poco antes de aterrizar y fue a dar al mar, enterrándose en el suelo marino y sometiendo a los cuerpos a la presión. Se solicitó cambiar la fecha de las elecciones pero, como siempre, nadie hizo nada y todo siguió como acordando antes.

 No sorprendió a nadie el hecho de que el candidato más extremista ganara las elecciones. Desde antes ya tenía una cantidad de seguidores que lo apoyaba en cada cosa que decía y en cada evento en el que participaba. Pero su mayor rival, una candidata moderada, había muerto en el accidente y eso le había dado paso ilimitado al puesto político más importante del país. La muerte de su competencia terminó sellando su victoria. Las razones del accidente nunca fueron esclarecidas pero terminaron siendo obvias.

 Apenas semanas después de su inauguración como presidente, el hombre firmó un decreto poco antes de la medianoche, pues debía entrar en vigor a la siguiente madrugada. El decreto llamaba por un retorno a los valores del pasado y empezaba por “ayudar al cambio” de miles de homosexuales declarados a lo largo y ancho del país. Los meterían primero en cárceles regulares y luego existirían lugares especiales para darles la supuesta ayuda que el gobierno creía que requerían para poder ser hombres “normales”. Todo disfrazado de buenas intenciones.

 La gente, sin embargo, vio como se llevaban a cientos, a miles de hombres en camiones por todas partes. Irrumpieron en casas no solo para llevarse hombres adultos, sino también para llevarse mujeres lesbianas y niños y niñas que, en alguna red social o a alguien, le habían confesado que eran homosexuales. El trato que se les dio no fue nada diferente al de los adultos y todos ellos también resultaron en las cárceles, siendo procesados como criminales. No había nada en ningún lado que pudiese calificarse de ayuda.

 Aunque algunos todavía tenían ganas de pelear, de luchar por sus derechos, pronto se dieron cuenta que no tendrían ningún tipo de compasión de ningún lado. Solo golpes y gritos, no había nada más. Estuvieron meses hacinados en prisiones ya llenas de delincuentes comunes, violadores, asesinos y narcotraficantes. Algunos incluso murieron en peleas contra ellos y supieron que debían mantenerse al margen y tratar de interactuar lo menos posible con los demás prisioneros. Era la única manera de sobrevivir.

 Fue entonces cuando tuvieron que unirse como grupo, como jamás antes lo habían hecho, casi formando una tribu en la que unos se protegían a los otros, porque nadie más los iba a ayudar. Si alguien se enfermaba o era lastimado, los demás lo cuidaban. Al menos así fue en varias de las cárceles, pues el instinto dictaba que lo primordial era sobrevivir, sin importar como. Ya después pensarían en otras cosas. Pero si no se mantenían con vida, si no lograban salir adelante, todo habría sido para nada.

 A los meses de estar en las cárceles, los camiones nuevamente vinieron por ellos y los fueron sacando poco a poco hasta que no quedó ninguno. En lugares remotos, se habían construido campos enormes con cabañas hechas de latas de zinc, en las que vivirían hasta que el gobierno considerara que ya podían volver a la sociedad. La idea era que ayudaran a construir los edificios definitivos, pues en los que los metían a vivir no había agua corriente ni electricidad y el frío era un problema serio. Era otra prueba.

 Tuvieron que compartir ropa, pues no les dieron ninguna. Muchos murieron de hipotermia durante el primer año y otros más a causa de los trabajos que debían hacer a diario. Tenían que despertar a las cinco de la mañana y los obligaban a dormir hacia las once de la noche. Solo había dos comidas y nada más. Si no estaban trabajando, debían de estar durmiendo y viceversa. No los querían ejercitándose ni comiendo demasiado. Solo trabajar y dormir. Algunos incluso empezaron a perder el sentido de la realidad y, en poco tiempo, perdieron todo lo que los hacía seres humanos.

 A ellos, a los locos, les pegaban un tiro en la cabeza siempre que podían. Los usaban como ejemplos para que el resto viera que no era un juego, que la muerte sí podía llegarles en cualquier momento. Otros castigos consistían en hacer que un hombre trabajara desnudo durante toda una semana y así dormía también. Era una prueba de resistencia que se les hacía a los que habían cometido algún error y rara vez lo superaban. No se hacía nada para enseñar o ayudar de verdad, solo para traumatizar y asustar.

 Solos y tristes, la mayoría de los prisioneros ya no sentían igual que en el exterior. De hecho, a muchos les costaba recordar las caras de sus parientes o las de sus hijos o parejas. Había muchos hombres casados con otros o en relaciones de años, pero habían sido separados y ya no tenían a nadie. Otros, eran muy jóvenes o simplemente estaban solos en el mundo. A los primeros, se les trataba de cuidar pero la situación los hizo madurar más aprisa y pronto fueron de los más resistentes, de los que sabían como sobrevivir.

 Nadie sabía como sería con las mujeres, pero se asumía que debía ser muy parecido y eso ni hablar de otras personas que habían sido registradas en pasados gobiernos progresistas como transexuales o intersexuales. Nadie sabía que había pasado con ellos y la verdad era que se prefería evitar pensar en ello porque la respuesta no podía ser nada esperanzadora. Ya tenían suficiente con su propio calvario y no tenía sentido torturarse con lo que les pasaba a los demás. No había lugar para ser compasivo.

 En las únicas ocasiones que podían interactuar era por la noche. Los guardias se paseaban por fuera de las cabañas pero casi nunca escuchaban si los prisioneros susurraban con mucho cuidado. En todo caso no era algo que ocurriera seguido, pues solo hablaban de lo que les pasaba en el día y eso era una tortura que no tenía sentido. Además, casi todos los días moría alguien, por una razón o por otra, así que hablar del día a día se volvía menos y menos importante, pues les recordaba sus pocas posibilidades.

 Solo tenían ese silencio nocturno para pensar, para rezar o para llorar. Eran las tres cosas que hacían y no había nada más. Nadie sabía cuando terminaría semejante situación o si de verdad terminaría algún día. Era probable que todos morirían allí, sin nunca volver a ver a ningún otro ser humano.

 Algunos ya habían empezado a pensar en ello y por eso amanecían muertos, cortándose las venas con pequeñas cuchillas o saliendo en la mitad de la noche para que los mataran de un tiro por rebelión. Las puertas se iban cerrando y solo quedaban aquellas que nadie nunca había querido cruzar y ahora corrían hacia ellas.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Ella con él y sin ella


   Su vestido del color del cielo despejado se movía con la más ligera brisa. Caminaba despacio, sobre el muelle de madera sólida, mirando como el mar se iba sumiendo en la oscuridad de la noche. Los últimos destellos del sol caían por todos lados y muchos de los invitados a la boda los miraban con regocijo. Era un espectáculo natural de una belleza increíble y no se podía negar que la idea de hacer la boda en semejante sitio había sido una genialidad. Pero nadie sabía muy bien quién había tenido la idea.

 El caso es que ver hundirse el sol naranja en el mar era hermoso y muchos llegaron al muelle también y pronto rodearon a la joven del vestido azul, que apoyaba sus manos en la baranda, como con intención de salir corriendo detrás del sol. A su alrededor, los niños corrían y reían y las parejas se tomaban de la mano y se besaban. Pero ella no hacía caso, pues en su mente pasaban cosas muy diferentes, mucho menos alegros y más urgentes para ella. El espectáculo solar era solo una distracción.

 Los novios se acercaron también a la escena. Por supuesto, todos quisieron tomarles una foto y para cuando el fotógrafo oficial del evento pudo instalarse, la tarde ya casi había caído por completo y luces artificiales tuvieron que utilizarse para retratar la escena. Las fotos no fueron tan hermosas como muchas de las que la gente había tomado minutos antes, pero todos los alabaron y no dejaban de decir que la novia se veía hermosa y que su novio era el más guapo que habían visto nunca en una boda.

 La joven de vestido cielo se deslizó entre la multitud de aduladores, subió las escaleras hacia la sala de banquetes y penetró un corredor alterno que iba directo a las cocinas. Ninguno de los trabajadores le dijo nada, pues estaban demasiado ocupados preparando el primer platillo de la noche. La mujer casi corrió entre ellos, saliendo por una puerta que daba directo al sector donde camiones dejaban los productos que se usaban a diario en las cocinas. Ahí si la miraron, pero nadie dijo nada.

 Atravesó un prado bien cuidado y pronto estuvo en el estacionamiento, que recorrió casi por completo hasta llegar a su propio vehículo. Las llaves las tenía guardadas en la pequeña bolsa que se mecía a un lado y otro en su muñeco, donde apenas tenía espacio para poner nada. Se sentó en el asiento del piloto y abrió la guantera, extrayendo de ella su celular. Verificó la pantalla y vio, para su alivio, que su mejor amiga le había estado escribiendo, hambrienta de información acerca del desarrollo de la boda y del estado sicológico de su amiga. No era para menos. Su hermana se casaba con su novio.

 En otras palabras, la hermana mayor de la mujer de azul era quién se casaba y el novio no era nadie más sino uno de los novios pasados de la mujer de azul, es decir de la hermana menor de la novia. Era un lío todo el asunto e incluso los padres de las chicas se habían mostrado algo impactados por toda la situación. Pero la hermana mayor había dejado muy en claro que estaba perdidamente enamorada y, en situaciones así, no se puede decir mucho que digamos. Solo se da la bendición y se espera lo mejor.

 Para la chica de azul, todo había sido aún más sorpresivo. Al fin y al cabo hacía unos cinco años que había dejado su ciudad natal para irse a estudiar fuera del país. Había hecho un posgrado y luego había conseguido un trabajo demasiado bueno para rechazarlo, por lo que se había quedado allá lejos e ignoraba la mayor parte de las cosas que ocurrían en su familia. Ni su padre ni su madre le habían dicho nada acerca de todo el asunto antes de su viaje, y ella se los había reclamado una vez en su casa de infancia.

 Tal vez no era justo culparlos a ellos o tratarlos tan mal como lo hizo, pero estaba segura de que sabían lo mucho que ese hombre había significado para ella. Habían salido por años y antes de eso habían sido los mejores amigos desde la infancia. Se conocían demasiado bien, así como a sus respectivas familias y amigos. Eran una pareja unida que solo se había separado, precisamente, por el hecho del viaje de la chica de azul. Él había jurado esperarla pero, meses después, le escribió un largo correo electrónico.

En él, el hombre le decía lo mucho que la quería, una y otra vez, pero también confesaba que no creía poder esperarla para siempre. Además, por esos días, ella había recibido la propuesta de trabajo que al final había aceptado. Eso no lo sabía él, pero hizo más fácil para ella la finalización de la relación. Le dolía, por supuesto que sí, pero debía ser sincera consigo misma y su prioridad en la vida no era tener una pareja o por lo menos no en ese momento. Quería realizarse como ser humano y no lo haría en casa.

 Todo terminó en ese momento. Se dejaron de hablar y sus padres nunca dijeron nada de nada hasta el día que la recogieron en el aeropuerto. Ella estaba feliz de ver a su hermana casarse, en especial porque su relación siempre había sido muy estrecha. Se habían perdido un poco por la distancia, pero ella confiaba en que todo seguía igual entre ellas. La revelación de quién era el novio le vino como un baldado de agua fría y entonces supo que nadie puede prevenir muchas de las cosas que pasan en la vida, y que nunca hay que confiarse sobre nada ni sobre nadie.

 Sin embargo, trató de ser una buena hermana y aceptó ir a la boda. Originalmente la habían pensado como dama de honor, pero ella se negó de la manera más decente de la que fue capaz. Nadie argumentó nada en contra de esa decisión. Pero claro que asistiría porque para eso había viajado y porque era todo un asunto de familia. No tenía sentido hacer un desplante tal, a pesar de que todo la hacía pensar una y otra vez sobre lo que había pasado y lo que no, hacía años y de manera más reciente.

 En el coche, le escribió a su amiga que todo andaba bien, que no le había arrancado las extensiones de la cabeza a su hermana y que no había hecho llorar a su madre. Ahí se detuvo, porque sabía que su amiga no era tonto y no se iba a comer la historia de que todo andaba a las mil maravillas. Entonces le escribió que tenía mucha rabia y que había decidido salir un rato para tomar aire. Su amiga le respondió rápidamente, diciéndole que confiaba en ella y que apenas acabara todo, la llamara para hablar largo y tendido.

 Estuvo a punto de responder con alguna de las caritas que vienen en los aparatos móviles, cuando alguien tocó a la puerta del carro. Era el novio. Ella quedó casi congelada por un rato, pero supo que tenía que bajarse pronto o sino parecería una loca. Le pidió que se moviera y ella salió, arreglándose el vestido un poco. Le dijo que había vuelto al coche por su celular, que había dejado allí por accidente. Obviamente eso no era cierto pero él no tenía porqué saberlo. Y sin embargo, se notaba que lo sabía.

 Pero no dijo nada en cuanto a eso. Preguntó en cambio si le había gustado la ceremonia en la iglesia y ella tuvo que recordar lo que había visto porque en realidad no había puesto mucha atención a nada. Claro que no ayudaba que ella no tuviera ni el más mínimo respeto por los sacerdotes, pero en gran parte no había querido estar pensando demasiado. Él solo asentía y trataba de sonreír, pero hacía un trabajo terrible. Ella sabía bien que a él no se le daba nada bien mentir, lo conocía demasiado bien.

 Se quedaron entonces en silencio y entonces ella quiso decir algo y él también quiso hacer lo mismo a la vez, por lo que nadie dijo nada al final. Él solo la miró y le pidió perdón. Ella negó con la cabeza pero no dijo nada más. Esbozó una sonrisa, que fue una mentira, pero eso no lo supo él.

 Volvieron por separado a la fiesta, ya estaban sirviendo la comida. La chica de azul tuvo que fingir que nada de lo que pasaba la afectaba, pero una lágrima solitaria se precipitó por su mejilla y tuvo que decirle a una tía que era una particular alergia a uno de los productos del primer platillo.

viernes, 19 de octubre de 2018

Fragmentos


   La torre explotó en mil pedazos. Los extremistas habían ganado el día. Su plan, desconectar a la región de la red de telecomunicaciones, había sido un éxito completo. La resistencia no había podido organizarse bien y estaban demasiado ocupados viendo quien ocupaba el puesto de mando para notar que sus mayores enemigos estaban a la puerta y con nada más y nada menos que una bomba. Los pedazos de la torre, doblados y quemados, cayeron por los alrededores, sellando el futuro inmediato de la región.

 Los que resistían debieron de pasar a la oscuridad, a escondites lejanos y profundos en los que los extremistas no pudiesen encontrarlos. Los nuevos lideres se alzaron con rapidez e impusieron pronto sus ideas para un mejor país y una mejor sociedad. Se prohibieron las reuniones en el primer día del nuevo gobierno y para el segundo, se forzó a todos los hombres jóvenes a unirse a las fuerzas armadas. Al fin y al cabo, solo tenían autoridad sobre una región y lo que querían era tener control sobre todo lo que había sido el país.

 Un país lleno de hipócritas e imbéciles que había caído en varias trampas hasta que la última de verdad les pasó la cuenta de cobro. El comienzo del final fue una votación en las urnas, cosa que nadie hubiese previsto. Fueron las personas mismas las que eligieron su destino, el desorden y el caos completo en el que se sumió el país en meses. La guerra fue rápida y destructiva y dio por nacidas regiones aisladas, únicamente enlazadas por torres de comunicación que los extremistas derrumbaron a la primera oportunidad.

 Lo hicieron para tomar el control de formar más fácil, impidiendo que los demás pudiesen meterles ideas “raras” a la gente en la cabeza. Y como estas personas eran tontas, ignorantes y, de nuevo, hipócritas, jamás se resistieron a que los extremistas tomaran el poder. Se quedaron de brazos cruzados mientras que otros, pocos, se escondían entre el mugre de la guerra. Pronto los tuvieron marchando, cultivando a la fuerza y aprendiendo lecciones que no eran más sino un elaborado conjunto de mentiras.

 Incluso alguno que habían resistido se devolvieron a las ciudades con el tiempo, cansados de esconderse y de estar lejos de sus familias. Les importaba más su propio bienestar que la supervivencia de una sociedad decente y educada. Fueron los más grandes traicioneros de la historia del país, cosa que la historia jamás les perdonaría. Los verdaderos resistentes poco a poco huyeron hacia las zonas despobladas, donde el gobierno no ejercía autoridad alguna. Se escondieron entre el monte y aprendieron por vez primera como sobrevivir en lo salvaje, sin todo lo que habían tenido antes.

 Algunos, los más brillantes de entre ellos, crearon pequeñas antenas, de apenas unos cuantos metros de altura, para poder comunicarse con regiones que todavía no hubiesen sido conquistadas por los extremistas. Pero los esfuerzos parecían ser inútiles, pues nadie contestaba. Sus vidas eran tristes, cazando bajo la constante lluvia que ahora reinaba en los bosques o tratando de mantener casitas que podían caerse con el mínimo soplo del viento. Era una vida difícil, que los frustraba constantemente.

 Sus únicos momentos de paz, de una tranquilidad relativa, eran las noches en las que algunos contaban historias del pasado. Los más mayores todavía recordaban como era el mundo antes de la guerra. Siempre repetían que nunca había sido perfecto pero que muchas cosas indicaban que la humanidad podía llegar a ser mucho más de lo que era, pero que simplemente los seres humanos parecían estar más interesados en cosas personales o en temas que a nadie le ayudaban a nada. Eso generaba su presente.

 A los adultos les gustaban las historias sobre los personajes históricos y las grandes civilizaciones. Les fascinaba escuchar de los acontecimientos más importantes de la humanidad, así que como de sus curiosidades más interesantes. A los niños, por lo contrario, les parecían más graciosas y entretenidas las historias de ficción que se habían creado en esos tiempos. Ya nadie generaba ficción, por lo que para ellos era un mundo completamente diferente, una ventana abierta a mundos que les fascinaban.

 Las sesiones de historias empezaban, más o menos, a las ocho de la noche. Como no había electricidad ni relojes, la gente confiaba en el suave sonido de un ave de plástico para notificar que la sesión de la noche iba a empezar. El ave era un artículo encontrado en la selva, probablemente dejado atrás por alguien que huía. Sabían bien que el bosque estaba probablemente repleto de gente huyendo de las fuerzas extremistas, pero no era la mejor idea buscarlos y unirse porque eso podría llamar la atención del enemigo.

 Solo una persona contaba historias cada noche. La idea era que tuvieran historias para siempre y que todos aprendieran bien lo que habían escuchado, porque tal vez serían los encargados de repetir la historia en el futuro. Dependiendo del orador, se podían demorar entre dos y ocho horas contando una sola historia, dependiendo de su complejidad y del número de preguntas que hiciesen los espectadores. Por supuesto, la cosa siempre mejoraba cuando había muchas preguntas que responder. Eso le daba un nivel más a las historias, una realidad que las hacia más cercanas.

 En las ciudades, la gente no tenía el lujo de contarse historias en la noche. De hecho, cada familia debía permanecer en su unidad de vivienda todo el día, excepto durante las horas asignadas para el trabajo. Y todos trabajaban, sin excepción. No importaba la edad o el genero, no importaban las enfermedades o afecciones físicas, todo el mundo trabajaba en algo. Era la idea del gobierno que todos colaboraran para volver a tener una sociedad que funcionara como una máquina y eso solo podrían lograrlo entre todos.

 Se pensaría que la imagen del gobierno sería mejor entre la gente que gobernaban que entre los resistentes, pero la verdad esto no era así. Muchos llegaban a sus hogares a criticar al gobierno y a hablar pestes de lo que hacían y como lo hacían. Por eso ellos instauraron un sistema en el que si alguien delataba a un vecino, amigo o familiar, serían recompensados con una ración más grande de comida y otros objetos personales. Por supuesto, muchos vieron allí una oportunidad y las cárceles empezaron a abarrotarse.

 Con los nuevos ingresos gracias al trabajo de la mano de obra forzada, el gobierno pudo ampliar sus cárceles, así como su presencia en las ciudades. En cada esquina se instaló una cámara de seguridad de última generación, capaz incluso de ver a través de los muros más densos. No iban a meter cámaras en las casas de las personas, pues no querían tener títeres sino solo aquellos que de verdad quisieran el mismo país que ellos tenían en la mente. Y en poco tiempo, la mayoría de mentes contrarias estaban en las cárceles o en la selva.

 Allá lejos, más allá de las carreteras y las últimas conexiones eléctricas, los pequeños poblados rebeldes se mantuvieron. No crecieron en número ni en tamaño, tampoco que movieron mucho más de lo que ya se habían movido. No construían estructuras vistosas ni se internaban cerca de las regiones controladas por el gobierno. Simplemente vivían y no querían saber nada de quienes los habían traicionado. Había mucho dolor todavía, mucho resentimiento que jamás podría ser propiamente curado.

 En ese mundo, los rebeldes nunca quisieron retomar las ciudades ni nada por el estilo. No se enfrentaron al gobierno de manera frontal ni buscaron tomar su lugar. Eran personas que solo querían una vida tranquila y, de una manera o de otra, habían conseguido tenerla sin tener que recurrir a la guerra, a la muerte.

 Y como el poder aumentaba para los extremistas, se terminaron confiando demasiado y ese siempre es el problema con aquellos que se embriagan de poder. Creyeron que el enemigo había huido, cuando ellos mismos lo fueron creando poco a poco en las partes más oscuras de las cárceles más sórdidas.