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domingo, 31 de mayo de 2015

Selenitas

  Físicamente eran como todos nosotros: dos piernas, dos brazos, un torso, ojos, nariz, boca, una cabeza con pelo encima y pies al final de las piernas. Nada raro en ese aspecto aunque sí tenían un rasgo que al parecer había sido predominante desde los primeros asentamientos: la mayoría eran pelirrojos. Nadie sabía muy bien porque pero la mayoría tenían cabelleras de rojo encendido y eran muy orgullosos de ello, las mujeres adornándolas con flores u otros adornos y los hombres modelando el pelo en varios diseños que denotaban algo de su familia o la zona en la que habían nacido.

 Los selenitas eran además reconocidos por ser mucho más “liberados” que sus contrapartes de la Tierra. La historia decía que cuando habían llegado los primeros colonos estables, habían decidido quitarse de encima ataduras que los seres humanos habían tenido por siglos. Como eran hombres y mujeres de ciencia, le impidieron el paso a la religión en ese momento y declararon como una máxima la de “vivir y dejar vivir”. De pronto por ello en los primeros años, muchas nuevas parejas homosexuales se fueron a vivir también allí y sus descendientes, también de pelo rojo, cuentan con orgullo las vidas de sus dos padres o dos madres.

 La religión fue aceptada después porque, como en toda la Historia, supo colarse por entre resquicios que nadie nunca miraba. Una virgen diminuta por allá, un dios colgante por allí, una cruz escondida y las autoridades no tuvieron de otra que legalizar la religión pero solo en ciertos lugares. Se les advirtió a los religiosos que nunca podrían ingresar con sus imágenes y discursos a centros educativos o a edificios públicos. Y así fue. Han pasado unos doscientos años desde la llegada de los primeros colonos y casi trescientos desde ese días en que el Hombre por fin pisó la luna.

 Hoy en día, la Luna es un país más, aliado estrecho de la Tierra por obvias razones, pero con un gobierno aparte, sin ataduras a las viejas democracias del planeta azul. Este vio su parte de guerras después de la secesión pacifica de la Luna pero con el tiempo todo se estabilizó. Ya el dinero perdió importancia así como el poder. Ahora lo que más buscaba la gente era conocimiento, expandir lo conquistado y tener más y más territorio. La Tierra y la Luna eran los exploradores de la galaxia aunque era el planeta el más obsesionado con colonias y minas y estaciones espaciales, la Luna en cambio tenía otra actitud. Puede que hubiese sido por los fondos menores o por su Historia particular, pero los selenitas simplemente amaban su satélite.

 El centro de la vida política era Selene. La capital llevaba uno de los muchos nombres que los terrestres le habían puesto a la Luna y era una decisión votada por los residentes. Selene no era una ciudad grande y estaba en buena parte construida en el subsuelo pero tenía lo necesario para su casi un millón de habitantes: escuelas, universidades, bibliotecas, museos, parques en burbujas de oxigeno, centros nocturnos, transporte y demás. De hecho uno de los orgullos de la Luna era su sistema satelital de transporte que llevaba a cualquier persona a su destino en menos de diez minutos.

 La vida nocturna también era conocida por ser bastante agitada y muchos terrestres venían seguido a disfrutarla. Lo hacían porque los selenitas se habían desecho de las vergüenzas e inhibiciones del viejo mundo y habían decretado que el cuerpo humano no debía ser razón de vergüenza y que cualquier gusto de una persona era algo circunstancial, que debía ser respetado más no compartido. Esto obviamente solo excluía a aquellos gustos peligrosos como los de armar bombas o matar gente, aunque incluso esos hombres y mujeres no eran condenados por ellos sino que los usaban en ciertos trabajos y ellos, como buenos selenitas que eran, los hacían con gusto.

 Había un equilibrio que la gente adoraba de este pequeño lugar. Parecía que todo podía hacerse y era verdad pero en control y con medidas. No limitaban al ser humano sino que le posibilitaban abrir su mente para crear nuevas cosas. No era de sorprender que fuesen los selenitas los que habían diseñado y construido la gran mayoría de estaciones espaciales en el sistema solar. También tenían excelentes nociones de utilización de los varios metales y tenían un sentido de la estética que los convertía en los preferidos a la hora de crear diseños para esculturas públicas o de arte moderno variado.

 La Luna, a diferencia de la Tierra, solo tenía una colonia. Era una pequeña ciudad de cien mil habitantes, parecida en su construcción a Selene, ubicada en el planeta enano Ceres, en el cinturón de asteroides. No era extraño que muchos selenitas eligieran como sitio de vacaciones a Ceres. La gente allí eran casi todos mineros o granjeros y, mezclado con sus ideales selenitas, los convertían en la mejor gente del sistema solar. Su comunidad era pequeña porque así lo decían sus leyes. De lo contrario, miles o millones hubiesen llegado al pequeño planeta a quedarse a vivir.

 La minería extraía titanio que parecía algo de nunca acabar. No era fácil, pero era lo que le daba su relativa riqueza a Ceres. Y además tenían kilómetros de plantaciones hidropónicas, de lo que uno pensara. Se decía que la mejor marihuana medicinal era de allí pero eso lo debatía con una granja en la Tierra que reclamaba el mismo puesto. A nadie en verdad le importaba. En ese momento discutir algo así era como decidir quien vendía los mejores tomates o donde crecían los más ricos bananos. Era todo tan común que nadie ponía mucho cuidado.

 Los selenitas amaban sobre todo las berenjenas, que crecían bastante en la atmósfera tenue de la Luna, creada por científicos hace años pero que todavía no les protegía completamente de los meteoritos que caían ocasionalmente. Seguido se oían de las tragedias y allí era cuando se encendían los selenitas, que creían que el gobierno era muy bueno para todo menos para acelerar el proceso de la creación de una atmósfera estable que protegiese a todos los habitantes de la Luna de que una piedra cayera del espacio y los mandara a la Tierra de un bombazo.

 El proceso no era sencillo y por eso era tan lento y solo estaría terminado en otros cientos de años. Se habían plantado hierbas especiales un poco por todos lados y máquinas creadoras de oxigeno pero todo era demasiado lento para los selenitas que siempre parecían tener un pie en el futuro y el otro en el presente. Para los sociólogos, sicólogos e historiadores, la Luna era el resumen de todo lo que los seres humanos siempre habían querido: libertad, orden, igualdad, respeto, felicidad y amor.

 Era increíble para los terrestres que venían de turismo pero la gente pelirroja de la Luna era tan liberada como era amable y era fácil enamorarse de alguno. Eso sí, había leyes claras de población ya que la Luna no era enorme y no podían "superpoblarla". Por eso había colonias, entre esas Ceres, para que los jóvenes pudiesen expandir los ideales selenitas y así hacer de todo lo bueno que tenían un estándar viable en el sistema solar. Los terrestres, amarrados todavía a tradiciones inútiles y poco prácticas, seguían con un pie en el barro del primitivismo.

 No era inusual ver u oír de un terrestre arrestado por discriminar a alguien en la calle o por hacer algo que aquí era considerado una afrenta a la libertad de los demás. No solamente eran arrestados sino también deportados y se le prohibía el ingreso de por vida a la Luna, sin excepciones. Esa era su manera de imponerse como nación y de hacer respetar sus valores, diferenciándose así de la Tierra, que siempre los miraba con condescendencia cuando había uno de esos casos de deportaciones. En la Tierra decían los extremistas que la Luna era para los pervertidos, para esa gente sin ley ni dios que no sabían lo que hacían y que terminarían ardiendo en algún infierno.

 Pero los selenitas nunca se enteraban y si lo hacían lo ignoraban. Para ellos no había lugares mágicos inventados ni personas inexistentes o no presentes que los salvaran de un futuro que no había ocurrido. Para ellos había la ciencia y sus propia conciencia. Eran ellos mismos los que hacían los cambios, los que creaban los adelantos necesarios para hacer su sociedad la mejor posible. Es cierto que de vez en cuando había gente que era seducida por los ideales terrestres y se les dejaba. Pocos se iban para nunca volver y si lo hacían no eran discriminados ni se les impedía volver. Era su derecho y la gente lo respetaba, fuese lo que fuese.


 En la plaza principal de Selene, la gente amaba reunirse, en el pasto o en las varias bancas, para discutir ideas o solo reír y compartir historias diversas. Todo tipo de personas se reunían allí bajo el sol y nadie se creía mejor o peor, con más o menos poder, más o menos inteligente. Todos eran bellos para sus estándares e incluso se decía que no se había vivido si no se había tenido relaciones con un o una selenita. El caso es que la gente de la Luna era orgullosa y amable y así lo seguirían siendo por siglos, con la Tierra allí en el horizonte, recordándoles adonde no podían regresar.

domingo, 22 de marzo de 2015

Las torres de Valle Alto

   Desde hace siglos, tres torres se alzaban por encima del enorme bosque que cubría gran parte del Valle Alto. Lo llamaban así porque era uno de los tres valles, atravesados por el mismo río, que formaban el único centro de población de este mundo. O al menos de este lado del mundo porque nadie nunca había ido más allá de las montañas y nadie, tampoco, habían llegado de esas desconocidas tierras. Lo único que parecía conectar a los habitantes del Valle Alto con el resto del mundo, eran las tres torres del bosque, que se alzaban dos centenares de metros sobre la espesa capa verde.

 Los habitantes de los otros valles, que venían seguido a comerciar y a visitar familiares, gustaban de ir a ver las torres, recorrerlas en todo su interior y tratar de llegar lo más arriba posible. Pero nadie había llegado muy lejos ya que sus pulmones no estaban hechos para las alturas y a los cincuenta metros ya estaban exhaustos. Se dice que una mujer llegó a los primeros cien metros pero ella ya no existe y nadie puede estar muy seguro de esa historia.

Las torres estaban dispuestas en un triangulo, en el bosque que quedaba al norte de todo el Valle. Eso era lo único que sabían los habitantes de la zona. No había torres ni en Valle Medio ni en Valle Bajo y los antiguos manuscritos no decían nada de torres en el mundo. Era como si, de un día para otro, hubieran aparecido allí semejantes estructuras como si nada. Más de un erudito del Valle había ido a investigar pero las torres no tenían escritos sobre la piedra, ni símbolo alguno en sus paredes. Mucha gente decía que en lo más alto debía haber un mirador y que allí vivía un sabio que tenía miles de años.

 Por supuesto, esa era otra fantasía de los habitantes del Valle porque nadie tenía ni idea de que había en la punta de cada una de las torres. Con elementos rudimentarios, la gente tenía binoculares y telescopios incluso pero con nada notaron cosas raras en la parte alta de las torres. Lo extraño, que sí parecía ocurrir con frecuencia, era que en días soleados la punta de cada una de las estructuras empezaba a brillar. Era como si allí arriba hubiese un espejo o algo por el estilo. Por eso mucha gente inventaba historias, de una gran biblioteca en la punta de cada torre, o de los aposentos de un mago que los protegía del mal de más allá de las montañas.

 Esa era otra parte importante de todo el asunto: los habitantes del Valle no eran tan curiosos como uno creería. Esto era obvio al darse uno cuenta que solo un puñado había visitado las altas montañas que cerraban sus valles. Algunos de esos picos quedaban cubiertos de nieve en invierno y no parecían estar tan lejos. Pero la gente solo llegaba al pie de la montaña, donde pudiesen construir casas o cultivar. Como se dijo antes, no eran amantes de la altura y no tenían intención alguna de ponerse a desafiar sus cuerpos. Además, no eran exploradores natos y los que lo eran solían ser vistos como locos, queriendo escapar de las muchas tareas que tenían que cumplir.

 Cada valle estaba conectado al siguiente por un cañón estrecho en el que los habitantes, durante milenios, crearon caminos al borde del abismo para conectar las tres partes de lo que se llamaba el Gran Valle o, para la mayoría el Mundo. Porque no había manera de saber que habían más que estos valles, no había como tener constancia de que alguien vivía más allá de las montañas. Los más inteligentes de entre ellos, sabían que el mundo era uno de, probablemente, muchos planetas en el universo y que era probable de que hubiera vida en otro sitios, incluso en ese mismo mundo. Pero también era posible que su valle fuera la única isla de vida en muchos kilómetros, tal vez millones.

 Así que era entendible que nadie en todo el valle se preocupase mucho por las grandes preguntas de la vida. Simplemente habían aprendido a vivir sin tener que saberlo todo. Se contentaban con tener pan en la mesa y con ser felices. Eso era lo más importante en la cultura de los Valles, que entre sí eran algo distintos pero en eso eran idénticos: todo el mundo tenía el derecho e incluso el deber, de ser feliz. Y esto era porque sabían que no había más en el mundo que valiera la pena. Ellos no sabían de dinero ni de avaricia, lo que los hacía más únicos todavía, sin ellos saberlo.

 Un día, por supuesto inesperado para todos, una de las torres empezó a brillar más que las demás. Lo curioso era que casi no había sol y el brillo siguió hasta la noche. Se podía decir que era como un faro, del que solo había uno en Valle Alto, para los pocos barcos pesqueros que se adentraban algunos kilómetros en el mar. La diferencia era que ese faro tenía unos veinte metros de altura y este doscientos. La torre brilló igual por días y días hasta que la gente se acostumbró y ya no le hice mucho caso.

 Esto hasta que la segunda torre empezara a brillar y se dieran cuenta, en la noche, que una no apuntaba al mismo sitio que la otra. Apuntaban su haz de luz a un punto indefinido más allá de las montañas y se quedaba así todo el tiempo, sin moverse como lo haría un faro normal. Con el segundo haz de luz, la gente se empezó a asustar: nunca había pasado nada similar y no les gustaba que pasaran cosas que no se pudiesen explicar de manera sencilla. Los más brillantes se congregaron en el bosque, con catalejos, haciendo cálculos y hablando con los pocos que habían subido alguna montaña, que sabía casi lo mismo que los demás.

 Entonces, un mes después de que brillara la primera luz, brillo la tercera torre y entonces hubo pánico general entre los habitantes del Gran Valle. Incluso los que vivían de la pesca en las aguas poco profundas del Mar, que seguro era más grande de lo que ellos sabían, habían decidido dejar de entrar en el mar y mejor ayudar a sus mujeres en los campos o haciendo otras cosas que no conllevaran un riesgo muy grande. Las luces brillaron y la gente seguía asustada hasta que, de repente, se fueron apagando una a una, a lo largo del mismo tiempo que habían tomado para apagarse.

 Cuando la tercera torre se apagó, todos en el Valle Alto vitorearon y pudieron sentirse a salvo y seguros de nuevo. Pero ese sentimiento duró poco. A la mañana siguiente de apagarse la última luz, se reportó el encuentro de una persona en el extremo más al norte del bosque. Los habitantes de la región tenían grupos de leñadores que hacían recorridos regulares por las zonas boscosas para traer madera los pueblos para el invierno pero ese día no trajeron troncos sino a una mujer.

 La mujer tenía los pies rojos y los médicos pronto dijeron que había muerto del cansancio, de tanto correr. De hecho, no podían estar seguros de que estaba muerta porque, la verdad era, que la mujer era muy diferente a ellos. Lo más obvio era la altura, les llevaba por lo menos unos sesenta centímetros de altura y llevaba el pelo bastante corto, cortado con algún cuchillo mal afilado por lo que se podía ver. Vestía pieles de animales como ropa y parecía no haberse bañado en varios días.

 Fue una enferma quien se dio cuenta de otro detalle: la mujer había sido encontrada en posición fetal en el bosque, según los leñadores. Pues bien, una de las enfermeras concluyó, correctamente, que esto se debía a que venía cargando a una cría, un hijo. Estaba tan bien arropado entre las pieles que no había sido sorpresa que no se hubieran dado cuenta de que estaba allí. El bebé, mucho más grande que los bebés a los que ellos estaban acostumbrados, los miraba con curiosidad y lloró con fuerza, lo que alivió a los médicos, que creyeron que podía estar enfermo.

 La criatura fue alimentada con leche de vacas del Valle Medio, que todos reconocían por su riqueza alimenticia. La mujer fue enterrada en los lindes del bosque. Los doctores revisaron el cuerpo varias veces para confirmar su muerte y al final era obvio que jamás iba a despertar. Fueron los eruditos quienes entraron a la discusión, después de que el bebé fuese presentado a la sociedad en pleno. Ellos decían que esos gigantes debían venir de lejos porque nadie conocía de gente así, tan alta y con aspecto salvaje. Muchos concluyeron que la llegada de madre e hijo no era nada bueno para el Gran Valle pero muchos otros, al ver a la bebé, no creyeron eso.

 El bebé creció bastante y pronto no pudieron alzarlo más. Le hicieron un corral especial y le daban leche y pan todos los días. A veces probaban con platillos más elaborados pero el niño no los comía. Así pasaron las cosas durante un par de meses hasta que, de nuevo, los leñadores reportaron extraños en el bosque. Pero esta vez no se trataba de una mujer y su bebé sino de hombres salvajes y más de sus mujeres e hijos. Eran por lo menos unos cincuenta y todos estaban exhaustos pero ninguno de ellos estaba tan grave como lo había estado la madre del bebé.

 Los habitantes de Valle fueron a saludarlos, tratando de ser amables pero estando tremendamente asustados. Pero la reunión terminó pronto cuando los extranjeros empezaron a quejarse, y colapsaron en el suelo, algunos llorando y otros cansados. La gente del Valle los ayudó y, cuando estuvieron mejor, les explicaron su historia. Resultaba que las torres tenían pares en otros lugares del mundo y uno de esos lugares era el desierto en el que ellos vivían. Según la leyenda, si alguna vez se prendía la torre ello indicaba que el mundo iba a cambiar y que debían seguir la luz para salvarse. Y eso habían hecho. Entonces, asustados, les dijeron que notaron más luces y que iban a venir más seres y que era probable que no todos fuesen como ellos.


 Temiendo por su seguridad, la gente del Valle empezó a organizarse, por primera vez en su Historia, para defenderse.

martes, 10 de marzo de 2015

La película de mi vida

  Su tumba estaba cubierta de hierbas y tierra. Las letras en la piedra se habían borrado casi por completo y si no fuera por los surcos en el mármol, no se podría saber quien yacía allí, en ese pequeño rincón del cementerio. Pero yo sabía quien era porque yo lo había amado más que a nadie en este mundo y, naturalmente, había sido yo quién había elegido este pequeño lugar para que su cuerpo descansara. Me había dicho que le tenía miedo a la incineración y que prefería que su cuerpo se degenerara naturalmente.

 Suena bastante tétrico decir que alguna vez hablamos del tema pero lo que pasa es que hablábamos de todo lo que se pudiese hablar. En nuestro exilio no teníamos nada más que nuestras voces y, en el campo, era mejor hablar de aquello que aquejaba nuestra mente o que siempre nos había interesado profundamente. La muerte lo preocupaba y creo que puedo decir que tuve la fortuna de aliviar un poco  esa preocupación, de calmar su miedo.

 Yo no le tenía miedo a la muerte sino a morir solo, que es muy distinto. Pero ahora que lo tenía a a disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. fortuna de siempre nos habél esa preocupación se había disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. Los tiempos de correr y escapar y pensar en que todo terminaría pronto parecían lejanos aunque en verdad no lo estuviesen tanto. Nos teníamos el uno al otro y eso bastante en ese entonces. Nada más era necesario.

 Limpié la tumba lo mejor que pude y, con un marcador que había traído, traje a la luz todos los detalles que había escritos en el mármol: su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de muerte. Cuando terminé, me quedé mirando los números, dándome cuenta que era la primera vez que veía la fecha de su muerte frente a mi. Yo no tenía conciencia de ello y, sin embargo, allí estaba.

 Recuerdo haber visto como su cuerpo caía al suelo y como todos los sonidos que me llegaban de alrededor se mezclaban en mi cabeza. De hecho sé que lo vi caer pero pensé que lo había soñado o imaginado. Días después tuve que enterarme de la noticia y estoy seguro cuando digo que estuve al borde de la locura. Las semanas siguiente estuve medicado, internado en un hospital donde incluso me amarraron a la cama para que no lastimara a mi mismo ni intentara nada radical.

 Si hubiera podido morir en ese momento, lo hubiese hecho. A veces cuando estoy especialmente deprimido, siento que debí haber ido con él en ese momento, cuando el dolor era más profundo y lo sentía todavía tan cerca. En cambio ahora el dolor era distinto porque sentía que él se había ido muy lejos de mi y que incluso la muerte no nos reuniría porque yo había sido egoísta en los años siguientes, no hablando del tema y  esforzándome por sacar adelante una vida que no sé si tenga algún valor.

 Miré alrededor y vi que había poca gente en el cementerio. Después de la guerra, a pesar de tantos caídos, la gente había preferido incinerarlos y poner sus recuerdos en el viento. Los habían dejado ir. En parte él había querido ser enterrado por su familia, quienes no creían en el concepto de la incineración. Siempre me había resultado cómico tomara tan en cuenta a su familia, en especial cuando ellos siempre me habían odiado. Yo lo sabía muy bien. Siempre me habían culpado de la muerte de su hijo mayor y no me perdonaban habérmelo llevado a la guerra, como si él hubiese sido un idiota antes de yo conocerlo.

 No, no lo era. Era el hombre más valiente que yo haya visto. Era inteligente pero siempre pensando en el bien de los demás. Evitaba lastimar a la gente si podía, evitándoles dolor y sufrimiento. Yo nunca pude ser como él y, sin embargo, nos quisimos como sé que nadie más se quiso por mucho tiempo. Ya nadie parece creer en otros como yo creí en él. Yo dependía de él aunque no sé si se lo dije alguna vez. Su muerte arrancó de mi ser algo que no sabía que tenía pero que ahora extraño más que nada en la vida.

 Alejándome del cementerio en el coche, decidí ir hasta el primer lugar que habíamos compartido. Mejor dicho, el lugar donde nos conocimos. Era un domingo entonces el tráfico no era problema. En menos de una hora estuve en la plaza principal de la ciudad, llena de gente, de niños riendo y de palomas volando bajo por todos lados. Caminé hasta una de las esquinas y luego por una cuadra más hasta llegar a un viejo edificio de oficinas que había sido sede del Gobierno antes de la guerra. Allí nos habíamos conocido, parecía que hace una vida entera de ello.

 Es extraño. Siempre que puedo paso por allí, recordando ese día como si corriera el riesgo de olvidarlo todo de no caminar esas calles con frecuencia. Pero tantas cosas en mi vida habían dependido de ese día que era imposible olvidarlo. Fui luego a tomar un café y traté de no pensar más en el pasado. Después de todo el presente no era tan malo: la ciudad estaba en constante construcción y eso ponía los nervios de puntas pero parecía que todo iba mejor que antes. Mi apartamento no estaba muy lejos de la plaza y tenía un trabajo como gerente de un pequeño cine donde se proyectaban desde películas taquilleras a cortometrajes de chicos empezando su carrera.

 El cine siempre había sido un escape para mí y creo que por eso ese trabajo era perfecto para mi. Era fácil hacer de gerente así que el trabajo no era pesado y me encantaba presentar las películas en su día de estreno. A la gente parecía gustarle también entonces traté de que fuese algo frecuente y que quienes vinieran sintieran que no era solo una sala de cine sino también un espacio para disfrutar y compartir.

 Hace un tiempo, unos chicos que venían seguido descubrieron quien era yo. A pesar de todo lo ocurrido, yo había participado en la batalla más grande de la guerra y había estado en el bando de los ganadores. Me temo que todos saben mi historia, incluido mis primeros días, mi escape y el exilio con el hombre que más extraño en el mundo. Esos chicos empezaron a hacerme preguntas casuales que yo respondía por decencia pero luego empezaron a proponerme cosas. La idea general de ello era que compartiera detalles íntimos con ellos para realizar una producción al respecto.

 Mi vida en el cine. Algo así era lo que querían. Ellos, siempre emocionados, decían que era el relato ideal para su tesis que debía ser un largometraje hecho por sus propias manos. Faltaba años para entregarlo pero querían tenerlo todo listo y trabajarlo en las vacaciones que tuviesen para tener la mejor película de todas. Además, todos y cada uno de ellos tenían una curiosidad extraña por la historia de mi vida.

 Después entendí que eran niños que habían crecido bajo el régimen anterior, que no conocían muchas cosas que para mi era comunes y corrientes. Veían mi romance con otro hombre como algo digno de hacer visible, así como el hecho de que, según ellos, yo fuera uno de los muchos héroes de la liberación. No había hecho mucho pero sí había participado, cegado por la rabia que tenía en el cuerpo tras la muerte  de la persona más importante en mi vida.

 Después de mucha insistencia, acepté. Les dije que les contaría todo lo que quisieran pero que yo debía tener alguna influencia en el guión para poder decir que podían y no podían mostrar. Pero después de un tiempo me di cuenta que no tenía nada que objetar y que todo lo quería ver allí, porque lo que había ocurrido era tan inverosímil y tan particular, que por primera vez quise que todo el mundo supiera.

 Eran jóvenes muy hábiles y para cada locación real encontraron un reemplazo no muy lejos de la ciudad: tenían que rodar nuestro exilio en un páramo desolado, nuestra batalla contra el régimen en la ciudad, nuestro escape al puerto y nuestros viajes en barco. Por supuesto, también la batalla en la que él murió. La verdad es que no sé muy bien como lo lograron pero cada vez que podían llegaban a mi casa con pedazos para que los viera. Buscaban aprobación pero yo no podía decir nada. Lo habían hecho maravillosamente.

 En su tesis obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les habia ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽is obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les había costado dinero y esfuerzo. Sus únicas exigencias fueron que no se cambiara nada de la película y que yo fuese invitado especial en el estreno. Ese día es otro que jamás olvidaré, probablemente por lo emocional que fue para mí y porque, por primera vez en muchos años, sentí que él, el amor de mi vida, estaba allí conmigo.


 Hoy en día, soy un hombre ya viejo, que solo espera por el final perfecto a una historia que parece haberse prolongado por más tiempo del necesario. De vez en cuando los veo a ellos, a esos locos jóvenes que me llevaron de vuelta al lugar de mi vida donde fui más feliz que nadie. Me hicieron darme cuenta que él me espera del otro lado. Me he ganado el boleto para tener una cita con la mejor persona del mundo y no pretendo llegar tarde. Sé que me está esperando.

viernes, 20 de febrero de 2015

Miki, Pedro y los autómatas

   Miki y Pedro eran inseparables. A pesar de las recurrentes confusiones, el perro era el que llevaba el nombre de Pedro y Miki era el ser humano. Un ser humano, sobra decirlo, de gran corazón e inocencia a pesar de ser lo que, en su tiempo, llaman guardabosque: una persona que cuida, más que los bosques, los límites del territorio de cada una de las miles de tribus hoy en existencia.

 Según dicen, hace mucho tiempo existían miles de millones de personas pero de eso no había rastro. Aunque había muchas tribus solo en esta región del mundo, y posiblemente muchas más en otras partes, no parecían ser tanto como en el pasado. Había paz, aunque no faltaban las disputas territoriales impulsadas por el hambre y el desespero. Estos conflictos solían ocurrir en invierno, cuando todo era más difícil.

 Pero ahora era verano y tanto Miki como Pedro lo estaban disfrutando al máximo. El puesto de guardabosques solo se volvía complicado en tiempos de sequía o hambruna pero como no había nada de eso en esta época así que los dos amigos podían pasarse el día disfrutando del sol y de la gran cantidad de lagunas que el hielo formaba al derretirse. El agua era de la temperatura perfecta para equilibrar con el abrasivo sol. Incluso Pedro disfrutaba, y eso que no era amante del agua.

 Muchos de los niños de la villa acompañaban a los dos guardabosques ya que era más divertido cuando Miki los acompañaba. Verán, Miki era ya casi un hombre, de gran estatura y casi igual de ancho. Era un orgullo para sus padres que él fuese uno de los hombres más grandes del valle. Era por esa misma razón, que el concejo del pueblo lo había nombrado guardabosques. Era muy posible que su fuerza física fuera útil a la hora de defender la colonia.

 Pero Miki nunca había tenido que usar su fuerza y la verdad era que no le gustaba usarla a menso que fuera muy necesario. En varias ocasiones se había visto enfrentado a criaturas del bosque, de las más grandes y salvajes. De todas esas situaciones había salido gracias a su inteligencia y no gracias a su fuerza. Le parecía mejor y más bondadoso con esas criaturas alejarlas con grandes sustos o trampas y no con violencia ya que, como ellos, eran nativas del valle y tenían tanto o más de derecho de vivir allí que ellos.

 Pedro era su fiel compañero desde que era un niño pequeño y siempre estaba junto a él, listo para jugar algún papel en alguna de sus muchas aventuras que siempre parecían indefensas y que prácticamente nunca llegaban a oídos de los más viejos del pueblo. De hecho ni siquiera sus padres sabían mucho de lo que él hacía pero todos tenían en cuenta que el valle seguía tan verde y en paz como siempre, así que algo debía estar haciendo bien el pequeño gran Miki.

 Uno de aquellos días de verano, después de nadar por varias horas, Miki y Pedro empezaron a buscar frutos del bosque para comer. Tenían que tener cuidado porque muchos de esos frutos eran venenosos. Cuando tuvieron suficientes, volvieron a la pequeña cabaña en la que vivían desde el día en que se convirtieron en guardabosques. Comieron y luego se quedaron dormidos.

 Los despertó un estruendo horrible, que casi volvió pedazos los vidrios de las ventanas. Era una tormenta, acompañada de lluvia y truenos, incluso parecía caer granizo. Esto tipo de tormentas no eran nada extrañas en verano así que Miki no se preocupó demasiado. No hasta que un sonido vino de su puerta: alguien golpeaba.

 Por un momento creyó que todavía estaba medio dormido y por eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitió de nuevo, esta vez con mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ esta vez con mr eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitiruenos ientes, volvieron a la pequeña cabaña en ás fuerza. Miki se puso de pie y Pedro lo miró desde su cama, ubicada en una de las esquinas de la casa. El perro no se movía por los truenos pero también había escuchado los golpes.

 Miki se acercó a la puerta y la abrió. Algo tan grande como él entró en la casa y cerró la puerta de un golpe detrás de sí. Estaba empapado en agua y parecía un oso pero los osos no se paraban tan bien sobre las patas traseras: este era un ser humano. En efecto, se quitó su gorro y una delgada capa de cuero y las puso en una de las sillas del comedor. Tanto Miki como Pedro lo miraban con atención.

-       Porque me miran así? No me recuerdan?

 Ahora que Miki lo miraba bien, sí lo recordaba. Le decían Thor, como el nombre de un dios de la Tierra antigua. El nombre le quedaba más que bien ya que Thor era un tipo grande pero más bien delgado, con mucho musculo por donde se le mirara. Además tenía un rasgo que era una rareza en estas tierras y era su pelo amarillo, del color del trigo que debía estar siendo azotado por los vientos.

 Thor le pidió algo de tomar a Miki y este le trajo un vaso de jugo de moras que había hecho con algunos de los frutos que había recogido en sus paseo por el bosque más temprano. El hombre se lo tomó casi sin respirar y luego le contó a Miki como había atravezado  el bosque casi corriendo desde las colinas picudas, las cuales estaban más allá de lo que Miki conocía bien de los territorios de su comunidad.

 Lo que él cuidaba era el segundo anillo de seguridad alrededor del valle. Con frecuencia debía hacer grandes exploraciones por los montes y partes del valle que la gente no frecuentaba. Thor tenía a su cargo el primer anillo de seguridad que estaba justo detrás de las montañas que formaban el valle. Era un territorio más bien desprovisto de vegetación y más susceptible a una invasión.

 Y de hecho, esa era la noticia de Thor. Había corrido a la cabaña de Miki porque sabía que era el puesto seguro más cercano al lugar donde había visto todo. Según lo que decía, había vistos miles de seres extraños caminar en fila hacia el paso de los ríos, llamado así por ser el nacimiento de dos de los riachuelos más importantes del valle, adonde muchas de las personas iban a lavar su ropa y a disfrutar del verano.

 Al preguntarle a Thor como era los invasores, dijo que no los pudo detallar bien por la distancia pero que no caminaban como personas normales, más bien como una de esas viejas máquinas de las que hablan algunos de los libros de la biblioteca del pueblo. A los niños les encaraba leer aquellas historias de viajes por el espacio, robots y princesas pérdidas y luego salvadas. Muchos se reían por lo cuentos porque mucho de lo que decían ya no era válido pero los disfrutaban de todas maneras.

 Cuando la lluvia se detuvo, Thor dejó a Miki para reunirse con el concejo. Era urgente que supieran del ejercito de robots, o lo que fueran, que estaba marchando hacia el centro del valle. Lo último que se dijeron fue que si las criaturas seguían moviéndose a ese ritmo, llegarían el día siguiente al interior del valle, si es que podían escalar ya que el paso de los ríos no era un lugar para hacer caminatas.

 Se despidieron y Thor desapareció de repente, como una sombra que se desliza sobre los árboles. Miki y Pedro se quedaron afuera, recogiendo algunas ramas para hacer un hoguera si fuese necesaria. La señal universal de peligro era una humareda densa y nada mejor que la madera verde y húmeda para el trabajo. Pero mientras Pedro iba y venía con ramitas, algo se escuchó entre el bosque. Algo se movía hacia ellos.

 Entonces Pedro ladró con fuerza y corrió hacia Miki que veía incrédulo lo que perseguía a su amigo: sí era un robot, o al menos se parecía a lo que él se había imaginado que era un robot. No tenía armas visibles y se acercaba lentamente. Cuando estuvo muy cerca de los dos guardabosques, los iluminó con una extraña luz roja y luego se quedó quieto.

 Miki estaba asustado pero su curiosidad lo impulso a acercarse al ser para tocarlo. Justo entonces el robot empezó a hablar. Pero la voz no podía ser de él porque era humana, era real y natural. Y se podía percibir mucho miedo en ella.

-       Hay alguien allí? Mi nombre es Granen. Estoy en el Pacifico. Estos robots son míos. Los envié a buscar vida. Hay alguien ahí.


 Miki y Pedro se quedaron callados y no respondieron hasta mucho tiempo después.